ONCE

Me quedé mirando a Mark durante varios segundos. Después conseguí preguntar estúpidamente:

—¿Has dicho… curar?

Mark me devolvió la mirada con idéntica sorpresa.

—Sí, claro. Ella puede curar otras cosas, ¿no? ¿Por qué no curar eso también?

—Porque… —dije con el ceño fruncido—. No tiene sentido. La oscuridad… todos los efectos negativos… Vienen de Lissa. Si ella pudiera curarlos, ¿por qué no se los cura a sí misma?

—Porque en ella están demasiado arraigados, demasiado unidos a su ser. No puede curarlos igual que otras cosas. Pero una vez que tú lo has extraído de tu vínculo, es como si fuera una enfermedad más.

El corazón me latía con fuerza en el pecho. Lo que sugería era tan ridículamente fácil… No, era ridículo y punto. No podía ser que, después de todo lo que habíamos pasado, Lissa ahora pudiera curar toda mi rabia y mi depresión igual que un resfriado o una pierna rota. Victor Dashkov, a pesar de sus intenciones malvadas, sabía muchísimas cosas sobre el espíritu y nos las había explicado; los otros cuatro elementos eran de una naturaleza más física, pero el espíritu venía de la mente y el alma. Utilizar toda esa energía mental para lograr cosas tan poderosas no podría hacerse sin sufrir unos efectos secundarios devastadores. Nosotras habíamos estado luchando con esos efectos desde el principio, primero Lissa y después yo. No podían desaparecer así como así.

—Si eso fuera posible —dije en voz baja— entonces todo el mundo lo haría. La señora Karp no habría perdido la cabeza. Anna no se habría suicidado. Lo que dices es demasiado fácil —Mark no sabía de quién estaba hablando, pero eso no era relevante para lo que quería transmitirme.

—Tienes razón. Y no es nada fácil. Requiere un cuidadoso equilibrio, un círculo de confianza y de fuerza entre dos personas. A Oksana y a mí nos llevó mucho tiempo aprender… muchos años difíciles…

Su expresión se oscureció. Solo podía alcanzar a imaginarme cómo habían sido esos años. El breve tiempo con Lissa había sido bastante duro. Ellos habían tenido que vivir con eso mucho más tiempo que nosotras. Seguro que había sido insoportable en algunos momentos. Lentamente, todavía sorprendida, me atreví a creer en sus palabras.

—¿Pero ahora estáis bien?

—Hum… —vi el destello de una sonrisa triste en sus labios—. Yo no diría que estamos perfectamente. Ella solo puede hacer lo que está en su mano, pero eso hace que la vida sea más soportable. Va espaciando las curaciones todo lo que puede mientras podemos soportarlo, porque se entrega demasiado. Son agotadoras y limitan sus poderes totales.

—¿Qué quieres decir?

Él se encogió de hombros.

—Todavía puede hacer las otras cosas… las curaciones… la coerción… pero no al nivel que las haría si no estuviese siempre curándome a mí.

Mis esperanzas comenzaron a desvanecerse.

—Ah. Entonces… No podría. Yo no podría hacerle eso a Lissa.

—¿En comparación con lo que ella te está haciendo a ti? Rose, tengo la sensación de que ella te diría que es un trato justo.

Volví a pensar en nuestro último encuentro. Recordé cómo la había abandonado a pesar de sus súplicas. Pensé en lo mal que lo estaba pasando por mi ausencia, en cómo se había negado a curar a Dimitri cuando yo creía que aún había esperanza para él. Ambas nos habíamos portado mal la una con la otra.

Negué con la cabeza.

—No lo sé —dije con un hilo de voz—. No sé si pensaría eso.

Mark me miró largamente, pero no insistió. Levantó la vista hacia el sol, casi como si al verlo pudiese adivinar qué hora era. Seguramente podía. Al mirarlo, pensé que sería capaz de sobrevivir en plena naturaleza.

—Los otros se estarán preguntando qué nos habrá pasado. Antes de irnos… —metió la mano en el bolsillo y sacó un anillo de plata pequeño y sencillo—. Aprender a curar lleva su tiempo. Lo que me preocupa ahora mismo es ese rollo justiciero que te traes. La oscuridad no hará más que empeorarlo todo. Toma esto.

Me tendió el anillo. Vacilé, pero al final lo tomé en mis manos.

—¿Qué es?

—Oksana lo ha infundido con el espíritu. Es un amuleto con un hechizo curativo.

Una vez más me quedé asombrada. Los moroi hechizaban objetos con los elementos constantemente. Las estacas estaban hechizadas con los cuatro elementos físicos, y eso las hacía letales para los strigoi. Victor había hechizado un collar con la magia de la tierra, utilizando la naturaleza básica de la tierra para convertir el collar en un hechizo de lujuria. Hasta el tatuaje de Sydney era un tipo de hechizo. Supuse que no había razón para que el espíritu no pudiera hechizar objetos también, pero nunca se me había ocurrido, probablemente porque los poderes de Lissa eran todavía demasiado nuevos y extraños.

—¿Qué hace? Quiero decir, ¿para qué tipo de curación sirve?

—Te ayudará con tus cambios de humor. No puede librarte de ellos, pero los mejorará… Te ayudará a pensar con más claridad. Puede que incluso evite que te metas en líos. Oksana hace estas cosas para mí, para ayudarme entre una curación y la siguiente —empecé a ponérmelo en el dedo, pero él negó con la cabeza—. Guárdalo para cuando estés totalmente fuera de control. La magia no dura para siempre. Va desapareciendo poco a poco, como cualquier otro hechizo.

Clavé la vista en el anillo y mentalmente empecé a abrirme a toda clase de nuevas posibilidades. Después me lo guardé en el bolsillo del abrigo.

Paul sacó la cabeza por la puerta trasera.

—La abuela quiere irse ya —dijo—. Quiere saber por qué tardas tanto y dice que te pregunte por qué haces esperar a una persona tan anciana como ella que sufre de la espalda.

Recordé la rapidez con la que caminaba Yeva mientras yo sufría con la carga. En ese momento no me pareció que tuviera mal la espalda… Pero de nuevo recordé que Paul solo era el mensajero, así que me guardé mi comentario.

—Vale. Ahora mismo voy —cuando se fue, negué con la cabeza—. Es difícil estar a la altura —me encaminé a la puerta, pero me volví para mirar a Mark cuando algo se me pasó por la cabeza—. Me estás diciendo que ir por tu cuenta es malo… pero tú tampoco eres un guardián.

Volvió a sonreír con una de esas sonrisas tristes e irónicas.

—Lo era. Pero Oksana me salvó la vida. Quedamos unidos por el vínculo y con el tiempo nos enamoramos. Después de eso no podía soportar estar separado de ella y los guardianes me habrían asignado a alguna otra parte. Tuve que dejarlo.

—¿Fue difícil?

—Mucho. Y nuestra diferencia de edad lo hizo todavía más escandaloso.

Un extraño escalofrío me recorrió el cuerpo. Mark y Oksana eran la personificación de las dos mitades de mi vida: luchaban contra un vínculo bendecido por la sombra como Lissa y yo y también se enfrentaban, igual que Dimitri y yo, a la condena pública por su relación.

—Pero —prosiguió Mark— a veces tenemos que escuchar a nuestros corazones. Y aunque lo dejé, no voy por ahí persiguiendo strigoi incansablemente. Soy un viejo que vive con la mujer a la que quiere y se ocupa de su jardín. Hay una diferencia; no lo olvides.

La cabeza no dejó de darme vueltas durante el camino de regreso a casa de los Belikov. Sin los ladrillos, el camino era mucho más fácil y me dio tiempo a pensar en las palabras de Mark. Sentía que me había proporcionado la información de toda una vida en una hora de conversación.

Olena estaba en casa e iba de un lado a otro haciendo las tareas normales del hogar. Aunque a mí personalmente no me gustaría pasarme la vida cocinando y limpiando, tuve que reconocer que había algo tranquilizador en tener siempre a una persona dedicada a ocuparse de las cosas cotidianas. Sabía que era algo egoísta por mi parte, igual que sabía que mi madre estaba haciendo cosas importantes con su vida y por eso no debía juzgarla. Aun así, tener a Olena tratándome como a una hija cuando apenas me conocía me hacía sentir querida y cuidada.

—¿Tienes hambre? —me preguntó automáticamente. Creo que uno de los mayores miedos de su vida era que hubiera en su casa alguien pasando hambre. La perpetua falta de apetito de Sydney era una preocupación constante para Olena.

Oculté una sonrisa.

—No, hemos comido en casa de Mark y Oksana.

—Ah, ¿es ahí adonde fuisteis? Son buena gente.

—¿Dónde está todo el mundo? —le pregunté. La casa se hallaba extrañamente silenciosa.

—Sonya y Karolina están trabajando. Viktoria ha ido a casa de una amiga, pero se alegrará de que hayas vuelto.

—¿Y Sydney?

—Se ha marchado hace un rato. Me ha dicho que volvía a San Petersburgo.

—¿Cómo? —exclamé—. ¿Se ha marchado? ¿Así, sin más? —Sydney tenía una naturaleza impulsiva, pero aquello era algo inesperado incluso para mí.

—Los alquimistas… siempre están en movimiento —Olena me tendió un trozo de papel—. Te ha dejado esto.

Así la nota y la abrí inmediatamente. La letra de Sydney era clara y precisa. No sé por qué, pero no me sorprendió.

Rose:

Siento haber tenido que irme tan rápido, pero cuando los alquimistas me dicen que salte… pues salto. He hecho autoestop hasta aquel pueblo de granjeros en el que nos quedamos para recoger el Huracán Rojo y después me voy para San Petersburgo. Parece que ahora que ya te he llevado hasta Baia, no necesitan que me quede allí más tiempo.

Ojalá pudiera contarte más cosas sobre Abe y sobre lo que quiere de ti. Aunque me lo permitieran, tampoco hay mucho que decir. En algunos aspectos me resulta tan misterioso como a ti. Como ya te dije, buena parte de sus negocios son ilegales, tanto para los humanos como para los moroi. Solo tiene relación directa con la gente por asuntos de negocios (o en casos muy, muy especiales). Creo que tú eres uno de esos casos y, aunque no pienso que vaya a hacerte daño, puede que quiera utilizarte para sus propósitos particulares. Es posible que sea algo tan sencillo como que quiera contratarte como guardaespaldas, porque sabe que vas por libre. Tal vez quiera utilizarte para llegar a otros. O que todo esto sea parte del plan de otro, de alguien que es aún más misterioso que él. Quizá le está haciendo un favor a alguien. Zmey puede ser peligroso o indulgente, todo depende de lo que necesite conseguir.

Nunca creí que una dhampir me iba a importar tanto como para llegar a decirle esto, pero ten cuidado. No sé cuáles son tus planes ahora, pero tengo la sensación de que los problemas te persiguen. Llámame si necesitas ayuda, pero si vuelves a las grandes ciudades a cazar strigoi, ¡no dejes más cadáveres por ahí tirados!

Te deseo lo mejor,

Sydney

PD: «El Huracán Rojo» es el nombre que le he puesto al coche.

PD2: Aunque ahora me caigas bien, no he dejado de pensar que eres una criatura demoníaca de la noche. Es lo que eres.

Había escrito el número de su teléfono móvil al final y no pude evitar sonreír. Como llegamos a Baia en coche con Abe y sus guardianes, Sydney tuvo que dejar atrás el suyo, algo que la traumatizó casi tanto como los strigoi. Esperaba que los alquimistas le permitiesen quedárselo. Negué con la cabeza porque me parecía divertido, a pesar de sus advertencias sobre Abe. El Huracán Rojo…

Cuando me dispuse a subir las escaleras hacia mi habitación, la sonrisa desapareció. A pesar de su actitud brusca, iba a echar de menos a Sydney. Puede que no fuera exactamente una amiga (¿o sí?), pero en ese breve tiempo había empezado a considerarla una constante en mi vida. Y ya no me quedaban muchas de esas. Me sentía a la deriva, sin saber qué hacer. Había llegado hasta allí para darle paz a Dimitri y lo único que había conseguido era provocarle dolor a su familia. Y si lo que todos decían era cierto, no iba a encontrar muchos strigoi en Baia. No podía imaginarme a Dimitri vagando por las carreteras y entre las granjas en busca de una presa ocasional. Incluso como strigoi —y me mataba solo el hecho de pensar esas palabras—, Dimitri tendría un propósito. Si no había vuelto a los paisajes familiares de su ciudad natal, entonces estaría haciendo alguna otra cosa coherente —todo lo coherente que pudiera, teniendo en cuenta que era un strigoi—. Lo que decía Sydney en la nota solo confirmaba lo que no hacía más que oír una y otra vez: los strigoi estaban en las ciudades. Pero, ¿en cuáles? ¿Adónde iría Dimitri?

Ahora era yo la que no tenía un propósito. No podía dejar de oír las palabras de Mark en mi cabeza. ¿Realmente me había embarcado en una descabellada misión de justiciera? ¿Estaba corriendo hacia la muerte como una estúpida? ¿O estaba corriendo como una estúpida… hacia nada? ¿Estaba condenada a pasar el resto de mis días vagando? ¿Sola?

Sentada en la cama sentí que mi estado de ánimo caía en picado y supe que tenía que distraerme. Ya estaría demasiado susceptible ante las emociones oscuras mientras Lissa utilizase el espíritu; no hacía falta que yo contribuyese a empeorarlo. Me puse el anillo que Mark me había dado con la esperanza de que me trajese un poco de claridad y de calma. Pero no noté ninguna diferencia y decidí buscar la paz en el mismo sitio donde lo hacía siempre: en la mente de Lissa.

Estaba con Adrian. Practicaban con el espíritu de nuevo. Después de unos cuantos baches iniciales, Adrian aprendía rápido el arte de la curación. Ese había sido el primer poder en manifestarse en Lissa y siempre le irritaba ver que él avanzaba más en lo que ella le enseñaba que al revés.

—Me estoy quedando sin cosas que puedas curar —le dijo mi amiga colocando sobre la mesa unas plantitas en macetas—. A menos que empecemos a arrancar extremidades o algo así.

Adrian sonrió.

—Antes le tomaba el pelo a Rose con eso; le decía que la iba a impresionar curando amputados o alguna cosa así de absurda.

—Seguro que tenía una de sus respuestas de sabelotodo.

—Sí, sí, claro —tenía una expresión de cariño al recordar.

Siempre sentía una curiosidad insana cuando les oía hablar de mí… y a la vez me sentía mal por el dolor que parecía invocar mi nombre.

Lissa gruñó y se estiró sobre el suelo enmoquetado. Estaban en un salón de los dormitorios y el toque de queda se acercaba.

—Quiero hablar con ella, Adrian.

—No puedes —le dijo él. Había una seriedad inusual en su voz—. Sé que de vez en cuando conecta con tu mente para comprobar que todo va bien. Eso es lo más cerca que puedes estar de hablar con ella. Y bueno… así está bien. Puedes decirle cómo te sientes.

—Sí, pero quiero oír su respuesta, como tú cuando caminas por sus sueños.

Eso le hizo sonreír de nuevo.

—Sí que me da muchas contestaciones…

Lissa se incorporó.

—Hazlo ahora.

—¿Que haga qué?

—Caminar por sus sueños. Siempre intentas explicármelo, pero nunca te he visto hacerlo. Déjame observar.

Él se la quedó mirando fijamente, sin palabras.

—En plan mirona.

—¡Adrian! Quiero aprenderlo y ya hemos intentado todo lo demás. A veces cuando estoy cerca de ti puedo sentir tu magia. Hazlo, ¿vale?

Estuvo a punto de protestar de nuevo, pero se tragó su comentario después de estudiar su cara un momento. Sus palabras habían sido duras y exigentes, muy poco propias de ella.

—Está bien, lo intentaré.

La sola idea de que Adrian intentase entrar en mi cabeza mientras yo le estaba viendo a través de la cabeza de Lissa era, como mínimo, surrealista. No sabía qué esperar de él. Siempre me había preguntado si tenía que estar dormido, o al menos con los ojos cerrados. Aparentemente no. Simplemente se quedó contemplando la nada, con la mirada vacía, mientras su mente abandonaba el mundo que le rodeaba. A través de los ojos de Lissa pude ver parte de la magia que irradiaba y de su aura, y a ella intentando analizar cada partícula. Entonces, sin previo aviso, toda la magia desapareció. Él parpadeó y negó con la cabeza.

—Lo siento. No puedo.

—¿Por qué no?

—Seguramente porque estará despierta. ¿Has aprendido algo mirándome?

—Algo. Probablemente me habría sido más útil si hubieras establecido la conexión —Lissa volvía a tener un tono impertinente.

—Podría estar en cualquier parte del mundo, en cualquier franja horaria —sus palabras quedaron ahogadas por un bostezo—. Podemos probar en diferentes momentos del día. Otras veces he conectado con ella… Bueno, más o menos a esta hora. Pero a veces la encuentro muy pronto por la mañana.

—Entonces puede que esté cerca —dijo Lissa.

—O en un horario diurno humano en alguna otra parte del mundo.

El entusiasmo de Lissa se desvaneció.

—Claro. Eso también.

—¿Cómo es que nunca parece que estéis trabajando?

Christian entró en la habitación mirando divertido a Lissa sentada en el suelo y a Adrian tirado en el sofá. Detrás de Christian estaba alguien a quien no esperaba ver tan pronto. Adrian, que podía detectar a las mujeres a un kilómetro a la redonda, notó inmediatamente la presencia de la recién llegada.

—¿De dónde has sacado a esa niñita? —preguntó.

Christian le lanzó una mirada de advertencia a Adrian.

—Esta es Jill —Jill Mastrano dio un paso adelante con los ojos verde claro abiertos más allá de lo posible—. Jill, estos son Lissa y Adrian.

Jill era una de las últimas personas que esperaba ver allí. Yo la había conocido poco más de un mes antes. Estaba en noveno grado, así que pasaría al campus superior en otoño. Tenía la constitución delgadísima de la mayoría de los moroi, pero iba unida a una estatura llamativa incluso para los estándares vampíricos. Eso la hacía parecer aún más delgada. El pelo, castaño claro, le caía en ondas hasta la mitad de la espalda y podría haber llegado a ser precioso si hubiese aprendido a peinárselo bien. Ahora parecía descuidado y, aunque ella era mona, la impresión general que daba era un poco rara.

—Ho… hola —dijo mirando alternativamente sus caras. Para ella, los que tenía delante eran celebridades moroi de primer nivel. Estuvo a punto de desmayarse al conocernos a Dimitri y a mí, debido a nuestras reputaciones. Por su expresión, debía de encontrarse en un estado similar ahora mismo.

—Jill quiere aprender a utilizar su poder para el bien y no para el mal —dijo Christian con un guiño exagerado. Era su manera de decir con rodeos que Jill quería aprender a luchar con su magia. Ya me había hablado de su interés y yo le había dicho que recurriese a Christian. Me alegró que hubiera tenido la valentía de seguir mi consejo. Christian era famoso en el campus también, aunque su fama no era buena.

—¿Otra recluta? —preguntó Lissa, negando con la cabeza—. ¿Crees que esta se quedará?

Jill miró a Christian sorprendida.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Después del ataque, mucha gente dijo que quería aprender a luchar con la magia —explicó Christian—. Me buscaron y trabajamos juntos… una vez o dos. Después todos desaparecieron cuando las cosas se pusieron difíciles y se dieron cuenta de que era necesario practicar mucho.

—Tampoco ayudó mucho que tú fueras un profesor tan desagradable —señaló Lissa.

—Y por eso ahora buscas entre los niños… —añadió Adrian.

—Oye —exclamó Jill indignada—, que tengo catorce años —se ruborizó por haberle hablado tan bruscamente. A él eso le pareció divertido, como tantas otras cosas.

—Perdón —dijo—. ¿Cuál es tu elemento?

—El agua.

—El fuego y el agua, ¿eh? —Adrian metió la mano en el bolsillo, sacó un billete de cien dólares y lo estiró—. Mira, guapa, vamos a hacer un trato. Si puedes hacer que aparezca un cubo de agua y caiga sobre la cabeza de Christian, te doy el billete.

—Y yo te daré otros diez —rio Lissa.

Jill los miró asombrada, pero sospeché que era porque Adrian la había llamado «guapa». Nunca le prestaba atención a Adrian, por eso siempre me olvidaba de que, de hecho, estaba bastante bueno.

Christian tiró de Jill hacia la puerta.

—Tú ni caso. Solo están celosos porque los que son capaces de utilizar el espíritu no pueden ir a la batalla como nosotros —se arrodilló junto a Lissa en el suelo y le dio un beso breve—. Hemos estado practicando en el salón de arriba, pero ahora tengo que acompañarla de vuelta. Te veré mañana.

—No hace falta —dijo Jill—. Puedo volver sola. No quiero ser una molestia.

Adrian se levantó.

—No lo eres. Y si alguien va a dar un paso adelante y convertirse en un caballero andante, mejor que sea yo. Te acompaño y así dejamos a los tortolitos con sus cosas —le hizo una profunda reverencia a Jill—. ¿Vamos?

—Adrian… —dijo Lissa con un tono amenazante en la voz.

—Oh, vamos —respondió él poniendo los ojos en blanco—. Yo tengo que volver de todas formas. Vosotros no me servís de nada después del toque de queda. Y, por favor, tened un poco de confianza en mí. Hasta yo tengo mis límites.

Le lanzó a Lissa una mirada intensa que decía claramente que era una idiota por pensar que iba a intentar ligar con Jill. Lissa le sostuvo la mirada unos momentos y se dio cuenta de que tenía razón. Adrian era un sinvergüenza a veces y nunca se había molestado en ocultar su interés por mí, pero acompañar a Jill seguro que no era parte de un gran plan de seducción. Solo estaba siendo amable.

—Está bien —concedió Lissa—. Te veré después. Encantada de conocerte, Jill.

—Igualmente —contestó Jill. Y se atrevió a sonreírle a Christian—. Gracias otra vez.

—Será mejor que aparezcas para la siguiente práctica —le advirtió él.

Adrian y Jill estaban saliendo justo cuando apareció Avery en el umbral.

—Hola, Adrian —Avery miró a Jill de arriba abajo—. ¿Quién es esta niñita?

—¿Os importaría dejar de llamarme así? —exclamó Jill.

Adrian señaló a Avery como si fuera a reprenderla.

—Calla. Ya hablaré contigo luego, Lazar.

—Eso espero —dijo ella con voz cantarina—. Dejaré mi puerta abierta.

Jill y Adrian se fueron y Avery se sentó junto a Lissa. Parecía lo bastante animada como para estar borracha, pero Lissa no olió el alcohol. Estaba aprendiendo que había una parte de Avery que siempre era vivaz y despreocupada, tanto si estaba borracha como si no.

—¿Acabas de invitar a Adrian a tu habitación? —le preguntó Lissa. Parecía que lo decía en broma, pero secretamente se estaba preguntando si había algo entre ellos. Bueno, ya éramos dos las que nos lo preguntábamos.

Avery se encogió de hombros.

—No lo sé. Tal vez. A veces nos vamos por ahí cuando vosotros estáis durmiendo. No os vais a poner celosos, ¿verdad?

—No —rio Lissa—. Solo tenía curiosidad. Adrian es un buen tío.

—¿Ah, sí? —preguntó Christian—. Define «buen».

Avery levantó una mano y empezó a bajar dedos mientras enumeraba.

—Es tremendamente guapo, divertido, rico, es pariente de la reina…

—¿Ya has escogido tu vestido de novia? —le preguntó Lissa sin dejar de reír.

—Todavía no —respondió Avery—. Estoy probando el terreno. Supongo que podría ser otra muesca en el cinturón de Avery Lazar, pero Adrian es un poco difícil de interpretar.

—No quiero oírlo —dijo Christian.

—A veces actúa como esos tíos de «quiéreme y déjame», pero otras veces se descuelga y parece un romántico con el corazón roto —Lissa intercambió una mirada cómplice con Christian que Avery no detectó porque seguía hablando—. De todas formas, no he venido aquí para hablar de él. He venido para hablar de nosotros largándonos de aquí —Avery rodeó con un brazo a Lissa, que estuvo a punto de caerse.

—¿Largarnos de aquí? ¿Del dormitorio?

—No. De la academia. Nos vamos a pasar un fin de semana loco a la Corte Real.

—¿Cuándo? ¿Este fin de semana? —Lissa se sentía como si fuese tres pasos por detrás, y yo la comprendía—. ¿Por qué?

—Porque es Pascua. Y Su Majestad cree que sería «ideal» que pasaras las vacaciones con ella —el tono de Avery era grandilocuente y agudo—. Y como yo he pasado un tiempo contigo, mi padre ha decidido que ahora me estoy portando bien…

—Pobre desgraciado ignorante —murmuró Christian.

—Y por eso me ha dado permiso para ir contigo —Avery miró a Christian—. Supongo que tú también puedes venir. La reina ha dicho que Lissa podía traer un invitado. Aparte de mí, claro.

Lissa miró la cara radiante de Avery, pero ella no compartía su entusiasmo.

—No me gusta ir a la Corte. Tatiana no para de hablar y de darme consejos que cree que son útiles para mí. Allí siempre estoy aburrida y triste —Lissa no añadió que hubo una época en que la Corte le parecía divertida: cuando yo iba con ella.

—Eso es porque no has ido conmigo todavía. ¡Va a ser un bombazo! Yo sé dónde está todo lo bueno. Y estoy segura de que Adrian también vendrá. Seguro que a él le abren las puertas de todos los sitios. ¡Qué bien, será como una cita doble!

Lissa empezó a convencerse poco a poco de que podía ser divertido. Ella y yo habíamos sido capaces de encontrar algo de lo «bueno» que se escondía bajo la superficie brillante de la vida de la Corte. Todas las visitas desde entonces habían sido como ella había descrito: todo muy serio y estirado. Pero esta vez, yendo con Christian y la salvaje y espontánea Avery… tenía potencial.

Hasta que Christian lo estropeó todo.

—No contéis conmigo —dijo—. Si solo puedes llevar a una persona, llévate a Jill.

—¿A quién? —preguntó Avery.

—A la niñita —explicó Lissa. Miró a Christian asombrada—. ¿Por qué demonios iba a llevar a Jill? ¡Pero si acabo de conocerla!

—Porque va en serio con lo de aprender a defenderse. Deberías presentársela a Mia. Ambas usan el agua.

—Vale —dijo Lissa, suspicaz—. ¿Y el hecho de que tú odies la Corte no tiene nada que ver?

—Bueno…

—¡Christian! —Lissa estaba empezando a enfadarse—. ¿Por qué no puedes hacer esto por mí?

—Porque odio la forma que tiene de mirarme la dichosa reina —contestó.

A Lissa no le pareció convincente el argumento.

—Sí, pero cuando nos graduemos, yo voy a vivir allí. Entonces tendrás que ir.

—Bueno, pero antes de eso prefiero no tener que ir.

La irritación de Lissa creció.

—Oh, ya veo cómo va esto. Yo tengo que soportar tu mierda todo el tiempo, pero tú no puedes hacer nada que no te guste por mí.

Avery los miró y se levantó.

—Os voy a dejar para que habléis de esto a solas. No me importa si viene Christian o esa chiquilla, siempre que vengas tú —miró fijamente a Lissa—. Tú vas a ir, ¿no?

—Sí, iré —si la negativa de Christian había servido para algo, había sido para animar a Lissa.

Avery sonrió.

—Genial. Me voy. Será mejor que vosotros os deis unos besitos y hagáis las paces cuando yo me haya ido.

Reed, el hermano de Avery, apareció de repente en el umbral.

—¿Estás lista? —le preguntó. Cada vez que hablaba, las palabras salían de su boca con un gruñido. Avery le lanzó a los demás una mirada triunfante.

—¿Veis? Mi galante hermano ha venido a acompañarme antes de que esas supervisoras de los dormitorios empiecen a gritarme que me vaya. Ahora Adrian tendrá que encontrar una forma nueva y emocionante de demostrar su caballerosidad.

Reed no parecía muy galante ni caballeroso, pero supongo que era un detalle por su parte acompañarla hasta su habitación. Y había elegido el momento perfecto para aparecer. Tal vez ella tenía razón y él no era tan malo como la gente siempre pensaba.

En cuanto Avery se fue, Lissa se volvió hacia Christian.

—¿Decías en serio eso de que me lleve a Jill en vez de a ti?

—Sí —contestó él. Intentó tumbarse en el regazo de Lissa, pero ella lo apartó—. Pero contaré los segundos hasta que vuelvas.

—No puedo creer que esto te parezca una broma.

—No me lo parece —dijo—. Mira, no quiero que te enfades, ¿vale? Pero, de verdad… es que no quiero tener que soportar todo ese ambiente de la Corte. Y será bueno para Jill —frunció el ceño—. No tienes nada contra ella, ¿verdad?

—Si ni siquiera la conozco… —replicó Lissa. Aún estaba enfadada. Más de lo que yo habría esperado; qué raro…

Christian le tomó las manos con expresión seria. Esos ojos azules que tanto quería atenuaron un poco su enfado.

—De verdad que no quiero disgustarte. Si es tan importante…

Al oírselo decir así, el enfado de Lissa se desvaneció. Era algo repentino, como si tuviera un interruptor.

—No, no. No me importa llevar a Jill. Pero no creo que sea bueno para ella ir por ahí con nosotros haciendo lo que sea que tiene Avery en la cabeza.

—Confíasela a Mia. Cuidará de ella durante el fin de semana.

Lissa asintió mientras se preguntaba por qué él estaba tan interesado en Jill.

—Está bien. Pero no estás haciendo esto porque no te cae bien Avery, ¿verdad?

—No, Avery me cae bien. Hace que sonrías más.

—Tú también me haces sonreír.

—Por eso he añadido el «más» —Christian besó suavemente la mano de Lissa—. Has estado muy triste desde que se fue Rose. Me alegro de que te lleves bien con otra persona. Quiero decir, aparte de mí, que ya sabes que puedes pedirme todo lo que necesites…

—Avery no es una sustituta de Rose —respondió Lissa rápidamente.

—Lo sé. Pero me recuerda a ella.

—¿Cómo? Pero si no tienen nada en común.

Christian se irguió para sentarse a su lado y apoyó la cara en el hombro de Lissa.

—Avery es como era Rose antes de que os fueseis.

Tanto Lissa como yo nos tomamos un momento para reflexionar sobre eso. ¿Tendría razón? Antes de que empezaran a manifestarse los poderes del espíritu de Lissa, la mayor parte del tiempo era yo la que tenía ideas descabelladas para pasárnoslo bien o meternos en líos. Pero, ¿realmente estaba tan pasada de rosca como parecía estar Avery a veces?

—Nunca habrá otra Rose —dijo Lissa tristemente.

—No —contestó Christian, y le dio un beso breve y tierno en la boca—. Pero habrá otras amigas.

Sabía que él tenía razón, pero no pude evitar sentir una punzada de celos. Ni preocuparme un poco. El breve momento de irritación de Lissa había surgido de la nada. Comprendía que quisiera que Christian fuera con ella, pero su actitud había sido un poco dura. Y esa preocupación casi celosa por Jill tampoco era muy normal. Lissa no tenía razones para dudar de los sentimientos de Christian, y sobre todo no por alguien como Jill. El mal humor de Lissa me recordó mucho a mí en los viejos tiempos.

Seguramente solo estaba cansada, pero una especie de instinto —tal vez una parte del vínculo— me decía que algo iba mal. Fue una sensación fugaz, algo que no acabé de captar del todo, como agua que se me escurriera entre los dedos. Pero como mis instintos habían acertado hasta el momento, decidí que comprobaría más a menudo cómo estaba Lissa.