Maya
—¿Cuándo me lo vas a presentar? —me pregunta Francie con un deje lastimero. Ocupamos nuestro lugar habitual en la pared de ladrillos al otro extremo del parque infantil y ella ha seguido la dirección de mi mirada hacia la figura solitaria que se sienta inclinada en la escalera que hay fuera del edificio de ciencias—. ¿Aún no tiene novia?
—Te lo he dicho un millón de veces. No le gusta la gente —respondo secamente. La miro. Destila una especie de energía inagotable, un entusiasmo por la vida que deriva de manera natural por ser una persona extrovertida. Me resulta casi imposible imaginármela saliendo con mi hermano—. ¿Cómo sabes que te gustaría?
—¡Porque está la hostia de bueno! —exclama Francie con pasión.
Sacudo la cabeza y sonrío.
—Pero si no tenéis nada en común.
—¿Qué se supone que significa eso? —De repente parece herida.
—No tiene nada en común con nadie —me apresuro a tranquilizarla—. Simplemente, es diferente. Él… En realidad, él no habla con los demás.
Francie se echa el pelo hacia atrás.
—Sí, eso es lo que he oído. Que es reservado hasta la médula. ¿Está deprimido?
—No. —Juego con un mechón de pelo—. El año pasado en el colegio le obligaron a ir al psicólogo, pero fue una pérdida de tiempo. En casa sí que habla. Sólo le pasa con la gente que no conoce, con los que no son de la familia.
—¿Y qué? Sólo es tímido.
Suspiro dubitativamente.
—Eso es un eufemismo.
—¿Qué le hace ser tan tímido? —pregunta Francie—. Vamos a ver, ¿se ha mirado en el espejo últimamente?
—No le pasa sólo con las chicas —intento explicarle—. Es así con todo el mundo. Ni siquiera responde a los profesores en clase. Es como una fobia.
Francie resopla con incredulidad.
—Dios, ¿siempre ha sido así?
—No lo sé. —Dejo de jugar con mi pelo durante un momento y pienso—. Cuando éramos pequeños parecíamos gemelos. Nacimos con trece meses de diferencia, así que de todos modos la gente pensaba que lo éramos. Todo lo hacíamos juntos. Y me refiero a todo. Un día tuvo amigdalitis y no pudo ir al colegio. Papá me obligó a ir a mí y estuve todo el día llorando. Teníamos nuestro propio lenguaje secreto. A veces, cuando mamá y papá se peleaban, hacíamos ver que no entendíamos a los demás, de manera que sólo hablábamos entre nosotros durante todo el día. Empezamos a tener problemas en el colegio. Dijeron que nos negábamos a relacionarnos con los demás, que no teníamos amigos. Pero estaban equivocados. Nos teníamos el uno al otro. Él era mi mejor amigo. Y aún lo es.
Vuelvo a mi hogar, a una casa silenciosa. En el vestíbulo no hay mochilas ni chaquetas. Esperanzada, pienso que quizá mamá les haya llevado al parque. Casi me entra la risa tonta. ¿Cuándo pasó por última vez? Voy a la cocina. Hay tazas de café frío, ceniceros a rebosar de colillas y cereales solidificados en el fondo de los cuencos. La leche, el pan y la mantequilla aún siguen en la mesa, y la tostada endurecida de Kit me mira acusadoramente. Tiffin se ha dejado la mochila en el suelo, Willa la corbata… Oigo un ruido en la sala de estar que hace que gire sobre mis talones con rapidez. Camino hacia el pasillo, observando las manchas de sol que resaltan las superficies polvorientas.
Encuentro a mamá en el sofá, mirándome con tristeza bajo el edredón de Willa y con un paño húmedo cubriéndole la frente.
La miro boquiabierta.
—¿Qué ha pasado?
—Creo que tengo gastroenteritis, cariño. Me duele mucho la cabeza y he estado vomitando todo el día.
—Los niños… —comienzo a decir.
Se le ensombrece la cara y luego se le vuelve a iluminar, como una cerilla parpadeante en la oscuridad.
—Están en el colegio, cielito, no te preocupes. Los he llevado esta mañana… En ese momento me encontraba bien. Ha empezado después de comer…
—Mamá… —Mi tono de voz empieza a elevarse—. ¡Son las cuatro y media!
—Lo sé, cariño. Me levanto en un minuto.
—¡Se suponía que tenías que recogerlos tú! —Ahora estoy gritando—. Terminan a las tres y media, ¿no te acuerdas?
Mi madre me mira de un modo terrible, insondable.
—¿Pero hoy no os tocaba a Lochan o a ti?
—¡Hoy es martes! ¡Es tu día libre! ¡Siempre vas a por ellos en tu día libre!
Mamá cierra los ojos y deja escapar un pequeño quejido, y lo modula de manera que provoque lástima. Quiero pegarla. En vez de eso, arremeto contra el teléfono. Le ha quitado el volumen, pero la pequeña luz roja del contestador parpadea delatoramente. Hay cuatro mensajes de St. Luke; el último es conciso e indignado, lo que sugiere que no es la primera vez que la señora Whitely llega extremadamente tarde. Devuelvo la llamada inmediatamente, mientras siento cómo la rabia golpea contra mis costillas. Tiffin y Willa estarán muy asustados. Pensarán que los han abandonado, que mamá se ha marchado. Siempre amenaza con hacerlo cuando bebe.
Llamo a la secretaria de la escuela y empiezo a disculparme. Me interrumpe enseguida:
—¿No debería haber llamado tu madre, cariño?
—Mi madre no se encuentra bien —respondo rápidamente—. Pero voy para allá ahora mismo. Llegaré en diez minutos. Por favor, dígales a Willa y a Tiffin que ya voy. Por favor, dígales que mamá está bien y que Maya está en camino.
—Bueno, no puedo, ya no están aquí. —La secretaria parece incómoda—. Al final los recogió la niñera hace una media hora.
Se me doblan las piernas. Me desplomo sobre el brazo del sofá. Se me afloja el cuerpo, casi se me cae el teléfono.
—No tenemos niñera.
—Oh…
—¿Quién era? ¿Qué aspecto tenía? ¡Debe haber dicho su nombre!
—La señorita Pierce lo sabrá. Los profesores no dejan que los niños se vayan con cualquiera, ¿sabes?
Una vez más su voz es remilgada, pero ahora está a la defensiva.
—Tengo que hablar con la señorita Pierce. —Me tiembla la voz, apenas puedo controlarla.
—La señorita Pierce se marchó cuando al fin recogieron a los niños. Puedo intentar localizarla en el móvil…
Casi no puedo respirar.
—Por favor, pídale que vuelva a la escuela. Nos encontraremos allí.
Cuelgo y, literalmente, estoy temblando. Mamá se levanta el paño de la cara y dice:
—Cariño, pareces enfadada. ¿Va todo bien?
Corro por el pasillo trastabillado mientras me pongo los zapatos, cojo las llaves y el móvil, pulso el número uno de la marcación rápida y salgo de casa dando un portazo. Contesta al tercer tono.
—¿Qué ha pasado?
Oigo risas y abucheos en el patio, que se desvanecen a medida que se aleja de la clase de repaso que tiene después del colegio. Siempre tenemos los teléfonos encendidos. Él sabe que sólo le llamo en horario escolar si hay una emergencia.
Desembucho lo que ha ocurrido en los últimos cinco minutos.
—Voy de camino a la escuela.
Un camión me pita al salir disparada por la carretera.
—Nos vemos allí —responde.
Al llegar al St. Luke me encuentro la verja cerrada. Empiezo a empujarla y patearla hasta que el conserje se apiada de mí y viene a abrirla.
—Mira qué fácil —me dice—. ¿A qué viene tanto alboroto?
Le ignoro, corro hacia la puerta de la escuela y la golpeo. Entro zumbando, dando trompicones por el pasillo iluminado por fluorescentes que, desprovisto del caos de los niños, parece inquietante y surrealista. Veo a Lochan al otro extremo, hablando con la secretaria de la escuela. También debe haber venido corriendo. Gracias Dios, gracias. Lochan sabrá qué hacer.
No se ha dado cuenta de que ya he llegado, así que detengo mi carrera y comienzo a caminar con solemnidad, arreglo mi ropa, respiro profundamente y trato de calmarme. He aprendido por las malas, a causa de todos mis encontronazos con la autoridad, que si comienzas a molestarte o te enfadas te tratan como a un niño y prefieren hablar con tus padres. Lochan ha trabajado muy duro el arte de aparentar calma y elocuencia en estas circunstancias, pero soy plenamente consciente de lo difícil que es para él dominarse. Al acercarme, me doy cuenta de que sus manos tiemblan de un modo incontrolable a ambos lados del cuerpo.
—¿La señora Pi… Pierce fue la única que los vio irse? —pregunta. Puedo asegurar que está esforzándose para mirar a los ojos a la secretaria.
—Exacto —dice la horrible rubia platino a la que siempre he despreciado—. Y la señorita Pierce nunca…
—Pero debe… debe de haber otro teléfono en el que podamos localizarla. —Su voz es clara y firme. Nadie excepto yo podría detectar el sutil temblor.
—Ya te lo he dicho, lo he intentado. Tiene el móvil apagado. Y como también te he explicado, he dejado un mensaje en el contestador de su casa.
—Por favor, ¿podría intentar llamarla otra vez?
La secretaria murmura algo y desaparece en la parte de atrás de su oficina. Toco la mano de Lochan y salta como si le hubieran disparado. Sé que, a pesar de la calma exterior que se esfuerza en aparentar, también se está derrumbando.
—No para de hablar de una niñera —me dice entrecortadamente, retrocediendo por el pasillo y cogiéndome de la mano—. ¿Alguna vez te ha dicho mamá algo sobre alguien a quien haya pagado para que venga a buscarlos?
—¡No!
—¿Dónde está?
—Tumbada en el sofá con un paño en la frente —suspiro—. Cuando le pregunté dónde estaban Tiffin y Willa, ¡dijo que pensaba que nos tocaba a nosotros venir a recogerlos!
Lochan respira con dificultad. Veo cómo su pecho sube y baja con rapidez bajo su camisa del colegio. No encuentro su bandolera ni su chaqueta por ningún sitio, y se ha quitado la corbata. Me lleva un instante darme cuenta de que está intentando ocultar a toda costa el hecho de que sólo es un chaval que va al colegio.
—Estoy seguro de que ha sido un malentendido —dice con un optimismo desesperado que su voz arrastra a duras penas—. Debe haber venido otro padre y los habrá recogido. Todo va bien. Vamos a resolver esto, Maya, ¿de acuerdo? —Me aprieta las manos y me dirige una sonrisa tensa.
Asiento y me obligo a tomar aliento.
—De acuerdo.
—Será mejor que vuelva y hable con…
—¿Quieres que lo haga yo? —le pregunto en voz baja.
Sus mejillas se encienden de inmediato.
—¡Pues claro que no! Puedo solucionar esto…
—Lo sé. —Doy marcha atrás al instante—. Sé que puedes.
Se aleja de mí para cruzar el umbral de la oficina y le oigo inspirar con fuerza.
—¿Aún… aún no ha habido suerte?
—No. Quizás está metida en un atasco, por ejemplo. En realidad, puede que esté en cualquier otro sitio.
Oigo a Lochan exhalar desesperado.
—Mire, estoy convencido de que la profesora no les habrá dejado irse con un desconocido a propósito. Pe… Pero tiene que entender que, en este momento, esos niños están desaparecidos. Así que creo que lo mejor sería que llamara al director, o al subdirector, o a cualquiera que pueda ayudarnos. Tendremos que dar parte a la policía, y seguramente querrán hablar con la gente que dirige esta escuela.
En el pasillo, a salvo de la mirada de la rubia platino, me hundo contra la pared y presiono la palma de mi mano contra la boca. Llamar a la policía es llamar a las autoridades. Y llamar a las autoridades significa llamar a servicios sociales. Lochan debe pensar que Tiffin y Willa han sido secuestrados si está arriesgándose a jugar esa baza.
Estoy empezando a sentirme mal, así que me voy y me siento en las escaleras. No entiendo cómo Lochan puede estar ahí, controlando la situación y mostrándose amable, hasta que me doy cuenta de la mancha húmeda de sudor que tiene en la espalda de la camisa y el temblor cada vez mayor de sus manos.
Quiero levantarme y estrechárselas, decirle que todo va a salir bien. Pero no sé si eso es verdad.
El director, un hombre robusto y canoso, llega al mismo tiempo que la señorita Pierce —la maestra de Willa—. Parece ser que estuvo esperando durante media hora con los dos niños, hasta que una señora, Sandra no sé qué, se presentó con supuestas instrucciones para recogerlos.
—¿Pero no recuerda su apellido? —pregunta Lochan por segunda vez.
—Como es natural, tenemos una lista con el nombre de los padres, tutores o niñeras de cada niño. Pero la única información de contacto que nos dieron sobre Tiffin y Willa fue el nombre de la madre y el número de teléfono de casa —dice la señorita Pierce, una mujer delgada de mejillas rosadas—. Y a pesar de todos nuestros intentos, no pudimos contactar con ella. Así que cuando esta mujer llegó y dijo que era una amiga de la familia y que le habían pedido que recogiera a los niños, no tuvimos motivos para no creer lo que decía.
Veo las manos de Lochan apretarse y convertirse en puños tras su espalda.
—¡Seguro que comprobar con quién se van a casa los niños es parte de su trabajo! —Ahora está empezando a perder el control: su temple se está resquebrajando.
—Yo pensaba que era parte del trabajo de los padres venir a por sus hijos a tiempo —replica la señorita Pierce, resentida, y de repente quiero agarrarla por la cabeza y estamparla contra la rubia platino y gritar: «¿no os dais cuenta de que mientras os quedáis ahí como santurronas discutiendo sobre quién tiene la culpa, un pedófilo podría estar huyendo con mi hermano y mi hermana?».
—A todo esto, ¿dónde están los padres? —interrumpe el director—. ¿Por qué sólo han venido los hermanos? —Me quedo sin aliento.
—Nuestra madre está enferma —responde Lochan, e incluso aunque recita esta frase que ya ha practicado, estoy convencida de que lucha por mantener la voz calmada.
—¿Tan enferma como para no poder cruzar la calle y venir a averiguar lo que les ha pasado a sus hijos? —pregunta la señorita Pierce.
Se hace el silencio. Lochan mira a la maestra, sus hombros se alzan y caen velozmente. No contestes, le ruego sin hablar, apretando los nudillos contra mis labios.
—Bueno, a ver, creo que deberíamos avisar a las autoridades —dice el director—. Estoy seguro de que no es más que una falsa alarma, pero obviamente debemos asegurarnos.
Lochan retrocede, tirando de su pelo con gesto inconfundible de extrema angustia.
—De acuerdo. Sí, por supuesto. Pero ¿podría darnos un minuto?
Se aleja de la puerta de la oficina y corre hacia mí.
—Maya, quieren llamar a la policía. —Le tiembla la voz y su cara brilla por el sudor—. Vendrán a casa. Mamá… tendrá problemas. ¿Estaba sobria?
—No lo sé. ¡Pero está de resaca seguro!
—Puede… Supongo que debería quedarme aquí y esperar a que venga la policía mientras tú vas a casa e intentas adecentarla. Esconde las botellas y abre todas las ventanas. —Me está agarrando tan fuerte de los antebrazos que me hace daño—. Haz todo lo posible por deshacerte del olor. Dile a mamá que llore o… o lo que sea, para que parezca histérica en vez de…
—Lo pillo, Lochan, yo me encargo. Ve y llama a la policía. Me aseguraré de que no se enteren de…
—Se llevarán a los niños y nos separarán… —Se le está quebrando la voz.
—No, no lo harán. Lochie, llama a la policía. ¡Esto es más importante!
Retrocede, se cubre la boca y la nariz con la mano, sus ojos están muy abiertos; asiente. Nunca le he visto tan asustado. Luego se da la vuelta y vuelve a la oficina.
Echo a correr en dirección a la pesada puerta doble que hay al final del pasillo. El linóleo blanco y negro desaparece rítmicamente bajo mis pies. Los colores brillantes de las paredes ondean… El grito repentino que oigo a mis espaldas me desgarra como una bala en el pecho.
—¡Han encontrado el teléfono de Sandra!
Me detengo con una mano ya en la puerta. El rostro de Lochan se ilumina de alivio.
Cuando por fin entran por las puertas de la escuela tras otra angustiosa espera de diez minutos, Tiffin está haciendo pompas de color rosa, con la boca llena de chicle, y Willa empuña una piruleta.
—¡Mira lo que tengo!
La abrazo tan fuerte que siento el latido de su corazón contra el mío. Tengo su pelo con fragancia de limón por la cara y todo lo que puedo hacer es estrujarla y besarla e intentar retenerla entre mis brazos. Lochan tiene un brazo alrededor de Tiffin, que ríe e intenta escabullirse del alcance de su hermano.
Es evidente que ninguno de los dos tiene la menor idea de lo que ha ocurrido, así que me muerdo la lengua para dejar de llorar. Resulta que Sandra no es nada siniestra, sólo es una señora mayor que cuida a otro niño de la clase. Por lo que dice, Lily Whitely la llamó justo después de las cuatro y le preguntó si le podría hacer el favor de recoger a los niños. Sandra había sido muy amable al volver a la escuela a por Willa y Tiffin y había intentado llevarlos a casa. Pero nadie contestó cuando llamó al timbre, así que dejó una nota debajo de la puerta y se los llevó a la casa donde trabajaba, mientras esperaba que Lily la llamara.
A medida que cruzamos el patio, estrecho fuertemente a Tiffin y Willa con ambas manos e intento formar parte de la charla que mantienen sobre su inesperada tarde de juegos. Escucho cómo Lochan le da las gracias a Sandra, veo cómo garabatea su número de teléfono y le pide que le llame a él si alguna vez Lily vuelve a pedirle un favor de este tipo. En cuanto salimos de la escuela, Tiffin intenta desasirse de mi mano y busca algo en la alcantarilla que pueda patear por el camino. Le prometo que jugaré con él a Hundir la flota durante media hora si me coge de la mano durante todo el camino. Sorprendentemente, acepta y comienza a saltar de arriba abajo como un yoyó colgando del extremo de mi brazo, amenazando con dislocármelo, pero no me importa. Mientras siga estrechando mi mano, no me importa nada.
Seguimos a Lochan durante todo el camino a casa. Él va dando zancadas delante de nosotros y algo me impide alcanzarlo. Tiffin y Willa no parecen darse cuenta: aún están charlando sobre la nueva Play Station con la que quieren jugar. Comienzo a darles un discurso sobre el peligro que comporta confiar en desconocidos, pero resulta que la niñera de Callum ya les ha recogido varias veces.
En cuanto llegamos a casa, Tiffin y Willa divisan a mamá medio inconsciente aún en el sofá. Chillan de alegría y corren hacia ella, encantados de encontrarla en casa para variar. Cuentan sus anécdotas otra vez. Mamá se descubre el rostro, se sienta y ríe, abrazándoles con fuerza.
—Mis pequeños bichitos —dice—. ¿Os lo habéis pasado bien? Os he echado de menos todo el día, ¿sabéis?
Estoy de pie en la puerta, el marco afilado está hendido en mi hombro, y contemplo en silencio la escena que se despliega ante mí. Tiffin muestra sus habilidades malabares con unas viejas pelotas de tenis, y Willa está intentando captar la atención de mamá con un juego de Quién es quién. Tardo un rato en darme cuenta de que Lochan ha desaparecido en el piso de arriba nada más entrar en casa. Me alejo de la puerta completamente exhausta y subo lentamente las escaleras. La música que sale del ático a todo volumen me confirma que, al menos, el tercer hijo ha llegado a casa sin incidentes. Entro en mi habitación, tiro la chaqueta y la corbata, me quito los zapatos y me tumbo agotada sobre la cama.
Debo de haberme quedado dormida, porque al rato escucho a Tiffin gritar «¡Cena!». Me siento en la cama de un salto y descubro que un atardecer azulado inunda mi pequeña habitación. Me aparto el pelo de los ojos y desciendo las escaleras medio adormilada y sin hacer ruido hacia el piso de abajo.
El ambiente de la cocina resulta confuso. Mamá se ha transformado en una mariposa de falda corta, mangas sueltas y estampados de colores brillantes. Se ha duchado y ahora tiene el pelo limpio. Aparentemente, se ha recuperado de la gastroenteritis de hace un rato. El montón de maquillaje que lleva puesto la delata. Está claro que esta noche no se va a quedar en casa viendo la televisión. Ha cocinado unas judías con salchichas que Kit está removiendo desdeñosamente con el tenedor. Tiffin y Willa están sentados uno al lado del otro, balanceando las piernas e intentando darse patadas bajo la mesa. Las manchas de su boca revelan que han estado comiendo chocolate, e ignoran notoriamente el mejunje tan poco apetecible que tienen ante ellos.
—Esto no es comida. —Kit frunce el ceño ante su plato, y con la cabeza apoyada en una mano, remueve los trozos de salchicha—. ¿Puedo salir?
—Cállate y come —suelta Lochan al instante, de un modo extraño, mientras busca los vasos en el armario. Kit está a punto de replicar, pero finalmente decide no hacerlo y vuelve a pinchar la comida de nuevo. El tono de voz de Lochan sugiere que no es momento de discutir.
—Bueno, todo el mundo a comer —dice mamá con una risita nerviosa—. Ya sé que no soy la mejor cocinera del mundo, pero puedo aseguraros que esto sabe mejor de lo que parece.
Kit resopla y murmura algo inaudible. Willa ensarta una sola judía con la punta del tenedor y se la lleva a la boca de mala gana, lamiéndola cuidadosamente con la punta de la lengua. Con aspecto de paciencia infinita, Tiffin toma un bocado de salchicha y luego hace una mueca con los ojos llorosos, a punto de atragantarse o escupir. Llevo la jarra de agua rápidamente y lleno los vasos. Al fin Lochan se sienta. Huele a colegio y sudor, y su alborotado pelo negro contrasta con su cara pálida. Me doy cuenta de que está apretando la mandíbula; la aflicción se aprecia en su mirada y noto cómo su cuerpo irradia una tensión candente.
—¿Vas a salir hoy también, mamá? —pregunta Willa, mientras toma delicados bocados de pajarito de un trozo de salchicha.
—No, no va a salir —dice Lochan en voz baja sin levantar la vista. Presiono su pie con el mío por debajo de la mesa en señal de aviso.
Mamá se gira sorprendida.
—Dave me va a recoger a las siete —protesta—. Vale, bichitos. Os meteré en la cama antes de irme.
—Da igual —masculla Tiffin enfadado.
—Acostarse a las siete es demasiado pronto —comenta Willa con un suspiro, pinchando una segunda judía.
—No vas a salir otra vez esta noche —murmura Lochan.
El asombro hace que todos guardemos silencio.
—¡Ya os dije que se creía el dueño y señor! —Kit levanta la vista de su plato, encantado por la oportunidad que se le ha presentado—. ¿Vas a dejar que te mangonee así, mamá?
Le lanzo una advertencia con la mirada y sacudo la cabeza. Su cara se ensombrece otra vez.
—¿Qué? ¿Ahora no puedo ni hablar?
—¡Oh! No llegaré muy tarde —dice mamá con una sonrisa afable.
—¡No vas a salir! —grita Lochan de repente, dando un golpe en la mesa con la mano. La vajilla tintinea y todo el mundo se sobresalta. Siento un dolor de cabeza familiar en las sienes.
Mamá se lleva una mano a la garganta y deja escapar una aguda exclamación de sorpresa, una especie de risita estridente.
—Anda, mirad al gran hombre de la casa, ¡le dice a su madre lo que tiene que hacer!
—Pues mira cómo estamos los demás —murmura Kit.
Lochan tira su tenedor al suelo, tiene la cara roja, se le marcan las venas en el cuello.
—Hace dos horas estabas tan mal por la puta resaca que no has sido capaz ni de cruzar la calle para recoger a tus hijos, ¡y ni siquiera te acuerdas de que llamaste a alguien para que lo hiciera!
Mamá abre los ojos de par en par.
—Pero cariño, ¿no te alegras de ver que me siento mucho mejor?
—¡No durará mucho si te pasas otra noche emborrachándote! —vocifera Lochan. Agarra el borde de la mesa con ambas manos, tiene los nudillos blancos—. Hemos estado a punto de llamar a la policía hoy. Nadie sabía dónde estaban los niños. Podría haberles pasado cualquier cosa, ¡y tú estabas demasiado atontada como para darte cuenta!
—¡Lochie! —La voz de mamá tiembla como la de una niña—. Tenía una intoxicación alimentaria. No podía parar de vomitar. Y no quería molestaros a ti y a Maya en el colegio. ¿Qué más podía hacer?
—Intoxicación alimentaria, ¡y una mierda! —Lochan se levanta con violencia y estrella la silla contra las baldosas—. ¿Cuándo vas a afrontar la realidad y aceptar que tienes un problema con el alcohol?
—Vaya, ¡tengo un problema! —Los ojos de mamá parpadean de repente, como lo haría una niña a la que han dejado de lado—. No soy una madre convencional. Demándame. ¡He tenido una vida dura! ¡Por fin he conocido a alguien genial y quiero salir y pasármelo bien! La diversión es algo que deberías probar algún día, Lochan, en vez de vivir con la cabeza metida entre los libros como tu padre. ¿Dónde están tus amigos, eh? ¿Sales alguna vez o te traes a alguien a casa para pasártelo bien?
Kit se recoloca en su silla y se deleita contemplando la escena.
—Mamá, por favor, no… —Alcanzo su mano pero ella me aparta. El aliento le huele a alcohol… En ese estado es capaz de decir o hacer cualquier cosa. Y más ahora que Lochan ha mencionado lo innombrable.
Lochan está petrificado, con la mano apoyada en el aparador. Tiffin se ha tapado las orejas con las manos y Willa observa las caras de todos, con la mirada fija y los ojos muy abiertos.
—Vamos. —Me levanto y tiro de ellos para que me sigan por el pasillo—. Id a vuestra habitación y jugad un ratito. Os llevaré unos bocadillos en un minuto.
Willa corretea asustada por las escaleras. Tiffin frunce el ceño mientras la sigue.
—Tendríamos que habernos quedado en casa de Callum —le oigo murmurar. Me duelen sus palabras.
No me queda más remedio que volver a la cocina e intentar aplacar los ánimos. Me encuentro a mamá gritando, con los ojos entrecerrados bajo el peso de sus párpados.
—No me mires así. Sabes exactamente de qué te estoy hablando. Nunca has tenido una novia en condiciones, nunca has intentado hacer un solo amigo, ¡por el amor de Dios! ¿De qué sirve ser el mejor de la clase si en el colegio me siguen diciendo que necesitas ir a un psicólogo porque eres tan tímido que no puedes siquiera hablar con los demás? ¡Aquí la única persona que tiene un problema eres tú!
Lochan no se ha movido. La está mirando horrorizado. Su falta de respuesta sólo sirve para alimentar la rabia de mamá cuando ésta intenta justificarse por su arrebato.
—Te pareces a él en todo, crees que eres mejor que los demás con tu vocabulario rebuscado y tus excelentes notas. ¡No tienes ningún respeto por tu propia madre! —chilla con la cara roja de ira—. ¿Cómo te atreves a hablarme así delante de mis hijos?
Me pongo delante de ella y empiezo a sacarla de la cocina.
—Ve con Dave —le ruego—. Ve y queda con él antes, o lo que sea. Sorpréndele. Vete, mamá, márchate.
—¡Siempre te pones de su lado!
—No estoy poniéndome del lado de nadie, mamá. Pero te estás alterando demasiado, y creo que no es buena idea teniendo en cuenta que hasta hace poco no te encontrabas muy bien. —Intento llevarla hacia el pasillo.
Ella coge su bolso, pero no pierde la oportunidad de lanzar otra pulla.
—Lochan, ¡puedes acusarme de no ser una madre normal el día que empieces a actuar como un adolescente normal!
La saco de casa con un impulso y tengo que esforzarme para no darle un portazo. En vez de eso, me apoyo en la puerta, con miedo por si vuelve a abrirla y entra de nuevo a armar escándalo. Cierro los ojos un momento. Cuando vuelvo a abrirlos, veo una figura sentada en las escaleras.
—Tiffin, ¿no tienes deberes que hacer?
—Ha dicho que nos iba a arropar —le tiembla la voz.
—Lo sé —contesto rápidamente, enderezándome—. Y lo decía en serio. Pero le he prometido que lo haría yo en su lugar porque llegaba tarde…
—¡No quiero que lo hagas tú, quiero a mamá! —chilla Tiffin y, dando un salto, corre a su habitación, cerrando la puerta de golpe tras él.
De vuelta en la cocina, veo a Kit con los pies en la mesa, sacudiéndose y riéndose en silencio.
—Dios, ¡qué jodida está esta familia!
—Vete arriba. No estás ayudando —le digo en voz baja.
Abre la boca para protestar, luego se pone de pie enfadado. La silla chirría contra las baldosas. Coge el dinero para la cena de Tiffin y Willa que hay en la mesita del recibidor y se encamina hacia la puerta.
—¿Adonde vas? —le espeto.
—¡Me largo a comprar una puta comida en condiciones!
Lochan se pasea por la cocina. Parece desarmado, confundido de algún modo. Tiene la cara veteada con líneas de color carmesí; su piel tiene un aspecto raro, parece estar en carne viva.
—Lo siento, no debería haber empezado. —Parece como si estuviera temblando. Intento tocarle el brazo, pero se aparta de mí de un salto, como si le hubiera dado un picotazo. Su dolor es prácticamente tangible: el sufrimiento, el resentimiento, la ira… todo llena la pequeña estancia.
—Lochie, estabas en tu derecho de perder la compostura. Lo que ha hecho mamá no tiene excusa. Pero escúchame… —Me pongo delante de él e intento tocarle de nuevo—. Lochie, escucha. Esas cosas que ha dicho eran su forma de contraatacar. Le has mencionado la bebida y no puede hacer frente a la realidad. Así que ha intentado buscar la respuesta más hiriente y dolorosa posible…
—De verdad lo cree, piensa cada una de las palabras que ha dicho. —Se tira del pelo, frota sus mejillas—. Y tiene razón. No soy… No soy normal. Hay algo en mí que no está bien y…
—Lochie, no te preocupes por eso ahora, ¿vale? Es algo en lo que puedes trabajar. ¡Puedes mejorar con el tiempo!
Se aleja de mí y continúa caminando arriba y abajo, como si el movimiento constante fuera a evitar que cayese y se hiciese pedazos.
—Ella es igual que Kit. Está… Está… —No se atreve a decir la palabra—. Avergonzada —suspira por fin.
—Lochie, para un segundo. Mírame.
Lo agarro por los brazos y lo sostengo. Siento cómo tiembla bajo mis manos.
—Todo va bien. Los niños están bien y eso es lo que importa. No la escuches. Nunca jamás lo hagas. Sólo es una vaca vieja y amargada que no ha crecido. Pero no está avergonzada de ti. Nadie lo está, Lochie. Por Dios, ¿cómo podrían estarlo? Todos sabemos que sin ti esta familia se rompería en pedazos.
Deja caer la cabeza en señal de derrota. Noto sus músculos contraerse bajo mis dedos.
—Se está rompiendo en pedazos.
Le doy una sacudida pequeña, desesperada.
—Lochan, no se está rompiendo. Willa y Tiffin están bien. ¡Yo estoy bien! Kit es el típico adolescente gilipollas. Estamos juntos en esto, lo hemos estado todos estos años, desde que papá se fue, desde que el problema de mamá empezó. No le han quitado la custodia a mamá, y eso es única y exclusivamente gracias a ti.
Se hace un largo silencio. Todo lo que veo es la coronilla de Lochan. Se inclina un poco hacia mí. Le alcanzo y le paso los brazos alrededor del cuello, abrazándole fuerte. Bajo el volumen de mi voz hasta que se convierte en un susurro.
—No eres sólo mi hermano, eres mi mejor amigo.