TRECE

El día siguiente era el día de Pascua. Todo el mundo se levantó y se preparó para ir a la iglesia. Toda la casa tenía un olor delicioso por los aromas de lo que estaba cocinando Olena. A mí me sonaban las tripas y me pregunté si podría esperar hasta el final de la tarde para probar esa gran cena que había preparado. Aunque no estaba muy segura del tema de Dios, en mi vida había ido mucho a misa, la mayor parte de las veces como cortesía, como forma de ser educada y de relacionarme con otras personas. Dimitri iba porque encontraba paz allí y yo me pregunté si ir hoy podría darme alguna idea sobre lo que debía hacer.

Acompañándolos a ellos me sentí como una pordiosera. Todos llevaban sus mejores galas, pero yo no tenía más que vaqueros y camisetas informales. Viktoria, al notar mi incomodidad, me prestó una blusa blanca de encaje que me estaba un poco estrecha pero me quedaba bien. Cuando me acomodé con la familia en un banco, miré a mi alrededor, preguntándome cómo Dimitri podía haber encontrado consuelo en la diminuta capilla de la academia si había crecido en ese sitio.

Era enorme. Cabían cuatro capillas allí dentro. Los techos eran altos y muy elaborados y las decoraciones doradas y los iconos de santos parecían cubrirlo todo. Era abrumador y muy impresionante. Un incienso dulce perfumaba fuertemente el aire, tanto que hasta podía ver el humo.

Había mucha gente allí, humanos y dhampir, y me sorprendió ver incluso algún moroi. Aparentemente, los moroi que estaban de visita en el pueblo eran lo bastante creyentes para ir a la iglesia a pesar de las sórdidas actividades en las que estuvieran metidos. Y hablando de moroi…

—Abe no está aquí —le dije a Viktoria mirando a mi alrededor. Ella estaba a mi izquierda y Olena a mi derecha. Aunque no me había parecido religioso, por alguna razón esperaba que me hubiera seguido hasta allí. Pensé que tal vez su ausencia significaba que se había marchado de Baia. Aún estaba un poco nerviosa después de nuestro último encuentro—. ¿Se habrá ido del pueblo?

—Creo que es musulmán —explicó Viktoria—. Pero según las últimas noticias que tengo, sigue por aquí. Karolina lo ha visto esta mañana.

Maldito Zmey. No se había ido. ¿Qué era lo que había dicho? «Un muy buen amigo o un mal enemigo».

Como no dije nada, Viktoria me miró preocupada.

—Nunca ha hecho nada malo cuando está por aquí. Normalmente tiene reuniones y después desaparece. Cuando te dije que no creía que te fuera a hacer daño lo decía en serio, pero ahora me estás preocupando. ¿Tienes problemas?

Excelente pregunta.

—No lo sé. Parece interesado en mí, eso es todo. Pero no se me ocurre por qué.

Ella frunció el ceño aún más.

—No dejaremos que te ocurra nada —dijo con ferocidad.

Sonreí tanto por su preocupación como por todo lo que se parecía a Dimitri en ese momento.

—Gracias. Hay algunas personas en mi país que quizá me estén buscando y yo creo que Abe está solo… vigilándome —era una buena forma de describir a alguien que iba a llevarme a rastras de vuelta a Estados Unidos chillando y pataleando… o hacerme desaparecer.

Viktoria pareció sentir que estaba suavizando la verdad.

—Bueno, lo digo en serio. No pienso permitir que te haga daño.

La conversación quedó interrumpida por el inicio de la misa. Aunque los cánticos del sacerdote eran maravillosos, la misa significó para mí menos todavía de lo habitual. Todo fue en ruso, como en el funeral, y nadie se molestó en traducírmelo ese día. No me importó. Mientras seguía admirando la belleza que me rodeaba, me puse a pensar en otra cosa. A la izquierda del altar, un ángel de cabellos dorados me miró desde la altura de un icono de más de un metro.

Me asaltó un recuerdo inesperado. Dimitri había conseguido permiso para que yo le acompañara en un viaje relámpago de fin de semana a Idaho para un encuentro con otros guardianes. Idaho no era un lugar al que me apeteciera ir, pero agradecí poder pasar tiempo con él, y convenció a los funcionarios de la academia de que era una «experiencia formativa». Eso había sido poco después de la muerte de Mason y de las consecuencias que esa tragedia había tenido en la academia, por eso creo sinceramente que me habrían dejado ir de todas formas.

Por desgracia hubo muy poco ocio y romanticismo en ese viaje, si es que hubo algo. Dimitri tenía un trabajo que hacer y quería hacerlo rápido. Así que viajamos con la mayor celeridad posible, parando solo cuando era absolutamente necesario. Teniendo en cuenta que en nuestro último viaje en coche habíamos acabado topándonos con una masacre moroi, el hecho de que este fuera aburrido fue algo bueno. No me dejó conducir, algo habitual, a pesar de que dije una y otra vez que podríamos llegar en la mitad de tiempo. Tal vez fue precisamente por eso por lo que no me dejó conducir.

Paramos una vez para echar gasolina y comprar algo de comer en la tienda de la gasolinera. Estábamos en algún lugar de las montañas, en un pueblo diminuto que podía rivalizar con St. Vladimir por ser el lugar más perdido del mundo. En los días claros, desde la academia podía ver las montañas, pero era completamente distinto a estar allí. Nos rodeaban y estaban tan cerca que daba la impresión de que podías dar un salto y aterrizar en una. Dimitri estaba acabando con el coche. Con un bocadillo en la mano caminé hasta la parte de atrás de la gasolinera para tener una vista mejor.

El único rastro de civilización que proporcionaba la gasolinera desapareció cuando la dejé atrás. Delante de mí había una extensión infinita de pinos nevados y todo estaba silencioso e inmóvil, aparte del sonido lejano de la autopista que tenía a la espalda. Sufría por lo que le había pasado a Mason y todavía tenía pesadillas con strigoi que nos secuestraban. A ese dolor le faltaba mucho para desaparecer, pero algo en aquel lugar tan tranquilo había conseguido calmarme momentáneamente.

Miré la nieve intacta de unos treinta centímetros de espesor y se me pasó por la cabeza una idea loca. Me dejé caer y aterricé en la nieve boca arriba. La nieve espesa me rodeó y me quedé un momento descansando, sintiéndome cómoda allí tumbada. Después empecé a mover los brazos y las piernas, vaciando aquel espacio de nieve. Al acabar, no me levanté; me quedé allí tumbada, mirando el cielo azul.

—¿Qué estás haciendo? —me preguntó Dimitri—. Aparte de enfriar el bocadillo, claro.

Su sombra cayó sobre mí y levanté la vista para ver su alta silueta. A pesar del frío, había salido el sol y sus rayos iluminaban su pelo desde atrás.

«Él podría ser el ángel», pensé.

—Estoy haciendo un angelito en la nieve —respondí—. ¿No sabes lo que es?

—Sí, claro. Pero, ¿por qué? Te estarás congelando.

Llevaba un grueso abrigo de invierno, gorro, guantes y todos los demás accesorios necesarios para el frío. Tenía razón en lo del bocadillo.

—La verdad es que no. Bueno, la cara sí, un poco.

Negó con la cabeza y me dedicó una sonrisa.

—Tendrás frío cuando estés en el coche y toda esa nieve empiece a fundirse.

—Creo que te preocupa más el coche que yo.

Soltó una carcajada.

—Me preocupa que sufras una hipotermia.

—¿Por esto? Esto no es nada —di una palmadita en el suelo a mi lado—. Vamos. Haz uno tú también y después nos vamos.

Él siguió mirándome.

—¿Para que me congele yo también?

—Para que te diviertas. Para que dejes tu marca en Idaho. Además, esto no debería ser nada para ti, ¿no? ¿No tienes una especie de resistencia superior al frío por el tiempo que pasaste en Siberia?

Suspiró con la sonrisa todavía en los labios. Fue suficiente para calentarme el corazón, incluso con aquel frío.

—Ya estás otra vez, convencida de que Siberia es como la Antártida. Yo soy de la parte sur. El tiempo allí es casi el mismo que aquí.

—Estás poniendo excusas —le repliqué—. A menos que quieras llevarme a rastras hasta el coche, vas a tener que hacer un angelito.

Dimitri me estudió durante unos segundos y creí que estaba a punto de arrastrarme. Pero aún tenía la cara alegre y su expresión irradiaba un cariño que hizo que se me acelerase el corazón. Entonces, sin avisar, se dejó caer en la nieve a mi lado y se quedó tumbado en silencio.

—Vale —dije al ver que no hacía nada—. Ahora tienes que mover los brazos y las piernas.

—Ya sé cómo se hace un angelito en la nieve.

—¡Entonces hazlo! Si no, vas a parecer más una silueta de tiza en la escena del crimen.

Volvió a reírse y su risa sonó vibrante y cálida en el aire tranquilo. Al fin, después de que le animara un poco más, movió los brazos y las piernas para hacer su ángel. Cuando acabó, yo esperaba que se levantara de un salto y que exigiera que volviéramos a la carretera, pero en vez de eso se quedó allí mirando el cielo y las montañas.

—Bonito, ¿eh? —le pregunté. Mi respiración creaba nubes heladas en el aire—. Supongo que en cierto modo no es muy diferente de la vista de la estación de esquí… pero no sé. Me siento totalmente diferente ante esta vista hoy.

—La vida es así —me dijo—. Según vamos creciendo y cambiando, algunas cosas que hemos experimentado antes adquieren un nuevo significado. Te va a volver a pasar durante el resto de tu vida.

Empecé a burlarme de él por esa tendencia a dar siempre esas lecciones tan profundas sobre la vida, pero me di cuenta de que tenía razón. Cuando empecé a sentir algo por Dimitri, los sentimientos lo devoraban todo. Nunca había sentido nada igual antes. Estaba convencida de que no había forma de que pudiera quererle más. Pero, después de haberlo visto con Mason y los strigoi, las cosas eran diferentes. Quería a Dimitri más intensamente. Lo quería de una manera distinta, más profunda. Ver lo frágil que era la vida me había hecho apreciarle más. Me había dado cuenta de lo mucho que significaba para mí y de lo triste que estaría si llegara a perderlo.

—¿Crees que estaría bien tener una cabaña ahí arriba? —le pregunté señalando un pico cercano—. ¿En medio de los bosques, donde nadie pueda encontrarte?

—Para mí estaría bien. Creo que tú te aburrirías.

Intenté imaginarme atrapada en el bosque con él. Una habitación pequeña, una chimenea, una cama… No creo que fuera tan aburrido.

—No estaría tan mal si tuviéramos televisión por cable. E internet —y calor humano.

—Ay, Rose —no llegó a reírse, pero noté que estaba sonriendo otra vez—. No creo que pudieras ser feliz en un sitio tranquilo. Tú siempre necesitas algo que hacer.

—¿Me estás diciendo que no soy capaz de mantener la atención durante mucho tiempo?

—En absoluto. Estoy diciendo que hay un fuego en ti que es el impulso de todo lo que haces, que hace que necesites cambiar el mundo y a las personas a las que quieres. Que quieras defender a los indefensos. Es una de tus mejores cualidades.

—Solo una, ¿eh? —lo dije despreocupadamente, pero sus palabras me habían conmovido. Lo de que era una buena cualidad lo decía en serio. Sentir que estaba orgulloso de mí significó para mí más que cualquier otra cosa en ese momento.

—Una de muchas —aclaró. Se sentó y me miró—. Así que nada de cabañas aisladas para ti. Al menos no hasta que seas viejecita.

—¿Cuando tenga cuántos? ¿Cuarenta?

Negó con la cabeza —lo sacaba de quicio— y se levantó. No le había gustado que le respondiera con un chiste. Pero siguió mirándome con el mismo cariño que había oído en su voz. También había admiración y pensé que no podría ser infeliz mientras Dimitri pensara que yo era guapa y maravillosa. Se inclinó y me tendió la mano.

—Ya es hora de irse.

Se la agarré y le dejé ayudarme a levantarme. Una vez de pie, tuvimos las manos unidas un segundo más de lo necesario. Después nos soltamos y admiramos nuestro trabajo. Dos ángeles perfectos en la nieve, uno mucho más alto que el otro. Con cuidado de no pisar la silueta, me acerqué e hice una línea horizontal sobre las dos cabezas.

—¿Qué es eso? —me preguntó cuando volví junto a él.

—Halos —le dije con una sonrisa—. Para las criaturas divinas como nosotros.

—Eso igual es exagerar un poco.

Examinamos nuestros angelitos unos segundos más, mirando el lugar en el que habíamos estado tumbados el uno junto al otro en aquel dulce y tranquilo momento. Deseé que lo que había dicho fuera cierto: que de verdad hubiéramos dejado nuestra marca en la montaña. Pero sabía que, tras la siguiente nevada, nuestros ángeles desaparecerían bajo la blancura y solo quedarían los recuerdos.

Dimitri me tocó el brazo suavemente y, sin una palabra más, nos giramos y volvimos al coche.

Comparado con ese recuerdo de él y cómo me miraba en aquella montaña, pensé que el ángel que me miraba en esa iglesia resultaba algo pálido y aburrido. Sin ánimo de ofender.

La congregación estaba volviendo a sus asientos después de comulgar. Yo me quedé sentada durante ese tiempo, pero entendí algunas de las palabras del sacerdote. Vida. Muerte. Destruir. Eterna. Sabía suficiente sobre aquello como para deducir el significado. Apostaría a que la palabra «resurrección» también iba incluida. Suspiré y deseé que realmente fuera tan fácil vencer a la muerte y traer de vuelta a los que amamos.

La misa terminó y yo salí con los Belikov, sintiéndome muy melancólica. Cuando la gente pasaba a nuestro lado cerca de la entrada, vi que intercambiaban huevos. Viktoria me había explicado que eso era una tradición importante allí. Algunas personas que no conocía me dieron unos cuantos y yo me sentí fatal por no tener nada que darles a cambio. También me pregunté cómo iba a poder comérmelos todos. Estaban decorados de distintas formas. Algunos solo estaban pintados de un color; otros tenían diseños muy elaborados.

Todo el mundo tenía ganas de hablar después de salir de la iglesia, así que nos quedamos por allí cerca un rato. Amigos y familia se abrazaban y cotilleaban un poco. Me quedé de pie cerca de Viktoria, sonriendo e intentando seguir la conversación que muchas veces alternaba el inglés con el ruso.

—¡Viktoria!

Nos volvimos y vi a Nikolai acercándose a nosotras. Nos dedicó —es decir, se la dedicó a ella— una sonrisa de oreja a oreja. Iba vestido de punta en blanco para la fiesta y estaba fantástico con una camisa verde salvia y una corbata de un tono más oscuro. Observé a Viktoria preguntándome si su aspecto tenía algún efecto en ella. No. Su sonrisa era educada, se alegraba de verlo, pero no era nada romántico. Volví a preguntarme por su «amigo» misterioso.

Nikolai iba con un par de chicos que ya había conocido antes. Me saludaron. Igual que los Belikov, parecían pensar que ya era una más de la familia.

—¿Vas a ir a la fiesta de Marina entonces? —le preguntó Nikolai.

Casi se me había olvidado. Era la fiesta a la que la había invitado el día que lo conocí. Viktoria aceptó entonces pero, para mi sorpresa, ahora negó con la cabeza.

—No podemos. Tenemos planes familiares.

No tenía ni idea. Existía la posibilidad de que hubiera surgido algo que yo no sabía aún, pero lo dudaba. Tuve la sensación de que estaba mintiendo pero, como amiga fiel, no dije nada para contradecirla. Pero fue duro ver cómo se entristecía la cara de Nikolai.

—¿Ah, sí? Te vamos a echar de menos.

Ella se encogió de hombros.

—Nos veremos en el instituto.

No parecía que eso fuese a consolarlo.

—Sí, pero…

De repente Nikolai apartó la mirada de la cara de Viktoria y la fijó en algo que había detrás de nosotras. Frunció el ceño. Las dos miramos hacia allí y yo también sentí que me cambiaba el humor.

Tres hombres se acercaban al grupo. También eran dhampir. No noté nada inusual en ellos, aparte de sus sonrisas, pero los otros dhampir y los moroi que había junto a la iglesia pusieron expresiones similares a las de mis compañeros. Inquietas. Preocupadas. Incómodas. Los tres hombres se detuvieron cerca de nosotros y se abrieron camino hasta nuestro círculo.

—Suponía que estarías aquí, Kolya —dijo uno. Habló en un inglés perfecto y necesité un momento para darme cuenta de que le hablaba a Nikolai. Nunca comprenderé los diminutivos rusos.

—No sabía que habías vuelto —respondió Nikolai fríamente.

Al estudiarlos a los dos pude ver un claro parecido. Tenían el mismo pelo color bronce y la misma constitución delgada. Hermanos, aparentemente.

El hermano de Nikolai me miró. Se le iluminó la cara.

—Y tú debes de ser la chica americana no sometida a juramento —no me sorprendió que supiera quién era. Después del funeral, la mayoría de los dhampir locales habían estado contando historias sobre la chica americana que había librado batallas contra los strigoi pero que no llevaba la marca de la promesa ni de la graduación.

—Soy Rose —le dije. No sabía qué pasaba con aquellos hombres, pero no iba a demostrar miedo delante de ellos. Él pareció apreciar mi confianza y me estrechó la mano.

—Yo soy Denis —señaló a sus amigos—. Artur y Lev.

—¿Cuándo habéis llegado a la ciudad? —preguntó Nikolai, que seguía sin parecer muy contento por aquel encuentro.

—Esta mañana —Denis se volvió hacia Viktoria—. He oído lo de tu hermano. Lo siento.

La expresión de Viktoria era dura, pero asintió con educación.

—Gracias.

—¿Es cierto que cayó defendiendo a los moroi?

No me gustó el tono despectivo de su voz, pero fue Karolina la que expresó el enfado de mis pensamientos. No me había dado cuenta de que se había acercado al grupo. Tampoco ella parecía alegrarse de ver a Denis.

—Cayó luchando contra los strigoi. Murió como un héroe.

Denis se encogió de hombros, inmune al tono furioso de su voz.

—Eso no cambia que esté muerto. Estoy seguro de que los moroi cantarán sus alabanzas durante años.

—Claro que sí —respondí—. Salvó a unos cuantos moroi. Y también dhampir.

Denis volvió a mirarme. Su mirada se mostraba pensativa mientras estudiaba mi cara durante unos segundos.

—He oído que tú también estabas allí. Os enviaron a una batalla imposible a los dos.

—No era imposible. Ganamos.

—¿Diría eso Dimitri si estuviera vivo?

Karolina cruzó los brazos sobre el pecho.

—Si has venido buscando bronca, será mejor que te vayas. Esto es una iglesia —qué curioso. Cuando la conocí pensé que parecía tan amable y tan dulce… solo una mujer joven normal que trabajaba para mantener a su familia. Pero en ese momento me recordaba más a Dimitri que nunca. Podía ver la misma fuerza en su interior, esa ferocidad que la llevaba a proteger a los que quería y a enfrentarse a sus enemigos. Aunque esos tipos no fueran sus enemigos exactamente. No entendía todavía quiénes eran, la verdad.

—Solo estamos hablando —replicó Denis—. Solo quiero entender lo que le pasó a tu hermano. Créeme, su muerte me parece una tragedia.

—Él no lo lamentaría —les dije—. Murió luchando por lo que creía.

—Defendiendo a otros que no lo valoraban.

—Eso no es cierto.

—¿Ah, no? —Denis mostró una sonrisa torcida—. Entonces, ¿por qué tú no trabajas para los guardianes? Has matado strigoi, pero no llevas la marca de la promesa. Ni siquiera una de graduación, por lo que he oído. ¿Por qué no te lanzas a proteger a los moroi?

—Denis, vete por favor —pidió Nikolai incómodo.

—No estoy hablando contigo, Kolya —los ojos de Denis seguían fijos en mí—. Estoy intentando entender a Rose. Mata strigoi, pero no trabaja para los guardianes. Está claro que no es como el resto de la gente de este pueblo, tan blanda. Tal vez se parezca más a nosotros.

—No tiene nada que ver con vosotros —respondió Viktoria.

Entonces lo entendí y un escalofrío me recorrió la espalda. Estos dhampir pertenecían al tipo del que me había hablado Mark. Los no sometidos a juramento. Los justicieros que buscaban strigoi por su cuenta, los que ni se establecían ni respondían ante ningún guardián. No deberían ponerme nerviosa. En cierto modo, Denis tenía razón. Simplificando mucho las cosas, yo era igual que ellos. Pero… había algo en esos hombres que me daba mala espina.

—¿Y por qué estás en Rusia? —preguntó uno de los amigos de Denis. Ya ni me acordaba de su nombre—. Es un viaje muy largo. No habrías venido hasta aquí sin una buena razón.

Viktoria empezaba a contagiarse del enfado de su hermana.

—Ha venido a contarnos lo de Dimka.

Denis me miró.

—Creo que ha venido aquí a cazar strigoi. En Rusia hay más para escoger que en Estados Unidos.

—No estaría en Baia si estuviera cazando strigoi, idiota —le respondió Viktoria sin alterarse—. Estaría en Vladivostok, en Novosibirsk o en algún sitio así.

Novosibirsk. El nombre me sonaba. Pero, ¿dónde lo había oído? La respuesta me llegó un segundo después. Sydney lo había mencionado. Novosibirsk era la ciudad más grande de Siberia.

—Tal vez solo esté de paso —prosiguió Denis—. Tal vez quiera unirse a nosotros cuando vayamos a Novosibirsk mañana.

—¡Estoy aquí! —exclamé—. Dejad de hablar de mí como si no estuviera. ¿Y por qué iba a querer ir con vosotros?

Los ojos de Denis brillaron con una luz intensa y febril.

—Es fácil cazar allí. Hay muchos strigoi. Ven con nosotros y podrás ayudarnos a darles caza.

—¿Y cuántos de vosotros volveréis después? —preguntó Karolina con dureza—. ¿Dónde está Timosha? ¿Y Vasiliy? Tus partidas de caza se componen cada vez de menos hombres. ¿Quién será el siguiente? ¿Qué familia será la próxima en ir de entierro?

—Para ti es fácil hablar —respondió el amigo. Lev, creo que se llamaba—. Tú te quedas aquí y no haces nada mientras que nosotros salimos para mantenerte segura.

Karolina lo miró con desprecio y recordé que ella salía con un guardián.

—Vosotros salís ahí fuera y actuáis sin pensar. Si queréis mantener nuestra seguridad, quedaos y defended a vuestras familias cuando lo necesiten. Y si queréis ir tras los strigoi, uníos a los guardianes y trabajad con la gente que tiene un poco de cabeza.

—¡Los guardianes no cazan strigoi! —gritó Denis—. ¡Se sientan a esperar y les hacen reverencias a los moroi!

Lo peor del asunto es que tenía parte de razón. Pero no del todo.

—Eso está cambiando —intervine—. Hay un movimiento que propone adoptar una actitud ofensiva contra los strigoi. También se habla de que los moroi aprendan a luchar con nosotros. Podríais ayudar formando parte de todo eso.

—¿Como tú? —preguntó, y se echó a reír—. Aún no nos has dicho por qué estás aquí y no con ellos. Puedes decirle lo que quieras a los de este grupo, pero yo sé por qué estás aquí. Lo veo —su mirada inquietante y peligrosa casi me hizo creer que de verdad podía verlo—. Sabes que la única forma de librar al mundo del mal es hacerlo por tu cuenta. Buscar a los strigoi y matarlos uno por uno.

—Sin un plan —apuntilló Karolina—. Sin pensar en las consecuencias.

—Somos fuertes y sabemos luchar. Eso es todo lo que necesitamos saber a la hora de matar strigoi.

Y entonces fue cuando lo comprendí. Por fin entendí lo que Mark había intentado decirme. Denis estaba diciendo justo lo que yo llevaba pensando desde que abandoné St. Vladimir. Había huido sin un plan, deseando lanzarme al peligro porque sentía que tenía una misión que solo yo podía realizar. Yo era la única que podía matar a Dimitri. Solo yo podía destruir el mal que había en él. No había pensado en cómo lo iba a lograr, teniendo en cuenta que Dimitri me había vencido más veces que yo a él en las peleas cuando todavía era un dhampir. ¿Y ahora, con la fuerza y la velocidad de un strigoi? Lo tenía todo en contra. Pero no me importaba. Estaba obsesionada, convencida de que tenía que hacerlo.

En mi cabeza todo lo que tenía que hacer tenía sentido, pero ahora… al oírlo en boca de Denis parecía una locura. Algo tan temerario como me había dicho Mark. Puede que sus motivos fueran buenos —igual que los míos—, pero también eran suicidas. Sin Dimitri, ya no me importaba demasiado la vida. Antes nunca había temido correr riesgos, pero entonces me di cuenta de que había una gran diferencia entre morir inútilmente y morir por una razón. Si moría intentando matar a Dimitri por no tener una estrategia, entonces mi vida no tendría ningún sentido.

En ese momento el sacerdote se acercó y nos dijo algo en ruso. Por su tono y su expresión creo que preguntó si todo iba bien. Se había mezclado con el resto de la congregación después de la misa. Como era humano, probablemente no conocía todos los conflictos políticos de los dhampir, pero seguro que se había percatado de los problemas.

Denis sonrió bobaliconamente y le dijo algo que sonó como una explicación educada. El sacerdote le sonrió, asintió y se alejó cuando le llamó otra persona.

—Basta —zanjó Karolina con dureza cuando el sacerdote ya no pudo oírla—. Tenéis que iros. Ahora.

El cuerpo de Denis se tensó y el mío respondió, listo para la lucha. Creí que iba a empezar una pelea allí mismo, pero unos segundos después, se relajó y se volvió hacia mí.

—Enséñamelas primero.

—¿Que te enseñe qué? —pregunté.

—Las marcas. Enséñame a cuántos strigoi has matado.

No respondí inmediatamente porque me estaba preguntando si sería un truco. Todos me miraban. Me giré un poco, me levanté el pelo de la nuca y le enseñé los tatuajes. Ahí tenía unas pequeñas marcas molnija con forma de relámpago, junto a la marca que había ganado por la batalla. Por el sonido que emitió Denis deduje que no había visto tantas nunca. Me solté el pelo y lo miré sin inmutarme.

—¿Algo más? —pregunté.

—Estás malgastando el tiempo —dijo al fin, señalando a la gente que había detrás de mí—. Con ellos. En este sitio. Deberías venir con nosotros a Novosibirsk. Te ayudaremos a conseguir que tu vida valga la pena.

—Yo soy la única que puede hacer algo con mi vida —les señalé la calle—. Os han pedido que os vayáis. Hacedlo.

Contuve la respiración, lista para una pelea. Después de unos segundos de tensión, el grupo se retiró. Antes de irse, Denis me lanzó una mirada penetrante.

—Esto no es lo que quieres y lo sabes. Si cambias de opinión, ven a buscarnos al 83 de Kasakova. Nos vamos mañana al amanecer.

—Os iréis sin mí —le aseguré.

La sonrisa de Denis me provocó otro escalofrío en la espalda.

—Ya veremos.