QUINCE

Abe miró a uno de sus guardianes y asintió brevemente con la cabeza. El hombre se alejó al instante.

—Hecho —dijo Abe.

—¿Así de fácil? —le pregunté incrédula.

Curvó los labios en una sonrisa.

—Rolan sabe quién soy. Sabe quién trabaja para mí. Cuando Pavel le haga… eh… conocer mis deseos, se acabó.

Me estremecí porque sabía que Abe decía la verdad. Teniendo en cuenta lo borde que yo había sido con él desde el principio, era muy raro que no me hubiese metido los pies en hormigón y arrojado al mar.

—¿Y por qué no has intentado sacarme a rastras de aquí?

—No me gusta que nadie haga nada que no quiera hacer. Ni siquiera Rolan. Es mucho más fácil si la gente entra en razón y hace lo que les has pedido sin tener que utilizar la fuerza.

—Y con «entrar en razón» quieres decir «responder al chantaje» —le dije pensando en lo que había accedido a hacer.

—Hacemos un trato —dijo—. Eso es todo. Y no olvides tu parte del trato. Has prometido que te irías de aquí y no pareces la clase de persona que falta a su palabra.

—No lo haré.

—¡Rose!

Viktoria apareció de repente en la puerta. Caray, qué rapidez. Pavel tiraba de ella tranquilamente. Tenía el pelo despeinado y un tirante del vestido se le había resbalado del hombro. Su cara mostraba una mezcla de incredulidad y enfado.

—¿Qué has hecho? Este tío ha entrado y le ha dicho a Rolan que saliera de allí y no volviera a verme nunca. Y Rolan… ¡le ha hecho caso! Se ha levantado y se ha ido.

Me pareció gracioso que Viktoria me culpara a mí inmediatamente por lo que había pasado. Era cierto que yo era la responsable, pero Abe estaba de pie justo a mi lado. Todo el mundo sabía quiénes eran sus empleados. A pesar de todo, yo me defendí.

—Te estaba utilizando —le dije.

Había lágrimas en los ojos marrones de Viktoria.

—Me quiere.

—Si te quiere, ¿por qué ha intentado ligar conmigo en cuanto le has dado la espalda un minuto?

—¡Eso no es verdad!

—Rolan fue el que dejó embarazada a Sonya.

Incluso en la penumbra del callejón, pude ver cómo palidecía.

—Eso es mentira.

Levanté las manos.

—¿Y por qué me iba a inventar eso? ¡Ha intentado hacer planes conmigo para cuanto tú te fueras del pueblo!

—Si lo ha hecho —dijo Viktoria con la voz temblorosa— será porque tú lo has animado.

Me quedé con la boca abierta. A mi lado Abe escuchaba en silencio con una expresión de suficiencia. Estaba orgulloso de sí mismo y probablemente pensaba que la situación le estaba dando la razón. Quería darle un puñetazo, pero ahora estaba preocupada por Viktoria.

—¿Cómo puedes pensar eso? ¡Soy tu amiga! —le dije.

—Si fueras mi amiga, no estarías actuando así. No te entrometerías. Actúas como si quisieras a mi hermano, pero no pudiste haberlo querido… ¡No sabes lo que es el amor!

¿Que no sabía lo que era el amor? ¿Se había vuelto loca? Si supiera lo que había sacrificado por Dimitri, lo que había hecho para estar donde estaba en ese momento… todo por amor. Ella era la que no entendía nada. El amor no es un revolcón en una habitación de un local de fiestas. Es algo por lo que vives y mueres. Mis emociones se apoderaron de mí y esa oscuridad que crecía en mi interior me hizo querer devolver el golpe provocado por esa horrible acusación. Me costó el mayor de los esfuerzos recordar que ya le estaba haciendo daño, que solo decía esas cosas porque estaba confusa y triste.

—Viktoria, lo entiendo y lo siento. Solo estoy haciendo esto porque soy tu amiga. Me preocupo por ti.

—Tú no eres mi amiga —dijo entre dientes—. No eres parte de mi familia. No entiendes nada sobre nosotros ni sabes cómo vivimos. Ojalá no hubieras venido —se dio media vuelta y echó a correr; se abrió paso a empujones entre la larga cola de asistentes a la fiesta. Verla así me hizo mucho daño.

Me volví hacia Abe.

—Va a intentar encontrarlo.

Abe aún tenía esa expresión de suficiencia.

—No importa. Él no va a querer tener nada más que ver con ella. No si valora algo su cara bonita —estaba preocupada por Viktoria, pero tenía la sensación de que Abe tenía razón sobre Rolan. Ya no volvería a ser un problema. En cuanto al siguiente novio de Viktoria… bueno, ya me preocuparía de eso en su momento.

—Bien. Entonces hemos acabado. No me sigas más —gruñí.

—Mantén tu promesa de irte de Baia y no tendré que volver a hacerlo.

Entorné los ojos.

—Ya te lo he dicho: yo siempre cumplo mis promesas.

Mientras volvía a casa de los Belikov, me pregunté de repente si todo aquello había sucedido de verdad. Las discusiones con Abe y con Viktoria habían sido como un jarro de agua fría. ¿Qué estaba haciendo allí? Hasta cierto punto, Abe tenía razón… Me había estado engañando, fingiendo que la familia de Dimitri era la mía para poder calmar mi dolor. Pero no lo era. Aquella no era mi casa. La academia tampoco lo era, ya no. Todo lo que me quedaba era mi promesa… la promesa que le había hecho a Dimitri. La promesa que había perdido de vista desde mi llegada a Baia.

Parte de la familia Belikov estaba en la cama cuando llegué, pero algunos aún estaban en el salón. Me escabullí por las escaleras hasta mi habitación y esperé ansiosa que Viktoria volviera a casa. Media hora después, oí pasos en la escalera y el ruido de su puerta al cerrarse. Llamé muy bajito.

—Viktoria —dije en un susurro—. Soy yo. Dime algo, por favor.

—¡No! —respondió—. No quiero volver a hablar contigo nunca.

—Viktoria…

—¡Vete!

—Estoy preocupada por ti.

—¡Tú no eres mi hermano! Ni siquiera eres mi hermana. ¡Este no es tu sitio!

Aquello me dolió. Sus gritos estaban amortiguados por la puerta, pero no quería arriesgarme a tener una pelea en el descansillo y que los demás la oyeran. Mientras iba a mi habitación con el corazón roto, me detuve frente al espejo. Justo en ese momento, supe que tenía razón. Y Abe también. Baia no era mi sitio.

En un instante había recogido todas mis pertenencias, pero dudé un segundo antes de bajar. La puerta cerrada de Viktoria parecía mirarme a los ojos y tuve que esforzarme para no volver a llamar. Si lo hacía solo provocaría otra pelea. O peor, me perdonaría… y entonces querría quedarme para siempre, perdida en la comodidad de la familia de Dimitri y en su vida sencilla.

Respiré hondo, bajé las escaleras y me encaminé a la puerta principal. Quería decirles adiós a los demás, pero me preocupaba lo mismo que con Viktoria: que sus caras me hicieran cambiar de opinión. Me di cuenta de que tenía que irme. Estaba enfadada con Viktoria y con Abe. Sus palabras me habían hecho daño, pero eran ciertas: aquel no era mi mundo. Tenía otras cosas que hacer en la vida. Y muchas promesas que mantener.

Cuando estaba a unas ocho manzanas, reduje la velocidad, no porque estuviera cansada, sino porque no sabía muy bien adónde iba. Dejar la casa había sido el paso más importante. Me senté en la acera delante de un patio de vecinos silencioso y oscuro. Quería llorar y no sabía por qué. Quería recuperar mi antigua vida. Quería a Dimitri y a Lissa. Ay, Dios, cuánto los quería.

Pero Dimitri se había ido y la única forma de volver a verlo era proponerme matarlo. Y en cuanto a Lissa… prácticamente también se había ido. Incluso aunque sobreviviera a todo aquello, no creía que pudiese perdonarme. Allí sentada, perdida y sola, intenté volver a ella una vez más. Sabía que era una tontería, teniendo en cuenta lo que ya había visto, pero tenía que intentarlo una vez más. Tenía que saber si podía volver a recuperar mi lugar a su lado. Me colé en su mente en un instante; mis emociones desbocadas facilitaron la transición. Estaba en un jet privado.

Si Jill se había quedado anonadada al conocer a los alumnos más famosos de St. Vladimir, ir de viaje con ellos la había dejado en estado casi comatoso. Lo miraba todo con los ojos como platos y casi no dijo ni una palabra en todo el viaje hasta la Corte Real. Cuando Avery le ofreció una copa de champán, Jill solo pudo tartamudear: «No… No, gracias». Después de eso, los demás parecieron olvidarse de ella y se enfrascaron en su conversación. Lissa notó la incomodidad de Jill, pero no hizo nada para remediarla. Eso me llamó la atención. La Lissa que yo conocía habría hecho todo lo posible por hacer que Jill se sintiera cómoda. Por fortuna, la chica parecía muy entretenida simplemente viendo lo que hacían los demás.

También me tranquilizó saber que Jill estaría perfectamente en cuanto conociese a Mia. Lissa había avisado a Mia para que fuese a recoger a Jill cuando aterrizaran, porque Lissa y los demás tenían que asistir a una de las recepciones de Tatiana. Mia había dicho que tomaría a Jill bajo su cuidado durante el fin de semana y le enseñaría algunas cosas nuevas que había aprendido a hacer en su magia con el agua. Lissa se alegró, contenta de no tener que hacer de canguro de una novata durante todo el fin de semana.

Aunque Lissa no le prestaba ninguna atención a Jill, no se comportaba igual con otra persona: Reed, el hermano de Avery. Su padre había decidido que sería buena idea que Reed los acompañara y, teniendo en cuenta que el señor… perdón, el director Lazar había desempeñado un papel clave en la organización del viaje junto con Tatiana, no había discusión posible. Avery había puesto los ojos en blanco y había hablado en secreto con Lissa justo antes de subir al avión.

—Todo esto es gracias a tu reputación —dijo Avery—. Papá me ha dejado ir en parte porque tú te llevas bien con la reina y él me envía a ver si se me pega algo. Y además espera que si yo me llevo bien con ella, eso también se extienda a Reed… y al resto de la familia.

Lissa intentaba no darle muchas vueltas a ese razonamiento. Principalmente estaba molesta porque Reed Lazar seguía siendo tan desagradable como el primer día. No era cruel ni nada parecido; simplemente le resultaba incómodo estar cerca de él. Era todo lo contrario a Avery. Ella era animada y siempre podía entablar conversación, pero él se quedaba callado y solo contestaba cuando le hablaban. Lissa no sabía si era por timidez o por desdén.

Cuando Lissa intentó preguntarle si tenía ganas de ir a la Corte, Reed se limitó a encogerse de hombros.

—Bueno. Me da igual.

Su tono fue casi hostil, como si no le gustara que le preguntasen, así que no volvió a intentar entablar conversación con él.

La única persona, aparte de su hermana, a la que Lissa había visto hablar alguna vez con Reed era el guardián de Avery, Simon. Él también los acompañaba.

Cuando aterrizaron, Mia estaba allí, cumpliendo con su palabra. Saludó con mucho entusiasmo a Lissa cuando bajó del avión y sus rizos rubios se agitaron al viento. Lissa le sonrió y ambas se dieron una especie de abrazo rápido, algo que nunca dejaba de sorprenderme dado que antes habían sido enemigas.

Lissa hizo las presentaciones necesarias mientras unos guardianes los escoltaban por la pista de aterrizaje hacia la parte interior de la Corte. Mia le dio a Jill una bienvenida tan cálida que la incomodidad de la chica desapareció y sus ojos verdes empezaron a brillar de entusiasmo. Sonriendo cariñosamente, Mia dejó de mirar a Jill y se dirigió a Lissa.

—¿Dónde está Rose?

Se produjo un silencio y un intercambio de miradas incómodas.

—¿Qué? —preguntó Mia—. ¿Qué he dicho?

—Rose se ha ido —respondió Lissa—. Perdona… creía que lo sabías. Lo dejó todo y se fue después del ataque porque había algunas cosas… cosas personales… de las que necesitaba ocuparse.

Lissa temió que Mia preguntara por esas cosas personales. Muy poca gente sabía lo de mi búsqueda de Dimitri y Lissa quería que eso siguiera siendo así. La mayoría creía que había desaparecido porque la batalla me había dejado traumatizada, pero la siguiente pregunta de Mia dejó a Lissa totalmente alucinada.

—¿Y por qué no te fuiste con ella?

—¿Cómo? —balbuceó Lissa—. ¿Y por qué iba a hacerlo? Rose lo ha dejado todo. Yo no tengo intención de seguir sus pasos.

—Ya, claro —Mia se puso a especular—. Estabais muy unidas… aun sin el vínculo. Pensaba que os seguiríais la una a la otra hasta el fin del mundo y ya os ocuparíais de los detalles después —la vida de Mia había sufrido tanta agitación que se tomaba estas cosas con toda la calma del mundo.

Esa ira extraña y fluctuante que ya había notado que aparecía en Lissa de vez en cuando provocó que levantara la cabeza y se volviera hacia Mia.

—Sí, bueno, si hubiéramos estado tan unidas, ella no me habría dejado, supongo. La egoísta es ella, no yo.

Sus palabras me dolieron y, obviamente, sorprendieron a Mia. Ella también tenía carácter, pero se conformó y levantó las manos en un gesto de disculpa. Era cierto que había cambiado.

—Perdón. No quería acusarte de nada.

Lissa no dijo nada más. Desde mi partida se había estado machacando con muchos temas. Le había dado vueltas y vueltas a tantas cosas que podría haber hecho antes y después del ataque, cosas con las que podría haber conseguido que me quedara. Pero lo que nunca se le había ocurrido era que podría haberme acompañado; la revelación fue como una bofetada. Las palabras de Mia le hicieron sentir culpable y enfadada al mismo tiempo… y no estaba segura de con quién estaba más enfadada, si conmigo o consigo misma.

—Sé lo que estás pensando —dijo Adrian unos minutos después, cuando Mia se llevó a Jill y prometió que se verían después.

—¿Es que ahora sabes leer el pensamiento? —preguntó Lissa.

—No me hace falta. Lo llevas escrito en la cara. Y Rose no te habría dejado ir con ella, así que deja de torturarte con eso.

Entraron en el alojamiento de los huéspedes reales, que era tan lujoso y opulento como las otras veces que habían estado allí.

—Eso no lo sabes. Podría haberla convencido.

—No —respondió Adrian bruscamente—. No habrías podido. Lo digo en serio: no encuentres otro motivo para estar deprimida.

—Oye, ¿quién dice que estoy deprimida? Como he dicho, ella fue la que me abandonó a mí.

Adrian estaba sorprendido. Desde que me fui, Lissa había estado triste la mayor parte del tiempo. A veces se mostraba enfadada por mi decisión, pero ni Adrian ni yo habíamos visto una vehemencia así en ella. Había sentimientos oscuros en su corazón.

—Creía que lo entendías —dijo Adrian frunciendo un poco el ceño—. Habías dicho que…

Avery los interrumpió mirando fijamente a Adrian.

—Oye, oye, déjala en paz, ¿eh? Te veremos en la recepción.

Habían llegado a un punto en que los grupos tenían que separarse porque las chicas iban a una parte de los alojamientos y los chicos a la otra. Adrian pareció querer decir algo más, pero asintió y se fue con Reed y un par de guardianes. Avery rodeó cariñosamente a Lissa con el brazo mientras miraba marcharse a Adrian.

—¿Estás bien? —la cara siempre sonriente de Avery estaba llena de preocupación. Eso sorprendió a Lissa tanto como los momentos de seriedad de Adrian siempre me sorprendían a mí.

—Supongo. No sé.

—No te vuelvas loca pensando lo que podrías o deberías haber hecho. El pasado, pasado está. Mira hacia el futuro.

El corazón de Lissa seguía triste y su humor era más negro de lo que había sido últimamente. Pero logró esbozar una sonrisa tensa.

—Creo que eso es lo más sabio que has dicho en tu vida.

—¡Lo sé! ¿Te lo puedes creer? ¿Crees que eso impresionará a Adrian?

Ambas se echaron a reír, pero a pesar de su apariencia alegre, Lissa todavía estaba afectada por los comentarios de Mia. Le molestaban de una forma que no creía que fuera posible. Y lo que más le fastidiaba no era la idea de que si hubiera venido conmigo, podría haber evitado que me metiese en líos. No. Lo peor era que no se le había ocurrido venir conmigo. Yo era su mejor amiga. Esa debería haber sido su reacción inmediata cuando le dije que me iba. Pero no lo fue y ahora Lissa se sentía más culpable de lo normal. La culpa la corroía y a veces se transformaba en enfado para reducir un poco el dolor. Pero eso no la ayudaba.

Su humor no mejoró según avanzaba la noche. Poco después de la llegada del grupo, la reina ofreció una pequeña recepción para los visitantes más selectos de la Corte. En otro momento de su vida, a Lissa le habría parecido divertido. Pero ya no, al menos no se lo parecían estas fiestas.

Sin embargo, guardándose sus sentimientos negativos, se puso a desempeñar el papel de niña buena de la realeza. La reina parecía feliz de que Lissa tuviera un amigo real «adecuado» y le agradó ver que mi amiga impresionaba a los otros miembros de la realeza y dignatarios que le presentaban. Pero en un momento, la resolución de Lissa estuvo a punto de flaquear.

—Antes de irte —le dijo Tatiana—, deberíamos hablar del asunto de tus guardianes.

Ella y Lissa estaban de pie junto a un grupo de admiradores y otros miembros del séquito que guardaban una distancia respetuosa. Lissa había estado observando con aire ausente las burbujas de su copa de champán intacta y la miró sobresaltada.

—¿Guardianes, Majestad?

—No hay una forma delicada de decir esto, pero lo cierto es que ahora estás sin protección —la reina hizo una pausa respetuosa—. Belikov era un buen hombre.

Mi nombre no salió de sus labios, naturalmente. Era como si nunca hubiera existido. Yo nunca le había caído bien, y menos desde el momento en que pensó que iba a fugarme con Adrian. Lissa había notado que Tatiana observaba el flirteo entre Avery y Adrian, aunque era difícil saber si la reina lo desaprobaba. Aparte de su afición a las fiestas, Avery parecía una chica modelo… Pero Tatiana siempre había querido que Lissa y Adrian acabaran juntos.

—Ahora mismo no necesito protección —dijo Lissa educadamente, pero con el corazón en un puño.

—No, pero acabarás el instituto pronto. Creo que hemos encontrado a unos candidatos excelentes. Y uno de ellos es una mujer; ha sido un golpe de suerte.

—Janine Hathaway se ofreció para ser mi guardiana —dijo Lissa de repente. Yo no lo sabía, pero mientras hablaba, pude leer la historia en su mente. Mi madre se lo había dicho poco después de que yo me fuera. Ella era muy leal a la persona que estaba protegiendo ahora, así que esto sería un gran cambio para ella.

—¿Janine Hathaway? —Tatiana levantó tanto las cejas que casi se le confundieron con el pelo—. Estoy segura de que tiene otros compromisos. No, tenemos candidatos mejores. Esta chica solo es unos años mayor que tú.

¿Un candidato mejor que Janine Hathaway? No era probable. Antes de Dimitri, mi madre había sido el ejemplo perfecto de mala leche con el que yo comparaba a todo el mundo. La «chica» de Tatiana era sin duda alguien que estaba bajo el control de la reina… Y lo que era más importante: no era una Hathaway. A la reina, mi madre le caía tan mal como yo. Una vez, cuando Tatiana se quejó de mí por algo, hizo una referencia a un hombre con el que mi madre había tenido una relación… alguien que sospechaba que podía ser mi padre: un tipo llamado Ibrahim. Lo gracioso fue que dio la impresión de que la reina también se hubiera interesado por ese hombre y me pregunté si ahí radicaría parte de su odio hacia mi familia.

Lissa sonrió educada, pero tensa, y le agradeció a la reina su consideración. Tanto Lissa como yo entendíamos lo que estaba pasando. Aquel era el juego de Tatiana. Todo el mundo era parte de su plan y no había forma de ir contra ella. Durante un breve momento, Lissa tuvo ese pensamiento extraño de nuevo sobre algo que le había dicho una vez Victor Dashkov. Además de sus descabellados planes de asesinatos y secuestros, Victor también quería iniciar una revolución entre los moroi. Creía que la distribución de poder estaba obsoleta —algo con lo que Lissa a veces también estaba de acuerdo— y por eso los que ejercían demasiado control lo utilizaban injustamente. La idea se fue tan rápido como había llegado. Victor Dashkov era un criminal loco cuyas ideas no había que tomarse en serio.

Después, en cuanto la cortesía se lo permitió, Lissa le puso una excusa a la reina y se fue cruzando la sala y sintió que iba a explotar de pena y de rabia. Estuvo a punto de arrollar a Avery a su paso.

—¡Dios! —exclamó Avery—, ¿crees que Reed puede avergonzarme aún mas? Dos personas han intentado hablar con él, pero las ha espantado. De hecho le dijo a Robin Badica que se callara. Sí, es verdad que no dejaba de hablar y hablar… pero de todas formas… Eso no mola —la dramática expresión de exasperación de Avery desapareció cuando vio la cara de Lissa—. Oye, ¿qué pasa?

Lissa miró a Tatiana y después se volvió hacia Avery para hallar consuelo en los ojos azul grisáceo de su amiga.

—Necesito salir de aquí —Lissa respiró hondo para calmarse—. ¿Y «todo lo bueno» que decías que conocías por aquí? ¿Cuándo va a pasar?

Avery sonrió.

—En cuanto tú quieras.

Volví a mi ser, allí sentada en la acera. Mis emociones seguían desbocadas y luchaba por no llorar. Mis dudas anteriores se habían visto confirmadas: Lissa ya no me necesitaba… pero seguía teniendo la extraña sensación de que algo raro estaba pasando y yo no acababa de saber el qué. Supongo que su culpabilidad tras el comentario de Mia o los efectos secundarios del espíritu podían estar afectándola, pero… no era la misma Lissa.

Unos pasos en la acera me hicieron levantar la vista. De toda la gente que podría haberme encontrado yo habría esperado ver aparecer a Abe o a Viktoria. Pero no era ninguno de los dos.

Era Yeva.

La anciana se quedó allí de pie, con un chal cubriéndole los estrechos hombros y sus ojos astutos e inteligentes mirándome con desaprobación. Suspiré.

—¿Qué ha pasado? ¿Se ha caído una casa encima de tu hermana? —le pregunté. Tal vez había una ventaja en que no nos entendiéramos. Ella apretó los labios.

—No puedes quedarte aquí más tiempo —dijo.

Me quedé con la boca abierta.

—Pero… ¿hablas mi idioma?

Ella rio entre dientes.

—Claro.

Me levanté de un salto.

—¿Y todo este tiempo has estado fingiendo que no lo hablabas, haciendo que Paul te hiciera de traductor?

—Es más fácil —contestó—. Te evitas muchas conversaciones irritantes si no hablas el idioma. Y yo creo que los americanos son los que tienen siempre las conversaciones más irritantes.

Yo seguía espantada.

—¡Pero si ni siquiera me conocías! Y desde el primer día me has hecho la vida imposible, ¿por qué? ¿Es que me odias?

—No te odio, pero estoy decepcionada.

—¿Decepcionada? ¿Por qué?

—Soñé que ibas a venir.

—Me lo han dicho. ¿Sueñas mucho?

—A veces —dijo. La luz de la luna brillaba en sus ojos aumentando su apariencia sobrenatural. Un escalofrío me recorrió la espalda—. A veces mis sueños son ciertos y, a veces, no. Soñé que Dimka estaba muerto, pero no quise creerlo hasta que tuviera alguna prueba. Y tú eres la prueba.

—¿Y por eso estás decepcionada?

Yeva se arropó mejor con el chal.

—No. En mis sueños tú brillabas. Ardías como una estrella y te veía como una guerrera, alguien que podía hacer cosas importantes. Pero… te has quedado sentada y deprimida. No has hecho nada. No has hecho lo que venías a hacer.

La estudié preguntándome si sabía de lo que estaba hablando.

—¿Y qué es eso que venía a hacer?

—Ya lo sabes. También he soñado con eso.

Esperé algo más. Pero como no dijo nada, reí.

—Una respuesta muy vaga. Eres tan mala en tus predicciones como cualquier adivina.

Incluso en la oscuridad, pude ver que los ojos se le enfurecían.

—Has venido a buscar a Dimka. A intentar matarlo. Debes encontrarlo.

—¿A qué te refieres con «intentar»? —no quería creerla, no quería creer que de verdad conocía mi futuro. Pero me quedé enganchada a sus palabras—. ¿Has visto lo que va a ocurrir? ¿Voy a matarlo?

—No puedo verlo todo.

—Oh, fantástico.

—Solo he visto que debes encontrarlo.

—¿Eso es todo lo que me dices? ¡Eso ya lo sabía!

—Es lo que he visto.

Gruñí.

—Maldita sea, no tengo tiempo para esas pistas tan crípticas. Si no puedes ayudarme, no digas nada.

Se quedó callada.

Me eché la bolsa al hombro.

—Bien. Me voy —y en ese instante supe adónde pensaba ir—. Dile a los demás… Bueno, dales las gracias por todo. Y diles que lo siento.

—Estás haciendo lo correcto —me dijo—. Este no es el sitio donde debes estar.

—Eso me han dicho —murmuré mientras me alejaba.

Me pregunté si iba a decir algo más: reprenderme, maldecirme, transmitirme alguna otra de sus misteriosas palabras de «sabiduría». Pero se quedó callada y yo no miré atrás.

Ya no tenía casa, ni allí ni en Estados Unidos. Lo único que me quedaba era hacer lo que había ido a hacer. Le había dicho a Abe que mantenía mis promesas. Eso haría. Me iría de Baia, tal como le había dicho. Y mataría a Dimitri, como me había prometido a mí misma que haría.

Ahora sabía adónde ir. No había olvidado la dirección: el 83 de Kasakova. No sabía dónde estaba, pero cuando llegué al centro de la ciudad, un hombre que iba por la calle me indicó hacia dónde ir. La dirección estaba cerca, a un kilómetro y medio, y me encaminé hacia allí a buen paso.

Cuando llegué a la casa me alegró ver que las luces todavía estaban encendidas. Aun molesta y furiosa como estaba, no tenía ganas de despertar a nadie. Tampoco quería hablar con Nikolai y me sentí aliviada al ver que era Denis quien abría la puerta.

El asombro llenó su cara al verme. A pesar de sus atrevidas palabras de aquella mañana en la iglesia, no me pareció que realmente se creyese que me iba a unir a él y al resto de los que no llevaban la marca de la promesa. Se quedó sin habla, así que hablé yo.

—He cambiado de idea. Me voy con vosotros —inspiré hondo preparándome para lo que vendría después. Le había prometido a Abe que dejaría Baia… pero no le había prometido que volvería a Estados Unidos—. Llevadme con vosotros a Novosibirsk.