12

MASCARADA

Ahora he jurado enterrar

todo este cuerpo muerto de odio,

me siento tan libre, tan limpio,

al sacarme este peso muerto,

que me exaltaré, me temo,

de fantástica alegría.

Pero esta noche llega su hermano, como una peste

en mi nueva esperanza, a la Mansión.

LORD ALFRED TENNYSON, Maud

Cyril había detenido el carruaje ante las verjas de la propiedad, bajo la sombra de un roble cargado de hojas. La casa de campo de los Lightwood, justo a las afueras de Londres, era enorme, de estilo Palladio, con altos pilares y múltiples escaleras. El brillo de la luna brindaba un tono perlado al conjunto, como en el interior de una ostra. La piedra de la casa parecía resplandecer de color plata, mientras que la verja que rodeaba la propiedad tenía el tono del aceite negro. Ninguna de las luces de la casa parecía hallarse encendida; el lugar estaba oscuro como boca de lobo y silencioso como una tumba. Los amplios terrenos que la rodeaban por todas partes y bajaban por el borde de un meandro hasta el río Támesis estaban asimismo a oscuras y desiertos. Tessa comenzó a pensar si habría cometido un error al ir allí.

Mientras Will salía del carruaje y la ayudaba a bajar, volvió la cabeza y el gesto de la boca se le endureció.

—¿Lo hueles? Magia demoníaca. Su hedor está en el aire.

Tessa hizo una mueca. No podía oler nada fuera de lo normal; de hecho, tan lejos del centro de la ciudad, el aire parecía más limpio que cerca del Instituto. Olía hojas mojadas y tierra. Miró a Will, que tenía el rostro alzado hacia la luna, y se preguntó qué armas ocultaría bajo su ajustada levita. Tenía las manos enfundadas en guantes blancos, y la pechera de la camisa inmaculada. Con la máscara, podría haber sido la ilustración de un apuesto bandolero en algún folletín de a penique.

Tessa se mordió el labio.

—¿Estás seguro? La casa parece muy silenciosa. Como si no hubiera nadie. ¿Nos habremos equivocado?

Él negó con la cabeza.

—Aquí hay una magia muy poderosa en operación. Algo más potente que un glamour. Un auténtico hechizo. Alguien tiene mucho interés en que no sepamos qué está ocurriendo aquí esta noche. —Miró la invitación que tenía en la mano, se encogió de hombros y fue a la verja. Allí había una campanilla, y Will la hizo sonar, con un repiqueteo que sacudió los nervios ya tensos de la muchacha. Ésta lo miró. Él le sonrió travieso—. Caelum denique, ángel —añadió, y se perdió entre las sombras justo cuando la verja se abría.

Alguien encapuchado se hallaba ante ella. Lo primero que se le ocurrió pensar a Tessa fue que sería un Hermano Silencioso, pero el hábito de éstos era del color del pergamino, y la persona que tenía delante vestía una túnica del color del humo negro. La capucha le ocultaba el rostro por completo. Sin hablar, Tessa le tendió la invitación.

La mano que la cogió iba enguantada. Por un momento, el rostro oculto miró la invitación. Tessa no podía evitar juguetear con los dedos. En circunstancias normales, que una joven dama asistiera sola a un baile sería una falta de decoro tal que resultaría escandaloso. Pero ésas no eran unas circunstancias normales. Finalmente, una voz se alzó desde debajo de la capucha.

—Sea bienvenida, señorita Lovelace.

Era una voz granulosa, una voz como de piel arañada sobre una superficie áspera y cortante. Tessa notó un desagradable cosquilleo en la columna, y se alegró de no poder ver bajo la capucha. El individuo le devolvió la invitación y se apartó mientras le hacía un gesto para que entrara; ella lo siguió, y se obligó a no mirar alrededor para ver si Will también los seguía.

La guió hasta el lateral de la casa, por un estrecho sendero del jardín. Los jardines cubrían un extenso terreno alrededor del edificio, que se veía de un verde plateado bajo la luz de la luna. Había un estanque circular, con un banco de mármol blanco al lado, y setos bajos, recortados con cuidado para demarcar limpios senderos. El que ella recorría acababa en una entrada alta y estrecha en el costado de la casa. En la puerta había tallado un extraño símbolo. Parecía moverse y cambiar cuando Tessa lo miró, haciendo que le dolieran los ojos. Apartó la mirada, pero su encapuchado acompañante abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrara.

Tessa penetró en la casa, y la puerta se cerró de golpe tras ella. Se volvió justo cuando se cerraba y pudo vislumbrar por un instante el rostro bajo la capucha. Le pareció haber visto algo muy parecido a un grupo de ojos rojos en el centro de un óvalo oscuro, como los de una araña. Contuvo el aliento mientras la puerta se cerraba con un clic y todo se tornaba oscuro.

Mientras trataba de coger, a ciegas, el pomo de la puerta, se hizo la luz a su alrededor. Estaba al pie de una larga y estrecha escalera. Unas antorchas ardían con una llama verdosa, que seguro que no era luz mágica, colgadas en las paredes.

En lo alto había una puerta. Ésta tenía pintado otro símbolo. Tessa notó que la boca se le secaba. Era el uróboro, la doble serpiente. El símbolo del Club Pandemónium.

Por un momento se quedó helada de terror. El símbolo hizo que los recuerdos volvieran: la Casa Oscura; las Hermanas torturándola, tratando de obligarla a Cambiar; la traición de Nate. Se preguntó qué sería lo que Will había dicho en latín antes de desaparecer. «Valor», sin duda, o alguna variante de eso. Pensó en Jane Eyre, enfrentándose valientemente a un furioso señor Rochester; en Catherine Earnshaw, que cuando la atacó un perro salvaje, «no gritó, ¡no!, se hubiera avergonzado de hacerlo». Y finalmente pensó en Boadicea, que según le había dicho Will, «era más valiente que cualquier hombre».

«Sólo es un baile, Tessa —se dijo a sí misma, y fue a coger el picaporte—. Sólo una fiesta».

Nunca antes había asistido a un baile, claro. Sólo tenía una ligera idea de qué sería, y la había sacado de los libros. En las novelas de Jane Austen, los personajes siempre esperaban a que se celebrara un baile, o estaban organizando uno, y a menudo todo un pueblo parecía estar involucrado en su preparación. Mientras que en otros libros, como La feria de las vanidades, los bailes eran como grandes decorados en los que se planeaban intrigas y confabulaciones. Sabía que habría un vestidor para las damas, donde podría dejar el chal, y otro para los hombres, donde podrían dejar los sombreros, los abrigos y los bastones. Tendría que haber un carnet de baile para ella, donde apuntar los nombres de los hombres que le pedían para bailar. Era grosero bailar más de unas cuantas veces seguidas con el mismo caballero. Debía de haber un salón de baile, grande y decorado con elegancia, y un salón más pequeño para el refrigerio, donde habría bebidas frías, emparedados, galletas y pastel…

Pero no fue así. Cuando la puerta se cerró a su espalda, Tessa no vio a ningún criado apresurándose a recibirla para guiarla al vestidor de las damas y ofrecerse a cogerle el chal o ayudarla con un botón perdido. En vez de eso, el ruido, la música y la luz la cubrieron como una ola. Se quedó en la entrada de una estancia tan enorme que era difícil de creer que cupiera en la casa de los Lightwood. Una gran araña de cristal colgaba del techo; sólo después de mirarla durante unos segundos Tessa se dio cuenta de que, efectivamente, tenía forma de araña, con ocho «patas» colgando, cada una con un conjunto de enormes candelas. Las paredes, lo que podía ver de ellas, eran de un azul muy oscuro, y a lo largo del lado que daba al río había grandes ventanales, algunos abiertos para que entrara la brisa, porque el salón, a pesar del frío de fuera, resultaba agobiante de calor. Más allá de éstos, había balcones de piedra curvados, desde los que se veía la ciudad. Las paredes estaban cubiertas en gran parte por grandes telas brillantes, formando lazos y espirales que colgaban por encima de los ventanales y se movían con la tenue brisa. La tela tenía todo tipo de dibujos, tejidos en rojo; los mismos dibujos brillantes y cambiantes que le habían molestado a la vista abajo.

El salón estaba lleno de gente. Bueno, no exactamente gente. La mayoría de ellos parecían bastante humanos. Vio también las pálidas caras muertas de los vampiros, y unos cuantos ifrits de tonos violeta y rojos, todos vestidos a la última. La mayoría de los asistentes, pero no todos, llevaban máscaras: elaborados artilugios en negro y dorado; la máscara picuda de Doctor Plaga con pequeños anteojos; máscaras rojas de demonio con cuernos incluidos. Sin embargo, algunos llevaban el rostro al descubierto, incluido un grupo de mujeres con cabello de apagados tonos lavanda, verde y violeta —no creía que fueran tintes— y lo llevaban suelto, como las ninfas de los cuadros. Su ropa también era escandalosamente vaporosa. Resultaba evidente que no llevaban corsé bajo los amplios vestidos de terciopelo, tul y satén.

Entrando y saliendo entre los invitados humanos había seres de todas formas y tamaños. Había un individuo, demasiado alto y delgado para ser un hombre, con un sombrero de copa y un frac, junto a una joven con una capa verde y cabello que brillaba como un penique de cobre. Criaturas que parecían grandes perros se movían entre los invitados, con sus ojos amarillos muy alerta. Tenían filas de pinchos en la espalda, como los dibujos de los animales exóticos que Tessa había visto en libros. Varios trasgos chillaban entre ellos en un lenguaje incomprensible. Parecían estar peleándose por algo de comer, algo que parecía una rana despedazada. Tessa se tragó la bilis y se volvió de espaldas…

Y entonces los vio, donde antes no los había visto. Tal vez su mente los había tomado por objetos decorativos, armaduras, pero no lo eran. Los autómatas se alineaban en las paredes, callados e inmóviles. Tenían forma humana, como el cochero de las Hermanas Oscuras, y vestían la librea de la casa Lightwood, cada uno con un uróboro pintado sobre el lado izquierdo del pecho. Sus rostros eran vacíos y sin rasgos, como un dibujo de un niño sin acabar de pintar.

Alguien la cogió del codo. El corazón le dio un gran vuelco de miedo. ¡La habían descubierto! Mientras todos los músculos de su cuerpo se tensaban, oyó una voz tranquila y conocida:

—Pensaba que no ibas a llegar nunca, querida Jessie.

Se volvió y miró al rostro de su hermano.

La última vez que Tessa había visto a Nate, éste estaba magullado y ensangrentado, y le gruñía en un corredor del Instituto con un cuchillo en la mano. Le había producido una mezcla de temor, compasión y horror, todo al mismo tiempo.

Este Nate era diferente. Le sonrió inclinando la cabeza; Jessamine era mucho más baja que ella, y le resultaba extraño no llegarle a su hermano a la barbilla, sino sólo al pecho. La miraba con unos intensos ojos azules. Su cabello rubio estaba cepillado y limpio; la piel, sin marcas moradas. Lucía un elegante chaqué y una pechera negra que contrastaba con sus atractivos rasgos. Sus guantes eran de un blanco inmaculado.

Ése era el Nate que su hermano siempre había soñado ser: con aspecto de rico, elegante y sofisticado. Emanaba una aura de bienestar… o mejor, tuvo que admitir Tessa, menos de bienestar que de satisfacción consigo mismo. Era como Iglesia después de haber cazado un ratón.

Él rió por lo bajo.

—¿Qué pasa, Jess? Parece que hayas visto un fantasma.

«Y así es. El fantasma del hermano al que quise».

Tessa buscó a Jessamine, a la marca de Jessamine en su mente. De nuevo sintió como si metiera las manos en una agua envenenada, incapaz de agarrar nada sólido.

—He tenido un miedo repentino, pensando que quizá no estuvieras aquí —repuso ella.

Esa vez, la risa de Nate fue tierna.

—¿Y perderme la oportunidad de verte? —Miró alrededor, sonriendo—. Lightwood debería tratar de impresionar al Magíster más a menudo. —Le tendió la mano—. ¿Me harías el honor de concederme este baile, Jessie?

Jessie. No «señorita Lovelace». Cualquier duda que Tessa hubiera tenido sobre si su relación era realmente seria, se evaporó. Se obligó a mover los labios formando una sonrisa.

—Por supuesto.

La orquesta, un grupo de pequeños hombrecillos de piel color púrpura vestidos con unas mallas plateadas, estaba tocando un vals. Nate le cogió la mano y la llevó hacia la pista.

«Gracias a Dios», pensó Tessa.

Gracias a Dios que durante años había bailado con su hermano en el salón de su pequeño piso en Nueva York. Sabía exactamente cómo bailaba, cómo aunar sus movimientos a los de él, incluso en ese cuerpo más pequeño y poco conocido. Claro que él nunca la había mirado así, con ternura, con los labios ligeramente separados. Dios, ¿y si la besaba? No había pensado en esa posibilidad. Vomitaría si lo hacía.

«Oh, Dios —rogó—. Que no lo intente».

Se puso a hablar a toda velocidad.

—Esta noche me ha costado mucho escaparme del Instituto —explicó—. Esa desgraciada de Sophie casi me encuentra la invitación.

—Pero no lo ha hecho, ¿verdad? —Nate la cogió con más fuerza.

Había una advertencia en su voz. Tessa se dio cuenta que estaba muy cerca de cometer un serio error. Echó una rápida mirada por la estancia. Oh, ¿dónde estaba Will? ¿Qué había dicho? ¿«Incluso si no me ves, estaré allí»? Pero nunca se había sentido más sola.

Con un profundo suspiro inclinó la cabeza en su mejor imitación de Jessamine.

—¿Crees que soy tonta? Claro que no. Le he dado en la muñeca con el espejo, y la ha soltado. Además, seguramente ni sabe leer.

—Cierto —repuso Nate, relajándose visiblemente—, podrían haberte buscado una doncella que fuera más como corresponde a una dama. Una que hable francés, sepa coser…

—Sophie sabe coser —replicó Tessa automáticamente, y se hubiera pegado por ello—. Regular —se corrigió, y batió las pestañas mirando a Nate—. ¿Y cómo te ha ido desde la última vez que nos vimos?

«Aunque no tengo ni idea de cuándo puede haber sido».

—Muy bien. El Magíster sigue concediéndome su favor.

—Es listo —murmuró Tessa—. Reconoce un tesoro cuando lo ve.

Nate le acarició levemente la mejilla con su mano enguantada.

—Todo gracias a ti, querida. Mi auténtica mina de información. —Se acercó más a ella—. Veo que te has puesto el vestido, como te pedí —le susurró—. Desde que me describiste cómo lo llevaste en tu último baile de Navidad, he ansiado verte con él. ¿Puedo decirte que estás deslumbrante?

Tessa sintió como si el estómago se le quisiera escapar por la boca. Volvió a mirar por la sala. Con un estremecimiento, vio a Gideon Lightwood, muy elegante en su traje de etiqueta, aunque estaba muy tenso, apoyado en una de las paredes como si estuviera pegado allí. Sólo sus ojos se movían por la estancia. Gabriel iba de aquí para allí, con un vaso de lo que parecía limonada en la mano y los ojos brillantes de curiosidad. Lo vio acercarse a una de las chicas con la melena color lavanda y comenzar una conversación.

«Ahí se va la esperanza de que los chicos no supieran qué está haciendo su padre», pensó Tessa, apartando los ojos de Gabriel, irritada. Entonces localizó a Will.

Estaba apoyado en la pared frente a ella, entre dos sillas vacías. A pesar de la máscara, Tessa se sintió como si pudiera ver dentro de sus ojos. Como si estuviera tan cerca que lo pudiera tocar. Se habría esperado que Will pareciera divertirse viéndola en esa situación, pero no; parecía tenso, y furioso, y…

—Dios, tengo celos de cualquier hombre que te mire —confesó Nate—. Sólo debería mirarte yo.

«Dios santo», pensó Tessa. ¿Realmente esas tonterías funcionaban con la mayoría de las mujeres? Si su hermano le hubiera pedido consejo sobre esas perlas de sabiduría, le habría dicho directamente que sonaba como un idiota. Aunque tal vez sólo pensara que sonaba como un idiota porque era su hermano. Y despreciable. «Información», pensó.

«Debo obtener información y alejarme de él antes de que acabe vomitando».

Miró de nuevo a Will, pero éste había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí. Sin embargo, creía que él se hallaba en alguna parte, observándola, incluso si no podía verlo. Se armó de valor.

—¿De verdad, Nate? A veces me temo que sólo me aprecias por la información que puedo proporcionarte.

Por un instante, el chico se quedó parado, casi sacándola de la pista.

—¡Jessie! ¿Cómo puedes pensar eso? Sabes que te adoro. —La miró con ojos cargados de reproche, mientras seguían bailando de nuevo—. Es cierto que tu conexión con los nefilim del Instituto ha sido invalorable. Sin ti, nunca hubiéramos sabido que iban a York, por ejemplo. Pero pensaba que sabías que me estás ayudando porque tratamos de crear un futuro juntos. Cuando me haya convertido en la mano derecha del Magíster, querida, piensa en cómo podré cuidar de ti.

Tessa rió nerviosa.

—Tienes razón, Nate. Es sólo que a veces tengo miedo. ¿Y si Charlotte descubriera que estoy espiando para ti? ¿Qué me harían?

Él la hizo girar con facilidad.

—Oh, nada, querida; ya lo has dicho tú, son unos cobardes. —Miró más allá y alzó una ceja—. Benedict, otra vez con sus viejas costumbres —observó—. Muy desagradable.

Tessa miró y vio a Benedict Lightwood recostado en un sofá de terciopelo escarlata cerca de la orquesta. Estaba sin chaqueta, con una copa de vino tinto en la mano y los ojos entrecerrados. Apoyada sobre su pecho, vio Tessa sorprendida, había una mujer, o al menos tenía forma de mujer. Largo cabello suelto, vestido de terciopelo negro con un gran escote y la cabeza de pequeñas serpientes saliéndole por los ojos, siseantes. Mientras Tessa miraba, una de las serpientes sacó una larga lengua bífida y lamió a Benedict Lightwood en la cara.

—Es un demonio —susurró Tessa, olvidando por un momento ser Jessamine—. ¿Verdad?

Por suerte, Nate pareció no encontrar nada extraño en esa pregunta.

—Claro que sí, tontita. Eso es lo que le gusta a Benedict, los demonios femeninos.

La voz de Will le resonó en la cabeza: «Me sorprendería si algunas de las visitas nocturnas de Lightwood a ciertas casas de Shadwell no lo han dejado con un feo caso de viruela demoníaca».

—Oh, ¡uf! —exclamó ella.

—Sin duda —repuso Nate—. Irónico, considerando la altiva manera en la que se comportan los nefilim. A menudo me pregunto por qué goza tanto del favor de Mortmain, que desea fervientemente verlo instalado en el Instituto. —Nate sonaba molesto.

Tessa ya se lo había imaginado, pero, aun así, saber que Mortmain estaba sin duda detrás de la feroz determinación de Benedict de arrebatarle el Instituto a Charlotte fue como una bofetada.

—No veo —dijo ella, tratando de imitar lo mejor posible la actitud ligeramente malhumorada de Jessie— de qué le va a servir el Instituto al Magíster. Sólo es un viejo edificio…

Nate rió con indulgencia.

—No es el edificio, tontita. Es el puesto. El director del Instituto de Londres es uno de los cazadores de sombras más poderosos de Inglaterra, y el Magíster controla a Benedict como a una marioneta. Con él, podrá destruir el Consejo desde dentro, mientras el ejército de autómatas los destruye desde fuera. —Giró con tanta destreza como exigía el baile; sólo años de práctica bailando con Nate hicieron que Tessa no se cayera, de lo anonadada que estaba—. Además, no es del todo cierto que el Instituto no contenga nada valioso. Sólo el acceso a la Gran Biblioteca ya será de incalculable valor para el Magíster. Por no hablar de la sala de armas…

—¿Y Tessa? —Se concentró en la voz para que no le temblara.

—¿Tessa?

—Tu hermana. El Magíster aún la quiere, ¿no?

Por primera vez, Nate la miró con una sonrisa sorprendida.

—Ya hemos hablado de esto, Jessamine —respondió él—. A Tessa la arrestarán por posesión ilegal de artículos de magia negra, y la enviarán a la Ciudad Silenciosa. Benedict la sacará de allí para entregársela al Magíster. Es parte del acuerdo al que han llegado, sea cual sea, aunque el beneficio que esto reporta a Benedict no me resulta muy claro. Debe de ser algo muy importante, o no estaría tan dispuesto a volverse contra los suyos.

«¿Arrestada? ¿Posesión de artículos de magia negra?».

A Tessa le daba vueltas la cabeza.

Nate la había colocado la mano en la nuca. Llevaba guantes, pero ella no podía librarse de la sensación de que algo baboso estaba tocándole la piel.

—Mi pequeña Jessie —murmuró—. Te comportas como si hubieras olvidado tu parte en todo eso. Has escondido el Libro de lo Blanco en la habitación de mi hermana como te pedimos, ¿no?

—Cla… claro. Sólo estaba bromeando, Nate.

—Buena chica. —Se le estaba acercando. Sin duda iba a besarla. Era de lo más indecoroso, pero nada en ese lugar podía considerarse correcto.

—Nate —farfulló Tessa absolutamente horrorizada—, me siento mareada, como si fuera a desmayarme. Creo que es el calor. ¿Puedes traerme una limonada?

Él la miró un momento, con la boca apretada por la frustación, pero Tessa sabía que no se podía negar. Ningún caballero podría. Nate se irguió, se tiró de los puños y sonrió.

—Naturalmente —contestó mientras le hacía una pequeña reverencia—. Déjame acompañarte primero a una silla.

Ella protestó, pero él ya la había cogido del codo y la guiaba hacia una de las sillas alineadas contra la pared. La sentó y se perdió entre la gente. Ella lo observó marchar, temblando. Magia negra. Se sentía enferma y furiosa. Quería pegar a su hermano, sacudirlo hasta que le contara el resto de la verdad, pero sabía que no podía.

—Tú debes de ser Tessa Gray —dijo una suave voz a su lado—. Eres igual que tu madre.

Tessa se pegó un susto de muerte. A su lado había una mujer alta y delgada con una larga melena suelta del color de los pétalos de la lavanda. Su piel era azul claro, su vestido una larga y vaporosa confección de gasa y tul. Iba descalza, y entre los dedos tenía finas telas como las de una araña, de un azul más oscuro que la piel. Tessa se llevó las manos al rostro con un súbito horror; ¿estaría perdiendo su disfraz? La mujer azul rió.

—No quería hacerte temer por tu ilusión, pequeña. Sigue en su lugar. Sólo que mi gente puede ver a través de ella. Todo esto —hizo un vago gesto indicando el cabello rubio de Tessa, su vestido blanco y las perlas— es como el vapor de una nube, y tú eres el cielo que está detrás. ¿Sabías que los ojos de tu madre eran como los tuyos, grises unas veces y azules otras?

Tessa encontró su voz.

—¿Quién eres?

—Oh, mi gente no da su nombre, pero puedes llamarme como quieras. Puedes inventarte un nombre bonito para mí. Tu madre solía llamarme Jacinto.

—La flor azul —dijo Tessa casi sin voz—. ¿Cómo es que conocías a mi madre? No pareces mayor que yo…

—Después de la juventud, nuestra gente no envejece ni muere. Ni tú tampoco. ¡Chica con suerte! Espero que valores el servicio que te han hecho.

Tessa sacudió la cabeza perpleja.

—¿Servicio? ¿Qué servicio? ¿Estás hablando de Mortmain? ¿Sabes lo que soy?

—¿Y tú sabes qué soy yo?

Tessa pensó en el Código.

—¿Una hada? —aventuró.

—¿Sabes lo que es un cambiado?

Tessa negó con la cabeza.

—A veces —le explicó Jacinto, en un susurro—, cuando nuestra sangre de hada se hace débil y clara, encontramos la forma de entrar en una casa humana y llevarnos al mejor de los niños, el más hermoso y rollizo, y en un abrir y cerrar de ojos, cambiamos al bebé por uno de los débiles nuestros. Mientras que el niño humano crece alto y fuerte en nuestras tierras, la familia humana se carga con una criatura agonizante que teme al hierro. Nuestra sangre se refuerza…

—¿Por qué molestarse? —preguntó Tessa—. ¿Por qué no sólo robar al niño humano y no dejar nada en su lugar?

Los ojos oscuros de Jacinto se abrieron como platos.

—Porque no sería justo —contestó—. Y crearía sospechas entre los mundanos. Son estúpidos, pero son muchos. No va bien despertar su ira. Entonces es cuando vienen con hierro y antorchas. —Se estremeció.

—Espera un momento —la detuvo Tessa—. ¿Me estás diciendo que soy un cambiado?

Jacinto se rió alegre.

—¡Claro que no! ¡Qué idea más ridícula! —Se llevó las manos al corazón sin dejar de reír, y Tessa vio que también los dedos de las manos estaban unidos por una membrana azul. De repente, Jacinto sonrió, mostrando unos dientes brillantes—. Hay un chico muy guapo mirándonos —anunció—. ¡Tan apuesto como el señor de las hadas! Debo dejarte. —Le hizo un guiño y, antes de que Tessa pudiera protestar, volvió a mezclarse entre la gente.

Anonadada, Tessa se volvió, esperando que el «chico guapo» fuera Nate, pero era Will, apoyado contra una pared próxima. En cuanto ella lo miró, él se volvió y comenzó a examinar la pista de baile.

—¿Qué quería esa hada? —le preguntó él.

—No lo sé —respondió Tessa, exasperada—. Al parecer, decirme que no soy un cambiado.

—Bueno, esto está bien. Proceso de eliminación.

Tessa tuvo que admitir que Will estaba haciendo un buen trabajo mezclándose con las oscuras cortinas que tenía detrás, como si no se hallara allí en absoluto. Debía de ser una habilidad de cazador de sombras.

—¿Y qué noticias hay de tu hermano? —añadió él.

Ella se apretó las manos, mirando al suelo mientras hablaba.

—Jessamine ha estado espiando para Nate todo el tiempo. No sé exactamente desde hace cuánto. Le ha estado contando todo. Cree que él está enamorado de ella.

Will no pareció asombrarse.

—¿Y tú crees que lo está?

—Creo que a Nate sólo le importa sí mismo —contestó Tessa—. Y peor aún: Benedict Lightwood está trabajando para Mortmain. Por eso está intrigando para conseguir el Instituto. Para que se lo quede el Magíster. Y también a mí. Nate lo sabe todo, claro. No le importa. —Tessa volvió a mirarse las manos. Las manos de Jessamine. Pequeñas y delicadas dentro de los guantes de cabritilla.

«Oh, Nate —pensó—. La tía Harriet solía llamarlo su niño de ojos azules».

—Supongo que eso era antes de que la matara —dijo. Y entonces Tessa se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta—. Aquí vuelve —añadió en un susurro.

Tessa miró hacia la gente y vio a Nate, con su cabello rubio tan atrayente como un faro, yendo hacia ella. En la mano llevaba una copa de un líquido dorado brillante. Tessa se volvió para decirle a Will que se marchara, pero él ya había desaparecido.

—Limonada —la informó Nate, al llegar mientras le pasaba la copa. Tessa la notó fría contra su ardiente piel. Tomó un sorbo; a pesar de todo, era deliciosa.

Nate le apartó el cabello de la frente.

—Bien, me estabas diciendo —comenzó— que sí has escondido el libro en la habitación de mi hermana…

—Sí, como me dijiste que hiciera —mintió ella—. No sospecha nada, claro.

—Espero que no.

—Nate…

—¿Sí?

—¿Sabes qué pretende hacer el Magíster con tu hermana?

—Ya te he dicho que no es mi hermana. —Su voz era sincopada—. No tengo ni idea de lo que planea hacer con ella, ni me interesa. Mis planes son para mí… para nuestro futuro juntos. Espero que tú tengas la misma intención. —Tessa pensó en Jessamine, sentada de mal humor en la habitación con los otros cazadores de sombras mientras consultaban papeles sobre Mortmain; Jessamine durmiéndose en vez de irse cuando estaban haciendo planes con Ragnor Fell. Y Tessa se compadeció de ella, mientras odiaba a Nate, lo odiaba tanto que era como un fuego en la garganta.

«Ya te he dicho que no es mi hermana».

Tessa abrió mucho los ojos e hizo que le temblara el labio.

—Hago todo lo que puedo, Nate —replicó—. ¿Acaso no me crees?

Sintió una vaga sensación de triunfo mientras observaba cómo él olvidaba su enfado.

—Claro, querida. Claro. —Le contempló el rostro—. ¿Te encuentras mejor? ¿Bailamos de nuevo?

Ella apretó la copa en la mano.

—No sé…

—Claro —rió Nate—, dicen que los caballeros sólo deben bailar una vez o dos con su esposa.

Tessa se quedó helada. Fue como si el tiempo se detuviera. Todo en la estancia parecía haberse quedado helado con ella, incluso la sonrisa en el rostro de su hermano.

¿Esposa?

¿Jessamine y él estaban casados?

—¿Ángel? —la llamó él, y su voz pareció provenir de muy lejos—. ¿Estás bien? Te has puesto pálida como la cera.

—Señor Gray. —Una voz neutra y mecánica habló desde detrás de Nate. Era uno de los autómatas sin rostro, que sujetaba una bandeja de plata en la que había un papel doblado—. Un mensaje para usted.

El joven se volvió sorprendido y cogió el papel; Tessa lo vio desplegarlo, leerlo, soltar una palabrota y metérselo en el bolsillo de la chaqueta.

—¡Ay, ay! —exclamó—. Una nota de él. —Tessa supuso que debía de referirse al Magíster—. Al parecer me necesitan. Un fastidio, pero ¿qué puedo hacer? —Le cogió la mano y se puso en pie, luego se inclinó y le dio un casto beso en la mejilla—. Habla con Benedict; se asegurará de que te escolten hasta tu carruaje, señora Gray. —Pronunció las dos últimas palabras en un susurro.

Tessa asintió.

—Buena chica —dijo Nate. Luego se dio la vuelta y se metió entre la gente, seguido del autómata. Tessa se los quedó mirando mareada. Debía de ser la impresión, pensó, pero todo en la sala había comenzado a parecer un poco… peculiar. Era como si pudiera ver por separado cada uno de los rayos de luz que destellaban desde los cristales de la araña. El efecto era muy hermoso, aunque raro y un poco mareante.

—Tessa. —Era Will, que se colocaba sin esfuerzo a su lado. Ella se volvió a mirarlo. Parecía sonrojado, como si hubiera estado corriendo, otro efecto raro y maravilloso, pensó ella; el cabello negro y la máscara, los ojos azules y la piel clara, y el rubor sobre los pómulos. Era como mirar un cuadro—. Ya veo que tu hermano ha recibido la nota.

—Ah. —Todo encajó de repente—. La has enviado tú.

—Sí. —Muy satisfecho consigo mismo, Will le cogió la copa de limonada de la mano, acabó el resto y la dejó sobre el alféizar—. Tenía que sacarlo de aquí. Y seguramente deberíamos imitarlo, antes de que se dé cuenta de que la nota es falsa y regrese. Aunque lo he enviado a Vauxhall; tardará siglos en llegar hasta allá y volver, así que seguramente estamos a salvo… —Se interrumpió, y Tessa le notó una súbita alarma en la voz—. Tess… Tessa, ¿te encuentras bien?

—¿Por qué lo preguntas? —Su propia voz le resonó en los oídos.

—Mira. —Le cogió un mechón de cabello suelto, y se lo puso delante para que lo pudiera ver. Ella miró. Castaño oscuro en vez de rubio. Su propio cabello. No el de Jessamine.

—Oh, Dios. —Se llevó las manos al rostro y reconoció los cosquilleos habituales del Cambio cuando comenzaron a invadirla—. ¿Cuánto hace…?

—No mucho. Eras Jessamine cuando me he sentado. —La cogió de la mano—. Vamos. Rápido. —Se apresuró hacia la salida, pero era un largo trecho cruzando el salón de baile, y todo el cuerpo de Tessa estaba agitándose y temblando por el Cambio. Ella ahogó un grito cuando lo sintió morderla como dientes. Vio a Will moviendo la cabeza de un lado a otro, alarmado; notó que la cogía cuando ella trastabillaba y la medio cargaba. La estancia le daba vueltas.

«No puedo desmayarme. No dejes que me desmaye».

Notó aire fresco en el rostro. Se dio cuenta vagamente de que Will le había hecho cruzar uno de los ventanales y que se hallaban en un pequeño balcón de piedra, uno de los muchos que daban al jardín. Se apartó de él, arrancándose la máscara dorada del rostro, y casi se desplomó contra la balaustrada. Después de cerrar las puertas, Will fue corriendo hacia ella y le puso una mano en la espalda.

—¿Tessa?

—Estoy bien. —Se alegraba de tener la barandilla de piedra bajo las manos; su solidez y dureza resultaban inexpresablemente tranquilizadoras. Y el frescor del aire estaba aliviándole el mareo. Se miró a sí misma y pudo ver que volvía a ser totalmente Tessa. El vestido blanco le quedaba unos centímetros corto, y el lazo le apretaba tanto que los pechos se le subían y le presionaban contra el escote. Sabía que algunas mujeres se apretaban mucho la cintura justo para conseguir ese efecto, pero le resultaba muy impactante ver tanta de su propia piel al descubierto.

Miró de reojo a Will, y se alegró de que el frío aire impidiera que se le pusieran las mejillas al rojo vivo.

—No… no sé qué ha pasado. Nunca me ha ocurrido antes, perder el Cambio sin darme cuenta. Debe de haber sido la sorpresa. Se han casado, ¿lo sabías? Nate y Jessamine. Casados. Nate siempre se manifestó en contra del matrimonio. Y no la ama. Lo veo. No ama a nadie excepto a sí mismo. Nunca lo ha hecho.

—Tess —repitió Will, esta vez con más amabilidad. Él también estaba apoyado en la barandilla, mirándola. Se hallaban a muy poca distancia. Sobre ellos, la luna nadaba entre las nubes, como un barco blanco sobre un mar negro e inmóvil.

Tessa cerró la boca, consciente de que estaba farfullando.

—Lo siento —se disculpó en voz baja, y apartó la mirada.

Casi vacilante, Will le puso la mano en la mejilla, y le volvió el rostro hacia él. Se había quitado el guante, y su piel rozaba la de ella.

—No hay nada de que disculparse —repuso—. Has estado brillante ahí dentro. Tessa. Ni un paso en falso.

Ella notó calor en el rostro bajo los fríos dedos de Will, y se quedó asombrada. ¿Era Will el que decía esas palabras? ¿Will, quien le había hablado en el tejado del Instituto como si ella fuera pura basura?

—Antes querías a tu hermano, ¿no? —prosiguió él—. He visto tu cara cuando él te hablaba, y he querido matarlo por romperte el corazón.

«Tú me rompiste el corazón», habría querido decir Tessa.

—Una parte de mí lo echa de menos —fue lo que dijo—, como tú echas de menos a tu hermana. Aunque sé lo que es, echo de menos al hermano que creía tener. Era mi única familia.

—Ahora el Instituto es tu familia. —Su voz era increíblemente amable. Tessa lo miró sorprendida. La amabilidad no era algo que ella hubiera asociado con Will. Pero ahí estaba, en el roce de su mano en la mejilla, en la suavidad de su voz, en sus ojos al mirarla. Era como siempre había soñado que la miraría un chico. Pero nunca lo había soñado tan hermoso como Will, en ninguno de sus sueños. Bajo la luz de la luna, la curva de su boca se veía pura y perfecta, los ojos detrás de la máscara eran casi negros.

—Deberíamos volver adentro —sugirió ella en un susurro a medias. No quería volver. Quería quedarse allí, con Will dolorosamente cerca, casi sobre ella. Notaba el calor que le irradiaba del cuerpo. El cabello oscuro le caía alrededor de la máscara, sobre los ojos, enredándosele con las largas pestañas—. Tenemos muy poco tiempo…

Dio un paso adelante, y chocó con Will, que la cogió. Tessa se quedó inmóvil, y luego sus brazos lo rodearon, y le entrelazó las manos sobre la nuca. Le puso el rostro contra el cuello, y notó su suave cabello entre los dedos. Cerró los ojos, dejando fuera el mareante mundo, la luz más allá de los ventanales, el brillo del cielo. Quería estar ahí con él, arropada en ese momento, inhalando su aroma limpio y penetrante, notando el latido de su corazón contra el suyo, tan firme y fuerte como el pulso del océano.

Notó que él aspiraba con fuerza.

—Tess —habló Will—. Tess, mírame.

Ella alzó la mirada, lentamente y sin ganas, preparada para captar su enfado o frialdad, pero él la miraba fijamente, con sus oscuros ojos sombríos bajo las espesas pestañas negras, y carecía de su usual frialdad o altiva distancia. Eran tan claros como el cristal y cargados de deseo. Y más que deseo: una ternura que nunca había visto en ellos antes, que ni siquiera nunca habría asociado con Will Herondale. Eso, más que nada, detuvo su protesta mientras él alzaba las manos y metódicamente comenzaba a sacarle las horquillas del cabello, una a una.

«Esto es una locura», pensó Tessa, cuando la primera horquilla tintineó sobre el suelo. Deberían estar corriendo, escapando de ese lugar. En vez de eso, estaba quieta, sin palabras, mientras Will dejaba la diadema de perlas de Jessamine a un lado como si no fuera más que una pieza de bisutería barata. Su propio cabello, oscuro, largo y rizado, le cayó sobre los hombros, y Will hundió las manos en él. Ella lo oyó exhalar al hacerlo, como si hubiera estado conteniendo el aliento durante meses y acabara de soltarlo. Se quedó quieta, fascinada, mientras él le cogía el cabello con las manos y se lo extendía sobre los hombros, enrollándose los rizos en los dedos.

—Mi Tessa —murmuró él, y esa vez ella no le dijo que no era suya.

—Will —susurró mientras él le cogía las manos y se las soltaba de su cuello. Le quitó los guantes, que se unieron a la máscara y a las horquillas de Jessie en el suelo de piedra del balcón. Luego, Will se sacó su propia máscara y la tiró a un lado; se pasó las manos por el húmedo cabello negro para retirárselo de la frente. El borde inferior de la máscara le había dejado marcas en sus altos pómulos, como ligeras cicatrices, pero cuando ella fue a tocárselas, él le cogió las manos con suavidad y se las hizo bajar.

—No —dijo él—. Déjame que te toque primero. He querido…

Ella no se negó. En vez de eso, se irguió, con los ojos muy abiertos, mirándolo mientras él le recorría las sienes con la punta de los dedos, luego los pómulos. A pesar de las ásperas callosidades de los dedos, le trazó el contorno de la boca como si deseara grabársela en la memoria. El gesto hizo que a Tessa el corazón le brincara dentro del pecho. Él no apartaba la mirada de ella, tan profunda como el fondo de un océano, escrutadora, maravillada ante los descubrimientos.

Ella se quedó quieta mientras las yemas de los dedos dejaban su boca y le trazaban un sendero en el cuello, deteniéndose en el pulso, y luego se metían bajo la cinta de seda que llevaba a modo de collar y tiraban de un extremo. Ella entrecerró los ojos cuando el lazo se deshizo, y él le cubrió la clavícula desnuda con la mano. Tessa recordó una vez, en el Main, que el barco había pasado sobre un trozo de mar extrañamente brillante, y cómo el Main había marcado un camino de fuego en el agua, alzando chispas a su paso. Era como si las manos de Will hicieran lo mismo a su piel. Ardía donde le tocaba, y podía notar dónde habían estado los dedos de él incluso cuando los apartaba. Will fue bajando las manos con la misma suavidad, sobre el corpiño del vestido, siguiendo la curva de los pechos. Tessa ahogó un grito, aun cuando él le deslizó las manos por la cintura y la acercó a él, uniendo sus cuerpos hasta que no quedó ni un milímetro de espacio entre ambos.

Él se inclinó para juntar su mejilla con la de ella. El aliento de él en la oreja la hizo estremecerse con cada palabra que pronunció deliberadamente.

—He querido hacer esto —confesó él—, en todo momento de todas las horas de todos los días que he estado contigo desde que te conocí. Pero tú ya lo sabes. Debes saberlo. ¿No es cierto?

Ella lo miró y abrió un poco la boca, perpleja.

—¿Saber qué? —preguntó, y Will, con un suspiro de algo como la derrota, la besó.

Sus labios eran suaves, muy suaves. Ya la había besado antes, loca y desesperadamente, y sabiendo a sangre, pero eso era diferente. Eso era deliberado y sin prisas, como si le estuviera hablando en silencio, diciéndole con el roce de sus labios en los de ella lo que no podía decir con palabras. Le fue recorriendo la boca con lentos besos breves, cada uno tan medido como el latido de un corazón, cada uno diciéndole que ella era preciosa, irreemplazable, deseada. Tessa no pudo aguantar más las manos junto a los costados. Las alzó para cubrirle la nuca, para sentir el pulso de él palpitándole contra las manos.

Él la cogía con firmeza mientras le exploraba la boca detalladamente con la suya. Will sabía a refresco de limonada, dulce y cosquilleante. El movimiento de su lengua mientras le acariciaba los labios le provocaba agradables estremecimientos por todo el cuerpo; los huesos se le derretían y los nervios le ardían. Tessa ansiaba apretarlo contra sí, pero él estaba siendo tan dulce, tan increíblemente tierno…, aunque ella notaba lo mucho que él la deseaba por sus manos temblorosas, por el martilleo de su corazón contra el de ella. Seguro que alguien que no la amara aunque fuera un poco no se comportaría con tanta delicadeza. Todas las partes de su interior que se habían sentido rotas y desgarradas cuando había mirado a Will esas últimas semanas comenzaron a unirse y a sanar. Se sentía ligera, como si pudiera flotar.

—Will —susurró ella contra la boca de él. Lo quería más cerca de ella con tal desesperación que era como un sufrimiento, un dolor agudo y cálido que se le extendía desde el estómago para acelerarle el corazón, enredarle las manos en el cabello y hacerle arder la piel—. Will, no hace falta que seas tan cuidadoso. No voy a romperme.

—Tessa —gimió él contra la boca de ella, pero notó la vacilación en su voz. Ella le mordisqueó los labios, tentándolo, y él se quedó sin aliento. Le puso las manos en la parte baja de la espalda y la apretó contra sí, mientras iba perdiendo el control y su suavidad se convertía en una urgencia más exigente. Sus besos se fueron haciendo más y más profundos, como si respiraran el uno del otro, se consumieran mutuamente, se devoraran ambos. Tessa sabía que estaba soltando gemiditos guturales; que Will la estaba empujando hacia atrás, contra la barandilla, de una manera que tendría que haberle dolido, pero que por extraño que pareciera no era así; que las manos de él estaban en el corpiño del vestido de Jessamine aplastando las delicadas rosas de tela. Vagamente, Tessa oyó que alguien abría el ventanal, y Will y ella seguían agarrados, como si nada más importara.

Se oyó un murmullo de voces.

—Ya te lo he dicho, Edith —dijo alguien en un tono de reproche—. Esto es lo que pasa si bebes los líquidos rosa.

Las puertas se cerraron de nuevo, y Tessa oyó pasos que se alejaban. Se apartó de Will.

—Oh, Dios mío —exclamó ella sin aliento—. Qué humillante…

—No me importa. —Él la volvió a acercar y hundió el rostro en su cuello, cálido contra la fría piel de Tessa. Alzó la boca hacia ella—. Tess…

—No paras de repetir mi nombre —murmuró ella. Tenía una mano sobre el pecho de él, para mantener un poco de distancia, pero no tenía ni idea de cuánto la podría mantener ahí. Su cuerpo ansiaba el de él. El tiempo se había roto y había perdido el significado. Sólo existía ese momento, sólo Will. Nunca había sentido nada igual, y se preguntó si sería así como se sentía Nate estando borracho.

—Me encanta tu nombre. Me encanta cómo suena. —Él también parecía ebrio, con la boca sobre la de ella mientras hablaba de forma que ella podía notar el delicioso movimiento de sus labios. Tessa aspiró su aliento, lo inhaló. No pudo dejar de notar que sus cuerpos encajaban perfectamente; con los zapatos de satén de Jessie, de tacón alto, sólo era un poco más baja que él, sólo tenía que alzar un poco la cabeza para besarlo.

—Tengo que preguntarte algo. Debo saberlo…

—Aquí estáis los dos —clamó una voz desde la puerta—. Y estáis dando todo un espectáculo, si me permitís decirlo.

Se apartaron de golpe. Allí, en el ventanal, aunque Tessa no recordaba haber oído que lo abrieran, con un largo cigarrillo entre sus finos dedos castaños, estaba Magnus Bane.

—Dejadme adivinar —habló Magnus, soltando el humo. Formó una nubecilla blanca con la forma de un corazón, que se fue distorsionando al irse alejando de su boca, expandiéndose y retorciéndose hasta que dejó de ser reconocible—. Habéis tomado limonada.

Tessa y Will, ya uno al lado del otro, se miraron. Ella habló primero.

—Yo… sí. Nate me trajo un vaso.

—Había un poco de polvo de brujo mezclado dentro —explicó Magnus. Iba todo vestido de negro, sin ningún complemento excepto en las manos. En cada dedo llevaba un anillo con una piedra de diferente color: citrino amarillo limón, jade verde, rojo rubí y azul topacio—. Del tipo que te hace olvidar las inhibiciones y te hace hacer las cosas que —tosió con delicadeza— de otra forma no harías.

—Oh —repuso Will—. Oh —manifestó en voz baja. Se volvió y apoyó las manos en la balaustrada. Tessa notó que le comenzaba a arder la cara.

—Vaya, qué escote tan generoso —continuó alegremente Magnus, señalando a Tessa con la ardiente punta del cigarrillo—. «Tout le monde sur le balcón», como dicen en francés —añadió, dibujando con las manos la forma de un pecho desbordante—. Especialmente adecuado, ya que ahora estamos, de hecho, en un balcón.

—Déjala en paz —soltó Will. Ella no le podía ver el rostro; tenía la cabeza gacha—. No sabía lo que estaba bebiendo.

Tessa se cruzó de brazos, pero se dio cuenta de que con ese gesto agravaba su problema de busto y los dejó caer.

—Es el vestido de Jessamine, y ella es la mitad que yo —replicó Tessa—. Nunca saldría así en circunstancias normales.

Magnus alzó una ceja.

—Has vuelto a Cambiar en ti, ¿no? ¿Cuando la limonada ha comenzado a hacer efecto?

Tessa lo miró ceñuda. Se sentía oscuramente humillada, de haber sido pillada besando a Will, de estar frente a Magnus —algo que habría provocado que su tía cayera fulminada—, de haberlo visto; sin embargo, parte de ella deseaba que Magnus se fuera para poder seguir besando a Will.

—¿Y qué estás haciendo tú aquí, si puedo preguntar? —le espetó arisca—. ¿Cómo sabías que estábamos aquí?

—Tengo mis fuentes —contestó el mago, sacando humo sin darle importancia—. Pensaba que podríais estar en un lío. Las fiestas de Benedict Lightwood tienen fama de ser peligrosas. Cuando he oído que estabais aquí…

—Estamos bien preparados para enfrentarnos al peligro —replicó la muchacha.

Magnus le miró el busto descaradamente.

—Ya lo veo, ya —repuso—. Armados hasta los dientes, como si dijéramos. —Acabó el cigarrillo y lo tiró por encima de la barandilla del balcón—. Uno de los siervos humanos de Camille está aquí y ha reconocido a Will. Me ha enviado un mensaje, pero si ya han reconocido a uno de vosotros, ¿cuál es la probabilidad de que vuelva a ocurrir? Es hora de que desaparezcáis de aquí.

—¿Y a ti qué te importa si nos vamos o no? —Era Will, con la cabeza aún gacha y la voz apagada.

—Me lo debes —respondió Magnus, con voz acerada—. Tengo intención de cobrar.

Will lo miró. Tessa se quedó parada al ver la expresión de su rostro. Parecía enfermo e incómodo.

—Debería haber sabido que era por eso.

—Puedes elegir a tus amigos, pero no a tus improbables salvadores —soltó Magnus alegremente—. Entonces, ¿nos vamos? ¿O preferís quedaros y probar suerte? Podéis seguir con los besos donde lo dejasteis una vez estéis de vuelta en el Instituto.

Will lo miró frunciendo el cejo.

—Sácanos de aquí.

Los ojos de gato del mago brillaron. Chasqueó los dedos, y una extraordinaria lluvia de chispas azules cayó sobre ellos de repente. Tessa se tensó, esperando que le quemaran la piel, pero sólo notó el viento azotándole el rostro. El cabello se le alzó cuando una extraña energía le hizo crepitar los nervios. Oyó a Will soltar un grito ahogado, y acto seguido ya estaban sobre uno de los senderos de piedra del jardín, cerca del estanque, y la gran mansión Lightwood se alzaba ante ellos, silenciosa y oscura.

—Bueno —dijo Magnus en un tono aburrido—. No ha sido tan difícil, ¿verdad?

Will lo miró sin gratitud.

—Magia —masculló.

Magnus alzó las manos al cielo. Aún le crepitaban de energía azul, como un rayo seco.

—¿Y qué piensas acaso que son tus preciosas runas? ¿No magia?

—Chist —lo hizo callar Tessa. De repente se sentía cansada hasta la médula. Le dolía donde el corsé la chafaba las costillas, y los pies, en los zapatos demasiado pequeños de Jessamine, eran un suplicio—. Parad de decir tonterías ambos. Creo que alguien viene.

Todos se callaron, justo cuando un grupo torció la esquina de la casa. Tessa se quedó inmóvil. Incluso bajo la tenue luz de luna que se colaba entre las nubes, veía que no eran humanos. Y tampoco eran subterráneos. Eran un grupo de demonios: uno con aspecto de cadáver desgarbado con dos agujeros negros por ojos; otro de la mitad del tamaño de un hombre, con la piel azul y vestido con chaleco y pantalones, pero con una cola con pinchos, rasgos de lagarto y un morro plano como el de una serpiente; un tercero que parecía una rueca cubierta de húmedas bocas rojas.

Varias criaturas pasaron al mismo tiempo.

Tessa se cubrió la boca con la mano antes de ponerse a gritar. No servía de nada correr. Los demonios ya los habían visto y se habían detenido de golpe en el sendero. Un hedor a podrido emanaba de ellos, cubriendo la fragancia de los árboles.

Magnus alzó una mano, con un fuego azul rodeándole los dedos. Estaba mascullando algo. Parecía tan descompuesto como nunca lo había visto Tessa.

Y Will… Will, de quien Tessa se esperaba que sacara sus cuchillos serafines, hizo algo totalmente inesperado. Alzó un tembloroso dedo, señaló al demonio de piel azul y dijo: «Tú».

Éste se sorprendió. Todos los demás se quedaron parados, mirándose. Debían de tener algún tipo de acuerdo, pensó Tessa, para no atacar a los humanos en la fiesta, pero no le gustaba la forma en que las húmedas bocas azules se lamían los labios.

—Eh… —dijo el demonio al que Will había señalado, en una voz sorprendentemente común—. No recuerdo… Eso es, no creo haber tenido el placer de conocerle, ¿no?

—¡Mentiroso! —Will se tambaleó hacia adelante y cargó. Mientras Tessa lo miraba asombrada, Will pasó ante los otros demonios y se lanzó sobre el azul, que dejó escapar un chillido agudo. Magnus miraba lo que estaba ocurriendo boquiabierto. Tessa gritó: «Will, ¡Will!», pero él rodaba y rodaba sobre la hierba aferrado a la criatura de piel azul, que era sorprendentemente ágil. Will lo tenía agarrado por el chaleco, pero el ser consiguió soltarse y salió corriendo a toda velocidad por los jardines, con Will persiguiéndolo.

Tessa dio unos pasos hacia él, pero el dolor en los pies era una pura agonía. Se quitó los zapatos de Jessamine, y estaba a punto de salir corriendo detrás de Will cuando se dio cuenta de que las otras criaturas estaban haciendo un sonido como un furioso zumbido. Parecían dirigirse a Magnus.

—Ah, bueno, ya saben —contestó éste, ya con la compostura recuperada, e hizo un gesto en la dirección en la que Will había desaparecido—. Un desacuerdo. Por una mujer. Suele pasar.

El zumbido se intensificó. Resultaba evidente que los demonios no le creían.

—¿Una deuda de juego? —sugirió Magnus. Chasqueó los dedos y apareció una llama en su palma, bañando el jardín con un intenso brillo—. Les sugiero que no se preocupen demasiado, caballeros. Entretenimiento y diversión los esperan dentro. —Hizo un gesto hacia la estrecha puerta que llevaba al salón de baile—. Algo mucho más agradable de lo que les espera aquí fuera si continúan entreteniéndose.

Eso pareció convencerlos. Los demonios avanzaron, zumbando y mascullando, llevándose con ellos su hedor a basura.

Tessa se volvió hacia el mago.

—Rápido, tenemos que ir tras ellos…

Magnus se agachó, recogió los zapatos del suelo y los sostuvo por las cintas de satén.

—No tan de prisa, Cenicienta —dijo—. Will es un cazador de sombras. Corre muy rápido. Nunca lo alcanzarás.

—Pero tú… debe de haber alguna magia…

—Magia —exclamó Magnus, imitando el tono de disgusto del muchacho—. Will está donde tiene que estar, haciendo lo que tiene que hacer. Su propósito en este mundo es matar demonios, Tessa.

—¿Acaso te agrada? —preguntó ésta; tal vez fuera una pregunta extraña, pero había algo en la manera en que el brujo miraba a Will, hablaba con él, que ella no era capaz de precisar.

Magnus la sorprendió tomándose en serio su pregunta.

—Me agrada —contestó—, aunque bastante a mi pesar. Al principio lo consideraba un bonito veneno, pero he cambiado de parecer. Hay una alma bajo toda esa fanfarronería. Y está realmente vivo, una de las personas más vivas que he conocido jamás. Cuando siente algo, es tan brillante y acertado como un rayo.

—Todos sentimos —replicó Tessa, totalmente sorprendida. ¿Will, sintiendo con más intensidad que los demás? Más loco que los demás, quizá.

—No así —repuso el hechicero—. Créeme, he vivido mucho tiempo y lo sé. —Su mirada no carecía de compasión—. Y también descubrirás que los sentimientos van desapareciendo cuanto más vives. El brujo más viejo que he conocido había vivido casi mil años, y me dijo que ya no podía recordar cómo era el amor, o el odio, ninguno. Le pregunté por qué no acababa con su vida y me contestó que aún sentía una cosa: miedo, miedo a lo que hay después de la muerte. «Aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna».

Hamlet —dijo Tessa automáticamente. Estaba tratando de alejar la idea de su propia inmortalidad. El concepto era demasiado enorme y terrorífico para poder abarcarlo de verdad, y además… podía no ser cierto.

—Los que somos inmortales estamos atados a esta vida por una cadena de oro, y no osamos cortarla por miedo a lo que se halla más allá de la caída —dijo Magnus—. Ahora ve, y no le reproches a Will sus deberes morales. —Comenzó a caminar por el sendero, con Tessa cojeando detrás en un esfuerzo por mantenerse a su altura.

—Pero se ha comportado como si conociera al demonio…

—Probablemente ya haya tratado de matarlo antes —supuso el brujo—. A veces se escapan.

—Pero ¿cómo regresará al Instituto? —gimió Tessa.

—Es un chico listo. Encontrará la manera. Me preocupa más llevarte de vuelta a ti antes de que alguien note que no estás y se arme un jaleo. —Llegaron a la verja principal, donde esperaba el carruaje, con Cyril descansando tranquilamente en el pescante, con el sombrero sobre los ojos.

Tessa lanzó a Magnus una mirada rebelde mientras él abría la puerta del vehículo y le daba la mano para ayudarla a subir.

—¿Y cómo sabes que Will y yo no tenemos el permiso de Charlotte para estar aquí esta noche?

—Dame un poco más de crédito, querida —repuso él, y sonrió de una manera tan contagiosa que Tessa, con un suspiro, le dio la mano—. Bien —prosiguió—. Te llevaré al Instituto, y por el camino me lo puedes contar todo.