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COMPENSACIÓN

Entonces comparto tu pena, permíteme ese triste alivio.

¡Ah, más que compartirlo, dame todo tu dolor!

ALEXANDER POPE, Eloísa a Abelardo

La luz mágica que iluminaba la Gran Biblioteca parecía arder con poca intensidad, como una vela que goteara sobre su palmatoria, aunque Tessa sabía que sólo era su imaginación. La luz mágica, a diferencia del fuego o el gas, nunca parecía disminuir o agotarse.

Por otra parte, se le estaban comenzando a cansar los ojos, y por el aspecto de sus compañeros, no era la única a la que le pasaba. Estaban todos sentados alrededor de una de las mesas largas, con Charlotte a la cabeza, y Henry y Tessa a la derecha. Will y Jem estaban un poco más allá, uno al lado del otro; sólo Jessamine se había colocado en la otra punta de la mesa, apartada de los demás. La superficie de la mesa estaba totalmente cubierta de papeles de todo tipo: viejos artículos de periódicos, libros, pergaminos cubiertos con una letra fina e inclinada. Había genealogías de varias familias Mortmain, historias de autómatas, innumerables libros de hechizos para invocar y para poseer, y hasta el último dato sobre el Club Pandemónium que los Hermanos Silenciosos habían conseguido desenterrar de sus archivos.

A Tessa le habían asignado la tarea de leer los artículos de prensa, buscando historias sobre Mortmain y su compañía naviera, y se le estaba comenzando a nublar la vista; las palabras le bailaban sobre la página. Sintió alivio cuando Jessamine rompió el largo silencio, mientras apartaba el libro que había estado leyendo: Sobre los motores de la hechicería.

—Charlotte —dijo—, creo que estamos perdiendo el tiempo.

Ésta alzó la mirada con una expresión dolorida.

—Jessamine, no es necesario que te quedes si no lo deseas. Debo decir que dudo que nadie de nosotros esperara tu ayuda en este asunto, y como nunca te has aplicado mucho en tus estudios, no puedo evitar preguntarme si al menos sabes lo que estás buscando. ¿Podrías distinguir un hechizo de invocación de uno de sujeción si te los pusiera delante?

Tessa no pudo evitar sorprenderse. Charlotte pocas veces era tan severa con ninguno de ellos.

—Sí que quiero ayudar —replicó Jessamine de mal humor—. Esas cosas mecánicas de Mortmain casi me mataron. Quiero que lo atrapen y lo castiguen.

—No, no quieres —la contradijo Will, mientras desenrollaba un pergamino tan viejo que crujía, y miraba achinando los ojos los símbolos negros que había dibujados—. Tú quieres que atrapen y castiguen al hermano de Tessa por hacerte creer que estaba enamorado de ti cuando era mentira.

Jessamine se sonrojó.

—No es eso. Quiero decir que yo no… Es que… ¡Agg! Charlotte, Will se está metiendo conmigo.

—Y el sol se alza por el este —dijo Jem a nadie en concreto.

—No quiero que nos echen del Instituto por no haber localizado al Magíster —insistió Jessamine—. ¿Es tan difícil de comprender?

—A ti no te echarán del Instituto, echarán a Charlotte. Estoy segura de que los Lightwood te dejarán quedarte. Y Benedict tiene dos hijos para casar. Deberías estar encantada —soltó Will.

Jessamine le hizo una mueca.

—Cazadores de sombras. Como si yo fuera a querer casarme con uno de ellos…

—Jessamine, tú eres uno de ellos.

Antes de que Jessamine pudiera responderle, la puerta de la biblioteca se abrió y entró Sophie, inclinando la cabeza tocada con una cofia blanca. Le dijo algo en voz baja a Charlotte, que se puso en pie.

—El hermano Enoch está aquí —informó ésta al grupo—. Tengo que hablar con él. Will, Jessamine, tratad de no mataros mientras estoy fuera. Henry, si pudieras…

Dejó la frase a medias. Henry estaba mirando un libro: El libro del conocimiento de los ingeniosos mecanismos, de Al-Jazirí, y no prestaba atención a nada más. Su esposa alzó las manos al cielo y se marchó de la sala con Sophie.

En cuanto la puerta se cerró detrás de la directora, Jessamine lanzó a Will una mirada asesina.

—Si crees que yo no tengo la experiencia necesaria para poder ayudar, entonces ¿por qué está ella aquí? —Señaló a Tessa—. No quiero ser grosera, pero ¿crees que ella puede diferenciar un hechizo de invocación de uno de sujeción? —Miró a Tessa—. ¿Qué? ¿Puedes? Y ya puestos, Will, tú prestas tanta atención en clase que ¿puedes diferenciar un hechizo de sujeción de una receta de suflé?

El aludido se echó atrás en la silla.

—«Yo no estoy loco, más que cuando sopla el nordeste; pero cuando corre el sur, distingo muy bien un huevo de una castaña» —citó.

—Jessamine, Tessa se ha ofrecido amablemente a ayudarnos, y en estos momentos necesitamos todos los ojos de los que podamos disponer —explicó Jem muy serio—. Will, no cites Hamlet. Henry… —Se aclaró la garganta—. ¡HENRY!

Éste alzó la cabeza, parpadeando.

—¿Sí, cariño? —Volvió a parpadear, mirando alrededor—. ¿Dónde está Charlotte?

—Ha ido a hablar con los Hermanos Silenciosos —contestó Jem, al que no parecía haberle molestado que Henry lo hubiera tomado por su esposa—. Mientras tanto, me temo… que estoy de acuerdo con Jessamine.

—Y el sol se alza por el oeste —replicó Will, que, al parecer, sí había oído el anterior comentario de Jem.

—Pero ¿por qué? —preguntó Tessa—. Ahora no podemos rendirnos. Sería como ofrecerle el Instituto en bandeja a ese horrible Benedict Lightwood.

—No estoy diciendo que no hagamos nada, entendedme. Pero estamos tratando de descifrar qué va a hacer Mortmain. Estamos intentando predecir el futuro en vez de tratar de comprender el pasado.

—Ya sabemos el pasado de Mortmain, y sus planes —replicó Will, e hizo un gesto indicando los periódicos—. Nacido en Devon, era cirujano en un barco, se convirtió en un comerciante rico, se acabó mezclando en cosas de magia negra y ahora planea dirigir el mundo flanqueado por su enorme ejército de criaturas mecánicas. Una historia no muy atípica en un joven ambicioso y decidido…

—Creo que nunca dijo nada de dominar el mundo —interrumpió Tessa—. Sólo el Imperio británico.

—Admirablemente literal —repuso Will—. Pero lo que yo quería decir es que sabemos de dónde viene Mortmain. No es nuestra culpa si eso no era muy interesante… —Dejó la frase a medias—. ¡Ah!

—¿Ah, qué? —quiso saber Jessamine, y miró de Will a Jem como si estuviera ofendida—. Os aseguro que la manera en que parece que os leáis el pensamiento me pone los pelos de punta.

—Ah —siguió Will—. Jem estaba pensando, y yo estaría de acuerdo, que la vida de Mortmain es, por así decirlo, una tontería. Algunas mentiras, algunas verdades, pero seguramente no hay nada que nos ayude. Sólo son cuentos que se fue inventando para dar a los periódicos algo que escribir sobre él. Además, no nos importa cuántos barcos tiene; lo que queremos saber es dónde aprendió magia negra y de quién.

—Y por qué odia a los cazadores de sombras —añadió Tessa.

Los azules ojos de Will se desplazaron lentamente hacia ella.

—¿Es odio? —inquirió—. Me pareció más que era una simple ambición de poder. Con nosotros fuera de juego, y con el ejército mecánico a su lado, podría conseguir el poder que quisiera.

Tessa negó con la cabeza.

—No, es más que eso. Me cuesta explicarlo, pero… odia a los nefilim. Es algo muy personal. Y tiene algo que ver con ese reloj. Es…, es como si deseara que le recompensaran por algo malo que le han hecho.

—Compensación —dijo Jem de repente mientras dejaba la pluma que tenía en la mano.

Will lo miró confuso.

—¿Es un juego? ¿Soltamos la primera palabra que se nos ocurra? En ese caso, la mía es «genufobia». Significa un miedo irracional a las rodillas.

—¿Y cuál es la palabra para un miedo perfectamente racional a los idiotas molestos? —preguntó Jessamine.

—La sección de Compensaciones de los archivos —continuó Jem, sin hacer caso a ninguno de los dos—. El Cónsul la mencionó ayer, y no me lo he quitado de la cabeza desde entonces. No hemos mirado ahí.

—¿Compensaciones? —inquirió Tessa.

—Cuando un subterráneo, o un mundano, alega que un cazador de sombras ha violado la Ley al tratar con él, el subterráneo presenta una queja a través de Compensaciones. Hay un juicio, y al subterráneo se le concede algún tipo de pago, en caso de que pueda probar que tiene razón.

—Bueno, parece un poco tonto mirar ahí —comentó Will—. Mortmain no va a presentar ninguna queja contra los cazadores de sombras a través de los canales oficiales. «Muy molesto porque los cazadores de sombras se negaran a morir cuando yo quería. Exijo compensación. Por favor, envíen un cheque a A. Mortmain, Kensington Road, 18».

—Ya basta de guasa —intervino Jem—. Tal vez no haya odiado siempre a los cazadores de sombras. Quizá alguna vez intentara conseguir una compensación por los canales oficiales, y el sistema le falló. ¿Qué perdemos con preguntar? Lo peor que puede pasar es que acabemos con nada, que es justo lo que tenemos ahora. —Se puso en pie y se echó hacia atrás el cabello plateado—. Voy a pillar a Charlotte antes de que se marche el hermano Enoch y a decirle que pida a los Hermanos Silenciosos que revisen los archivos.

Tessa se levantó de la silla. No le apetecía quedarse sola en la biblioteca con Will y Jessamine, quienes, sin duda, iban a discutir. Claro que Henry también estaba allí, pero al parecer estaba echando una cabezadita sobre una pila de libros, e incluso en el mejor de los casos no serviría de mucho. Estar cerca de Will ya le resultaba incómodo casi siempre; sólo se le hacía soportable con Jem. De algún modo, Jem era capaz de limar los ásperos bordes de Will y hacerlo casi humano.

—Voy contigo, Jem —dijo—. Además, hay…, hay algo que quiero hablar con Charlotte.

Jem pareció agradablemente sorprendido; Will miró del uno al otro y echó la silla hacia atrás.

—Llevamos días entre estos libros mohosos —proclamó—. Mis bellos ojos están cansados, y tengo cortes de papel en las manos. ¿Veis? —Extendió los dedos—. Voy a dar un paseo.

—Quizá podrías usar un iratze para curártelos —soltó Tessa sin poder contenerse.

Will la miró molesto. Sí que tenía unos bellos ojos.

—Servicial como siempre y en toda ocasión, Tessa.

Ella le devolvió la mirada.

—Mi único deseo es ayudar.

Jem le puso la mano a Will en el hombro.

—Tessa, Will. No creo… —comenzó con voz preocupada.

Pero el chico ya se iba; cogió la chaqueta y al salir de la biblioteca dio un portazo, con tal fuerza que el marco de la puerta vibró.

Jessamine se echó hacia atrás en la silla y entornó sus ojos castaños.

—Qué interesante.

A Tessa le temblaban las manos mientras se ponía tras la oreja un mechón de cabello suelto. No le gustaba nada que Will le causara ese efecto. Lo odiaba. Sabía que era una tontería. Sabía lo que él pensaba de ella. Que no era nada, que no valía nada. Aun así, una mirada de él podía hacerla temblar con una mezcla de odio y anhelo. Era como veneno en las venas, y Jem era el único antídoto. Sólo con él se sentía sobre tierra firme.

—Vamos —dijo Jem, y la cogió del brazo con suavidad.

Un caballero no tocaría a una dama en público, pero en el Instituto, los cazadores de sombras mantenían una relación más familiar entre ellos que los mundanos del exterior. Cuando ella se volvió para mirarlo, Jem le sonrió. —Ponía todo de sí mismo en cada sonrisa; parecía sonreír con los ojos, con el corazón, con todo su ser.

—Busquemos a Charlotte.

—¿Y qué se supone que debo hacer yo mientras no estáis? —preguntó Jessamine, molesta, mientras ellos se dirigían hacia la puerta.

Jem la miró volviendo la cabeza.

—Siempre puedes despertar a Henry. Parece que vuelve a comer papel dormido, y ya sabes lo poco que le gusta eso a Charlotte.

—¡Qué lata! —exclamó Jessamine con un suspiro de exasperación—. ¿Por qué siempre me toca hacer las cosas más tontas?

—Porque no quieres hacer las importantes —repuso Jem, que sonaba lo más parecido a irritado que Tessa le había oído nunca. Ninguno de ellos notó la fría mirada que Jessamine les lanzó mientras salían de la biblioteca y avanzaban por el pasillo.

—El señor Bane estaba esperando su llegada, señor —dijo el criado, y se apartó para permitir la entrada a Will. El nombre del sirviente era Archer, o Walker, o algo así, pensó el cazador de sombras, y era uno de los siervos humanos de Camille. Como todos los que estaban sometidos a la voluntad de un vampiro, tenía un aspecto enfermizo, con una piel apergaminada y pálida, y un cabello fino y grasiento. Parecía tan contento de ver a Will como un comensal en una cena podía estarlo de ver un gusano salir de debajo de la lechuga de su plato.

En cuanto Will entró en la casa, el olor le impactó. Era el olor a magia negra, como de azufre mezclado con el Támesis en un día caluroso. Will arrugó la nariz. El criado lo miró aún con más desprecio.

—El señor Bane está en el salón. —Su voz indicaba que no había ninguna posibilidad de que fuera a acompañar a Will hasta allí—. ¿Me da su abrigo?

—No será necesario —contestó Will.

Con la prenda puesta, Will siguió el olor a magia por el pasillo. Se intensificó al acercarse a la puerta del salón, que estaba bien cerrada. Hilillos de humo salían por la rendija de debajo de la puerta. Will inspiró hondo el aire acre y la abrió.

El interior del salón parecía curiosamente despejado. Al cabo de un momento, Will se dio cuenta de que era así porque Magnus había cogido todos los pesados muebles de teca, incluso el piano, y los había puesto contra las paredes. Una elegante lámpara de gas colgaba del techo, pero la iluminación de la sala provenía de docenas de gruesas velas negras colocadas en círculo en el centro de la habitación. Magnus se hallaba junto al círculo, con un libro abierto en las manos; se había aflojado el fular pasado de moda que llevaba al cuello, y tenía el oscuro cabello encrespado alrededor del rostro, como si se le hubiera cargado de electricidad estática. Alzó la mirada cuando Will entró y le sonrió.

—¡Justo a tiempo! —exclamó—. Estoy convencido de que esta vez lo hemos logrado. Will, te presento a Thammuz, un demonio menor de la octava dimensión. Thammuz, te presento a Will, un cazador de sombras menor de… Gales, ¿verdad?

—Te sacaré los ojos —siseó la criatura que se hallaba sentada en el centro del ardiente círculo. Sin duda era un demonio, de no más de un metro de alto, con la piel azul claro, tres ojos candentes y negros como la brea, y largas garras de rojo sangre en las manos de ocho dedos—. Te arrancaré la piel de la cara.

—No seas grosero, Thammuz —lo regañó Magnus, y aunque su tono era ligero, de repente el círculo de velas lanzó largas y brillantes llamaradas hacia arriba, lo que hizo que el demonio se acurrucara sobre sí mismo con un grito—. Will tiene preguntas. Tú se las responderás.

Will negó con la cabeza.

—No sé, Magnus —dudó—. No me parece que sea éste.

—Dijiste que era azul. Éste es azul.

—Es azul —reconoció el nefilim, y se acercó más al círculo de llamas—. Pero el demonio que necesito… Bueno, era de un azul cobalto. Éste es más… liliáceo.

—¿Qué me has llamado? —rugió furioso el demonio—. ¡Acércate, cazador de sombras de tres al cuarto, y déjame que me regale con tu hígado! Te lo arrancaré del cuerpo mientras gritas.

Will miró a Magnus.

—Tampoco suena como debe. La voz es diferente. Y el número de ojos.

—¿Estás seguro de…?

—Totalmente seguro —contestó Will con una voz que no permitía contradicción—. No es algo que vaya a olvidar, o pueda hacerlo.

Magnus suspiró y se volvió hacia el demonio.

—Thammuz —le dijo, leyendo en voz alta del libro—, te conmino, por el poder de la campana, el libro y la vela, y por los grandes nombres de Sammael, Abbadon y Molock, a que digas la verdad. ¿Te has encontrado alguna vez con el cazador de sombras Will Herondale antes de hoy, o con cualquiera de su sangre o linaje?

—No lo sé —respondió el demonio, petulante—. Todos los humanos son iguales.

—¡Contéstame! —La voz de Magnus se alzó seca y autoritaria.

—Oh, muy bien. No, nunca lo he visto antes. Lo recordaría. Tiene pinta de tener buen sabor. —Thammuz puso una sonrisa irónica, mostrando los afilados dientes—. No he estado en este mundo desde hace… oh, unos cien años, quizá más. Nunca me acuerdo de la diferencia entre cien y mil. De todas formas, la última vez que estuve aquí toda la gente vivía en cabañas de barro y comía gusanos. Así que dudo que él estuviera por aquí —señaló a Will con un dedo de muchos nudillos—, a no ser que los terrestres vivan mucho más de lo que se me hizo creer.

Magnus puso los ojos en blanco.

—Ya veo que estás decidido a no ayudar en nada, ¿verdad?

El demonio se encogió de hombros, un gesto muy humano.

—Me has obligado a decir la verdad. La he dicho.

—Bueno, entonces ¿has oído hablar alguna vez de un demonio como el que he descrito? —intervino Will, con un deje de desesperación en la voz—. Azul oscuro, con una voz rasposa, como de papel de lija… Y tenía una cola larga y con pinchos.

Thammuz lo miró con expresión aburrida.

—¿Tienes idea de cuántas clases de demonios hay en el Vacío, nefilim? Cientos y cientos de millones. La gran ciudad demonio de Pandemónium hace que vuestro Londres parezca una aldea. Demonios de todas las formas, tamaños y colores. Algunos pueden cambiar de aspecto a voluntad…

—Oh, entonces cállate si no vas a ayudar en nada —replicó Magnus, y cerró el libro de golpe. Al instante, las velas se apagaron, y el demonio se desvaneció con un grito de sorpresa, dejando tras de sí sólo unos zarcillos de humo maloliente.

El brujo miró a Will.

—Estaba convencido de que esta vez había dado con el bueno.

—No es culpa tuya. —Will se tiró sobre uno de los divanes apoyados contra la pared. Tenía calor y frío al mismo tiempo, y los nervios le cosquilleaban con una decepción que estaba tratando de tragarse sin demasiado éxito. Inquieto, se sacó los guantes y se los metió en el bolsillo del abrigo, que aún llevaba abrochado—. Lo intentas. Thammuz tiene razón. No te he dado mucho con lo que trabajar.

—Supongo —dijo Magnus— que me has contado todo lo que recuerdas. Abriste la Pyxis y soltaste a un demonio. Te maldijo. Quieres que encuentre a ese demonio y vea si te saca la maldición. ¿Es eso todo lo que puedes decirme?

—Es todo lo que puedo decirte —contestó Will—. No me serviría de nada guardarme información de forma innecesaria, cuando sé lo que te estoy pidiendo. Que me encuentres una aguja en un… Dios, ni siquiera en un pajar. Una aguja en una torre llena de agujas.

—Mete la mano en una torre de agujas —repuso Magnus—, y lo más probable es que te pinches mucho. ¿Estás seguro de que es esto lo que quieres?

—Estoy seguro de que la alternativa es peor —afirmó Will mientras miraba el punto ennegrecido del suelo donde había estado el demonio. Se sentía agotado. La runa de energía que se había puesto esa mañana antes de salir hacia la reunión del Consejo había perdido su fuerza al mediodía, y la cabeza le palpitaba—. He vivido con esto durante cinco años. La idea de vivir así aunque sea uno más me asusta más que la idea de la muerte.

—Eres un cazador de sombras; no temes a la muerte.

—Claro que sí —replicó Will—. Todo el mundo teme a la muerte. Quizá hayamos nacido de los ángeles, pero no tenemos más idea que tú de lo que hay después.

Magnus se acercó a él y se sentó en el lado opuesto del diván. Sus ojos de color verde dorado brillaban como los de un gato bajo la tenue luz.

—No sabes si después de la muerte sólo hay la nada.

—Tampoco sabes tú que no la haya, ¿verdad? Jem cree que todos renacemos, que la vida es una rueda. Morimos, giramos, renacemos como merecemos renacer, según lo que hayamos hecho en este mundo. —Will se miró las uñas mordisqueadas—. Seguramente, yo renaceré como una babosa a la que alguien echa sal.

—La Rueda de la Trasmigración —señaló Magnus. Sonrió—. Bueno, míralo así. Debes de haber hecho algo bueno en tu última vida para renacer como eres. Nefilim.

—Oh, sí —reconoció Will en un tono neutro—. He tenido mucha suerte. —Apoyó la cabeza en el diván, exhausto—. Supongo que necesitarás más… ingredientes. Me parece que la vieja Mol de Cross Bones se debe de estar hartando de mí.

—Tengo otros contactos —explicó Magnus, que claramente sentía lástima de él—, y antes necesito investigar más. Si me pudieras decir de qué es la maldición…

—No. —Will se incorporó de golpe—. No puedo. Ya te lo he dicho antes, incluso he corrido un gran riesgo hablándote de su existencia. Si te explicara más…

—Entonces ¿qué? Déjame adivinar. No lo sabes, pero estás seguro de que sería malo.

—No me hagas empezar a pensar que me he equivocado recurriendo a ti…

—Esto tiene que ver con Tessa, ¿verdad?

Durante los últimos cinco años, Will se había entrenado para no demostrar sus emociones: sorpresa, cariño, esperanza, alegría… Estaba convencido de que su expresión no había cambiado, pero oyó la tensión en su voz al contestar a Magnus.

—¿Tessa?

—Han pasado cinco años —prosiguió Magnus—. Sin embargo, de alguna manera has conseguido pasar todo este tiempo sin decírselo a nadie. ¿Qué tipo de desesperación te trajo a mí, en medio de la noche bajo una tormenta? ¿Qué ha cambiado en el Instituto? Sólo se me ocurre una cosa, y bastante bonita, con unos grandes ojos grises…

Will se puso en pie con tal brusquedad que casi tumbó el alargado y mullido asiento.

—Hay otras cosas —afirmó, tratando de no mostrar nada en la voz—. Jem se está muriendo.

Magnus lo miró a los ojos con frialdad.

—Lleva muriendo cinco años —replicó—. Ninguna maldición que tú tengas puede agravar o mejorar su estado.

Will se dio cuenta de que le temblaban las manos; apretó los puños.

—No lo entiendes…

—Sé que sois parabatai —admitió el mago—. Sé que su muerte será una gran pérdida para ti. Pero lo que no sé…

—Sabes lo que hace falta que sepas. —Will sintió frío, aunque la sala estaba caliente y él llevaba puesto el abrigo—. Te pagaré más, si con eso dejas de hacerme preguntas.

Magnus puso los pies sobre el diván.

—Nada hará que deje de hacerte preguntas —confesó—. Pero haré lo que pueda para respetar tu reserva.

El alivio relajó las manos de Will.

—Entonces, seguirás ayudándome.

—Seguiré ayudándote. —Magnus puso las manos tras la cabeza y se echó hacia atrás, mirando a Will con los ojos entornados—. Aunque podría ayudarte más si me dijeras la verdad, haré lo que pueda. Me resultas curiosamente interesante, Will Herondale.

Éste se encogió de hombros.

—Eso ya es suficiente razón. ¿Cuándo planeas intentarlo de nuevo?

Magnus bostezó.

—Seguramente, este fin de semana. Te enviaré un mensaje el sábado si hay… novedades.

«Novedades. Maldición. Verdad. Jem. Morir. Tessa. Tessa. Tessa».

Su nombre le retumbaba a Will en la cabeza como una campana; se preguntó si algún otro nombre sobre la tierra tendría una resonancia tan persistente. No podía haber tenido un nombre feo, ¿verdad? Algo como Mildred. No se podía imaginar pasarse las noches en vela, mirando al techo mientras voces invisibles le susurraban «Mildred» al oído. Pero «Tessa»…

—Gracias —respondió bruscamente. Había pasado de tener frío a tener calor; la habitación le resultaba agobiante, aún con el olor a cera quemada—. Entonces esperaré ansioso tus noticias.

—Sí, de acuerdo —convino Magnus, y cerró los ojos.

Will no pudo decir si el mago realmente estaba durmiendo o sólo esperando a que él se fuera; de una forma u otra, resultaba evidente que quería que se marchara. Finalmente, no sin cierto alivio, lo hizo.

Sophie estaba de camino hacia la habitación de la señorita Jessamine, para sacar las cenizas y limpiar la rejilla de la chimenea, cuando oyó voces en el pasillo. En la casa donde había trabajado antes le habían enseñado a «hacer sitio»: a volverse y mirar hacia la pared cuando pasaban sus señores, y esforzarse todo lo posible para parecer un mueble, algo inanimado que ellos podían pasar por alto.

Cuando fue al Instituto se quedó parada al ver que allí las cosas no funcionaban así. Primero, para ser una casa tan grande, le sorprendió que tuviera tan poco servicio. Al principio no se dio cuenta de que los cazadores de sombras hacían muchas cosas que una típica familia de buena cuna consideraría que no correspondían a su alto estatus: se encendían el fuego, hacían parte de la compra, mantenían limpias y ordenadas salas como la de entrenamiento y la de armas… Se había sorprendido de la familiaridad con la que Agatha y Thomas trataban a sus señores, sin pensar que sus compañeros del servicio procedían de familias que llevaban generaciones sirviendo a los cazadores de sombras, o que tenían poderes mágicos propios.

Ella procedía de una familia pobre, y la habían llamado «estúpida» y la habían abofeteado con frecuencia al principio de trabajar de doncella, porque no estaba acostumbrada a los muebles delicados o a la plata auténtica, o a la porcelana tan fina que se podía ver el oscuro té a contraluz. No obstante había aprendido, y cuando resultó evidente que iba a ser muy guapa, la habían ascendido a doncella de sala. Esta ocupación era precaria. Se suponía que tenía que estar guapa para los de la casa, y, por tanto, su salario disminuía con cada año que cumplía después de los dieciocho.

Ir a trabajar al Instituto había sido un alivio tal —allí no tenían en cuenta que tuviera ya casi veinte años, nadie le exigía que mirara a la pared ni ninguna persona mostraba su desagrado porque hablase sin que se hubieran dirigido a ella antes— que casi pensaba que valía la pena la desfiguración que había sufrido en su hermoso rostro a manos de su último señor. Aún evitaba mirarse al espejo, pero la horrible sensación de pérdida había ido desapareciendo. Jessamine se burlaba de ella por la larga cicatriz que le afeaba la mejilla, pero los otros no parecían notarlo, excepto Will, que alguna vez decía algo desagradable, pero de una forma casi mecánica, como si, en lugar de decirlo de corazón, lo hiciera porque eso fuera lo que se esperara de él.

Pero todo eso era antes de que se enamorara de Jem.

En ese momento reconoció su voz avanzando por el pasillo, riendo; y la señorita Tessa estaba respondiéndole. Sophie notó una ligera presión extraña en el pecho. Celos. Se despreciaba por ello, pero no podía evitarlo. La señorita Tessa siempre había sido amble con ella, y había una vulnerabilidad tan enorme en sus enormes ojos grises… tanta necesidad de una amiga… que resultaba imposible despreciarla. Aun así, la forma en que el señor Jem la miraba… y Tessa ni parecía notarlo.

No. Sophie no podría resistir encontrárselos a los dos en el pasillo, con Jem mirando a Tessa como lo hacía últimamente. Con la escoba y el cubo contra el pecho, Sophie abrió la puerta más cercana, se metió dentro y la ajustó a su espalda, dejando una pequeña rendija. Como la mayoría de las habitaciones del Instituto, aquél era un dormitorio sin usar, para cazadores de sombras de visita. Cada quince días o así, daba un repaso a las habitaciones si nadie las estaba usando; salvo en casos excepcionales, estaban siempre vacías. En ésa había bastante polvo; las motas bailaban en la luz que entraba por la ventana, y Sophie contuvo un estornudo mientras apretaba el rostro para mirar por la rendija abierta de la puerta.

No se había equivocado. Eran Jem y Tessa, yendo hacia ella por el pasillo. Parecían totalmente centrados el uno en el otro. Jem llevaba algo, que parecía como ropa doblada, y Tessa reía de algo que él había dicho. Ella miraba un poco hacia abajo y hacia el otro lado; él la miraba intensamente, como se hacía cuando uno pensaba que no lo observaban. Él tenía aquella expresión en el rostro, la que por lo general sólo mostraba cuando tocaba el violín, como si estuviera totalmente absorto y encantado.

Sophie notó un dolor en el corazón. Era tan guapo… Siempre le había parecido hermoso. La mayoría de la gente hablaba de Will, de lo atractivo que era, pero ella pensaba que Jem era mil veces más guapo. Tenía el aspecto etéreo de los ángeles de los cuadros, y aunque sabía que el color plateado de la piel y el cabello era el resultado de la medicina que tomaba para su enfermedad, no podía evitar que también le pareciera encantador. Y era amable, firme y considerado. Pensar en sus manos acariciándole el cabello, apartándoselo del rostro, la hacía sentirse tranquila, mientras que, por lo general, pensar en un hombre, incluso en un chico, tocándole el rostro la había sentir vulnerable y enferma. Jem tenía las manos más cuidadosas y bien hechas…

—No me acabo de creer que vengan mañana —estaba diciendo Tessa, mientras volvía la mirada hacia Jem—. Tengo la sensación como si a Sophie y a mí nos arrojaran a Benedict Lightwood para calmarlo, como un hueso a un perro. No puede importarle realmente si estamos entrenadas o no. Sólo quiere que sus hijos estén en esta casa para molestar a Charlotte.

—Es cierto —reconoció Jem—. Pero ¿por qué no aprovechar el entrenamiento cuando te lo ofrecen? Por eso Charlotte está tratando de animar a Jessamine para que tome parte. En cuanto a ti, dado tu talento, incluso si Mortmain no es una amenaza, y yo diría que ahora no lo es, habrá otros que se sientan atraídos por tu poder. Mejor que aprendas cómo quitártelos de encima.

Tessa se llevó la mano al ángel que le colgaba del cuello; un gesto habitual del que seguramente ni se daba cuenta, pensó Sophie.

—Sé lo que diría Jessie. Diría que lo único que necesita aprender a quitarse de encima son sus muchos y atractivos pretendientes.

—¿Acaso no preferiría aprender a quitarse de encima los que no sean atractivos?

—No si son mundanos —respondió Tessa con una sonrisa traviesa—. Prefiere a un mundano feo que a un cazador de sombras atractivo.

—Eso me pone totalmente fuera de combate, ¿verdad? —bromeó Jem con una expresión de fingida decepción, y Tessa volvió a reír.

—Es una pena —se lamentó después—. Cualquier chica tan bonita como Jessamine debería poder elegir, pero está tan obstinada en que un cazador de sombras no le sirve…

—Tú eres mucho más bonita —la interrumpió Jem.

Tessa lo miró sorprendida, y se sonrojó. Sophie notó de nuevo una punzada de celos en el pecho, aunque estaba de acuerdo con Jem. Jessamine era guapa de una forma tradicional, una Venus de bolsillo, por llamarlo de algún modo, pero su agria expresión habitual le restaba encanto. En contraste, Tessa tenía un atractivo cálido, con su espeso cabello oscuro y ondulado, y unos ojos grises como el mar que crecían en ti cuanto más la conocías. Había inteligencia en su rostro, y humor, lo que Jessamine no tenía, o al menos no mostraba.

Jem se detuvo ante la puerta de la señorita Jessamine y llamó. Al no obtener respuesta se encogió de hombros, se agachó y colocó la tela oscura delante de la puerta.

—Nunca se lo pondrá —auguró Tessa, y se le formaron hoyuelos al sonreír.

Jem se incorporó.

—No me he comprometido a meterla a la fuerza en esa ropa, sólo a entregársela.

Volvió a caminar por el pasillo, con Tessa a su lado.

—No sé cómo Charlotte puede soportar hablar con el hermano Enoch tan a menudo. Me da escalofríos —comentó ella.

—Oh, no sé. Prefiero pensar que, cuando están en casa, los Hermanos Silenciosos se parecen mucho a nosotros. Haciéndose bromas en la Ciudad Silenciosa, preparando queso tostado…

—Espero que jueguen a hacer mímica —ironizó Tessa—. Así podrían aprovechar su talento natural.

Jem se echó a reír, y entonces torcieron la esquina del corredor y se perdieron de vista. Sophie se dejó caer contra el marco de la puerta. No creía haber hecho reír a Jem así nunca; no creía que nadie lo hubiera hecho excepto Will. Había que conocer muy bien a alguien para hacerle reír así. Pensó que hacía mucho que estaba enamorada de él. ¿Cómo era que no lo conocía en absoluto?

Con un suspiro de resignación, se dispuso a salir de su escondite; en ese preciso momento se abrió la puerta del dormitorio de la señorita Jessamine, y su ocupante emergió. Sophie volvió a hundirse en las sombras. La joven llevaba una larga capa de viaje de terciopelo, que le cubría la mayor parte del cuerpo, desde el cuello hasta los pies. Se había recogido el cabello, y en una mano llevaba un sombrero de hombre. Sophie se quedó helada de la sorpresa cuando Jessamine miró hacia abajo, vio la ropa a sus pies e hizo una mueca. La metió dentro de la habitación de una patada, lo que permitió a Sophie ver que llevaba puestas unas botas de hombre, y cerró la puerta sin hacer ruido. Miró a un lado y a otro del pasillo, se colocó el sombrero en la cabeza, se arrebujó bajo la capa y se escabulló entre las sombras, dejando a Sophie mirándola, perpleja.