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UN CORAZÓN DIVIDIDO

Sí, aunque Dios lo busca sin descanso, no hay nada bueno en todo ello; aunque busque en todas mis venas, no encontrará nada sano dentro excepto amor.

LORD ALFRED TENNYSON, El Palacio de Arte

Para: Miembros del Consejo

De: Josiah Wayland, Cónsul

Con pesar en el corazón tomo la pluma para escribirles, caballeros. Muchos de ustedes me conocen desde hace un buen número de años, y durante muchos de ellos les he guiado desde mi cargo de Cónsul. Creo que les he guiado bien, y que he servido al Ángel lo mejor que he podido. Sin embargo, errar es humano, y creo que erré al nombrar a Charlotte Branwell directora del Instituto de Londres.

Cuando la nombré para el cargo, creía que seguiría los pasos de su padre y demostraría ser una líder fiel, obediente al gobierno de la Clave. También creía que su esposo coartaría sus naturales tendencias femeninas hacia la impulsividad y la irreflexión. Por desgracia, no ha sido el caso. Henry Branwell carece de la fuerza de carácter necesaria para dominar a su esposa y, sin la restricción de la obligación femenina, ha dejado la virtud de la obediencia muy atrás. Justo el otro día descubrí que Charlotte había dado órdenes para que la espía Jessamine Lovelace regresara al Instituto después de su liberación de la Ciudad Silenciosa, contra mis expresos deseos de que fuera enviada a Idris. También sospecho que presta cierta atención a aquellos que no son amigos de la causa nefilim y pueden, de hecho, estar en coalición con Mortmain, como sería el caso del licántropo Woolsey Scott.

El Consejo no sirve al Cónsul; siempre ha sido a la inversa. Soy un símbolo del poder del Consejo y de la Clave. Cuando mi autoridad se socava por la desobediencia, se socava la autoridad de todos nosotros. Mejor tener un joven obediente, como mi sobrino, cuya valía aún está por probarse, que una persona cuya valía no ha superado la prueba.

En nombre del Ángel,

Cónsul Josiah Wayland

Will recordó.

Otro día, hacía meses, en el dormitorio de Jem. La lluvia golpeaba las ventanas del Instituto y se deslizaba en forma de regueros.

«¿Y eso es todo? —había preguntado Jem—. ¿Eso es la totalidad? ¿La verdad?».

Había estado sentado a su escritorio, con una pierna doblada sobre la silla bajo él; parecía muy joven. Su violín apoyado contra la silla. Había estado tocando cuando Will había entrado y, sin preámbulos, había anunciado que era el fin del fingimiento; tenía una confesión que hacer, y pretendía hacerla entonces.

Eso había acabado con Bach. Jem había dejado el violín sin apartar los ojos de Will, con la ansiedad floreciendo en sus ojos plateados mientras su parabatai andaba y hablaba, andaba y hablaba, hasta que se había quedado sin palabras.

«Eso es todo —había dicho éste al acabar—. No te culpo si me odias. Lo entenderé».

Se había hecho un largo silencio. La mirada de Jem no se había apartado del rostro de Will, fija y plateada bajo la oscilante luz del fuego.

«Nunca podría odiarte, William».

Éste notó que se le retorcía el estómago ahora, al recordar otro rostro, un par de ojos azul grisáceo mirándole fijamente.

«He intentado odiarte, Will, pero nunca lo he conseguido», le había dicho ella. En aquel momento, Will había sido dolorosamente consciente de que lo que le había dicho a Jem no era «la totalidad». Había más verdad. Estaba su amor por Tessa. Pero ésa era su cruz, no la de Jem. Era algo que debía quedar oculto para que su amigo fuera feliz.

«Me merezco tu odio —le había dicho Will a Jem, con voz quebrada—. Te he puesto en peligro. Creía estar maldito y que todo aquel que me quisiera moriría; me permití quererte, y permití que fueras mi hermano, poniéndote en peligro…»

«No había peligro».

«Pero yo creía que sí. Si te pusiera un revólver en la cabeza, James, y apretara el gatillo, ¿realmente importaría que yo no supiera que no había balas en la recámara?».

Jem le había mirado con ojos muy abiertos, y luego había reído suavemente.

«¿Crees que no sabía que tenías un secreto? —había dicho—. ¿Pensabas que inicié mi amistad contigo con los ojos cerrados? No sabía la naturaleza de la cruz con la que cargabas. Pero sabía que había una cruz. —Se había levantado—. Sabía que te considerabas un veneno para todos los que te rodeaban —había añadido—. Sé que pensabas que había alguna fuerza corrosiva en tu interior que me quebraría. Pretendía mostrarte que no me iba a quebrar, que el amor no era tan frágil. ¿Lo conseguí?».

Will se había encogido de hombros, impotente. Casi había deseado que Jem se enfadase con él. Habría sido más fácil. Nunca se había sentido tan pequeño por dentro como cuando se encontraba con la expansiva amabilidad de Jem. Pensó en el Satán de Milton. «Avergonzado se hallaba el Diablo / Y sintió lo terrible que es la bondad».

«Me salvaste la vida», había dicho Will.

Jem había sonreído; una sonrisa tan brillante como el sol alzándose sobre el Támesis.

«Eso es todo lo que siempre he querido».

—¿Will? —Una suave voz le sacó de su ensueño. Tessa, sentada frente a él en el carruaje, sus ojos grises del color de la lluvia bajo la tenue luz—. ¿En qué estás pensando?

Haciendo un esfuerzo, Will se apartó de sus recuerdos con los ojos fijos en el rostro de Tessa. El rostro de Tessa; más ancho en los pómulos, ligeramente puntiagudo en la barbilla. Ella no llevaba sombrero, y la capucha de su capa de brocado estaba echada hacia atrás. Estaba pálida. Will pensó que nunca había visto un rostro que tuviera tanto poder de expresión: cada una de sus sonrisa dividía el corazón de Will como un rayo podría partir un árbol, al igual que lo hacía cada una de sus miradas de tristeza. En ese momento, Tessa le miraba con una preocupación melancólica que le encogió el corazón.

—Jem —dijo él con toda sinceridad—. Estaba pensando en su reacción cuando le hablé de la maldición de Marbas.

—Sólo sintió tristeza por ti —repuso ella inmediatamente—. Lo sé, me lo ha dicho.

—Tristeza, pero no compasión —replicó él—. Jem siempre me ha dado exactamente lo que necesitaba de la forma en que lo necesitaba, incluso cuando yo mismo no sabía lo que necesitaba. Todos los parabatai son entregados. Debemos serlo, para dar tanto de nosotros al otro, incluso aunque ganemos fuerza al hacerlo. Pero con Jem es diferente. Durante todos estos años he necesitado que viviera, y él me ha mantenido vivo. Pensaba que él no sabía lo que estaba haciendo, pero quizá sí.

—Quizá —repitió Tessa—. Nunca consideraría que ha malgastado ni un instante de ese esfuerzo.

—¿Te ha dicho algo sobre esto alguna vez?

Tessa negó con la cabeza. Apretaba los puños, en los guantes blancos, sobre el regazo.

—Habla de ti sólo con el mayor orgullo, Will. Te admira más de lo que puedes imaginar. Cuando se enteró de la maldición, sufrió por ti, pero también tuvo, casi, una especie de…

—¿Vindicación?

Ella asintió.

—Él siempre había creído que tú eras bueno. Y entonces se demostró.

—Oh, no lo sé —repuso él con amargura—. Ser bueno y estar maldito no es lo mismo.

Tessa se inclinó hacia adelante, le cogió la mano y se la apretó entre las suyas. El contacto le produjo el mismo efecto que un fuego blanco fluyendo por sus venas. No podía notar su piel, sólo la tela de los guantes, pero no importaba. «Me avivaste, pila de cenizas que soy, hasta que hubo llamas». Alguna vez, Will se había preguntado por qué el amor siempre se expresaba en términos relacionados con el fuego. La conflagración en sus propias venas, en ese momento, le dio la respuesta.

—Eres bueno, Will —insistió ella—. No hay nadie en mejor lugar que yo para saber con total seguridad lo bueno que eres en realidad.

—¿Sabes? —dijo él lentamente, sin desear que ella apartara las manos—. Cuando yo tenía quince años, Yanluo, el demonio que mató a los padres de Jem, fue abatido finalmente. El tío de Jem decidió trasladarse de China a Idris, y lo invitó a ir a vivir con él. Jem se negó, por mí. Dijo que no se deja al parabatai. Eso es parte de lo que dice el juramento. «Tu gente será mi gente». Me pregunto si, de haber tenido la oportunidad de regresar con mi familia, habría hecho lo mismo por él.

—Lo estás haciendo —contestó Tessa—. No pienses que no sé que Cecily quiere que vuelvas a casa con ella. Y no pienses que no sé que te quedas por Jem.

—Y por ti —dijo él antes de darse cuenta. Ella apartó las manos, y él maldijo en silencio, pero salvajemente.

«¿Cómo he podido ser tan imbécil? ¿Cómo he podido, después de dos meses? He tenido tanto cuidado… Mi amor por ella sólo es una carga que ella soporta por educación. Recuérdalo».

Pero Tessa sólo estaba apartando la cortina mientras el carruaje se detenía. Estaban entrando en una cochera reconvertida, de cuya entrada colgaba un cartel:

TODOS LOS COCHEROS DEBEN HACER CAMINAR A SUS CABALLOS AL PASAR POR ESTE ARCO DE ENTRADA.

—Ya hemos llegado —anunció Tessa, como si él no hubiera dicho nada.

Tal vez no lo hubiera hecho, pensó Will. Quizá no lo hubiera dicho en voz alta. Igual sólo estaba perdiendo la cabeza. La verdad era que eso no era inimaginable, dadas las circunstancias.

Cuando se abrió la puerta del vehículo, llevó consigo una ráfaga del frío aire de Chelsea. Will vio a Tessa alzar la cabeza mientras Cyril la ayudaba a bajar. Se reunió con ella en los adoquines. El lugar olía al Támesis. Antes de que construyeran el Embankment, el río fluía mucho más cerca de esa fila de casas, cuyos bordes quedaban suavizados por la luz de gas en medio de la oscuridad. En esos tiempos, el curso el río se había desviado, pero aún se podía oler la sal, la suciedad y el hierro del agua.

La fachada del número 16 era típicamente georgiana, hecha de sencillo ladrillo rojo, con un ventanal que sobresalía sobre la puerta principal. Había un patio pavimentado y un jardín detrás de una elegante verja con gran cantidad de elaboradas volutas en hierro forjado. Estaba abierta. Tessa la atravesó, subió los escalones de entrada y llamó a la puerta, con Will a sólo unos pasos por detrás.

Woolsey Scott abrió la puerta, ataviado con una bata de brocado de color amarillo canario sobre los pantalones y la camisa. Llevaba un monóculo, y los miró a ambos con cierto desagrado.

—¡Vaya! —exclamó—. Habría hecho que os abriera el criado y os enviara a paseo, pero he pensado que erais otra persona.

—¿Quién? —preguntó Tessa, y a Will le pareció que no tenía nada que ver con el asunto, pero ella era así: siempre estaba haciendo preguntas, hasta el punto que si se quedaba sola en una habitación, no era extraño que comenzara a hacer preguntas a los muebles y las plantas.

—Alguien con absenta.

—Sigue tomándola y acabarás creyendo que tú eres otra persona —comentó Will—. Estamos buscando a Magnus Bane; si no está aquí, dínoslo y no te robaremos más tiempo.

Woolsey suspiró como si le hubieran convencido.

—Magnus —llamó—. Es tu chico de los ojos azules.

Se oyeron pasos en el pasillo detrás de Woolsey, y apareció Magnus vestido de etiqueta, como si acabara de regresar de un baile. Pechera y puños almidonados, frac negro de largos faldones, y el cabello como una quebrada cresta de seda negra. Pasó los ojos de Will a Tessa.

—¿Y a qué debo el honor, a una hora tan avanzada?

—Un favor —contestó Will, y se corrigió cuando vio a Magnus alzar las cejas—. Una pregunta.

Woolsey suspiró y se apartó de la puerta.

—Muy bien. Pasad al salón.

Nadie se ofreció a cogerles los sombreros o los abrigos, y cuando llegaron al salón, Tessa se quitó los guantes y puso las manos ante el fuego de la chimenea, temblando levemente. Su cabello era una masa húmeda de rizos en la nuca, y Will apartó la mirada de ella antes de poder recordar la sensación de pasar las manos por ese cabello y notar los mechones enredándosele en los dedos. En el Instituto, con Jem y los otros para distraerlo, le resultaba más fácil no olvidar que no debía recordar así a Tessa. Allí, con la sensación de estar enfrentándose al mundo con ella a su lado, con la sensación de que ella estaba allí por él en vez de, como debía ser, por la salud de su prometido, le resultaba casi imposible.

Woolsey se dejó caer sobre un sillón de flores. Se había sacado el monóculo del ojo y lo balanceaba colgado del dedo por la larga cadena.

—No puedo esperar para saber de qué va todo esto.

Magnus fue a la chimenea y se apoyó en la repisa: era la viva imagen de un dandi. La sala estaba pintada de un azul pálido y decorada con cuadros que mostraban grandes extensiones de granito, brillantes mares azules, y hombres y mujeres con vestidos de la época clásica. Will creyó reconocer una reproducción de un Alma-Tadema, porque debía de ser una reproducción, ¿o no?

—No mires boquiabierto las paredes, Will —lo reprendió Magnus—. Llevas meses ausente. ¿Qué te trae aquí ahora?

—No quería molestarte —masculló Will. Sólo era verdad en parte. Una vez Magnus había demostrado que la maldición que Will creía tener era falsa, éste le había evitado, y no porque estuviera enfadado con el brujo, o porque no lo siguiera necesitando, sino porque ver a Magnus le causaba dolor. Le había escrito una breve nota, diciéndole lo que había pasado y que su secreto ya no era tal. Le había hablado del compromiso de Jem y Tessa. Había pedido a Magnus que no le contestara—. Pero esto… esto es una crisis.

Magnus abrió mucho sus ojos de gato.

—¿Qué clase de crisis?

—Es sobre el yin fen —le dijo Will.

—¡Cáspita! —exclamó Woolsey—. ¿No me digas que mi manada vuelve a tomar eso?

—No —negó Will—. No queda nada para tomar.

Por la expresión de Magnus, vio que éste comenzaba a entenderlo y siguió explicando la situación, lo mejor que pudo. Mientras Will hablaba, Magnus no cambió de expresión más de lo que lo hacía Iglesia cuando alguien le hablaba. Magnus se limitó a observarle con sus ojos verde dorado hasta que Will concluyó.

—¿Y sin el yin fen? —preguntó el brujo finalmente.

—Jem morirá —contestó Tessa mientras se ponía de espaldas a la chimenea. Tenía las mejillas de color rosa clavel, pero Will no supo decir si era por el calor del fuego o por el estrés de la situación—. No inmediatamente, pero… en una semana. Su cuerpo no puede mantenerse sin ese polvo.

—¿Cómo lo toma? —inquirió Woolsey.

—Disuelto en agua, o inhalado. ¿Y eso qué tiene que ver? —quiso saber Will.

—Nada —respondió Woolsey—. Sólo me lo preguntaba. Las drogas demoníacas son muy curiosas.

—Para nosotros, que lo queremos, es bastante más que curioso —replicó Tessa. Alzaba la barbilla, y Will recordó lo que le había dicho a ella una vez, sobre ser como Boadicea. Era valiente, y él la adoraba por eso, incluso si ese valor lo empleaba en defensa de su amor por otra persona.

—¿Y por qué habéis venido a mí con esto? —quiso saber Magnus a media voz.

—Nos has ayudado antes —explicó Tessa—. Hemos pensado que quizá pudieras ayudarnos de nuevo. Ayudaste con De Quincey…, y a Will, con su maldición…

—No estoy a vuestra disposición para cuando se os antoje —aclaró Magnus—. Ayudé con De Quincey porque Camilla me lo pidió, y a Will, una vez, porque me ofreció un favor a cambio. Soy un brujo. Y no sirvo a los cazadores de sombras de forma gratuita.

—Y yo no soy una cazadora de sombras —aseveró Tessa.

Se hizo el silencio.

—Hum —repuso Magnus después, mientras se alejaba de la chimenea—. Al parecer, Tessa, hay que felicitarte, ¿no?

—Yo…

—Por tu compromiso con James Carstairs.

—Oh. —La chica se sonrojó, y se le fue la mano al cuello, donde siempre llevaba el colgante de la madre de Jem, que él le había regalado—. Sí. Gracias.

Will sintió, más que vio, los ojos de Woolsey sobre los tres, Magnus, Tessa y él, pasando de uno al otro, y a la mente tras esos ojos examinando, deduciendo y disfrutando.

Will se irguió.

—Estaré encantado de ofrecerte lo que sea —afirmó—. Otro favor, o lo que quieras, a cambio del yin fen. Si es un pago, podría arreglarlo… es decir, podría intentar…

—Quizá te haya ayudado antes —repuso Magnus—. Pero esto… —Suspiró—. Pensad, vosotros dos. Si alguien está comprando todo el yin fen del país, entonces ese alguien tiene un motivo. ¿Y quién tiene un motivo para hacer eso?

—Mortmain —susurró Tessa antes de que Will pudiera decirlo.

Éste aún podía recordar su propia voz:

«Los agentes de Mortmain han estado comprando la provisión de yin fen del East End. Lo he confirmado. Si te hubieras quedado sin y él fuera el único con un cargamento…».

«… Estaríamos en su poder —continuó Jem—. A no ser que estuvieras dispuesto a dejarme morir, claro, que ése sería el curso de acción razonable».

Pero con suficiente yin fen para doce meses, Will había pensado que no había peligro. Había pensado también que Mortmain buscaría otro modo de hostigarlos y atormentarlos, porque sin duda vería que ese plan no podía funcionar. Will no se había esperado que la reserva de un año de la droga se acabara en ocho semanas.

—No quieres ayudarnos —le espetó Will al brujo—. No quieres posicionarte como enemigo de Mortmain.

—Bueno, ¿y puedes culparle? —Woolsey se levantó en medio de un torbellino de seda amarilla—. ¿Qué puedes tener para ofrecer que haga que le valga la pena correr ese riesgo?

—Te daré lo que sea —contestó Tessa en una voz tan grave que resonó en los huesos de Will—. Cualquier cosa que quieras, si puedes ayudarnos a hacer algo por Jem.

Magnus se agarró un puñado de pelo negro.

—¡Dios, vaya par! Puedo hacer algunas averiguaciones. Rastrear algunas de las rutas comerciales menos corrientes. Old Molly…

—Ya he ido a visitarla —informó Will—. Algo la ha asustado tanto que no quiere ni arrastrarse fuera de su tumba.

Woolsey bufó.

—¿Y eso no te dice nada, pequeño cazador de sombras? ¿Realmente vale la pena todo esto sólo para alargar la vida de tu amigo unos pocos meses más, otro año? Morirá de todas formas. Y cuando antes muera, antes podrás tener a su prometida, de la que estás enamorado. —Lanzó una mirada divertida hacia Tessa—. En realidad deberías estar contando con ganas los días que le faltan para morirse.

Will no supo lo que pasó después de eso; de repente todo se volvió blanco, y el monóculo de Woolsey voló por la sala. Will se dio en la cabeza con algo doloroso, y el licántropo estaba bajo él, pateando y maldiciendo, y ambos rodaban por encima de la alfombra, y notó un agudo dolor en la muñeca, donde Woolsey le había arañado con las garras. El dolor le aclaró la cabeza, y se dio cuenta de que éste lo tenía inmovilizado contra el suelo, con los ojos amarillos y mostrando los dientes, agudos como cuchillos, dispuesto a morder.

—¡Parad, parad! —Tessa, junto a la chimenea, había cogido un atizador.

Will se ahogaba; le puso una mano a Woolsey en la cara, empujándolo. Él lanzó un grito, y de repente su peso ya no estaba sobre el pecho de Will. Magnus había alzado al licántropo y lo había tirado hacia un lado. Luego agarró por la espalda a Will, y éste se encontró siendo arrastrado fuera de la sala, con Woolsey mirándolo, una mano en el pómulo, donde el anillo de plata de Will le había quemado.

—¡Suéltame, suéltame! —Will se debatía, pero Magnus lo aferraba con mano de hierro. Lo llevó por el pasillo hasta la biblioteca medio iluminada. El chico dio un último tirón justo cuando Magnus lo soltaba, lo que resultó en un tambaleo muy poco elegante que lo llevó contra el respaldo de un sofá de terciopelo rosa—. No puedo dejar a Tessa sola con Woolsey…

—Su virtud no corre ningún peligro con él —replicó Magnus secamente—. Woolsey se comportará, que es más de lo que puedo decir de ti.

Will se volvió con lentitud mientras se limpiaba la sangre de la cara.

—Me estás mirando muy fijamente —dijo Will a Magnus—. Te pareces a Iglesia antes de morder a alguien.

—Empezar una pelea con el líder de los Preator Lupus… —repuso el brujo con amargura—. Ya sabes lo que te haría su manada si les dieras la menor excusa. Quieres morir, ¿verdad?

—No —contestó Will, y se sorprendió un poco a sí mismo.

—No sé por qué te ayudé.

—Te gustan las causas perdidas.

Magnus dio dos zancadas en la sala; le cogió el rostro entre sus largos dedos y le alzó la barbilla.

—No eres el Sydney Carton de la novela de Dickens —dijo—. ¿De qué serviría que murieras por James Carstairs cuando, de todas formas, él también está muriendo?

—Porque si lo salvo, entonces habrá valido la pena…

—¡Dios! —exclamó Magnus, y entrecerró los ojos—. ¿Qué habrá valido la pena? ¿Qué puede valer la pena?

—¡Todo lo que he perdido! —gritó Will—. ¡Tessa!

Magnus le soltó el rostro. Dio varios pasos hacia atrás y respiró profunda y lentamente, como si estuviera contando en silencio hasta diez.

—Lo siento —dijo finalmente—. Por lo que Woolsey ha dicho.

—Si Jem muere, no podré estar con Tessa —explicó Will—. Porque sería como si hubiera estado esperando que se muriera, o como si me alegrara en parte por su muerte, porque me permitiría estar con Tessa. Y no seré esa persona. No me aprovecharé de su muerte. Así que debe vivir. —Bajó el brazo; la manga estaba ensangrentada—. Es la única manera de que esto pueda tener algún sentido. De otro modo, sólo sería…

—¿Sufrimiento y dolor innecesario y sin sentido? No creo que te sirva de nada que te diga que así es la vida. El bien sufre, el mal florece, y todo lo que es mortal fenece.

—Quiero más que eso —repuso Will—. Tú hiciste que quisiera más que eso. Me enseñaste que sólo estaba maldito porque había decidido creer que lo estaba. Tú me dijiste que había posibilidades, sentidos. Y ahora quieres dar la espalda a lo que has creado.

Magnus soltó una carcajada.

—Eres incorregible.

—Eso ya lo he oído decir. —Will se apartó del sofá, con una mueca de dolor—. Entonces ¿me ayudarás?

—Te ayudaré. —De la pechera de su camisa, el brujo sacó algo que colgaba de una cadena, algo que brillaba con una suave luz roja. Una piedra cuadrada roja—. Coge esto.

Se la puso en la palma y le cerró los dedos.

Will lo miró confundido.

—Esto era de Camille.

—Se lo regalé yo —comentó Magnus, con un amargo gesto de la comisura de la boca—. El mes pasado me devolvió todos mis regalos. Más te vale cogerlo. Avisa cuando hay demonios cerca. Podría funcionar con esas creaciones mecánicas de Mortmain.

—«El amor verdadero no muere» —leyó Will, traduciendo la inscripción en la parte trasera de la piedra bajo la luz del pasillo—. No puedo ponerme esto, Magnus, es demasiado bonito para un hombre.

—Y tú también. Vete a casa y lávate. Te visitaré en cuanto tenga información. —Clavó en el chico una penetrante mirada—. Y mientras tanto, haz todo lo que puedas para merecer mi ayuda.

—Si te acercas a mí, te machacaré la cabeza con este atizador —amenazó Tessa, mientras blandía el instrumento entre ella y Woolsey como si fuera una espada.

—No dudo de que lo harías —repuso él, mientras la miraba con una especie de reacio respeto, y se enjugaba la sangre de la barbilla con un pañuelo con monograma. Will también estaba manchado de sangre, la suya y la de Woolsey; sin duda se encontraba en otra habitación con Magnus, dejando rastros por todas partes. Will nunca se preocupaba demasiado de la pulcritud, e incluso menos cuando se dejaba llevar por las emociones—. Ya veo que empiezas a parecerte a esos cazadores de sombras que pareces adorar tanto. ¿Qué te llevó a prometerte con uno de ellos? Y además, uno que se muere.

Tessa sintió que le invadía la rabia, y se planteó golpear a Woolsey con el atizador, se acercara o no. Pero éste se había movido con una velocidad endiablada cuando luchaba con Will, y Tessa no creía tener muchas posibilidades.

—No conoces a James Carstairs. No hables de él.

—Lo amas, ¿no? —El licántropo consiguió hacer que esa pregunta sonara desagradable—. Pero también amas a Will.

Tessa se quedó helada por dentro. Ya sabía que Magnus conocía lo que Will sentía por ella, pero la idea de tener escrito en el rostro lo que ella sentía por él era demasiado aterradora para imaginárselo.

—Eso no es cierto.

—Mentirosa —repuso Woolsey—. La verdad, ¿qué diferencia hay si muere uno de ellos? Siempre tendrás una buena segunda opción.

Tessa pensó en Jem, en la forma de su rostro, en sus ojos cerrados para concentrarse cuando tocaba el violín, en la curva de su boca cuando sonreía, en sus dedos cuidadosamente puestos sobre los de ella… todo lo que quería de una forma inexpresable.

—Si tuvieras dos hijos —preguntó—, ¿dirías que no pasa nada porque uno se muera, ya que aún te queda el otro?

—Se puede querer a dos hijos. Pero el corazón sólo se puede entregar a una persona para amar —contestó él—. Así es Eros, ¿no? Eso nos cuentan las novelas, aunque yo, personalmente, nunca lo he experimentado.

—He acabado entendiendo algo sobre las novelas —repuso Tessa.

—¿Y qué es?

—Que no son ciertas.

Woolsey arqueó una ceja.

—Eres bien curiosa —admitió—. Diría que puedo ver en ti lo que esos muchachos ven, pero… —Se encogió de hombros. Su bata amarilla tenía un largo corte ensangrentado—. Las mujeres son algo que nunca he llegado a entender.

—¿Y qué es lo que encuentras tan misterioso en ellas?

—Qué sentido tienen, básicamente.

—Bueno, debes de tener una madre —replicó Tessa.

—Alguien me parió, sí —respondió Woolsey sin demasiado entusiasmo—. Casi no la recuerdo.

—Quizá, pero no existirías sin una mujer, ¿no? Por poco uso que nos encuentres, somos más inteligentes, más resueltas y más pacientes que los hombres. Los hombres serán más fuertes, pero es la mujer la que aguanta.

—¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Aguantar? Seguramente, una mujer prometida debería ser más feliz. —La recorrió con sus ojos claros—. Un corazón dividido en dos partes contrarias no puede aguantar, como dices. Los amas a los dos, y eso te está destrozando.

Casa —lo corrigió Tessa.

Él alzó una ceja.

—¿A qué viene eso?

«Una casa dividida en dos partes contrarias no puede aguantar». Eso dijo Lincoln; no un corazón. Quizá no deberías tratar de emplear citas si no las sabes correctamente.

—Y quizá tú deberías dejar de tenerte lástima —replicó él—. La mayoría de la gente se considera afortunada por tener un solo gran amor en su vida. Tú tienes dos.

—Dice el hombre que no tiene ninguno.

—¡Oh! —Woolsey se llevó las manos al corazón y se tambaleó fingiendo un desmayo—. La paloma tiene dientes. Muy bien, si no deseas discutir cuestiones personales, entonces ¿quizá algo más general? ¿Tu propia naturaleza? Magnus parece convencido de que eres una bruja, pero yo no estoy tan seguro. Creo que debes de tener algo de sangre de hada, porque ¿cuál es la magia de cambiar de forma si no la magia de la ilusión? ¿Y quiénes son los maestros de la magia y la ilusión si no las hadas?

Tessa pensó en el hada de cabello azul en la fiesta de Benedict, que afirmaba haber conocido a su madre, y la respiración se le atoró en la garganta. Antes de que pudiera decirle nada más a Woolsey, Magnus y Will entraron por la puerta; su amigo, como era de esperar, tan ensangrentado como antes y con aspecto de estar enfadado. Miró de Tessa a Woolsey y soltó una breve carcajada.

—Supongo que tenías razón, Magnus —dijo—. Tessa no tiene que temer nada de él. Pero no se podría decir lo mismo a la inversa.

—Tessa, cariño, deja el atizador —le pidió Magnus, extendiendo la mano—. Woolsey puede ser horrible, pero hay mejores formas de aguantar su mal humor.

La chica lanzó una última mirada al licántropo y le entregó el atizador a Magnus. Fue a buscar sus guantes y la chaqueta de Will, y en ese momento hubo una confusión de movimiento y voces, y luego oyó reír a Woolsey. No estaba prestando casi ninguna atención; estaba demasiado concentrada en Will. Por su expresión, podía saber ya que, fuera lo que fuese que Magnus y él se hubieran dicho en privado, no había resuelto el problema de la droga de Jem. Parecía acosado, y un poco letal, con la sangre salpicada en los altos pómulos, lo que hacía resaltar el azul de sus ojos.

El brujo los acompañó desde el salón hasta la puerta, donde el aire frío golpeó a Tessa como una ola. Se puso los guantes y se despidió de éste con una inclinación de cabeza. Magnus cerró la puerta, y los dejó en la oscuridad de la noche.

El Támesis destellaba más allá de la vegetación, las calzadas y el Embankment, y las farolas de gas del puente de Battersea rielaban sobre el agua, un nocturno de azules y oro. La sombra del carruaje era visible bajo los árboles junto a la verja. Por encima de ellos, la luna aparecía y desaparecía entre los bancos de nubes grises.

Will estaba absolutamente inmóvil.

—Tessa —dijo.

Su voz sonaba peculiar, rara y ahogada. Tessa se apresuró a llegar junto a él, y le miró a la cara. El rostro de Will era tan cambiante como la propia luz de la luna; nunca le había visto una expresión tan fija.

—¿Ha dicho que te ayudaría? —susurró ella—. ¿Magnus?

—Lo intentará, pero… por la forma en que me ha mirado… sentía lástima de mí, Tess. Eso significa que no hay esperanza, ¿verdad? Si hasta Magnus piensa que nuestros esfuerzos están condenados al fracaso, entonces no puedo hacer nada más, ¿no?

Tessa le puso la mano en el brazo. Él no se movió. Resultaba tan extraño estar tan cerca de él…, notar su presencia y la sensación tan familiar que le producía, cuando durante meses se habían estado evitando y casi ni habían hablado. Él ni siquiera había querido mirarla a los ojos. Y ahí estaba él, oliendo a jabón, lluvia, sangre y Will…

—Has hecho tanto… —le susurró ella—. Magnus intentará ayudar, y nosotros seguiremos buscando y quizá salga algo. No puedes perder la esperanza.

—Lo sé. Lo sé. Y, sin embargo, siento tanto temor en el corazón como si fuera la última hora de mi vida. No es la primera vez que siento desesperación, Tessa, pero nunca he experimentado tanto miedo. Y, aun así, lo sabía… siempre lo he sabido…

«Que Jem moriría». Tessa no lo dijo. Estaba entre ellos, sin pronunciarlo.

—¿Quién soy yo? —preguntó él en un susurro—. Durante años he fingido ser quien no era, y entonces me alegro de poder regresar a mi verdadero yo y sólo descubro que no hay ningún verdadero yo al que regresar. Era un niño corriente, y luego fui un hombre no muy bueno, y ahora ya no sé cómo ser ninguna de esas dos cosas. No sé lo que soy, y cuando Jem no esté, no habrá nadie que me lo pueda mostrar.

—Yo sé perfectamente quién eres. Eres Will Herondale. —Eso fue todo lo que ella dijo.

Y de repente él la había rodeado con los brazos y le apoyaba la cabeza en el hombro. Al principio, Tessa se quedó inmóvil de puro asombro, y luego, lentamente, fue devolviéndole el abrazo, sujetándolo mientras él temblaba. No estaba llorando; era otra cosa, una especie de paroxismo, como si se estuviera ahogando. Tessa sabía que no debía tocarlo, no obstante, no podía imaginar que su prometido quisiera que apartara a Will en un momento así. Ella no podía ser Jem para Will, pensó, no podía ser su brújula que siempre apuntaba al norte pero, al menos, podía aligerar el peso con el que cargaba.

—¿Te gustaría quedarte con esa tabaquera tan horrorosa que alguien me ha regalado? Es de plata, así que no puedo tocarla —dijo Woolsey.

Magnus, que se hallaba en el ventanal del salón, con la cortina abierta sólo lo justo para poder ver a Will y a Tessa ante su puerta, aferrándose uno a la otra como si su vida dependiera de ello, masculló una respuesta evasiva.

Woolsey puso los ojos en blanco.

—¿Aún siguen ahí fuera?

—Eso parece.

—Un lío, todo este asunto del amor romántico —comentó Woolsey—. Mucho mejor como lo hacemos nosotros. Sólo importa lo físico.

—Sin duda —convino Magnus. Will y Tessa se habían separado por fin, aunque aún seguían cogidos de la mano. La chica parecía estar convenciéndolo de que bajara los escalones—. ¿Crees que te habrías casado, de no haber tenido sobrinos que perpetuaran el nombre de la familia?

—Supongo que me habría visto obligado a hacerlo. ¡Por Dios, los santos, la vaca y el Preator Lupus! —Woolsey rió; se había servido una copa de vino tinto de la botella que estaba en el aparador, y lo removió mirando sus cambiantes profundidades—. Le has dado a Will el collar de Camille —observó.

—¿Cómo lo sabes? —Magnus sólo prestaba atención a medias a esa conversación; la otra mitad estaba observando cómo Will y Tessa iban hacia su carruaje. De algún modo, a pesar de la diferencia de altura y constitución, parecía que era él quien se apoyaba en ella.

—Lo llevabas cuando has salido de la sala con él, pero no cuando has regresado. No creo que le hayas dicho lo que vale, ¿verdad? ¿Que lleva un rubí que costaría más que todo el Instituto entero?

—No lo quería —informó Magnus.

—¿Un trágico recuerdo del amor perdido?

—No hace juego con mi piel —replicó el brujo. Will y Tessa ya se hallaban en el carruaje, y el cochero estaba sacudiendo las riendas—. ¿Crees que tiene alguna oportunidad?

—¿Quién?

—Will Herondale. De ser feliz.

Woolsey suspiró profundamente y dejó la copa.

—¿Hay alguna posibilidad de que tú seas feliz si él no lo es?

No contestó.

—¿Estás enamorado de él? —insistió Woolsey, con curiosidad, no con celos. Magnus se preguntó cómo sería tener un corazón así, o mejor, no tener corazón en absoluto.

—No —contestó Magnus—. Me lo he preguntado, pero no. Es algo diferente. Siento que le debo algo. He oído decir que cuando salvas una vida, eres responsable de esa vida. Me siento responsable de ese chico. Si nunca encuentra la felicidad, sentiré que le he fallado. Si no puedo mantener a su parabatai con él, sentiré que le he fallado.

—Entonces, le fallarás —repuso Woolsey—. Mientras tanto, mientras te quejas y buscas yin fen, creo que voy a viajar. A ver el campo. En invierno, la ciudad me deprime.

—Haz lo que quieras. —Magnus cerró la cortina, por lo que dejó de ver cómo el carruaje que transportaba a Will y a Tessa desaparecía en el horizonte.

Para: Cónsul Josiah Wayland

De: Inquisidor Victor Whitelaw

Josiah:

Me he preocupado profundamente al conocer tu carta al Consejo sobre el tema de Charlotte Branwell. Como viejos conocidos que somos, había esperado que pudieras hablarme con más libertad a mí de lo que lo has hecho con ellos. ¿Hay algún asunto relacionado con ella que te preocupe? Su padre era un buen amigo de ambos, y no me consta que ella haya cometido ningún acto deshonesto.

Tuyo,

Victor Whitelaw