CAPÍTULO VEINTIDÓS

Maya

Durante las últimas semanas parece haber tenido lugar un cambio trascendental. Inesperadamente todos parecen más felices, mucho más a gusto. Kit empieza a comportarse como un ser humano civilizado. Lochan cumple dieciocho años y todos vamos a celebrarlo a Burger King, Willa y yo hacemos una tarta deliciosa aunque desproporcionada. Mamá se olvida hasta del teléfono. De vez en cuando Lochan y yo nos tomamos un día libre y no vamos al colegio, lo que nos permite tener tiempo para nosotros y para hacer frente a la montaña de cosas que debimos haber hecho hace mucho: visitas al médico, al dentista, a la peluquería. Lochan ayuda a Kit a arreglar su bicicleta y por fin consigue que mamá le dé dinero suficiente para comprar uniformes nuevos y pagar algunas facturas atrasadas. Juntos limpiamos la casa de arriba abajo, ideamos un nuevo compendio de normas para animar a los niños a hacerse responsables de nuevas tareas ellos solos, pero lo más importante es que nos tomamos nuestro tiempo para hacer actividades en familia: jugar en el parque o sentarnos en la cocina con un juego de mesa. Ahora que Lochan y yo pasamos las noches juntos y hacemos campana cuando las cosas vuelven a ponerse demasiado estresantes, el tiempo para estar solos ya no es tan limitado, y pasarlo bien con los niños se convierte en algo tan importante como cuidar de ellos.

Mamá nos «vigila» de vez en cuando, pero no suele quedarse más de una noche o dos. Nos da el dinero que se supone necesitaremos para la semana, de mala gana, resentida por tener que sacar la chequera para pagar las facturas que Lochan le impone. Gran parte de su ira proviene del hecho de que Lochan y yo nos negamos a dejar el colegio y buscar trabajo, pero hay una razón más profunda. Aún se ve obligada a mantener a una familia de la que ya no forma parte, de la que «ha elegido»; no ser miembro. Pero aparte del aspecto económico de la situación, ninguno de nosotros espera nada de ella, así que no nos sentimos decepcionados. Tiffin y Willa ya no salen corriendo para saludarla, ya no le ruegan unos minutos de su tiempo. Lochan ya está empezando a buscar trabajo para cuando acabe los exámenes finales. Insiste en que cuando vaya a la universidad podrá trabajar a tiempo parcial y que no tendremos que seguir pidiendo dinero a mamá. Como familia, ahora ya no nos falta nada.

Pero yo sueño con que llegue la noche. Con acariciar a Lochan, sentir cada parte de él, con excitarle con el simple tacto de mi mano, lo que hace que me quede con ganas de más.

—¿Alguna vez te preguntas cómo será? —inquiero—. ¿Hacer realmente…?

—Siempre.

Se hace un largo silencio. Me besa, sus pestañas me hacen cosquillas en la mejilla.

—Yo también —susurro.

—Algún día —dice en voz baja mientras yo paseo mis dedos por su pierna.

—Sí…

Sin embargo, algunas noches nos quedamos muy cerca. Siento ese dolor anhelante en mi cuerpo y noto la frustración de Lochan tan intensamente como la mía. Cuando me besa con tanta fuerza que casi duele y su cuerpo palpita contra el mío, desesperado por llegar más lejos, empieza a preocuparme que al compartir cama cada noche nos estemos torturando el uno al otro. Pero cuando hablamos de ello coincidimos en que preferimos con creces estar juntos así que de nuevo cada uno en su habitación sin tocarnos.

En el colegio, al mirar a Lochan sentado solo en la escalera durante el patio y ver que me devuelve la mirada, el abismo entre los dos parece inmenso. Ambos levantamos la mano discretamente como saludo y cuento las horas que quedan hasta verlo como es debido en casa. Sentada en la parte inferior del muro con Francie a mi lado, a menudo pierdo el hilo de la conversación y me hallo aquí soñando despierta con él, hasta que un día me sorprendo al ver que no está solo.

—Oh, Dios mío, ¿con quién está hablando? —corto a Francie en mitad de una frase.

Sus ojos siguen la dirección de mi mirada.

—Parece Declan, ese chico nuevo del curso de Lochan. Su familia se ha mudado aquí desde Irlanda, creo. Al parecer es superinteligente, ha pedido plaza en todas las universidades… ¡Debes haberle visto por ahí!

No lo he hecho, pero a diferencia de Francie no paso la mayor parte de mi tiempo comiéndome con los ojos a cada alumno varón de último curso.

—¡Dios! —exclamo con el asombro resonando en mi voz—. ¿De qué crees que están hablando?

—Ayer almorzaron juntos —me informa Francie.

Me vuelvo para mirarla.

—¿En serio?

—Sí. Y cuando pasé al lado de Lochan por el pasillo el otro día, no sé cómo nos pusimos a hablar —me dice con la boca abierta.

—¿Qué?

—¡Sí! En vez de pasar por delante de mí sin decir nada como si no me hubiera visto, se detuvo y me preguntó cómo estaba.

En mi cara aparece una sonrisa de incredulidad.

—Así que ya ves, puede hablar con las personas. —Francie deja escapar un suspiro melancólico—. Quizás al fin consiga que salga conmigo.

Vuelvo a mirar hacia la escalera de nuevo con una sonrisa de satisfacción.

—Oh, Dios mío… —Declan sigue ahí. Parece que le está enseñando algo a Lochan en el móvil. Veo a Lochan hacer un gesto gracioso en el aire y Declan se ríe.

Aún me estoy recuperando de mi conmoción cuando decido dar el paso y plantearle a Francie la pregunta que he querido hacerle desde hace algún tiempo.

—Eh, me he estado preguntando algo… ¿Crees…? ¿Crees que dos personas cualesquiera, si se aman de verdad, deberían poder estar juntas sin importar quiénes sean? —le pregunto.

Francie me mira divertida, se da cuenta de que voy en serio y entrecierra los ojos, pensando.

—Claro, ¿por qué no?

—¿Qué pasa si la religión lo prohíbe? ¿Y si ello destrozara a sus padres o amenazaran con repudiarlos o algo así? ¿Deberían seguir adelante?

—Claro —responde Francie encogiéndose de hombros—. Es su vida, así que deberían poder elegir a quién querer. Si los padres están tan locos como para intentar detenerlos y no dejar que se vean, deberían escaparse, fugarse.

—¿Qué pasa si se tratara de algo aún más difícil? —pregunto, pensando intensamente—. ¿Qué pasa si fueran, no lo sé, profesor y alumna?

Los ojos de Francie se abren del todo e inmediatamente me agarra el brazo.

—¡No puede ser! ¿De quién diablos se trata? ¿Del señor Elliot? ¿El tío ese del departamento de informática? ¿El que tiene un tatuaje?

Me río y niego con la cabeza.

—¡No hablo de mí, tonta! Sólo imaginaba un caso hipotético. Como lo que estuvimos hablando en clase de historia, sobre que la sociedad había cambiado mucho durante los últimos cincuenta años…

—Ah. —El rostro de Francie parece decepcionado.

La miro y doy un bufido.

—¿El señor Elliot? ¿Me tomas el pelo? ¡Tiene casi sesenta años!

—¡Yo creo que es sexy!

Pongo los ojos en blanco.

—Eso es porque estás como una cabra. Pero, en serio, piénsalo. Hipotéticamente…

Francie deja escapar un suspiro entrecortado.

—Bueno, probablemente deberían esperar hasta que la alumna fuera mayor de edad para empezar…

—¿Pero y si lo fuera? ¿Y si tuviera dieciocho años y el tío tuviera cuarenta? ¿Deberían huir juntos? ¿Eso estaría bien?

—Bueno, el hombre perdería su trabajo y los padres de la chica se preocuparían mucho, así que probablemente sería mejor mantener el secreto durante unos años. Luego, cuando la chica tuviera veintiún años o así, ¡ya no sería un problema tan grande! —Se encoge de hombros—. Creo que sería bastante guay salir con un profesor. Imagínate, sentada en clase, podrías…

Dejo de escuchar e inspiro profundamente, frustrada. Al momento me doy cuenta de que no hay nada que pueda compararse con nuestra situación.

—¿Entonces ya nada es un tabú? —la interrumpo—. ¿Me estás diciendo que no hay dos personas que, si se aman lo suficiente, deban ser separadas?

Francie piensa un momento y vuelve a encogerse de hombros.

—Supongo que no. Aquí no, al menos, gracias a Dios. Tenemos la suerte de vivir en un país que es bastante abierto de mente. Mientras una persona no obligue a la otra supongo que cualquier amor es legítimo.

Cualquier amor. Francie no es estúpida. Sin embargo el tipo de amor que nunca será legítimo para mí ni siquiera ha cruzado por su mente. El único amor tan repugnante, tan tabú, que ni siquiera se incluye en una conversación sobre relaciones ilícitas.

La charla me obsesiona durante las semanas siguientes. Aunque no tengo intención de confiar nuestro secreto a nadie, no puedo evitar preguntarme cómo reaccionaría Francie si se enterara. Es una persona inteligente y con la mentalidad abierta, además de un punto de rebeldía. A pesar de su audaz declaración de que no hay amor que esté mal, tengo la firme sospecha de que se horrorizaría tanto como cualquiera si supiera de mi relación con Lochan. «¡Pero es tu hermano! —Me la imagino exclamando—. ¿Cómo puedes hacerlo con tu hermano? ¡Eso es asqueroso! Oh, Dios, Maya, estás enferma, estás muy enferma. Necesitas ayuda». Y lo más extraño es que una parte de mí está de acuerdo. Una parte de mí piensa: «Sí, si Kit fuera mayor y ocurriera con él, entonces sería realmente asqueroso. La sola idea es impensable, no quiero ni imaginarlo. De hecho, me pone enferma». Pero ¿cómo hacer entender al mundo exterior que Lochan y yo sólo somos hermanos por culpa de un contratiempo biológico? Que no fuimos más que compañeros criando una familia mientras crecíamos. ¿Cómo explicar que nunca he sentido a Lochan como a un hermano sino como algo más, mucho más que eso? Un alma gemela, un mejor amigo, parte de cada fibra de mi ser. ¿Cómo explicar que esta situación, que el amor que sentimos el uno por el otro, que lo que para los demás es enfermizo, retorcido y asqueroso, para nosotros es algo completamente natural y maravilloso y tan… tan bueno?

Por la noche, tras besarnos, acariciarnos y tocarnos, estamos tumbados y charlamos hasta altas horas. Hablamos de todo y nada: de cómo van los niños, de anécdotas divertidas del colegio, de cómo nos sentimos acerca del otro. Y desde que le vi en las escaleras manteniendo una «conversación», hablamos de la nueva voz que Lochan ha encontrado. A pesar de que está dispuesto a quitarle importancia, confiesa que tiene una «especie de amigo» en Declan, que al principio se acercó a Lochan porque ambos habían recibido propuestas de la Escuela Universitaria de Londres. Aún evita hablar con nadie más, pero estoy muy contenta. El hecho de que haya conectado con una persona fuera de la familia significa que «puede» hacerlo, que habrá otros, y que cuando vaya a la universidad, por fin conocerá a gente con la que tenga algo en común. Y la noche en que Lochan me dice que consiguió ponerse de pie delante de toda la clase en la asignatura de inglés y leer una de sus redacciones, dejo escapar un chillido que se ve obligado a silenciar con una almohada.

—¿Por qué? —pregunto, gritando de alegría—. ¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado?

—He estado pensando sobre… sobre lo que dijiste, que debería dar un paso tras otro y bueno, sobre todo, que crees en mí, que sabías que podría hacerlo.

—¿Cómo fue? —le pregunto tratando de hablar en voz baja, mirando sus ojos que, incluso a media luz, brillan con un suave triunfo.

—Horrible.

—¡Ay, Loch!

—Me temblaban las manos y la voz. Las palabras de la página se convirtieron en un amasijo de jeroglíficos, pero de algún modo lo conseguí. Y cuando terminé hubo algunas personas, no sólo las chicas, que me aplaudieron. —Deja escapar una breve exclamación de sorpresa.

—Bueno, ¡pues claro que aplaudieron! ¡Tus redacciones son realmente increíbles! —respondo.

—También había un chico que se llama Tyrese y es bastante majo, que se acercó a mí después de que sonara el timbre y me dijo cosas sobre la redacción. No sé exactamente el qué, porque estaba aturdido del miedo —se ríe—, pero debió ser algo halagador porque me dio una palmadita en la espalda.

—¿Lo ves? —me jacto—. ¡Les inspiraste con tu escrito! No es de extrañar que tu profesora tuviera tantas ganas de que leyeras una en voz alta. ¿Le dijiste algo a Tyrese?

—Creo que le dije algo del tipo: «oh, sí, ah, bien». —Lochan deja escapar un bufido burlón.

Me río.

—¡Eso es genial! ¡Y la próxima vez le dirás algo un poco más coherente!

Lochan sonríe y se pone de lado, apoyando la cabeza en su mano.

—¿Sabes? Últimamente, incluso hasta cuando no estamos juntos, a veces pienso que voy a poder con esto, que algún día llegaré a ser normal.

Le doy un beso en la nariz.

Eres normal, tonto.

No responde pero comienza a frotar abstraído un mechón de mi pelo entre sus dedos.

—A veces me pregunto… —Se detiene abruptamente, examinando mi cabello con detalle.

—¿A veces te preguntas…? —Inclino la cabeza y le beso en la comisura de los labios.

—¿Qué…? ¿Qué haría yo sin ti? —Termina en un susurro, rehuyendo mi mirada.

—Ir a dormir a una hora razonable, en una cama en la que puedes rodar sin caerte…

Se ríe suavemente en la oscuridad.

—Ya, claro, tendría una vida más fácil en muchos sentidos. Mamá no debería haberse quedado embarazada tan rápido después de tenerme…

La broma se apaga incómodamente y la risa queda absorbida por la negrura cuando comprende la verdad que hay en sus palabras.

Tras un largo silencio dice de repente:

—Ciertamente, ella no tenía intención de tener hijos, pero bueno, no es que crea en el destino ni nada parecido pero ¿qué pasa si nosotros estábamos destinados a estar juntos?

No respondo de inmediato, no estoy segura de lo que insinúa.

—Lo que quiero decir es que quizá lo que parecía una situación de mierda para unos críos abandonados, por otra parte ha conducido a algo realmente especial.

Lo pienso un momento.

—¿Crees que si hubiéramos tenido unos padres convencionales, o simplemente padres, tú y yo nunca nos hubiéramos enamorado?

Ahora él se queda callado. La luz de la luna ilumina un lado de su rostro, un brillo blanco y plateado baña esa mitad, dejando a la otra en las sombras. Tiene una mirada distante, lo que significa que o bien su mente está en otro lugar, o está considerando seriamente mi conjetura.

—A menudo me pregunto… —comienza en voz baja. Espero a que siga—. Mucha gente afirma que las víctimas de maltratos se convierten en maltratadores, así que para muchos psicólogos la irresponsabilidad de nuestra madre, que puede considerarse un tipo de maltrato, estaría directamente relacionada con nuestro comportamiento anómalo, lo que también interpretarían como maltrato.

—¿Maltrato? —exclamo con estupor—. Pero ¿quién maltrata a quién? En el maltrato uno ataca y el otro es la víctima. ¿Cómo podemos ser las dos cosas?

El resplandor blanco y azul de la luna arroja suficiente luz para ver el cambio de expresión de Lochan de pensativa a preocupada.

—Maya, vamos, piénsalo. Automáticamente me verían a mí como el maltratador y a ti como la víctima.

—¿Por qué?

—¿Cuántos casos has visto de hermanas pequeñas que abusen sexualmente de hermanos mayores? Ahora que lo pienso, ¿cuántas violadoras y pedófilas hay?

—¡Pero eso es una locura! —exclamo—. ¡Yo podría haber sido la que te obligara a tener una relación sexual! No físicamente, pero mediante… No sé. Sobornos, chantajes, amenazas, ¡lo que sea! ¿Me estás diciendo que incluso aunque yo fuera la que abusara de ti, la gente asumiría que yo soy la víctima solo porque soy una chica y un año más joven?

Lochan asiente lentamente, con su oscuro pelo desgreñado sobre la almohada.

—A menos que hubiera una evidencia muy grande de lo contrario, como que admitieras tu culpa o que hubiera testigos o algo así, entonces sí.

—¡Pero eso es machista y muy injusto!

—Estoy de acuerdo, pero la gente confía mucho en la generalización, y aunque a veces las cosas ocurran justo a la inversa, es muy raro que sea así. Para empezar, está el aspecto físico… De manera que tampoco sería tan sorprendente que, en situaciones como ésta, se suponga que los chicos son los maltratadores, especialmente si son mayores.

Doblo mis piernas contra el estómago de Lochan y medito sobre ello un rato. Todo parece estar muy mal. Pero al mismo tiempo soy consciente de que a mí también me afectan los mismos prejuicios. Si supiera que ha habido una violación, o que han secuestrado a un niño, inmediatamente pensaría en un violador «hombre», en un pedófilo «hombre».

—Pero ¿qué pasa si nadie está siendo maltratado? —pregunto repentinamente—. ¿Qué pasa si es cien por cien consensuado, como en nuestro caso?

Exhala lentamente.

—No lo sé. Aún estaríamos actuando en contra de la ley. Sigue siendo incesto. Pero no hay demasiada información al respecto, porque aparentemente es algo que ocurre en muy, muy raras ocasiones…

Dejamos de hablar durante un rato. De hecho durante demasiado, por lo que empiezo a pensar que Lochan se ha dormido. Pero cuando giro mi cabeza en la almohada para comprobarlo, veo sus ojos muy abiertos, mirando al techo, brillantes e intensos.

—Lochie… —Me pongo de lado y paso mis dedos por su brazo desnudo—. Cuando has dicho que «no hay demasiada información al respecto», ¿qué querías decir? ¿Cómo lo sabes?

Se está mordiendo el labio otra vez. Siento su cuerpo en tensión a mi lado. Duda un instante, luego se gira para mirarme a la cara.

—Busqué un poco por Internet… sólo… sólo… —Toma aliento profundamente antes de intentarlo de nuevo—. Sólo quería saber en qué posición estábamos.

—¿Respecto a qué?

—Respecto… a la ley.

—¿Para encontrar una manera de cambiarnos los nombres? ¿O de vivir juntos?

Se frota el labio, no quiere mirarme, cada vez parece más nervioso e incómodo.

—¿Qué? —le exijo en voz alta, asustada ahora.

—Para ver qué nos pasaría si nos descubrieran.

—¿Si nos descubrieran viviendo juntos? —pregunto con incredulidad.

—Si nos descubrieran… teniendo una relación…

—¿Teniendo relaciones sexuales?

—Sí.

—¿Quién nos iba a descubrir?

—La policía.

De repente no puedo respirar, como si mi tráquea estuviera constreñida. Me siento bruscamente con el pelo cayéndome por la cara.

—Mira, Maya. No se trata… Sólo quería comprobar… —Lochan se apoya contra el cabecero, se esfuerza por encontrar palabras que me tranquilicen.

—¿Eso quiere decir que nunca podremos…?

—No, no, no necesariamente —dice enseguida—. Quiere decir que no podremos hasta que los niños sean adultos y estén seguros, e incluso entonces deberemos tener mucho, mucho cuidado.

—Yo ya sabía que era oficialmente ilegal —le digo desesperada—. Pero la marihuana es ilegal, lo es exceder el límite de velocidad y también orinar en público. En cualquier caso, ¿cómo iba a darse cuenta la policía y por qué iba a importarles? ¡No estaríamos haciendo daño a nadie, ni siquiera a nosotros mismos! —Siento que me quedo sin aliento pero estoy decidida a exponer mi punto de vista—. Y de todos modos, si nos descubrieran de alguna manera, ¿qué demonios iba a hacer la policía? ¿Ponernos una multa? —Dejo escapar una dura carcajada. ¿Por qué intenta Lochan asustarme así? ¿Por qué está tan serio, como si estuviéramos cometiendo un crimen real?

Medio recostado contra el cabecero, Lochan me mira. Si no fuera por la expresión tan afectada de sus ojos, con el pelo de punta, parecería casi cómico. Su cara irradia una mezcla de miedo y desesperación.

—Maya…

—¿Qué, Lochie? ¿Cuál es el problema?

Inspira.

—Si nos descubrieran, nos meterían en la cárcel.