MIL MÁS
Hay algo horrible en una flor;
ésta, rota en mi mano, es una de ésas
que él acaba de tirar; no vivirá otra hora.
Hay mil más; no se añora una rosa.
CHARLOTTE MEW, In Nunhead Cemetery
El resto del día en el Instituto pasó en un ambiente de gran tensión, mientras los cazadores de sombras se preparaban para enfrentarse a Nate esa noche. De nuevo no hubo comidas formales, sólo ajetreo. Las armas se sacaban y se limpiaban, se preparaba el equipo y se consultaban mapas, mientras Bridget, canturreando tristes baladas, llevaba bandejas de emparedados y tazas de té de arriba abajo por los pasillos.
Si no hubiera sido por la invitación de Sophie de «venga y pruebe esto», Tessa no habría comido nada en todo el día; de todas formas, el nudo que tenía en la garganta sólo le permitió dar unos bocados de emparedado antes de sentirse como si se ahogara.
«Voy a ver a Nate esta noche —pensaba, mirándose al espejo mientras Sophie, arrodillada a sus pies, le ataba las botas, unas botas de chico del alijo de ropas de hombre que escondía Jessamine—. Y luego voy a traicionarlo».
Pensó en cómo Nate se había apoyado en su regazo durante el camino de vuelta desde la residencia de De Quincey, y en cómo había gritado su nombre y se había agarrado a ella cuando el hermano Enoch había aparecido. Se preguntó cuánto de todo eso había sido fingido. Con total seguridad, al menos en parte él había estado realmente aterrado: abandonado por Mortmain, odiado por De Quincey, en las manos de unos cazadores de sombras en los que no tenía motivos para confiar.
Excepto que ella le había dicho que eran de fiar. Y a él no le había importado. Había querido lo que Mortmain le ofrecía. Más de lo que había deseado la seguridad de ella. Más de lo que le había importado nada. Todos esos años pasados juntos, el tiempo que los había unido tanto que ella los creía inseparables, no significaban nada para él.
—No le dé más vueltas, señorita —le aconsejó Sophie mientras se ponía en pie y se sacudía las manos—. No se lo merece.
—¿Quién no se lo merece?
—Su hermano. ¿No era en él en quien estaba pensando?
Tessa entrecerró los ojos, suspicaz.
—¿Puedes decirme lo que pienso porque tienes la Visión?
La doncella se echó a reír.
—Dios, no, señorita. Lo veo en su rostro como si lo tuviera escrito. Siempre tiene la misma expresión cuando piensa en el señorito Nathaniel. Pero es una mala pieza, no merece que usted piense en él.
—Es mi hermano.
—Eso no significa que a usted deba gustarle —replicó ella tajante—. Algunos nacen malos, y no hay más.
—¿Y qué hay de Will? —le hizo preguntar algún diablillo perverso—. ¿Aún crees que nació malo? Encantador y venenoso como una serpiente, dijiste.
La muchacha alzó las cejas delicadamente arqueadas.
—El señorito Will es un misterio, sin duda.
Antes de que Tessa pudiera contestarle, se abrió la puerta y Jem apareció en el umbral.
—Charlotte me envía para darte… —comenzó, y se quedó mudo, con la vista clavada en Tessa.
Ésta bajó la vista para mirarse. Pantalones, zapatos, camisa, chaleco, todo en orden. Sin duda era una sensación peculiar la de llevar ropa de hombre; se le ajustaba en partes donde no estaba acostumbrada a ir ajustada, y le bailaba en otras, y picaba, pero eso no explicaba la expresión del rostro de Jem.
—Eh… —El muchacho se había sonrojado desde el cuello de la camisa—. Charlotte me envía para decirte que te estamos esperando en el salón —acabó. Y luego se fue a toda prisa.
—¡Cáspita! —profirió Tessa, perpleja—. ¿Qué ha sido eso?
Sophie rió por la bajo.
—Bueno, mírese. —Se miró en el espejo. Estaba ruborizada, pensó, con el cabello cayéndole suelto sobre la camisa y el chaleco. La camisa había sido hecha pensando un poco en la figura femenina, porque no le apretaba tanto el busto como se había temido; aun así, le quedaba estrecha, debido al tamaño más reducido de Jessamine. Los pantalones también le iban ajustados, como dictaba la moda, y le marcaban la forma de las piernas. Inclinó la cabeza a un lado. Había algo indecente en todo eso, ¿no? Se suponía que un hombre no debía poder ver la formas de los muslos de una mujer, o tanto de las curvas de la cadera. Había algo en la ropa de hombre que la hacía parecer no masculina sino… desnuda.
—Dios mío —exclamó.
—Y que lo diga —coincidió Sophie—. No se preocupe. Cabrá mejor cuando Cambie, y además… a él le gusta usted.
—Yo…, sabes…, digo, ¿crees que le gusto?
—Mucho —contestó Sophie, al parecer imperturbable—. Debería ver cómo la mira cuando cree que usted no lo ve. O lanza una mirada cuando se abre una puerta, y siempre se le nota la decepción cuando no es usted. El señorito Jem no es como el señorito Will. No puede ocultar lo que piensa.
—Y tú no… —Tessa buscó las palabras—. Sophie, ¿no estás… molesta conmigo?
—¿Por qué iba a estar molesta con usted? —Un poco de la diversión anterior había desaparecido de la voz de la doncella, que sonaba cuidadosamente neutra.
«Ya la has liado, Tessa», se dijo.
—Creía que hubo un tiempo en que mirabas a Jem con cierta admiración. Eso es todo. No me refería a nada incorrecto, Sophie.
La sirvienta estuvo en silencio durante un rato tan largo que Tessa se convenció de que estaría enfadada, o peor, terriblemente herida.
—Hubo un tiempo cuando… —se sinceró finalmente—, cuando lo admiraba. Era tan amable y gentil, diferente de todos los hombres que había conocido. Y tan agradable de mirar, y la música que toca… —Movió la cabeza, y los oscuros rizos le botaron—. Pero a él nunca le importé. Nunca, ni a través de un gesto o una palabra, me hizo creer que me correspondía esa admiración, aunque jamás fue descortés.
—Sophie —repuso Tessa en voz baja—, para mí has sido más que una doncella desde que llegué aquí. Has sido una buena amiga. No haría nada que pudiera herirte.
La criada la miró a los ojos.
—¿Usted lo aprecia?
—Creo —contestó ella con cautela— que sí.
—¡Bien! —exclamó Sophie—. Se lo merece. Ser feliz. El señorito Will siempre ha sido la estrella más brillante, el que atrae la atención, pero Jem es la llama constante, fija y verdadera. La hará feliz.
—¿Y no tienes ninguna objeción?
—¿Objeción? —Negó con la cabeza—. Oh, señorita Tessa, es muy amable por preocuparse de lo que pienso, pero no. No tengo ninguna objeción. Mi cariño hacia él… y eso es lo que era, un cariño infantil, se ha trasformado en amistad. Sólo deseo su felicidad y la de usted.
Tessa estaba asombrada. Con todo lo que se había preocupado por no herir los sentimientos de Sophie, y resultaba que a ella no le importaba en absoluto. ¿Qué había cambiado desde que la sirvienta había llorado por la enfermedad de Jem la noche de la debacle de Blackfriars Bridge? A no ser…
—¿Has estado saliendo a pasear con alguien? Cyril o…
Sophie puso los ojos en blanco.
—Oh, el Señor tenga piedad de nosotros. Primero Thomas, ahora Cyril. ¿Cuándo dejará de intentar casarme con el hombre disponible más a mano?
—Debe de haber alguien…
—No hay nadie —repuso Sophie con firmeza, mientras se ponía en pie y hacía volverse a Tessa hacia el espejo—. Ya está. Enróllese el cabello bajo el sombrero y será el caballero modelo.
Ésta hizo lo que le decía.
Cuando Tessa entró en la biblioteca, el pequeño grupo de los cazadores de sombras del Instituto, Jem, Will, Henry y Charlotte, todos ya equipados, estaban reunidos alrededor de una mesa donde se equilibraba un pequeño artefacto ovalado hecho de latón. Henry hacía animados gestos hacia él, alzando la voz.
—Esto —estaba diciendo— es en lo que he estado trabajando. Para esta ocasión. Está específicamente calibrado para funcionar como arma contra los asesinos mecánicos.
—Por muy aburrido que sea Nate Gray —repuso Will—, no tiene la cabeza llena de tuercas, Henry. Es humano.
—Puede que traiga una de esas criaturas con él. No sabemos si aparecerá solo. Como mínimo, ese cochero mecánico de Mortmain…
—Creo que Henry tiene razón —intervino Tessa, y todos se volvieron para mirarla. Jem se sonrojó de nuevo, aunque esta vez con menor intensidad, y le ofreció una sonrisa de medio lado. Will la recorrió con la mirada de arriba abajo, una vez, con calma.
—No pareces un chico en absoluto —observó—. Pareces una chica vestida de hombre.
Tessa no supo decir si eso era bueno, malo o neutro.
—Sólo estoy tratando de engañar al observador de paso —replicó molesta—. Nate sabe que Jessamine es una chica. Y la ropa me quedará mejor cuando me haya Cambiado en ella.
—Tal vez deberías hacerlo ya —sugirió Will.
Tessa lo miró fijamente, luego cerró los ojos. Era diferente. Cambiar en alguien que ya había sido. No necesitaba sujetar nada de ellos, o estar cerca. Era como abrir un armario a ciegas, encontrar por el tacto una prenda ya usada y ponérsela. Buscó a Jessamine en su interior, y la dejó suelta, envolviéndose en un disfraz de ella; sintió que su aliento salía de los pulmones al contraérsele la caja torácica, el cabello se le desenrolló y se desplomó en ligeras ondas sedosas contra el rostro. Se lo volvió a meter bajo el sombrero y abrió los ojos.
Todos la miraban fijamente. Jem fue el único que le ofreció una sonrisa mientras ella parpadeaba bajo la luz.
—Asombroso —exclamó Henry. Tenía la mano apoyada sobre el objeto de la mesa. Tessa, incómoda por tener todas las miradas clavadas en ella, fue hacia él.
—¿Qué es?
—Es una especie de… artefacto infernal que Henry ha creado —contestó Jem—. Se supone que interfiere con los mecanismos internos que hacen funcionar a las criaturas mecánicas.
—Lo retuerces, así… —el hombre imitó el gesto de girar la parte de abajo hacia un lado y la de arriba hacia otro—, y luego lo tiras. Trata de encajarlo en las ruedas dentadas de la criatura en cualquier lugar donde pueda sostenerse. Interfiere con las corrientes mecánicas que corren por su cuerpo, haciendo que se desmonte. También te podría causar algún daño, aunque no seas mecánica, por lo que no te quedes cerca una vez esté activado. Sólo tengo dos, así que…
Le pasó uno a Jem, y otro a Charlotte, que lo cogió y se lo colgó de su cinturón de armas sin decir nada.
—¿Se ha enviado el mensaje? —preguntó Tessa.
—Sí. Sólo estamos esperando la respuesta de tu hermano —contestó Charlotte. Desenrolló un papel sobre la superficie de la mesa, y fijó las puntas con ruedas de cobre de la pila que Henry debía de haber dejado allí—. Esto —explicó— es un mapa que muestra dónde dice Jessamine que Nate y ella suelen reunirse. Es un almacén en Mincing Lane, cerca de Lower Thames Street. Era una fábrica de empaquetado de té hasta que el negocio quebró.
—Mincing Lane —comentó Jem—. El centro del mercado del té. También del mercado del opio. Tiene sentido que Mortmain mantenga un almacén allí. —Pasó un delgado dedo sobre el mapa y resiguió los nombres de las calles cercanas: Eastcheap, Cracechurch Street, Lower Thames Street, St. Swithin’s Lane—. Pero qué sitio tan extraño para Jessamine. Siempre había soñado con tanta elegancia, con ser presentada en la Corte, hacerse un espectacular recogido para los bailes… y se ve en la obligación de celebrar reuniones clandestinas en un almacén mugriento cerca de los muelles.
—Dijo que hizo lo que tenía que hacer —repuso Tessa—. Se ha casado con alguien que no es cazador de sombras.
Will esbozó una media sonrisa.
—Si el matrimonio fuera válido, sería tu cuñada.
Tessa se estremeció.
—No es que le guarde rencor a Jessamine. Pero se merece algo mejor que mi hermano.
—Cualquiera se merece algo mejor que él. —Will metió la mano bajo la mesa y sacó un rollo de tela. La extendió sobre el tablero, sin tocar el mapa. Dentro había varias armas largas y finas, cada una con una resplandeciente runa grabada en la hoja—. Casi me había olvidado de que Thomas las pidió hace semanas. Acaban de llegar. Misericordias; buenas para introducirlas entre las junturas de esas criaturas de relojería.
—La pregunta es —intervino Jem, mientras alzaba una de las misericordias y examinaba la hoja—: una vez metamos a Tessa dentro para reunirse con Nate, ¿cómo vamos a observar el resto de su encuentro sin que nos vean? Debemos estar listos para intervenir en cualquier momento, sobre todo si Nate revela tener alguna sospecha.
—Debemos llegar primero y ocultarnos —propuso Will—. Es la única forma. Escucharemos para ver si Nate dice algo útil.
—No me gusta la idea de que Tessa se vea obligada a hablar con él —masculló Jem.
—Puede arreglárselas muy bien; lo he visto. Además, es más fácil que él hable con libertad si cree que está a salvo. Cuando lo capturemos, incluso si los Hermanos Silenciosos le exploran la mente, Mortmain puede haber pensado en ponerle bloqueos para proteger lo que sabe, y eso puede tardar en deshacerse.
—Creo que Mortmain le ha puesto bloqueos a Jessamine —indicó Tessa—. Por mucho que lo intento, no puedo acceder a sus pensamientos.
—Entonces, aún es más probable que también se los haya puesto a Nate —concluyó Will.
—Ese chico es tan débil como un gatito —dijo Henry—. Nos dirá todo lo que queramos saber. Y si no, tengo un artilugio…
—¡Henry! —Charlotte parecía realmente alarmada—. Dime que no has estado trabajando en un instrumento de tortura.
—En absoluto. Lo llamo el Confusor. Emite una vibración que afecta directamente al cerebro humano y lo hace incapaz de distinguir entre la ficción y la realidad. —El hombre, muy orgulloso, fue a coger su caja—. Simplemente soltaría todo lo que tiene en la cabeza, sin prestar ninguna atención a las consecuencias…
Su mujer alzó una mano en advertencia.
—Ahora no, Henry. Si debemos utilizar el… Confusor con Nate Gray, lo haremos cuando lo hayamos traído aquí. Por el momento debemos concentrarnos en llegar al almacén antes que Tessa. No está tan lejos; sugiero que Cyril nos lleve allí y luego vuelva a por ella.
—Nate reconocería el carruaje del Instituto —objetó la mundana—. Cuando vi a Jessamine marchándose para reunirse con Nate, sin duda iba a ir a pie. Caminaré.
—Te perderás —la advirtió Will.
—No —lo contradijo Tessa, señalando el mapa—. Es un sencillo paseo. Puedo girar a la izquierda en Gracechurch Street, seguir por Eastcheap y cortar hasta Mincing Lane.
Se desató una discusión, con Jem, para sorpresa de Tessa, tomando partido por Will contra la idea de que ella fuera sola caminando por la calle. Al final se decidió que Henry llevaría el carruaje a Mincing Lane, mientras que Tessa caminaría, seguida a distancia de Cyril, por si se perdía en la atiborrada, sucia y ruidosa ciudad. Ella aceptó con un encogimiento de hombros; parecía menos enojoso que discutir, y no le importaba que el sirviente la siguiera.
—Supongo que nadie va a mencionar —señaló Will— que una vez más dejamos el Instituto sin ningún cazador de sombras que lo proteja.
Charlotte enrolló el mapa con un juego de muñeca.
—¿Y quién vas a sugerir que se quede en casa en vez de ir a ayudar a Tessa?
—No he dicho nada sobre que alguien vaya a quedarse en casa. —Will bajó la voz—. Pero Cyril estará con Tessa; Sophie sólo está entrenada a medias y Bridget…
La cambiante miró a la doncella, que estaba sentada en silencio en un rincón de la biblioteca, pero la chica no parecía haber oído a Will. Mientras tanto, la voz de Bridget les llegaba atenuada desde la cocina, con otra triste balada:
Y John del bolsillo sacó
Un cuchillo largo y punzante
Y el corazón de su hermano atravesó,
Y a raudales manó la sangre.
Dijo John a William: «Coge mi camisa,
Y rásgala de herida a herida,
Envuelve en ella tu corazón sangrante,
Y la sangre dejará de manar».
—Por el Ángel —exclamó Charlotte—, sí que vamos a tener que acabar haciendo algo antes de que nos vuelva locos a todos, ¿no creéis?
Antes de que alguien pudiera responder, ocurrieron dos cosas a la vez: se oyeron unos golpecitos en la ventana, lo que sobresaltó tanto a Tessa que dio un bote hacia atrás, y un ruido resonante y potente se oyó en todo el Instituto, el ruido de la campana de llamada. Charlotte dijo algo a Will, que se perdió entre el ruido de la campana, y éste salió de la biblioteca, mientras que la directora la cruzaba, abría la ventana y agarraba algo que rondaba fuera.
Se alejó de allí, con un trozo de papel que se agitaba en su mano; se parecía un poco a un pájaro blanco, con los bordes aleteando en la brisa. A Charlotte, el cabello le voló por el rostro, lo que hizo que Tessa recordara lo joven que era en realidad.
—De Nate, supongo —dedujo Charlotte—. Su mensaje para Jessamine.
Se lo llevó a Tessa, que rasgó a lo largo el pergamino color crema en su impaciencia por abrirlo.
Tessa alzó la mirada.
—Es de Nate —confirmó—. Accede a encontrarse con Jessamine en el lugar de siempre al atardecer… —Soltó un pequeño grito cuando, como si reconociera que ya había sido leída, la nota entró en combustión, y se consumió hasta convertirse en una fina capa de ceniza negra en el dedo.
—Eso nos da poco tiempo —observó Henry—. Le iré a decir a Cyril que prepare el carruaje. —Miró a su esposa, como si esperara su aprobación, pero ésta sólo asintió sin mirarlo. Con un suspiro, Henry salió de la biblioteca, y casi chocó con Will, que regresaba seguido de alguien cubierto por una capa de viaje. Por un momento, Tessa se preguntó, confusa, si sería un Hermano Silencioso, hasta que el visitante se retiró la capucha y Tessa vio un familiar cabello rizado y rubio, y los ojos verdes.
—¿Gideon Lightwood? —preguntó sorprendida.
—Ahí lo tenéis. —La directora se metió el mapa que tenía en la mano en el bolsillo—. El Instituto no se quedará sin ningún cazador de sombras.
Sophie se puso rápidamente en pie y acto seguido se quedó inmóvil, como si, fuera de la sala de entrenamiento, no supiera muy bien qué hacer o qué decir delante del mayor de los hermanos Lightwood.
Éste recorrió la sala con la mirada. Como siempre, sus ojos verdes estaban tranquilos, serenos. Will, tras él, en comparación parecía arder con gran energía, aunque sólo estaba de pie allí.
—¿Me habéis llamado? —preguntó el recién llegado, y Tessa se dio cuenta de que, naturalmente, al mirarla estaba viendo a Jessamine—. Y aquí estoy, aunque no sé por qué ni para qué.
—Para entrenar a Sophie, evidentemente —repuso Charlotte—. Y también para vigilar el Instituto mientras no estamos. Necesitamos que esté presente un cazador de sombras adulto, y tú cumples ese requisito. Lo cierto es que fue Sophie quien lo sugirió.
—¿Y cuánto tiempo estaréis fuera?
—Dos horas, tres. No toda la noche.
—Muy bien. —Gideon comenzó a desabrocharse la capa. Tenía polvo en las botas y, por el cabello, parecía como si hubiera estado fuera bajo el frío viento, sin sombrero—. Mi padre diría que es una buena práctica para cuando yo dirija este lugar.
Will masculló algo por lo bajo que sonó como «vaya cara». Miró a Charlotte, que le respondió negando con la cabeza.
—Bien podría ser que el Instituto fuera tuyo algún día —le dijo la directora en tono amable—. En cualquier caso, te agradecemos tu ayuda. El Instituto es responsabilidad de todos los cazadores de sombras. Es nuestra residencia, nuestro hogar, Idris, lejos de casa.
Gideon se volvió hacia Sophie.
—¿Está usted lista para entrenar?
Ella asintió. Salieron todos juntos de la biblioteca; Gideon y la sirvienta torcieron a la derecha para ir hacia la sala de entrenamiento, y el resto se dirigió a la escalera. El maullido lastimero de Bridget se oía con más fuerza allí, y Tessa oyó también al mayor de los Lightwood decirle algo a la doncella sobre ello y la suave voz de ésta respondiéndole, antes de que se alejaran lo suficiente para no poder oírlos más.
Resultaba natural caminar al lado de Jem mientras bajaban la escalera y atravesaban la nave de la catedral. Caminaba tan pegada a él que, aunque no se hablaban, notó su calor en el costado, el roce de su mano desnuda contra la de ella mientras salían afuera. El cielo estaba comenzando a tomar el tono broncíneo que precedía al ocaso. Cyril esperaba en la escalera de enfrente, tan parecido a Thomas que casi dolía el corazón al mirarlo. Sostenía una daga larga y estrecha, que le pasó a Will sin decir palabra; Will la cogió y se la colgó del cinturón.
Charlotte le puso la mano a Tessa en la mejilla.
—Nos veremos en el almacén —le indicó—. Estarás completamente a salvo, Tessa. Y gracias por hacer esto por nosotros. —Dejó caer la mano y bajó los escalones. Henry la siguió, y Will fue tras él. Jem vaciló un instante, y Tessa, al recordar una noche como ésa, cuando él había subido corriendo los escalones para decirle adiós, le dio un apretón en la muñeca.
—Mizpah —dijo.
Lo oyó tragar aire. Los cazadores de sombras estaban entrando en el carruaje; él se volvió y la besó rápidamente en la mejilla, se volvió y corrió escalera abajo hacia los demás; nadie parecía haberlo notado, pero Tessa se llevó una mano al rostro mientras el chico se metía, por fin, en el carruaje, y Henry subía hasta el asiento del cochero. Las verjas del Instituto se abrieron, y el vehículo traqueteó hacia la tarde.
—¿Nos vamos ya, señorita? —preguntó Cyril.
A pesar de lo mucho que se parecía a Thomas, era un poco menos tímido en su comportamiento. La miraba directamente a los ojos cuando le hablaba, y las comisuras de la boca siempre parecían estar a punto de curvarse en una sonrisa. Se preguntó si siempre había un hermano más tranquilo y otro más tenso, como Gabriel y Gideon.
—Sí, creo que… —Tessa se detuvo de repente, con un pie a medio bajar un escalón. Era ridículo, y sin embargo… se había quitado el ángel mecánico para vestirse con las ropas de Jessamine. No se lo había vuelto a poner. No podía llevarlo; Nate lo reconocería al instante, pero había pensado metérselo en el bolsillo para que le diera suerte, y se había olvidado. En ese instante vaciló. Era casi una superstición: el ángel le había salvado la vida dos veces.
Se volvió.
—He olvidado algo. Espérame aquí, Cyril. Sólo tardaré un momento.
Ese corredor seguía abierto; Tessa corrió atravesándolo y subiendo la escalera, luego por los pasillos y hasta el pasillo que daba al dormitorio de Jessamine, donde se quedó de piedra.
El pasillo de Jessamine era el mismo que llevaba a los escalones de la sala de entrenamiento. Había visto a Sophie y a Gideon desaparecer por allí hacía unos minutos. Sólo que no habían desaparecido; seguían ahí. La luz era baja, y sólo eran sombras en las tinieblas, pero Tessa pudo verlo con toda claridad: Sophie de espaldas a la pared, y Gideon cogiéndola de la mano.
Dio un paso atrás, con el corazón saltándole dentro del pecho. Ninguno de ellos se percató de su presencia. Parecían concentrados sólo en sí mismos. Gideon se inclinó, murmurando algo a la doncella; con suavidad le apartó un mechón de cabello suelto del rostro. Tessa notó que se le tensaba el estómago y se alejó sigilosamente, haciendo el menor ruido posible.
El cielo se había oscurecido un poco más cuando volvió a los escalones exteriores. Cyril seguía allí, silbando desafinado; paró de golpe cuando vio la expresión de Tessa.
—¿Va todo bien, señorita? ¿Ya tiene lo que quería?
Tessa pensó en Gideon apartándole el cabello del rostro a Sophie. Recordó las manos de Will, delicadas alrededor de la cadera, y la suavidad del beso de Jem en la mejilla, y se sintió como si la cabeza le diera vueltas. ¿Quién era ella para decir a Sophie que tuviera cuidado, incluso en silencio, cuando ella estaba tan perdida?
—Sí —mintió—. Ya tengo lo que quería. Gracias, Cyril.
El almacén era un gran edificio de piedra caliza rodeado de una valla de hierro forjado negro. Las ventanas estaban cubiertas con tablas, y un sólido candado de hierro cerraba la verja de entrada, sobre la que el ennegrecido nombre de Mortmain y Cía. se veía a duras penas bajo capas de hollín.
Los cazadores de sombras dejaron el carruaje junto a la acera, con un glamour para evitar que lo robaran o lo vandalizaran los mundanos que pasaban por allí, al menos hasta que Cyril llegara para esperar en él. Una inspección más detallada del candado reveló a Will que lo habían lubricado y abierto recientemente; una runa suplió la falta de llave. Los otros y él se colaron dentro, y cerraron las verjas.
Otra runa franqueó la puerta y los dejó pasar a un conjunto de despachos. Sólo uno aún estaba amueblado, con un escritorio, una lámpara de pantalla verde y un sofá floreado con respaldo alto y tallado.
—Sin duda donde Jessamine y Nate llevaron a cabo la mayor parte del cortejo —observó Will alegremente.
Jem hizo un ruido de disgusto y presionó el sofá con su bastón. Charlotte estaba en el escritorio y registraba apresuradamente los cajones.
—No me había dado cuenta de que estabas tan en contra del cortejo —comentó Will a Jem.
—No por principio. La idea de Nate Gray tocando a alguien… —Hizo una mueca de asco—. Y Jessamine está totalmente convencida de que la ama. Si la vieras, creo que hasta tú le tendrías lástima, Will.
—No —repuso Will—. El amor no correspondido es ridículo, y hace que la gente se comporte de forma igualmente ridícula. —Se tiró del vendaje del brazo como si le doliera—. ¿Charlotte? ¿El escritorio?
—Nada. —La directora cerró los cajones—. Algunos papeles con listas de precios del té y el horario de las subastas pero, aparte de eso, sólo arañas muertas.
—¡Qué romántico! —murmuró Will. Fue detrás de Jem, que ya había pasado al despacho adyacente, rompiendo telarañas con el bastón. Las siguientes salas estaban vacías, y la última daba a lo que debía de haber sido la zona de almacenaje. Era un espacio cavernoso y sombrío, con el techo que desaparecía en la oscuridad. Unos desvencijados escalones de piedra conducían a una galería en el primer piso. Contra la pared había algunos sacos de arpillera, que entre las sombras parecían cuerpos desplomados. Will alzó su piedra de luz mágica y envió rayos de luz por toda la nave, mientras Henry iba a inspeccionar uno de los sacos. Volvió en un instante, encogiéndose de hombros.
—Trozos de hojas de té —informó—. Ceilán, por el aspecto.
Pero Jem estaba negando con la cabeza mientras miraba alrededor.
—Estoy totalmente dispuesto a aceptar que esto eran las oficinas de un comercio de té en algún momento, pero resulta evidente que lleva años cerrado, posiblemente desde que Mortmain decidió interesarse por los mecanismos. Sin embargo, no hay polvo en el suelo. —Cogió a Will por la muñeca y le hizo pasar el rayo de luz mágica por el suelo de madera—. Aquí ha habido actividad, algo más que sólo Jessamine y Nate encontrándose en el despacho.
—Hay más despachos por ahí —indicó Henry, señalando el fondo de la nave—. Charlotte y yo las registraremos. Will, Jem, investigad en el piso de arriba.
Era algo raro y novedoso que Henry diera órdenes; Will miró a Jem y sonrió irónico, y comenzó a ir hacia la desvencijada escalera de madera. Los escalones crujieron bajo su peso, y también bajo el peso más ligero de Jem. La luz mágica de Will dibujaba definidas formas de luz contra la pared mientras llegaban al último escalón.
Se encontró en una galería, una plataforma donde quizá se habrían almacenado baúles de té, o desde donde un capataz habría vigilado el piso de abajo. Estaba vacía, excepto por un cuerpo en el suelo. El cuerpo de un hombre, delgado y joven, y cuando Will se fue acercando, el corazón le comenzó a latir a toda prisa, porque había visto eso antes, ya había tenido esa visión: el cuerpo caído; el cabello plateado y la ropa oscura; los ojos cerrados y con aspecto amoratado, rodeados de pestañas plateadas.
—¿Will? —lo llamó Jem desde atrás. Éste pasó la mirada del rostro silencioso y anonadado de Will al cuerpo inerte, y se arrodilló junto a él. Cogió la muñeca del hombre justo cuando Charlotte subía por la escalera. Por un instante la miró sorprendido; ella tenía el rostro brillante de sudor y parecía no encontrarse muy bien—. Tiene pulso. ¿Will?
Éste se acercó más y se arrodilló junto a su amigo. A esa distancia era fácil ver que el hombre del suelo no era Jem. Era mayor que él y caucásico; tenía una incipiente barba plateada en la barbilla y las mejillas, y sus rasgos eran más grandes y menos definidos. El corazón de Will se fue calmando mientras el hombre abría los ojos.
Eran discos plateados, como los de Jem. Y en ese momento, Will lo reconoció. Captó el olor agridulce de las ardientes drogas de brujos, notó el calor de las drogas en las venas y supo que había visto a ese hombre antes, y dónde.
—Eres un hombre lobo —dijo Will—. Uno de los que no tienen manada; fuiste a comprar yin fen a los ifrits en Chapel, ¿verdad?
El licántropo paseó la mirada entre ambos y la clavó finalmente en Jem. Entrecerró los párpados, e inesperadamente agarró a éste por la solapa.
—Tú —resolló—. Tú eres de los nuestros. ¿No tendrás un poco encima…, algo de polvo…?
Jem se echó hacia atrás. Will cogió al licántropo por la muñeca y le hizo soltar a Jem. No le resultó difícil; esa mano tenía poca fuerza.
—No lo toques. —Oyó su propia voz como distante, cortada y fría—. No tiene nada de tu asqueroso polvo. No funciona con los nefilim como con vosotros.
—Will. —Había un ruego en la voz de Jem: «Sé más amable».
—Trabajas para Mortmain —afirmó Will—. Dinos qué hacéis para él. Dinos dónde está.
El hombre lobo rió. La sangre le saltó de los labios y le goteó por la barbilla. Manchó ligeramente el traje de Jem.
—Como si… yo fuera a saber… dónde está el Magíster —resolló—. Estúpidos idiotas, los dos. Estúpidos nefilim inútiles. Si tuviera… mi fuerza…, os haría pedazos…
—Pero no la tienes. —Will era implacable—. Y quizá yo sí que tenga un poco de yin fen.
—No es cierto. ¿Crees… que no lo sabría? —Sus ojos vagaron por la estancia—. Cuando me lo dio al principio, vi cosas… cosas que nunca podrías imaginar… la gran ciudad de cristal… las torres del Cielo… —Otra tos espasmódica lo sacudió. Escupió más sangre, con un tono plateado, como el mercurio. Will y Jem intercambiaron una mirada. La Ciudad de Cristal. No pudo evitar pensar en Alicante, aunque nunca había estado allí—. Pensé que iba a vivir para siempre; trabajar toda la noche y todo el día, sin cansarme jamás. Luego comenzamos a morir, uno a uno. La droga te mata, pero él nunca lo dijo. Volví aquí para ver si quizá aún quedaba un poco metida por algún lado. Pero no hay nada. No vale la pena marcharme ya. Me estoy muriendo. Me da igual morir aquí que en cualquier otra parte.
—Él sabía lo que estaba haciendo cuando os dio la droga —afirmó Jem—. Sabía que os mataría. No merece que le guardes el secreto. Dinos qué estaba haciendo, en qué os tenía todo el día y toda la noche trabajando.
—Montando esas cosas, esos hombres de metal. Te ponían los pelos de punta, pero el dinero era bueno, y las drogas mejor aún…
—Y ya ves para qué te va a servir todo eso ahora —repuso Jem con una voz amarga, poco corriente en él—. ¿Con qué frecuencia os lo hacía tomar? ¿El polvo plateado?
—Seis o siete veces al día.
—No me extraña que se estén quedando sin reservas en Chapel —masculló Will—. Mortmain está controlando el suministro.
—No se debe tomar así —explicó Jem—. Cuanto más tomas, antes mueres.
El licántropo miró fijamente al cazador de sombras. Tenía los ojos llenos de venitas rojas.
—¿Y tú? —preguntó—. ¿A ti cuánto tiempo te queda?
Will volvió la cabeza. Charlotte estaba inmóvil detrás de él, en lo alto de la escalera, observándolos.
—Charlotte, si podemos bajarlo, quizá los Hermanos Silenciosos puedan hacer algo para ayudarlo. Si pudieras…
Pero la directora, ante la sorpresa de Will, se había puesto de un tono verdoso claro. Se puso la mano sobre la boca y corrió hacia abajo.
—¡Charlotte! —siseó Will, no se atrevía a gritar—. Oh, mierda. Muy bien, Jem. Tú le coges las piernas, y yo los hombros…
—No vale la pena, Will. Ha muerto.
Éste se volvió para mirar. Ya no respiraba. Los ojos plateados estaban muy abiertos, vidriosos, fijos en el techo; Jem fue a cerrárselos, pero Will lo cogió por la muñeca.
—No.
—No iba a darle la bendición, Will. Sólo a cerrarle los ojos.
—No se lo merece. ¡Estaba trabajando para el Magíster! —El susurro de Will se estaba elevando hacia un grito.
—Es como yo —dijo Jem sencillamente—. Un adicto.
Will lo miró.
—No es como tú. Y tú no morirás así.
Jem abrió la boca, sorprendido.
—Will…
Ambos oyeron abrirse una puerta, y una voz que llamaba a Jessamine. Will soltó a Jem, y ambos se tiraron planos al suelo; se acercaron lentamente al borde de la galería para ver qué pasaba en el suelo de la nave.