Denis y sus dos amigos no sujetos a juramento, Artur y Lev, estaban encantados con que fuese a formar parte de su grupo. Pero si lo que esperaban era que participase de su insensato entusiasmo por la caza temeraria de los strigoi, no iban a tardar en llevarse una buena desilusión. No tuvo que pasar mucho tiempo antes de que se diesen cuenta de que mi forma de concebir la cacería distaba mucho de la suya.
Por turnos fuimos conduciendo el coche de Lev, el amigo de Denis, hasta que llegamos a Novosibirsk. El viaje duró unas quince horas y, aunque hicimos noche en un hotel, para mí fue demasiado tiempo seguido encerrada en un espacio reducido con tres tíos que no podían parar de hablar de la cantidad de strigoi que se iban a cargar.
Estaban empeñados en tirarme de la lengua. Querían saber con cuántos strigoi había acabado. Querían saber cómo había sido la batalla en la academia. Querían conocer mis métodos. Cada vez que pensaba en todas esas cosas, a mi cabeza solo acudían imágenes de sangre y de dolor. No tenía ganas de alardear de nada de aquello, pero tuvieron que pasar seis horas para que se diesen cuenta de que no iban a conseguir sonsacarme ninguna información.
A cambio, me obsequiaron con los relatos de sus propias aventuras. La verdad es que habían acabado con unos cuantos strigoi, pero también habían perdido a un buen número de amigos que, al igual que ellos, aún no habían cumplido veinte años. Mis experiencias no eran muy distintas, yo también había perdido a algunos amigos, si bien los míos habían caído al vernos superados en número. Las bajas del grupo de Denis parecían deberse más a la precipitación. El plan que tenían una vez llegásemos a Novosibirsk tampoco era especialmente sólido. Una y otra vez repetían que a los strigoi les gustaba cazar en lugares muy concurridos por la noche, como discotecas, o en otros menos transitados, como callejones, donde resultaba más fácil hacer el trabajo. Las desapariciones en ese tipo de sitios pasaban prácticamente inadvertidas, así que el plan de Denis consistía en pasearse por esos clubes con la esperanza de encontrarnos con algún strigoi.
Lo primero que pensé fue en abandonar inmediatamente aquel grupo y continuar yo sola. A fin de cuentas, mi objetivo principal era llegar a Novosibirsk. Lo más lógico, con todo lo que sabía ahora, era suponer que el mejor sitio donde proseguir la búsqueda sería la ciudad más grande de Siberia. A medida que lo iba pensando después, me di cuenta de que llegar completamente sola a territorio strigoi sería una estupidez tan grande como el plan de la banda de los no sujetos a juramento. Podrían servirme como apoyo. Además, aún no sabía dónde estaba Dimitri, así que tendría que inventarme algún método para obtener información. Y para eso necesitaría ayuda.
Al final del segundo día de viaje, llegamos a Novosibirsk. Pese a lo que me habían contado de su tamaño, no me imaginaba que pudiese compararse con Moscú o con San Petersburgo. Y aunque no fuese tan grande como aquellas, lo cierto es que era una ciudad en toda regla, con sus rascacielos, sus teatros, sus trabajadores volviendo a los barrios residenciales y sus hermosas obras arquitectónicas.
Fuimos a ver a una amiga suya, una dhampir llamada Tamara, que tenía un apartamento en el centro. No hablaba muy bien mi idioma pero, por lo que entendí, se trataba de otra no sujeta a juramento, tan emocionada como los demás por limpiar el mundo de strigoi. Era un poco mayor que nosotros, por eso tenía su propia casa, y era morena, pecosa y bastante mona. Por lo visto, había estado esperando el momento de que llegasen los chicos para salir de caza, cosa que me hizo sentir verdadero alivio. Al menos no había salido ella sola. Parecía particularmente emocionada por el hecho de tener a otra chica en la banda, pero al igual que los demás no tardó en percatarse de que yo no compartía su entusiasmo.
Cuando llegó la primera noche de cacería de los strigoi, yo asumí el mando. Mi repentino cambio de actitud los confundió un poco al principio, pero enseguida se quedaron absortos escuchando, cautivados aún por mi reputación de superestrella.
—Está bien —les dije, mirándolos uno a uno. Estábamos sentados en círculo en el diminuto salón de casa de Tamara—. El método va a ser el siguiente. Vamos a ir patrullando en grupo por la zona de bares y por los callejones que…
—Un momento —interrumpió Denis—. Normalmente nos separamos.
—Y por eso os matan —le espeté—. Iremos en grupo.
—¿Nunca has matado strigoi tú sola? —preguntó Lev. Era el más alto del grupo, su figura alargada y su aspecto desgarbado hacían que casi pareciese un moroi.
—Sí, pero tuve suerte —además, yo era mejor luchadora que cualquiera de ellos. Podrá sonar arrogante, pero era una guardiana realmente buena. O una casi guardiana—. Nos irá mejor si vamos los cinco juntos. Cuando encontremos a los strigoi, tenemos que ocuparnos de ellos en un sitio discreto —no me había olvidado de las advertencias de Sydney—. Pero antes de que los matemos necesito hablar con ellos. Vuestro trabajo será contenerlos.
—¿Y por qué? —preguntó Denis—. ¿Qué les tienes que decir?
—En realidad, son ellos los que me tienen que decir algo a mí. Mirad, será cosa de un momento. Y al final los podréis matar, así que por eso no os preocupéis. Pero… —lo que dije a continuación jugaba en contra de mis planes, pero tenía que decirlo. No iba a hacer que los mataran por culpa de aquello que yo iba buscando—. Si en algún momento os veis acorralados o ante un peligro inminente, olvidaos de todo este rollo de la charla y la contención. Acabad con ellos. No corráis ningún riesgo.
Por lo visto yo resultaba lo bastante segura de mí misma y con la suficiente mala leche como para que todo lo que dijese les pareciera bien. Una parte del plan implicaba actuar «de incógnito», por decirlo de algún modo. Cualquier strigoi que pasara cerca de nosotros o que tuviese buena vista se daría cuenta enseguida de que éramos dhampir. Era fundamental que no llamásemos la atención. Necesitábamos tener la misma pinta que el resto de seres humanos que salían de fiesta.
Así que nos vestimos para el papel, y la verdad es que me quedé bastante impresionada al ver lo bien que se arreglaron los chicos. Denis, dejando a un lado su estado mental, era particularmente guapo, y tenía el mismo pelo rubio oscuro y los mismos ojos marrones que su hermano Nikolai. La poca ropa que llevaba para cambiarme no daba el pego, así que Tamara se puso a buscarme algo en su fondo de armario. Parecía disfrutar especialmente cada vez que encontraba algo que pudiese quedarme bien. Teníamos casi la misma talla, lo cual no dejaba de sorprenderme. Nunca había podido compartir ropa con Lissa, ella era muy alta y delgada. Tamara tenía mi misma estatura y una complexión bastante parecida.
Primero me ofreció un vestido corto y ajustado, pero se parecía mucho al que Viktoria había llevado, así que le dije que no con la cabeza y se lo devolví. El recuerdo de nuestra discusión aún me resultaba doloroso, y no tenía ganas de revivirla aquella noche, ni mucho menos de ir vestida como una prostituta de sangre. Tamara se conformó con vestirme con unos vaqueros negros y una camiseta sin mangas del mismo color. Accedí a que me arreglase el pelo y me maquillase, y cuando me miré después en el espejo tuve que reconocer que había hecho un buen trabajo. Aunque fuese una tontería, me gustaba ir bien arreglada. Me gustaba especialmente la forma en que me miraron los chicos, entre la admiración y el respeto, pero no como si fuese un simple trozo de carne. Tamara también me ofreció algunos abalorios, pero lo único que me puse fue el nazar alrededor del cuello. Para la estaca me hacía falta una chaqueta, y ella encontró una de piel que me hacía parecer muy atractiva y que no desentonaba con el resto del conjunto.
Mientras salíamos a medianoche, no pude evitar mover la cabeza con gesto incrédulo y murmurar:
—Joder, somos los cazavampiros más espectaculares de la historia.
Denis nos llevó a un club donde habían encontrado a algún strigoi anteriormente. Por lo visto allí habían perdido a uno de sus amigos. El local estaba en una zona de mala muerte, lo cual supondría un aliciente añadido para los strigoi. La mayoría de los clientes eran jóvenes de clase media alta que parecían atraídos por el ambiente «peligroso». Si hubiesen sabido el peligro que realmente corrían, habrían flipado. Con Dimitri había hecho muchas bromas acerca de los diez años de retraso que llevaban Rusia y Europa del Este en cuestiones musicales, pero cuando entramos descubrí que el tema de tecno que hacía retumbar las paredes era el mismo que había escuchado en Estados Unidos poco antes de marcharme.
El local estaba oscuro y lleno de gente, y las luces que parpadeaban resultaban bastante molestas para los ojos de un dhampir. Cada fogonazo afectaba a nuestro modo de visión nocturna, una vez que esta se había adaptado a la penumbra. A mí no me hacía falta mirar. Mis sentidos de bendecida por la sombra no detectaban la presencia de ningún strigoi.
—Venga —les dije a los demás—. Vamos a bailar un poco y a esperar. No hay ningún strigoi cerca.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Denis, mirándome fijamente con gesto de sorpresa.
—Lo sé y basta. Que nadie se separe.
Nuestro pequeño grupo se desplazó hasta la pista. Hacía mucho que no bailaba, y me sorprendió lo rápido que me enganchó el ritmo. Una parte de mí me advertía que no debía bajar la guardia, pero mi sistema de alarma contra strigoi me avisaría si algún peligro acechaba. Las náuseas eran difíciles de pasar por alto.
Pasamos una hora bailando sin que apareciese ningún strigoi. Abandonamos la pista y comenzamos a dar vueltas por los rincones del local, después salimos para rastrear la zona. Pero nada.
—¿Hay algún otro club cerca? —pregunté.
—Sí, claro —contestó Artur. Era bajo y fornido, llevaba la cabeza casi afeitada y siempre estaba sonriente—. Hay uno a un par de manzanas.
Le seguimos y encontramos un panorama parecido: otro club secreto oculto en un edificio medio abandonado. Más luces, más gente, más música machacona. Lo primero que me molestó fue el olor, que me resultaba muy perturbador. Toda aquella cantidad de gente generaba una gran cantidad de sudor. Los humanos también podrían olerlo; para nosotros, era asfixiante. Tamara y yo nos miramos, arrugamos la nariz y no nos hizo falta decir nada más para expresar el asco que nos daba aquello.
Fuimos otra vez hacia la pista y Lev hizo ademán de irse a por una copa. Le di un puñetazo en el brazo.
Me pareció que decía algún taco en ruso.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó.
—Por estúpido. ¿Cómo pretendes matar algo que es el doble de rápido que tú estando borracho?
Se encogió de hombros, como si le diera igual, y tuve que contenerme para no volver a pegarle, esta vez en la cara.
—Por una copa no pasa nada. Además, ni siquiera…
—¡Calla!
De repente noté cómo se me revolvía el estómago. Dejé de disimular y de bailar y me puse a buscar entre el gentío al causante de aquello. Tan solo con el sentido para detectar strigoi me era difícil poder identificarlos en medio de mucha gente. Di unos pasos hacia la entrada y las náuseas se atenuaron. Fui hacia la barra y la sensación se hizo más aguda.
—Por aquí —les dije—. Haced como si siguierais de fiesta.
Les contagié la tensión; vi cómo en sus rostros se reflejaba el nerviosismo, así como cierta sensación de temor. Mejor. Así se lo tomarían en serio. Mientras nos acercábamos hacia la barra, traté de actuar como si estuviese haciendo cola para pedir una copa. Mientras tanto, fui recorriendo con la mirada el grupo de gente que había alrededor.
Allí estaba. Ya lo tenía. Había un strigoi de pie en una esquina, con el brazo alrededor de una chica de mi edad. En la penumbra, parecía atractivo y todo. Si se le miraba mejor, se podía ver la tez pálida y mortecina y los ojos de color rojo propios de su raza. Quizá la chica no los hubiese visto debido a la falta de luz, o quizá el strigoi estaba utilizando su poder de coerción. Lo más seguro es que fuesen las dos cosas, a juzgar por la sonrisa de la chica. Los strigoi tenían un poder comparable al de alguien que utilizaba el espíritu, como Lissa. O superior incluso. El strigoi se llevó entonces a la chica por un pequeño pasillo que casi no se veía. Al fondo pude ver una señal luminosa de salida. O al menos eso me imaginé, porque estaba escrita en cirílico.
—¿Tenéis idea de adónde conduce esa puerta? —le pregunté a los otros.
Los chicos se encogieron de hombros; Denis le repitió la pregunta a Tamara y a continuación tradujo la respuesta.
—Hay un pequeño callejón que usan para tirar la basura. Está entre este edificio y una fábrica. Nunca suele haber nadie.
—¿Podemos llegar hasta allí saliendo y dando la vuelta?
Denis esperó a la respuesta de Tamara.
—Sí, tiene acceso por los dos lados.
—Perfecto.
Salimos del club por la puerta principal y nos separamos en dos grupos. El plan era atacar al strigoi por los dos lados, de forma que quedase atrapado en el medio, siempre y cuando él y su víctima siguiesen allí fuera. Cabía la posibilidad de que la hubiese llevado a otro sitio, pero lo más probable era que quisiese seducirla y hacerse con su sangre allí mismo, sobre todo si de verdad era un lugar tan solitario como decía Tamara.
Mi suposición era correcta. Tras separarnos y dar la vuelta al edificio, pude ver al strigoi y a la chica en la penumbra tras un cubo de basura. Él se cernía sobre ella, con la boca cerca del cuello; no pude evitar maldecir para mis adentros. No habían perdido ni un segundo. Con la esperanza de que la chica siguiese con vida, eché a correr por el callejón, seguida de los demás. Desde el otro lado, Denis y Lev se aproximaban también a toda prisa. El strigoi reaccionó inmediatamente al oír el ruido de pasos y dio muestra de sus asombrosos reflejos. Dejó caer a la chica y en un instante eligió enfrentarse a Denis y Lev y no a Artur, Tamara y yo. La estrategia era buena, ellos solo eran dos. Seguramente, gracias a su velocidad, contaba con poder neutralizarlos rápidamente y encargarse luego de nosotros antes de que nos diese tiempo a llegar hasta allí.
Y a punto estuvo de lograrlo. Lev salió por los aires tras recibir un fuerte golpe. Para mi tranquilidad, un par de cubos de basura impidieron que chocase contra la pared del edificio. Tampoco era plato de buen gusto, pero desde luego era mejor chocar contra cubos metálicos que contra una pared de ladrillos. A continuación, el strigoi se abalanzó sobre Denis, pero este demostró una gran velocidad. Yo me había figurado de forma un tanto injusta que todos aquellos individuos no sujetos a juramento no eran especialmente hábiles para el combate. Debería haber sido más perspicaz. Habían recibido el mismo tipo de entrenamiento que yo, lo único que les faltaba era disciplina.
Denis esquivó el ataque y golpeó las piernas del strigoi por debajo; aunque el golpe alcanzó su destino, no fue lo suficientemente fuerte como para derribarlo. Un destello plateado surgió de las manos de Denis y consiguió alcanzar en la mejilla al strigoi justo antes de que este lanzase de un fuerte revés al dhampir hacia donde yo estaba. Un corte así no resultaría letal, pero la plata le habría hecho daño, pude escuchar cómo gruñía. La saliva le relucía en los colmillos.
Esquivé a Denis para evitar que me derribara. Tamara lo agarró de un brazo para impedir que cayera al suelo. Ella también era muy rápida, y en cuanto dejó a Denis más o menos estable, se abalanzó contra el strigoi. Este intentó darle un manotazo pero no la golpeó lo bastante fuerte como para desplazarla demasiado. Artur y yo ya estábamos encima de él, dándole golpes y acorralándolo contra la pared. Aun así, él era más fuerte, y no tardó mucho en zafarse de nosotros. En mi cabeza sonó una voz llena de sensatez, que se parecía sospechosamente a la de Dimitri y me advertía que acababa de perder la oportunidad de acabar con él. Y esa era la cosa más inteligente y más segura que podía hacer. Había podido hacerlo, llevaba la estaca en la mano. Si mi absurdo plan de someterlo a un interrogatorio fallaba y alguno de los nuestros terminaba muerto, tendría que cargarlo sobre mi conciencia.
Artur y yo volvimos a saltar a la vez sobre él.
—¡Ayudadnos! —grité.
Tamara se lanzó contra el strigoi y le dio una rápida patada en el estómago. Otra vez estaba a punto de zafarse de nosotros, pero entonces llegó Denis. Entre los cuatro, conseguimos reducirlo hasta tenerlo en el suelo con la espalda pegada a la acera. Pero no podíamos cantar victoria. Mantenerlo reducido no era nada fácil. Se revolvía con una fuerza asombrosa, era imposible inmovilizarlo de brazos y piernas. Yo me lancé sobre él e intenté dejar caer todo mi peso sobre su torso mientras los demás le sujetaban las piernas. Dos nuevas manos se unieron a nuestro cometido, levanté la vista y vi que eran las de Lev. El labio todavía le sangraba, pero su gesto revelaba toda la determinación del mundo.
El strigoi no dejaba de moverse, pero vi claramente que ahora que lo sujetábamos los cinco ya no iba a ser capaz de liberarse. Me eché un poco hacia delante y le apoyé la punta de la estaca en el cuello. Eso hizo que se detuviera un instante, si bien enseguida continuó con el forcejeo. Me incliné sobre su cara.
—¿Conoces a Dimitri Belikov? —le pregunté en un tono firme.
Me gritó algo incomprensible que no sonaba demasiado cariñoso. Presioné la estaca con más fuerza y le hice un buen corte en el cuello. El dolor lo obligó a gritar, y los ojos le resplandecían llenos de odio y de maldad mientras seguía maldiciendo en ruso.
—Traducidle lo que acabo de decir —pedí sin preocuparme de quién lo hiciese.
Al momento, Denis dijo algo en ruso, seguramente mi pregunta, ya que pude oír cómo pronunciaba el nombre de Dimitri. El strigoi masculló una respuesta y Denis movió la cabeza de izquierda a derecha.
—Dice que no piensa seguirnos el juego.
Agarré la estaca y le rajé la cara ampliando el corte que le había hecho antes Denis. El strigoi volvió a gritar y yo recé para que los guardias de seguridad del club no lo oyeran. Luego lo miré y le dediqué una sonrisa igual de malévola que las suyas.
—Dile que vamos a seguir con este juego hasta que hable. Esta noche va a morir, de una manera o de otra. De él depende que sea una muerte lenta o rápida.
No me podía creer lo que acababa de decir. Aquello era muy duro, muy cruel. Nunca había pensado que acabaría torturando a alguien, ni siquiera a un strigoi. A la traducción de Denis siguió otra respuesta desafiante, así que yo seguí con la estaca, haciendo cortes y tajos que habrían matado a cualquier humano, moroi o dhampir.
Finalmente, de su boca surgieron unas cuantas palabras que no parecían los habituales insultos. Denis las tradujo inmediatamente.
—Ha dicho que nunca ha oído hablar de nadie que se llame así y que si Dimitri es amigo tuyo, piensa darle una muerte lenta y llena de sufrimiento.
Ese último esfuerzo por desafiarme casi me hizo sonreír. El problema de mi estrategia era que el strigoi podía no decir la verdad. No tenía ninguna manera de saberlo. Algo en su forma de responder me hizo pensar que lo que decía no era mentira. Parecía que pensase que yo hablaba de un humano o de un dhampir, y no de un strigoi.
—Entonces no nos sirve de nada —dije. Me incorporé un poco y miré a Denis—. Adelante, acaba con él.
Denis lo estaba deseando. No vaciló ni un instante, la estaca golpeó con fuerza en el corazón del strigoi y lo atravesó. Un momento después, el frenético forcejeo se detuvo. El resplandor maligno se extinguió en sus ojos rojos. Mientras nos levantábamos, me di cuenta de que mis compañeros me miraban con temor.
—Rose —me preguntó Denis por fin—. ¿Qué es lo que esperas…?
—Eso da igual —le interrumpí mientras me acercaba a donde estaba la chica. Me arrodillé y le examiné el cuello. Le había mordido, pero no le había sacado mucha sangre. La herida era relativamente pequeña y solo sangraba un poco. Cuando la toqué, se revolvió y gimió, cosa que me pareció buena señal. Con delicadeza, la arrastré lejos de los contenedores de basura hasta un lugar donde había más luz y estaría más a la vista. Al strigoi, sin embargo, lo llevé al rincón más oscuro, donde prácticamente no se le veía. A continuación, le pedí el móvil a Denis y marqué el número que llevaba desde hacía una semana en un papel arrugado dentro del bolsillo.
Después de sonar dos veces, oí la voz de Sydney contestando en ruso. Parecía somnolienta.
—¿Sydney? Soy Rose.
Hubo un momento de silencio.
—¿Rose? ¿Qué pasa?
—¿Estás otra vez en San Petersburgo?
—Sí, ¿tú dónde estás?
—En Novosibirsk. ¿Tenéis agentes aquí?
—Sí, claro —contestó con cierta reserva—. ¿Por qué lo dices?
—Hum… Necesito que limpiéis algo.
—Ay, señor.
—Oye, al menos te estoy llamando. Y librar al mundo de un strigoi tampoco es nada malo. Además, ¿no querías que te mantuviese informada?
—Sí, sí. ¿Dónde estás?
Le pasé a Denis para que él pudiese explicarle el lugar exacto. Una vez terminó, volvió a pasarme el teléfono y le conté a Sydney lo de la chica.
—¿Está grave?
—No lo parece —contesté—. ¿Qué hacemos?
—Dejadla. La persona que va a ir se asegurará de que esté bien y de que no va a ir por ahí contando historias. Ya os lo explicará cuando llegue.
—Oye una cosa, no me voy a esperar aquí hasta que llegue.
—Rose…
—Me voy a largar de aquí ahora mismo —le dije—. Y te agradecería mucho que no le dijeses a nadie que he llamado, como por ejemplo a Abe.
—Rose…
—Sydney, por favor. No se lo digas. O si no… —me quedé dudando—. Si se lo dices, no volveré a llamar cuando me pase algo así. Vamos a acabar con unos cuantos más —Dios mío, ¿qué iba a ser lo siguiente? Primero torturas, luego amenazas. Y lo peor era que estaba amenazando a alguien por quien sentía mucho aprecio. Aunque por supuesto era mentira. Yo entendía por qué el grupo de Sydney actuaba de esa manera, y no pensaba arriesgarme a quedar al descubierto. Pero eso ella no lo sabía, así que recé para que pensase que estaba tan desquiciada como para revelar nuestro secreto al mundo.
—Rose… —intentó todavía una vez más, pero no le di la oportunidad.
—Gracias, Sydney. Seguiremos en contacto —apagué el móvil y se lo pasé a Denis—. Vamos, chicos. Aún nos queda noche por delante.
Era evidente que mi idea de interrogar a los strigoi les parecía una locura, pero teniendo en cuenta la forma tan insensata con la que actuaban a veces, mi comportamiento no era lo bastante extraño como para hacer que perdiesen su fe en mí. Pasado el rato, recuperaron el entusiasmo, animados por la idea de haber llevado a cabo la primera ejecución del viaje. Gracias a mi asombrosa capacidad para detectar a los strigoi, yo les resultaba aún más enrollada, y empecé a tener la seguridad de que estarían dispuestos a seguirme prácticamente a cualquier parte.
Aquella noche encontramos a dos strigoi más y nos las arreglamos para llevar a cabo un procedimiento parecido. Los resultados fueron los mismos: muchos insultos en ruso, ninguna información nueva. Cuando me convencía de que no tenían nada que ofrecernos, dejaba que mis compañeros procediesen a ejecutarlos. A ellos les encantaba, pero después del tercero noté un enorme cansancio, tanto físico como mental. Les dije a los demás que nos íbamos a casa, pero entonces, mientras pasábamos junto a la parte trasera de una fábrica, sentí la presencia de un cuarto strigoi.
Nos abalanzamos sobre él. De nuevo se produjo una refriega, pero al final conseguimos inmovilizarlo en el suelo, tal como habíamos hecho con los demás.
—Adelante —le dije a Denis—. Ya sabes lo que…
—¡Te voy a rajar el cuello! —gruñó el strigoi.
Caray. Este hablaba en mi idioma. Denis hizo el gesto de empezar el interrogatorio, pero yo le dije que no con la cabeza.
—Yo me encargo.
Tal como había sucedido con los otros, pese a tener la estaca en el cuello, no paraba de forcejear y de maldecir, y así me resultaba muy difícil poder preguntarle.
—Oye —le dije cada vez más impaciente y cansada—, dinos lo que necesitamos saber. Estamos buscando a un dhampir llamado Dimitri Belikov.
—Lo conozco —el tono del strigoi rezumaba suficiencia—. Y no es un dhampir.
Sin darme cuenta había llamado dhampir a Dimitri. Estaba cansada y me había confundido. No era de extrañar que aquel strigoi estuviese encantado de hablar. Se imaginó que no sabíamos que Dimitri se había transformado. Como cualquier otro strigoi arrogante, estaba encantado de poder contarnos más cosas, siempre con la esperanza de que sus palabras pudiesen hacernos daño.
—Tu amigo ha despertado. Ahora recorre la noche con nosotros y se bebe la sangre de niñas tontas como tú.
Miles de pensamientos inundaron mi cabeza en un segundo. Maldita sea. Había viajado a Rusia pensando que sería fácil encontrar a Dimitri. Esas esperanzas se truncaron al ir a su pueblo, donde estuve a punto de abandonar la misión. Luego, pasé al otro extremo y me convencí de que mi objetivo era inalcanzable. La posibilidad de poder estar acercándome a algo me dejó estupefacta.
—Mientes —le dije—. Nunca lo has visto.
—No he parado de verlo. He matado con él.
El estómago me dio un vuelco que no tenía nada que ver con la proximidad del strigoi. «No pienses en Dimitri matando a gente. No pienses en Dimitri matando a gente». No paraba de repetirme esas palabras mentalmente mientras intentaba mantener la calma.
—Si eso es cierto —le dije entre dientes—, entonces tengo un mensaje que quiero que le des. Dile que Rose Hathaway lo está buscando.
—No soy tu chico de los recados —dijo con el ceño fruncido.
Le rajé con la estaca, hizo una mueca de dolor mientras la sangre le corría por la cara.
—Tú serás lo que yo te diga. Ve y dile a Dimitri lo que te he dicho. Rose Hathaway. Rose Hathaway lo está buscando. Dilo —presioné la punta contra su cuello—. Di mi nombre para que sepa que lo recordarás.
—Lo recordaré para poder acabar contigo.
Presioné con más fuerza, la sangre volvió a brotar.
—Rose Hathaway —dijo. Luego trató de escupirme, pero no acertó.
Me eché hacia atrás, satisfecha. Denis me observaba, expectante, con la estaca lista.
—¿Lo matamos?
Negué con la cabeza.
—Vamos a dejar que se marche.