3

MUERTE INJUSTIFICABLE

Amigos fueron en la juventud;

pero los murmullos pueden envenenar la verdad;

y la constancia vive en los reinos de lo alto;

y la vida es espinosa, y la juventud vana;

y merecer a quien amamos

es como una locura para el cerebro.

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE, Christabel

Al día siguiente, después del desayuno, Charlotte indicó a Tessa y a Sophie que volvieran a sus habitaciones, se vistieran con el uniforme recién adquirido y se reunieran con Jem en la sala de entrenamiento, donde debían esperar a los hermanos Lightwood. Jessamine no había ido a desayunar, aduciendo un dolor de cabeza, y a Will tampoco se lo encontraba por ninguna parte. Tessa sospechó que estaría escondido, para evitar verse obligado a ser amable con Gabriel Lightwood y su hermano. Ella sólo podía culparlo en parte.

De vuelta en su cuarto, mientras cogía el uniforme, Tessa notó los nervios en el estómago; era tan diferente de todo lo que había llevado antes… Sophie no estaba allí para ayudarla con la nueva ropa. Parte del entrenamiento, claro, consistía en ser capaz de vestirse y de familiarizarse con el uniforme: zapatos planos, pantalones sueltos confeccionados con un grueso material negro y una túnica larga hasta las rodillas, que se ajustaba con un cinturón. Era la misma ropa con la que había visto luchar a Charlotte, y también la misma que había visto dibujada en el Códice. Entonces le había parecido extraña, pero llevarla puesta resultaba todavía más raro. Si tía Harriet la pudiera ver, pensó Tessa, sin duda se habría desmayado.

Se encontró con Sophie al pie de la escalera que llevaba a la sala de entrenamiento del Instituto. No intercambiaron palabra, sólo sonrisas de ánimo. Pasado un momento, Tessa subió delante los escalones, un tramo de madera con barandillas tan viejas que la madera había comenzado a astillarse. Resultaba extraño, reflexionó Tessa, subir una escalera y no tener que preocuparse por cogerse las faldas para no pisar el bajo. Aunque tenía el cuerpo cubierto por completo, se sentía curiosamente desnuda en esa ropa de entrenamiento.

La ayudaba tener a Sophie a su lado; resultaba evidente que ella se encontraba igualmente incómoda en su uniforme de cazadora de sombras. Cuando llegaron al final de la escalera, Sophie abrió la puerta y entraron en silencio en la sala, juntas.

Era indiscutible que estaban en lo más alto del Instituto, en una sala adyacente al desván, y casi de doble tamaño. El suelo era de madera pulida con varios dibujos esparcidos sobre su superficie y realizados en tinta negra: círculos, cuadrados, algunos numerados. Cuerdas largas y flexibles colgaban de las grandes vigas inclinadas del techo, sólo visibles a medias entre las sombras. Antorchas de luz mágica brillaban a lo largo de las paredes, alternándose con armas colgadas: mazas y hachas, y todo tipo de otros objetos con aspecto letal.

—¡Uf! —exclamó Sophie, y se estremeció al mirarlos—. ¿No parecen de lo más horrible?

—Lo cierto es que reconozco unas cuantas del Códice —comentó Tessa señalando—. Esa de ahí es una espada larga, y hay un estoque y un florete, y esa que parece que necesites las dos manos para cogerla es un espadón, me parece.

—Casi —dijo una voz, muy desconcertante, por encima de su cabeza—. Es una espada de verdugo. Sobre todo para las decapitaciones. Se puede ver porque no tiene una punta afilada.

Sophie soltó un gritito de sorpresa y se echó atrás cuando una de las cuerdas comenzó a moverse y una oscura figura apareció sobre su cabeza. Era Jem, que descendía por la cuerda con la elegante agilidad de un pájaro. Aterrizó sin esfuerzo ante ellas y sonrió.

—Mis disculpas. No pretendía asustaros.

Iba también vestido con el uniforme, aunque en vez de una túnica llevaba una camisa que sólo le llegaba a la cintura. Una única correa de cuero le cruzaba el pecho, y el mango de una espada le sobresalía tras el hombro. La oscura tonalidad de la ropa hacía que su piel pareciera aún más pálida, y el cabello y los ojos, más plateados que nunca.

—Sí, nos has sobresaltado —admitió Tessa con una leve sonrisa—, pero no pasa nada. Estaba comenzando a pensar que nos ibais a dejar a Sophie y a mí aquí solas para que nos entrenáramos mutuamente.

—Oh, los Lightwood vendrán en seguida —explicó Jem—. Sólo llegan tarde para dejar claro que no tienen que hacer lo que les decimos, o lo que les dice su padre.

—Ojalá fueras tú el que nos entrenara —soltó Tessa impulsivamente.

El chico pareció sorprenderse.

—No podría… aún no he acabado mi propio entrenamiento.

Pero cuando sus ojos se encontraron, y en otro momento de silenciosa comunicación, Tessa oyó lo que les decía realmente: «No estoy bien con la suficiente frecuencia para poder entrenaros de una manera fiable».

De repente, Tessa notó un nudo en la garganta, y miró a Jem a los ojos, esperando que él pudiera leer en ellos su silenciosa compasión. No quería apartar la mirada, y se encontró preguntándose si la forma en que se había recogido el cabello hacia atrás, sujetándoselo en un moño del que ningún mechón podía escapar, resultaría de lo más desfavorecedora. Aunque tampoco importaba, claro. Después de todo, sólo era Jem.

—No nos harán un entrenamiento completo, ¿verdad? —preguntó Sophie, y su voz preocupada interrumpió sus pensamientos—. El Consejo sólo dijo que necesitábamos aprender a defendernos un poco…

Jem apartó la mirada de Tessa; la conexión se quebró de golpe.

—No hay nada de lo que tener miedo, Sophie —contestó con su afable voz—. Y te alegrarás de hacerlo; siempre es útil que una chica guapa sepa quitarse de encima las atenciones indeseadas de un caballero.

El rostro de la doncella se tensó, la cicatriz de la mejilla se puso tan roja como si se la hubieran pintado.

—No se burle —replicó—. No tiene gracia.

Jem pareció perplejo.

—Sophie, no pretendía…

En ese instante, la puerta de la sala de entrenamiento se abrió. Tessa se volvió y vio a Gabriel Lightwood entrando en la sala, seguido de un muchacho que ella no conocía. Mientras que Gabriel era delgado y de cabello oscuro, el desconocido era musculoso y con un espeso cabello rubio pajizo. Ambos iban vestidos con el uniforme de entrenamiento, y llevaban unos guantes con tachuelas en los nudillos, que parecían muy caros. También ambos lucían sendas cintas plateadas en las muñecas, que Tessa sabía que eran vainas para cuchillos, y tenían el mismo elaborado diseño de runas tejido en las mangas. No sólo por el parecido de su ropa, sino por la forma del rostro y los luminosos ojos verde claro, quedaba claro que eran familia, así que Tessa no se sorprendió por lo que dijo Gabriel.

—Bueno, aquí estamos, como dijimos —afirmó con su habitual parquedad—. James, supongo que recuerdas a mi hermano, Gideon. La señorita Gray, la señorita Collins…

—Encantado de conocerlos —murmuró Gideon sin mirar a ninguno a los ojos. Los malos modales parecían ser marca de familia, y Tessa recordó que Will le había dicho que, comparado con su hermano, Gabriel era un amor.

—No te preocupes. Will no está aquí —dijo Jem a Gabriel, que estaba mirando por toda la sala. Éste lo miró con el ceño fruncido, pero Jem ya se había vuelto hacia Gideon—. ¿Cuándo has regresado de Madrid? —preguntó con cortesía.

—Padre me ha hecho volver hace poco. —El tono de Gideon era neutro—. Asuntos de familia.

—Espero que todo esté bien…

—Todo está bien, gracias, James —intervino Gabriel, con tono cortante—. Ahora, antes de que comencemos con la parte de entrenamiento de esta visita, hay dos personas que seguramente deberíais conocer. —Volvió la cabeza y llamó—. ¡Señor Tanner, señorita Daly! Por favor, suban.

Se oyeron pisadas en la escalera y entraron dos desconocidos, ninguno con el uniforme. Ambos vestían ropa de criados. Uno era una joven que era la definición misma de «huesuda»: los huesos parecían demasiado grandes para su delgada y extraña forma. Su cabello era de un color escarlata brillante y lo llevaba recogido en un moño bajo un modesto sombrero. Tenía las manos enrojecidas, obviamente a consecuencia de mucho fregar. Tessa supuso que tendría unos veinte años. A su lado había un joven con el cabello castaño rizado, alto y musculoso…

Sophie tragó aire de golpe. Se puso pálida.

—Thomas…

El joven parecía terriblemente incómodo.

—Soy el hermano de Thomas, señorita. Cyril. Cyril Tanner.

—Éstos son los suplentes de vuestros criados perdidos que el Consejo os prometió —expuso Gabriel—. Cyril Tanner y Bridget Daly. El Consejo nos preguntó si podíamos traerlos aquí desde Kings Cross, y naturalmente aceptamos. Cyril tomará el puesto de Thomas, y Bridget sustituirá a Agatha. Ambos han sido entrenados en buenas casas de cazadores de sombras y vienen con muy buenas recomendaciones.

A Sophie le habían comenzado a arder puntos rojos en las mejillas.

—Para nosotros, nadie puede reemplazar a Thomas o a Agatha, Gabriel —admitió Jem antes de que Sophie pudiera decir nada—. Eran amigos además de criados. —Inclinó la cabeza hacia Bridget y Cyril—. Sin intención de ofender.

La chica sólo parpadeó.

—No nos ofendemos —repuso Cyril. Incluso la voz sonaba como la de Thomas; era inquietante—. Thomas era mi hermano. Nadie puede sustituirlo para mí tampoco.

Se hizo un silencio tenso en la sala. Gideon se apoyó en la pared con los brazos cruzados y un ligero ceño en el rostro. Tessa pensó que era bastante guapo, como su hermano, pero esa señal de disgusto lo afeaba.

—Muy bien —dijo Gabriel finalmente, rompiendo el silencio—. Charlotte nos ha pedido que los trajéramos para que pudierais conocerlos. Jem, si no te importa acompañarlos de nuevo al salón, Charlotte los espera allí para darles instrucciones…

—¿Así que ninguno de los dos necesita entrenamiento extra? —preguntó Jem—. Como vais a entrenar a Tessa y a Sophie de todas formas, si Bridget o Cyril…

—Como dijo el Cónsul, ya han sido entrenados de una forma muy adecuada en sus casas anteriores —respondió Gideon—. ¿Te gustaría una demostración?

—No creo que sea necesario —contestó Jem.

Gabriel sonrió malicioso.

—Va, Carstairs. A las chicas les iría bien ver que un mundano puede luchar casi como un cazador de sombras con la instrucción adecuada. ¿Cyril? —Fue a grandes zancadas hasta la pared, seleccionó dos espadas y le lanzó una al criado, que la atrapó en el aire con destreza y avanzó hasta el centro de la sala, donde había un círculo pintado en el suelo.

—Eso ya lo sabemos —masculló Sophie, en voz tan baja que sólo Tessa pudo oírla—. Thomas y Agatha estaban entrenados.

—Gabriel sólo está tratando de fastidiarte —le indicó Tessa, también en un susurro—. No le dejes ver que te molesta.

Sophie apretó los dientes mientras Gabriel y Cyril se encontraban en el centro de la sala, con las espadas destellando.

La muchacha tuvo que admitir que era un espectáculo bastante hermoso: la forma en que se rodeaban el uno al otro, las hojas cortando el aire, el destello del negro y el plata. El repique del metal contra el metal; el modo como se movían, tan rápido que su mirada casi no los podía seguir. Y, sin embargo, Gabriel era mejor; eso era evidente incluso para el ojo inexperto. Sus reflejos eran más rápidos, sus movimientos, más elegantes. No era una pelea igualada; Cyril, con el cabello pegado a la frente por el sudor, estaba esforzándose al máximo, mientras que el pequeño de los Lightwood sólo estaba haciendo tiempo. Al final, cuando Gabriel desarmó velozmente a Cyril con un limpio giro de muñeca, y envió la espada de éste repicando contra el suelo, Tessa no pudo evitar sentirse casi indignada por el sirviente. Ningún humano podía superar a un cazador de sombras. ¿No se trataba de eso?

La punta de la espada de Gabriel estaba sobre el cuello de Cyril. Éste alzó las manos en un gesto de rendición; una sonrisa, muy parecida a la de su hermano, se le dibujó en el rostro.

—Me rindo…

Hubo un movimiento confuso. Gabriel soltó un gañido, cayó y la espada se le escapó de las manos. Se dio contra el suelo; Bridget estaba arrodillada sobre él, mostrando los dientes. Se había acercado sigilosamente por detrás y le había hecho la zancadilla cuando nadie la miraba. Sacó una pequeña daga del corpiño y se la puso a Gabriel en el cuello. Éste la miró un segundo, anonadado, parpadeando. Luego se echó a reír.

A Tessa le cayó mejor en ese momento que nunca antes. Aunque eso no fuera muy difícil.

—Muy impresionante —soltó una voz conocida desde la puerta. Tessa se volvió hacia allí. Era Will, con aspecto, como habría dicho su tía, de que le había pasado un carro por encima. Tenía la camisa rota, el cabello alborotado y los ojos enrojecidos. Se inclinó, recogió la espada caída de Gabriel y apuntó con ella a Bridget con expresión divertida—. Pero ¿sabe cocinar?

La criada se puso rápidamente en pie, con las mejillas teñidas de rojo oscuro. Miraba a Will como siempre lo hacían las chicas: un poco boquiabierta, como si no acabara de creer la visión que se había materializado ante sí. A Tessa le hubiera gustado decirle que Will aún estaba mejor menos desarreglado, y que dejarse fascinar por su belleza era como dejarse fascinar por una hoja de acero afilado: peligroso e insensato. Pero ¿de qué serviría? No tardaría en aprenderlo sola.

—Soy una buena cocinera, señor —respondió Bridget con un cantarín acento irlandés—. Mis antiguos señores no tenían ninguna queja.

—Dios, eres irlandesa —exclamó Will—. ¿Puedes hacer platos sin patatas? Cuando era niño tuvimos una cocinera irlandesa. Pastel de patata, crema de patata, patatas con salsa de patata…

Bridget parecía anonadada. Mientras tanto, de alguna manera, Jem había cruzado la sala y había cogido al recién llegado por el brazo.

—Charlotte quiere ver a Cyril y a Bridget en la sala. ¿Les enseñamos dónde está?

Will titubeó. En ese momento estaba mirando a Tessa. Ella tragó saliva con la garganta reseca. Parecía que él quería decirle algo. Gabriel los miró a los dos y sonrió irónico. Los ojos de Will se ensombrecieron, se volvió de espaldas, con la mano de Jem guiándolo hacia la escalera, y se marchó. Después de un momento de sorpresa, Bridget y Cyril los siguieron.

Cuando Tessa volvió al centro de la sala, vio que Gabriel había cogido una de las espadas y se la había pasado a su hermano.

—Ahora —dijo—. Ya es hora de comenzar a entrenarlas, ¿no creen, señoras?

Gideon cogió la espada.

Ésta es la idea más estúpida que nuestro padre ha tenido —dijo en un perfecto español—. Nunca.

Sophie y Tessa intercambiaron una mirada. Tessa no estaba segura de qué había dicho exactamente Gideon, pero «estúpida» le pareció una palabra bastante reconocible. Iba a ser un largo día.

Se pasaron las siguientes horas realizando ejercicios de equilibrio y bloqueo. Gabriel se encargó de supervisar a Tessa, mientras Gideon se dedicó a Sophie. Tessa no pudo evitar sentir que Gabriel la había escogido a ella para molestar a Will de alguna retorcida manera, tanto si éste lo llegaba a saber como si no. La verdad, no era un mal instructor; bastante paciente, dispuesto a recogerle las armas una y otra vez cuando se le caían, hasta que pudo enseñarle cómo cogerlas correctamente, incluso alabándola cuando hacía algo bien. Tessa estaba demasiado concentrada para fijarse en si Gideon era tan voluntarioso entrenando a Sophie, aunque Tessa lo oía mascullar en español de vez en cuando.

Para cuando acabaron la sesión de entrenamiento, y Tessa se hubo bañado y vestido para la cena, estaba hambrienta hasta un punto nada femenino. Por suerte, a pesar de los temores de Will, Bridget sí sabía cocinar, y muy bien. Sirvió un asado con verduras y una tarta de mermelada con crema a Henry, Will, Tessa y Jem. Jessamine aún estaba en su cuarto con jaqueca, y Charlotte se había ido a la Ciudad de Hueso para revisar personalmente los archivos de Compensaciones.

Resultaba extraño ver a los dos sirvientes entrando y saliendo del comedor con bandejas de comida; a Cyril cortando el asado como hubiera hecho Thomas, a Sophie ayudándolo en silencio. Tessa no pudo evitar pensar en lo difícil que debía de ser para la doncella, ya que sus compañeros en el Instituto habían sido Thomas y Agatha; pero siempre que Tessa trataba de mirarla a los ojos, apartaba la vista.

Tessa recordaba la expresión en el rostro de Sophie la última vez que Jem había estado enfermo, la forma en que daba vueltas a la cofia entre las manos, rogándole que le diera noticias de él. Había tenido la intención de hablar con ella después, pero no había podido. Los romances entre los mundanos y los cazadores de sombras estaban prohibidos; la madre de Will era una mundana, y a su padre lo habían obligado a separarse de los cazadores de sombras para poder estar con ella. Debía de haber estado muy enamorado para estar dispuesto a hacerlo; Tessa nunca había tenido la sensación de que Jem estuviera interesado en Sophie de esa manera, ni mucho menos. Y luego estaba el asunto de su enfermedad…

—Tessa —la llamó Jem en voz baja—, ¿estás bien? Pareces estar en otro mundo.

Ella le sonrió.

—Sólo estoy cansada. El entrenamiento… no estoy acostumbrada. —Era cierto. Le dolían los brazos de sujetar la pesada espada de prácticas, y aunque Sophie y ella habían hecho poco más que ejercicios de equilibrio y de bloqueo, también le dolían las piernas.

—Los Hermanos Silenciosos preparan un ungüento para los músculos doloridos. Llama a mi cuarto antes de irte a dormir y te aplicaré un poco.

Tessa se sonrojó levemente, y luego se preguntó por qué lo había hecho. Los cazadores de sombras tenían su propia manera de hacer las cosas. Ya había estado antes en la habitación de Jem, incluso sola con él, incluso sola con él en camisón, y no había pasado nada. Él sólo le estaba ofreciendo una medicina, pero, aun así, Tessa notó que le ardía el rostro; él pareció verlo y se ruborizó también, con un color muy visible sobre su pálida piel. Tessa apartó la mirada rápidamente y vio a Will mirándolos a ambos, con sus ojos azules fijos y molestos. Sólo Henry, que estaba intentando pillar los guisantes del plato con un tenedor, pareció no enterarse de nada.

—Muchas gracias —contestó Tessa—. Lo haré…

Charlotte entró de golpe en la sala; varios rizos oscuros se le escapaban de las horquillas con que se había recogido el cabello, y sostenía un largo rollo de papel.

—¡Lo he encontrado! —gritó. Se dejó caer sin aliento en la silla que había junto a Henry, con el rostro enrojecido por el esfuerzo. Sonrió a Jem—. Tenías toda la razón; los archivos de Compensaciones… Lo he encontrado después de buscar sólo unas horas.

—Déjame ver —pidió Will mientras soltaba el tenedor. A Tessa no se le pasó por alto que había comido muy poco. El anillo con el pájaro le destelló en el dedo mientras se disponía a cogerle el rollo a Charlotte.

Ella le apartó la mano de un amistoso manotazo.

—No. Lo veremos todos a la vez. De todas formas, fue idea de Jem, ¿verdad?

Will frunció el cejo, pero no dijo nada. Charlotte extendió el rollo sobre la mesa, apartando al mismo tiempo los platos vacíos y las tazas de té para hacer sitio, y miró el documento. El papel era más bien como un grueso pergamino, con tinta rojo oscuro, como el color de las runas en los hábitos de los Hermanos Silenciosos. Estaba escrito en inglés, pero en una letra muy apiñada y lleno de abreviaturas; Tessa no le encontraba ni pies ni cabeza a lo que veía.

Jem se acercó a ella, rozándole el brazo, y leyó por encima de su hombro, pensativo.

La chica volvió la cabeza hacia él; un mechón de su blanco cabello le cosquilleó en el rostro.

—¿Qué dice? —le preguntó en un susurro.

—Es una petición de compensación —contestó Will, sin importarle que ella hubiera hecho la pregunta a Jem—. Enviada al Instituto de York en 1825 por Axel Hollingworth Mortmain, reclamando compensación por la muerte injustificable de sus padres, John Thaddeus y Anne Evelyn Shade, casi una década antes.

—John Thaddeus Shade —repitió Tessa—. JTS, las iniciales que había en el reloj de Mortmain. Pero si es su hijo, ¿por qué no tiene el mismo apellido?

—Los Shade eran brujos —respondió Jem, leyendo más abajo—. Ambos. No puede haber sido su hijo natural; debieron de adoptarlo y dejarle conservar su apellido mundano. Pasa de vez en cuando. —Desvió la mirada hacia Tessa, y luego la apartó; ella se preguntó si estaría recordando, como ella, la conversación de la sala de música acerca de que los brujos no podían tener hijos.

—Mortmain dijo que había comenzado a conocer las artes oscuras durante sus viajes —recordó Charlotte—, pero si sus padres eran brujos…

—Padres adoptivos —remarcó Will—. Sí, estoy seguro de que sabía perfectamente con quién contactar en el submundo para aprender las artes oscuras.

—«Muerte injustificable» —dijo Tessa a media voz—. ¿Qué significa eso exactamente?

—Significa que él cree que los cazadores de sombras mataron a sus padres a pesar de que ellos no habían violado ninguna de las Leyes —explicó Charlotte.

—¿Qué Ley se suponía que habían violado?

Charlotte frunció el cejo.

—Dice algo sobre tratos ilegales y antinaturales con demonios; eso puede ser casi cualquier cosa. Y que se les acusó de crear una arma que podía acabar con los cazadores de sombras. La sentencia por eso sería la muerte. Pero recordad que esto fue antes de los Acuerdos. Los cazadores de sombras podían matar a los subterráneos sólo por ser sospechosos de alguna maldad. Seguramente es por eso por lo que no hay nada más sustancial o detallado en este papel. Mortmain presentó su demanda de compensación a través del Instituto de York, que se halla bajo la dirección de Aloysius Starkweather. No pedía dinero, sino que los culpables, cazadores de sombras, fueran juzgados y condenados. Pero se le negó el juicio aquí en Londres sobre la base de que los Shade eran culpables «más allá de toda duda». Y esto es todo lo que hay. Sólo es un informe resumido del hecho, no todos los papeles. Ésos deben de seguir en el Instituto de York. —Charlotte se apartó el cabello húmedo de la frente—. Esto explicaría el odio de Mortmain hacia los cazadores de sombras. Tenías razón, Tessa. Era… es… algo personal.

—Y nos proporciona un punto de partida. El Instituto de York —intervino Henry, alzando la vista de su plato—. Los Starkweather lo dirigen, ¿verdad? Ellos tendrán todas las cartas, papeles…

—Y Aloysius Starkweather tiene ochenta y nueve años —le cortó Charlotte—. Debía de ser joven cuando mataron a los Shade. Quizá recuerde algo de lo que ocurrió. —Suspiró—. Mejor le envío un mensaje. Oh, vaya. Esto va a ser muy incómodo.

—¿Por qué, cariño? —preguntó Henry a su manera amable y ausente.

—Mi padre y él fueron amigos, pero luego discutieron… algo horroroso, hace muchísimo tiempo, pero nunca volvieron a hablarse.

—¿Cómo iba aquel poema? —Will, que había estado jugueteando con su taza de té vacía, se puso derecho y declamó:

Ambos pronunciaron palabras de gran desprecio,

E insultaron el corazón de su mejor hermano…

—Oh, por el Ángel, Will, cállate —rogó Charlotte mientras se ponía en pie—. Tengo que escribir una carta a Aloysius Starkweather que rebose arrepentimiento y ruegos. No te necesito para que me distraigas. —Y recogiéndose las faldas, salió a toda prisa del comedor.

—Ya nadie aprecia el arte —murmuró Will, mientras dejaba la taza sobre la mesa.

Alzó la mirada, y Tessa se dio cuenta de que lo había estado mirando. Conocía el poema, claro, era de Coleridge, uno de sus… favoritos. Había mucho más en él, sobre el amor, la muerte y la locura, pero no podía recordar los versos, al menos no en ese momento, con los ojos azules de Will clavados en ella.

—Y claro, Charlotte no ha comido nada —observó Henry mientras se levantaba—. Voy a ver si Bridget le puede preparar un plato de pollo frío. En cuanto a vosotros… —Se detuvo un instante, como si fuera a darles una orden, como enviarlos a la cama o de vuelta a la biblioteca para que siguieran investigando. Éste pasó, y una expresión de desconcierto cruzó el rostro de Henry—. Vaya, no recuerdo lo que iba a decir —anunció, y se metió en la cocina.

En cuanto Henry se fue, Will y Jem comenzaron una seria discusión sobre compensaciones, subterráneos, acuerdos, alianzas y leyes que hizo que a Tessa le diera vueltas la cabeza. En silencio, se levantó, dejó la mesa y se fue sola a la biblioteca.

A pesar de su inmenso tamaño y de que casi ninguno de los libros que cubrían las paredes estaba en inglés, era su estancia favorita del Instituto. Había algo en el olor de los libros; en el aroma del papel, tinta y cuero; en la diferente manera en que el polvo de la biblioteca parecía comportarse en esa estancia en comparación con cómo se comportaba en cualquier otra sala: era dorado bajo la luz de las velas de luz mágica y se posaba cual polen sobre las pulidas superficies de las largas mesas. Iglesia, el gato, estaba durmiendo sobre un alto atril, con la cola enrollada sobre la cabeza; Tessa le dejó espacio mientras iba hacia la pequeña sección de poesía en la parte baja de la pared derecha. Iglesia adoraba a Jem, pero era sabido que mordía a otros, por lo general sin previo aviso.

Encontró el libro que estaba buscando y se arrodilló junto a la estantería; lo hojeó hasta que encontró la página, la escena en la que el viejo de «Christabel» se da cuenta de que la muchacha que está ante sí es la hija del que fuera su mejor amigo y que ahora es su enemigo más odiado, el hombre al que nunca podrá perdonar.

Amigos fueron en la juventud;

Pero los murmullos pueden envenenar la verdad;

Y la constancia vive en los reinos de lo alto;

Y la vida es espinosa, y la juventud vana;

Y merecer a quien amamos

Es como una locura para el cerebro.

Ambos pronunciaron palabras de gran desprecio,

E insultaron el corazón de su mejor hermano:

Se separaron, ¡para nunca verse más!

La voz que oyó sobre ella era tan desenfadada como conocida.

—¿Comprobando si mi cita es exacta?

El libro se le resbaló a Tessa de las manos y cayó al suelo. Ella se levantó y observó, paralizada, a Will agacharse para recogerlo y luego tendérselo con toda la cortesía del mundo.

—Te lo aseguro —añadió él—: mi memoria es perfecta.

«Y la mía», pensó Tessa.

Ésa era la primera vez que estaban solos desde hacía semanas. Desde aquella horrible escena en el tejado, cuando él había insinuado que la consideraba poco más que una prostituta y, además, estéril. Nunca habían vuelto a mencionar ese momento. Habían continuado como si todo fuera normal, comportándose con corrección cuando se hallaban en grupo y evitando quedarse solos. De alguna manera, cuando estaban con otra gente, Tessa casi era capaz de olvidarse de eso. Pero frente a Will, sólo Will (guapo como siempre, con el cuello de la camisa abierto para mostrar las Marcas negras sobre la clavícula y la blanca piel del cuello, y con la luz bailoteante de la vela reflejando los elegantes planos y ángulos de su rostro), el recuerdo de la vergüenza y la rabia le formaron un nudo en la garganta que ahogó sus palabras.

Él se miró la mano, que aún sujetaba el pequeño volumen encuadernado en cuero verde.

—¿Vas a quitarme a Coleridge de la mano o me voy a quedar eternamente en esta posición tan tonta?

En silencio, Tessa le cogió el libro.

—Si deseas utilizar la biblioteca —dijo ella, disponiéndose a salir—, puedes hacerlo sin problema. Ya he encontrado lo que buscaba, y como se hace tarde…

—Tessa —la llamó él, y tendió una mano para detenerla.

Ella lo miró y deseó poder pedirle que volviera a llamarla señorita Gray. Sólo la forma en que él decía su nombre la deshacía, le soltaba algo que tenía anudado con fuerza bajo las costillas y le cortaba la respiración. Deseó que él no usara su nombre, pero sabía lo ridículo que resultaría si se lo pedía. Sin duda estropearía todo lo que se había esforzado para conseguir que él le resultara indiferente.

—¿Sí? —preguntó ella.

Había algo de melancolía en la expresión de Will mientras la contemplaba. Tessa se contuvo para no mirarlo sorprendida. ¿Will, melancólico? Tenía que estar fingiendo.

—Nada. Yo… —Él sacudió la cabeza; un mechón de cabello oscuro le cayó sobre la frente, y se lo apartó de los ojos con un gesto impaciente—. Nada —repitió—. La primera vez que te enseñé la biblioteca, me dijiste que tu libro favorito era The Wide Wide World. He pensado que quizá te gustaría saber que lo… he leído. —Tenía la cabeza inclinada, y la miraba a través de las espesas pestañas, alzando sus ojos azules; Tessa se preguntó cuántas veces Will habría conseguido lo que se proponía sólo mirando así.

—¿Y ha resultado ser de tu gusto? —preguntó la chica con una voz educada y distante.

—En absoluto —contestó el cazador—. Me parece tonto y sentimental.

—Bueno, contra gustos… —repuso Tessa con dulzura, sabiendo que él estaba tratando de pincharla y negándose a morder el anzuelo—. Lo que para uno es miel para otro es hiel, ¿no te parece?

¿Se lo estaba imaginando o Will parecía decepcionado?

—¿Tienes algún otro americano que recomendarme?

—¿Por qué iba a hacerlo si usted se burla de mis gustos? Creo que tiene que aceptar que en cuestiones de lectura estamos en extremos opuestos, como lo estamos en muchas otras cosas, y buscar sus recomendaciones en otra parte, señor Herondale.

Se mordió la lengua en cuanto acabó de hablar. Eso había sido excesivo, y lo sabía.

Y como cabía esperar, Will no lo dejó pasar, y reaccionó como una araña que salta sobre una mosca especialmente jugosa.

—¿Señor Herondale? —repitió—. Tessa, pensaba…

—¿Qué pensabas? —preguntó ella en un tono glacial.

—Que al menos podríamos hablar de libros.

—Lo hemos hecho —replicó ella—. Tú has insultado mis gustos. Y deberías saber que The Wide Wide World no es mi libro favorito. Sólo es una historia que me gustó, como la de The Hidden Hand, o… ¿sabes?, quizá deberías sugerirme tú algo a mí, para que pueda juzgar tus gustos. De otra forma no sería justo.

Will saltó sobre la mesa más cercana y se sentó, balanceando las piernas, claramente pensando en el asunto.

El castillo de Otranto

—¿No es ése el libro en el que el hijo del héroe muere aplastado por un casco gigante que cae del cielo? ¡Y tú decías que Historia de dos ciudades era tonto! —exclamó Tessa, que habría muerto antes de admitir que había leído Otranto y le encantaba.

Historia de dos ciudades —repitió Will—. Lo he vuelto a leer, ¿sabes?, porque hablamos de él. Y tenías razón. No es nada tonto.

—¿No?

—No —contestó él—. Hay demasiada desesperación en él.

Ella lo miró a los ojos. Eran azules como lagos; sintió como si se hundiera en ellos.

—¿Desesperación?

—Sydney no tiene futuro —comentó él, serio—, ¿no? Con amor o sin amor. Sabe que no puede salvarse sin Lucie, pero permitirle que esté con él sería degradarla.

Tessa negó con la cabeza.

—No es así como yo lo recuerdo. Su sacrificio es noble…

—Es lo único que puede hacer —insistió él—. ¿Recuerdas lo que le dice a Lucie? «De haber sido posible… que correspondierais al amor del hombre que tenéis delante, de este hombre degradado, fracasado, borracho y completamente inútil, él se hubiera dado cuenta en este día y en esta hora, a pesar de su felicidad, de que no os habría acarreado más que miseria, tristeza y arrepentimiento, que os habría mancillado y os habría hecho desgraciada, al arrastraros en su caída».

Un leño cayó en la chimenea y lanzó una lluvia de chispas, que los sobresaltó a ambos e hizo callar a Will; a Tessa el corazón le dio un vuelco, y apartó los ojos de su acompañante.

«Estúpida —se dijo enfadada—. Qué estúpida».

Recordaba cómo la había tratado, lo que le había dicho, y en ese momento estaba dejando que se le deshicieran las rodillas tan sólo por oír unas frases de Dickens.

—Bueno —repuso ella—. Sin duda has memorizado un buen trozo. Muy impresionante.

Will se abrió más el cuello de la camisa, dejando al descubierto la elegante curva de la clavícula. A Tessa le costó unos segundos darse cuenta de que él le estaba enseñando una Marca que tenía unos centímetros por encima del corazón.

Mnemosyne —dijo Will—. La runa de la memoria. Es permanente.

Rápidamente, Tessa apartó la mirada.

—Es tarde. Debo retirarme; estoy agotada. —Pasó junto a él y fue hacia la puerta. Se preguntó si él resultaría herido, luego apartó esa idea de la cabeza. Era Will; por muy volátil que tuviera el humor, por muy encantador que fuera cuando estaba de buenas, era un veneno para ella, para cualquiera.

Vathek —dijo él, mientras se dejaba caer de la mesa.

Tessa se detuvo en la puerta, al darse cuenta de que aún aferraba el libro de Coleridge, pero luego decidió que haría bien en llevárselo. Sería un agradable cambio respecto al Códice.

—¿Qué es eso? —preguntó.

Vathek —repitió Will—. De William Beckford. Si te gustó Otranto —ella pensó que no había admitido que le gustara—, creo que te gustará éste.

—Oh —exclamó ella—. Bueno. Gracias. Lo recordaré.

Él no contestó; seguía de pie donde ella lo había dejado, cerca de la mesa. Miraba al suelo, y el oscuro cabello le ocultaba el rostro. Un trocito del corazón de Tessa se ablandó.

—Y buenas noches, Will —añadió antes de darse cuenta.

Él la miró.

—Buenas noches, Tessa.

De nuevo parecía melancólico, pero no tan triste como antes. Fue a acariciar a Iglesia, que había estado durmiendo durante toda su conversación y ni siquiera se había despertado por el ruido del leño al caer en la chimenea, y aún se desperezaba en el atril, con las patas en alto.

—Will… —comenzó Tessa, pero fue demasiado tarde. Iglesia soltó un fuerte maullido al ser despertado, y enseñó las garras. Will comenzó a maldecir. Ella se marchó, incapaz de ocultar una ligerísima sonrisa.