CAPÍTULO VEINTE

Maya

—Quince minutos —ruega Francie—. Oh, vamos, diez aunque sea. Lochan sabe que tenías una clase más tarde, ¡así que seguro que diez minutos no van a suponer una gran diferencia!

Miro el rostro suplicante y esperanzado de mi amiga y me asalta una pequeña tentación. Una Coca-Cola fría y quizás una magdalena en Smileys con Francie mientras intenta que el nuevo camarero que ha descubierto allí se fije en ella, posponiendo así las exhaustivas tareas de la tarde: deberes, cena, baño, cama… De repente me parece un lujo absurdo…

—Llama a Lochan ahora y ya está —insiste Francie mientras cruzamos el patio con las mochilas colgando de los hombros y con la inquietud que supone un largo y duro día de clase—. ¿Por qué diablos iba a importarle?

No le importaría, esa es la cuestión. De hecho se empeñaría en que fuera, y pensar en ello hace que me sienta muy culpable. Dejarle que haga la cena, supervise los deberes y batalle con Kit cuando su día en el colegio ha sido casi tan largo como el mío y, sin duda, más penoso. Pero concretando aún más, ansío verle aunque ello implique pasar otra tarde luchando contra el doloroso impulso de abrazarlo, tocarlo, besarlo. Lo echo de menos tras tantas horas separados, le extraño de un modo indescriptible. Aunque con ello sólo consiga zambullirme desde una clase mortal de historia hacia las locas refriegas de casa, me muero de ganas de hacerlo sólo por ver sus ojos iluminarse al verme, la sonrisa de felicidad con la que me saluda cada vez que entro por la puerta, hasta cuando está haciendo malabares con las cacerolas en la cocina, intentando convencer a Tiffin de que ponga la mesa y a Willa de que deje de atiborrarse de cereales.

—No puedo, lo siento —le digo a Francie—. Tengo muchas cosas que hacer.

Pero, por una vez, no me muestra compasión alguna. En vez de eso, se chupa el labio inferior, con el hombro apoyado contra la pared exterior del patio del colegio, el lugar en el que habitualmente nos despedimos.

—Pensaba que era tu mejor amiga —espeta de pronto, el dolor y la decepción resuenan en su voz.

Yo me estremezco sorprendida.

—Y lo eres, sabes que lo eres. No tiene nada que ver con…

—Ya sé lo que está pasando, Maya —me interrumpe, sus palabras cortan el aire que nos separa.

Mi pulso comienza a acelerarse.

—¿De qué diablos estás hablando?

—Has conocido a alguien, ¿verdad? —Lo expresa como una afirmación, con los brazos cruzados ante el pecho y girándose para apoyar la espalda en la pared, sin mirarme, con la mandíbula apretada.

Por un segundo me quedo sin palabras.

—¡No! —La palabra no es más que un gritito ahogado de asombro—. No he conocido a nadie. ¿Por qué has…? ¿Qué te ha hecho pensar…?

—No te creo. —Niega con la cabeza, mirando furiosa a la distancia—. Te conozco, Maya, y has cambiado. Cuando hablas, parece que estés pensando en otra cosa. Es como si estuvieras soñando despierta o algo así. Y estás extrañamente contenta últimamente. Y siempre te marchas a toda prisa cuando termina la última clase. Sé que tienes toda esa mierda que solucionar en casa, pero es como si estuvieras deseando que llegara, como si no pudieras esperar para escapar…

—Francie, ¡no tengo ningún novio secreto! —protesto desesperada—. ¡Sabes que si lo tuviera serías la primera en saberlo!

Mis palabras suenan tan sinceras al salir por mis labios que me avergüenzo un poco. «Pero él no es un simple novio, —me digo—. Él es mucho más».

Francie escruta mi rostro mientras sigue interrogándome, pero tras un rato empieza a calmarse, parece que me cree. Me toca inventarme que estoy enamorada de un chico de un curso superior para explicar lo de soñar despierta, pero afortunadamente tengo la suficiente claridad mental como para elegir uno que ya tiene una novia formal y así Francie no intente juntarnos. Sin embargo, la conversación me deja alterada. Me doy cuenta de que voy a tener que ser más cuidadosa. Incluso cuando no estoy con él tengo que andarme con ojo. El más mínimo desliz podría delatarnos…

Al llegar a casa encuentro a Kit y Tiffin en la sala de estar viendo la televisión, cosa que me sorprende. No tanto por el hecho de que miren la tele sino porque lo están haciendo juntos y Tiffin es el que tiene el mando. Kit está encorvado en un extremo del sofá, sus zapatos del colegio a medio atar están enlodados, tiene la cabeza apoyada en la mano y mira embobado la pantalla. Tiffin tiene restos de kétchup en la camisa y está arrodillado al otro extremo del sofá, cautivado por unos dibujos animados violentos, con los ojos muy abiertos y la boca como la de un pez. Ninguno se gira cuando entro.

—¡Hola! —exclamo.

Tiffin sostiene un paquete de Choco Krispies y lo zarandea ligeramente en mi dirección, con la vista aún fija en la pantalla.

—Nos han dado permiso —anuncia.

—¿Antes de cenar? —pregunto con tono de incredulidad. Lanzo la chaqueta al sofá y me dejo caer sobre él—. Tiffin, no creo que sea una buena…

—Este es la cena —me informa, tomando otro gran puñado de la caja y metiéndoselo en la boca, ensuciando todo lo que tiene a su alrededor—. Lochie ha dicho que podíamos comer lo que quisiéramos.

—¿Qué?

—Se han ido al hospital. —Kit gira la cabeza hacia mí y me mira con aspecto paciente—. Y yo me tengo que quedar aquí con Tiffin y vivir de cereales.

Me incorporo lentamente.

—¿Lochie y Willa se han ido al hospital? —pregunto, la alarma impregna mi voz.

—Sí —responde Kit.

—¿Qué diablos ha pasado? —Mi voz suena más fuerte, doy un salto y empiezo a buscar las llaves en mi mochila. Sorprendidos por mi grito, ambos apartan por fin los ojos de la pantalla.

—Seguro que no es nada —dice Kit con amargura—. Lo más probable es que pasen la noche en urgencias, Willa se dormirá y cuando se despierte dirá que ya no le duele.

—¿De qué estás hablando? —Tiffin se gira hacia él, sus acusadores ojos azules están muy abiertos—. Puede que la tengan que operar. Igual le tienen que amputar…

—¿Qué ha pasado? —grito histérica.

—¡No lo sé! Se ha hecho daño en el brazo, ¡yo ni siquiera estaba aquí! —dice Kit a la defensiva.

—Yo sí que estaba —anuncia Tiffin dándose importancia, metiendo el brazo entero en la caja de cereales—. Se cayó de la encimera al suelo y empezó a gritar. Cuando Lochie la cogió gritó más aún, así que se la llevó a la calle a coger un taxi y ella seguía gritando…

—¿Dónde han ido? —agarro a Kit por el brazo y le sacudo—. ¿Al St. Joseph?

—¡Ay, suelta! Sí, eso dijo.

—¡Que ninguno de los dos se mueva de aquí! —grito desde la puerta—. Tiffin, no salgas fuera, ¿me oyes? Kit, ¿puedes prometerme que te quedarás con Tiffin hasta que yo vuelva? ¿Y que contestarás el teléfono en cuanto suene?

Kit pone los ojos en blanco con dramatismo.

—Lochan ya me ha dicho todo eso…

—¿Me lo prometes?

—¡Que sí!

—Y no le abras la puerta a nadie. ¡Y si hay algún problema llámame al móvil!

—¡Vale, vale!

Corro todo el camino. Son unos tres kilómetros, pero es hora punta y el tráfico es tal que coger el autobús sería más lento y angustioso. Correr me ayuda a eliminar las visiones que tengo de Willa herida y gritando. Si algo horrible le ha ocurrido a esa niña, moriré, lo sé. Mi amor por ella es como un dolor implacable en el pecho, la sangre zumba en mi cabeza con un martilleo de culpabilidad, que una vez más me obliga a reconocer que, desde que mi relación con Lochan empezó —a pesar de mis recientes esfuerzos— no le he estado prestando a mi hermana tanta atención como antes. La he bañado y acostado a toda prisa, la he reprendido en ocasiones en las que Tiffin era el culpable, he declinado petición tras petición de jugar con ella, alegando tareas domésticas o deberes como excusa, demasiado ocupada en mantener todo en orden como para dedicarle diez simples minutos de mi tiempo. Kit reclama nuestra atención constantemente con su volubilidad, Tiffin con su hiperactividad, y Willa queda a un lado, apagada por sus hermanos en las conversaciones durante la cena. Como su única hermana, solía jugar con ella a las muñecas o a la hora del té, solía disfrazarla, hacerle peinados. Pero estos días he estado tan preocupada con otros asuntos que ni siquiera le hice caso cuando se peleó con su mejor amiga, no me di cuenta de que me necesitaba: para escuchar sus historias, para preguntarle cómo le había ido el día y para alabarla por su impecable comportamiento que, por su propia naturaleza, no llamaba la atención. Por ejemplo, la herida de su pierna: no fue sólo el hecho de que Willa se quedara toda la tarde dolorida en la escuela sin que nadie fuera a buscarla para consolarla, lo peor de todo y lo más revelador es que ni siquiera pensó en decírmelo hasta que me fijé en la enorme venda que llevaba bajo el agujero de sus medias.

Cuando llego al hospital estoy a punto de echarme llorar, y una vez dentro, intentar descubrir dónde esta Willa casi sobrepasa mis límites. Por fin localizo la zona infantil de urgencias y me dicen que Willa está bien, pero «descansando» y que podré verla en cuanto se despierte. Me llevan a una pequeña habitación al final de un largo pasillo y me informan de que la sala donde está Willa queda justo al girar la esquina, y que un médico vendrá a hablar conmigo enseguida. En cuanto desaparece la enfermera, salgo de allí corriendo.

Al girar la esquina reconozco, en el otro extremo del pasillo blanco cegador, una silueta familiar enfrente de las puertas de vivos colores de la sala de niños. Con la cabeza gacha e inclinado hacia delante, se agarra con ambas manos al borde del alféizar de la ventana.

—¡Lochie!

Se vuelve poco a poco, enderezándose lentamente, y luego viene hacia mí corriendo, levantando las manos en señal de rendición.

—Se encuentra bien, se encuentra bien, está muy bien. Le han dado un sedante y le han puesto anestesia general para el dolor, y han podido ponerle el hueso en el sitio. La acabo de ver y se ha dormido enseguida, pero parece que está perfectamente bien. Después de hacerle la segunda radiografía, los médicos han dicho que estaban seguros de que no habría daños a largo plazo. No necesitará escayola y el hombro se le pondrá bien en una semana, ¡o puede que menos! Dijeron que a los niños se les dislocan los hombros muy a menudo, que es bastante común, que lo ven todo el tiempo, ¡no hay de qué preocuparse! —Está divagando, sus ojos irradian una especie de optimismo desenfrenado, me mira con agitación, casi suplicante, como si esperase que me pusiera a saltar arriba y abajo aliviada.

Me quedo en punto muerto, jadeando con fuerza, apartándome los mechones de pelo de la cara y mirándolo fijamente.

—¿Se ha dislocado el hombro? —pregunto sin resuello.

Lochan se estremece como si mis palabras le hubieran aguijoneado.

—Sí, ¡pero eso es todo! ¡Nada más! Le han hecho una radiografía y todo y…

—¿Qué ha pasado?

—¡Se ha caído de la encimera! —Intenta tocarme pero yo me aparto—. Oye, está bien, Maya. ¡Te lo estoy diciendo! No se ha roto nada. El hueso del hombro se le salió de sitio. Sé que suena espeluznante, pero todo lo que han tenido que hacer ha sido colocárselo en su lugar. Le han puesto anestesia así que no ha sido tan… tan doloroso y… y ahora está descansando.

Me horroriza que se esté comportando como un maníaco y que hable tan rápido. Tiene el pelo de punta, como si hubiera estado tirando de él repetidamente. Tiene la cara blanca, su camisa del colegio le cuelga por fuera de los pantalones, aferrándose a su piel por unas manchas de sudor.

—Quiero verla…

—¡No! —Me agarra e intento empujarle—. Quieren que se despierte ella sola por el sedante que le han puesto. No te dejarán entrar hasta que despierte…

—¡Me importa una mierda! ¡Es mi hermana, está herida, voy a ir a verla y nadie podrá detenerme! —Comienzo a gritar.

Pero Lochan me retiene con fuerza y, sorprendentemente, me descubro a mí misma forcejeando con él en este largo, brillante y vacío pasillo de hospital. Por un momento me tienta la idea de darle una patada, pero lo oigo jadear:

—No montes una escena, no debes montar una escena. Lo único que vas a conseguir es empeorar las cosas.

Me caigo hacia atrás, respirando con dificultad.

—¿Empeorar el qué? ¿De qué hablas?

Se acerca a mí, posa las manos sobre mis hombros, pero yo me aparto, negándome a que me tranquilicen más palabras reconfortantes que no significan nada. Lochan deja caer sus brazos con aspecto exasperado, sin esperanzas.

—Quieren ver a mamá. Les he dicho que estaba en el extranjero por negocios, pero han insistido en que les diera su número. Así que les he dado su móvil, pero ha saltado el buzón de voz…

Saco mi teléfono.

—La llamaré a casa de Dave e intentaré localizarla también en el bar y en el móvil de Dave…

—No. —Lochan levanta la mano en señal de derrota—. Ella… Ella no está allí…

Lo miro fijamente.

Baja el brazo, traga saliva y camina despacio hacia la ventana. Me doy cuenta de que está cojeando.

—Se… Se ha marchado con él. Parece que de vacaciones. A algún lugar en Devon, pero el hijo de Dave dice que no sabe exactamente dónde. Dijo que creía… que creía que volverían el domingo.

Me quedo boquiabierta, el horror recorre mis venas.

—¿Se ha ido una semana entera?

—Supuestamente. Parecía que Luke no lo sabía… O no le importaba. Y el teléfono de mamá ha estado apagado durante días. O se le ha olvidado llevarse el cargador o lo ha apagado a propósito. —Lochan se vuelve para apoyarse en el alféizar, como si el peso de su cuerpo fuera demasiado para que sus piernas lo soportaran—. He intentado llamarla por las facturas. Ayer después del colegio me di una vuelta por allí y es cuando Luke me lo dijo. Está en el piso de su padre con su novia, pero no te lo dije para no preocuparte…

—¡No tenías derecho a ocultármelo!

—Lo sé, lo siento, pero me imaginé que no había nada que pudiéramos hacer…

—¿Y ahora qué? —Ya no puedo hablar en un tono comedido. Una cabeza asoma por una puerta que hay un poco más allá, e intento contenerme—. ¿Tiene que quedarse en el hospital hasta que mamá venga a buscarla? —Siseo.

—No, no… —Intenta poner una mano sobre mi brazo para tranquilizarme y de nuevo la esquivo. Estoy furiosa con él por intentar callarme, por no contármelo, por tratarme como a una niña y por repetir constantemente que todo va bien.

Antes de que pueda preguntarle nada más, un médico calvo y bajito sale por las puertas dobles, se presenta como el doctor Maguire y nos conduce de nuevo a la pequeña sala. Nos sentamos cada uno en una silla baja y mullida, y, sujetando en alto las radiografías, el doctor nos muestra las imágenes del antes y el después y nos explica el procedimiento que llevaron a cabo y lo que va a suceder de ahora en adelante. Está alegre e intenta tranquilizarnos. Cuenta de nuevo la mayoría de las cosas que Lochan ya me ha dicho y me asegura que aunque a Willa le dolerá el hombro durante unos días y tendrá que usar un cabestrillo, debería estar bien en una semana. También nos informa de que ya está despierta y tomando la cena y que podemos llevárnosla a casa en cuanto esté lista.

Podemos llevárnosla a casa. Mi cuerpo se relaja. Todos nos levantamos y Lochan da las gracias al doctor Maguire, que sonríe ampliamente; vuelve a decir que podemos llevarnos a Willa en cuento esté lista, y luego pregunta si puede ya venir la señora Leigh. Lochan apoya la mano en la pared como para no perder el equilibrio y asiente rápidamente, mordiéndose el pulgar mientras el médico se marcha.

—¿La señora Leigh? —Miro a Lochan con el ceño fruncido.

Se gira sobre sus talones y me mira, respirando con dificultad.

—No digas nada, ¿de acuerdo? Simplemente no digas nada. —Habla en voz baja y con prisa—. Deja que me encargue yo, no podemos arriesgarnos y contradecirnos. Si te pregunta algo a ti, simplemente cuéntale la historia del viaje de negocios de siempre y dile la verdad, que tenías una clase hasta tarde y que cuando llegaste a casa ya había ocurrido todo.

Miro con desconcierto a Lochan, que está al otro lado de la pequeña habitación.

—Pensaba que habías dicho que no querían saber más sobre mamá.

—Todo va bien. Sólo es… es un procedimiento habitual… en este tipo de lesiones. Supuestamente tienen que rellenar una especie de informe… —Antes de que podamos seguir, suena un golpe en la puerta y una mujer grande con el pelo rizado y rojo entra.

—Hola. ¿Os ha dicho el doctor que iba a venir para hablar con vosotros? Soy Alison, de la Asociación de atención y protección al menor —extiende la mano hacia Lochan.

Se me escapa un ligero sonido. Intento convertirlo en una tos.

—Lochan Whitely. En… Encantado de conocerla.

«¡Él lo sabía!».

Me doy cuenta de que ahora se dirige a mí. Cojo su mano regordeta y se la estrecho. Durante un momento, no puedo hablar, literalmente. Mi mente se ha quedado en blanco y se me ha olvidado hasta mi nombre. Luego me esfuerzo por sonreír, me presento y tomo asiento en este pequeño triángulo.

Alison está rebuscando dentro de una gran bolsa, saca una carpeta, un bolígrafo y algunos formularios, hablando mientras lo hace. Le pide a Lochan que confirme la situación de mamá, lo que él hace con una seguridad sorprendente. Parece satisfecha, garabatea unas cuantas palabras y luego alza la mirada de sus notas con una sonrisa amplia y artificial.

—Bueno, ya he estado charlando con Willa de todo lo que ha pasado. Es una niña encantadora, ¿verdad? Me ha explicado que estaba en la cocina contigo, Lochan, cuando se ha caído. Y que tú, Maya, estabas aún en el colegio, pero que los otros dos hermanos estaban en casa.

Miro a Lochan deseando que establezca contacto visual conmigo. Pero parece que no me mira a propósito.

—Sí.

Esboza otra de esas falsas sonrisas.

—De acuerdo, ahora tómate un momento y explícame cómo ha ocurrido el accidente.

No lo entiendo. Esto ni siquiera va sobre mamá y seguro que Lochan le ha dado los detalles de la caída al médico que se ha ocupado de Willa.

—Va… Vale. Está bien. —Lochan se inclina hacia delante, con los codos sobre las rodillas, como si estuviera desesperado por contarle a esta mujer cada detalle—. Yo… entré en la cocina y Willa estaba sobre la encimera cuando sabe que no lo tiene permitido porque es… está muy alto y… y ella estaba de puntillas intentando alcanzar una caja de ga… galletas que había en lo alto de un estante… —Está hablando otra vez con nerviosismo, entrecortadamente, tropezando con las palabras por la prisa que tiene por sacarlas todas. Veo cómo los músculos de sus brazos están vibrando y se está rascando la llaga que tiene bajo el labio con tanta fuerza que está empezando a sangrar.

Alison se limita a asentir, garabatea algo más y vuelve a mirar con expectación.

—Yo le di… dije que bajara. Ella no quiso, dijo que sus hermanos se habían comido algunas y que habían puesto a pro… propósito las galletas allí arriba para que no pudiera cogerlas. —Está resollando, mira los formularios como intentando leer lo que hay escrito en ellos.

—Sigue…

—Entonces yo… yo le repetí lo que le acababa de decir…

—¿Qué le dijiste exactamente? —Ahora la voz de la mujer es más áspera.

—Só… sólo que… Bueno, en resumen: «Willa, baja ahora mismo».

—¿Se lo dijiste hablando o gritando?

Parece que Lochan no puede respirar bien, el aire forma un ruidito en la parte de atrás de su garganta.

—Esto… Bueno… Bueno… La primera vez le hablé en voz alta porque… porque me daba miedo verla allí arriba de nuevo y… y la segunda vez, cuando se negó a bajar, yo… creo que… que sí, le grité un poco. —Levanta la mirada hacia ella, mordisqueándose la comisura del labio, con el pecho subiendo y bajando muy rápido.

¡No me puedo creer lo que hace esta mujer! ¿Está intentando que Lochan se sienta culpable por gritarle a su hermana cuando estaba haciendo algo peligroso?

—¿Y luego? —La mujer tiene los ojos entrecerrados. Parece que está especialmente atenta ahora.

—Willa… Ella, bueno, ella me ig… ignoró.

—¿Y qué hiciste tú?

Se hace un silencio terrible. «¿Qué hiciste tú?», me repito para mis adentros, desesperada por entrar en la conversación, pero sin hacerlo por la promesa que le he hecho a Lochan de no hablar, además del hecho de que yo no estaba allí. ¿Esta persona de protección al menor pregunta a los padres de cada niño lesionado que llega al hospital qué han hecho? ¿Son todos culpables hasta que se demuestre lo contrario? ¡Esto es ridículo! ¡Los niños se caen y se hacen daño ellos solos constantemente!

Pero Lochan no responde. Mi corazón empieza a latir muy fuerte. «No empieces con el miedo escénico ahora, —le ruego en mi cabeza—. ¡No hagas que parezca como si tuvieras algo que esconder!».

Lochan está frunciendo el ceño y mordiéndose el labio como si intentara recordar, y me alarma ver que está a punto de llorar.

Me aprieto contra la silla y me muerdo los labios con fuerza para no intervenir.

—La ba… bajé. —La barbilla le tiembla suavemente. No levanta la vista.

—¿Podrías explicarme exactamente cómo lo hiciste?

—Me acerqué… Me acerqué allí y la aga… agarré por el brazo y entonces… y entonces de un tirón la bajé de la encimera. —Su voz se rompe y eleva el puño hasta su rostro, presionando los nudillos contra su boca.

«Lochan, ¿de qué diablos estás hablando? Tú nunca le harías daño a Willa deliberadamente, lo sabes tan bien como yo».

—¿La agarraste por el brazo y tiraste de ella para bajarla al suelo? —La mujer arquea las cejas.

El silencio se extiende por la habitación. Puedo escuchar los latidos de mi propio corazón. Al fin Lochan baja el puño de su boca y toma una bocanada de aire entrecortadamente.

—Tiré de su brazo y… y… —Mira hacia arriba, a la esquina del techo, las lágrimas se aglomeran en sus ojos como canicas transparentes—. Sé que no debería… No pensaba que…

—Sólo dime lo que ha pasado.

—Ti… tiré de su brazo y se resbaló. Ella… llevaba unas medias y los pies se le deslizaron por la superficie de la encimera hacia fuera. Yo… yo la sujeté por el brazo mientras se caía para intentar que no se hiciera daño y entonces es cuando escuché el… ¡el chasquido! —Aprieta los ojos un momento como si estuviera sufriendo un dolor terrible.

—¿Entonces estabas agarrándola por el brazo cuando se cayó al suelo y el peso de su cuerpo fue lo que le sacó el hueso de su sitio?

—Apartarme de ella cuando se cayó hubiera ido en contra de toda lógica. Yo… Yo pensé que así no se haría daño, no… no que le sacaría el brazo de sitio. ¡Dios! —Una lágrima rueda por su mejilla. Se la seca rápidamente—. No creí…

—¡Lochie!

Sus ojos se posan en lo míos.

—Fue… Fue un accidente, Maya.

—¡Lo sé!

Esta maldita mujer está escribiendo cosas otra vez.

—¿Sueles estar a cargo de tus hermanos a menudo, Lochan?

Retrocedo en mi silla otra vez. Lochan se frota los ojos con los dedos y respira ininterrumpidamente tratando de recomponerse. Sacude la cabeza con ímpetu.

—Sólo cuando nuestra madre tiene que irse de viaje por negocios.

—Y, ¿con qué frecuencia sucede?

—De… Depende… Cada dos meses o así…

—Y cuando se va, supongo que tienes que ir a por ellos a la escuela, cocinar para ellos, ayudarlos con los deberes, entretenerlos, llevarlos a la cama…

—Lo hacemos juntos —digo rápidamente.

La mujer se gira y nos mira a los dos ahora.

—Eso debe ser agotador tras un largo día de clases…

—Los niños saben entretenerse solos.

—Pero cuando se portan mal, tendréis que regañarlos.

—En realidad no —digo firmemente—. Suelen portarse bastante bien.

—¿Has hecho daño a tus hermanos antes? —pregunta la mujer, volviéndose hacia Lochan.

Él toma aliento. La pelea con Kit aparece en mi mente.

—¡No! —exclamo indignada—. ¡Nunca!

En el taxi de camino a casa los tres estamos callados, agotados, exhaustos. Willa se ha acurrucado en el regazo de Lochan, con el brazo atado en el pecho y el pulgar de la otra mano en la boca. Su cabeza reposa contra el cuello de Lochan, los rayos de luz de los coches flotan sobre su cabello dorado. Lochan la abraza con fuerza, mira fijamente por la ventana con el rostro pálido y aturdido y los ojos vidriosos, negándose a mirarme.

Llegamos a casa y nos encontramos la cocina como si la hubiera arrasado un tornado, la moqueta de la sala de estar repleta de patatas fritas, galletas y migajas de cereales. Nos sorprende, no obstante, que Tiffin ya esté en la cama y Kit aún siga en casa, arriba en el ático con la música haciendo vibrar el techo. Mientras Lochan le da algo de beber y un poco de paracetamol a una adormilada Willa y la acuesta, yo subo arriba para decirle a Kit que ya hemos vuelto.

—Entonces, ¿se ha roto el brazo o no? —A pesar del tono indiferente de su voz, percibo una chispa de preocupación en sus ojos cuando alza la vista de su Game Boy. Aparto sus piernas a un lado para dejar espacio en el colchón y sentarme al lado de su cuerpo estirado.

—En realidad no se ha roto nada. —Le explico lo del hombro dislocado.

—Sí. Tiff ha dicho que Loch perdió los papeles y bajó a Willa de la encimera de un tirón. —Su rostro se oscurece repentinamente.

Me llevo las rodillas al pecho e inspiro profundamente.

—Kit, sabes que fue un accidente. Eres consciente de que Lochan nunca le haría daño a Willa intencionadamente, ¿verdad? —Mi voz le interpela con seriedad. Conozco la respuesta, y sé que él también, pero necesito que sea sincero conmigo por un momento y que lo admita.

Kit inspira listo para responder con sarcasmo, pero luego parece dudar y su mirada se queda fija en la mía.

—Sí —confiesa tras un instante con un tono de derrota en la voz.

—Sé que estás enfadado —le digo en voz baja—, por cómo sucedieron las cosas con mamá y papá, sobre que Lochan y yo siempre seamos los que estamos a cargo, y Kit, tienes todo el derecho a estarlo… pero sabes cuál es la alternativa.

Sus ojos se deslizan de nuevo hacia su Game Boy, está incómodo por el repentino cambio de conversación.

—Si los servicios sociales se enteran de que mamá ya no vive en casa, de que estamos aquí solos…

—Sí, sí, ya lo sé —interrumpe bruscamente, apretando los botones de su consola con furia—. Nos llevarían a un centro de acogida y nos separarían y toda esa mierda. —Su voz suena cansada y enfadada, pero puedo distinguir el miedo tras ella.

—Eso no va a pasar, Kit —le aseguro rápidamente—. Lochan y yo nos aseguraremos de ello, te lo prometo. Pero eso significa que debemos tener cuidado, mucho cuidado, con lo que le decimos a otra gente. Incluso a cualquier compañero de clase. Bastaría con que lo mencionara a sus padres o a otro amigo…

Bastaría con una llamada a los servicios sociales…

—Maya, ya lo pillo. —Sus pulgares dejan de moverse sobre los botones y me mira sombrío, de repente parecer tener más de trece años—. No le diré a nadie lo del brazo de Willa… ni ninguna cosa que pueda causarnos problemas, ¿vale? Lo prometo.