19

SI LA TRAICIÓN PROSPERA

La traición nunca prospera; ¿cuál será la razón?

Porque, si prospera, nadie osa llamarla traición.

SIR JOHN HARRINGTON

Sophie estaba al cargo de un llameante fuego en la chimenea del salón, y la sala estaba caldeada, casi agobiante. Charlotte se hallaba sentada detrás del escritorio, Henry en una silla a su lado. Will estaba tirado en uno de los floreados sillones junto al hogar, con un servicio de té al lado y una taza en la mano. Cuando Tessa entró, se incorporó tan de repente que unas cuantas gotas de té le salpicaron la manga; dejó la taza en la mesa sin apartar los ojos de la recién llegada.

Parecía agotado, como si se hubiera pasado toda la noche andando. Aún llevaba puesto el abrigo, azul oscuro con forro de seda rojo, y las perneras de sus pantalones negros estaban salpicadas de barro. Tenía el cabello húmedo y enredado; el rostro, pálido; el mentón oscurecido por una sombra de barba. Pero en cuanto vio a la chica, los ojos le brillaron como dos faroles al entrar en contacto con la cerilla del farolero. Su rostro se iluminó, y la miró con tal inexplicable placer que Tessa, atónita, se detuvo de golpe, por lo que Jem chocó contra ella. Durante un momento, la muchacha no pudo apartar la mirada de Will; era como si él se la sujetara, y ella recordó de nuevo el sueño que había tenido la noche anterior, en el que Will la abrazaba y la consolaba en la enfermería. ¿Vería él ese recuerdo en su semblante? ¿Sería por eso por lo que no le quitaba los ojos de encima?

Jem miró por encima del hombro de su amada.

—Hola, Will. ¿Seguro que ha sido una buena idea pasarte la noche bajo la lluvia cuando todavía estás curándote?

Will despegó su mirada de Tessa.

—Estoy totalmente seguro —contestó con firmeza—. Tenía que caminar. Para aclararme las ideas.

—¿Y ahora tienes las ideas claras?

—Como el cristal —respondió Will, y volvió a mirar a Tessa, y volvió a pasar lo mismo. Sus miradas se encontraron y parecieron atarse, y ella tuvo que forzarse a ir a sentarse en el sofá junto al escritorio, donde no veía directamente a Will. Jem se sentó junto a ella, pero no le buscó la mano. La muchacha se preguntó qué pasaría si anunciaran en ese momento lo que acababa de ocurrir, si dijeran como si nada: «Nos vamos a casar».

Pero Jem tenía razón, no era el momento. Charlotte parecía, al igual que Will, haber pasado en vela toda la noche; su piel tenía un color amarillento poco saludable, y unas oscuras ojeras le enmarcaban los ojos. Henry estaba sentado a su lado frente al escritorio, con una protectora mano sobre la de ella, observándola con expresión preocupada.

—Entonces, ya estamos todos —comenzó la directora del Instituto en tono animado, y por un momento Tessa quiso remarcar que no estaban todos, que faltaba Jessamine. Permaneció en silencio—. Como seguramente sabéis, se acaba el período de dos semanas que nos había concedido el cónsul Wayland. No hemos descubierto dónde se encuentra Mortmain. Según Enoch, los Hermanos Silenciosos han examinado el cuerpo de Nathaniel Gray y no han podido averiguar nada de él y, como está muerto, nosotros tampoco podemos hacerlo.

«Y como está muerto». Tessa pensó en Nate como lo recordaba, cuando era muy joven, persiguiendo libélulas en el parque. Se había caído al estanque, y la tía Harriet (su madre) y ella lo habían ayudado a salir tendiéndole la mano, a la que él se había aferrado con las suyas, resbaladizas de agua y plantas acuáticas. Tessa recordaba, asimismo, la mano de él escurriéndose de la suya en el almacén de té, llena de sangre. «No sabes todo lo que he hecho, Tessa».

—Sin duda podemos informar de todo lo que sabemos sobre Benedict a la Clave —estaba diciendo Charlotte cuando Tessa se obligó a prestar atención a la conversación—. Parecería lo más razonable.

Tragó saliva.

—¿Y lo que dijo Jessamine? ¿Que le estaríamos haciendo el juego a Mortmain al hacerlo?

—Pero no podemos no hacer nada —intervino Will—. No podemos quedarnos sentados y entregarle las llaves del Instituto a Benedict Lightwood y a su lamentable progenie. Son Mortmain. Benedict es su títere. Debemos intentarlo. Por el Ángel, ¿acaso no tenemos suficientes pruebas? Suficientes para conseguir que lo juzguen por la Espada, al menos.

—Cuando probamos la Espada con Jessamine, descubrimos que tenía bloqueos puestos por Mortmain —observó Charlotte preocupada—. ¿Crees que Mortmain será tan tonto como para no tomar la misma precaución con Benedict? Quedaremos como estúpidos si la Espada no le puede sacar nada.

Will se pasó las manos por el oscuro cabello.

—Mortmain espera que acudamos a la Clave —comenzó—. Sería su primera suposición. También está acostumbrado a dejar a su suerte a los socios que ya no le sirven. De Quincey, por ejemplo. Lightwood tampoco es irreemplazable para él, y lo sabe. —Tamborileó sobre las rodillas—. Creo que si acudiéramos a la Clave, sin duda conseguiríamos que Benedict no pudiera aspirar a dirigir el Instituto. Pero hay un segmento de la Clave que le sigue; a algunos los conocemos, pero a otros no. Es triste, pero no sabemos en quién podemos confiar más allá de nosotros. El Instituto está seguro con nosotros, y no podemos permitir que nos lo arrebaten. ¿Dónde más estaría Tessa a salvo?

Ésta parpadeó.

—¿Yo?

Will parecía haberse quedado parado, como sorprendido por lo que él mismo acababa de decir.

—Bueno, eres una parte integral de los planes de Mortmain. Siempre te ha querido a ti. Siempre te ha necesitado. No debemos dejar que te tenga. Es evidente que, en sus manos, serías una arma muy poderosa.

—Todo eso es cierto, Will, y claro que iré a ver al Cónsul —convino Charlotte—. Pero como una cazadora de sombras cualquiera, no como la directora del Instituto.

—Pero ¿por qué, Charlotte? —preguntó Jem—. Eres excelente en tu trabajo…

—¿Lo soy? —se interrogó Charlotte—. Por segunda vez no he notado que había un espía bajo mi propio techo; Will y Tessa se escaparon con facilidad de mi vigilancia para asistir a la fiesta de Benedict; nuestro plan para capturar a Nate, que nunca compartimos con el Cónsul, se complicó mucho, y nos ha dejado con un testigo, que podía haber sido de gran importancia, muerto…

—¡Lottie! —Henry puso una mano sobre el brazo de su esposa.

—No sirvo para dirigir este lugar —insistió ella—. Benedict tenía razón… Naturalmente, intentaré convencer a la Clave de su culpabilidad. Otra persona dirigirá el Instituto, pero no seré yo tampoco…

Se oyó un repiqueteo metálico.

—¡Señora Branwell! —Era Sophie. Había dejado caer el atizador y le había dado la espalda al fuego—. No puede dimitir, señora. Usted… simplemente, no puede.

—Sophie —comenzó Charlotte en un tono muy amable—. Allí adonde vayamos después de esto, donde Henry y yo nos instalemos, te llevaremos…

—No es eso —repuso la doncella con un hilillo de voz. Recorría la sala con los ojos—. La señorita Jessamine… Era… Quiero decir, decía la verdad. Si acude a la Clave así, le estará haciendo el juego a Mortmain.

Charlotte la miró, perpleja.

—¿Qué te hace decir eso?

—No… no lo sé exactamente. —La sirvienta miró al suelo—. Pero sé que es verdad.

—¿Sophie? —El tono de Charlotte era casi de queja, y Tessa sabía lo que estaba pensando: «¿Tenemos otra espía, otra serpiente en el jardín?». También Will se inclinaba con ojos entrecerrados.

—Sophie no miente —aseveró Tessa de repente—. Lo sabe porque… porque oímos a Gideon y a Gabriel hablando en la sala de entrenamiento.

—¿Y sólo ahora decides mencionarlo? —Will arqueó las cejas.

—Cállate, Will —le soltó de repente, irrazonablemente furiosa con él—. Si tú…

—He estado paseando con él —interrumpió Sophie alzando la voz—. Con Gideon Lightwood. Lo he estado viendo en mis días libres. —Estaba pálida como un fantasma—. Me lo dijo él. Había oído a su padre riéndose de ello. Sabían que habían descubierto a Jessamine. Estaban esperando que ustedes acudieran a la Clave. Debería haber dicho algo, pero me parecía que, de todas formas, ustedes no querían acudir a ellos, así que…

—¿Paseando? —preguntó Henry, incrédulo—. ¿Con Gideon Lightwood?

Sophie mantuvo su atención centrada en Charlotte, que la miraba fijamente.

—Y también sé qué es lo que Mortmain tiene que el señor Lightwood quiere —continuó Sophie—. Gideon acaba de descubrirlo. Su padre no sabe que él lo sabe.

—Bueno, santo Dios, niña, no te quedes ahí —se quejó Henry, que parecía tan perplejo como su esposa—. Dínoslo.

—Viruela demoníaca —respondió la sirvienta—. El señor Lightwood la tiene, desde hace años, y lo matará en un par de meses si no consigue la cura. Y Mortmain dice que se la puede conseguir.

Estalló un gran alboroto en la sala. Charlotte corrió hacia Sophie; Henry la llamó; Will saltó de la silla y comenzó a danzar en círculo. Tessa se quedó donde estaba, anonadada, y Jem permaneció a su lado. Mientras tanto, Will parecía estar cantando una canción sobre que él había tenido razón en lo de la viruela demoníaca desde el principio.

Viruela demoníaca, oh, viruela demoníaca,

¿Y cómo se coge ese estropicio?

Ir al lado malo de la ciudad

Hasta cansarse de verdad.

Viruela demoníaca, oh, viruela demoníaca,

La tuve desde el principio…

No la viruela, tontos, no

Sino como digo en esta canción

Toda, toda la razón

¡Y todos vosotros no!

—¡WILL! —Charlotte gritó sobre el ruido—. ¡¿HAS PERDIDO EL JUICIO?! ¡PARA CON ESE ESCÁNDALO INFERNAL!

Jem, poniéndose en pie, le tapó la boca a Will con la mano.

—¿Prometes callarte? —siseó a su amigo al oído.

Will asintió, con los ojos brillantes. Tessa lo miraba sorprendida; todos lo estaban. Había visto a Will de muchas maneras: divertido, amargado, condescendiente, enfadado, lastimoso… pero nunca así.

Su amigo lo soltó.

—Muy bien, entonces.

Will se dejó caer al suelo, con la espalda contra el sillón, y alzó los brazos.

—¡Ponga la viruela demoníaca en su hogar! —anunció, y bostezó.

—Oh, no, semanas de chistes sobre viruela —se quejó Jem—. ¡La que nos va a caer!

—No puede ser cierto —se asombró Charlotte—. Es sencillamente… ¿Viruela demoníaca?

—¿Y cómo sabemos que Gideon no ha mentido a Sophie? —preguntó Jem, con tono suave—. Lo siento, Sophie. Odio decirlo, pero los Lightwood no son de fiar.

—He visto la cara de Gideon cuando mira a Sophie —intervino Will—. Fue Tessa quien me dijo primero que a él le gustaba nuestra señorita Collins, y yo me lo pensé y me di cuenta de que era verdad. Y un hombre enamorado…, un hombre enamorado dirá cualquier cosa. Traicionará a cualquiera. —Estaba mirando a Tessa mientras hablaba. Ella le devolvía la mirada; no podía evitarlo. Sus ojos parecían atraídos hacia él. La forma en que la miraba, con esos ojos azules como trozos de cielo. Pero ¿qué demonios…?

Le debía la vida, se dio cuenta sorprendida. Quizá él había estado esperando que ella se lo agradeciera. Pero no había habido tiempo ni oportunidad. Decidió darle las gracias en cuanto pudiera.

—Además, Benedict tenía una mujer demonio en el regazo en la fiesta, y la besaba —continuó, apartando la mirada—. Tenía serpientes por ojos. Cada uno con sus gustos, me imagino. De todas formas, la única manera en que puedes contraer la viruela demoníaca es teniendo relaciones impropias con un demonio, así que…

—Nate me dijo que el señor Lightwood prefería a las mujeres demonio —recordó Tessa—. No creo que su esposa se enterara nunca de eso.

—Espera. —Era Jem quien, de repente, se había quedado muy quieto—. Will, ¿cuáles son los síntomas de la viruela demoníaca?

—Bastante desagradables —contestó Will, disfrutando—. Comienza con sarpullido en forma de escudo en la espalda, y se extiende por todo el cuerpo, formando grietas y fisuras en la piel…

Jem soltó un grito ahogado.

—Ahora regreso —dijo—, sólo un momento. Por el Ángel…

Y desapareció por la puerta, dejando a los otros mirándolo pasmados.

—No crees que él tenga viruela demoníaca, ¿verdad? —preguntó Henry a nadie en concreto.

«Espero que no, ya que acabamos de prometernos», tuvo el impulso de decir Tessa, sólo para ver qué cara ponían, pero se contuvo.

—Oh, cierra la boca, Henry —soltó Will, y parecía estar a punto de decir algo más, pero la puerta se abrió de golpe y Jem volvió a la sala, jadeando y sujetando un trozo de pergamino.

—Los Hermanos Silenciosos me dieron esto… cuando Tessa y yo fuimos a ver a Jessamine. —Lanzó a aquélla una mirada un poco culpable desde debajo del claro flequillo, y ella recordó que él había salido de la celda de Jessamine y había regresado al cabo de un momento, con aspecto preocupado—. Es el informe de la muerte de Barbara Lightwood. Después de que Charlotte nos dijera que su padre nunca entregó a Silas a la Clave, pensé en preguntar a los Hermanos Silenciosos cómo había muerto la señora Lightwood. Para ver si Benedict también mentía cuando dijo que había muerto de pena.

—¿Y mentía? —Tessa se inclinó hacia adelante, fascinada.

—Sí. Lo cierto es que se cortó las venas. Pero hay más. —Miró el papel que tenía entre las manos—. «Un sarpullido en forma de escudo, indicativo de las marcas características de astriola, sobre el hombro izquierdo» —leyó.

Se lo pasó a Will, que lo cogió y lo leyó, abriendo los ojos asombrado.

—¡Astriola! —soltó—. Eso es viruela demoníaca. ¡Tenías pruebas de que la viruela demoníaca existe y no me lo dijiste! Et tu, Brute? —Enrolló el papel y le dio a Jem en la cabeza con él.

—¡Ay! —El chico se frotó la cabeza, avergonzado—. ¡Esas palabras no significaban nada para mí! Supuse que era alguna enfermedad menor. No parece que haya sido eso lo que la mató. Se cortó las venas, pero si Benedict quería proteger a sus hijos, ocultándoles que su madre se había quitado la vida…

—Por el Ángel —exclamó Charlotte en voz baja—. No me extraña que se matara. Porque su marido le había pasado la viruela demoníaca. Y ella lo sabía. —Se volvió de golpe hacia Sophie, que soltó un pequeño gritito—. ¿Sabe Gideon esto?

Sophie negó con la cabeza, con ojos como platos.

—No.

—Pero ¿no estarían los Hermanos Silenciosos obligados a informar a alguien de que habían descubierto esto? —preguntó Henry—. Parece, bueno, como mínimo, irresponsable.

—Claro que informarían a alguien. Se lo dirían a su esposo. Y sin duda lo hicieron, pero ¿y qué? Seguramente, Benedict ya lo sabía —aventuró Will—. No había necesidad de decírselo a los niños; el sarpullido aparece al principio de contraer la enfermedad, así que ya serían demasiado mayores para que ella se la hubiera pasado a ellos. Sin duda, los Hermanos Silenciosos se lo comunicaron a Benedict, y él dijo: «¡Horror!», y cubrió rápidamente todo el asunto. No se puede juzgar a los muertos por mantener relaciones impropias con demonios, así que quemaron el cuerpo, y ya está.

—¿Y cómo es que Benedict sigue vivo? —inquirió Tessa—. ¿No debería haberlo matado ya la enfermedad?

—Mortmain —contestó Sophie—. Todo este tiempo le ha estado dando drogas que hacen que la enfermedad progrese más despacio.

—¿La hace ir más despacio, pero no la para? —quiso saber Will.

—No, aún se está muriendo, y ahora más de prisa —respondió Sophie—. Por eso está tan desesperado, y hará lo que sea que quiera Mortmain.

—¡Viruela demoníaca! —susurró Will, y miró a Charlotte. A pesar de su evidente excitación, había una luz parpadeando tras sus ojos azules. Una luz de aguda inteligencia, como si fuera un jugador de ajedrez reflexionando sobre la siguiente jugada en busca de posibles ventajas y desventajas—. Debemos ponernos en contacto con Benedict inmediatamente —propuso Will—. Charlotte debe apelar a su vanidad. Está demasiado seguro de conseguir el Instituto. Debe decirle que aunque la decisión oficial del Consejo no está programada hasta el domingo, se ha dado cuenta de que es él quien conseguirá el puesto, y que desea reunirse con él para hacer las paces antes de que eso ocurra.

—Benedict es obstinado… —comenzó Charlotte.

—No tanto como orgulloso —repuso Jem—. Benedict siempre ha querido controlar el Instituto, pero también quiere humillarte, Charlotte. Probar que una mujer no puede dirigir el Instituto. Está convencido de que el domingo el Cónsul decidirá arrebatarte el control del Instituto, pero eso no significa que deje pasar la oportunidad de verte cómo te humillas en privado.

—¿Con qué fin? —preguntó Henry—. Enviar a Charlotte ante Benedict, ¿qué nos proporciona, exactamente?

—Chantaje —contestó Will, con lo ojos ardiéndole de excitación—. Quizá Mortmain no esté a nuestro alcance, pero Benedict sí, y por ahora eso puede ser suficiente.

—¿Crees que cejará en su intención de hacerse con el Instituto? ¿Con eso no conseguiremos sólo que uno de sus seguidores tome su puesto? —inquirió Jem.

—No estamos tratando de librarnos de él. Queremos que dé su completo apoyo a Charlotte. Que retire su desafío y que la declare adecuada para dirigir el Instituto. Sus seguidores se quedarán sin nada; el Cónsul estará satisfecho. Nosotros seguimos con el Instituto. Y más que eso, podremos obligar a Benedict a que nos hable de Mortmain: dónde se halla, cuáles son sus secretos, todo.

—Pero estoy casi segura de que él le tiene más miedo que a nosotros —observó Tessa dudando—, y sin duda necesita lo que le da. De otra forma, morirá.

—Sí, morirá. Pero lo que ha hecho, el tener relaciones impropias con un demonio, contagiar a su esposa y causar su muerte, es como haber matado a otro cazador de sombras adrede. No sólo se puede considerar asesinato, sino también asesinato con medios demoníacos. Eso exigiría el peor de los castigos.

—¿Qué es peor que la muerte? —quiso saber Tessa, e inmediatamente lamentó haberlo preguntado, porque vio que Jem tensaba la boca imperceptiblemente.

—Los Hermanos Silenciosos le extraerán lo que lo convierte en nefilim. Será un Abandonado —respondió Will—. Sus hijos serán mundanos, y se les quitarán las marcas. El nombre de Lightwood se tachará de las listas de los cazadores de sombras. Será el final de los Lightwood entre los nefilim. No hay peor vergüenza. Es un castigo que hasta Benedict temerá.

—¿Y si no? —cuestionó Jem en voz baja.

—Entonces, supongo que tampoco habremos perdido nada —repuso Charlotte, cuya expresión se había ido endureciendo mientras Will hablaba; Sophie, estaba apoyada en la repisa de la chimenea, abatida, y Henry, con la mano sobre el hombro de su esposa, parecía más apagado que de costumbre—. Visitaremos a Benedict. No hay tiempo para enviar un aviso adecuado por delante; tendrá que ser algo así como una sorpresa. Bueno, ¿dónde están las tarjetas de visita?

Will se incorporó.

—¿Así que has decidido seguir mi plan?

—Ahora es mi plan —replicó Charlotte con firmeza—. Puedes acompañarme, Will, pero seguirás mis instrucciones, y no se hablará de viruela demoníaca hasta que yo lo diga.

—Pero…, pero… —farfulló el chico.

—Oh, déjalo —intervino Jem, dándole una patadita afectuosa a su amigo en el tobillo.

—¡Se ha apropiado de mi plan!

—Will —comenzó Tessa con firmeza—, ¿qué te importa más, que el plan se ponga en práctica o que se te reconozca la iniciativa?

Él la señaló con un dedo.

—Eso —contestó él—. Lo segundo.

Charlotte puso los ojos en blanco.

—William, esto se hará como yo decida o no se hará.

Will respiró hondo y miró a Jem, que le sonrió; Will dejó escapar el aire de los pulmones con un suspiro de derrota.

—Muy bien, Charlotte. ¿Pretendes que vayamos todos?

—Tú y Tessa sin duda. Os necesitamos como testigos de la fiesta. Jem, Henry, no es necesario que vengáis, y hace falta que al menos uno de vosotros se quede para vigilar el Instituto.

—Cariño… —Henry le tocó el brazo a Charlotte con una mirada inquisitiva.

—¿Sí? —Su mujer lo miró sorprendida.

—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo?

Charlotte le sonrió, lo que transformó su rostro tenso y cansado.

—Muy segura, Henry; técnicamente, Jem no es adulto, y dejarlo solo aquí, y no quiero decir que no sea capaz, sólo añadirá leña al fuego de quejas de Benedict. Pero muchas gracias.

Tessa miró a Jem; éste le ofreció una sonrisa pesarosa, y tras las faldas de ella, le apretó la mano, un gesto que pasó desapercibido para el resto. Su contacto tranquilizó a Tessa, que se puso en pie, mientras Will también se alzaba. Charlotte cogió una pluma para escribir una nota para Benedict en el dorso de una tarjeta de visita, que Cyril le entregaría mientras ellos esperaban en el carruaje.

—Será mejor que vaya a buscar el abrigo y los guantes —susurró Tessa a Jem, y fue hacia la puerta. Will estaba justo detrás de ella y, un momento después, la puerta del salón se cerró tras ambos y se encontraron solos en el pasillo. Tessa estaba a punto de correr hacia su habitación cuando oyó los pasos de él detrás de ella.

—¡Tessa! —la llamó, y ella se volvió—. Tessa, tengo que hablar contigo.

—¿Ahora? —replicó ella, sorprendida—. Me ha dado la impresión de que Charlotte quiere que nos apresuremos.

—¡A la porra las prisas! —exclamó el chico, acercándose a ella—. ¡A la porra Benedict Lightwood y el Instituto y todo este asunto! Quiero hablar contigo. —Le sonrió. Siempre había habido en él una temeraria energía, pero aquello era diferente; la diferencia entre la temeridad de la desesperación y el abandono de la felicidad. Pero ¡qué curioso momento para ser feliz!

—¿Te has vuelto loco? —le preguntó ella—. Hablas de «viruela demoníaca» como cualquier otro diría «enorme herencia inesperada». ¿De verdad estás tan satisfecho?

—Vindicado, no feliz, y además, esto no tiene nada que ver con la viruela demoníaca. Esto es sobre tú y yo…

Se abrió la puerta del salón y apareció Henry, con su esposa justo detrás. Sabiendo que Jem sería el siguiente, Tessa se apartó de Will rápidamente, aunque nada indecoroso había pasado entre ellos.

«Excepto en tus pensamientos», le recordó una vocecita, que ella rápidamente acalló.

—Will, ahora no —dijo entre dientes—. Creo que sé lo que quieres decirme, y tienes toda la razón en querer decirlo, pero éste no es el momento ni el lugar. Créeme, estoy tan ansiosa por hablarlo como tú, porque me pesa en la conciencia…

—¿Ansiosa? ¿Te pesa? —Will parecía atontado, como si ella lo hubiera golpeado con una piedra.

—Bueno…, sí —repuso Tessa, mirando a ver si Jem iba hacia ellos—. Pero no ahora.

Will siguió su mirada, tragó saliva, y aceptó a regañadientes.

—Entonces ¿cuándo?

—Más tarde, después de ir a casa de los Lightwood. Reúnete conmigo en el salón.

—¿En el salón?

Ella lo miró ceñuda.

—La verdad, Will —protestó—. ¿Vas a repetir todo lo que digo?

Jem había llegado hasta ellos, y oyó la última frase; sonrió.

—Tessa, deja al pobre Will que recupere la cordura; se ha pasado toda la noche fuera y parece que casi ni recuerda su propio nombre. —Puso una mano sobre el brazo de su parabatai—. Vamos, Herondale. Parece que necesitas una runa de energía… o dos, o tres.

Will apartó los ojos de Tessa y dejó que Jem se lo llevara por el pasillo. Ella los observó, meneando la cabeza.

«Chicos», pensó. Nunca los entendería.

Tessa sólo había dado unos pasos en su habitación cuando se quedó parada de la sorpresa, contemplando lo que había sobre su cama: un elegante traje de paseo de seda india con rayas de color crema y gris, adornado con un delicado cordón trenzado y botones de plata. Unos guantes grises se hallaban al lado, de un estampado de hojas sobre un hilo de plata. A los pies de la cama había unas botas de botones de color hueso, y unas elegantes medias estampadas.

La puerta se abrió y entró Sophie, sujetando un sombrero gris pálido con adornos de frutos silvestres plateados. Estaba muy pálida, y tenía los ojos hinchados y rojos. Evitó la mirada de Tessa.

—Ropa nueva, señorita —dijo—. La tela era parte del ajuar de la señora Branwell, y bueno, hace unas semanas pensó en hacer un vestido para usted. Creo que pensó que usted debería tener ropa que no le haya comprado la señorita Jessamine. Pensó que se sentiría más… cómoda. Y lo han traído esta mañana. Le pedí a Bridget que lo preparara para usted.

Tessa notó lágrimas en los ojos, y se sentó rápidamente en el borde de la cama. Que Charlotte, con todo lo que estaba pasando, pensara en su comodidad hizo que tuviera ganas de llorar. Pero se contuvo, como siempre.

—Sophie —habló con voz temblorosa—. Debería…, no, quiero pedirte disculpas.

—¿Pedirme disculpas a mí? —preguntó la doncella en una voz neutra, mientras dejaba el sombrero sobre la mesa. Tessa lo miró. Charlotte llevaba siempre una ropa muy sencilla. Nunca hubiera pensado de la directora que tuviera inclinación por las cosas bonitas, o el gusto para elegirlas.

—Me equivoqué por completo al hablarte de Gideon como lo hice —continuó—. Metí la nariz donde no debía, y tienes toda la razón, Sophie. No se puede juzgar a un hombre por los pecados de su familia. Y yo debería haberte dicho, que aunque vi a Gideon en el baile la otra noche, no parecía estar tomando parte de las diversiones; de hecho, no puedo ver dentro de su mente para saber lo que piensa, y no debería haberme comportado como si pudiera. No tengo más experiencia que tú, Sophie, y cuando se trata de caballeros, estoy claramente desinformada. Me disculpo por comportarme con superioridad, no lo volveré a hacer, si puedes perdonarme.

Sophie fue al armario y lo abrió para mostrarle un segundo vestido; éste era azul oscuro adornado con un cordón trenzado de terciopelo dorado, y una falda a la polonesa con la abertura a la derecha, que dejaba ver pálidos volantes de tela de faya.

—¡Qué bonito! —exclamó Sophie con un tono un poco soñador, y lo rozó con la mano—. Ha sido… ha sido una disculpa muy bonita, señorita, y la perdono. La perdoné en el salón, sí, cuando mintió por mí. No apruebo las mentiras, pero sé que lo hacía por bondad.

—Lo que has hecho ha sido muy valiente —señaló Tessa—. Decirle la verdad a Charlotte. Sé que temías que se enfadara.

La sirvienta sonrió tristemente.

—No está enfadada. Está decepcionada. Lo sé. Me ha dicho que ahora no podía hablar conmigo, pero que lo haría más tarde, y lo he visto en su cara. En cierto modo, es peor.

—Oh, Sophie. Pero ¡si se decepciona con Will a todas horas!

—Bueno, ¿y quién no?

—No me refería a eso. Me refiero a que te aprecia, como si fueras Will o Jem, o bueno, ya sabes. Incluso si está decepcionada, no debes temer que te vaya a echar. No lo hará. Cree que eres maravillosa, y yo también lo creo.

—¡Señorita Tessa! —protestó Sophie, abriendo mucho los ojos.

—Bueno, es la verdad —repuso Tessa, rebelde—. Eres valiente, generosa y encantadora. Como Charlotte…

A Sophie se le saltaron las lágrimas. Se las enjugó rápidamente con la punta del delantal.

—Vale, ya basta de eso —la cortó con prisas, aún parpadeando—. Debemos vestirla y prepararla, porque Cyril ya viene con el carruaje, y ya sabe que a la señora Branwell no le gusta perder el tiempo.

Tessa se acercó obediente, y con la ayuda de la sirvienta se puso el vestido de rayas blancas y grises.

—Y tenga cuidado, eso es todo lo que tengo que decir —concluyó Sophie, mientras manejaba hábilmente el gancho de los botones—. El padre es una mala pieza, no lo olvide. Es muy duro con esos chicos.

«Esos chicos». Por la forma en que lo decía, parecía que Sophie también se compadecía de Gabriel, además de Gideon. Tessa se preguntó qué pensaría éste de su hermano pequeño, y de su hermana también. Pero no preguntó nada mientras Sophie le cepillaba y le rizaba el cabello, y le humedecía las sienes con agua de lavanda.

—Bueno, está encantadora, señorita —observó Sophie orgullosa cuando acabó, y Tessa tuvo que admitir que la muchacha había hecho muy bien eligiendo el corte y el color que mejor le sentaban. El gris, en efecto, le quedaba muy bien: los ojos se le veían más grandes y más azules; la cintura y los brazos, más esbeltos; el busto, más lleno—. Una última cosa…

—¿Qué es, Sophie?

—El señorito Jem —contestó, y Tessa se sorprendió—. Por favor, haga lo que haga, señorita… —Le miró a la cadena con el colgante de jade oculta por el vestido, y se mordió el labio—. No le rompa el corazón.