SELLADOS EN SILENCIO
El corazón humano oculta tesoros,
guardados en secreto, sellados en silencio;
las ideas, las esperanzas, los sueños, los placeres,
cuyo encanto se rompe si revelados.
CHARLOTTE BRONTË, Solaz vespertino
La puerta de la gran mansión se abrió; la joven desapareció en el interior. El carruaje traqueteó por el costado de la casa hasta la cochera, mientras Will se levantaba vacilante. Se había puesto de un feo color grisáceo, como las cenizas de un fuego apagado.
—Cecily —repitió. Su voz estaba cargada de asombro y horror.
—¿Se puede saber quién es Cecily? —Tessa se incorporó, sacudiéndose la hierba y los cardos del vestido—. Will…
Jem ya estaba junto a su amigo, con la mano sobre el hombro de éste.
—Will, tienes que hablar con nosotros. Parece que hayas visto un fantasma.
Éste respiró profundamente.
—Cecily…
—Sí, eso ya lo has dicho —replicó Tessa. Oyó la aspereza de su propio tono, y lo suavizó haciendo un esfuerzo. Era grosero hablar así a alguien que estaba obviamente trastornado, incluso si éste insistía en mirar al vacío y mascullar «Cecily» de vez en cuando.
En realidad no importaba; el galés no parecía haberla oído.
—Mi hermana —dijo—. Cecily. Tenía… Dios, tenía nueve años cuando me marché.
—Tu hermana —repitió Jem, y Tessa sintió que se le aflojaba el nudo que le oprimía el corazón, y se maldijo por ello. ¿Qué importaba si Cecily era la hermana de Will o alguien de quien estuviera enamorado? Eso no tenía nada que ver con ella.
El chico comenzó a bajar la colina, sin rumbo, sólo pisoteando ciegamente el brezo y la aulaga. Al cabo de un momento, Jem fue tras él y lo cogió por la manga.
—Will, no…
Él trató de soltarse.
—Si Cecily está aquí, entonces el resto, mi familia, deben de estar también.
Tessa corrió para alcanzarlos, haciendo una mueca de dolor cuando casi se torció el tobillo con una piedra.
—Pero no tiene ningún sentido que tu familia esté aquí, Will. Ésta era la casa de Mortmain. Starkweather nos lo dijo. Estaba en los papeles…
—Ya lo sé —replicó el chico medio gritando.
—Cecily podría estar visitando a alguien aquí…
Will le echó a Tessa una mirada incrédula.
—¿En medio de Yorkshire, sola? Y ése era nuestro carruaje. Lo he reconocido. No hay otro carruaje en la cochera. No, mi familia está en esto de alguna manera. Los han arrastrado a este maldito asunto…, tengo… tengo que avisarlos. —Reanudó el descenso de la colina.
—¡Will! —le gritó Jem, y fue tras él, agarrándolo por la espalda del abrigo. Su amigo se dio la vuelta y empujó a Jem, no muy fuerte; Tessa oyó a Jem decirle algo a Will sobre haberse contenido todos esos años y lo absurdo de echarlo por la borda por un arrebato, y luego todo se mezcló: Will maldiciendo, y Jem tirando de él hacia atrás, y Will resbalando sobre el suelo mojado, y ambos cayendo juntos, rodando en un revoltijo de piernas y brazos, hasta que los paró una gran roca, circunstancia que Jem aprovechó para inmovilizar a Will contra el suelo, poniéndole el codo contra el cuello.
—Sal de encima —Will lo empujó—. No lo entiendes. Tu familia está muerta…
—Will. —Jem agarró a su amigo por la pechera de la camisa y lo sacudió—. Sí que lo entiendo. Y a no ser que quieras que tu familia también esté muerta, me vas a escuchar.
Will se quedó muy quieto.
—James, tú seguro que no… —le dijo en una voz ahogada…—, yo nunca.
—Mira. —Jem alzó la mano con la que no sujetaba a Will y señaló—. Allí. Mira.
Tessa miró hacia donde señalaba, y notó que se le helaban las entrañas. Estaban a media ladera, con la mansión a sus pies, y allí, sobre ellos, como una especie de centinela en el borde de la cima de la colina, había un autómata. Supo al instante lo que era, aunque no tenía el mismo aspecto que los autómatas que Mortmain había enviado contra ellos antes. Aquéllos, al menos superficialmente, habían pretendido parecerse a seres humanos. Éste era una criatura de metal, alta y estilizada, con largas piernas articuladas, un torso metálico retorcido y brazos como sierras.
Permanecía absolutamente inmóvil, y de alguna manera su quietud y su silencio lo hacían aún más espantoso. Tessa ni siquiera podía decir si los estaba observando. Parecía estar vuelto hacia ellos, pero aunque tenía cabeza, ésta carecía de rasgos, excepto por una hendidura a modo de boca, donde destellaban dientes metálicos. No parecía tener ojos.
Tessa contuvo el grito que le subía por la garganta. Era un autómata. Se había enfrentado a ellos antes. No iba a gritar. Will, apoyado sobre el codo, lo contemplaba fijamente.
—Por el Ángel…
—Esa cosa nos ha estado siguiendo, estoy seguro —afirmó Jem queda y urgentemente—. Antes he visto un destello de metal, desde el carruaje, pero no estaba seguro. Ahora lo estoy. Si vas corriendo colina abajo, te arriesgas a conducir a esas cosas directamente hacia tu familia.
—Ya veo —admitió Will. El ligero tono histérico había desaparecido de su voz—. No voy a acercarme a la casa. Déjame que me levante.
Jem dudó.
—Lo juro por el nombre de Raziel —masculló Will entre dientes—. Ahora déjame levantarme.
Su amigo rodó apartándose y se puso en pie; Will pegó un bote, lo esquivó y, sin ni siquiera mirar a Tessa, echó a correr, pero no hacia la casa sino en dirección contraria, hacia la criatura mecánica de la cima. Jem se tambaleó un instante, boquiabierto, maldijo y corrió tras él.
—¡Jem! —gritó Tessa. Pero éste ya casi estaba demasiado lejos para oírla, corriendo tras Will. El autómata había desaparecido de la vista. La muchacha soltó una palabra nada propia de una dama, se agarró las faldas y salió tras ellos.
No resultaba fácil ascender corriendo una colina de Yorkshire con unos pesados ropajes y arbustos que la arañaban al pasar. Practicar en su uniforme de entrenamiento le había hecho entender por qué los hombres podían moverse con tanta rapidez y soltura, y eran capaces de correr tan rápido. La tela de su vestido pesaba una tonelada, los tacones de las botas se le encallaban entre las rocas al correr y el corsé la dejaba sin aire.
Para cuando llegó a lo alto, sólo tuvo tiempo de ver a Jem, lejos de ella, desaparecer entre un oscuro grupo de árboles. Escudriñó los alrededores, frenética, pero no pudo ver ni la carretera ni el carruaje de Starkweather. Con el corazón saltándole en el pecho, corrió tras el cazador de sombras.
El bosquecillo era ancho y se extendía por la cresta de la colina. En cuanto Tessa se sumergió en la arboleda, la luz desapareció: gruesas ramas entrelazadas en lo alto bloqueaban el sol. Sintiéndose como Blancanieves huyendo por el bosque, miró a todas partes, desesperada por hallar cualquier indicio que le dijera por dónde habían ido los chicos, como ramas rotas u hojas pisoteadas. Sin embargo, lo único que captó fue un reflejo de luz sobre metal cuando el autómata salió del oscuro espacio entre dos árboles y se lanzó a por ella.
Tessa gritó y saltó para esquivarlo, pero no tardó en tropezarse con las faldas. Se cayó de espaldas y se estrelló dolorosamente contra la tierra embarrada. La criatura alargó uno de sus largos brazos entomorfos hacia ella. Tessa rodó hacia un lado, y el metal del brazo cortó la tierra junto a ella. Había una rama caída cerca; sus dedos la arañaron, se cerraron alrededor y la alzaron justo cuando el otro brazo de la criatura iba hacia la chica. Blandió la rama entre ellos, concentrándose en las lecciones de paro y bloqueo que había recibido de Gabriel.
Pero sólo era una rama. El brazo de metal del autómata la segó en dos. Su extremo se abrió de golpe en una garra de múltiples dedos metálicos que trataron de aferrarle el cuello. No obstante, antes de que pudiera tocarla, Tessa notó un violento aleteo contra la clavícula. Su ángel. Se quedó inmóvil mientras la criatura retiraba rápidamente la garra, con uno de sus «dedos» perdiendo un fluido negro. Un momento después, el androide soltó un agudo chirrido y se desplomó hacia atrás, mientras un torrente de más líquido negro manaba del agujero que le habían abierto limpiamente en el pecho.
Tessa se incorporó hasta sentarse y se lo quedó mirando.
Will se hallaba con una espada en la mano; el mango salpicado de negro. Iba con la cabeza descubierta, y su espeso cabello oscuro estaba alborotado y enredado con hojas y briznas de hierba. Jem estaba junto a él, con una piedra de luz mágica brillándole entre los dedos. Mientras Tess lo observaba, Will dio otro mandoble con la espada y cortó al autómata casi por la mitad. Éste se desmoronó sobre el suelo húmedo. Sus entrañas eran una fea masa de tubos que, espeluznantemente, recordaba a un ser vivo.
Jem alzó los ojos. Su mirada se encontró con la de Tessa. Sus ojos eran tan plateados como espejos. Will, a pesar de haberla salvado, parecía ignorar su presencia; echó el pie hacia atrás y le dio una salvaje patada en el costado a la criatura. Su bota hizo resonar el metal.
—Dinos —ordenó con los dientes apretados—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué nos sigues?
La afilada línea de la boca del autómata se abrió. Su voz, cuando habló, sonó como el zumbido y el chirrido de un mecanismo estropeado.
—Soy… un… aviso… del Magíster.
—¿Un aviso para quién? ¿Para la familia que está en la mansión? ¡Dímelo! —Will parecía ir a darle otra patada; Jem le puso una mano en el hombro.
—No siente dolor, Will —señaló en voz baja—. Y dice que tiene un mensaje. Déjale que lo diga.
—Un aviso… para ti, Will Herondale… y para todos los… nefilim… —La rota voz de la criatura se hizo más clara—. El Magíster dice… debes cesar tu investigación. El pasado… es pasado. Deja lo que Mortmain ha enterrado, o tu familia pagará el precio. No oses acercarte o advertirles. Si lo haces, serán destruidos.
Jem miraba a Will; éste seguía con un color ceniza pálido, pero las mejillas le ardían de furia.
—¿Cómo ha traído Mortmain a mi familia aquí? ¿Los ha amenazado? ¿Qué ha hecho?
El androide chirrió y soltó chasquidos, luego comenzó a hablar de nuevo.
—Soy… un… aviso… del…
Will rugió como un animal y le asestó un tajo con la espada. Tessa se acordó de Jessamine, en Hyde Park, cuando había hecho trizas a una criatura del mundo de las hadas con su delicada sombrilla. Will cortó al autómata hasta convertirlo en poco más que virutas de metal y sólo se detuvo cuando Jem consiguió pararlo rodeándolo con los brazos y tirando de él.
—Will —dijo Jem—. Will, ya basta. —Miró hacia arriba, y los otros dos siguieron su mirada. A lo lejos, entre los árboles, se movían otras formas, más autómatas como el que acababa de ser destruido—. Debemos irnos —insistió—. Si queremos apartarlos de tu familia, debemos marcharnos.
Su amigo vaciló.
—Will, sabes que no puedes acercarte a ellos —añadió Jem, desesperado—. Aunque no sea más que porque es la Ley. Si les llevamos el peligro, la Clave no se moverá para ayudarlos de ninguna manera. Ya no son cazadores de sombras. Will.
Lentamente, éste bajó los brazos. Se quedó, con un brazo de Jem aún sobre los hombros, contemplando la pila de restos de metal que tenía a los pies. Líquido negro goteaba de la hoja de la espada que le colgaba de la mano y chamuscaba la hierba sobre la que caía.
Tessa exhaló. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Will debió de oírla, porque alzó la cabeza y sus miradas se encontraron. Algo le hizo apartarla: una agonía tan descarnada no era para sus ojos.
Al final escondieron los restos del autómata lo más rápido posible, enterrándolos en tierra blanda bajo un tronco podrido. Tessa ayudó en lo que pudo, a pesar del estorbo de las faldas. Cuando acabaron, tenía las manos tan negras de tierra y barro como las de los muchachos.
Ninguno habló; trabajaron en un inquietante silencio. Una vez finalizaron, Will abrió camino por el bosquecillo, guiado por la luminosidad de la piedra de luz mágica de Jem. Salieron del bosque cerca de la carretera, donde los esperaba el carruaje de Starkweather, con Gottshall dormitando en su asiento como si sólo hubieran pasado unos minutos desde su llegada.
Si su aspecto, sucios, manchados de barro y con hojas enredadas en el cabello, sorprendió al anciano, no lo mostró. Ni tampoco les preguntó si habían encontrado lo que habían ido a buscar. Sólo les gruñó un saludo y esperó a que subieran al vehículo antes de indicar a los caballos, chasqueando la lengua, que dieran la vuelta y comenzaran el largo camino de regreso a York.
Las cortinas de las ventanas del carruaje estaban abiertas; el cielo estaba cargado de nubes negruzcas, que se hundían en el horizonte.
—Va a llover —avisó Jem, apartándose el húmedo cabello plateado de los ojos.
Will no dijo nada. Miraba por la ventana. Sus ojos eran del color del océano Ártico por la noche.
—Cecily —dijo Tessa en una voz más amable de la que había estado usando con Will esos días. Se le veía tan apenado, tan triste e inhóspito como los páramos que estaban atravesando—. Tu hermana; se parece a ti.
Will siguió callado. Tessa, sentada junto a Jem en el duro banco, tiritaba levemente. Tenía la ropa húmeda por la tierra mojada y las ramas, y dentro del coche hacía frío. Jem rebuscó debajo del asiento, encontró una manta de viaje bastante vieja y la colocó sobre ambos. Tessa notaba el calor que desprendía su cuerpo, como si tuviera fiebre, y luchó contra el impulso de acercarse más a él para calentarse.
—¿Tienes frío, Will? —preguntó, pero él sólo negó con la cabeza, con la mirada clavada, sin verlo, en el paisaje.
Tessa miró a Jem desesperada.
—Will —dijo éste con una voz clara y directa—. Creía… creía que tu hermana estaba muerta.
El chico apartó la mirada de la ventana y los miró a ambos. Cuando sonrió, su sonrisa fue espectral.
—Mi hermana está muerta —afirmó.
Y eso fue todo lo que dijo. El resto del camino hasta la ciudad de York transcurrió en silencio.
Después de pasarse casi toda la noche anterior en vela, Tessa fue durmiendo profundamente a ratos hasta que llegaron a la estación de tren de York. En medio de una niebla, bajó del carruaje y siguió a los otros hasta el andén del tren de Londres; llegaban tarde y estuvieron a punto de perder el tren; Jem sujetó abierta la puerta para ella y para Will, mientras ambos subían atropelladamente los escalones y entraban en el compartimento tras él. Más tarde, Tessa recordaría el aspecto de Jem, colgando de la puerta, sin sombrero, llamándolos a los dos, y recordaría también mirar por la ventanilla del tren mientras éste partía y ver a Gottshall en el andén contemplándolos con sus inquietantes ojos oscuros y el sombrero bien calado. Lo demás era confuso.
Esta vez no hubo conversación mientras el tren avanzaba echando humo por un campo cada vez más oscurecido por las nubes, sólo silencio. Tessa apoyó la barbilla en la palma, e inclinó la cabeza sobre el duro vidrio de la ventanilla. Colinas verdes desfilaban ante ella, y pueblos y aldeas, todos con su pequeña estación, con el nombre en letras doradas sobre un cartel de fondo rojo. Las torres de las iglesias se alzaban en la distancia; los pueblos crecían y se desvanecían, y Tessa era consciente de que Jem le estaba susurrando a Will «Me specta, me specta», en latín, según le pareció, y de que Will no le respondía. Más tarde se dio cuenta de que Jem había dejado el compartimento, y miró a Will, al otro lado del oscurecido espacio que los separaba. El sol había comenzado a ponerse y cubría la piel de Will de un tono rosado, que contrastaba con la mirada vacía de sus ojos.
—Will —dijo ella en voz baja, adormilada—. Anoche…
«Anoche fuiste amable conmigo —iba a decir—. Gracias».
La mirada de sus ojos azules fue como una puñalada.
—No hubo anoche —repuso él entre dientes.
Al oír eso, Tessa se incorporó, casi despierta.
—Oh, ¿de verdad? ¿Así que pasamos de una tarde directamente a la mañana siguiente? Qué curioso que nadie más lo haya comentado. Supongo que es alguna especie de milagro, un día sin noche…
—No me pongas a prueba, Tessa. —El cazador de sombras tenía las manos sobre las rodillas y clavaba las uñas, sucias, en la tela de los pantalones.
—Tu hermana está viva —aseveró ella, sabiendo perfectamente que lo estaba provocando—. ¿No deberías alegrarte?
Él palideció.
—Tessa… —comenzó, y se inclinó hacia delante como si fuera a hacer… ¿qué? ¿Golpear la ventana y romperla, coger a Tessa por los hombros y zarandearla, o retenerla como si nunca quisiera dejarla ir? Con él todo era un gran desconcierto o al menos eso creía. Entonces, la puerta del compartimento se abrió, y Jem entró con un paño húmedo en la mano.
Miró a Will y luego a Tessa, y alzó sus cejas plateadas.
—Un milagro —bromeó—. Has conseguido que hable.
—En realidad sólo para gritarme —replicó Tessa—. Nada de panes y peces.
Will volvía a estar cara a la ventana, y no los miraba mientras hablaban.
—Por algo se empieza… —comentó Jem—. Ven, dame las manos.
Sorprendida, Tessa le tendió las manos y se quedó horrorizada. Las tenía asquerosas, con las uñas rotas y llenas de suciedad por haber escarbado en la tierra de Yorkshire. Incluso tenía un arañazo ensangrentado en los nudillos, aunque no sabía cómo se lo había hecho.
No eran las manos de una dama. Pensó en las perfectas manos, rosa y blancas, de Jessamine.
—Jessie se horrorizaría —admitió tristemente—. Me diría que tengo manos de carbonera.
—¿Y qué hay de deshonroso en eso, dime? —repuso Jem, mientras le limpiaba con cuidado los rasguños—. Te vi correr detrás de nosotros y de esa criatura autómata. Si Jessamine no sabe ya que hay honor en la sangre y la suciedad, entonces, jamás lo aprenderá.
La sensación del paño en los dedos era agradable. Tessa miró a Jem, que estaba concentrado en su tarea; sus pestañas eran un fleco plateado.
—Gracias —dijo Tessa—. Me parece que no fui de ayuda, sino más bien una carga, pero gracias de todas formas.
Jem le sonrió; el sol salía de detrás de las nubes.
—Para eso te están entrenando, ¿no es cierto?
—¿Tienes idea de qué puede haber pasado? —preguntó Tessa bajando la voz—. ¿Por qué la familia de Will estará viviendo en una casa que antes era de Mortmain?
Jem echó una mirada al muchacho, que seguía mirando tristemente por la ventana. Ya habían entrado en Londres, y los edificios grises comenzaban a alzarse a ambos lados de la carretera. La mirada que Jem echó a Will era una mirada cansada y cariñosa, una mirada corriente, y Tessa se percató de que, aunque cuando se los había imaginado como hermanos, siempre había pensado en Will como el mayor, el cuidador, y en Jem como el pequeño, la realidad era mucho más complicada que eso.
—No lo sé —respondió Jem—, aunque me hace pensar que el juego de Mortmain es a largo plazo. De alguna manera, sabía exactamente adónde nos iba a llevar nuestra investigación, y preparó este… encuentro… para impresionarnos lo más posible. Quiere recordarnos quién tiene el poder.
Tessa se estremeció.
—No sé qué quiere de mí, Jem —se lamentó en voz baja—. Cuando me dijo que me había hecho, era como si estuviera diciendo que podía deshacerme con la misma facilidad.
El cálido brazo de Jem tocó el de ella.
—No puedes ser deshecha —la contradijo asimismo quedamente—. Y Mortmain te subestima. He visto hoy cómo empleabas esa rama contra el autómata…
—No ha sido suficiente. De no haber sido por mi ángel… —Tessa tocó el colgante que llevaba al cuello—. Él autómata lo tocó y se echó atrás. Otro misterio que no entiendo. Me ha protegido antes, y de nuevo esta vez, pero en otras situaciones se queda inactivo. Es tan misterioso como mi capacidad.
—La que, por suerte, no tienes que emplear para Cambiarte en Starkweather. Parecía satisfecho con simplemente entregarnos el archivo de los Shade.
—Gracias a Dios —exclamó Tessa—. No me apetecía nada hacerlo. Parecía un hombre tan desagradable y amargado… Pero si resulta que acaba siendo necesario… —Sacó algo del bolsillo y lo alzó, algo que brilló bajo la tenue luz del compartimento—. Un botón —dijo muy satisfecha—. Se le ha caído del puño de la chaqueta esta mañana y lo he recogido.
Jem sonrió.
—Muy lista, Tessa. Sabía que me alegraría de haberte traído con nosotros…
Un acceso de tos le hizo dejar la frase a medias. Tessa lo miró alarmada; incluso Will salió de su silencioso abatimiento y se volvió a mirar al chico con los ojos entornados. Éste tosió de nuevo, apretándose la boca con la mano, pero cuando la apartó, no había sangre. Tessa vio que Will relajaba los hombros.
—Sólo un poco de polvo en la garganta —los tranquilizó Jem.
No parecía enfermo, pero sí muy cansado, aunque su agotamiento sólo servía para realzar la delicadeza de sus rasgos. Su belleza no era como la de Will, en fieros colores y fuego contenido, pero tenía una singular perfección callada, el encanto de la nieve cayendo contra un cielo plateado.
—¡Tu anillo! —Tessa se sobresaltó al recordar que aún lo llevaba. Se metió el botón en el bolsillo y luego se quitó el sello de los Carstairs de la mano—. Pensaba devolvértelo antes —se disculpó, mientras le ponía el anillo en la palma de la mano—. Me había olvidado…
Él cerró los dedos sobre los de ella. A pesar de sus ideas de nieve y cielos grises, la mano de Jem le sorprendió por su calidez.
—No pasa nada —repuso él a media voz—. Me gusta cómo te queda.
Tessa notó calor en las mejillas. Antes de que pudiera responder, se oyó el silbato del tren. Unas voces gritaron que se hallaban en la estación de Kings Cross, en Londres. El convoy comenzó a detenerse al aproximarse al andén. El alboroto de la estación llegó hasta los oídos de Tessa, junto al chirrido del tren frenando. Jem dijo algo, pero sus palabras se perdieron en medio del ruido; parecía una advertencia, pero Will ya estaba de pie, a punto de abrir el pestillo de la puerta. Lo hizo y saltó fuera. Tessa pensó que de no haber sido un cazador de sombras, habría tenido una mala caída, pero al serlo, aterrizó suavemente de pie y comenzó a correr, abriéndose camino entre la masa de mozos, viajantes, burgueses que iban al norte a pasar el fin de semana con sus enormes baúles y sus sabuesos de caza de la correa, los chicos de los periódicos, los carteristas, los vendedores ambulantes y el resto de los componentes del tráfico humano de la gran estación.
Jem estaba en pie, con las manos sobre la puerta, pero se volvió y miró a Tessa, y ésta vio como una expresión le cruzaba el rostro, una expresión que decía que se daba cuenta de que si él salía corriendo detrás de Will, ella no podría seguirlos. Con otra prolongada mirada, Jem cerró la puerta y se dejó caer en el asiento frente al de ella mientras el tren acababa de detenerse.
—Will… —comenzó ella.
—No le pasará nada —afirmó Jem con convicción—. Ya sabes cómo es. A veces quiere estar solo. Y dudo que desee participar cuando relatemos las experiencias de hoy a Charlotte y a los demás. —Al ver que ella seguía mirándolo angustiada, insistió con suavidad—: Will sabe cuidarse solo, Tessa.
Tessa pensó en la sombría mirada de Will cuando le había hablado, más inhóspita que los páramos de Yorkshire que acababan de dejar atrás. Deseó que Jem estuviera en lo cierto.