9

LABRAR EN METAL

La mena líquida decantó en moldes preparados; de ellos forjó primero sus propios útiles; luego los que servían para liquidar o labrar en metal.

JOHN MILTON, El paraíso perdido

Los Hermanos Silenciosos, vio Tessa inmóvil por la impresión, tenían una sangre tan roja como la de cualquier mortal.

Oyó a Charlotte gritando órdenes y, luego, a Henry bajar corriendo la escalera hacia el primer carruaje. Abrió la puerta de golpe, y Jessamine cayó entre sus brazos; tenía el cuerpo exánime y los ojos medio cerrados. Llevaba el desgastado vestido blanco que Tessa le había visto cuando la había visitado en la Ciudad Silenciosa, aunque llevaba el hermoso cabello rubio cortado al rape.

—Henry —sollozó de forma audible, y se le agarró a las solapas—. Ayúdame, Henry. Llévame dentro del Instituto, por favor…

Henry se alzó con Jessamine en brazos, justo cuando las puertas del segundo carruaje se abrían y comenzaban a salir autómatas, que se unían al primero. Parecían ir desplegándose al ir saliendo, como muñecos de papel: un, dos, tres… Tessa perdió la cuenta cuando los cazadores de sombras sacaron armas de los cinturones. Vio el destello del metal que despedía la punta de la espada bastón de Jem, oyó el murmullo en latín mientras los cuchillos serafines se encendían a su alrededor como un círculo de fuego bendito.

Y los autómatas atacaron. Uno de ellos corrió hacia Henry y Jessamine, mientras que los otros subieron la escalera. Tessa oyó como Jem la llamaba, y se dio cuenta de que ella no tenía ninguna arma. No había pensado entrenar ese día. Miró alrededor desesperada, buscando algo, buscando una piedra pesada, o incluso un palo. En el vestíbulo había armas colgando de las paredes, como adornos, pero una arma era una arma. Corrió adentro y descolgó una espada de un clavo de la pared; luego dio la vuelta y regresó corriendo afuera.

La escena que se encontró era un puro caos. Jessamine estaba en el suelo, agazapada contra una rueda de su carruaje, y se cubría el rostro con los brazos. Henry estaba ante ella, y blandía un cuchillo serafín de un lado al otro para mantener a raya el autómata que trataba de pasar ante él, con sus manos acabadas en pinchos, para dirigirse hacia Jessamine. El resto de las criaturas mecánicas se habían esparcido por la escalera y estaban enzarzadas en combates individuales con los cazadores de sombras.

Mientras Tessa alzaba la espada que tenía en las manos, miró por todo el patio. Esos autómatas eran diferentes de los que habían visto antes. Se movían con más rapidez, con pasos menos sincopados, y las articulaciones de cobre se doblaban con suavidad.

En el primer escalón, Gideon y Gabriel estaban luchando furiosamente con un monstruo mecánico de tres metros, que movía sus manos de pinchos como mazas.

Gabriel ya tenía un ancho corte en el hombro, del que manaba la sangre, pero su hermano y él estaban hostigando a la criatura, uno por delante y otro por detrás. Jem, agachado, se alzó de repente y atravesó la cabeza de un autómata con su espada bastón. La criatura sacudió espasmódicamente los brazos y trató de tirar hacia atrás, pero tenía la espada enterrada en su cráneo de metal. Jem arrancó el arma, y cuando el autómata fue a por él de nuevo, la blandió contra las piernas y le cortó una. La criatura se fue de lado y cayó sobre los adoquines.

Más cerca de Tessa, el látigo de Charlotte atravesaba el aire como un rayo y le cortó el brazo ballesta a la primera criatura; eso ni siquiera la ralentizó. Mientras iba a por la directora con su segundo brazo, con forma de espátula y garra, Tessa se interpuso y blandió la espada como Gideon le había enseñado, empleando todo el cuerpo para aumentar la fuerza y golpeando desde arriba para añadir el poder de la gravedad al golpe.

La hoja cayó y segó el segundo brazo de la criatura. Esa vez un fluido negruzco salió propulsado de la herida. El autómata siguió su curso, y se agachó para golpear a Charlotte con la coronilla, de la que salía una corta hoja afilada. Ella lanzó un grito cuando le alcanzó en el brazo. Luego chasqueó el látigo y el electrum plateado dorado le rodeó el cuello a la criatura. La mujer dio un tirón, y la cabeza, seccionada, cayó a un lado; por fin la criatura se desplomó, mientras un fluido oscuro bombeaba lentamente por los cortes en el chasis de metal.

Tessa ahogó un grito y tiró la cabeza hacia atrás; el sudor le pegaba el cabello a la frente y las sienes, pero necesitaba ambas manos para manejar la pesada espada y no podía apartárselo. A través de los ojos, que le picaban por el sudor, vio que Gabriel y Gideon tenían a su autómata en el suelo y lo estaban destrozando; tras ellos, Henry se agachó justo a tiempo de esquivar un tajo de la criatura que lo tenía arrinconado contra el carruaje. La mano de maza atravesó la ventanilla del carruaje, y los vidrios cayeron sobre Jessamine, que gritó y se cubrió la cabeza. Henry alzó el cuchillo serafín y lo hundió en el torso del androide. Tessa estaba acostumbrada a ver los cuchillos serafines atravesar ardiendo a los demonios, reduciéndolos a nada, pero el autómata sólo se tambaleó hacia atrás y luego atacó de nuevo, con la hoja hundida en el pecho ardiendo como una antorcha.

Con un grito, Charlotte comenzó a correr escaleras abajo hacia su marido. Tessa miró alrededor, y no vio a Jem. El corazón le dio un vuelco. Avanzó un paso…

Una oscura silueta se alzó ante ella, cubierta con un hábito negro. Unos guantes igualmente negros le cubrían las manos, y unas botas negras, los pies. Tessa pudo ver un rostro blanco como la nieve rodeado de los pliegues de una capucha negra, un rostro tan conocido y horrible como una pesadilla recurrente.

—Hola, señorita Gray —dijo la señora Negro.

A pesar de meter la cabeza en todas las habitaciones en que se le ocurrió, Will no fue capaz de encontrar a Cyril. Eso le irritó, y a su irritabilidad no le iba nada bien su encuentro con Tessa en la escalera. Después de dos meses de ir con tanto cuidado cerca de ella que era como si caminara sobre el filo de un cuchillo, le había soltado todo lo que sentía como si fuera sangre manando de una herida abierta, y sólo Charlotte había evitado que esa estupidez por su parte se convirtiera en un desastre.

Aun así, la respuesta de Tessa le daba vueltas en la cabeza mientras recorría el pasillo y pasaba ante la cocina. «Dicen que no se puede dividir el corazón, y sin embargo…»

Y sin embargo ¿qué? ¿Qué había querido decir?

La voz de Bridget salió cantarina del comedor, donde Sophie y ella estaban limpiando.

Oh, madre, madre, hazme la cama, hazla mullida y estrecha. Mi William murió de amor por mí, Y yo moriré de pena.

La enterraron en el viejo patio de la iglesia La tumba del dulce William cerca de ella, y desde esa tumba nació un rosa roja, roja y de la de ella, un espino.

Crecieron por la vieja torre de la iglesia hasta que no pudieron crecer más Y se entrelazaron, un nudo de amor verdadero, la rosa roja, roja y el espino.

Will se preguntaba cómo Sophie podía contenerse y no darle a Bridget en la cabeza con una bandeja, cuando sintió una sacudida que fue como si le golpearan en el pecho. Se dejó caer contra la pared, falto de aliento, con la mano en el cuello. Notaba algo palpitando ahí, como un segundo corazón sobre el suyo. La cadena del colgante que Magnus le había regalado estaba fría al tacto, y él se la sacó rápidamente de debajo de la camisa y lo miró: rojo intenso y latiendo con una luz escarlata como el centro de una llama.

Se dio cuenta vagamente de que Bridget había dejado de cantar, y que ambas chicas se hallaban en la puerta de comedor, mirándolo anonadadas. Él soltó el colgante y lo dejó caer sobre el pecho.

—¿Qué pasa, señorito Will? —preguntó Sophie. Había dejado de llamarle señor Herondale desde que se había conocido la verdad sobre su maldición, aunque el chico aún se preguntaba a veces si a ella le caería bien o no—. ¿Se encuentra bien?

—No soy yo —contestó él—. Debemos ir abajo, rápido. Algo va terriblemente mal.

—Pero está muerta —dijo Tessa boquiabierta, mientras retrocedía un escalón—. La vi morir…

Gritó cuando unos largos brazos de metal la rodearon desde atrás como correas, alzándola del suelo. La espada repicó en el suelo cuando el autómata apretó los brazos, y la señora Negro esbozó una terrible y fría sonrisa.

—Vamos, vamos, señorita Gray. ¿No se alegra ni un poquito de verme? Después de todo, fui la primera en darle la bienvenida a Inglaterra. Aunque diría que desde entonces ha hecho de esto su hogar.

—¡Suélteme! —Tessa pateó con fuerza, pero el autómata le estrelló la cabeza contra la suya, lo que hizo que se mordiera el labio con fuerza. Se atragantó y escupió: saliva y sangre salpicaron el rostro de la señora Negro—. Prefiero morir a ir con usted…

La Hermana Oscura se limpió con un guante e hizo una mueca de desagrado.

—Por desgracia, eso no se puede arreglar. Mortmain te quiere viva. —Chasqueó los dedos al autómata—. Llévala al carruaje.

Éste dio un paso, con Tessa entre los brazos… y se desplomó hacia adelante. Tessa casi no tuvo ni tiempo de estirar los brazos para parar la caída, y se golpeó contra el suelo con la criatura mecánica encima. Un intenso dolor le atravesó la muñeca derecha, pero se apoyó en ella igualmente; un grito se le escapó de la garganta mientras se tiraba a un lado y resbalaba por varios escalones, con el grito de frustración de la señora Negro resonándole en los oídos.

Miró hacia arriba un poco mareada. La señora Negro había desaparecido. El autómata que había sujetado a Tessa se arrastró de lado sobre los escalones, parte de su cuerpo de metal estaba seccionada. Tessa captó con un rápido vistazo lo que tenía dentro: ruedas dentadas, mecanismos y tubos traslúcidos que bombeaban el fluido negruzco. Jem se hallaba sobre ella por detrás, respirando pesadamente y manchado con la sangre aceitosa y negra del androide. Tenía el rostro blanco y serio. La miró un instante, una rápida ojeada para asegurarse de que estaba bien, y saltó los escalones para atacar a la criatura mecánica; le separó las piernas del torso. Ésta se sacudió espasmódicamente como una serpiente agonizante, y el brazo que le quedaba se movió con rapidez, agarró a Jem por el tobillo y dio un fuerte tirón.

Jem perdió pie, se fue al suelo y rodó escaleras abajo, en un espantoso abrazo con el monstruo de metal. El ruido que producía el metal sobre la piedra, mientras el autómata se escurría por los escalones, era horrible. Cuando llegaron al suelo juntos, la fuerza de la caída los separó. Tessa miró horrorizada cómo su prometido se ponía en pie tambaleándose, y su sangre roja se mezclaba con el fluido negro que le manchaba la ropa. Jem no tenía su espada bastón; se hallaba en uno de los escalones, donde la había dejado caer mientras resbalaba.

—Jem —susurró Tessa, mientras se ponía de rodillas. Trató de arrastrarse a cuatro patas, pero la muñeca le cedió; se cayó sobre los codos e intentó coger el bastón…

Entonces unos brazos la rodearon y la hicieron incorporar, y oyó la siseante voz de la señora Negro.

—No se resista, señorita Gray, o será peor para usted, mucho peor.

Tessa probó a revolverse, pero algo blando le cubrió la nariz y la boca. Captó un olor desagradablemente dulzón, y luego la oscuridad le cubrió los ojos y la arrastró a la inconsciencia.

Con un cuchillo serafín en la mano, Will salió a todo correr por la puerta abierta del Instituto y vio una escena de caos.

Automáticamente, buscó primero a Tessa, pero no la vio por ningún lado, afortunadamente. Debía de haber tenido el buen sentido de esconderse. Un carruaje negro se hallaba detenido al pie de la escalera. Tirada contra una de las ruedas, en medio de un montón de cristales rotos, se hallaba Jessamine. Henry y Charlotte estaban uno a cada lado de ella. Henry con la espada y Charlotte con el látigo, mantenían a raya a tres autómatas de metal con largas piernas, brazos de espada y cabezas lisas y sin expresión. La espada bastón de Jem estaba en uno de los escalones, que estaban cubiertos de un fluido negro y viscoso. Cerca de la puerta, Gabriel y Gideon Lightwood luchaba contra otros dos autómatas con la experiencia de dos guerreros entrenados juntos durante años. Cecily estaba arrodillada junto al cuerpo de un Hermano Silencioso, cuyo hábito estaba manchado de sangre escarlata.

La verja del Instituto estaba abierta, y la cruzaba un segundo carruaje negro, que se alejaba del Instituto a toda velocidad. Pero Will casi ni pensó en él, porque al pie de la escalera vio a su hermano de sangre. Pálido como el papel, pero en pie, retrocedía ante el ataque de otra criatura, que se tambaleaba como borracha, con un trozo de costado y un brazo seccionados. Jem estaba desarmado.

La fría agudeza de la batalla se apoderó de Will, y todo pareció ir más lento a su alrededor. Supo que Sophie y Bridget, ambas armadas, se habían dispuesto a ayudar; Sophie había corrido junto a Cecily, y Bridget, en un torbellino de cabello rojo y tajos de espada, estaba ocupada en reducir a chatarra a un autómata sorprendentemente grande con una ferocidad que en otra ocasión lo habría anonadado. Pero el mundo de Will se había estrechado, se limitaba al autómata y a Jem, que, al verlo, alzó una mano.

Will saltó cuatro escalones y se deslizó de costado; llegó hasta la espada bastón de Jem. La cogió y la lanzó. Su amigo la atrapó en el aire justo cuando el autómata se lanzaba hacia él; lo partió limpiamente en dos. La parte superior cayó al suelo, aunque las piernas y la parte baja del torso, que bombeaban un exceso de desagradables fluidos de color negro y verdoso, continuó avanzando hacia él. Jem se volvió de lado y blandió la espada de nuevo; cortó a la cosa por las rodillas. Finalmente, ésta cayó, mientras los trozos sueltos seguían removiéndose.

Jem giró la cabeza y miró a Will. Por un momento, sus ojos se encontraron, y éste le sonrió, pero Jem no le devolvió la sonrisa; estaba tan blanco como la sal, y Will no pudo interpretar su mirada. ¿Se habría herido? Estaba cubierto en tanto aceite y fluido que Will no podía ver si sangraba. La ansiedad se apoderó de él y comenzó a bajar los escalones hacia su parabatai, pero antes de que pudiera llegar abajo, éste había salido corriendo hacia la verja. Mientras Will se lo quedaba mirando, la cruzó y desapareció en las calles de Londres.

Will echó a correr, pero tuvo que detenerse al pie de la escalera cuando un autómata se deslizó ante él, moviéndose con suma rapidez y gracilidad, y le bloqueó el paso. Los brazos le acababan en largas tijeras; Will se agachó cuando una de ellas le fue a cortar la cara, y le hundió el cuchillo serafín en el pecho.

Se oyó su chisporroteo de metal al derretirse, pero la criatura sólo retrocedió un par de pasos y luego se lanzó de nuevo contra él. Will se agachó para esquivar las afiladas extremidades y sacó una daga del cinturón. Se revolvió y le soltó un tajo, y entonces vio que la criatura, de repente, se deshacía en tiras ante él, grandes trozos de metal que se desprendían como si de la piel de una naranja se tratara. El fluido negruzco hirvió y le salpicó a la cara mientras la cosa se desplomaba hecha pedazos.

Will alzó la mirada. Bridget lo miró tranquilamente desde el otro lado del destrozado autómata. Su cabello era una masa esponjosa de rizos rojos, y tenía el delantal blanco cubierto de sangre negra, pero le miraba impasible.

—Debería tener más cuidado —le dijo ella—. ¿No cree?

Will se había quedado sin habla; por suerte, la chica no parecía esperar una respuesta. Se chafó el cabello y fue hacia Henry, que estaba luchando con un autómata que tenía un aspecto especialmente temible, de al menos cuatro metros. Henry le había privado de un brazo, pero el otro, una monstruosidad larga y con varias articulaciones que acababa en una espada curvada como un kindjal, aún seguía atacándole. Bridget se acercó por detrás con calma y le clavó la espada en la articulación del torso. Saltaron chispas, y la criatura comenzó a trastabillar hacia adelante. Jessamine, aún agazapada contra la rueda del carruaje, soltó un grito y comenzó a apartarse de él, desplazándose a cuatro patas hacia Will.

Éste la observó con una anonadada sorpresa durante un instante mientras ella se hacía sangre en las manos y las rodillas sobre los vidrios rotos de la ventana, pero seguía avanzando. Luego, como impelido por un resorte, Will avanzó, rodeó a Bridget hasta llegar a Jessie, le pasó las manos por debajo y la alzó del suelo. Ella soltó un gritito ahogado (su nombre, le pareció a Will) y luego se dejó caer sin fuerzas, aunque mantuvo las manos agarradas a las solapas de él.

Will la alejó del carruaje, sin dejar de observar lo que ocurría por el patio. Charlotte había acabado con su autómata; Bridget y Henry estaban a medio hacer pedazos al otro. Sophie, Gideon, Gabriel y Cecily tenían dos criaturas en el suelo entre ellos, y los estaban trinchando como un pavo de Navidad. Jem no había regresado.

—Will —dijo Jessie con un hilillo de voz—. Will, por favor, déjame en el suelo.

—Tengo que llevarte adentro, Jessamine.

—No. —Tosió, y Will, horrorizado, vio que la sangre le corría por las comisuras de la boca—. No sobreviviré tanto. Will, si alguna vez me tuviste cariño, aunque fuera sólo un poco, déjame en el suelo.

Él se dejó caer al pie de la escalera con Jessie en brazos, tratando como podía de acomodarle la cabeza en su hombro. Ella tenía sangre en el cuello y en la parte delantera del vestido blanco, que se le pegaba al cuerpo. Estaba terriblemente delgada; las clavículas le sobresalían y tenía las mejillas hundidas. Parecía un paciente escapado del manicomio y no la hermosa muchacha que los había dejado hacía tan sólo ocho semanas.

—Jess —le preguntó él suavemente—. Jessie. ¿Dónde te han herido?

Ella le dedicó una sonrisa bastante fantasmal. Tenía los dientes manchados de rojo.

—Una de las garras de la criatura se me ha clavado en la espalda —susurró, y cuando Will miró hacia abajo, vio que tenía la parte posterior del vestido empapada de sangre. La sangre le había manchado las manos, los pantalones y la camisa, y su olor metálico le llenaba la garganta—. Me ha atravesado el corazón, lo noto.

—Un iratze… —comenzó Will mientras buscaba la estela en el cinturón.

—Ningún iratze me ayudará ahora —respondió con voz segura.

—Entonces, los Hermanos Silenciosos…

—Ni siquiera su poder puede salvarme. Además, no soportaría que volvieran a tocarme. Preferiría morir. Estoy muriendo, y me alegro.

Will la miró, perplejo. Recordaba la llegada de Jessie al Instituto, con catorce años y tan peligrosa como un gato enfadado con las uñas fuera. Nunca le había caído muy bien, ni él a ella, claro que él no había sido amable con nadie excepto con Jem, pero Jessie le había ahorrado tener que lamentarlo. Aun así, la admiraba de un modo extraño; se asombraba de la intensidad de su odio y la fuerza de su voluntad.

—Jessie. —Le puso la mano en la mejilla, y torpemente le esparció la sangre.

—No hace falta. —Volvió a toser—. Que seas amable conmigo, me refiero. Sé que me odias.

—No te odio.

—Nunca me has visitado en la Ciudad Silenciosa. Todos los demás sí. Tessa y Jem, Henry y Charlotte. Pero tú no. No perdonas, Will.

—No —contestó, porque era cierto. Y porque parte de la razón por la que nunca le había gustado Jessamine era porque en ciertos sentidos le recordaba a sí mismo—. Jem es el que sabe perdonar.

—Y sin embargo, siempre te he preferido a ti. —Le recorrió el rostro con los ojos, pensativa—. Oh, no, no de esa forma. Creo que no. Pero la forma en que te odiabas a ti mismo… Eso lo entendía. Jem siempre quiso darme una oportunidad, igual que Charlotte. Pero no quiero regalos de corazones generosos. Quiero que me vean como lo que soy. Y como tú nunca me has tenido lástima, sé que si te pido que hagas algo, lo harás.

Jessamine resolló. La sangre le formaba burbujitas en la boca. Will sabía lo que eso significaba: tenía una herida en los pulmones o se le estaban deshaciendo; se estaba ahogando en su propia sangre.

—¿Qué es? —preguntó Will con urgencia—. ¿Qué quieres que haga?

—Que las cuides —susurró ella—. Baby Jessie y las otras.

Will tardó un momento en darse cuenta de que se estaba refiriendo a sus muñecas.

—No dejaré que destruyan nada tuyo, Jessamine.

Ella esbozó una leve sonrisa.

—He pensado que quizá… no quisieran nada que les recuerde a mí.

—No se te odia, Jessamine. En cualquier mundo que haya después de éste, no entres pensando eso.

—Oh, ¿no? —Se le cerraban los ojos—. Aunque seguramente todos me habríais querido más si os hubiera dicho dónde estaba Mortmain. Entonces, quizá no habría perdido vuestro amor.

—Dímelo ahora —le urgió Will—. Dímelo, si puedes, y vuelve a ganarte ese amor…

—Idris —susurró ella.

—Jessamine, sabemos que eso no es cierto…

Ella abrió los ojos. El blanco estaba tintado de rojo, como sangre en el agua.

—Tú —dijo ella—. Tú entre todos deberías haberlo entendido. —Tensó los dedos de repente, espasmódicamente, sobre la solapa de Will—. Eres un galés terrible —le espetó con voz gruesa. Y luego el pecho se le alzó, pero no volvió a moverse de nuevo. Estaba muerta.

Tenía los ojos abiertos, clavados en el rostro de Will. Él le bajó los párpados con cuidado, dejándole impresas las huellas ensangrentadas del pulgar y el índice.

Ave atque vale, Jessamine Lovelace.

—¡No! —gritó Charlotte.

Will miró a través de una neblina producida por la impresión y vio a los otros reunirse a su alrededor: Charlotte, apoyada en Henry; Cecily con los ojos muy abiertos, y Bridget, que sujetaba dos espadas manchadas de aceite, inexpresiva. Detrás de ellos, Gideon se hallaba sentado en los escalones que daban al Instituto, con su hermano y Sophie, uno a cada lado. Estaba apoyado por la espalda, muy pálido, con la chaqueta rota; en una pierna tenía atada una tira de tela rasgada, y Gabriel le estaba dibujando en el brazo lo que seguramente era una runa curativa.

Henry hundió el rostro en el cuello de Charlotte y le murmuró frases tranquilizadoras mientras las lágrimas se deslizaban por el rostro de su esposa. Will los miró a ellos y luego a su hermana.

—Jem —dijo, y el nombre era una pregunta.

—Ha ido detrás de Tessa —contestó Cecily. Estaba mirando a Jessamine, con una expresión en la que se mezclaban la lástima y el horror.

Una luz blanca pareció destellar en los ojos del chico.

—¿Ha ido detrás de Tessa? ¿Qué quieres decir?

—Uno… uno de los autómatas la ha agarrado y la ha metido dentro de un carruaje —respondió su hermana, titubeando ante la fiereza del tono de Will—. Ninguno de nosotros la ha podido seguir. Las criaturas nos bloqueaban el paso. Luego, Jem ha salido corriendo. He supuesto…

Will notó que había apretado las manos, de forma totalmente inconsciente, alrededor el brazo de Jessamine, dejándole unas marcas lívidas en la piel.

—Que alguien coja a Jessamine —pidió con voz jadeante—. Debo ir tras ellos.

—Will, no… —comenzó Charlotte.

—Charlotte. —La palabra le salió del alma—. Debo ir…

Se oyó un clac: el ruido de la verja del Instituto al cerrarse de golpe. Will alzó la cabeza y vio a Jem.

La verja se había cerrado justo tras él, y se aproximaba a ellos. Caminaba lentamente, como si estuviera borracho o herido, y al acercarse, Will vio que estaba cubierto de sangre. La sangre negra de los autómatas, pero también un montón de sangre roja, en la camisa, manchándole la cara, las manos y el pelo.

Llegó junto a ellos y se detuvo de golpe. Tenía el mismo aspecto que había tenido Thomas cuando Will lo había encontrado en la escalera que daba al Instituto, sangrando y casi muerto.

—¿James? —preguntó Will.

Esa única palabra lo preguntaba todo.

—Se la han llevado —contestó éste en un tono neutro—. He corrido detrás del carruaje, pero iba ganando velocidad y no he logrado correr tan de prisa. Lo he perdido cerca de Temple Bar. —Su mirada se posó en Jessamine, pero ni siquiera pareció ver el cuerpo de la chica, o a Will sujetándola, o nada más—. Si hubiera podido correr más rápido… —dijo y luego se dobló por la mitad como si le hubieran golpeado, mientras sufría un acceso de tos. Se desplomó sobre las rodillas y los codos, salpicando de sangre el suelo que lo rodeaba. Arañó la piedra con los dedos. Luego rodó sobre la espalda y se quedó inmóvil.