13

LA ESPADA MORTAL

Toma mi parte de un corazón veleta,

la mía de un mísero amor;

cógelo o déjalo, como gustes,

yo me lavo las manos.

CHRISTINA ROSETTI, Maude Clare

—¡Oh, por todos los santos del cielo! —exclamó Sophie, saltando de la silla cuando Tessa abrió la puerta del dormitorio de Jessamine—. Señorita Tessa, ¿qué ha ocurrido?

—¡Sophie! ¡Chist! —Ella agitó la mano advirtiéndola mientras cerraba la puerta a su espalda. El dormitorio seguía como lo había dejado. Su camisón y su bata estaban pulcramente doblados sobre una silla, el espejo de plata quebrado estaba en el tocador, y Jessamine… Jessamine seguía profundamente inconsciente, con las muñecas atadas a los postes de la cama. La doncella, sentada en una silla junto al armario, había estado, sin duda, allí desde que Will y Tessa se marcharon; aferraba un cepillo del pelo con una mano (Tessa se preguntó si sería para pegar a Jessamine con él, en el caso de que se despertara) y la miraba con grandes ojos castaños.

—Pero señorita… —Sophie dejó la frase a medias mientras la mirada de Tessa caía sobre su propio reflejo en el espejo. No pudo evitar quedarse parada: el cabello le caía revuelto sobre los hombros, las perlas de Jessamine se habían quedado donde Will las había arrojado, iba descalza y cojeaba, las medias blancas estaba muy sucias, sólo tenía un guante y el vestido la estaba asfixiando—. ¿Tan terrible ha sido?

Tessa pensó de golpe en el balcón y en los brazos de Will rodeándola. «¡Oh, Dios!». Apartó ese pensamiento y miró a Jessamine, que seguía durmiendo ajena a todo.

—Sophie, vamos a tener que despertar a Charlotte. No tenemos elección.

La chica la miró con ojos de cordero. Tessa no la culpó; ella también temía despertar a la directora del Instituto. Tessa incluso le había rogado a Magnus que entrara con ella para ayudarla a explicar las noticias, pero él se había negado, aduciendo que los dramas internos de los cazadores de sombras no tenían nada que ver con él, y que además le estaba esperando una novela.

—Señorita… —protestó Sophie.

—Tenemos que hacerlo. —Tan rápido como pudo, Tessa le resumió lo que había pasado, excepto la parte con Will en el balcón. Nadie tenía por qué saber eso—. Esto va mucho más allá de nosotros. No podemos seguir actuando a espaldas de Charlotte.

La sirvienta no protestó más. Dejó el cepillo en el tocador, se puso en pie y se alisó las faldas.

—Iré a buscar a la señora Branwell, señorita.

Tessa se dejó caer en la silla junto a la cama, con una mueca de dolor cuando el vestido de Jessamine la pellizcó.

—Me gustaría que me llamaras Tessa.

—Lo sé, señorita. —Sophie salió y cerró la puerta a su espalda sin hacer ruido.

Magnus estaba tumbado en el sofá del salón con los pies en alto cuando captó el alboroto. Sonrió sin moverse al oír a Archer protestar y a Will hacer lo mismo. Unos pasos se acercaron a la puerta. Pasó una página del libro de poesía que leía mientras ésta se abría y Will entraba.

El chico apenas estaba reconocible. Su elegante traje estaba roto y lleno de barro; el abrigo, rasgado de arriba abajo, y las botas, con barro pegado. Tenía el alborotado cabello en punta, y múltiples rasguños le marcaban el rostro, como si lo hubieran atacado una docena de gatos a la vez.

—Lo lamento, señor —se disculpó Archer desconsolado—. Me ha apartado.

—Magnus —dijo Will. Tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro. El mago le había visto antes esa sonrisa, pero en esta ocasión demostraba auténtica alegría. Transformaba el rostro de Will—. Dile que me deje pasar.

Magnus agitó una mano.

—Déjalo pasar, Archer.

El siervo humano hizo una mueca, y la puerta se cerró violentamente detrás de Will.

—Magnus. —Will fue hacia la chimenea, medio tambaleándose, y se apoyó en la repisa—. No vas a creerlo…

—Chist —dijo el brujo, con el libro abierto entre las piernas—. Escucha esto:

Estoy cansado de lágrimas y risas,

Y de hombres que ríen y lloran

De lo que pueda venir después

A hombres que siembran para recoger.

Estoy cansado de los días y las horas,

De trémulos capullos entre flores estériles,

De deseos y ensueños de gloria,

Y de todo, excepto de dormir.

—Swinburne —citó Will, aún apoyado en la repisa de la chimenea—. Sentimental y sobrevalorado.

—Tú no sabes lo que es ser inmortal. —El brujo dejó el libro y se incorporó—. ¿Y qué es lo que quieres?

Will se subió la manga. Magnus se tragó un sonido de sorpresa. En el antebrazo, el chico tenía un largo corte, profundo y ensangrentado. La sangre le rodeaba la muñeca y le goteaba por los dedos. Alojado en el corte, como un cristal hallado en la pared de una cueva, había un diente blanco.

—¿Qué…? —comenzó Magnus.

—Diente de demonio —explicó Will, jadeando un poco—. He perseguido a ese cabrón azul por todo Chiswick; se me ha escapado, pero antes me ha mordido. Se ha dejado un diente en mí. Lo puedes usar, ¿verdad? ¿Para invocar al demonio? —Agarró la pieza y se la arrancó. Más sangre manó, le bajó por el brazo y salpicó el suelo.

—La alfombra de Camille —protestó el mago.

—Es sangre —repuso Will—. Debería estar encantada.

—¿Estás bien? —Magnus lo miró fascinado—. Estás sangrando mucho. ¿No tienes una estela por algún lado? Una runa curativa…

—No me importan las runas curativas. Me importa esto. —Will dejó caer el diente ensangrentado en la mano de Magnus—. Encuéntrame al demonio. Sé que puedes hacerlo.

Magnus miró el diente con una mueca de asco.

—Sin duda que puedo, pero…

La luz del rostro de Will parpadeó.

—¿Pero?

—Pero no esta noche —repuso el hechicero—. Puede costarme unos días. Tendrás que ser paciente.

El cazador de sombras respiró de forma entrecortada.

—No puedo ser paciente. No después de esta noche. No lo entiendes… —Se tambaleó y se aguantó agarrándose a la repisa. Alarmado, Magnus se levantó del sofá.

—¿Estás bien?

El color del rostro del muchacho iba y venía. El cuello de la camisa estaba oscuro de sudor.

—No lo sé —jadeó—. El diente. Puede que sea venenoso.

Se quedó sin voz. Se cayó y se le pusieron los ojos en blanco. Con una exclamación de sorpresa, Magnus cogió a Will antes de que se estrellara contra la alfombra; lo cogió en brazos y lo llevó al sofá.

Tessa, sentada en la silla junto a la cama de Jessamine, se masajeó las doloridas costillas y suspiró. El corsé seguía clavándosele, y no tenía ni idea de cuándo tendría la oportunidad de desprenderse de él; le dolían los pies, y también lo más profundo del alma. Ver a Nate había sido como si le clavaran un cuchillo en una herida ya abierta. Él había bailado con Jessamine, había flirteado con ella, y había charlado del destino de Tessa, su hermana, como si no significara nada para él.

Supuso que no debería sorprenderse, que debería estar por encima de cualquier sorpresa en lo referente a Nate. Pero le dolía igualmente.

Y Will, aquellos momentos en el balcón con Will habían sido los más turbadores de su vida. Después de la forma en que éste le había hablado en el tejado, Tessa se había jurado que nunca pensaría en él en un sentido romántico. No era ningún oscuro Heathcliff, el protagonista de Cumbres borrascosas, ocultando una pasión secreta, se había dicho a sí misma, sino sólo un chico que se creía demasiado bueno para ella. Pero la manera en que la había mirado en el balcón, en que le había apartado el cabello del rostro, incluso el leve temblor de las manos cuando la había tocado…, sin duda todo eso no podía ser el producto de una mentira.

Aunque ella lo había tocado de la misma forma. En ese momento lo único que había querido era a Will. Sin embargo, justo la noche anterior había acariciado y besado a Jem, había sentido que lo amaba, le había permitido verla como nadie la había visto antes. Y al pensar en él en esos instantes, al pensar en su silencio de aquella mañana, su ausencia en la cena, lo volvía a echar de menos, con un dolor físico que no podía ser una mentira.

¿Se podía de verdad amar a dos personas a la vez? ¿Se podía dividir el corazón en dos? ¿O era sólo que el episodio con Will en el balcón había sido una locura inducida por las drogas de los brujos? ¿Habría sido igual con cualquiera? Esa idea la rondaba como un fantasma.

—Tessa.

Al oír su nombre casi pegó un bote. La voz era casi un susurro. Pertenecía a Jessamine. Tenía los ojos medio abiertos, y la luz se reflejaba parpadeante en sus profundidades castañas.

Tessa se irguió en el asiento.

—Jessamine. ¿Estás…?

—¿Qué ha pasado? —La chica movió la cabeza de un lado a otro, ansiosa—. No lo recuerdo. —Trató de sentarse y ahogó un grito al notar que tenía las manos atadas—. ¡Tessa! ¿Qué…?

—Es por tu propio bien, Jessamine. —Le tembló la voz—. Charlotte… tiene que hacerte unas preguntas. Sería mucho mejor si estuvieras dispuesta a contestarle…

—La fiesta. —Jessamine movió los ojos de un lado a otro, como si estuviera viendo algo que ella no podía ver—. Sophie, ese pequeño mono, estaba rebuscando entre mis cosas. La encontré con la invitación en las manos…

—Sí, la fiesta —repuso Tessa—. En casa de Benedict Lightwood. Ibas a encontrarte allí con Nate.

—¿Has leído su nota? —Jessamine movió la cabeza hacia el lado de golpe—. ¿No sabes que es grosero e indecoroso leer la correspondencia privada de otra persona? —Trató de sentarse de nuevo, y otra vez cayó sobre las almohadas—. De todos modos, no la firmó. No puedes probar…

—Jessamine, ahora no sacarás nada con mentir. Puedo probarlo, porque he ido a la fiesta y he hablado con mi hermano allí.

La boca de Jessamine se abrió en una O rosa. Por primera vez pareció fijarse en lo que llevaba puesto Tessa.

—Mi vestido —dijo a media voz—. ¿Te has disfrazado de mí?

Tessa asintió.

Los ojos de la muchacha se oscurecieron.

—Eres antinatural —espetó en voz baja—. ¡Una criatura desagradable! ¿Qué le has hecho a Nate? ¿Qué le has dicho?

—Dejó muy claro que has estado espiando para Mortmain —contestó Tessa, y deseó que llegaran Sophie y Charlotte. ¿Por qué estarían tardando tanto?—. Que nos has traicionado, informándole de todas nuestras actividades, obedeciendo las órdenes de Mortmain…

—¡¿Nuestras?! —gritó Jessamine, tratando de incorporarse hasta donde le permitían las cuerdas—. ¡Tú no eres una cazadora de sombras! ¡No les debes ninguna lealtad! A ellos no les importas, como tampoco les importo yo. Sólo a Nate le importo…

—Mi hermano —habló Tessa en una voz apenas controlada— es un asesino mentiroso, incapaz de sentir. Quizá se haya casado contigo, Jessamine, pero no te ama. Los cazadores de sombras me han ayudado y protegido, igual que a ti. Y, aun así, tú te vuelves contra ellos como un perro en cuanto mi hermano chasquea los dedos. Te abandonará, suponiendo que no te mate primero.

—¡Mentirosa! —gritó la otra—. No le comprendes. ¡Nunca lo hiciste! Su alma es buena y pura…

—Tan pura como el agua de una alcantarilla —repuso Tessa—. Y le comprendo mucho mejor que tú; estás cegada por su encanto. A él no le importas en absoluto.

—Mentirosa…

—Lo he visto en sus ojos. Lo he visto en la manera en que te mira.

Jessamine lanzó un grito ahogado.

—¿Cómo puedes ser tan cruel?

Tessa meneó la cabeza.

—No puedes verlo, ¿verdad? —añadió en tono inquisitivo—. Para ti, todo es un juego, como esas muñecas de tu casita: moviéndolas, haciendo que se besen y se casen. Querías un marido mundano, y Nate ya era suficiente. No puedes ver lo que tu traición ha costado a aquellos que siempre te han cuidado.

Jessamine mostró los dientes; en ese momento se parecía tanto a un animal acorralado que Tessa casi se echó atrás.

—Amo a Nate —afirmó—. Y él me ama. Tú eres la que no entiendes el amor. «Oh, no puedo decidirme entre Will o Jem. ¿Qué debo hacer?» —la imitó en un tono melindroso, y Tessa se sonrojó furiosamente—. ¿Y qué si Mortmain quiere destruir a los cazadores de sombras de Gran Bretaña? Por mí, ya pueden arder.

Tessa se la quedó mirando boquiabierta, y justo en ese momento se abrió la puerta a su espalda y entró Charlotte. Parecía demacrada por el agotamiento, llevaba un vestido gris que hacía juego con sus ojeras, pero caminaba erguida y con los ojos claros. Detrás de ella iba Sophie, correteando como asustada, y un segundo después Tessa vio por qué: cerrando el grupo había una aparición en hábito de color pergamino y el rostro escondido bajo la sombra de la capucha, con una espada terriblemente brillante en la mano. Era el hermano Enoch, de los Hermanos Silenciosos, con la Espada Mortal.

—¿Podemos arder? ¿Es eso lo que has dicho, Jessamine? —preguntó Charlotte en una voz dura y penetrante tan diferente a la suya que Tessa se la quedó mirando.

La aludida lanzó un grito ahogado. Clavó los ojos en la espada que sujetaba el hermano Enoch. Su gran empuñadura estaba tallada en la forma de un ángel con las alas extendidas.

El encapuchado alzó la Espada hacia Jessamine, quien se echó hacia atrás, y las cuerdas que le sujetaban las muñecas a los postes de la cama se soltaron. Las manos le cayeron muertas sobre el regazo. Ella se las miró, y luego a la directora.

—Charlotte, Tessa es una mentirosa. Es una subterránea mentirosa…

La mujer se detuvo junto a la cama y miró a la chica sin alterarse.

—Ésa no es la impresión que yo tengo de ella por lo que he visto. ¿Y qué hay de Sophie? Siempre ha sido una criada totalmente honesta.

—¡Me ha golpeado! ¡Con un espejo! —Jessamine tenía el rostro rojo de furia.

—Porque encontró esto. —Charlotte sacó la invitación, que Tessa le había devuelto a Sophie, del bolsillo—. ¿Puedes explicar esto, Jessamine?

—Ir a una fiesta no va contra la Ley. —Sonaba tan malhumorada como asustada—. Benedict Lightwood es un cazador de sombras…

—Ésta es la letra de Nathaniel Gray. —La voz de Charlotte no parecía perder su imparcialidad, pensó Tessa. Había algo en ella que la hacía resultar aún más inexorable—. Es un espía buscado por la Clave, y tú has estado reuniéndote con él en secreto. ¿Por qué razón?

Jessamine abrió un poco la boca. Tessa esperó excusas como: «Todo es mentira», «Sophie se ha inventado la invitación», «sólo me veía con Nate para ganarme su confianza», pero en cambio aparecieron lágrimas.

—Lo amo —confesó—. Y él me ama.

—Así que nos traicionaste —repuso Charlotte.

—¡No lo hice! —alzó la voz—. ¡Diga lo que diga Tessa, no es verdad! Está mintiendo. Siempre ha tenido celos de mí, y ¡está mintiendo!

Charlotte miró un momento a Tessa.

—¿Miente? ¿Y Sophie?

—Sophie me odia —sollozó Jessamine. Al menos, eso era cierto—. Deberías echarla a la calle, y sin referencias…

—Deja de complicar las cosas, Jessamine. No consigues nada. —La voz de Charlotte cortó los sollozos de la muchacha como una navaja. Se volvió a Enoch—. Será fácil conseguir la auténtica historia. La Espada Mortal, por favor, hermano Enoch.

El Hermano Silencioso se acercó, apuntando a Jessamine con el arma. Tessa miró horrorizada. ¿Iba a torturar a Jessamine en su propia cama, delante de todos?

—¡No! ¡No! —gritó ésta—. ¡Apártalo de mí! ¡Charlotte! —Su voz se alzó hasta convertirse en un alarido que parecía hacerse más y más agudo, hasta romper los tímpanos a Tessa.

—Extiende las manos, Jessamine —ordenó Charlotte con frialdad.

La chica negó con la cabeza salvajemente, con el cabello agitándose de un lado al otro.

—Charlotte, no —intervino Tessa—. No le hagas daño.

—No interfieras con lo que no entiendes, Tessa —contestó la directora con una voz cortante—. Extiende las manos, Jessamine, o te irá muy mal.

Con lágrimas rodando por las mejillas, Jessamine extendió las manos, con las palmas arriba. Tessa se tensó. De repente se sintió asqueada y apenada de haber tenido algo que ver con ese plan. Si Nate había engañado a Jessamine, a ella también. Jessie no se merecía eso…

—No pasa nada —la tranquilizó una voz baja a su espalda. Era Sophie—. No le hará daño. La Espada Mortal hace que los nefilim digan la verdad.

El hermano Enoch puso la hoja de la Espada plana sobre las palmas de Jessamine. Lo hizo sin fuerza ni suavidad, como si casi no fuera consciente de ella como persona. Soltó el arma y se apartó; incluso Jessamine miró sorprendida; la hoja pareció equilibrarse a la perfección sobre sus manos, totalmente inmóvil.

—No es un instrumento de tortura, Jessamine —explicó Charlotte, con las manos cruzadas—. Debemos usarla sólo porque de otra manera no podríamos confiar en que nos dijeras la verdad. —Alzó la invitación—. Esto es tuyo, ¿no?

La muchacha no respondió. Estaba mirando al hermano Enoch con ojos muy abiertos y cargados de terror, y el pecho se le movía acelerado.

—No puedo pensar, no con ese monstruo en el cuarto… —Le temblaba la voz.

Charlotte apretó los labios, pero se volvió hacia el hermano Enoch y le dijo algo. Él asintió, luego flotó silenciosamente fuera de la habitación.

—Ya está —dijo la mujer cuando se cerró la puerta—. Estará esperando en el pasillo. No creas que no te atrapará si intentas escapar, Jessamine.

Ésta asintió. Pareció desmoronarse, rota como una muñeca de porcelana.

La directora agitó la invitación.

—Esto es tuyo, ¿no? Y te lo envió Nathaniel Gray. Ésta es su letra.

—S… sí. —La afirmación pareció salir de Jessamine contra su voluntad.

—¿Cuánto hace que lo has estado viendo en secreto?

Jessamine apretó la boca, pero le temblaban los labios. Al cabo de un momento, un torrente de palabras brotó de su boca. Movió los ojos sorprendida, como si no pudiera creer que estuviera hablando.

—Me envió un mensaje sólo unos días después de que Mortmain invadiera el Instituto. Se disculpaba por su comportamiento conmigo. Decía que me agradecía que lo hubiera cuidado y que no había podido olvidar mi amabilidad ni mi belleza. Tra… traté de no prestarle atención. Pero llegó una segunda carta, y una tercera… Acepté reunirme con él. Dejé el Instituto en plena noche y nos encontramos en Hyde Park. Me besó…

—Basta de eso —la atajó Charlotte—. ¿Cuánto tiempo tardó en convencerte de que nos espiaras?

—Dijo que sólo trabajaría para Mortmain hasta que pudiera reunir una fortuna suficiente para vivir cómodamente. Le dije que podíamos vivir juntos con mi dinero, pero no quiso aceptarlo. Tenía que ser el suyo. Dijo que no viviría de su mujer. ¿No es eso noble?

—¿Y para entonces ya te había pedido matrimonio?

—Me lo pidió la segunda vez que nos vimos —explicó falta de aliento—. Dijo que sabía que nunca habría otra mujer para él. Y me prometió que en cuanto tuviera suficiente dinero, yo tendría la vida que siempre he querido, que nunca tendríamos que preocuparnos por el dinero, y que tendríamos hi… hijos. —Sorbió las lágrimas.

—Oh, Jessamine. —Charlotte casi parecía triste.

La chica se sonrojó.

—¡Era cierto! ¡Me amaba! Lo ha probado. ¡Estamos casados! Lo hicimos de la manera correcta en una iglesia con un cura…

—Seguramente en una iglesia desacralizada con algún criado vestido de cura —aventuró Charlotte—. ¿Qué sabes tú de las bodas mundanas, Jessie? ¿Cómo ibas a saber si era una boda real? Te doy mi palabra de que Nathaniel Gray no te considera su esposa.

—¡Sí que lo hace, sí, sí, sí! —gritó Jessamine, y trató de apartarse de la Espada. Se le quedó en las manos como si se la hubieran clavado. Sus alaridos subieron una octava—. Soy Jessamine Gray.

—Eres una traidora a la Clave. ¿Qué más le has contado a Nathaniel?

—Todo —soltó Jessamine—. Dónde estabais buscando a Mortmain, qué subterráneos habías contratado para tratar de dar con él. Por eso no estaba nunca donde lo buscabais. Le avisé del viaje a York. Por eso envió los autómatas a la casa de la familia de Will. Mortmain quería aterrorizaros para que dejarais de buscarlo. Os considera una pestilente molestia. Pero no os tiene miedo. Os vencerá. Él lo sabe. Y yo también.

Charlotte se inclinó hacia ella, con los brazos en jarras.

—Pero no consiguió asustarnos para que dejáramos de buscarlo —replicó—. Y los autómatas que envió para tratar de capturar a Tessa fracasaron…

—No los envió para capturar a Tessa. Oh, aún tiene planeado hacerse con ella, pero no de esa manera, todavía no. Su plan está a punto de realizarse, y entonces es cuando dará los pasos para hacerse con el Instituto, para capturar a Tessa…

—¿Cuán a punto está? ¿Ha conseguido abrir la Pyxis? —inquirió Charlotte.

—No… no lo sé. Creo que no.

—Así que tú le has contado todo a Nathaniel y él no te ha contado nada. ¿Y qué hay de Benedict? ¿Por qué ha accedido a trabajar mano con mano con Mortmain? Siempre he sabido que era un hombre desagradable, pero no parece muy propio de él traicionar a la Clave.

Jessamine negó con la cabeza. Estaba sudando y se le pegaba el cabello a las sienes.

—Mortmain tiene algo que él quiere. No sé lo que es. Pero Benedict hará cualquier cosa para conseguirlo.

—Incluido entregarme a Mortmain —intervino Tessa. Charlotte pareció sorprenderse al oírla y parecía ir a interrumpirla, pero Tessa siguió adelante—. ¿Qué es eso de hacer que me acusen falsamente de estar en posesión de objetos de magia negra? ¿Cómo va a conseguirlo?

—El Libro de lo Blanco —respondió Jessamine—. Lo… cogí del estante cerrado de la biblioteca y lo escondí en tu habitación cuando no estabas.

—¿En qué sitio?

—Una tabla del suelo suelta… cerca de la chimenea. —Las pupilas de Jessamine eran enormes—. Charlotte… por favor…

Pero ésta no cedía.

—¿Dónde está Mortmain? ¿Ha hablado con Nate de sus planes para la Pyxis, para sus autómatas?

—Yo… —Jessamine tragó aire, temblorosa. Tenía el rostro rojo oscuro—. No puedo…

—Nate no se lo diría —intervino Tessa—. Sabía que podríamos descubrirla. Y pensaría que Jessamine cedería ante la tortura y lo contaría todo. Él lo haría.

La aludida le lanzó una mirada venenosa.

—Te odia, ¿sabes? —masculló—. Dice que durante toda su vida lo has menospreciado, tú y tu tía con vuestra estúpida moralidad provinciana, juzgándolo por lo que hacía. Diciéndole siempre lo que debía hacer, sin querer que avanzara en la vida. ¿Sabes cómo te llama?

—No me importa —mintió Tessa; la voz le temblaba un poco. A pesar de todo, oír que su hermano la odiaba le dolía más de lo que había pensado—. ¿Te ha dicho lo que soy? ¿Por qué tengo el poder que tengo?

—Dijo que tu padre era un demonio. —Jessamine trató de esbozar una sonrisa—. Y que tu madre era una cazadora de sombras.

La puerta se abrió con sigilo, con tanto que si Magnus no hubiera estado ya dormitando con un ojo medio abierto, el ruido no lo hubiera despertado.

Alzó la vista. Estaba sentado en un sillón junto al fuego, ya que su sitio favorito en el sofá estaba ocupado por Will. Éste, en mangas de ensangrentada camisa, dormía con el pesado sueño de las drogas y la curación. Tenía el antebrazo vendado hasta el codo, las mejillas sonrojadas, la cabeza apoyada en el brazo sano. El diente que Will se había arrancado se hallaba sobre la mesita junto a él, brillando como el marfil.

La puerta del salón se abrió a su espalda. Al volverse vio que, bajo su umbral, se encontraba Camille.

Llevaba una capa de viaje de terciopelo negro sobre un vestido verde brillante que le hacía juego con los ojos. Tenía el cabello recogido en lo alto de la cabeza con pasadores de esmeralda. Y mientras Magnus la observaba, se quitó los guantes blancos de cabritilla, deliberadamente despacio, dedo a dedo, y los dejó en la mesa junto a la puerta.

—Magnus —dijo, y su voz, como siempre, sonó como campanillas de cristal—. ¿Me has añorado?

El brujo se incorporó en el asiento. La luz del fuego jugaba sobre el brillante cabello de la vampira, su lisa piel blanca. Era de una belleza extraordinaria.

—No era consciente de que ibas a concederme el honor de tu presencia esta noche.

Camille miró a Will, dormido en el sofá. Curvó los labios en una sonrisa.

—Evidentemente.

—No me has enviado ningún mensaje. Lo cierto es que no me has informado de nada desde que te marchaste de Londres.

—¿Me estás haciendo un reproche, Magnus? —Camille parecía divertida. Flotó hasta detrás del sofá, se inclinó sobre el respaldo y miró el rostro del cazador de sombras—. Will Herondale —dijo—. Es encantador, ¿verdad? ¿Tu nuevo entretenimiento?

En vez de responder, Magnus cruzó sus largas piernas ante sí.

—¿Dónde has estado?

Camille se inclinó aún más; si hubiera tenido aliento, éste habría agitado el cabello que le caía sobre la frente a Will.

—¿Puedo besarlo?

—No —contestó el mago—. ¿Dónde has estado, Camille? Todas las noches me he tumbado en tu sofá y he esperado a oír tus pasos en el pasillo, y me he preguntado dónde estarías. Al menos, podrías decírmelo.

Camille se incorporó y puso los ojos en blanco.

—Oh, muy bien. Estaba en París, probándome unos vestidos. Unas vacaciones muy necesarias para alejarme de los dramas de Londres.

Se hizo un largo silencio.

—Estás mintiendo —la acusó Magnus, finalmente.

Ella abrió los ojos, sorprendida.

—¿Y por qué dices eso?

—Porque es la verdad. —Sacó del bolsillo una arrugada carta y la tiró al suelo entre ambos—. No se puede localizar a un vampiro, pero se puede localizar a un siervo de vampiro. Te llevaste a Walker. No me resultó muy difícil localizarlo en San Petersburgo. Tengo informadores allí. Me hicieron saber que vivías allí con un amante humano.

Camille lo observó, con un sonrisita en los labios.

—¿Y eso te puso celoso?

—¿Querías que lo estuviera?

Ça m’est égal —repuso Camille, pasando al francés, como lo hacía cuando quería fastidiarlo de verdad—. Me da lo mismo. Él no tenía nada que ver contigo. Sólo era una diversión mientras estaba en Rusia, nada más.

—Y ahora está…

—Muerto. Así que no puede competir contigo. Debes dejarme que tenga mis pequeñas diversiones, Magnus.

—¿O si no?

—O si no me enfadaré mucho.

—¿Tanto como te enfadaste con tu amante humano, que acabó asesinado por ti? —inquirió Magnus—. ¿Qué hay de la pena? ¿La compasión? ¿El amor? ¿O acaso no sientes esa emoción?

—Yo amo —replicó Camille, indignada—. Tú y yo, Magnus, que duramos para siempre, amamos de una manera tal que es inconcebible para los mortales; una oscura llama constante comparada con su lucecita efímera y parpadeante. ¿Qué te importan? La fidelidad es un concepto humano, que se basa en la idea de que estamos aquí durante poco tiempo. No puedes exigir mi fidelidad para toda la eternidad.

—Estúpido de mí. Pensaba que sí. Pensaba que al menos podía esperar que no me mintieras.

—Estás siendo ridículo —repuso ella—. Como un niño. Esperas que tenga la moral de cualquier mundano cuando no soy humana, y tú tampoco. Además, no hay nada que puedas hacer al respecto. No acataré órdenes, y sobre todo no de un híbrido como tú. —Ése era el término insultante que los subterráneos aplicaban a los brujos—. Tú estás entregado a mí; lo has dicho tú mismo. Tu devoción tendrá que soportar mis diversiones, y luego nos llevaremos la mar de bien. Si no, te dejaré. Me imagino que no querrás eso.

Había un ligero tono de desprecio en su voz que hizo que algo se rompiera en el interior del mago. Recordó la desagradable sensación en la garganta cuando había llegado la carta de San Petersburgo. Y sin embargo, había esperado el regreso de Camille, confiando en que tuviera una explicación. Que se disculpara. Que le pidiera que la amara de nuevo. Pero en ese momento, al darse cuenta de que él no valía todo eso para ella, y nunca lo había valido, los ojos se le cubrieron de un velo rojo; pareció enloquecer durante unos segundos, porque ésa era la única explicación para lo que hizo a continuación.

—No me importa. —Se puso en pie—. Ahora tengo a Will.

Ella se quedó boquiabierta.

—No puedes decirlo en serio. ¿Un cazador de sombras?

—Serás inmortal, Camille, pero tus sentimientos son pasajeros y superficiales. Los de Will no. Él entiende lo que es el amor. —Magnus, después de haber soltado ese discurso con gran dignidad, cruzó la sala y movió a Will por el hombro—. Will. William. Despierta.

El chico abrió unos nublados ojos azules. Estaba tumbado de espaldas, mirando hacia arriba, y lo primero que vio fue el rostro de Camille inclinado sobre él desde el respaldo del sofá, observándolo. Se incorporó de golpe.

—Por el Ángel…

—Oh, calla —repuso Camille en tono perezoso, sonriendo lo justo para mostrar la punta de unos pequeños colmillos—. No voy a hacerte daño, nefilim.

Magnus ordenó que Will se pusiera en pie.

—La señora de la casa —anunció— ha regresado.

—Ya lo veo. —Estaba ruborizado, y tenía el cuello de la camisa marcado de sudor—. Encantado —dijo a nadie en particular, y Magnus no estaba seguro si quería decir que estaba encantado de ver a Camille, encantado con los efectos del hechizo contra el dolor que él le había realizado, lo cual era una posibilidad, o simplemente hablando de nada.

—Y por tanto —continuó el brujo, mientras le apretaba el brazo al chico en un gesto significativo—, tenemos que irnos.

El muchacho parpadeó sorprendido.

—Irnos ¿adónde?

—No te preocupes de eso ahora, mi amor.

Will parpadeó de nuevo.

—¿Perdón? —Miró alrededor, como si se esperara a medias que hubiera gente observándolos—. Eh…, ¿dónde está mi abrigo?

—Inservible de sangre —contestó Magnus—. Archer lo ha tirado. —Hizo un gesto de asentimiento hacia Camille—. Will se ha pasado toda la noche cazando demonios. Es tan valiente…

La expresión de la vampira era una mezcla de asombro y enfado.

—Soy valiente —replicó Will. Parecía satisfecho de sí mismo. El bebedizo contra el dolor le había agrandado las pupilas, y los ojos se le veían muy negros.

—Sí que lo eres —recalcó Magnus, y lo besó. No fue el beso más espectacular, pero Will agitó su brazo libre como si se le hubiera posado encima una abeja; el hechicero esperó que Camille supusiera que eso era pasión. Cuando se separaron, Will parecía perplejo. E igual le sucedía a ella.

—Bueno —dijo Magnus, esperando que Will recordara que estaba en deuda con él—. Tenemos que marcharnos.

—Yo… pero… —Will se fue hacia un lado—. ¡El diente! —Corrió al otro extremo de la sala, lo recuperó y se lo metió a Magnus en el bolsillo del chaleco. Luego, después de hacerle un guiño a Camille, que, pensó el brujo, sólo Dios sabría cómo ella interpretaría, salió airosamente de la sala.

—Camille… —comenzó Magnus.

Ella tenía los brazos cruzados sobre el pecho y le lanzaba una mirada emponzoñada.

—Liándote con cazadores de sombras a mis espaldas —dijo con una voz glacial—. ¡Y en mi propia casa! La verdad, Magnus. —Señaló la puerta—. Por favor, sal de mi residencia y no regreses. Confío en no tenértelo que decir dos veces.

Él estuvo encantado de satisfacer su voluntad. Un momento después, se reunía con Will en la acera frente a la casa mientras se ponía el abrigo, su única pertenencia en el mundo excepto por lo que tenía en los bolsillos, y abrochándose los botones para evitar el aire frío. No quedaba mucho, pensó, para que las primeras luces grises del día iluminaran el cielo.

—¿Me has besado? —inquirió Will.

Magnus tomó una decisión instantánea.

—No.

—Pensaba…

—A veces, los efectos residuales de los hechizos contra el dolor pueden producir alucinaciones muy extravagantes.

—Oh —repuso el cazador de sombras—. Qué curioso. —Miró la casa de Camille. Magnus veía la ventana del salón, con las cortinas de terciopelo verde cerradas—. ¿Adónde vamos ahora? ¿Y sobre lo de invocar al demonio? ¿Tenemos algún lugar adonde poder ir?

—Yo tengo adónde ir —contestó Magnus, agradeciendo en silencio la fijación obsesiva de Will por invocar al demonio—. Tengo un amigo en cuya casa puedo quedarme. Tú regresa al Instituto. Me pondré a trabajar con tu maldito diente de demonio en cuanto pueda. Te enviaré un mensaje tan pronto como sepa algo.

Will asintió lentamente, luego miró hacia el negro cielo.

—Las estrellas —comentó—. Nunca las había visto tan brillantes. Creo que el viento ha barrido la niebla.

Magnus pensó en la alegría en el rostro de Will mientras había estado sangrando en el salón de Camille, apretando el diente del demonio en la mano.

«De alguna manera, no creo que sean las estrellas las que han cambiado».

—¿Una cazadora de sombras? —exclamó Tessa—. Eso no es posible. —Se volvió en redondo y miró a Charlotte, en cuyo rostro vio reflejada su propia sorpresa—. No es posible, ¿verdad? Will me dijo que los hijos de cazadores de sombras y de demonios mueren antes de nacer.

La directora estaba negando con la cabeza.

—No. No es posible.

—Pero Jessamine tiene que decir la verdad… —objetó Tessa con voz vacilante.

—Tiene que decir la verdad según la cree ella —repuso Charlotte—. Si tu hermano le mintió, pero ella le creyó, dirá eso como si fuera la verdad.

—Nate nunca me mentiría —escupió Jessamine.

—Si la madre de Tessa era una cazadora de sombras —expuso la mujer con frialdad—, entonces Nate también es un cazador de sombras. La sangre de cazador de sombras da cazadores de sombras. ¿Alguna vez te mencionó eso? ¿Que fuera un cazador de sombras?

La chica parecía asqueada.

—¡Nate no es un cazador de sombras! —bramó—. ¡Yo lo habría sabido! Nunca me habría casado… —Dejó la frase colgando y se mordisqueó el labio.

—Bueno, es una cosa u otra, Jessamine —remarcó Charlotte—. O bien te has casado con un cazador de sombras, lo que sería una suprema ironía, o, lo más seguro, te has casado con un mentiroso que te usará y te tirará. Debe de haber sabido que finalmente te descubriríamos. ¿Y qué pensaba que te pasaría a ti entonces?

—Nada. —Jessamine parecía alterada—. Dijo que erais débiles. Que no me castigaríais. Que no tendrías el valor de hacerme un verdadero daño.

—Se equivocaba —repuso la directora—. Has traicionado a la Clave. Y Benedict Lightwood también. Cuando el Cónsul se entere de esto…

Jessamine se echó a reír con un sonido débil y roto.

—Díselo. Eso es exactamente lo que quiere Mortmain —farfulló—. N… no te molestes en preguntarme por qué. No lo sé. Pero sé que lo quiere. Así que suelta todo lo que te venga en gana, Charlotte. Sólo conseguirás que te tenga en su poder.

Ésta se aferró a la madera de los pies de la cama, con tal fuerza que las manos se le quedaron blancas.

—¿Dónde está Mortmain?

Jessamine se estremeció y negó con la cabeza, con el cabello flotándole de un lado a otro.

—No…

—¿Dónde está Mortmain?

—Es… está —jadeó—. Está… —Jessamine tenía el rostro casi púrpura, y los ojos se le salían de las órbitas. Estaba agarrando la Espada con tanta fuerza que la sangre se le escurría entre los dedos. Tessa miró a Charlotte horrorizada—. Idris —soltó Jessamine finalmente, y se desplomó sobre la almohada.

La mujer se quedó de piedra.

—¿Idris? —repitió—. ¿Mortmain está en Idris, nuestro hogar?

Jessamine parpadeó.

—No. No está allí.

—¡Jessamine! —Charlotte parecía a punto de saltar sobre la muchacha y sacudirla hasta que le castañetearan los dientes—. ¿Cómo puede estar en Idris y no estar? Sálvate, niña estúpida. ¡Dinos dónde está!

—¡Para! —gritó Jessamine—. Para, me duele…

Charlotte la miró con gran dureza. Luego se fue a la puerta de la habitación; cuando regresó, el hermano Enoch estaba con ella. Cruzó los brazos sobre el pecho y señaló a Jessamine con un movimiento de la barbilla.

—Algo no va bien, hermano. Le he preguntado dónde estaba Mortmain; ha dicho que en Idris. Cuándo se lo he vuelto a preguntar, lo ha negado. —Su voz se endureció—. ¡Jessamine! ¿Ha roto Mortmain los hechizos de protección de Idris?

Ésta soltó un sonido ahogado; el aire silbaba al entrarle y salirle del pecho.

—No, no lo ha hecho… Lo juro… Charlotte, por favor.

Charlotte. El hermano Enoch habló con firmeza, y sus palabras resonaron en la mente de Tessa. Basta. Hay algún tipo de bloqueo en la mente de la chica, algo que Mortmain ha puesto ahí. Nos provoca con la idea de Idris, pero ella confiesa que él no está allí. Esos bloqueos son muy fuertes. Si continúas interrogándola así, el corazón podría fallarle.

Charlotte se apartó, derrotada.

—Entonces, ¿qué…?

Déjame llevarla a la Ciudad Silenciosa. Tenemos nuestras formas de desvelar secretos encerrados en la mente, secretos que incluso la propia chica puede no ser consciente de saber.

El hermano Enoch le sacó la Espada a Jessamine de las manos. Ésta casi ni pareció notarlo. Su mirada estaba fija en Charlotte, con los ojos muy abiertos y cargados de pánico.

—¿La Ciudad de Hueso? —susurró—. ¿Donde yacen los muertos? ¡No! ¡No iré allí! ¡No soporto ese lugar!

—Entonces, dinos dónde está Mortmain —replicó la directora, con una voz glacial.

Jessamine sólo comenzó a sollozar. Charlotte no le hizo caso. El hermano Enoch la obligó a levantarse; se resistió, pero el Hermano Silencioso la sujetaba férreamente con una mano, mientras que la otra se cerraba sobre la empuñadura de la Espada Mortal.

—¡Charlotte! —Jessamine gritó lastimera—. Charlotte, por favor, ¡a la Ciudad Silenciosa no! Enciérrame en la cripta, entrégame al Consejo, pero, por favor, no me envíes sola a ese… ¡a ese cementerio! ¡Me moriré de miedo!

—Deberías haber pensado en eso antes de traicionarnos —replicó la mujer—. Hermano Enoch, llévatela, por favor.

La chica seguía chillando cuando el Hermano Silencioso la alzó y se la puso al hombro. Mientras Tessa los miraba boquiabierta, él salió de la sala, llevándosela. Los gritos y los sollozos de Jessamine resonaron por el pasillo hasta mucho después de que la puerta se cerrara tras ellos… y luego pararon de golpe.

—Jessamine… —comenzó Tessa.

—No le ha pasado nada. Seguramente le debe de haber puesto una runa de silencio. Eso es todo. No hay nada de lo que preocuparse —dijo la directora del Instituto, y se sentó en el borde de la cama. Se miró las manos, pensativa, como si no le pertenecieran—. Henry…

—¿Debo despertarlo, señora Branwell? —preguntó Sophie con suavidad.

—Está en la cripta, trabajando… No quería molestarlo. —La voz de Charlotte sonaba distante—. Jessamine ha estado con nosotros desde que era una niña. Hubiera sido demasiado para él, demasiado. Henry no es capaz de ninguna crueldad.

—Charlotte. —Tessa le tocó el hombro con suavidad—. Charlotte, tú tampoco eres cruel.

—Hago lo que debo hacer. No hay nada de lo que preocuparse —insistió ésta, y rompió a llorar.