FURIOSA AFLICCIÓN
Tu congoja ha sido mi angustia; sí, temo y
muero por tu fría maldición.
Y he buscado en los más alto y lo más bajo,
por todo nuestro universo, con la desesperada esperanza
de hallar alivio a tu furiosa aflicción.
JAMES THOMSON, The City of Dreadful Night
A mi querida señora Branwell:
Quizá le sorprenda recibir una carta al cabo de tan poco tiempo de mi partida de Londres, pero a pesar de la placidez del campo, los acontecimiento se han precipitado y considero que debo mantenerla al corriente de su evolución.
El tiempo continúa siendo bueno, lo que me ha permitido dedicar mucho tiempo a explorar los alrededores, sobre todo la zona de Ravenscar Manor, que es sin duda una elegante mansión. La familia Herondale parece vivir sola allí; el padre, Edmund; la madre y la hija pequeña, Cecily, que pronto cumplirá los quince años y se parece mucho a su hermano en sus formas, su impaciencia y su aspecto. En seguida llegaré a cómo sé todo esto.
Ravenscar está cerca de un pequeño pueblo. Me instalé en la posada local, el Cisne Negro, y me presenté como un caballero interesado en comprar algunas propiedades en la zona. Los lugareños han sido de lo más amables en proporcionarme información, y cuando no, uno o dos hechizos de persuasión los han ayudado a ver las cosas desde mi punto de vista.
Al parecer, los Herondale se relacionan muy poco con la gente del lugar. A pesar de esta tendencia, o tal vez por ella, corren muchos rumores sobre ellos. Parece ser que no son dueños de Ravenscar Manor, sino que se hallan, a modo de cuidadores, encargándose de la propiedad para su verdadero propietario: Axel Mortmain, naturalmente. Para esta gente, Mortmain no es más que un rico industrial que compró una casa de campo que muy pocas veces visita; no me he topado con ningún rumor que lo relacione con los Shade, cuya presencia aquí parece llevar largo tiempo olvidada. Los Herondale son tema de mucha especulación y curiosidad. Se sabe que se les murió un hijo, y que Edmund, al que yo conocía, cayó en el juego y la bebida; al final perdió la casa en Gales, tras lo cual, al estar en la miseria, el propietario de esta mansión en Yorkshire les ofreció su puesto en la vivienda. Esto ocurrió hace dos años.
Todo esto me ha sido confirmado esta tarde, cuando, mientras observaba la mansión a distancia, me he sorprendido ante la aparición de una niña. Inmediatamente he sabido quién era. La había visto entrar y salir de la casa, y su parecido con su hermano Will, como he dicho, es acentuado. Se me ha encarado inmediatamente, queriendo saber por qué espiaba a su familia. Al principio no parecía enfadada sino bastante esperanzada. «¿Le ha enviado mi hermano? —me ha preguntado—. ¿Tiene algún mensaje de mi hermano?».
Ha resultado bastante conmovedor, pero conozco la Ley, y sólo le he podido decir que su hermano estaba bien y quería saber si ellos estaban a salvo. Ante eso, se ha enfadado y ha opinado que Will aseguraría mejor el bienestar de la familia volviendo con ella. También ha dicho que no había sido la muerte de su hermana (¿conocía usted la existencia de esta hermana?) lo que había acabado con su padre, sino la deserción de Will. Le dejo a su discreción si comunicar esto al joven Herondale o no, ya que parece que las noticias le harán más mal que bien.
Luego le ha hablado de Mortmain, ella me ha hablado de él sin ninguna reserva; ha dicho que era un amigo de la familia, que les había ofrecido esa casa cuando se habían quedado sin nada. Mientras ella hablaba, he comenzado a captar cómo piensa Mortmain. Sabe que va contra la Ley que los nefilim se relacionen con los cazadores de sombras que han elegido abandonar la Clave, y que, por lo tanto, Ravenscar Manor se evitará; sabe también que la ocupación de la casa por parte de los Herondale hace que los objetos en su interior sean de ellos y, por consiguiente, no se puedan usar para rastrearlo a él. Y finalmente, sabe que tener poder sobre los Herondale puede traducirse en tener poder sobre Will. ¿Necesita tener poder sobre Will? Tal vez ahora no, pero puede llegar un momento en que lo desee y, cuando eso ocurra, lo tendrá con facilidad. Es un hombre muy precavido, y los hombres así son peligrosos.
En su lugar, que no lo estoy, aseguraría al joven Will que su familia está a salvo y que los estoy vigilando; evitaría hablarle de Mortmain hasta que pueda reunir más información. Por lo que puedo deducir a partir de lo que me ha dicho Cecily, los Herondale no saben dónde se halla Mortmain. Ha dicho que se encontraba en Shanghái, y que a veces recibían correspondencia de su compañía allí, todas las cartas franqueadas con sellos peculiares. Sin embargo, es mi parecer que el Instituto de Shanghái opina que él no está allí.
Le he dicho a la señorita Herondale que su hermano la añora; creo que es lo mínimo que podía hacer. Me ha dado la sensación de que se ponía contenta. Permaneceré en esta zona todavía algún tiempo, me parece; se me ha despertado la curiosidad de averiguar cómo las desgracias de los Herondale se entrelazan con los planes de Mortmain. Aún hay secretos que desentrañar bajo la tranquila hierba de los campos de Yorkshire, y pretendo hacerlo.
RAGNOR FELL
Charlotte leyó la carta completa dos veces, para memorizar los detalles, y luego, después de plegarla, la tiró a la chimenea del salón. Se levantó y se apoyó en la repisa para ver cómo las llamas devoraban el papel surcado por líneas de negro y dorado.
No estaba segura de si el contenido de la carta la había dejado sorprendida, inquieta, o simplemente muy cansada. Intentar localizar a Mortmain era como intentar matar a una araña y acabar desesperadamente enganchado en los pegajosos hilos de su tela. Y Will… No le gustaba nada hablar de eso con él. Miró al fuego con la mirada perdida. A veces pensaba que a Will se lo había enviado el Ángel para probar su paciencia. Era un joven amargado, tenía una lengua que golpeaba como un látigo, y correspondía a todos sus intentos de cariño y afecto con veneno y desdén. Aun así, cuando lo miraba, veía al chico de doce años, acurrucado en un rincón de su dormitorio, tapándose los oídos con las manos cuando sus padres lo llamaban por su nombre unos escalones más abajo, tratando de que saliera y regresara con ellos.
Ella se había arrodillado junto a él cuando los Herondale se hubieron marchado. Recordaba que él había alzado el rostro, pequeño, blanco y serio, con los ojos azules y las cejas oscuras. Entonces era tan guapo como una niña, delgado y delicado. Sin embargo, al lanzarse al entrenamiento de los cazadores de sombras con tal determinación, tras dos años toda esa delicadeza había desaparecido, cubierta por músculo, cicatrices y Marcas. Pero aquel día ella le había cogido la mano y él la había dejado entre las de ella como un peso muerto. Se había mordido el labio inferior, aunque parecía no haberse dado cuenta, y la sangre le cubría la barbilla y le caía sobre la camisa.
«—Charlotte, me lo dirás, ¿verdad? ¿Me dirás si algo les pasa?
»—Will, no puedo…
»—Conozco la Ley. Sólo quiero saber si viven. —Sus ojos le habían rogado—. Charlotte, por favor…»
—¿Charlotte?
Apartó los ojos del fuego. Jem se hallaba en la puerta del salón. La mujer, aún medio atrapada en la red del pasado, lo miró parpadeando. Cuando Jem había llegado de Shanghái, sus ojos y su cabello habían sido negros como la brea. Con el tiempo se le habían vuelto plateados, como el cobre oxidándose con verdín, mientras la droga le circulaba por las venas, cambiándolo, matándolo lentamente.
—James —dijo Charlotte—. Es tarde, ¿no?
—Las once. —Jem inclinó la cabeza hacia un lado, observándola—. ¿Estás bien? Parece como si tu tranquilidad de espíritu acabara recibir un duro golpe.
—No, es sólo que… —Hizo un gesto vago—. Es todo este asunto de Mortmain.
—Tengo una pregunta —anunció Jem; entró más en el salón y bajó la voz—. No totalmente carente de relación con él. Gabriel ha dicho algo hoy, durante el entrenamiento…
—¿Estabas allí?
Él negó con la cabeza.
—Me lo ha contado Sophie. No le gusta ir con cuentos, pero estaba preocupada y no puedo culparla. Gabriel ha asegurado que su tío se había suicidado y que su madre había muerto de pena por… bueno, por culpa de tu padre.
—¿Mi padre? —preguntó Charlotte, inexpresiva.
—Al parecer, el tío de Gabriel, Silas, cometió alguna violación de la Ley, y tu padre lo descubrió. Tu padre lo denunció ante la Clave. El tío se mató por vergüenza, y la señora Lightwood murió de pena. Según Gabriel, «a los Fairchild no les importa nadie excepto ellos mismos y la Ley».
—¿Y me estás contando esto porque…?
—Me preguntaba si era cierto —contestó el muchacho—. Y de serlo, quizá pudiera ser útil informar al Cónsul de que el motivo por el que Benedict quiere el Instituto es por venganza, no por un deseo altruista de verlo funcionar mejor.
—No es cierto. No puede serlo. —Charlotte negó con la cabeza—. Silas se suicidó porque estaba enamorado de su parabatai, pero no porque mi padre se lo dijera a la Clave. Lo primero que la Clave supo de eso fue por la nota de suicidio de Silas. De hecho, el padre de éste pidió ayuda a mi padre para escribir el panegírico de Silas. ¿Te parece que haría eso un hombre que culpara a mi padre por la muerte de su hijo?
Los ojos de Jem se oscurecieron.
—Eso es muy interesante.
—¿Crees que Gabriel sólo estaba siendo desagradable, o crees que su padre le ha mentido para…?
Charlotte no llegó a acabar la pregunta. De repente, el chico se dobló por la mitad, como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago, con un ataque de tos tan fuerte que le sacudió los delgados hombros. Un chorro de sangre le salpicó la manga de la chaqueta al alzar el brazo para cubrirse la cara.
—Jem… —Ella fue hacia él con los brazos extendidos, pero él se irguió tambaleante y se apartó de ella, con la mano en alto como para detenerla.
—Estoy bien —aseguró con voz entrecortada—. Estoy bien. —Se limpió la sangre del rostro con la manga de la chaqueta—. Por favor, Charlotte —añadió con una voz derrotada cuando ella fue hacia él—. No.
La directora se detuvo, con el corazón en un puño.
—¿Hay algo…?
—Ya sabes que no hay nada. —Jem bajó el brazo, con la sangre en la manga como una acusación, y le dedicó la más dulce de las sonrisas—. Querida Charlotte —habló—, siempre te he considerado como una hermana mayor. Lo sabes, ¿verdad?
Ella se lo quedó mirando, boquiabierta. Eso se parecía tanto a una despedida que no podía contestar. Jem se volvió con su paso ligero de siempre y se marchó del salón. Lo observó mientras se iba, diciéndose que eso no significaba nada, que no estaba peor que otras veces, que todavía le quedaba tiempo. Quería a Jem como quería a Will, como no podía evitar quererlos a todos ellos, y la idea de perderlo le destrozaba el corazón. No sólo por su propia pérdida, sino por la de Will. Si Jem moría, Charlotte no podía evitar pensar que se llevaría con él todo lo que a Will aún le quedaba de humano.
Era casi medianoche cuando Will regresó al Instituto. Había comenzado a llover cuando estaba a medio camino de Threadneedle Street. Se había protegido bajo el toldo de Dan & Son Publishers para abrocharse la chaqueta y recolocarse el fular, pero la lluvia se le había metido incluso en la boca: gotas gordas y heladas que sabían a carbonilla y cieno. Había encorvado la espalda para hacer frente al hiriente aguijoneo de la lluvia mientras dejaba el refugio del toldo y pasaba ante el banco, camino del Instituto.
Incluso después de llevar años en Londres, la lluvia le hacía pensar en su casa. Aún recordaba cómo llovía en el campo, en Gales, el olor a hierba fresca, lo agradable que era rodar una y otra vez por las húmedas laderas de las colinas, llenándose el cabello y la ropa de briznas. Si cerraba los ojos, podía oír el eco de las risas de sus hermanas.
«Will, te estropearás la ropa; Will, mamá se pondrá furiosa…»
Se preguntó si se podía ser realmente londinense teniendo eso en las venas: el recuerdo de los grandes espacios abiertos, la amplitud del cielo, el aire limpio… No esas estrechas calles, llenas de gente; el polvo de Londres que se metía por todas partes, en la ropa, como una fina capa en el cabello y por la nuca; el hedor del sucio río.
Llegó a Fleet Street. Temple Bar se veía en la distancia a través de la neblina; la calle estaba resbaladiza por la lluvia. Un carruaje pasó traqueteando mientras él se metía en un callejón entre dos edificios; las ruedas salpicaron agua sucia a la acera.
Ya veía la aguja del Instituto en la distancia. Sin duda ya habrían acabado de cenar, pensó. Lo habrían recogido todo. Bridget estaría durmiendo; se podría colar en la cocina y apañarse una cena de pan, queso y pastel. Se había estado perdiendo muchas comidas últimamente y, si era sincero consigo mismo, sólo había una razón para ellos: estaba evitando a Tessa.
No quería evitarla; la verdad era que esa tarde había fracasado miserablemente al acompañarla no sólo al entrenamiento, sino también después al salón. A veces se preguntaba si hacía esas cosas sólo para probarse. Para ver si sus sentimientos habían desaparecido. Pero no era así. Cuando la veía, quería estar con ella; cuando estaba con ella, ansiaba tocarla; cuando le tocaba aunque fuera la mano, quería abrazarla. Quería sentirla contra él como en el desván. Quería conocer el sabor de su piel y el olor de su cabello. Quería hacerla reír. Quería sentarse y escucharla hablar de libros hasta que se le cayeran las orejas. Pero todo eso no lo podía querer, porque no lo podía tener, y querer lo que no se podía tener sólo llevaba a la desesperación y la locura.
Había llegado a casa. La puerta del Instituto se abrió bajo su mano, mostrando el vestíbulo lleno de una parpadeante luz mágica. Pensó en la nube que las drogas le habían producido en el antro de Whitechapel High Street. Una bendita liberación del querer y el necesitar. Había soñado que estaba tumbado en una ladera en Gales, con el cielo alto y azul sobre su cabeza, y que Tessa había subido la colina hasta llegar a él y se había sentado a su lado. «Te amo», él le había dicho a ella, y la había besado, como si fuera la cosa más natural del mundo. «¿Me amas tú?».
Ella le había sonreído. «Siempre serás el primero en mi corazón», le había contestado.
«Dime que esto no es un sueño», le había susurrado él a ella, mientras ella lo abrazaba, y luego ya no había sabido qué era sueño y qué realidad.
Se quitó el abrigo mientras subía la escalera, sacudiéndose el mojado cabello. Le caía agua fría por la camisa, humedeciéndole la espalda, haciéndolo estremecer. El precioso paquete que les había comprado a los ifrits se hallaba en el bolsillo del pantalón. Metió la mano y lo tocó con los dedos, sólo para asegurarse de que seguía allí.
En los pasillos, la luz mágica ardía con poca intensidad; estaba a medio camino del primero de ellos cuando se detuvo. La puerta de Tessa estaba allí, lo sabía, frente a la de Jem. Y allí, delante de la puerta de Tessa, se hallaba Jem; paseando de arriba abajo, «desgastando la alfombra», como hubiera dicho Charlotte.
—James —lo llamó Will, más sorprendido que otra cosa.
Su parabatai alzó la cabeza de golpe, se apartó de la puerta de Tessa al instante y se dirigió hacia la suya.
—Supongo que no debería sorprenderme encontrarte paseando por los corredores a cualquier hora —comentó con rostro inexpresivo.
—Creo que estoy de acuerdo que lo contrario me cuadra menos —repuso Will—. ¿Por qué estás despierto? ¿Estás bien?
Jem lanzó una mirada hacia la puerta de Tessa, y luego volvió a mirar a su amigo.
—Iba a pedirle disculpas a Tessa —contestó—. Creo que no la he dejado dormir tocando el violín. ¿Dónde has estado? ¿Ocupado otra vez con Nigel Seisdedos?
Will esbozó una sonrisa simpática, pero Jem no se la devolvió.
—Lo cierto es que tengo algo para ti —respondió Will—. Vamos, déjame entrar en tu cuarto. No quiero pasar toda la noche en el pasillo.
Después de un instante de vacilación, su amigo se encogió de hombros y abrió su puerta. Entró, seguido de Will, que cerró la puerta y echó la llave, mientras Jem se dejaba caer en el sillón. Había ardido un fuego en la chimenea, pero se había quedado reducido a unos cuantos carbones incandescentes. Jem miró a Will.
—Entonces ¿qué es…? —comenzó, y se dobló por la mitad, sacudido por una seca tos. Se le pasó en seguida, antes de que Will pudiera moverse o decirle algo, pero cuando se irguió y se pasó el dorso de la mano por la boca, ésta se le manchó de rojo. Miró la sangre sin inmutarse.
Will se sintió mal. Se acercó a su parabatai, sacó un pañuelo, que Jem le cogió, y luego el polvo plateado que había comprado esa noche en Whitechapel.
—Toma —le ordenó, incómodo. No se había sentido incómodo con Jem en cinco años, pero ahí estaba—. He ido a Whitechapel y te he traído esto.
Jem, después de limpiarse la sangre de la mano con el pañuelo de Will, tomó el paquete y se quedó mirando el yin fen.
—Me queda —dijo— al menos para otro mes. —De repente lo miró, con un repentino brillo en los ojos—. ¿O acaso Tessa te ha dicho…?
—Decirme ¿qué?
—Nada. Se me derramó un poco de polvo el otro día. Conseguí recoger la mayor parte. —Jem dejó el paquete a su lado—. Esto no era necesario.
Will se sentó en el baúl al pie de la cama de su amigo. No le gustaba sentarse ahí, tenía las piernas demasiado largas y siempre se sentía como un adulto tratando de meterse en un pupitre de escuela, pero quería tener los ojos a la misma altura que los de él.
—Los hombres de Mortmain han estado comprando gran cantidad de yin fen en el East End —le explicó—. Lo he confirmado. Si tú te quedaras sin y él fuera el único con existencias…
—Estaríamos en su poder —concluyó Jem—. A no ser que estuvierais dispuestos a dejarme morir, claro, lo que sería el plan más sensato.
—Yo no estaría dispuesto —afirmó Will con voz seca—. Eres mi hermano de sangre. He jurado no permitir que te pase nada…
—Dejando a un lado los juramentos —replicó Jem—, y los juegos de poder, ¿tiene algo de esto que ver conmigo?
—No sé a qué te refieres…
—Había comenzado a preguntarme si eras capaz de querer ahorrarle sufrimientos a alguien.
Will se echó un poco hacia atrás, como si Jem lo hubiera empujado.
—Yo… —Tragó saliva, buscando las palabras. Había pasado tanto tiempo desde que había querido emplear palabras que le hicieran lograr el perdón y no el odio, tanto tiempo pretendiendo presentarse bajo la peor luz posible, que, por un aterrorizado segundo, se preguntó si aún sería capaz de encontrarlas—. He hablado con Tessa hoy —dijo finalmente, sin notar que Jem palidecía aún más—. Me ha hecho entender… que lo que hice anoche es imperdonable. Aun así —añadió rápidamente—, espero que me perdones.
«Por el Ángel, qué mal se me da esto».
Jem alzó una ceja.
—¿Por qué?
—Fui al antro porque no podía dejar de pensar en mi familia y quería, necesitaba, dejar de pensar —explicó—. Ni se me pasó por la cabeza que podía parecer como si me estuviera burlando de tu enfermedad. Supongo que te pido perdón por mi falta de consideración. —Bajó la voz—. Todo el mundo se equivoca, Jem.
—Sí —repuso éste—. Sólo que tú te equivocas mucho más a menudo que la mayoría de la gente.
—Yo…
—Haces daño a todo el mundo —continuó—. A todos aquellos que conoces.
—No a ti —susurró Will—. Hago daño a todos menos a ti. Nunca he tenido la intención de herirte.
—Will… —Jem se apretó los ojos con la palma de las manos.
—No puedes no perdonarme —suplicó Will, y oyó el pánico en su propia voz—. Estaré…
—¿Solo? —Jem bajó las manos, pero estaba sonriendo de medio lado—. ¿Y de quién es la culpa? —Se apoyó en el respaldo de su asiento, con los ojos medio cerrados de cansancio—. Te habría perdonado —añadió—: Te habría perdonado aunque no te hubieras disculpado. Lo cierto es que no esperaba que lo hicieras. Debe de ser la influencia de Tessa.
—No estoy aquí porque me lo haya pedido; tú eres toda la familia que tengo. —Le tembló la voz—. Moriría por ti. Lo sabes. Moriría sin ti. De no ser por ti, habría muerto cien veces en estos cinco años. Te lo debo todo, y si no puedes creerte que tenga empatía, al menos creerás que sé lo que es el honor; el honor y la deuda…
Jem comenzó a parecer alarmado.
—Will, tu inquietud es mayor de lo que mi enfado merece. Ya no estoy enfadado; ya sabes que nunca me dura mucho.
Su tono era de consuelo, pero algo en Will no lograba consolarse.
—He ido a buscarte la medicina porque no puedo soportar la idea de que mueras sufriendo, sobre todo cuando podría haber hecho algo para evitarlo. Y lo hice porque tengo miedo. Si Mortmain viniera y dijera que es el único que tiene la droga que te salvaría la vida, debes saber que le daría lo que quisiera para poder conseguírtela. Ya he fallado a mi familia antes, James. No te fallaré a ti…
—Will. —Jem se puso de pie; se acercó a Will y se arrodilló para mirar a la cara a su amigo—. Empiezas a preocuparme. Tu arrepentimiento dice mucho de ti, pero debes saber…
Will lo miró. Recordaba a Jem cuando acababa de llegar de Shanghái, y cuando parecía ser todo grandes ojos negros en un rostro cargado de dolor. No había sido fácil hacerle reír, pero Will se había obstinado en intentarlo.
—Saber ¿qué?
—Que moriré —dijo Jem. Tenía los ojos muy abiertos y febriles; en la comisura de la boca le quedaba un resto de sangre. Las ojeras eran casi azules.
Will le clavó los dedos en la cintura, arrugando la tela de la camisa. Su amigo no se inmutó.
—Juraste que estarías conmigo —replicó—. Cuando hicimos el juramento, como parabatai. Nuestras almas están unidas. Somos una sola persona, James.
—Somos dos personas —corrigió Jem—. Dos personas con un acuerdo entre nosotros.
Will sabía que parecía un niño, pero no podía evitarlo.
—Un acuerdo que dice que no puedes ir a donde no puedo ir contigo.
—Hasta la muerte —repuso Jem con amabilidad—. Ésas son las palabras del juramento. «Hasta nada más que la muerte nos separe a ti y a mí». Algún día, Will, iré a donde nadie puede seguirme. Y creo que será más pronto que tarde. ¿Alguna vez te has preguntado por qué accedí a ser tu parabatai?
—¿Ninguna oferta mejor? —Will probó con el humor, pero la voz se le quebró como el hielo.
—Creía que me necesitabas —explicó Jem—. Has construido un muro a tu alrededor, Will, y nunca te he preguntado el porqué. Pero nadie debe soportar todas las cargas solo. Pensé que te abrirías conmigo si era tu parabatai, y entonces tendrías al menos a alguien con quien hablar. Me pregunté qué significaría mi muerte para ti. Solía temerla, por ti. Temía que te quedaras solo dentro de ese muro. Pero ahora… algo ha cambiado. No sé por qué. Pero sé que es cierto.
—¿Qué es cierto? —Will seguía clavándole los dedos a Jem en la cintura.
—Que ese muro se está derrumbando.
Tessa no podía dormir. Estaba tumbada de espaldas, inmóvil, mirando al techo. Había una grieta en el yeso que a veces parecía una nube y, otras, era igual que una cuchilla, dependiendo del movimiento de la vela.
La cena había sido tensa. Al parecer, Gabriel le había dicho a Charlotte que se negaba a regresar y seguir con el entrenamiento, así que en adelante iban a contar sólo con Gideon, trabajando con Sophie y con ella. El pequeño de los Lightwood se había negado a decir por qué, pero era evidente que la directora culpaba a Will; Tessa, al ver lo cansada que estaba ésta ante la idea de aumentar el conflicto con Benedict, se había sentido culpable por haber llevado a Will con ella al entrenamiento y por haberse reído de Gabriel.
No ayudó mucho que Jem no fuera a cenar. Tessa tenía muchas ganas de hablar con él. Después de que evitara mirarla durante el desayuno y luego hubiera estado «indispuesto» para la cena, el pánico le había retorcido el estómago. ¿Estaría horrorizado por lo que había pasado entre ellos la noche anterior, o peor, asqueado? Quizá en lo más profundo de su corazón, Jem sentía lo mismo que Will, que los brujos estaban por debajo de él. O tal vez no tuviera nada que ver con lo que era ella. Quizá fuera simplemente que le había repelido su ligereza; ella había aceptado con ganas sus abrazos, sin apartarlo, y ¿no le había dicho siempre la tía Harriet que los hombres eran débiles en lo referente al deseo, y que eran las mujeres las que tenían que contenerse?
La noche pasada no se había contenido mucho precisamente. Recordaba estar tumbada junto a Jem, con sus suaves manos encima. Sabía, con una dolorosa sinceridad interna, que si hubieran continuado, ella habría hecho todo lo que él hubiese querido. Incluso en ese momento, pensándolo, notaba el cuerpo ardiendo e inquieto; se movió en la cama y ahuecó una de las almohadas. Si había destruido la amistad que compartía con Jem al permitir lo que había ocurrido la noche anterior, nunca se lo perdonaría.
Estaba a punto de hundir el rostro en ella, cuando oyó un ruido. Unos golpecitos en la puerta. Se quedó inmóvil. Los golpes se repitieron, insistentes. Jem. Con manos temblorosas, saltó de la cama, corrió a la puerta y la abrió.
En el umbral se hallaba Sophie. Llevaba el oscuro uniforme de doncella, pero tenía la cofia de medio lado y los oscuros rizos le caían por la espalda. Estaba muy pálida, y había una mancha de sangre en el cuello del vestido; parecía horrorizada y casi enferma.
—Sophie. —La voz de Tessa evidenció su sorpresa—. ¿Estás bien?
La criada miró alrededor, temerosa.
—¿Puedo entrar, señorita?
Tessa asintió y le aguantó la puerta. Cuando ambas estuvieron dentro, la cerró con llave y se sentó en el borde de la cama, con la aprensión como un plomo en el pecho. La sirvienta permaneció de pie, y se retorcía las manos ante el regazo.
—Sophie, por favor, ¿qué pasa?
—Es la señorita Jessamine —soltó.
—¿Qué pasa con Jessamine?
—Es que… Es justo decir que la he visto… —Se interrumpió con gran pesadumbre—. Ha estado saliendo por las noches, señorita.
—¿De verdad? La vi anoche, en el pasillo, vestida como un muchacho y con un aspecto muy furtivo…
Sophie pareció aliviada. No le agradaba Jessamine, Tessa lo sabía bien, pero era una doncella bien instruida, y una doncella bien instruida no delata a su señora.
—Sí —respondió con firmeza—. Hace días que lo vengo notando. A veces la cama está intacta, hay barro en las alfombras por la mañana cuando no estaba la noche anterior. Se lo habría dicho a la señora Branwell, pero ya tiene tal horrible cantidad de cosas en la cabeza que no me he visto con ánimo.
—¿Y por qué me lo estás contando? —preguntó Tessa—. Parece que Jessamine ha encontrado un pretendiente. No puedo decir que apruebe su comportamiento, pero… —tragó saliva, pensando en su conducta de la noche anterior— ninguno de nosotros somos responsables. Y quizá exista alguna explicación inofensiva…
—Oh, pero, señorita. —Sophie metió la mano en el bolsillo de su uniforme y sacó una tarjeta de color crema entre los dedos—. Esta noche he encontrado esto. En el bolsillo de su nueva chaqueta de terciopelo. Ya sabe, la que tiene una raya de color crudo.
A Tessa no le importaba la raya de color crudo. Tenía los ojos clavados en la tarjeta. La cogió lentamente, y le dio la vuelta. Era una invitación a un baile.
20 de julio de 1878
Sr. BENEDICT LIGHTWOOD
Presenta sus respetos a
Srta. JESSAMINE LOVELACE
y le solicita el placer de su compañía
en el baile de máscaras que tendrá lugar el
Martes, 27 de julio. RSVP.
La invitación seguía con los detalles de la dirección y la hora de inicio del baile, pero era lo que había en el dorso de la invitación lo que a Tessa le heló la sangre en las venas. Escrito a mano, con una letra que a ella le resultaba tan familiar como la suya propia, estaban escritas las palabras: «Mi Jessie. El corazón me revienta de alegría ante la idea de verte mañana por la noche en el “gran evento”. Por muy grande que sea, sólo tendré ojos para ti. Ponte el vestido blanco, querida, ya que sabes que me gusta; “en brillo de satén y resplandor de perlas”, como dice el poeta. Tuyo siempre, N. G.».
—Nate —murmuró Tessa anonadada, tomando asiento y mirando la nota—. Nate ha escrito esto. Y cita a Tennyson.
Sophie inhaló profundamente.
—Me lo temía, pero pensaba que no podría ser. No después de lo que hizo.
—Conozco la letra de mi hermano. —Su voz era sombría—. Está planeando reunirse con ella esta noche en ese… baile secreto. Sophie, ¿dónde está Jessamine? Debo hablar con ella inmediatamente.
La sirvienta comenzó a retorcerse las manos con más rapidez.
—Es que… ésa es la cuestión, señorita…
—Oh, Dios, ¿ya se ha marchado? Tenemos que hablar con Charlotte. No veo otra manera de…
—No se ha marchado. Está en su dormitorio —la interrumpió Sophie.
—¿No sabe que has encontrado esto? —Tessa agitó la tarjeta.
Sophie tragó saliva visiblemente.
—Es… me ha encontrado con la tarjeta en la mano, señorita. He tratado de esconderla, pero ya la había visto. Tenía una mirada tan amenazadora cuando ha venido a cogérmela, que no lo he podido evitar. Todas las sesiones de entrenamiento que he tenido con el señorito Gideon me han venido a la mente y… bueno…
—¿Bueno, qué, Sophie?
—La he golpeado en la cabeza con un espejo —contestó desencajada—. Uno de esos con marco de plata, así que era bastante pesado. Se ha desplomado como una piedra. Así que… La he atado a la cama y he venido a buscarla a usted.
—Déjame ver si lo he entendido bien —dijo Tessa al cabo de un instante—. Jessamine te ha visto con la invitación en la mano, así que le has dado con un espejo en la cabeza y la has atado a la cama.
La doncella asintió.
—¡Dios santo! —exclamó Tessa—. Sophie, tenemos que ir a buscar a alguien. Este baile no pude seguir siendo un secreto, y Jessamine…
—No a la señora Branwell —gimió la chica—. Me despedirá. Tendrá que hacerlo.
—Jem…
—¡No! —Sophie se llevó la mano al cuello del vestido, donde tenía la mancha de sangre. Tessa se dio cuenta, sobresaltada, de que debía de ser sangre de Jessamine—. No podría soportar que él pensara que puedo hacer algo así… es tan amable. Por favor, no se lo diga a él, señorita.
Claro, pensó Tessa. Sophie estaba enamorada de Jem. Con todo el ajetreo de los últimos días, se había olvidado. La vergüenza la cubrió como una ola al recordar la noche anterior; la reprimió como pudo.
—Entonces, sólo queda una persona a la que podamos acudir, Sophie. ¿Lo entiendes?
—El señorito Will —contestó ella con desdén, y suspiró—. Muy bien, señorita. Supongo que no me importa lo que él piense de mí.
Tessa se levantó, cogió la bata y se envolvió en ella.
—Míralo por el lado bueno, Sophie. Al menos Will no se sorprenderá. Dudo que Jessamine sea la primera mujer inconsciente con la que ha tenido que tratar, o que vaya a ser la última.
Tessa se había equivocado al menos en un detalle: Will sí que se sorprendió.
—¿Esto lo ha hecho Sophie? —dijo, no por primera vez. Estaban a los pies de la cama de Jessamine. Ésta yacía encima, con el pecho subiendo y bajando lentamente como la famosa Bella Durmiente de cera de Madame du Barry. Tenía el cabello extendido por la almohada y un gran verdugón ensangrentado en la frente. Estaba atada a la cama por ambas muñecas—. ¿Nuestra Sophie?
Tessa miró a ésta, que estaba sentada en una silla junto a la puerta. Agachaba la cabeza y se contemplaba las manos. Evitaba tener contacto visual con Tessa o Will.
—Sí —contestó Tessa—, y deja de repetirlo.
—Creo que podría enamorarme de ti, Sophie —soltó él—. Quizá hablemos de matrimonio.
La chica gimió.
—Para ya —siseó Tessa—. Creo que estás asustando a la pobre chica más de lo que ya lo está.
—¿Y de qué va a tener miedo? ¿De Jessamine? Parece que Sophie ya ha ganado esta pequeña escaramuza con facilidad. —A Will le estaba costando reprimir una sonrisa maliciosa—. Sophie, querida, no tienes nada de que preocuparte. Yo he querido darle con algo en la cabeza a Jessamine en muchas ocasiones. Nadie podrá culparte.
—Tiene miedo de que Charlotte la despida —explicó Tessa.
—¿Por pegar a Jessamine? —Will se puso más serio—. Tess, si esa invitación es lo que parece, y Jessamine sí que iba a encontrarse en secreto con tu hermano, puede que nos haya traicionado a todos. Por no hablar de qué está haciendo Benedict Lightwood, organizando fiestas de las que ninguno de nosotros sabemos nada. ¿Fiestas a las que Nate está invitado? Lo que Sophie ha hecho es heroico. Charlotte le dará las gracias.
Al oír eso, la doncella alzó la cabeza.
—¿De verdad lo cree usted?
—Lo sé —respondió Will. Por un momento, Sophie y él se miraron fijamente. La criada apartó la mirada primero, pero si Tessa no se equivocaba, por primera vez no había habido desprecio en sus ojos al mirarlo.
Will sacó la estela del cinturón. Se sentó en la cama junto a Jessamine y le apartó suavemente el cabello. Tessa se mordió el labio para contenerse y no preguntarle qué estaba haciendo.
Le puso la estela a la chica insconciente en el cuello y en seguida trazó dos runas.
—Un iratze —explicó sin que Tessa tuviera que preguntarle—. Es decir, una runa curativa, y una runa de duerme ahora. Esto la mantendrá tranquila al menos hasta la mañana. Tu habilidad con el espejo de mano es admirable, Sophie, pero tus nudos pueden mejorar.
La aludida masculló algo por lo bajo en respuesta. El paréntesis en su desagrado por Will parecía cerrado.
—La pregunta —expuso él— es qué hacer ahora.
—Debemos decirle a Charlotte…
—No —replicó con firmeza—. No debemos.
Tessa lo miró asombrada.
—¿Por qué no?
—Por dos razones —contestó el cazador de sombras—. Primero, estaría obligada a explicárselo a la Clave, y si Benedict Lightwood es el anfitrión de ese baile, puedo imaginarme que algunos de sus seguidores estarán allí. Pero quizá no estén todos. Si se contacta con la Clave, tal vez puedan avisarlo antes de que alguien llegue para ver qué está pasando realmente. Segundo, el baile ha comenzado hace una hora. No sabemos cuándo llegará Nate buscando a Jessamine, y si no la ve, puede que se vaya. No tenemos tiempo que perder o desperdiciar, y despertando a Charlotte para explicarle todo esto haríamos justo eso.
—Entonces ¿a Jem?
Algo pasó por los ojos de Will.
—No. No esta noche. Jem no se encuentra del todo bien, pero dirá que sí. Después de anoche debo dejarlo fuera de todo esto.
Tessa lo miró con severidad.
—¿Qué propones que hagamos?
El muchacho alzó las comisuras de la boca.
—Señorita Gray, ¿me haría el honor de asistir a un baile conmigo?
—¿Te acuerdas de la última fiesta a la que fuimos? —le preguntó Tessa.
Él mantuvo la sonrisa. Tenía esa mirada de gran intensidad que se le ponía cuando estaba elaborando un plan.
—¿No me digas que estabas pensando lo mismo que yo, Tessa?
—Sí —contestó ella con un suspiro—. Me Cambiaré en Jessamine e iré en su lugar. Es el único plan que tiene sentido. —Se volvió hacia Sophie—. ¿Sabes cuál es el vestido del que habla Nate? ¿Un vestido blanco de Jessamine?
La doncella asintió.
—Cepíllalo y prepáralo para usarlo —le indicó Tessa—. También tendrás que peinarme, Sophie. ¿Te has calmado ya lo suficiente?
—Sí, señorita. —Se levantó, fue al armario y lo abrió. Will seguía mirando a Tessa; su sonrisa se hizo más amplia.
Ésta bajó la voz.
—Will, ¿se te ha ocurrido pensar que podría estar Mortmain?
La sonrisa desapareció del rostro del chico.
—Si está allí, ni te acerques a él.
—No puedes decirme qué debo hacer.
Will frunció el cejo. No estaba reaccionando en absoluto como Tessa creía que debía. Cuando Capitola, en The Hidden Hand, se había vestido de chico y se había enfrentado al merodeador Black Donall para demostrar su valor, nadie le había ordenado nada.
—Tu poder es impresionante, Tessa, pero no estás en posición de capturar a un poderoso mago adulto como Mortmain. Eso me lo dejarás a mí —dijo él.
Ella lo miró mal.
—Y tú ¿qué planeas hacer para que no te reconozcan en el baile? Benedict conoce tu rostro, como…
Will le cogió la invitación de la mano y la agitó.
—Es un baile de máscaras.
—Y supongo que, por casualidad, tú tienes una máscara.
—Lo cierto es que sí —contestó él—. La última fiesta de Navidad tenía como tema el Carnaval de Venecia. —Sonrió pícaramente—. Díselo, Sophie.
Ésta, que estaba ocupada con lo que parecía una mezcla de telarañas y rayos de luna en la bandeja del cepillo, suspiró.
—Es cierto, señorita. Y usted le deja que se ocupe él de Mortmain, ¿me oye? Es demasiado peligroso. ¡Y estarán allí lejos, en Chiswick!
Will miró triunfal a Tessa.
—Si hasta Sophie está de acuerdo conmigo, no puedes decir que no.
—Sí puedo —replicó ella obstinada—, pero no lo haré. Muy bien. Pero debes dejar en paz a Nate mientras hablo con él. No es idiota; si nos ve juntos, es capaz de sumar dos y dos. Por la nota, no me da la sensación de que espera que Jessamine asista acompañada.
—Por la nota, no me da ninguna sensación —repuso Will, mientras se ponía en pie—, excepto que puede citar la poesía menor de Tennyson. Sophie, ¿cuánto tardarás en arreglar a Tessa?
—Media hora —contestó la doncella, sin alzar la mirada del vestido.
—Entonces, Tessa, reúnete conmigo en el patio en media hora —dijo él—. Despertaré a Cyril. Y prepárate para desmayarte con mis galas.
La noche era fría, y Tessa se estremeció mientras atravesaba las puertas del Instituto y se quedaba en lo alto de los escalones exteriores. Recordó que era allí donde se había sentado la noche que Jem y ella habían paseado juntos hasta el Blackfriars Bridge, la noche que las criaturas mecánicas los habían atacado. Esa noche era más clara que aquélla, a pesar de haber llovido durante el día; la luna perseguía retazos sueltos de nubes por el fondo negro del cielo.
El carruaje estaba allí, al pie de la escalera, y Will esperaba delante. Alzó la mirada cuando las puertas del Instituto se cerraron detrás de ella. Por un momento, se quedaron mirándose mutuamente. Tessa sabía lo que él estaba viendo; lo había visto ella misma en el espejo de la habitación de Jessamine. Era Jessamine hasta en el más pequeño detalle, ataviada con un delicado vestido de seda de color marfil. Tenía un generoso escote, que mostraba buena parte del pecho, con una cinta de seda en el cuello para remarcar su forma. Las mangas eran cortas, y dejaban los brazos a merced del aire nocturno. Incluso si el escote no hubiera sido tan bajo, Tessa se hubiera sentido desnuda sin su ángel, pero no podía llevarlo; sin duda Nate se fijaría en él. La falda, con una cola en cascada, se ahuecaba hacia atrás desde una cintura fina y con un lazo; llevaba el cabello recogido en lo alto, con una tira de perlas sujeta con horquillas también de perlas. Y llevaba una máscara de dómino dorada que remarcaba el cabello rubio de Jessamine a la perfección.
«Parezco tan delicada… —había pensado con distancia, al mirarse en la plateada superficie del espejo mientras Sophie la arreglaba—. Como una princesa de las hadas».
Era fácil tener esas ideas cuando tu reflejo no era realmente el tuyo.
Pero Will… Will. Le había dicho que debía prepararse para desmayarse al ver sus galas, y ella había puesto los ojos en blanco, pero en su traje de etiqueta negro y blanco estaba más guapo de lo que ella podía haberse imaginado. Esos colores, sencillos y contrastados, realzaban la angulosa perfección de sus rasgos. El cabello negro le caía sobre una máscara asimismo negra de media cara que remarcaba el azul de los ojos que había detrás. Tessa notó que se le contraía el corazón, y se odió al instante por ello. Apartó la mirada de él, hacia Cyril, que se hallaba en el asiento del cochero. Éste entrecerró los ojos, confundido al verla; pasó la mirada de ella a Will y de vuelta a ella, y se encogió de hombros. Tessa se preguntó qué le habría dicho para explicar por qué se llevaba a Jessamine a Chiswick en plena noche. Debía de haber sido toda una historia.
—¡Ah! —fue todo lo que dijo Will mientras ella descendía los escalones y se cerraba el chal. Tessa esperaba que él culpara al frío del involuntario estremecimiento que la recorrió cuando él le cogió la mano—. Ahora veo por qué tu hermano citó esa deplorable poesía. Se supone que eres Maud, ¿no? ¿«Reina rosa del jardín de muchachas rosa»?
—¿Sabes? —dijo Tessa mientras él la ayudaba a subir al carruaje—, a mí tampoco me gusta ese poema.
Él subió tras ella y cerró la puerta.
—A Jessamine le encanta.
El vehículo comenzó a traquetear sobre los adoquines, y cruzó las puertas de la verja. Tessa se percató de que el corazón le latía acelerado. Era el temor a que los pillaran Charlotte o Henry, se dijo a sí misma. Nada que ver con estar sola con Will en un coche de caballos.
—Yo no soy Jessamine.
Él la miró. Había algo en sus ojos, una especie de admiración burlona; Tessa se preguntó si sería simplemente admiración por el aspecto de Jessamine.
—No —admitió él—. No, incluso siendo el retrato perfecto de Jessamine, de algún modo llego a ver a Tessa; como si rascando una capa de pintura, pudiera ver a mi Tessa debajo.
—Tampoco soy tu Tessa.
La luz que le brillaba a Will en los ojos se atenuó.
—Muy bien —repuso—. Supongo que no lo eres. ¿Y qué tal resulta ser Jessamine? ¿Puedes captar sus pensamientos? ¿Saber lo que siente?
Tessa tragó saliva, y tocó la cortina de terciopelo de la ventanilla del carruaje con una mano enguantada. Fuera, vio pasar las luces amarillas de las farolas como una mancha continua; dos niños estaban sentados en un portal, apoyados el uno en el otro, dormidos. Temple Bar pasó por delante.
—Lo he intentado —contestó—. Arriba en su dormitorio. Pero hay algo que va mal. No… no he podido sentir nada.
—Bueno, supongo que es difícil meterse en el cerebro de alguien si ese alguien no tiene cerebro, para empezar.
Tessa le hizo una mueca.
—Bromea si quieres, pero hay algo raro en Jessamine. Tratar de tocar su mente es como tratar de tocar… un nido de serpientes, o una nube venenosa. Puedo notar sus emociones levemente. Mucha rabia, y anhelo, y amargura. Pero no puedo separar los pensamientos individuales. Es como tratar de coger agua.
—Es curioso. ¿Te habías encontrado antes con algo parecido?
Tessa negó con la cabeza.
—Me preocupa. Tengo miedo de que Nate espere que yo sepa algo y no saberlo o no tener la respuesta correcta.
Will se inclinó hacia delante. En días lluviosos, esto es, prácticamente a diario, su cabello liso se rizaba. Había algo en la vulnerabilidad del cabello húmedo rizándosele en las sienes que hizo que Tessa sintiera un dolor en el corazón.
—Eres una buena actriz, y conoces a tu hermano —la animó él—. Tengo absoluta confianza en ti.
Ella lo miró sorprendida.
—¿De verdad?
—Y —continuó él sin responder a la pregunta— en caso de que algo vaya mal, yo estaré allí. Incluso si no me ves, Tess, estaré allí. Recuérdalo.
—Muy bien. —Tessa inclinó la cabeza hacia el lado—. ¿Will?
—¿Sí?
—Hay una tercera razón por la que no querías despertar a Charlotte y decirle lo que estamos haciendo, ¿verdad?
Él la miró con ojos entrecerrados.
—¿Cuál?
—Porque todavía no sabes si esto es sólo un estúpido tonteo por parte de Jessamine o si es algo más serio y tenebroso. Una auténtica conexión con mi hermano y con Mortmain. Y sabes que si es lo segundo, a Charlotte se le romperá el corazón.
Un músculo le tironeó a Will en la comisura de la boca.
—¿Y qué me importa si pasa eso? Si es tan tonta como para encariñarse de Jessamine…
—Sí que te importa —replicó Tessa—. No eres un trozo de hielo inhumano, Will. Te he visto con Jem; he visto cuando mirabas a Cecily. Y tenías otra hermana, ¿verdad?
Él la miró molesto.
—¿Qué te hace pensar que tuviera… tenga… más de una hermana?
—Jem dijo que pensaba que tu hermana estaba muerta —contestó Tess—. Y tu dijiste: «Mi hermana está muerta». Pero es evidente que Cecily está bien viva. Lo que me hizo pensar que tenías otra hermana que murió. Una que no era Cecily.
Will dejó escapar un largo resoplido.
—Eres muy lista.
—Pero ¿soy lista y acierto, o soy lista y no acierto?
El chico parecía alegrarse de llevar una máscara que ocultara su expresión.
—Ella —respondió—. Dos años mayor que yo. Y Cecily, tres años más pequeña. Mis hermanas.
—Y Ella…
Will apartó la mirada, pero no antes de que Tessa viera el dolor en sus ojos. Así que Ella sí que estaba muerta.
—¿Cómo era? —preguntó la cambiante, al recordar lo que había agradecido a Jem que le preguntara sobre Nate—. ¿Ella? Y Cecily, ¿qué clase de chica es?
—Ella era protectora —explicó Will—. Como una madre. Hubiera hecho cualquier cosa por mí. Y Cecily era una criatura loca. Sólo tenía nueve años cuando me marché. No puedo decir si sigue siendo igual, pero era… como Cathy en Cumbres Borrascosas. No tenía miedo de nada y lo exigía todo. Podía pelear como un demonio y jurar como una pescadera de Billingsgate. —Había simpatía en su voz, y admiración, y… amor. Nunca le había oído hablar de nadie así, excepto quizá de James.
—Si puedo preguntar… —comenzó Tessa.
Will suspiró.
—Sabes que vas a preguntarlo tanto si digo que puedes como si no.
—Tú mismo tienes una hermana pequeña —planteó ella—. ¿Qué le hiciste exactamente a la hermana de Gabriel para que te odie así?
Will se irguió.
—¿Lo preguntas en serio?
—Sí —respondió—. Me veo obligada a pasar mucho tiempo con los Lightwood, y es evidente que Gabriel te desprecia. Y le rompiste el brazo. Me quedaría más tranquila si supiera por qué.
Will arañó el aire, sacudiendo la cabeza.
—¡Dios! —exclamó—. Su hermana… se llama Tatiana, por cierto; la llamaron así por la mejor amiga de su madre, que era rusa… Creo que entonces tenía doce años.
—¿Doce? —Tessa estaba horrorizada.
Will soltó aire.
—Veo que ya has decidido tú sola lo que pasó —replicó—. ¿Te quedarías más tranquila si te dijera que yo también tenía doce años? Tatiana… creía estar enamorada de mí. De ese modo como se enamoran las niñas. Me seguía y se reía, y se metía detrás de las columnas para mirarme.
—A los doce años se hacen cosas muy tontas.
—Fue la primera fiesta de Navidad en el Instituto a la que yo asistía —continuó—. Los Lightwood lucían sus mejores galas. Tatiana con lazos plateados en el pelo. Tenía un librito que llevaba consigo a todas partes. Esa noche, se le debió de caer. Era su diario. Lleno de poemas sobre mí: el color de mis ojos, la boda que celebraríamos. Había escrito «Tatiana Herondale» por todas partes.
—Suena muy tierno.
—Yo había estado en el salón, pero volví a la sala de baile con el diario. Elise Penhallow acababa de tocar el clavicémbalo. Me puse a su lado y empecé a leer el diario de Tatiana.
—Oh, Will…, ¡no!
—Sí —repuso él—. Había hecho rimar «Will» con «mil» como en «Nunca sabrás, dulce Willi / Cuáles son las mil formas en que te amo». Eso había que pararlo.
—¿Qué ocurrió?
—Oh, Tatiana salió corriendo de la sala llorando, y Gabriel saltó al estrado y trató de estrangularme. Gideon permaneció con los brazos cruzados. Te habrás fijado en que es lo que hace siempre.
—Supongo que Gabriel no lo consiguió —repuso Tessa—. Estrangularte, me refiero.
—No, antes le rompí el brazo —contestó el chico satisfecho—. Y ya lo sabes. Por eso me odia. Humillé a su hermana en público, y lo que no menciona es que también lo humillé a él. Pensó que podría ganarme sin problemas. Yo todavía no había tenido mucho entrenamiento serio, y lo había oído llamarme «casi un mundano» a mis espaldas. Le gané de calle, le rompí el brazo. Sin duda fue un sonido mucho más agradable que el de Elise machacando el clavicémbalo.
Tessa se frotó las enguantadas manos para calentárselas, y suspiró. No sabía qué pensar. No era en absoluto la historia de seducción y traición que se había esperado, pero tampoco dejaba muy bien a Will.
—Sophie me ha dicho que ahora está casada —comentó—. Tatiana. Acaba de regresar de viajar por el continente con su esposo.
—Estoy seguro de que es tan aburrida y estúpida como lo era entonces. —Will sonaba como si estuviera a punto de quedarse dormido. Cerró la cortina, y se quedaron a oscuras. Tessa oía su respiración, notaba su calor frente a ella. Podía entender por qué una joven con decoro nunca debía viajar en un carruaje con un caballero que no fuera de su familia. Había algo extrañamente íntimo en hacerlo. Claro que ya hacía tiempo que ella rompía las reglas del decoro cuando le interesaba.
—Will —volvió a decir.
—La dama tiene otra pregunta. Lo noto en su tono. ¿Alguna vez pararás de hacer preguntas, Tessa?
—No hasta que tenga todas las repuestas que quiero —contestó ella—. Will, si los brujos se crean de la unión de un demonio y un humano, ¿qué pasa si uno de ellos es un cazador de sombras?
—Un cazador de sombras no permitiría nunca que pasara eso —respondió el muchacho, tajante.
—Pero en el Códice dice que la mayoría de los brujos son el resultado de una… violación —insistió Tessa, quebrándosele la voz en la fea palabra—, o de demonios cambiantes que toman la forma del amado y engañan en la seducción. Jem me dijo que la sangre de cazador de sombras es dominante. El Códice explica que los hijos de cazadores de sombras y licántropos o hadas son siempre cazadores de sombras. ¿Y no podría la sangre de ángel de un cazador de sombras anular lo que hay de demoníaco y producir…?
—Lo que produce es nada. —Will tiró de la cortina—. El niño nacería muerto. Siempre es así. Quiero decir, muerto antes de nacer. El hijo de un demonio y un cazador de sombras es la muerte. —Bajo la tenue luz, la miró—. ¿Por qué quieres saber esas cosas?
—Quiero saber qué soy —respondió ella—. Creo que soy una especie de… combinación que no se ha visto antes. En parte hada, en parte…
—¿Has pensado alguna vez transformarte en tus padres? —preguntó él—. ¿En tu madre o tu padre? Te permitiría acceder a sus recuerdos, ¿no?
—Lo he pensado. Claro que lo he pensado. Pero no tengo nada de mi madre ni de mi padre. Todo lo que metí en los baúles para el viaje lo tiraron las Hermanas Oscuras.
—¿Y tu colgante del ángel? —inquirió Will—. ¿No era de tu madre?
Tessa negó con la cabeza.
—Lo he intentado. No… no pude acceder a ella a través de él. Supongo que hace demasiado tiempo que es mío; lo que lo hacía de ella se ha evaporado, como el agua.
Los ojos de Will resplandecían en la oscuridad.
—Quizá seas una muchacha mecánica. Quizá el padre brujo de Mortmain te construyó, y ahora éste busca el secreto de cómo crear una imitación tan perfecta de la vida, porque lo único que puede construir son esas horribles monstruosidades. Tal vez lo que late bajo tu pecho sea un corazón hecho de metal.
Tessa cogió aire y, por un momento, se sintió mareada. La suave voz de Will era tan convincente, y sin embargo…
—No —negó ella—. Te olvidas que recuerdo mi infancia. Las criaturas mecánicas no cambian o crecen. Y eso tampoco explicaría mi capacidad.
—Lo sé —repuso el chico con una sonrisa que destelló blanca en la oscuridad—. Sólo quería ver si podía convencerte a ti.
Tessa lo miró fijamente.
—No soy yo la que no tiene corazón.
Estaba demasiado oscuro en el carruaje para estar segura, pero notó que él se sonrojaba. Antes de que él pudiera replicarle algo, las ruedas se pararon con una sacudida. Habían llegado.