EN SUEÑOS
Acude a mí en sueños, y entonces
de día volveré a estar bien.
Porque la noche pagará de sobra
el desesperado anhelo del dia.
MATTHEW ARNOLD, Longing
La conciencia le iba y venía con un ritmo hipnótico, como el mar aparece y desaparece de la vista contemplado desde la cubierta de un barco en medio de la tormenta. Tessa sabía que estaba en una cama con limpias sábanas blancas en el centro de una larga sala; que había otras camas, todas iguales, allí; que había ventanas muy por encima de su cabeza, por las que entraban sombras y luego la roja luz del amanecer. Cerró los ojos a ella, y la oscuridad volvió.
La despertaron unos susurros y unos rostros inclinados sobre ella, ansiosos. Charlotte, con el cabello recogido en la nuca, todavía con su uniforme, y junto a ella, el hermano Enoch. Su rostro cubierto de cicatrices ya no le causaba terror. Oía su voz en su interior.
La herida de la cabeza es superficial.
—Pero se desmayó —señaló la directora. Para sorpresa de Tessa, había auténtico miedo en su voz, una inquietud real—. Con un golpe en la cabeza…
Se desmayó de tantas impresiones. Su hermano murió en sus brazos, ¿has dicho? Y puede haber pensado que Will también estaba muerto. Has dicho que él la cubrió con su cuerpo cuando ocurrió la explosión. Si él hubiera muerto, habría dado su vida por ella. Eso es una pesada carga que soportar.
—¿Crees que se pondrá bien?
Cuando su cuerpo y su espíritu hayan reposado, se despertará. No puedo decir cuándo será eso.
—Mi pobre Tessa… —Charlotte le acarició el rostro suavemente. Las manos le olían a jabón de limón—. Ahora ya no tiene a nadie en el mundo…
La oscuridad regresó, y Tessa se sumergió en ella, agradeciendo el descanso de la luz y el pensamiento. Se arrebujó en ella como si fuera una manta y se dejó flotar, como los icebergs de la costa del Labrador, acunados bajo la luna en la oscura agua helada.
Un grito gutural de dolor atravesó su sueño de oscuridad. Estaba acurrucada de lado en un revoltijo de sábanas, y a unas cuantas camas de distancia se hallaba Will, tumbado boca abajo. Se dio cuenta, aunque en su estado de adormecimiento fue sólo una ligera impresión, de que seguramente estaba desnudo: lo habían tapado con las sábanas hasta la cintura, pero el pecho y la espalda estaban al descubierto. Doblaba los brazos sobre las almohadas que tenía delante, y apoyaba la cabeza en ellas, con el cuerpo tenso como una cuerda de arco. Había manchas de sangre en la blanca sábana bajera.
El hermano Enoch se hallaba a un lado del lecho y, junto a él, a la cabeza de Will, Jem, con una expresión de ansiedad.
—Will —decía Jem urgiéndolo—. Will, ¿estás seguro de que no quieres otra runa analgésica?
—No… más —masculló éste, con los dientes apretados—. Sólo… acabad de una vez…
El hermano Enoch alzó lo que parecía un par de pinzas de plata muy afiladas. Will tragó saliva y hundió la cabeza entre los brazos, con el cabello negro resaltando contra el blanco de la ropa de cama. Jem se estremeció como si el dolor fuera suyo cuando las pinzas se hundieron en la espalda de su parabatai y su cuerpo se tensó, con los músculos marcándose bajo la piel; su grito de dolor fue corto y amortiguado. El hermano Enoch retiró el instrumento con un fragmento de metal ensangrentado entre los extremos.
Jem le cogió la mano a Will.
—Apriétame los dedos. Te ayudará con el dolor. Sólo quedan unos pocos.
—Eso es… fácil de decir —jadeó Will, pero la mano de su amigo pareció relajarlo un poco. Estaba arqueado sobre la cama, con los codos clavados en el colchón, jadeando. Tessa sabía que no debía mirar, pero no podía evitarlo. Fue consciente de que nunca había visto tanto del cuerpo de un chico antes, ni siquiera del de Jem. Se encontró fascinada por la forma en que el terso músculo se deslizaba bajo la fina piel de Will, la flexión y la curva de los brazos, el duro y plano estómago convulsionándose con cada respiración.
Las pinzas destellaron de nuevo, y la mano de Will apretó la de Jem, hasta que los dedos de ambos se emblanquecieron. La sangre manó y se derramó por el desnudo costado. No emitió ningún sonido, aunque parecía transpuesto y pálido. Jem hizo ademán de ir a ponerle la mano sobre el hombro, pero la retiró, mordiéndose el labio.
«Todo esto es porque Will me cubrió para protegerme», pensó Tessa. Como el hermano Enoch había dicho, era una pesada carga.
Yacía en su estrecha cama en su antigua habitación del piso de Nueva York. Por la ventana veía el cielo gris, los techos de Manhattan. Una de las coloridas colchas de parches de su tía estaba sobre la cama, y ella la agarró cuando la puerta se abrió y entró ésta.
Sabiendo lo que sabía en esos momentos, Tessa podía ver el parecido. Tía Harriet tenía los ojos azules, el cabello rubio claro; incluso la forma del rostro era como la de Nate. Con una sonrisa, se acercó y se inclinó sobre Tessa; le puso una mano en la frente, fría sobre la ardiente piel de la muchacha.
—Lo siento mucho —susurró Tessa—. Lo de Nate. Es culpa mía que haya muerto.
—Chist —dijo su tía—. No es culpa tuya. Es suya y mía. Siempre me sentí tan culpable, ¿sabes?, Tessa. Sabiendo que era su madre, pero incapaz de decírselo. Le permití salirse siempre con la suya en todo, hasta que se torció sin salvación posible. Si le hubiera dicho que era su auténtica madre, no se hubiera sentido tan traicionado al descubrir la verdad, y no se habría vuelto contra nosotras. Las mentiras y los secretos, Tessa, son como el cáncer del alma. Acaban con lo bueno y sólo dejan destrucción a su paso.
—Te añoro mucho —se sinceró Tessa—. Ahora ya no tengo familia…
Su tía se inclinó y la besó en la frente.
—Tienes más familia de la que crees.
—Ahora casi seguro que vamos a perder el Instituto —se lamentó Charlotte. No parecía triste, sino distante e indiferente. Tessa rondaba en espíritu, como un fantasma, por la enfermería, mirando a los pies de su cama, donde la directora estaba con Jem. Tessa se veía a sí misma, dormida, con el oscuro cabello desplegado como un abanico sobre las almohadas. Will dormía a unas cuantas camas más allá, con la espalda llena de vendas, y un negro iratze en la nuca. Sophie, con cofia blanca y uniforme negro, estaba limpiando el polvo de los alféizares—. Hemos perdido a Nathaniel Gray como fuente, una de nosotros ha resultado ser una espía y no estamos más cerca de encontrar a Mortmain de lo que lo estábamos hace quince días.
—¿Después de todo lo que hemos hecho y averiguado? La Clave lo entenderá.
—No lo harán. Ya están muy hartos de mí. Más me valdría ir a casa de Benedict Lightwood y hacer el papeleo del Instituto a su nombre. Acabar de una vez.
—¿Y qué dice Henry al respecto? —preguntó Jem. Ya no llevaba el uniforme, y la mujer tampoco; él iba con una camisa blanca y pantalones marrones, y ella con uno de sus sencillos vestidos oscuros. Pero cuando Jem volvió la mano, Tessa vio que aún la tenía manchada con la sangre seca de Will.
Charlotte resopló de una manera muy poco femenina.
—¡Oh, Henry! —dijo; parecía exhausta—. Creo que está tan sorprendido de que uno de sus artefactos funcionara que no sabe qué hacer con su vida. Y no soporta entrar aquí. Piensa que Tessa y Will están heridos por su culpa.
—Sin ese artefacto, todos podríamos estar muertos, y Tessa en manos del Magíster.
—Puedes explicárselo a Henry cuando quieras. Yo ya me he rendido.
—Charlotte… —dijo Jem en voz baja—. Sé lo que dice la gente. Sé que has oído chismorreos crueles. Pero tu marido te ama. Cuando creyó que estabas herida, en el almacén de té, casi se volvió loco. Se lanzó contra esa máquina…
—James. —Le palmeó el hombro en un gesto incómodo—. Te agradezco que trates de consolarme, pero las mentiras nunca sirven para nada bueno al final. Hace ya tiempo que he aceptado que Henry ama primero a sus inventos, y luego a mí… en todo caso.
—Charlotte —repuso Jem con tono cansado, pero antes de que pudiera decir nada más, Sophie se había puesto entre ambos, con el trapo del polvo en la mano.
—Señora Branwell —habló en voz baja—. Si me permite hablar con usted un momento…
La aludida pareció sorprendida.
—Sophie…
—Por favor, señora.
La directora le puso a Jem una mano en el hombro, le dijo algo al oído y luego asintió mirando a Sophie.
—Muy bien. Ven conmigo al salón.
Mientras Charlotte salía de la enfermería con Sophie, Tessa se dio cuenta sorprendida de que la criada era más alta que su señora. Charlotte tenía tal autoridd que a menudo la gente olvidaba lo pequeña que era. Y Sophie era tan alta como Tessa, y delgada como un sauce. Tessa la recordó con Gideon Lightwood, apoyada en la pared del pasillo, y se preocupó.
Cuando la puerta se cerró tras las dos mujeres, Jem se inclinó hacia adelante, con los brazos cruzados y apoyados en el pie de la cama de latón de Tessa. La miraba con una ligera sonrisa, aunque torcida, y las manos colgando, con sangre seca en los nudillos y bajo las uñas.
—Tessa, mi Tessa —dijo en voz baja, con un tono tan arrullador como el de su violín—. Sé que no puedes oírme. El hermano Enoch dice que no estás malherida. No puedo decir que eso sea suficiente para tranquilizarme. Es como cuando Will me asegura en alguna parte que sólo estamos un poco perdidos. Sé que eso significa que tardaré horas en ver alguna calle que conozca.
Bajó tanto la voz que Tessa no estaba segura de si lo que dijo después era real o parte del sueño de oscuridad que se la volvía a llevar, aunque ella se resistiera.
—Nunca me había importado —continuó él—. Estar perdido, quiero decir. Siempre había pensado que no se podía estar del todo perdido si se conocía el propio corazón. Pero me temo que puedo perderme si no conozco el tuyo. —Cerró los ojos como si estuviera terriblemente agotado, y Tessa vio lo finos que eran sus párpados, como papel pergamino, y lo exhausto que parecía estar—. Wo ai ni, Tessa —susurró—. Wo bu xiang shi qu ni.
Tessa supo, sin saber cómo lo sabía, lo que significaban aquellas palabras.
«Te amo. No quiero perderte».
«Y yo tampoco quiero perderte a ti», quiso decirle, pero las palabras no acudían. En vez de eso, se apoderó de ella la lasitud, en una brumosa ola, que la cubrió en silencio.
Oscuridad.
La celda era oscura, y Tessa fue consciente primero de una sensación de gran soledad y terror. Jessamine yacía en una estrecha cama, con el cabello rubio colgándole en tiesos mechones por los hombros. Al mismo tiempo, Tessa flotaba sobre ella y sentía como si, de alguna manera, estuviera palpándole la mente. Podía notar la dolorosa sensación de una gran pérdida. De algún modo, Jessamine sabía que Nate estaba muerto. Antes, cuando Tessa había tratado de acceder a la mente de la otra chica, había encontrado resistencia, pero en ese momento sólo sentía una creciente tristeza, como la mancha de una gota de tinta negra extendiéndose por el agua.
Jessie tenía abiertos los ojos, miraba la oscuridad. «No tengo nada. —Las palabras sonaban tan claras como una campana en la mente de Tessa—. Escogí a Nate por encima de los cazadores de sombras, y ahora está muerto. Y Mortmain también me querrá muerta, y Charlotte me desprecia. He jugado y lo he perdido todo».
Mientras Tessa la observaba, Jessamine se sacó por la cabeza un pequeño cordón que llevaba al cuello. En el extremo de éste había un anillo de oro con una brillante piedra blanca: un diamante. La cogió entre los dedos y comenzó a usar el diamante para grabar letras en la pared de piedra.
J. G.
Jessamine Gray
Tal vez hubiera algo más en el mensaje, pero Tessa nunca lo supo; mientras Jessamine apretaba la joya, ésta se rompió, y la chica se golpeó con la mano en la pared, arañándose los nudillos.
Tessa no tuvo que acceder a su mente para saber qué estaba pensando ésta. Ni siquiera el diamante había sido de verdad. Con un pequeño grito, Jessamine se dio la vuelta y hundió el rostro en las ásperas mantas de la cama.
Cuando Tessa despertó de nuevo, ya era de noche. Una tenue luz de estrellas entraba por las altas ventanas de la enfermería, y había una lámpara de luz mágica encendida en la mesilla junto a su cama. Al lado de ésta, se encontraba una taza de tisana, de la que se alzaba vapor, y un platito de galletas. Se incorporó hasta sentarse, a punto de coger la taza…, y se quedó helada.
Will estaba sentado a los pies de la cama, llevando una camisa suelta, pantalones y una bata negra. Bajo la luz de las estrellas, se lo veía pálido, pero incluso esa tenue iluminación no podía borrarle el azul de los ojos.
—Will —dijo ella, sorprendida—, ¿qué haces despierto?
Se preguntó si la habría estado observando mientras dormía. Pero ésa sería una cosa muy extraña y muy poco acorde con Will.
—Te he traído una tisana —le informó él, un poco serio—. Pero parecía que estuvieras teniendo una pesadilla.
—¿Sí? No recuerdo lo que he soñado. —Se cubrió con las sábanas, aunque su casto camisón ya la cubría lo suficiente—. Pensaba que había estado escapando hacia el sueño…, que la vida real era la pesadilla y que en el sueño era donde podía hallar paz.
Will cogió la taza y se movió para quedar junto a ella en la cama.
—Toma. Bebe esto.
Ella lo obedeció. La tisana tenía un gusto amargo, pero apetecible, como el ácido del limón.
—¿Qué me hará? —preguntó ella.
—Te calmará —contestó Will.
Tessa lo miró, con el sabor a limón en la boca. Parecía tener una neblina ante los ojos; a través de ella, el chico parecía como algo salido de un sueño.
—¿Cómo están tus heridas? ¿Te duelen?
Él negó con la cabeza.
—Una vez extraído todo el metal, pudieron ponerme un iratze —explicó—. Las heridas no están completamente curadas, pero están sanando. Mañana serán sólo cicatrices.
—Me das celos. —Tomó otro sorbo de tisana. Estaba comenzando a hacerle sentir mareada. Se tocó el vendaje de la frente—. Creo que pasará bastante tiempo antes de que me quiten esto.
—Mientras tanto puedes disfrutar pareciendo una pirata.
Tessa se echó a reír, pero un poco insegura. Will estaba tan cerca como para que ella notara el calor que emanaba su cuerpo. Era como un horno.
—¿Tienes fiebre? —le preguntó antes de poder evitarlo.
—El iratze sube la temperatura del cuerpo. Es parte del proceso de curación.
—Oh —repuso ella. Tenerlo tan cerca le estaba provocando pequeños estremecimientos nerviosos, pero se sentía demasiado mareada para apartarse.
—Siento lo de tu hermano —dijo él en voz baja, y su aliento agitó el cabello de Tessa.
Ella lo miró. Su ojos, grandes y azules; ese rostro perfecto; la forma arqueada de la boca, con las comisuras hacia abajo, indicando preocupación. Preocupación por ella. Tessa se notó la piel caliente y tensa; la cabeza, ligera y etérea, como si estuviera flotando.
—Will —susurró—. Will, me siento muy rara.
Éste se inclinó sobre ella para poner la taza en la mesa, y sus hombros se rozaron.
—¿Quieres que vaya a buscar a Charlotte?
Ella negó con la cabeza. Estaba soñando. Ahora estaba segura; tenía la misma sensación de estar en su cuerpo y al mismo tiempo fuera que había experimentado cuando había soñado con Jessamine. Saber que era un sueño la hizo más atrevida. Will seguía inclinado hacia adelante, con el brazo extendido; ella se acurrucó contra él, con la cabeza sobre su hombro, y cerró los ojos. Notó que él se sobresaltaba sorprendido.
—¿Te he hecho daño? —susurró ella, sólo en ese momento recordando su espalda.
—No me importa —repuso él ferviente—. No me importa.
La rodeó con los brazos y la sujetó contra sí; ella apoyó la barbilla en la cálida unión entre el hombro y el cuello. Oyó el eco de su pulso y captó su olor: sangre, sudor, jabón y magia. No era como había sido en el balcón, todo fuego y deseo. Él la cogió con suavidad y apoyó la mejilla en su cabello. Estaba temblando, incluso mientras el pecho le subía y bajaba, incluso mientras le ponía un vacilante dedo bajo la barbilla, alzándole el rostro…
—Will —dijo Tessa—. Está bien. No importa lo que hagas. Estamos soñando, ¿sabes?
—¿Tess? —Will parecía alarmado. La estrechó más entre sus brazos. Ella se notaba cálida, suave y mareada. Si Will fuera realmente así, pensó, y no sólo en los sueños… La cama dio vueltas bajo ella como un bote a la deriva. Tessa cerró los ojos y dejó que la oscuridad se la llevara.
El aire nocturno era frío; la niebla, espesa y amarillo verdosa bajo los intermitentes charcos de luz de gas, mientras Will bajaba por King’s Road. La dirección que Magnus le había dado era de Cheyne Walk, cerca del Chelsea Embankment, y Will ya captaba el familiar olor del río: limo, agua, suciedad y podredumbre.
Había estado tratando de evitar que el corazón se le saltara del pecho desde que había encontrado la nota del brujo, cuidadosamente doblada en una bandeja junto a su cama. Sólo había escrito una escueta dirección: 16 Cheyne Walk. Will conocía el Walk y el área que lo circundaba. Chelsea, cerca del río, era un lugar popular entre los artistas y los interesados en la literatura, y las ventanas de los pubs ante los que pasaba resplandecían con una acogedora luz amarilla.
Se cerró el abrigo al torcer una esquina que lo encaraba hacia el sur. La espalda y las piernas le dolían por las heridas que había recibido, a pesar de los iratzes; estaba incómodo, como si le hubieran picado una docena de abejas. Sin embargo, casi ni se fijaba. Tenía la cabeza rebosante de posibilidades. ¿Qué habría descubierto Magnus? Sin duda no lo habría llamado sin alguna razón, ¿no? Y su cuerpo estaba lleno de Tessa, de su tacto y de su olor. Curioso, lo que más se le había clavado en el corazón y en la cabeza no era el recuerdo de sus besos en el baile, sino la forma en que se había acurrucado contra él esa noche, con la cabeza sobre su hombro, su aliento en el cuello, como si confiara en él absolutamente. Will hubiera dado todo lo que tenía en el mundo y todo lo que podía llegar a tener sólo por estirarse junto a ella en la estrecha cama de la enfermería y abrazarla mientras ella dormía. Apartarse de ella había sido como arrancarse la piel, pero había tenido que hacerlo.
Como siempre tenía que hacerlo. Igual que siempre tenía que negarse lo que quería.
Pero tal vez… después de esa noche…
Apartó esa idea de su mente antes de que creciera en su interior. Mejor no pensarlo; mejor no esperar y sufrir otra decepción. Miró alrededor. Ya estaba en Cheyne Walk, con sus elegantes casas de fachadas georgianas. Se detuvo delante del número 16. Era un edificio alto, con una verja de hierro forjado ante la fachada y un prominente ventanal. La verja tenía una puerta con adornos; estaba abierta. Will entró y fue hasta la puerta principal, donde llamó a la campanilla.
Para su sorpresa, no la abrió un sirviente sino Woolsey Scott, con su cabello rubio cayéndole enredado sobre los hombros. Llevaba un batín verde oscuro de brocado chino sobre unos pantalones asimismo oscuros y el pecho desnudo. Un monóculo dorado estaba colocado ante el ojo. Tenía una pipa en la mano izquierda, y mientras contemplaba a Will tranquilamente, exhaló una nube de humo de olor dulce, que hizo toser al recién llegado.
—Finalmente te has rendido y has reconocido que estás enamorado de mí, ¿verdad? —le preguntó a Will—. Me encantan estas declaraciones sorpresa a medianoche. —Se apoyó en el marco de la puerta y agitó una lánguida mano cargada de anillos—. Vamos, aquí tienes.
Por una vez, Will se quedó sin palabras. No le solía pasar con frecuencia y tuvo que admitir que no le gustaba.
—Oh, déjalo en paz, Woolsey —dijo una voz conocida desde el interior de la casa: Magnus, que se apresuraba por el pasillo. Se estaba abrochando los puños de la camisa y tenía el cabello alborotado y enmarañado—. Ya te he dicho que Will vendría por aquí.
Will pasó la mirada de Magnus a Woolsey. Aquél iba descalzo, igual que el licántropo. Woolsey tenía una brillante cadena de oro alrededor del cuello. De ella colgaba un medallón que decía Beati Bellicosi, «benditos sean los guerreros». Bajo la inscripción aparecía la marca de una huella de lobo. Scott se fijó en que Will lo estaba mirando y sonrió irónico.
—¿Te gusta lo que ves? —inquirió.
—Woolsey… —lo riñó Magnus.
—La nota que me has enviado tenía algo que ver con invocar demonios, ¿verdad? —preguntó Will mirando a Magnus—. Eso no es… tu cobro del favor, ¿verdad?
Éste sacudió su alborotada cabeza.
—No. Esto son negocios, nada más. Woolsey ha sido tan amable como para dejarme estar en su casa mientras decido qué hacer.
—Yo digo que vayamos a Roma —intervino el hombre lobo—. Me encanta Roma.
—Muy bien, pero primero tengo que usar una sala. A poder ser una con poco o nada en ella.
Scott se quitó el monóculo y miró al brujo.
—¿Y qué vas a hacer en esa sala? —Su tono era más que sugerente.
—Invocar al demonio Marbas —contestó Magnus, dedicándole una falsa sonrisa de oreja a oreja.
Scott se atragantó con el humo de la pipa.
—Supongo que todos tenemos ideas diferente sobre lo que constituye una agradable velada…
—Woolsey. —El mago se pasó la mano por el revuelto cabello—. No me gusta sacar esto, pero me debes una. ¿Hamburgo? ¿1863?
El aludido alzó las manos al cielo.
—Oh, muy bien. Puedes utilizar la habitación de mi hermano. Nadie la ha usado desde que murió. Disfrutad. Yo estaré en el salón con una copa de jerez y unos grabados bastante atrevidos que me he hecho traer de Rumanía.
Se volvió y se fue por el pasillo. Magnus hizo un gesto a Will para que entrara, y él lo hizo alegremente, con la calidez de la casa envolviéndolo como una manta. Como no había sirviente, se sacó su levita azul de lana y se la colgó del brazo mientras Magnus lo observaba con una mirada de curiosidad.
—Will —dijo—. Ya veo que no has perdido tiempo desde que recibiste mi nota. No te esperaba hasta mañana.
—Ya sabes lo que esto significa para mí —repuso Will—. ¿De verdad crees que iba a esperarme?
El hechicero le escrutó el rostro.
—¿Estás preparado? —preguntó—. ¿Para que este asunto fracase? ¿Para que el demonio no sea el que buscas? ¿Para que la invocación no funcione?
Por un momento, Will no pudo moverse. Veía su propio rostro en el espejo que colgaba junto a la puerta. Se asustó al ver lo sensible que parecía, como si ya no hubiera ningún muro entre el mundo y los deseos de su corazón.
—No —respondió—, no estoy preparado.
Magnus movió la cabeza.
—Will… —Suspiró—. Ven conmigo.
Se dio la vuelta con la gracia de un gato y fue por el pasillo, y luego arriba por la sinuosa escalera. Will lo siguió, subiendo los oscuros peldaños, mientras la gruesa alfombra persa ensordecía el sonido de sus pasos. Hornacinas en la pared contenían estatuillas de mármol de cuerpos entrelazados. Will apartó los ojos apresuradamente, y luego volvió a mirarlas. Tampoco era como si Magnus estuviera prestando atención a lo que hacía Will, y lo cierto era que el chico nunca se había imaginado que dos personas pudieran adoptar una posición como ésa, y mucho menos que pareciera artístico.
Llegaron al primer piso, y Magnus fue por el pasillo, abriendo las puertas a su paso y mascullando para sí. Al final halló la habitación que buscaba, abrió la puerta del todo e hizo un gesto al cazador de sombras para que entrara.
El dormitorio del hermano muerto de Woolsey Scott estaba oscuro y frío, y el aire olía a polvo. Automáticamente, Will buscó su luz mágica, pero Magnus agitó una mano indicándole que no hacía falta, mientras de los dedos le saltaban chispas azules. De repente, un fuego ardió con fuerza en la chimenea, iluminando la habitación. Estaba amueblada, aunque lo habían cubierto todo con telas blancas: la cama, el armario, las cómodas… Mientras Magnus recorría el cuarto arremangándose y gesticulando, los muebles fueron apartándose del centro de la estancia. La cama se dio la vuelta y se quedó apoyada vertical en la pared; las sillas, las cómodas y el lavamanos se colocaron en los rincones.
El chico soltó un silbido. El mago sonrió satisfecho.
—Fácil de impresionar —dijo éste, aunque parecía faltarle el aliento.
Se arrodilló en el vacío centro de la estancia y rápidamente dibujó un pentagrama. En cada uno de los puntos del símbolo ocultista, trazó una runa, aunque no eran de las que Will conocía del Libro Gris. Magnus alzó los brazos y los mantuvo sobre la estrella; comenzó a salmodiar, y se le abrieron unos cortes en las muñecas, de donde manó sangre que goteó en el centro del pentagrama. Will se tensó cuando el fluido se pegó en el suelo y comenzó a arder con un inquietante resplandor azul. El hechicero salió del pentagrama, aún salmodiando, se metió la mano en el bolsillo y sacó el diente del demonio. Mientras el muchacho lo contemplaba, Magnus lo tiró en el llameante centro de la estrella.
Durante un momento no ocurrió nada. Acto seguido, desde el ardiente centro de las llamas, una oscura masa comenzó a tomar forma. Magnus había dejado de salmodiar; miraba concentrado el pentagrama y lo que estaba pasando dentro, mientras los cortes de los brazos se le cerraban. La habitación estaba casi en silencio, sólo se oía el crepitar el fuego y la rápida respiración de Will, que le resonaba en sus propios oídos. La masa negra fue creciendo, fusionándose y, finalmente, adquirió una forma sólida y reconocible.
Era el demonio azul de la fiesta, aunque ya no vestía de etiqueta. Tenía el cuerpo recubierto de escamas azules superpuestas, y una larga cola amarillenta con un aguijón en la punta iba de un lado a otro a su espalda. El demonio miró a Magnus y después a Will, entrecerrando sus ojos escarlata.
—¿Quién invoca al demonio Marbas? —exigió saber en una voz que era como si las palabras resonaran desde el fondo de un pozo.
Magnus hizo un gesto con la barbilla indicando el pentagrama. El mensaje era claro: el resto era asunto de Will.
Éste dio un paso adelante.
—¿No me recuerdas?
—Te recuerdo —gruñó el demonio—. Me perseguiste por los jardines de la casa de campo de Lightwood. Me arrancaste un diente. —Abrió la boca, mostrando la mella—. Probé tu sangre. —Su voz se convirtió en un siseo—. Cuando escape de este pentagrama la probaré otra vez, nefilim.
—No. —Will aguantó el tipo—. Te pregunto si me recuerdas a mí.
El demonio calló. Los ojos, danzando con el fuego, eran inescrutables.
—Hace cinco años —explicó el muchacho—. Una caja. Una Pyxis. La abrí, y tú saliste. Estábamos en la biblioteca de mi padre. Tú atacaste, pero mi hermana te hizo retroceder con un cuchillo serafín. ¿Me recuerdas ahora?
Hubo un silencio muy, muy largo. Magnus mantuvo sus ojos de gato fijos en el demonio. Había una amenaza implícita en esa mirada, una que Will no podía identificar.
—Di la verdad —lo instó Magnus finalmente—. O te irá muy mal, Marbas.
El demonio volvió la cabeza hacia Will.
—Tú —comenzó de mala gana—. Tú eres aquel niño. El hijo de Edmund Herondale.
Will tragó aire. De repente, se sintió mareado, como si fuera a desmayarse. Se clavó las uñas en la palma, con fuerza, rasgándose la piel, para que el dolor le aclarara la cabeza.
—Lo recuerdas.
—Llevaba veinte años atrapado en esa cosa —rugió Marbas—. Claro que recuerdo mi liberación. Imagínatelo, si puedes, mortal idiota; años de oscuridad, de negrura, sin luz ni movimiento…, y luego el cambio, la apertura. Y el rostro del hombre que me había encerrado justo sobre tu mirada.
—Yo no soy el hombre que te encerró…
—No. Ése fue tu padre. Pero a mis ojos, sois iguales. —El demonio sonrió sarcástico—. Recuerdo a tu hermana. Una chica valiente, haciéndome retroceder con un cuchillo que casi no sabía ni usar.
—Lo empleó lo suficientemente bien para apartarte de nosotros. Por eso nos maldijiste. Me maldijiste. ¿Recuerdas eso?
Marbas rió por lo bajo.
—«Todos los que te amen hallarán sólo la muerte. Su amor será su destrucción. Puede tardar un momento, puede tardar años, pero quien te mire con amor morirá por ello. Y comenzaré con ella».
Will se sintió como si estuviera respirando fuego. Le ardía todo el pecho.
—Sí.
El demonio inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Y me has invocado para que juntos podamos recordar esos instantes que compartimos en el pasado?
—Te he invocado, cabrón azul, para que me liberes de la maldición. Mi hermana, Ella, murió esa noche. Abandoné a mi familia para que estuvieran a salvo. Han pasado cinco años. Ya es suficiente. ¡Suficiente!
—No trates de darme lástima, mortal —repuso Marbas—. Durante veinte años fui torturado en esa caja. Quizá tú también deberías sufrir durante veinte años. O doscientos…
El cuerpo del chico se tensó. Antes de que pudiera lanzarse contra el pentagrama, Magnus habló.
—Algo en esta historia me resulta raro, Marbas —expuso en un tono tranquilo.
Éste lo miró.
—¿El qué?
—Un demonio, justo al salir de una Pyxis, suele estar en su momento más débil, después de llevar todo el tiempo de su cautiverio sin alimentarse. Demasiado débil para echar una maldición tan sutil y potente como la que dices que le echaste a Will.
El demonio siseó algo en un idioma que Will desconocía, una de las lenguas demoníacas menos frecuentes, ni cthonic y purgatic. Magnus entrecerró los ojos.
—Pero mi hermana murió —recordó Will—. Marbas dijo que mi hermana moriría, y murió. Esa misma noche.
Los ojos del brujo seguían clavados en los del demonio. Algún tipo de lucha de voluntades estaba teniendo lugar, algo que escapaba al entendimiento del chico.
—¿De verdad deseas desobedecerme, Marbas? —preguntó Magnus finalmente—. ¿Deseas enfurecer a mi padre?
Marbas escupió una palabrota y se volvió hacia Will. El movimiento de su hocico denotaba su enfado.
—El híbrido tiene razón. La maldición era falsa. Tu hermana murió porque le clavé el aguijón. —Agitó la cola de un lado a otro, y Will recordó a Ella tirada en el suelo después de que le golpeara la cola y el arma cayéndosele de las manos—. Nunca has estado maldito, Will Herondale. Al menos no por mí.
—No —repuso éste casi sin voz—. No, es imposible. —Se sintió como si una gran tormenta hubiera estallado en su cabeza; recordó a Jem diciendo «el muro está cayendo», y se imaginó el gran muro que lo había rodeado durante años, aislándolo, desmoronándose como la arena. Era libre, y estaba solo, y el viento helado lo cortaba como un cuchillo—. No. —Su voz tenía una nota de lamento—. Magnus…
—¿Estás mintiendo, Marbas? —preguntó el mago—. ¿Me juras por Baal que lo que dices es la verdad?
—Lo juro —contestó el diablo, con los rojos ojos rodándole en las órbitas—. ¿En qué me beneficiaría mentirte?
Will cayó de rodillas. Se apretó el estómago con las manos, como si estuviera impidiendo que se le desparramaran las entrañas. Cinco años, pensó. Cinco años desperdiciados. Oyó a su familia gritando y golpeando las puertas del Instituto, y a sí mismo pidiendo a Charlotte que los hiciera marchar. Y ellos nunca habían sabido el porqué. Habían perdido a una hija y a un hijo en cuestión de días. Y nunca habían sabido el porqué. Y los otros, Henry y Charlotte y Jem… y Tessa, y las cosas que había hecho…
«Jem es mi gran pecado».
—Will tiene razón —concluyó Magnus—. Eres un cabrón azul. ¡Arde y muere!
En algún punto periférico a la visión de Will, una llama roja se alzó hasta el techo; Marbas gritó, un aullido de agonía que se cortó tan de repente como había comenzado. El hedor a demonio quemado llenó la habitación. Y Will siguió arrodillado, con la respiración serrándole los pulmones.
«Oh, Dios; oh, Dios; oh, Dios».
Unas manos amables lo cogieron por los hombros.
—Will —le dijo Magnus; no había nada alegre en su tono, sólo una sorprendente ternura—. Will, lo siento mucho.
—Todo lo que he hecho —respondió éste. Notaba como si los pulmones le hubieran dejado de funcionar—. Todas las mentiras, apartar a la gente, abandonar a mi familia, las cosas imperdonables que le dije a Tessa… para nada. Una maldita pérdida de tiempo, y todo por una mentira que fui tan estúpido como para creer.
—Tenías doce años. Tu hermana murió. Marbas era una criatura astuta. Ha engañado a magos poderosos, ¿cómo no iba a engañar a un niño que desconocía el Mundo de las Sombras?
Will se miró las manos.
—Toda mi vida hundida, destrozada…
—Tienes diecisiete años —le recordó el hechicero—. No puedes haber destrozado una vida que casi ni has vivido. ¿Entiendes lo que esto quiere decir, Will? Te has pasado los últimos cinco años convencido de que nadie te quería porque, en el caso contrario, habrían muerto. El simple hecho de su supervivencia lo considerabas una prueba de que les resultabas indiferente. Pero te equivocabas. Charlotte, Henry, Jem…, tu familia…
Respiró hondo y dejó salir el aire. La tormenta en su cabeza amainaba lentamente.
—Tessa —exclamó.
—Bueno. —En ese momento sí que había algo de humor en el tono de Magnus. El chico se dio cuenta de que estaba arrodillado junto a él.
«Estoy en la casa de un licántropo —pensó—, con un brujo consolándome y las cenizas de un demonio muerto a unos pasos. ¿Quién se lo hubiera podido imaginar?».
—No puedo decirte con seguridad lo que siente Tessa —continuó Magnus—. Por si no lo has notado, es una chica muy independiente. Pero tienes tantas posibilidades de conseguir su amor como cualquier otro hombre, Will, ¿y no es eso lo que quieres? —Le palmeó la espalda y apartó la mano; se puso en pie como una gran sombra negra cayendo sobre Will—. Si te sirve de consuelo, por lo que vi en el balcón la otra noche, creo que le gustas mucho.
Magnus observo a Will mientras éste salía de la casa. Al llegar a la verja, el muchacho se detuvo, con la mano en el pasador, como si vacilara en el umbral al comienzo de un viaje largo y difícil. La luna había salido de entre las nubes y le hacía relucir el espeso cabello negro y la palidez de las manos.
—Muy curioso —comentó Woolsey, que apareció detrás de Magnus en el pasillo. Las cálidas luces de la casa transformaban el cabello rubio del licántropo en una maraña de oro pálido. Parecía como si hubiera estado durmiendo—. Si no te conociera, diría que aprecias a ese chico.
—¿Si no me conocieras, Woolsey? —preguntó el mago, sin prestar demasiada atención, observando aún a Will, y la luz que refulgía en el Támesis más allá de éste.
—Es un nefilim —respondió el licántropo—. Y nunca te han interesado. ¿Cuánto te ha pagado para que le invocaras a Marbas?
—Nada —contestó Magnus, y en ese momento no veía nada de lo que había allí, ni el río, ni a Will, sólo un montón de recuerdos: ojos, rostros, labios perdidos en la memoria, amores a los que ya no podía poner nombre—. Me hizo un favor. Uno que ni siquiera recuerda.
—Es muy guapo —observó el rubio—. Para ser humano.
—Está muy roto —replicó Magnus—. Como un bonito jarrón que alguien haya destrozado. Sólo la suerte y la habilidad podrán hacer que sea como era antes.
—No parece muy contento —observó Woolsey—. Lo que hayas hecho por él…
—En este momento está en estado de shock —explicó el brujo—. Durante cinco años ha creído algo, y ahora se ha dado cuenta de que todo este tiempo ha estado mirando el mundo a través de un cristal defectuoso, que todo lo que ha sacrificado en nombre de lo que creía correcto y noble ha sido un desperdicio, y que sólo ha conseguido herir lo que ama.
—¡Dios santo! —exclamó el hombre lobo—. ¿Estás seguro de que lo has ayudado?
Will atravesó la verja, y ésta se cerró a su espalda.
—Totalmente seguro —contestó Magnus—. Siempre es mejor vivir la verdad que vivir una mentira. Y esa mentira lo hubiera hecho estar solo para siempre. Durante cinco años quizá no haya tenido casi nada, sin embargo ahora lo puede tener todo. Y un chico con ese aspecto…
Woolsey soltó una risita.
—Aunque ya ha entregado su corazón —lo atajó Magnus—. Quizá sea lo mejor. Lo que necesita ahora es amar y que lo amen. No ha tenido una vida fácil para ser tan joven. Sólo espero que ella lo entienda.
Incluso a distancia, el mago pudo ver a Will respirar hondo, cuadrar los hombros y comenzar a caminar por el Walk. Y sabía que no se equivocaba al ver que su paso era cada vez más animado.
—No puedes salvar a todos los pájaros caídos —afirmó Woolsey, mientras se apoyaba en la pared y cruzaba los brazos—. Incluso a los apuestos.
—Con uno me conformo —repuso Magnus y, como ya no se veía a Will, dejó que la puerta se cerrara.