Maya
Jamás he visto a Kit tan ansioso por ir al colegio. Siento remordimientos al pensar que ojalá fuera así todos los días. Tras devorar la tostada en tres mordiscos y tragarse el zumo en dos sorbos, coge la comida para llevar que Lochan le ha preparado y sale disparado hacia el pasillo para recoger el resto de sus cosas. Cuando vuelve con las bolsas lo miro, enfundado en su nueva chaqueta caqui, que compramos especialmente para la ocasión, y que destaca con los vaqueros agujereados, que se niega a tirar, y la enorme sudadera que le queda grande. Repentinamente, siento una desazón. Lleva el pelo rubio despeinado y está pálido por haberse ido tarde a dormir durante tantas noches. Está muy delgado, parece vulnerable, casi frágil.
—¿Te has acordado de coger el cargador del móvil? —le pregunto.
—Sí, sí.
—Acuérdate de llamarnos cuando llegues, ¿vale? —añade Lochan—. Y bueno, tal vez en algún momento durante la semana podrías volver a llamar, sólo para que sepamos que estás bien.
—Sí, sí. Vale. —Se cruza la banda de una de las bolsas en el pecho y la otra se la cuelga del hombro.
—¿Tienes el dinero que te di? —pregunta Lochan.
—No, me lo gasté.
Lochan abre los ojos desmesuradamente.
Kit resopla y se ríe.
—¡Sois tan ingenuos!
—Muy gracioso, No te lo gastes en tabaco o sabes que le mandarán derechito a casa.
—¡Sólo si me pillan! Bueno, ¡me voy! —grita antes de que Lochan pueda responder y se marcha dando golpes por el pasillo.
—¡Adiós! —le grita Willa a sus espaldas—. ¡Te echaré de menos!
—¡Tráeme un regalo! —interviene Tiffin con optimismo.
—¡Diviértete y pórtate bien! —dice Lochan.
—¡Y ten cuidado! —Añado yo.
La puerta se cierra de golpe haciendo retumbar las paredes. Miro el reloj de la cocina, intento llamar la atención de Lochan con la mirada y me río. Son las ocho y media: debe de tratarse de un récord. Uno menos, pienso con creciente expectación; faltan dos.
Tras obligarlo a desayunar, Tiffin empieza a dar saltitos por la casa, diciendo que no pasa nada si llegan antes, que a Freddie no le importará, ¡que tienen que ir! Willa se refugia en mi regazo, toma cereales secos de su bol y le da vueltas a la idea de si pasar toda la noche en casa de otra gente es una buena opción después de todo. Especialmente porque le da miedo la oscuridad, porque a veces tiene pesadillas, porque Susie podría no compartir sus juguetes, porque cuatro casas son demasiada distancia si decide que necesita volver en mitad de la noche. Lochan da la espalda al fregadero para mirarnos con tal expresión de horror que no puedo evitar reírme.
No me lleva demasiado rato explicarle a Willa qué tiene de bueno pasar la noche con una amiga de la escuela que no sólo tiene jardín y una casita para jugar, sino también, por lo que parece, un nuevo cachorrito. Willa reacciona y de pronto decide que su nuevo juego de tazas de té de plástico seguramente le será muy útil y corre al piso de arriba para meterlo en su bolsa de juguetes. En cuanto abandona la cocina, Lochan se aparta del fregadero con espuma hasta los codos.
—¿Qué pasa si cambia de opinión? —pregunta con aflicción—. Nunca ha dormido fuera. Podría enfadarse en mitad de la velada o decidir que quiere venir a casa en cuanto oscurezca. Tendremos que ir y recogerla…
Me río.
—¡No estés tan preocupado, mi amor! No lo hará. Tiffin estará allí, ella adora a Susie y hay un cachorrito, por Dios.
Lochan niega con la cabeza y sonríe levemente.
—Ojalá tengas razón. Si suena el teléfono lo desconecto de la pared, lo juro.
—¿Le harías eso a tu hermanita de cinco años? —Doy un gritito fingiendo indignación.
—¿Por una noche entera los dos solos? Dios, Maya, ¡la vendería a los gitanos!
Salgo riendo a buscar algo a la mesita de la entrada.
—Mira lo que tengo. —Extiendo alegremente la mano cerrada.
Lochan la coge suavemente con la suya y la abre.
—¿Una llave?
—La llave de mamá. Se le cayó el fin de semana pasado cuando vino a recoger ropa.
Su rostro se ilumina.
—¡Vaya, buena idea!
—¡Lo sé! Es poco probable que venga, pero ahora sabemos que aunque lo haga, ¡no podrá entrar en casa!
—¡Qué lástima que no podamos impedirle entrar siempre!
Tras dejar a los niños en casa de Freddie, me pongo a correr como cuando era pequeña, salvaje, rápida y libre. Meto los zapatos en los charcos fangosos, salpicándome las piernas desnudas con agua sucia, y las viejas señoras, encorvadas bajo sus paraguas, se mueven rápidamente a un lado para dejarme pasar, deteniéndose para observarme mientras corro a toda velocidad. El cielo, de un color blanco y delicado, deja caer grandes y frías gotas de lluvia, un viento helado las azota como fuertes aguijones contra mi cara punzándome la piel. Estoy completamente empapada, mi abrigo sin abrochar va aleteando, la camisa está casi transparente y el pelo me chorrea por la espalda. Sigo corriendo, más y más rápido. Me siento como si el viento estuviera a punto de atraparme, como si fuera a elevarme en el aire como una cometa y a hacerme girar y caer sobre las copas de los árboles hacia el lejano horizonte. Nunca me he sentido tan viva, tan llena de libertad y alegría.
Llamo a la puerta de la cocina y levanto los brazos.
—Vaya. —Lo miro, la felicidad amenaza con estallar dentro de mí como un surtidor de burbujas efervescentes—. No puedo creerlo. Realmente, no puedo creerlo. Pensé que este momento jamás llegaría.
Lochan se echa a reír.
—¿Qué?
—Pareces una rata empapada.
—¡Gracias!
—¡Ven aquí! —Se lanza a por mí rodeando la mesa de la cocina y me agarra por la muñeca—. ¡Bésame!
Me río e inclino la cabeza hacia arriba mientras él lleva sus cálidas manos hasta mi cara.
—¡Ay, estás congelada! —Me besa suavemente, y luego con mayor intensidad. Mi pelo gotea sobre él.
—¡Entonces deja que me cambie!
Me doy la vuelta y corro escaleras arriba hasta mi habitación. Mientras rescato la toalla de debajo de una pila de ropa, Lochan viene y salta sobre mi cama, luego se gira para sentarse con las piernas dobladas, con la espalda pegada a la pared. Me froto el cabello y me seco la cara, luego me quito la falda empapada, lidiando con el primer botón con una mano e inclinándome para buscar unos vaqueros con la otra. No puedo encontrarlos, y me doy cuenta de que el botón se ha enganchado. Suspiro fastidiada, paro e intento sacarlo con las uñas.
Lochan se levanta de la cama y se acerca.
—Dios, ¡eres más negada que Tiffin!
—¡Es que está mojado! —Creo que esta estúpida falda se encogido con la lluvia o algo así.
—Espera, espera… —Sus cálidas manos rozan las mías al tirar suavemente del húmedo botón. Estoy temblando, dejo caer mis brazos a los lados y siento su flequillo cosquillear en mi frente mientras se inclina hacia mí con la cabeza gacha, con su aliento suave sobre mi cuello. Tiene los ojos entrecerrados por la concentración cuando, bajo sus dedos insistentes, el botón por fin se desabrocha. Sigue toqueteándolo, con la cabeza aún inclinada y noto cómo se acelera su respiración. Sin levantar la vista, comienza a desabrochar el siguiente.
Yo estoy de pie, muy quieta, plenamente consciente de que ninguno de los dos ha dicho nada durante un rato. Un extraño zumbido parece inundar el aire como un pensamiento no expresado que cuelga entre nosotros. Lochan tiene intención de desabrocharme la camisa, pero parece que le cuesta, sus manos están temblando. Contemplo su rostro detenidamente, preguntándome si estamos pensando lo mismo. Cuando por fin termina con el tercer botón, mi camisa se abre revelando la parte superior de mi sujetador. Escucho el aliento de Lochan acelerarse mientras sigue con los botones inferiores en silencio, concentrado en su tarea. Me roza el seno con el borde de la mano; ya está desabrochando el último botón y noto que mi pecho sube y baja muy rápido. El tacto de sus dedos en la fina y húmeda tela me pone la piel de gallina. Mi camisa queda totalmente abierta y él la desliza por mis hombros, dejándola caer en la moqueta. Lleva sus manos a mi sujetador pero se detiene repentinamente, con una mano flotando sobre mis senos, y durante un momento de duda, lo comprendo.
—Está bien —susurro, súbitamente mi voz suena débil—. Quiero.
Sus ojos se mueven nerviosos y me observan, la sangre acude rápidamente a sus mejillas, su expresión es una mezcla de temor y anhelo.
—¿De verdad?
—¡Sí!
Lágrimas y risas se arremolinan en mi interior. Acaricio su mejilla con la mía suavemente, tanto que siento su piel como las alas de una mariposa. Cierro los ojos y muevo mis labios ligeramente por su cara, apenas tocándole, por lo que mi boca se pone a temblar. Él también cierra los ojos, inspira profunda mente y deja escapar el aire muy lentamente. Mis labios siguen el recorrido por su cuello, hacia el hueco de su clavícula. Sus dedos estrechan los míos y deja escapar un pequeño jadeo. Levanto la cara y beso delicadamente la comisura de su boca antes de besar su rostro. Su boca sigue a la mía y lo provoco impidiendo que nuestros labios se encuentren hasta que su respiración se hace más rápida y libera su mano para posarla en mi mejilla, y me convence para que mi boca se una a la suya. Al fin comenzamos a darnos besos suaves, delicados, agitados. Espasmos de placer recorren todo mi cuerpo y su mano tiembla contra mi mejilla. Toma aliento cada vez con mayor intensidad, quiere besarme más fuerte, pero yo me resisto pues intento que esto dure tanto como sea posible. Me acaricia la cara, pasa los dedos por mi mejilla, y seguimos con nuestros pequeños y ligeros besos, piel contra piel, tan cálida, tan familiar, tan suave, hasta que posa sus manos en mi espalda y me desabrocha el sujetador.
Acaricia mis pechos con los dedos temblorosos, trazando círculos alrededor de mis pezones, provocándome espasmos de nerviosismo y excitación. Parece estar conteniendo el aliento, con los ojos fijos y entrecerrados por la concentración. De repente emite un pequeño sonido, el aire sale con fuerza de sus pulmones. Indecisa, acerco mi mano a la parte inferior de su camiseta. Como no se opone, tiro de ella suavemente por encima de su cabeza. Cuando reaparece con el pelo alborotado, acaricia mi piel con las yemas de los dedos, besando mis pechos. Le desabrocho los vaqueros y se le acelera la respiración, su cuerpo se contrae bajo mi tacto. Noto su aliento cálido, apresurado y húmedo en mi mejilla. Busca mi boca, me besa con mayor intensidad. Mientras me atrae hacia él, un fuerte temblor recorre su cuerpo y el mío. Sus brazos me rodean con fuerza y el calor de su pecho pegado a mí me hace jadear. Me está besando el cuello, los hombros, los pezones, separándose para tomar pequeñas bocanadas de aire, sus manos se posan en mis senos, en mi estómago, dentro de mis braguitas, bajándomelas por las piernas. Me deslizo fuera de ellas, echo mano a sus calzoncillos y se los quito. Los patea con los tobillos y ahora estamos de pie, juntos, desnudos por primera vez a la brillante luz del día.
¡Qué maravilloso es estar juntos así, con la puerta abierta, la ventana de par en par y las cortinas ondeando con la brisa! Las nubes cargadas de lluvia se han marchado, el sol ha salido y todo lo que hay en mi habitación parece níveo y resplandeciente. Lochan lleva su mano hasta el pomo de la puerta instintivamente, pero se detiene riendo. Y súbitamente, es como si todas las risas y la felicidad del mundo estuvieran aquí, entre los dos, en esta habitación. Nuestro amor, nuestro primer bocado de libertad, incluso el sol parece irradiar su aprobación, y por fin siento que lo nuestro va a salir bien. No tendremos que escondernos siempre: la gente lo aceptará, la gente tendrá que aceptarlo. Cuando vean lo mucho que nos queremos, cuando se den cuenta de que siempre estuvimos destinados a estar juntos, cuando entiendan lo felices que somos, ¿cómo podrán rechazarnos? Todas nuestras batallas tuvieron lugar para que pudiéramos alcanzar este punto, este momento exquisito en el que por fin abrazarnos, tocarnos el uno al otro, besarnos el uno al otro sin miedo a ser descubiertos, sin culpabilidad ni vergüenza, para compartir nuestros cuerpos, nuestro ser, cada parte de nuestra alma.
Me sigue hasta la cama, se tumba a mi lado y continúa besándome, acariciando mis pezones con las yemas de los dedos, lamiendo mi cuello. Toco su pene pero aparta mi mano respirando con dificultad.
—Espera… —Me mira fijamente, su cuerpo está tenso, vibra contra mí como un cable eléctrico—. Maya, estás… ¿Estás segura?
Asiento lentamente, un rastro de miedo repta dentro de mí.
—¿Dolerá?
—Sí duele, bueno… Pararemos. Lo único que tienes que hacer es decirme que pare. Tendré mucho cuidado, lo haré, te lo prometo…
Sonrío ante el fervor que hay en su voz.
—Esta bien. Confío en ti, Lochie.
—Pero sólo si estás segura… —Sus manos son como grilletes alrededor de mis muñecas, aún intenta evitar que le toque.
Tomo aliento profundamente, como si me preparara para lanzarme al vacío.
—Estoy segura.
Nuestros ojos se cierran a la vez, sellando un acuerdo silencioso con nuestras miradas y en su rostro veo reflejados mi miedo y mi anhelo.
—¿Te has acordado de comprar algún…?
—Sí. —Se levanta velozmente de la cama y desaparece de la habitación.
Momentos más tarde, vuelve con algo en la mano. Latidos de nerviosismo aparecen en mi pecho. Sin decir nada, Lochan se sienta dándome la espalda y empieza a rasgar la envoltura brillante y púrpura. Recostada sobre las almohadas, me pongo el edredón por encima. Mi corazón golpetea contra mis costillas. No puedo creer que vayamos a hacer esto de verdad. Miro la suave y blanca curva de su columna vertebral, los agudos ángulos de sus omóplatos, su caja torácica expandiéndose y contrayéndose con rapidez, los músculos de sus brazos en tensión y sus manos moviéndose torpemente entre sus piernas. Me doy cuenta de que está temblando.
Por fin se da la vuelta con la respiración entrecortada y veloz. Me inclino para pedirle un beso y volvemos a tumbarnos en la cama, con su boca fiera y urgente contra la mía. Esta vez está encima de mí, apoyado en los codos, frotando su cara contra mi mejilla. Con mis manos recorro arriba y abajo su estómago y le siento estremecer. Vacilando, separo las piernas y doblo las rodillas. Siento un pinchazo en el muslo.
—Más arriba —susurro.
Ahora ha dejado de besarme, su rostro está a unos centímetros del mío, la concentración se esculpe entre sus cejas mientras se desplaza un poco, intentando encontrar el lugar adecuado. Tras varios intentos fallidos, se inclina hacia un lado y baja la mano para intentar conducirlo dentro. Su mano golpea mi pierna.
—Ayúdame —musita.
Alcanzo su mano y, tras lo que parece una eternidad, consigo ponerlo en el lugar adecuado. Retiro mi mano e inmediatamente me siento en tensión. Lochan presiona contra mí; me estremezco ante lo que va a ocurrir: es imposible que me quepa. Durante un rato no ocurre nada. Entonces siento que empieza a abrirse paso en mi interior.
Inhalo fuertemente. La cara de Lochan se cierne sobre la mía, mirándome, respirando rápidamente y con dificultad. Sus ojos están muy abiertos, me observa con sus iris verdes salpicados de azul. Distingo cada una de sus pestañas, las grietas en sus labios, el sudor que bordea su frente. Y lo siento dentro de mí, su cuerpo estremecido por el deseo de ir más allá.
—¿Estás bien? —me pregunta con voz temblorosa.
Asiento.
—¿Puedo… puedo seguir?
Asiento de nuevo. Me duele, pero eso ahora no importa. Le quiero, quiero abrazarlo, quiero sentirlo dentro de mí. Empieza a empujar con más fuerza. Una intensa punzada me hace estremecer, pero un momento después, ya está dentro del todo. Estamos todo lo cerca que pueden estar dos personas. Dos cuerpos unidos en uno…
Lochan sigue observándome con una mirada acuciante, emitiendo pequeños gemidos. Empieza a moverse lentamente adelante y atrás, con los codos hundidos en el colchón, aferrándose a la sábana a ambos lados de mi cabeza.
—Bésame —suspiro.
Baja su rostro hasta el mío, con sus labios rozándome la mejilla, la nariz y después lentamente en dirección a la boca. Me besa con dulzura, con mucha suavidad, respirando fuertemente. Entonces, el dolor que siento entre mis piernas comienza a disiparse a medida que él sigue moviéndose dentro de mí y percibo otra sensación, una que hace que mi cuerpo entero se convulsione. Paseo el dorso de mis manos delicadamente por su pecho y por su estómago, desciendo hasta la concavidad entre sus caderas, y luego las subo hacia sus costados, apremiándole con mis manos para que se mueva un poco mas rápido. Lo hace, apretando los labios y conteniendo el aliento, con un rubor en su cara que cada vez se intensifica más y se extiende por su cuello y por su pecho. El sudor brilla en su frente y sus mejillas, una pequeña gota corre por su cara y cae sobre la mía. Al moverse, su flequillo acaricia mi frente. Escucho el sonido de mi propia respiración mezclándose con la suya, con pequeñas bocanadas que escapan por mi boca. No quiero que esto termine jamás, este miedo combinado con el éxtasis, todo mi ser vibrante de deseo, la presión de su cuerpo sobre el mío. Sentirle dentro de mí, moviéndose contra mí, haciéndome estremecer de placer. Inclino la cabeza para que vuelva a besarme y sus labios descienden sobre los míos, con más furor esta vez. Aprieta los ojos, se separa un poco y aguanta la respiración durante unos segundos, dejando luego salir el aire de golpe. Súbitamente abre los ojos de nuevo, con una mirada de desesperación y urgencia.
—Está bien —le aseguro enseguida.
—No puedo… —Se le traban las palabras en la garganta y lo siento temblar sobre mí.
—¡No pasa nada!
Jadea levemente y sus movimientos se aceleran.
—¡Lo siento!
Noto cómo se sacude en mi interior, su pelvis se clava en la mía. De repente, parece confinado en su propio mundo. Cierra los ojos y sus gemidos irregulares desgarran el aire, su cuerpo se tensa más y más, sus manos desgarran las sábanas. Entonces, inhala profunda y agudamente, se aprieta fuertemente contra mí temblando violentamente y emitiendo pequeños sonidos salvajes.
Una vez que se queda quieto, todo el peso de su cuerpo se hunde sobre mí y se derrumba contra mi cuello. Me está abrazando muy fuerte, sus brazos se ciernen a mi alrededor, sus dedos se clavan en mis hombros, su cuerpo aún se retuerce. Exhala lentamente el aire frío que llena la habitación. Recorro su cabello húmedo con la mano, paso por su cuello y por su espalda, sintiendo su corazón latir con violencia contra el mío. Le beso en el hombro, la única parte de él a la que puedo acceder y miro asombrada el conocido techo de un azul desvaído.
La realidad se ha alterado, o al menos ha cambiado mi percepción de ella. Todo me parece distinto, lo veo de un modo diferente… Durante unos breves instantes ni siquiera estoy segura de quién soy. Este chico, este hombre que reposa entre mis brazos, se ha convertido en una parte de mí. Juntos tenemos una nueva identidad: somos dos partes de un todo. En los últimos minutos, todo lo que había entre nosotros ha cambiado para siempre. Veo a Lochie como nadie le ha visto jamás, lo he sentido dentro de mí, lo he visto en su momento más vulnerable, abriéndome a él a mi vez. Durante esos breves instantes en los que lo he tenido dentro de mí, me he convertido en una parte de él, hemos estado lo más cerca que jamás podrán estar dos personas.
Levanta lentamente la cabeza de mi hombro y me mira con preocupación.
—¿Estás bien? —jadea suavemente.
Asiento, sonriendo.
—Sí.
Suspira de alivio y presiona su boca contra mi cuello, el sudor nos recorre a ambos. Me besa entre suspiros y, cuando por fin consigo ver la expresión fiera y turbada en su rostro, me río. Me mira y también se echa a reír, y todo su ser parece irradiar alegría. Y de pronto pienso: «todo este tiempo, toda mi vida, ese camino duro y pedregoso me traía hasta este punto. Lo seguí ciegamente, tropezando a medida que avanzaba, magullada y cansada, sin idea alguna de adonde se dirigía, sin darme cuenta jamás de que a cada paso que daba más cerca estaba de la luz al final del largo y oscuro túnel. Y ahora que lo he alcanzado, ahora que estoy aquí, quiero cogerlo entre mis manos, aferrarme a él para siempre para poder recordar el punto en que mi nueva vida comenzó de verdad. Todo lo que siempre quise está aquí, ahora, atrapado en este instante. La risa, el júbilo, la grandeza del amor que sentimos. Éste es el comienzo de la felicidad. Todo empieza hoy».
Entonces, desde la puerta, me llega un grito estremecedor.