UNA SOMBRA EN EL ALMA
¡Oh, justo, sutil y poderoso opio! Para los corazones de los ricos y los pobres por igual, para las heridas que nunca sanarán, y para «los remordimientos que tientan al espíritu a rebelarse», eres un bálsamo calmante; ¡elocuente opio!, que con tu potente retórica deshaces los propósitos de la furia, y al hombre culpable le devuelves por una noche las esperanzas de su juventud, y sus manos purificadas y limpias de sangre.
THOMAS DE QINCEY, Confesiones de un inglés comedor de opio
Por la mañana, cuando Tessa bajó a desayunar, encontró, para su sorpresa, que Will no se hallaba allí. No se había dado cuenta de lo convencida que estaba de que regresaría durante la noche, y se encontró deteniéndose ante la puerta, recorriendo con la mirada los diferentes asientos como si, de alguna manera, lo hubiera pasado por alto accidentalmente. No fue hasta que sus ojos se posaron en Jem, que se la devolvió con una expresión compungida y preocupada, cuando supo que era cierto: Will seguía desaparecido.
—Oh, ya volverá, por el amor de Dios —exclamó Jessamine molesta, mientras dejaba, con un golpe, su taza de té sobre el plato—. Siempre acaba arrastrándose hasta casa. Miraos los dos. Como si hubierais perdido a vuestro perrito favorito.
Tessa lanzó a Jem una mirada casi culpable y cómplice, mientras se sentaba frente a él y cogía una tostada de la bandeja. Henry se hallaba ausente; Charlotte, a la cabecera de la mesa, estaba tratando de no parecer nerviosa y preocupada, pero era en vano.
—Claro que volverá —aseguró ésta—. Will sabe cuidarse solo.
—¿Crees que puede haber regresado a Yorkshire? —preguntó Tessa—. ¿Para advertir a su familia?
—No… no lo creo —respondió Charlotte—. Will lleva años evitando a su familia. Y conoce la Ley. Sabe que no puede hablar con ellos. Sabe que perdería. —Su mirada se posó durante un instante en Jem, que estaba muy ocupado jugueteando con la cuchara.
—Cuando vio a Cecily, en la mansión, trató de correr hacia ella…
—Fue en el calor del momento —repuso la directora—. Pero regresó a Londres con vosotros; estoy segura de que también regresará al Instituto. Sabe que cogiste ese botón, Tessa. Querrá descubrir lo que sabía Starkweather.
—Bien poco, la verdad —dijo Tessa.
Se sentía extrañamente culpable de no haber hallado más información útil en los recuerdos del anciano. Había tratado de explicar cómo era estar en la mente de alguien con un cerebro deteriorado, pero le había resultado difícil dar con las palabras, y recordaba sobre todo la mirada de decepción en el rostro de Charlotte al decirle que no había descubierto nada útil sobre Ravenscar Manor. Les había contado los recuerdos que Starkweather tenía de la familia Shade y que, sin duda, sus muertes habían sido el impulso del deseo de Mortmain, anhelante de justicia y venganza, y parecía ser un impulso muy potente. Se había guardado para sí la impresión de verse a sí misma; aún le resultaba difícil de aceptar y lo consideraba algo privado.
—¿Y si Will decide dejar la Clave para siempre? —planteó Tessa—. ¿Regresaría con su familia para que lo protegiera?
—No —contestó Charlotte un poco demasiado tajante—. No, no creo que lo hiciera.
«Charlotte echaría de menos a Will si se marchara», pensó Tessa, sorprendida. Will siempre era tan desagradable —también, y a menudo, con Charlotte— que la muchacha a veces olvidaba el obstinado amor que la directora parecía sentir por todos los chicos a su cargo.
—Pero si corren peligro… —protestó Tessa, y luego se calló, porque Sophie entró en el comedor con un pote de agua caliente y lo depositó en la mesa. Charlotte se animó al verla.
—Tessa, Sophie, Jessamine —dijo—, no olvidéis que esta mañana tenéis entrenamiento con Gabriel y Gideon Lightwood.
—Yo no puedo hacerlo —replicó Jessamine al instante.
—¿Por qué no? Pensaba que ya te habías recuperado de la jaqueca que tenías…
—Sí, pero no quiero que me vuelva, ¿verdad? —Jessamine se puso en pie apresuradamente—. Prefiero ayudarte a ti, Charlotte.
—No necesito tu ayuda para escribir a Ragnor Fell, Jessie. La verdad es que preferiría que aprovecharas el entrenamiento…
—Pero hay docenas de respuestas apilándose en la biblioteca, de los subterráneos a los que les hemos preguntado por el paradero de Mortmain —objetó Jessamine—. Podría ayudarte a mirarlas.
Charlotte suspiró.
—Muy bien. —Se volvió hacia Tessa y Sophie—. Mientras tanto, no diréis nada a los Lightwood de lo de Yorkshire o lo de Will, ¿vale? Preferiría no tenerlos por el Instituto ahora, pero no puede evitarse. Seguir con el entrenamiento es una muestra de buena fe y de confianza. Debéis comportaros como si no pasara nada. ¿Podréis hacerlo, chicas?
—Claro que podemos, señora Branwell —contestó Sophie al instante.
Le brillaban los ojos y sonreía. Tessa suspiró para sus adentros, sin saber muy bien cómo sentirse. Sophie adoraba a Charlotte, y haría cualquier cosa por complacerla. También detestaba a Will, y no debía de preocuparle su ausencia. Tessa miró a Jem. Sentía un vacío en el estómago, el dolor de no saber dónde estaba Will, y se preguntó si él lo sentiría también. Su rostro, por lo general tan expresivo, estaba inmóvil y resultaba indescifrable, aunque cuando él captó su mirada, le sonrió para animarla. Jem era el parabatai de Will, su hermano de sangre; sin duda, si hubiera algo de lo que preocuparse realmente respecto a Will, Jem no podría ocultarlo… ¿o sí?
Desde la cocina, les llegó la suave voz de Bridget que trinaba:
¿Debo estar atada mientras tú libre eres,
Debo amar a un hombre que a mí no me ame,
Debo nacer con tan poca razón
Como para amar a un hombre que me romperá el corazón?
Tessa echó atrás la silla para apartarse de la mesa.
—Creo que es mejor que vaya a vestirme.
Después de ponerse el uniforme de entrenamiento, Tessa se sentó al borde de la cama y cogió la copia de Vathek que Will le había pasado. No le trajo el recuerdo de él sonriendo, sino otras imágenes: Will inclinándose hacia ella en el Santuario, cubierto de sangre; Will guiñando los ojos hacia el sol en el tejado del Instituto; Will rodando por la colina de Yorkshire con Jem, salpicándose de barro sin importarle; Will cayéndose de la mesa del comedor; Will cogiéndola en la oscuridad. Will. Will. Will.
Tiró el libro. Éste golpeó la repisa de la chimenea y rebotó, para aterrizar en el suelo. Si hubiera alguna manera de quitarse a Will de la cabeza, igual que se rascaba el barro de las botas… Si sólo supiera dónde se hallaba. La preocupación lo empeoraba todo, pero no podía evitarlo. No podía olvidar la expresión en el rostro de Will al ver a su hermana.
Se entretuvo pensando y llegó tarde a la sala de entrenamiento; por suerte, la puerta estaba abierta y dentro sólo se hallaba Sophie, con un cuchillo largo en la mano, que examinaba con el mismo detenimiento con el que podría haber examinado un plumero para decidir si aún servía o si ya había llegado el momento de tirarlo.
Miró a Tessa cuando ésta entró en la sala.
—Vaya, tiene el aspecto de un fin de semana lluvioso, señorita —observó con una sonrisa—. ¿Le pasa algo? —Inclinó la cabeza hacia un lado mientras Tessa asentía—. ¿Es el señorito Will? Ya ha desaparecido durante un día o dos otras veces. Volverá, no tema.
—Es muy amable por tu parte decir eso, Sophie, sobre todo porque sé que no le tienes gran estima.
—Yo pensaba que usted tampoco —repuso la sirvienta—, al menos ya no…
Tessa la miró fijamente. Creía no haber tenido una auténtica conversación con Sophie sobre Will desde el incidente del tejado y, además, Sophie le había advertido contra él, comparándolo con una serpiente venenosa. Antes de que Tessa le pudiera contestar, la puerta se abrió y entraron Gabriel y Gideon Lightwood, seguidos de Jem. Éste le hizo un guiño a Tessa antes de marcharse y cerró la puerta a su espalda.
Gideon fue derecho hacia Sophie.
—Una buena elección de hoja —dijo, con un tono que revelaba una leve sorpresa. Sophie se sonrojó, complacida.
—Bien… —dijo Gabriel, que de alguna manera había conseguido ponerse detrás de Tessa sin que ésta lo notara. Después de examinar los estantes llenos de armas que se alineaban en la pared, cogió un cuchillo y se lo pasó a Tessa—. Note el peso de esta hoja.
Tessa trató de notar el peso, mientras se esforzaba por recordar lo que le había dicho sobre dónde debía equilibrarla en la palma y cómo.
—¿Qué opina? —preguntó Gabriel. Ella lo miró. De los dos chicos, él era el que más se parecía a su padre, con los rasgos aguileños y una cierta arrogancia en la expresión. Su fina boca formó una sonrisa—. ¿U hoy está demasiado ocupada preocupándose por el paradero de Herondale para practicar?
A Tessa casi se le cayó el cuchillo de la mano.
—¿Qué?
—He oído a la señorita Collins y a usted cuando subía por la escalera. Ha desaparecido, ¿no? No me sorprende, considerando que no creo que Will Herondale y la responsabilidad hayan llegado a conocerse nunca.
Tessa tensó la mandíbula. Aunque sus sentimientos hacia Will fueran encontrados, por alguna razón, que alguien que no pertenecía a la pequeña familia del Instituto lo criticara, la enrabiaba.
—Sucede a menudo, no es nada por lo que hacer ningún revuelo —contestó—. Will es… un espíritu libre. Volverá pronto.
—Espero que no —replicó Gabriel—. Espero que esté muerto.
Tessa apretó la mano alrededor del cuchillo.
—Lo dice en serio, ¿verdad? ¿Qué le hizo a su hermana para que usted lo odie tanto?
—¿Por qué no se lo pregunta a él?
—Gabriel. —La voz de Gideon era severa—. ¿Podemos empezar la instrucción, por favor, y dejar de perder el tiempo?
El pequeño de los Lightwood miró molesto a su hermano mayor, que estaba tranquilamente junto a Sophie, pero obedeció y, olvidando a Will, concentró su atención en el entrenamiento. Ese día practicaron cómo sujetar las armas de filo y cómo equilibrarlas, mientras cortaban el aire, sin que la punta se fuera hacia abajo ni se les escurrieran de las manos. Era más difícil de lo que parecía, y ese día Gabriel no tenía paciencia. Tessa envidió a Sophie, a la que enseñaba Gideon, que siempre era un instructor metódico y cuidadoso, aunque tendía a hablar en español siempre que la doncella hacía algo mal.
—Ay, Dios mío —exclamaba en esa lengua, mientras arrancaba la hoja de donde se hubiera clavado, punta abajo, en el suelo—. ¿Lo probamos otra vez?
—Póngase derecha —le decía mientras tanto Gabriel a Tessa, con impaciencia—. No, ¡derecha! Como esto. —Y se lo mostró.
La muchacha quería replicarle que ella, a diferencia de él, no se había pasado toda la vida aprendiendo cómo estar derecha y moverse; que los cazadores de sombras eran acróbatas por naturaleza, y que ella no era nada de eso.
—¡Uf! —resopló Tessa—. ¡Me gustaría verle a usted aprendiendo a sentarse y a estar derecho con corsé, enaguas y un vestido con una cola de dos palmos!
—A mí también —exclamó Gideon desde el otro lado de la sala.
—Oh, por el Ángel —protestó Gabriel; la cogió por los hombros y la hizo volverse de forma que quedó de espaldas a él. La rodeó con los brazos, le enderezó la espalda y le puso bien el cuchillo en la mano. Ella notaba su aliento en la nuca y se estremeció; también se molestó. Si él la tocaba, era sólo porque presumía que podía hacerlo, sin preguntar, y porque pensaba que eso irritaría a Will.
—Suélteme —dijo a media voz.
—Esto es parte del entrenamiento —replicó Gabriel con voz aburrida—. Además, mire a mi hermano y a la señorita Collins. Ella no se queja.
Tessa miró a la criada, que parecía muy concentrada en la lección con Gideon. Él estaba detrás de ella, rodeándola con un brazo desde la espalda y mostrándole cómo sujetar un cuchillo arrojadizo de punta muy afilada. Le cubría las manos con las suyas, y parecía hablarle a la nuca, donde el cabello oscuro de ella se había escapado de su moño y se rizaba graciosamente. Cuando vio que Tessa los miraba, él se sonrojó.
La muchacha estaba asombrada. ¡Gideon Lightwood sonrojándose! ¿Habría estado «admirando» a Sophie? Aparte de la cicatriz, en la que Tessa apenas ya reparaba, Sophie era encantadora, pero era una mundana y una sirvienta, y los Lightwood eran terriblemente esnobs. Tessa notó como se tensaba por dentro. Sophie había recibido un trato abominable de su anterior señor. Lo último que necesitaba era que algún cazador de sombras guapito se aprovechara de ella.
Miró alrededor, a punto de decir algo al chico que la rodeaba con los brazos, pero se calló. Había olvidado que tenía a Gabriel a su lado, no a Jem. Se había acostumbrado a la presencia del cazador de sombras, a la facilidad con la que podía conversar con él, a la comodidad de su mano en el brazo cuando caminaban, a que él fuera en esos momentos la única persona en el mundo a la que creía que podía contarle cualquier cosa. Se dio cuenta, sorprendida y con una punzada de algo parecido al dolor, de que, aunque lo acababa de ver en el desayuno, lo echaba de menos.
Estaba tan perdida en esa mezcla de sentimientos —añorar a Jem y proteger apasionadamente a Sophie—, que su siguiente lanzamiento se desvió varios metros, pasó por encima de la cabeza de Gideon y rebotó en el alfeizar de la ventana.
Sin perder la calma, el mayor de los Lightwood miró el cuchillo caído y luego a su hermano. Nada parecía alterarlo, ni siquiera lo cerca que había estado de la decapitación.
—Gabriel, ¿cuál es exactamente el problema?
Éste miró a Tessa.
—No quiere escucharme —replicó resentido—. No puedo entrenar a alguien que no me escucha.
—Quizá si tú fueras mejor instructor, ella sería mejor escuchándote.
—Y quizá habrías visto venir el cuchillo —replicó Gabriel— si prestaras más atención a lo que pasa a tu alrededor y menos a la nuca de la señorita Collins.
Así que Gabriel lo había notado, pensó Tessa. Mientras, Sophie se sonrojó. Gideon echó a su hermano una larga y fija mirada; Tessa intuyó que tendrían unas palabras cuando llegaran a su casa. Luego el mayor de los Lightwood se volvió hacia Sophie y le dijo algo muy bajo, demasiado bajo para que Tessa lo oyera.
—¿Qué le pasa? —preguntó ésta a Gabriel a media voz, y notó que se tensaba.
—¿Qué quiere decir?
—Normalmente tiene paciencia —contestó ella—. Es un buen profesor, Gabriel, la mayor parte del tiempo, pero hoy está impaciente y a la que salta, y… —miró la mano de él sobre su brazo— incorrecto.
Él tuvo el buen sentido de soltarla, y de parecer avergonzado.
—Mil perdones. No debería haberla tocado así.
—No, no debería. Y menos después del modo en que ha criticado a Will…
Gabriel se ruborizó.
—Ya me he disculpado, señorita Gray. ¿Qué más quiere de mí?
—Quizá un cambio de comportamiento. Y una explicación de por qué Will le desagrada tanto…
—¡Ya se lo he dicho! Si quiere saber por qué no me gusta, ¡pregúnteselo a él! —Gabriel dio media vuelta y salió de la habitación.
Tessa miró los cuchillos clavados en la pared y suspiró.
—Y así acaba mi lección.
—No le dé demasiada importancia —se disculpó Gideon, mientras se acercaba a ella con Sophie al lado. Era muy raro, pensó Tessa. La criada solía parecer incómoda con los hombres, con cualquier hombre, incluso con el amable Henry. Con Will era como un gato escaldado, y con Jem, vergonzosa y cuidadosa, pero junto a Gideon parecía…
Bueno, era difícil de definir, pero resultaba de lo más curioso.
—No es culpa suya que Gabriel esté así hoy —continuó Gideon. Sus ojos la miraban sin vacilar. A esa distancia, Tessa pudo ver que no eran exactamente del mismo color que los de su hermano. Eran más bien de un color gris verdoso, como el mar en un día nublado—. Las cosas no están siendo… fáciles en casa con padre, y Gabriel lo está pagando con usted o, en realidad, con cualquiera que tenga cerca.
—Lamento mucho oír eso. Espero que su padre se encuentre bien —murmuró Tessa, y rogó que no la partiera un rayo en el acto por esa descarada mentira.
—Supongo que conviene que me reúna con mi hermano —repuso Gideon sin responder su pregunta—. Si no, cogerá el carruaje y me dejará aquí, sin poder volver a casa. Espero traérselo de vuelta de mejor humor en la próxima sesión. —Hizo una reverencia a Sophie y luego a Tessa—. Señorita Collins, señorita Gray.
Y se fue, dejando a ambas chicas mirándolo con una mezcla de confusión y sorpresa.
Con la sesión por fin acabada, Tessa fue corriendo a ponerse su ropa de siempre, y luego a comer, ansiosa por ver si Will había regresado. No era así. Su silla, entre Jessamine y Henry, estaba vacía; pero había alguien nuevo en el comedor, alguien que hizo que Tessa se quedara parada en la puerta, tratando de no mirarlo con ojos desorbitados. Un hombre alto estaba sentado casi a la cabecera de la mesa, cerca de Charlotte, y era verde. No un verde oscuro, sino tenue, como el de la luz reflejándose en el mar. Su cabello era blanco como la nieve. Desde la frente se le curvaban dos elegantes cuernos.
—La señorita Tessa Gray —dijo Charlotte, presentándolos—, y éste es el Gran Brujo de Londres, Ragnor Fell. Señor Fell, señorita Gray.
Después de murmurar que estaba encantada de conocerlo, Tessa se sentó a la mesa al lado de Jem, en diagonal a Fell, y trató de no mirarlo con el rabillo del ojo. Dedujo que, al igual que la marca de brujo de Magnus eran sus ojos de gato, la de Fell serían sus cuernos y su tono de piel. Tessa aún no podía evitar sentirse fascinada por los subterráneos, y por los brujos en particular. ¿Por qué ellos estaban marcados y ella no?
—¿Qué está pasando, Charlotte? —estaba diciendo Ragnor—. ¿De verdad me has llamado para hablar de brujería en los páramos de Yorkshire? Tenía la impresión de que nunca pasaba nada de gran interés en Yorkshire. Es más, tenía la impresión de que no había nada en Yorkshire excepto minas y ovejas.
—¿Así que no conocías a los Shade? —inquirió Charlotte—. La población de brujos en Inglaterra no es tan…
—Los conocía. —Cuando Fell comenzó a cortar la carne de su plato, Tessa vio que tenía una articulación de más en todos los dedos. Pensó en la señora Negro, con sus largas manos con garras, y contuvo un estremecimiento—. Shade estaba un poco loco, con su obsesión por los relojes y los mecanismos. Su muerte supuso un fuerte shock para el submundo. La tensión se extendió por toda la comunidad, e incluso se habló de venganza, aunque creo que no se pasó a la acción.
Charlotte se inclinó hacia él.
—¿Recuerdas a su hijo? ¿Su hijo adoptivo?
—Sabía de su existencia. Que dos brujos se casen es raro. Que además adopten a un niño humano en un orfanato, más raro aún. Pero nunca lo vi. Los brujos… vivimos para siempre. Un período de treinta, o incluso cincuenta años, entre reuniones no es extraño. Claro que ahora que sé en quién se ha convertido el chico, desearía haberlo conocido. ¿Crees que vale la pena tratar de descubrir quiénes eran sus verdaderos padres?
—Sin duda, si puede averiguarse. Cualquier información que podamos obtener sobre Mortmain puede ser útil.
—Puedo decirte que él mismo se puso ese nombre —apuntó Fell—. Parece un nombre de cazador de sombras. Es la clase de nombre que alguien que tuviera algo contra los nefilim, y un sentido del humor bastante negro, se pondría. Mort main…
—La mano de la muerte —aportó Jessamine, que estaba muy orgullosa de su francés.
—Da que pensar —reconoció Tessa—. Si la Clave le hubiera dado a Mortmain la compensación que quería, ¿aun así se habría convertido en lo que es? ¿Habría habido un club Pandemónium?
—Tessa… —comenzó Charlotte, pero Ragnor Fell le hizo un gesto para que la dejara hablar.
La miró con divertida curiosidad.
—Eres una Cambiante, ¿verdad? —preguntó—. Magnus Bane me ha hablado de ti. Dicen que no tienes ninguna marca.
Tessa tragó saliva y lo miró a los ojos. Eran unos discordantes ojos humanos, ordinarios en su rostro extraordinario.
—No, ninguna marca.
Él sonrió, con el tenedor aún en la mano.
—Supongo que han mirado bien en todas partes, ¿no?
—Estoy segura de que Will lo ha intentado —soltó Jessamine en tono aburrido.
Los cubiertos de Tessa resonaron al estrellarse contra el plato. Jessamine, que había estado aplastando sus guisantes con el cuchillo, alzó la mirada cuando Charlotte soltó un horrorizado: «¡Jessamine!».
—Bueno —replicó ella, encogiéndose de hombros—. Él es así.
Fell volvió a su plato con una leve sonrisa en el rostro.
—Recuerdo al padre de Will. Todo un donjuán. Las mujeres no podían resistírsele. Hasta que conoció a la madre de Will, claro. Entonces lo dejó todo y se fue a vivir a Gales para estar con ella. Era todo un caso.
—Se enamoró —dijo Jem—. Eso no es tan raro.
—Enamorarse —repuso el brujo, aún con la misma leve sonrisa—. Más bien perdió la cabeza por ella. Le sorbió el seso. Pero siempre hay hombres así; para ellos sólo existe una mujer, y sólo la quieren a ella, o nada.
Charlotte miró a Henry, pero éste parecía estar completamente perdido en sus pensamientos, contando algo con los dedos, aunque quién podía saber qué. Ese día llevaba un chaleco rosa y violeta, y tenía una mancha de salsa en la manga de la camisa. Charlotte hundió los hombros ostensiblemente, y suspiró.
—Bueno —concluyó—. Pero al parecer eran muy felices juntos…
—Hasta que perdieron a dos de sus tres hijos, y Edmund Herondale perdió en el juego todo lo que tenían —explicó Fell—. Pero supongo que nunca se lo dijiste a Will.
Tessa intercambió una mirada con Jem. Will había dicho: «Mi hermana está muerta».
—Entonces ¿tenían tres hijos? —inquirió Tessa—. ¿Will tenía dos hermanas?
—Tessa, por favor. —Charlotte parecía incómoda—. Ragnor… No te contraté para que invadieras la intimidad de los Herondale, o de Will. Lo hice porque le prometí a Will que lo avisaría si le ocurría algo malo a su familia.
Tessa pensó en Will, en un Will de doce años, aferrándose a la mano de Charlotte, rogándole que le dijera si su familia moría.
«¿Por qué huir? —pensó por centésima vez—. ¿Por qué dejarlos atrás?».
Tessa había pensado que igual no le importaba, pero evidentemente no era así. Aún le importaba. No podía evitar la tensión que sentía en el corazón mientras lo veía de nuevo llamando a su hermana. Si quería a Cecily tanto como ella había querido a Nate…
Mortmain le había hecho algo a su familia, pensó Tessa. Igual que a la de ella. Eso los unía de una manera muy peculiar. Tanto si él lo sabía como si no.
—Sea lo que sea lo que Mortmain ha estado planeando —se oyó decir—, lleva mucho tiempo preparándolo. Desde antes de que yo naciera, cuando engañó o presionó a mis padres para que me «hicieran». Y ahora sabemos que hace algunos años tuvo relación con la familia de Will y los trasladó a Ravenscar Manor. Me temo que somos como piezas de ajedrez que él mueve a su antojo por el tablero, y ya conoce el resultado de la partida.
—Eso es lo que él quiere que creamos, Tessa —intervino Jem—. Pero sólo es un hombre. Y cada descubrimiento que hacemos sobre él lo hace más vulnerable. Si no fuéramos una amenaza para él, no nos habría enviado el autómata para asustarnos.
—Sabía exactamente dónde estaríamos…
—No hay nada más peligroso que un hombre decidido a vengarse —afirmó Ragnor—. Un hombre que lleva seis décadas decidido a hacerlo, que ha hecho crecer una pequeña semilla venenosa hasta que se ha convertido en una flor asfixiante. Llegará hasta el final, a no ser que acabéis con él antes.
—Entonces acabaremos con él —sentenció Jem secamente. Era lo más parecido a una amenaza que Tessa le había oído proferir.
La chica se miró las manos. Eran de un blanco más pálido que cuando vivía en Nueva York, pero eran sus manos, familiares, con el dedo índice más largo que el dedo corazón, y la media luna de las uñas marcada.
«Puedo cambiarlas —pensó—. Puedo ser cualquier cosa, cualquiera».
Nunca se había sentido más mutable, más fluida o más perdida.
—Sin duda. —El tono de Charlotte era firme—. Ragnor, quiero saber por qué la familia Herondale está en esa casa, esa casa que perteneció a Mortmain, y quiero asegurarme de que están a salvo. Y quiero hacerlo sin que Benedict Lightwood o el resto de la Clave se enteren.
—Entiendo. Quieres que los vigile lo más disimuladamente posible mientras también hago averiguaciones sobre Mortmain en la zona. Si los llevó allí él, debió de ser por una razón.
—Sí —respondió Charlotte con un suspiro.
Ragnor le dio vueltas al tenedor.
—Eso será caro.
—Sí —convino Charlotte—. Estoy dispuesta a pagar.
Fell sonrió de medio lado.
—Entonces yo estoy dispuesto a soportar a las ovejas.
El resto del almuerzo pasó en medio de una incómoda conversación, con Jessamine malhumorada, jugando con la comida sin probarla; Jem, mucho más callado que de costumbre; Henry, mascullando ecuaciones para sí mismo, y Charlotte y Fell, finalizando sus planes para la protección de la familia de Will. Por mucho que Tessa estuviera de acuerdo con esa idea, que lo estaba, había algo en el brujo que la hacía sentirse incómoda de una forma que nunca le había ocurrido con Magnus, y se alegró de que la comida acabara y de poder escaparse a su habitación con una copia de La inquilina de Wildfell Hall.
No era su libro favorito de las hermanas Brontë, ese honor recaía en Jane Eyre, seguido de Cumbres borrascosas, con La Inquilina en un distante tercer lugar, pero había leído los otros dos tantas veces que ya no quedaba ninguna sorpresa entre sus páginas, sólo frases tan familiares que se habían convertido en viejas amigas. Lo que le hubiera gustado leer era Historia de dos ciudades, pero Will había citado tantas veces a Sydney Carton que se temía que si lo cogía, le haría pensar en él y aumentaría su nerviosismo.
Fuera ya estaba oscuro y el viento enviaba ráfagas de lluvia fina contra los cristales de las ventanas, cuando llamaron a su puerta. Era Sophie, que le llevaba una carta en una bandeja de plata.
—Una carta para usted, señorita.
Tessa dejó el libro atónita.
—¿Correo para mí?
Sophie asintió y se acercó, con la bandeja en la mano.
—Sí, pero no pone quién la envía. La señorita Lovelace ha estado a punto de cogerla, ¡vaya curiosa!, pero he podido evitarlo.
Tessa tomó el sobre. Estaba dirigido a ella, con una caligrafía inclinada y desconocida, sobre un grueso papel de color crema. Le dio la vuelta una vez, comenzó a abrirlo y se fijó en la curiosa mirada de Sophie, que se reflejaba en la ventana. Se volvió hacia ella.
—Esto será todo, Sophie —dijo. Era la manera en que había leído que las heroínas de sus novelas despedían al servicio, y parecía ser la correcta. Con una mirada de decepción, la doncella cogió la bandeja y salió de la habitación.
Tessa desdobló la carta y se la extendió sobre el regazo.
Querida y sensata señorita Gray:
Le escribo en nombre de un amigo mutuo, un tal Will Herondale. Sé que es su costumbre ir y venir, sobre todo ir, del Instituto como le place y que, por consiguiente, podría pasar algún tiempo antes de que su ausencia provoque cualquier tipo de alarma. Pero le pido, como alguien que valora su sensatez, que no suponga que esta ausencia es de las habituales. Lo vi anoche, y estaba angustiado, por no decir más, cuando dejó mi residencia. Tengo razones para temer que pueda causarse algún daño y, por lo tanto, le sugiero que lo localice y verifique su seguridad. Es un joven al que cuesta apreciar, pero creo que usted ha visto la bondad que hay en él, al igual que yo, señorita Gray, y por eso le envío humildemente esta carta.
Suyo,
MAGNUS BANE
P. D.: Yo que usted, no compartiría el contenido de esta misiva con la señora Branwell. Sólo es una sugerencia.
M. B.
Aunque leer la carta de Magnus la hizo sentir como si tuviera las venas llenas de fuego, de alguna manera Tessa sobrevivió al resto de la tarde, y también a la cena, sin mostrar ninguna señal de inquietud, o al menos eso creyó. Sophie pareció tardar un tiempo larguísimo en ayudarla a quitarse el vestido, cepillarle el cabello, atizar el fuego y contarle los cotilleos del día. (El primo de Cyril trabajaba en casa de los Lightwood y le había contado que Tatiana, la hermana de Gabriel y de Gideon, volvería muy pronto con su marido de su luna de miel en el continente. La casa estaba revuelta, ya que se rumoreaba que tenía un carácter de lo más desagradable).
Tessa masculló algo sobre que entonces debía de parecerse a su padre. La impaciencia hacía que se le rompiera la voz, y sólo pudo evitar que Sophie saliera corriendo a buscarle una tisana de menta insistiendo en que estaba agotada y que necesitaba dormir más de lo que necesitaba la infusión.
En cuanto la puerta se cerró tras la sirvienta, Tessa se puso en pie, se despojó del camisón, se puso un vestido, abrochándoselo lo mejor que pudo, y se colocó una especie de chaqueta por encima. Después de echar una cautelosa mirada al pasillo, salió de su cuarto y cruzó hasta la puerta de Jem, donde llamó haciendo el menor ruido posible. Por un momento no ocurrió nada, y tuvo el pasajero temor de que Jem ya estuviera durmiendo, pero la puerta finalmente se abrió y el chico apareció en el umbral.
Era evidente que lo había pillado leyendo antes de meterse en la cama; se había quitado la chaqueta y los zapatos; la camisa, con el cuello abierto, y el cabello era un adorable alboroto de plata. Tuvo el impulso de tender la mano y alisárselo. Él la miró sorprendido.
—¿Tessa?
Sin decir palabra, ella le pasó la nota. Él comprobó que no hubiera nadie por el pasillo y a continuación le hizo un gesto para que entrara en el cuarto. Ella cerró la puerta mientras Jem leía la carta de Magnus una vez, y luego otra, antes de hacer una bola con el papel, que crujió con fuerza en la habitación.
—Lo sabía —exclamó.
Le tocó a Tessa el turno de sorprenderse.
—Sabías ¿qué?
—Que no era una ausencia normal. —Se sentó en el baúl a los pies de la cama y metió los pies en los zapatos—. Lo notaba. Aquí. —Se puso la mano sobre el pecho—. Sabía que había algo raro. Lo sentía como una sombra en mi alma.
—No crees que realmente se haya hecho daño, ¿verdad?
—Hacerse daño, no lo sé. Ponerse en una situación donde pueda resultar herido… —Jem se puso en pie—. Debo irme.
—¿No quieres decir «debemos»? No estarás pensando en ir a buscar a Will sin mí, ¿no? —preguntó ella con cierta petulancia—. La carta estaba dirigida a mí, James. No tenía por qué enseñártela.
Él entornó los ojos durante un instante, y cuando los volvió a abrir sonreía de medio lado.
—James —repitió—. Por lo general, sólo Will me llama así.
—Lo siento…
—No. No lo sientas. Me gusta cómo suena en tus labios.
Labios. Había algo extraño y sutilmente indelicado en esa palabra, como si fuera un beso en sí misma. Pareció quedar colgada en el aire entre ambos mientras los dos vacilaban.
«Pero es Jem», pensó Tessa perpleja. Jem. No Will, que podía hacerle sentir como si le estuviera acariciando la piel desnuda con sólo mirarla…
—Tienes razón —repuso el chico, carraspeando—. Magnus no te habría enviado a ti la carta si no pretendiera que también buscaras a Will. Quizá piense que tu poder puede ser útil. En cualquier caso… —Le dio la espalda, fue al armario y lo abrió de par en par—. Espérame un momento en tu cuarto. Estaré allí en seguida.
Tessa no estaba segura de si había asentido, creía que sí, y un momento después se halló de nuevo en su dormitorio, apoyada contra la puerta. Notaba calor en el rostro, como si hubiera estado demasiado cerca del fuego. Miró alrededor. ¿Cuándo había empezado a pensar en esa habitación como en su dormitorio? El espacio grande y elegante, con sus ventanas divididas y el suave resplandor de las velas de luz mágica, era totalmente diferente de la caja de cerillas que tenía por habitación en el piso de Nueva York, con sus montoncitos de cera en la mesilla acumulados al quedarse toda la noche leyendo a la luz de las velas, y la barata cama de madera con sus finas mantas. En invierno, las ventanas, que no encajaban bien, repiqueteaban en el marco cuando soplaba el viento.
Un suave golpe en la puerta la sacó de su ensoñación; la abrió y se encontró a Jem en el umbral. Estaba totalmente vestido con el uniforme de cazador de sombras: los pantalones y la chaqueta negra que parecían de cuero, las pesadas botas. Se llevó un dedo a los labios y le hizo un gesto para que lo siguiera.
Debían de ser como las diez de la noche, supuso Tessa, y las luces mágicas brillaban con poca intensidad. Tomaron un camino extraño y serpenteante por los pasillos, no el que ella estaba acostumbrada a recorrer para llegar a la puerta principal. Su confusión tuvo respuesta cuando llegaron a una puerta al final de un largo corredor. El espacio en el que se hallaban era redondo, y Tessa supuso que estarían dentro de una de las torres góticas que se alzaban en las esquinas del Instituto.
Jem abrió la puerta y la hizo entrar tras él; luego cerró la puerta firmemente y se guardó en el bolsillo la llave que había usado.
—Ésta —habló— es la habitación de Will.
—Curioso —repuso Tessa—. Nunca había estado aquí. Estaba comenzando a pensar que dormía cabeza abajo como los murciélagos.
Jem rió y pasó ante ella, hacia el escritorio de madera, y comenzó a revisar lo que había encima mientras Tessa miraba alrededor. El corazón le latía de prisa, como si estuviera viendo algo que no tendría que ver, una parte secreta y escondida de Will. Se dijo a sí misma que no debía ser tonta, que sólo era una habitación, con los mismos pesados muebles oscuros que las otras habitaciones del Instituto. Y además estaba revuelta; mantas arrugadas a los pies de la cama; ropa colgada de los respaldos de las sillas; tazas medio llenas, en un precario equilibrio sobre la mesilla de noche. Y libros por todas partes: libros en las mesitas, libros en la cama, libros apilados en el suelo, libros en doble fila en estantes a lo largo de la pared… Mientras Jem rebuscaba, Tessa se acercó a los estantes y miró los títulos con curiosidad.
No se sorprendió al ver que la mayoría eran novelas y poesía. Algunos títulos estaban en idiomas que ella no sabía leer. Reconoció el latín y el alfabeto griego. También había libros de cuentos de hadas; Las mil y una noches; obras de James Payn; El vicario de Bullhampton, de Anthony Trollope; Remedios desesperados, de Thomas Hardy; un montón de Wilkie Collins —La nueva Magdalena, La ley y la dama, Los dos destinos— y una novela nueva de Julio Verne titulada La Indias negras, a la que tenía muchas ganas de hincarle el diente. Y luego, allí estaba: Historia de dos ciudades. Con una sonrisa triste fue a cogerlo del estante. Al levantarlo, varios papeles escritos, que habían estado bajo la tapa, cayeron al suelo. Tessa se agachó para recogerlos y se quedó helada. Reconoció la letra al instante. Era la suya.
Se le hizo un nudo en la garganta mientras pasaba de una hoja a otra. «Querido Nate —leyó—. Hoy he tratado de Cambiar y he fracasado. Me dieron una moneda y no pude sacar nada de ella. O nunca perteneció a una persona, o mi poder está debilitándose. No me importaría, si no fuera porque me azotan… ¿Te han azotado alguna vez? No, qué pregunta más tonta. Claro que no. Es como si te pusieran rayas de fuego en la piel. Me avergüenza decir que he llorado, y ya sabes cuánto odio llorar». Y «Querido Nate, hoy te he echado tanto de menos, que pensaba que iba a morir. Si te has ido, entonces no hay nadie en el mundo a quien le importe si estoy viva o muerta. Siento como si me disolviera, como si desapareciera en la nada, porque si no hay nadie en el mundo a quien le importes, ¿realmente existes?».
Eran las cartas que había escrito a su hermano en la Casa Oscura, sin esperar que Nate las leyera, sin esperar que nadie las leyera. Eran más un diario que unas cartas, el único lugar donde podía volcar su horror, su tristeza y su miedo. Sabía que las habían encontrado, que Charlotte las había leído, pero ¿qué estaban haciendo en la habitación de Will, precisamente, escondidas entre las páginas de un libro?
—Tessa. —Era Jem. Ella se volvió de inmediato, y se metió las cartas en el bolsillo del abrigo al hacerlo. Él estaba junto al escritorio, con un cuchillo de plata en la mano—. Por el Ángel, este lugar está hecho tal asco que no estaba seguro de poder encontrarlo. —Volvió las manos—. Will no se trajo mucho de su casa cuando vino aquí, pero sí esto. Es una daga que le dio su padre. Tiene las marcas de los pájaros de los Herondale en la hoja. Debería conservar una huella lo suficientemente fuerte de él para poder localizarlo.
A pesar de las palabras de ánimo, fruncía el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó Tessa, acercándose a él.
—He encontrado algo más —contestó Jem—. Siempre ha sido él quien me compra la… la medicina. Sabe que yo odio toda la transacción, encontrar a los subterráneos dispuestos a venderla, pagar por ella… —El pecho le subía y bajaba muy rápido, como si sólo hablar de eso lo enfermara—. Le daba el dinero y él salía a buscarlo. He encontrado un recibo, de la última transacción. Al parecer, las drogas, la medicina, no costaban lo que yo creía.
—¿Quieres decir que Will te ha estado sacando dinero? —Tessa se sorprendió. Will podía ser horrible y cruel, pero de alguna manera había creído que su crueldad era más refinada. Menos mezquina. Y hacerle eso justamente a Jem…
—Al contrario. Las drogas cuestan mucho más de lo que él me decía. De alguna manera debía de estar poniendo la diferencia. —Todavía ceñudo, se metió la daga en el cinturón—. Lo conozco mejor que nadie en el mundo —dijo—. Y, aun así, descubro que Will tiene secretos que me sorprenden.
Tessa pensó en las cartas metidas en el libro de Dickens, y en lo que pensaba decirle a Will al respecto cuando lo viera de nuevo.
—Sin duda —convino—. Aunque tampoco es tanto misterio, ¿no? Will haría cualquier cosa por ti…
—Yo no diría tanto… —El tono de Jem era irónico.
—Claro que lo haría —insistió Tessa—. Cualquiera lo haría. Eres tan amable y bueno…
Se calló, pero los ojos de Jem la miraban muy abiertos. Parecía sorprendido, como si no estuviera acostumbrado a tales alabanzas, pero, pensó Tessa confusa, debería estarlo. Seguro que todos los que lo conocían sabían la suerte que tenían. Notó que se volvía a ruborizar y se maldijo. ¿Qué estaba pasando?
Se oyó un leve tintineo en la ventana; Jem se volvió al cabo de un instante.
—Debe de ser Cyril —supuso, y había un leve deje áspero en su voz—. Le… le he pedido que trajera el carruaje. Mejor nos vamos.
Tessa asintió en silencio, y lo siguió fuera de la habitación.
Cuando Jem y Tessa abandonaron del Instituto, el viento aún soplaba a ráfagas por el patio, formando pequeños torbellinos de hojas secas que giraban como hadas danzarinas. El cielo estaba cargado de una niebla amarilla; la luna era un disco dorado tras ella. Las palabras en latín sobre la verja del Instituto parecían relucir, resaltadas por la luz de la luna: «Somos polvo y sombras».
Cyril, que esperaba con el carruaje y los dos caballos, Balios y Xanthos, pareció aliviado al verlos; ayudó a Tessa a subir al vehículo, Jem la siguió y luego el criado volvió a encaramarse al asiento del conductor. Tessa, sentada frente a Jem, observó fascinada cómo sacaba tanto la daga como la estela del cinturón; sujetó el arma con la mano derecha y se trazó una runa en el dorso de esa mano con la punta de la estela. Para Tessa tenía el aspecto de las Marcas, unas líneas onduladas, entremezcladas e ilegibles, torciéndose para conectarse unas con otras formando unos gruesos dibujos negros.
Él se miró la mano durante un largo rato, luego cerró los ojos, con el rostro inmóvil en una intensa concentración. Justo cuando Tessa comenzaba a impacientarse, abrió los ojos.
—Brick Lane, cerca de Whitechapel High Street —dijo, medio para sí; volvió a meterse la daga y la estela en el cinturón; sacó el cuerpo por la ventanilla, y Tessa le oyó repetir esas palabras a Cyril. Un momento después, Jem ya estaba de nuevo en el carruaje, cerrando la ventana al aire frío, y ya traqueteaban sobre los adoquines.
Tessa respiró hondo. Llevaba todo el día queriendo ir a buscar a Will, preocupada por él, preguntándose dónde estaría, pero una vez comenzaron a rodar hacia el oscuro corazón de Londres, lo único que pudo sentir era miedo.