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HASTA LA ÚLTIMA HORA

No, no lo haré, consuelo carroñero. Desesperación, no gozaré de ti; no desataré, por débiles que sean, las últimas hebras de hombre que hay en mí, o, cansado, gritaré: «No puedo más». Sí puedo; puedo algo, la esperanza, la llegada del día venidero, no elegir el no ser.

GERARD MANLEY HOPKINS, «Consuelo de la carroña»

Jem estaba apoyado contra el carruaje del Instituto, con los ojos cerrados y el rostro blanco como el papel. Will estaba a su lado y lo agarraba con fuerza por el hombro. Tessa sabía, mientras corría hacia ellos, que no era sólo un gesto cariñoso. Era lo que mantenía a Jem en pie.

Henry y ella habían oído el grito de agonía del gusano. Gabriel los había encontrado, poco después, corriendo por la escalera de entrada. Les había explicado sin aliento la muerte de la criatura, y lo que luego le había pasado a Jem, y a Tessa todo se le había vuelto blanco, como si de repente le hubieran cruzado la cara de un bofetón.

Eran palabras que no había oído en mucho tiempo, pero que siempre estaba medio esperando, y a veces le aparecían en pesadillas que la hacían incorporarse asustada, tratando de respirar: «Jem», «desmayo», «respiración», «sangre», «Will», «Will está con él», «Will…».

Claro que Will estaba con él.

Los otros estaban alrededor; los hermanos Lightwood con su hermana, e incluso Tatiana guardaba silencio, o quizá Tessa no llegaba a oír sus palabras histéricas. Tessa también sabía que Cecily estaba cerca, y Henry se hallaba torpemente a su lado, como si deseara consolarla, pero no supiera cómo hacerlo.

Will miró a Tessa a los ojos cuando está se acercó, casi tropezándose con su vestido roto. Por un momento, se entendieron a la perfección. Jem era por lo que aún podían mirarse directamente a los ojos. Tratándose de él, ambos eran feroces e implacables. Tessa vio que Will apretaba la mano sobre el brazo de su parabatai.

—Está aquí —le dijo.

Jem abrió los ojos lentamente. Tessa se esforzó por evitar una expresión horrorizada. Jem tenía las pupilas dilatadas, los iris eran un fino anillo plateado alrededor del negro.

Ni shou sahng le ma, quin ai de? —susurró él.

Jem había estado enseñando mandarín a Tessa, porque ella le había insistido. Ésta entendió «quin ai de», al menos, aunque no el resto. «Mi cariño, mi querida». Le buscó la mano y se la apretó.

—Jem…

—¿Estás herida, mi amor? —le preguntó Will. Su voz tan firme como sus ojos, y por un momento Tessa notó que la sangre le subía a las mejillas y se miró la mano que sujetaba la de su prometido; los dedos de él eran aún más pálidos que los suyos, como los de una muñeca de porcelana. ¿Cómo no había visto que estaba tan enfermo?

—Gracias por la traducción, Will —contestó, sin apartar la vista de Jem. Éste y Will estaban cubiertos de salpicaduras de icor negro, pero en la barbilla y el cuello de Jem también había gotas de sangre roja. Su propia sangre.

—No estoy herida —susurró Tessa, y luego pensó: «No, esto no sirve, en absoluto. Debes ser fuerte por él».

Se irguió y siguió apretándole la mano.

—¿Dónde está su medicina? —le preguntó a Will—. ¿No la cogió antes de dejar el Instituto?

—No habléis de mí como si no estuviera aquí —se quejó Jem, pero lo decía sin enfado. Volvió la cabeza y le dijo algo en voz baja a Will. Tessa notó la tensión en la postura de Will; estaba preparado, como un gato, para sujetar a Jem si se resbalaba o caía, pero el chico permaneció en pie—. Soy más fuerte cuando Tessa está conmigo, lo ves. Ya te lo he dicho —explicó, aún en el mismo tono de voz.

Y entonces, Will bajó la cabeza para que Tessa no pudiera verle los ojos.

—Ya —contestó—. Tessa, aquí no tenemos su medicina. Creo que salió del Instituto sin tomar la suficiente, aunque no quiera admitirlo. Vuelve al Instituto con él en el carruaje, y vigílale; alguien debe hacerlo.

Jem cogió aire trabajosamente.

—Los otros…

—Yo conduciré por ti. No será ningún problema; Balios y Xanthos se saben el camino. Henry puede guiar el de los Lightwood. —Will era rápido y eficiente, demasiado rápido y eficiente hasta para que se le dieran las gracias; no parecía que las necesitara. Ayudó a Tessa a meter a Jem en el carruaje, con mucho cuidado para no rozarla ni en el hombro ni el brazo. Luego fue a decir a los otros lo que ocurría. Tessa oyó parte de lo que Henry explicaba sobre tener que recoger los libros e informes de Benedict de la casa, mientras se inclinaba para cerrar la puerta del carruaje y quedarse con Jem en medio de un silencio que fue bienvenido.

—¿Qué había dentro de la casa? —preguntó Jem mientras pasaban traqueteando por la verja abierta que limitaba la propiedad de los Lightwood. Aún tenía muy mal aspecto, con la cabeza recostada contra los cojines del carruaje, los ojos entrecerrados y las mejillas brillantes de fiebre—. He oído a Henry hablar del estudio de Benedict…

—Se volvió loco allí dentro —contestó ella, mientras le cogía las frías manos entre las suyas—. En los días antes de transformarse, cuando Gabriel dijo que no salía de esa habitación, se le fue la cabeza. Había escrito en la pared con lo que parecía sangre, frases sobre «los Artefactos Infernales». Que no tenían piedad, que nunca dejarían de llegar…

—Debe de haberse referido al ejército de autómatas.

—Seguramente. —Tessa se estremeció levemente, y se acercó más a Jem—. Supongo que ha sido una tontería mía…, pero estos dos últimos meses han sido tan tranquilos…

—¿Te has olvidado de Mortmain?

—No. Olvidado, nunca. —Miró hacia la ventana, aunque no podía ver el exterior; había cerrado las cortinas cuando la luz pareció herir a Jem en los ojos—. Esperaba, tal vez, que se hubiera dedicado a otra cosa.

—No sabemos si ha sido así. —Jem cerró los dedos sobre los de ella—. La muerte de Benedict es quizá una tragedia, pero esas ruedas comenzaron a girar hace mucho tiempo. Esto no tiene nada que ver contigo.

—Había otras cosas en la biblioteca. Notas y libros de Benedict. Diarios. Henry lo llevará al Instituto para estudiarlos. Mi nombre salía en ellos. —Tessa se detuvo; ¿cómo podía preocupar a Jem con esas cosas cuando estaba tan enfermo?

Como si él le hubiera leído el pensamiento, le pasó los dedos por la muñeca y los apoyó ligeramente sobre el pulso.

—Tessa, sólo es un ataque pasajero. No durará. Preferiría que me contaras la verdad, toda la verdad, ya sea amarga o espantosa, para poder compartirla contigo. Yo nunca permitiré que sufras daño alguno, ni tampoco nadie del Instituto. —Sonrió—. Se te acelera el pulso.

«La verdad, toda la verdad, ya sea amarga o espantosa».

—Te amo —le dijo Tessa.

Él la miró con una luz en su delicado rostro que lo hacía aún más hermoso.

Wo xi Wang ni ming tian ke yi jia gei wo.

—Tú… —Tessa arrugó la frente—. ¿Quieres casarte? Pero ya estamos prometidos. No creo que nadie pueda prometerse dos veces.

Él soltó una carcajada, que se convirtió en una tos; Tessa se tensó, pero la tos no era profunda, y no había sangre.

—He dicho que me casaría contigo mañana si pudiera —explicó él.

Tessa alzó la cabeza en broma.

—Mañana no me resulta conveniente, caballero.

—Pero ya estás adecuadamente ataviada —repuso él sonriendo.

Tessa se miró el estropeado dorado de su vestido de novia.

—Sí, si nos fuéramos a casar en un matadero… —reconoció—. Ah, bueno. Éste no me gustaba mucho. Demasiado ostentoso.

—A mí me parecía que estabas muy hermosa —reconoció él con voz suave.

Tessa le apoyó la cabeza en el hombro.

—Ya habrá otro momento —repuso ella—. Otro día, otro vestido. Un momento en que tú estés bien y todo sea perfecto.

La voz de Jem seguía siendo amable, pero contenía un terrible cansancio.

—La perfección no existe, Tessa.

Sophie se hallaba junto a la ventana de su pequeño dormitorio, con las cortinas abiertas, los ojos fijos en el patio. Hacía horas que los carruajes habían partido traqueteando, y ella tendría que estar limpiando las rejillas de las chimeneas, pero el cepillo y el cubo permanecían intactos a sus pies.

Oía la voz de Bridget que ascendía tenue desde la cocina:

El conde Richard tenía una hija; Una muchacha hermosa, Y entregó su amor al Dulce William, Aunque no era de su estado.

A veces, cuando Bridget estaba de un humor especialmente cantarín, Sophie pensaba en bajar sigilosamente a la cocina y meterla en el horno, como a la bruja de Hansel y Gretel. Pero, sin duda, Charlotte no lo aprobaría. Incluso aunque Bridget estuviera cantando sobre el amor prohibido entre diferentes clases sociales justo en el momento en que Sophie se maldecía a sí misma por apretar tanto la tela de la cortina en la mano, viendo unos ojos verde grisáceos mientras se preocupaba y se preguntaba si Gideon estaría bien. ¿Habría resultado herido? ¿Podría luchar contra su padre? Y qué terrible tenía que ser…

La verja del Instituto se abrió, y un carruaje entró; Will conducía. Sophie lo reconoció: sin sombrero, el cabello negro ondeando al viento. Saltó del pescante del cochero y corrió a ayudar a Tessa a salir del carruaje (incluso desde esa distancia, Sophie vio qué estropicio había hecho con su vestido dorado) y luego a Jem, que se apoyaba pesadamente sobre el hombro de su parabatai.

Sophie contuvo el aliento. Aunque ya no estuviera enamorada de Jem, aún le apreciaba mucho. No era difícil, considerando su sinceridad, su dulzura y su gentileza. Con ella siempre había sido extraordinariamente amable. Durante los últimos meses, se había sentido aliviada de que él no padeciera ninguno de sus «malos momentos», como los llamaba Charlotte; aunque la felicidad no lo había sanado, parecía estar más fuerte, mejor…

Los tres desaparecieron dentro del Instituto. Cyril había salido de los establos y estaba ocupándose de los relinchantes Balios y Xanthos. Sophie respiró hondo y dejó caer la cortina. Charlotte quizá la necesitara, tal vez quisiera que la ayudara con Jem. Si había algo que ella pudiera hacer… Se apartó de la ventana, se apresuró por el pasillo y bajó la estrecha escalera de servicio.

En la planta baja se encontró con Tessa, con la tez cenicienta y vacilando ante la puerta del dormitorio de Jem. A través de la puerta parcialmente abierta, Sophie vio a Charlotte inclinada sobre el chico, que estaba sentado en la cama; Will estaba apoyado en la chimenea, con los brazos cruzados y mostrando una tensión clara en cada línea de su cuerpo. Tessa alzó la cabeza al ver a Sophie, y recuperó un poco el color.

—Sophie —llamó a media voz—, Sophie, Jem no está bien. Ha tenido otro… otro ataque de su enfermedad.

—No pasará nada, señorita Tessa. Lo he visto muy enfermo en otras ocasiones, y siempre se recupera, después está sano como una manzana.

Tessa cerró los ojos. Tenía ojeras grises. No era necesario que dijera lo que ambas estaban pensando, que llegaría un día en que Jem tendría un ataque y ya no se recuperaría.

—Debería ir a buscar agua caliente —añadió la sirvienta—, y trapos…

—Soy yo quien debería ir a buscarlos —repuso Tessa—. Y lo haría, pero Charlotte me ha dicho que debo cambiarme de vestido, que la sangre de demonio puede ser peligrosa si toca la piel en grandes cantidades. Ha enviado a Bridget en busca de trapos y ungüentos, y el hermano Enoch llegará en cualquier momento. Y Jem no quiere oírlo, pero…

—Ya basta —la cortó Sophie con firmeza—. No le servirá de nada si se permite enfermar también. La ayudaré con el vestido. Vamos, nos ocuparemos de eso, y en seguida.

Tessa abrió los ojos parpadeando.

—Mi querida y sensata Sophie. Claro que tienes razón. —Comenzó a andar por el pasillo hacia su habitación. Se detuvo en la puerta, y se volvió para mirar a la chica. Escrutó su rostro con sus grandes ojos grises, y pareció asentir para sí misma, como si hubiera acertado en alguna suposición—. Está perfectamente. No ha resultado herido.

—¿El señorito Jem?

Tessa negó con la cabeza.

—Gideon Lightwood.

Sophie se sonrojó.

Gabriel no estaba muy seguro de por qué se hallaba en el salón del Instituto, excepto que su hermano le había dicho que entrara allí y esperara, e incluso después de todo lo que había pasado, aún conservaba la costumbre de obedecer a Gideon. Le sorprendió lo sencilla que era la sala, nada que ver con los grandes salones de la casa de los Lightwood en Pimlico o de la de Chiswick. Las paredes estaban cubiertas con un desgastado papel decorado con rosas de Alejandría, la superficie del escritorio estaba manchada de tinta y arañada por los abrecartas y las plumillas, y la rejilla de la chimenea tenía hollín. Sobre la chimenea había un espejo empañado, con un marco dorado.

Gabriel miró su reflejo. Tenía una marca roja en el mentón, donde se le estaba curando un largo arañazo y el traje, rasgado en el cuello, manchado de sangre. «¿Tu propia sangre o la sangre de tu padre?».

Apartó rápidamente esa idea de su mente. Era extraño, pensó, que él fuera el que se pareciera a su madre, Barbara. Había sido alta y tendente a la delgadez, con cabello castaño rizado y ojos que él recordaba del más puro verde, como la hierba que cubría la ladera que bajaba hacia el río detrás de la casa. Gideon se parecía a su padre: ancho y robusto, con los ojos más grises que verdes. Lo que resultaba irónico, porque Gabriel había heredado el temperamento de su padre: obstinado, rápido para enfadarse y lento para perdonar. Gideon y Barbara eran más conciliadores, tranquilos y constantes, leales a sus creencias. Ambos se parecían mucho más a…

Charlotte Branwell entró por la puerta abierta del salón ataviada con un amplio vestido, y los ojos tan brillantes como los de un pajarillo. Siempre que Gabriel la veía, le sorprendía lo menuda que era, lo mucho más alto que era él. ¿En qué habría estado pensando el cónsul Wayland para dar a esa minúscula criatura el poder sobre el Instituto y sobre todos los cazadores de sombras de Londres?

—Gabriel —lo saludó, inclinando la cabeza—. Tu hermano dice que no has resultado herido.

—Estoy perfectamente —contestó él, algo seco, y al instante supo que había sonado grosero. No había sido ésa su intención precisamente. Durante años, su padre le había ido metiendo en la cabeza lo tonta que era Charlotte, cuán inútil y fácil de influenciar, y aunque sabía que su hermano no estaba de acuerdo, y no lo estaba hasta el punto de ir a vivir al Instituto y dejar a su familia, era una advertencia que costaba olvidar—. Pensaba que estarías con Carstairs.

—El hermano Enoch ha llegado, acompañado de otro de los Hermanos Silenciosos. Nos han prohibido la entrada a la habitación de Jem. Will está en la puerta, yendo de un lado para otro como una pantera enjaulada. ¡Pobre chico! —Charlotte miró un momento a Gabriel y luego se acercó a la chimenea. En su mirada había una penetrante inteligencia, que ocultó rápidamente al bajar las pestañas—. Pero basta de esto. Tengo entendido que ya han devuelto a tu hermana a la residencia de los Blackthorn en Kensington. ¿Hay alguien a quien querrías enviar un mensaje en tu nombre?

—¿Un… mensaje?

Charlotte se detuvo ante el hogar y se cogió las manos a la espalda.

—Tienes que ir a alguna parte, Gabriel, a no ser que quieras que te saque por la puerta con sólo las llaves de las calles en el bolsillo.

«¿Sacarme por la puerta?».

¿Acaso esa horrible mujer lo estaba echando del Instituto? Pensó en lo que su padre siempre le había dicho: «A los Fairchild no les importa nadie excepto ellos mismos y la Ley».

—Yo… la casa en Pimlico…

—En breve, se informará al Cónsul de lo que ha pasado en Lightwood House —explicó Charlotte—. Ambas residencias de tu familia en Londres serán confiscadas en nombre de la Clave, al menos hasta que se registren y se determine que tu padre no dejó nada que pueda proporcionar pistas al Consejo.

—¿Pistas de qué?

—De los planes de tu padre —contestó Charlotte, impasible—. De su conexión con Mortmain y del conocimiento de sus planes. De los Artefactos Infernales.

—Nunca he oído hablar de los malditos Artefactos Infernales —protestó Gabriel, y luego se sonrojó. Había maldecido, y delante de una dama. Aunque tampoco era que Charlotte fuera como cualquier otra dama.

—Te creo —repuso ella—. Pero no sé si el cónsul Wayland lo hará, pero esto es lo que tienes por delante. Si me das una dirección…

—No tengo ninguna —protestó Gabriel, desesperado—. ¿Adónde crees que puedo ir?

Ella lo miró con una ceja alzada.

—Quiero quedarme con mi hermano —reconoció él finalmente, sabiendo que sonaba petulante y enfadado, pero sin saber muy bien qué hacer para evitarlo.

—Pero tu hermano vive aquí —le recordó Charlotte—. Y tú has dejado muy claro lo que opinas del Instituto y de mi posición. Jem me contó lo que crees. Que mi padre llevó a tu tío al suicidio. No es cierto, ¿sabes?, pero no espero que me creas. Sin embargo, me hace preguntarme por qué desearías quedarte aquí.

—El Instituto es un refugio.

—¿Planeaba tu padre dirigirlo como un refugio?

—¡No lo sé! No sé cuáles son sus planes… ¡cuáles eran!

—Entonces ¿por qué le seguiste? —La voz de Charlotte era suave pero despiadada.

—¡Porque era mi padre! —gritó Gabriel. Se alejó de la mujer con la respiración entrecortada. Sólo medio consciente de lo que hacía, se envolvió en sus propios brazos, apretándose con fuerza, como si así pudiera evitar desmoronarse.

Recuerdos de las últimas semanas, recuerdos que Gabriel había estado haciendo todo lo posible por enterrar en lo más recóndito de su mente, amenazaron con salir a la luz: semanas en la casa después de que despacharan a los criados; ruidos que llegaban de las habitaciones del piso de arriba; gritos por las noches; sangre en la escalera por la mañana; su padre gritando palabras ininteligibles desde el otro lado de la puerta cerrada de la biblioteca, como si ya no pudiera hablar correctamente…

—Si me vas a echar a la calle —continuó Gabriel, con una especie de desesperación terrible—, entonces hazlo ahora. No quiero pensar que tengo un hogar cuando no lo tengo. No quiero pensar que volveré a ver a mi hermano si no va a ser así.

—¿Crees que él no iría a buscarte? ¿Que no te encontrará donde sea que estés?

—Creo que ha demostrado a quién aprecia más —contestó Gabriel—, y no soy yo. —Lentamente se irguió y se fue envalentonando—. Échame o déjame quedarme. No voy a rogarte.

Charlotte suspiró.

—No tendrás que hacerlo —repuso—. Nunca antes he echado a nadie que me dijera que no tenía adónde ir, y no empezaré ahora. Sólo te pido una cosa. Permitir que alguien viva en el Instituto, en el mismísimo corazón del Enclave, es depositar mi confianza en sus buenas intenciones. No me hagas arrepentirme de haber confiado en ti, Gabriel Lightwood.

Las sombras se habían alargado en la biblioteca. Tessa se hallaba sentada en un círculo de luz junto a una de las ventanas, al lado de una lámpara de pantalla azul. Hacía varias horas que tenía un libro abierto en el regazo, pero había sido incapaz de concentrarse en la lectura. Pasaba los ojos sobre las palabras escritas sin asimilarlas, y se encontró a menudo deteniéndose para tratar de recordar quiénes eran los personajes o por qué hacían lo que estaban haciendo.

Estaba a punto de comenzar de nuevo el capítulo cinco cuando un crujido de las maderas del suelo la alertó; alzó la mirada y se encontró con Will ante ella, con el cabello húmedo y los guantes en la mano.

—Will. —Tessa dejó el libro en el alféizar a su lado—. Me has asustado.

—No pretendía interrumpirte —dijo él en voz baja—. Si estás leyendo… —Y comenzó a volverse.

—No lo estoy —respondió ella; él se detuvo y giró la cabeza para mirarla—. No puedo concentrarme en las palabras. No puedo quitarme la inquietud de la cabeza.

—Yo tampoco —repuso él, y acabó de volverse.

Ya no tenía salpicaduras de sangre. Su ropa estaba limpia y la piel sin marcas en su mayor parte, aunque Tessa podía notar las líneas rosadas de arañazos en la garganta, que desaparecían bajo el cuello de la camisa e iban sanando gracias a los iratzes.

—¿Hay noticias de mi… hay noticias de Jem?

—No hay cambios —contestó Will; ella ya lo había supuesto. Si hubiera habido algún cambio, Will no habría estado ahí—. Los Hermanos aún no dejan que nadie entre en la habitación, ni siquiera Charlotte.

—¿Y por qué estás aquí? —prosiguió él—. ¿Sentada en la oscuridad?

—Benedict escribió en la pared de su estudio —contestó ella en voz baja—. Antes de convertirse en aquella criatura, supongo, o mientras estaba transformándose. No lo sé. «Los Artefactos Infernales carecen de piedad. Los Artefactos Infernales carecen de remordimientos. Los Artefactos Infernales carecen de número. Los Artefactos Infernales nunca dejarán de llegar».

—¿Los Artefactos Infernales? Supongo que se refiere a las criaturas mecánicas de Mortmain. Aunque hace meses que no hemos visto ninguna.

—Eso no significa que no vuelvan a aparecer —indicó Tessa. Miró la mesa de la biblioteca, su arañado barniz. ¿Cuántas veces debían de haberse sentado juntos ahí Will y Jem, estudiando, grabando sus iniciales, como hacían los escolares aburridos, en el tablero de la mesa?—. Aquí, soy un peligro para vosotros.

—Tessa, ya hemos hablado de eso. Tú no eres el peligro. Eres lo que quiere Mortmain, de acuerdo, pero si no estuvieras aquí, protegida, te atraparía con facilidad, y ¿para qué clase de destrucción emplearía tus poderes? No lo sabemos; sólo sabemos que te quiere para algo, y que es mejor para nosotros mantenerte alejada de su alcance. No es altruismo. Los cazadores de sombras no somos desinteresados.

Ella lo miró.

—Creo que tú eres muy altruista. —Al oír su bufido de desacuerdo, ella añadió—: Seguro que sabes que lo que hacéis es ejemplar. Sí que es cierto que la Clave es bastante fría. «Somos polvo y sombras». Pero sois como los héroes de los tiempos pasados, como Aquiles y Jasón.

—Aquiles murió por una flecha envenenada, y Jasón murió solo, lo mató su propio barco podrido. Tal es el destino de los héroes; el Ángel sabrá por qué alguien desearía serlo.

Tessa lo miró. Tenía unas leves ojeras bajo los ojos azules, y se toqueteaba con los dedos la tela de los puños, sin pensar, como si no supiera que lo estaba haciendo. «Meses», pensó. Habían pasado meses desde que habían estado solos más de un instante. Sólo se habían encontrado accidentalmente en los pasillos, en el patio, intercambiando torpes cortesías. Tessa había echado de menos sus chistes, los libros que le prestaba, los destellos de humor en su mirada. Perdida en el recuerdo del Will más fácil del principio, Tessa habló sin pensar:

—No puedo olvidar algo que me dijiste una vez.

Él la miró sorprendido.

—¿Sí? ¿Qué?

—Que a veces, cuando no puedes decidir qué hacer, finges ser un personaje de un libro, porque es más fácil decidir qué harían ellos.

—No soy alguien de quien haya que seguir sus consejos —repuso Will—, si estás buscando la felicidad.

—No la felicidad. No exactamente. Quiero ayudar, hacer el bien… —Tessa se interrumpió y suspiró—. Y he leído muchos libros, pero si hay alguna guía en ellos, no he sido capaz de encontrarla. Dijiste que eras como ese personaje de Dickens, Sydney Carton…

Él hizo un ruido, y se dejó caer en una silla en el lado opuesto de la mesa. Bajó las pestañas, ocultando los ojos.

—Y supongo que sé lo que eso representa para el resto de nosotros —continuó la chica—. Pero no quiero ser Lucie Manette, porque no hace nada para salvar a Charles; deja que Sydney lo haga todo. Y es cruel con él.

—¿Con Charles? —preguntó Will.

—Con Sydney —contestó Tessa—. Él desea ser un hombre mejor, pero ella no quiere ayudarle.

—No puede. Está prometida a Charles Darney.

—Aun así, no es buena con él —insistió Tessa.

Will se levantó de la silla con la misma rapidez con que se había sentado. Se inclinó hacia adelante con las manos sobre la mesa. Sus ojos se veían muy azules bajo la luz asimismo azul de la lámpara.

—A veces se debe escoger entre ser bueno o ser honorable —afirmó—. A veces no se puede ser ambas cosas.

—¿Cuál es mejor? —preguntó Tessa en un susurro.

Will hizo una mueca de amargo humor.

—Supongo que depende del libro.

Tessa echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.

—Conoces esa sensación —explicó—, cuando estás leyendo un libro y sabes que va a ser una tragedia; cuando puedes notar cómo se acerca el frío y la oscuridad, ver cómo la red se va cerrando sobre los personajes que viven y respiran en las páginas. Pero estás atado a la historia como si estuvieras atado detrás un carruaje, y no puedes soltarte ni cambiar el rumbo. —Vio los azules ojos de Will oscurecidos de comprensión; claro que él lo comprendería. Tessa se apresuró a continuar—: Ahora me siento como si pasara eso, sólo que no a los personajes de un libro, sino a mis propios queridos amigos y compañeros. No quiero quedarme sentada mientras la tragedia se cierne sobre nosotros. Quisiera alejarla, pero me esfuerzo en vano por descubrir cómo podría hacerse.

—Tienes miedo por Jem —aseveró Will.

—Sí —contestó Tessa—. Y tengo miedo por ti también.

—No —replicó Will con voz ronca—. No lo desperdicies en mí, Tess.

Antes de que ella pudiera contestarle, se abrió la puerta de la biblioteca. Era Charlotte, consumida y exhausta. Rápidamente, el chico se volvió hacia ella.

—¿Cómo está Jem?

—Despierto y hablando —respondió Charlotte—. Ha tomado un poco de yin fen, y los Hermanos Silenciosos han podido estabilizarlo y detener la hemorragia interna.

Al mencionar «hemorragia interna», Will pareció estar a punto de vomitar; Tessa supuso que ella no tendría mucho mejor aspecto.

—Puede tener una visita —continuó Charlotte—. Lo cierto es que lo ha pedido.

Will y Tessa intercambiaron una rápida mirada. Ella supo lo que ambos estaban pensando: ¿cuál de ellos sería el visitante? Tessa era la prometida de Jem, pero Will era su parabatai, lo que en sí ya era sagrado. Will comenzó a retroceder cuando Charlotte volvió a hablar, con un agotamiento absoluto.

—Ha pedido que vayas tú, Will.

Éste pareció sorprendido. Lanzó una mirada a Tessa.

—Yo…

La chica no pudo negar el atisbo de cierta sorpresa y celos que había sentido tras las costillas al oír a Charlotte, pero los aplastó sin piedad. Amaba lo suficiente a Jem para querer para él lo que él quisiera, y él siempre tenía sus razones.

—Ve tú —le indicó amable—. Claro que quiere verte a ti.

Will comenzó a ir hacia la puerta con Charlotte. A medio camino, se detuvo y volvió junto a Tessa.

—Tessa —le dijo—, mientras estoy con Jem, ¿harías algo por mí?

Ella alzó la mirada y tragó saliva. Will estaba demasiado cerca, demasiado cerca. Todas las líneas, formas y ángulos de Will cubrían su campo de visión mientras su voz le llenaba los oídos.

—Sí, claro —contestó—. ¿Qué?

Para: Edmund y Branwen Herondale

Ravenscar Manor

West Riding, Yorkshire

Queridos papá y mamá:

Sé que fue una cobardía por mi parte marcharme como me fui, por la mañana temprano antes de que os levantarais, dejando sólo una nota para explicar mi ausencia. No soportaba miraros, sabiendo lo que había decidido hacer y que era la peor de las hijas desobedientes.

¿Cómo puedo explicaros la decisión que tome, y cómo llegué a ella? Incluso ahora, parece una locura. De hecho, cada día es más loco que el anterior. No mentías, papá, cuando dijiste que la vida de un cazador de sombras es como un sueño febril…

Cecily pasó la plumilla de la pluma con rabia sobre las líneas que había escrito, luego arrugó el papel y apoyó la cabeza en el escritorio.

Muchísimas veces había comenzado esa carta, y aún no había llegado a una versión satisfactoria. Quizá no debería intentarlo en ese momento, pensó, cuando llevaba desde que había vuelto al Instituto intentando calmar sus nervios. Todo el mundo había estado pendiente de Jem, y Will, después de una sumaria revisión en el jardín en busca de heridas, casi ni le había vuelto a hablar. Henry había salido corriendo para ir junto a Charlotte, Gideon había llevado a un lado a Gabriel, y Cecily se había encontrado subiendo sola la escalera que daba al Instituto.

Se había metido en su dormitorio, sin molestarse en quitarse el traje de combate, y se había hecho un ovillo en la cama con dosel. Mientras permanecía tumbada en la oscuridad, oyendo los amortiguados ruidos de Londres en el exterior, el corazón se le había encogido con una repentina y dolorosa añoranza de su hogar. Había pensado en las verdes colinas de Gales, y en su madre y su padre, y había saltado de la cama como un resorte; había corrido al escritorio para coger papel y pluma, manchándose los dedos de tinta con la prisa. Y sin embargo, no le salían las palabras correctas. Se sentía como si sus remordimientos y su soledad exudaran por cada uno de los poros de la piel y, aun así, no conseguía dar a sus sentimientos una forma que sus padres pudieran llegar a soportar.

En ese momento llamaron a la puerta. Cecily cogió un libro que tenía sobre el escritorio y lo abrió como si hubiera estado leyéndolo.

—Adelante —dijo finalmente.

Era Tessa, que se quedó vacilando en la entrada. Ya no llevaba su vestido de novia destrozado, sino uno sencillo de muselina azul, pero sí sus dos colgantes, que relucían en el cuello: el ángel mecánico y el pendiente de jade que había sido el regalo de compromiso de Jem. Cecily la miró con curiosidad. Aunque las dos chicas se llevaban bien, no eran tan íntimas como en otros tiempos. Tessa la trataba con cierta cautela de la que Cecily sospechaba la razón sin ser capaz de probarla; además de eso, había algo sobrenatural y extraño en ella. Cecily sabía que Tessa podía cambiar de forma, podía transformarse en el doble de cualquier persona, y Cecily no podía librarse de la sensación de que eso era antinatural. ¿Cómo podía conocer el auténtico rostro de alguien, si lo podía cambiar con tanta facilidad como se cambiaba de vestido?

—¿Sí? —preguntó Cecily—. ¿Señorita Gray?

—Por favor, llámame Tessa —contestó la otra chica, y cerró la puerta a su espalda. No era la primera vez que le había pedido a Cecily que la llamara por su nombre de pila, pero la costumbre y la perversidad impedían a ésta hacerlo—. He venido a ver si estás bien y si necesitas algo.

—Ah. —Cecily notó una punzada de decepción—. Estoy muy bien.

Tessa avanzó un poco.

—¿Es eso Grandes esperanzas?

—Sí. —Cecily no le explicó que había visto a Will leyéndolo, y lo había cogido para tratar de averiguar algo más sobre su modo de pensar. Sin embargo, por el momento estaba terriblemente perdida. El protagonista, Pip, era morboso, y el personaje de Estella tan horrible que Cecily le habría dado una buena tunda.

—Estella —dijo Tessa a media voz—. «Hasta la última hora de mi vida, no puedes sino seguir siendo parte de mi personaje, parte de lo poco bueno que hay en mí, parte de la maldad».

—¿Así que tú también memorizas pasajes de libros, igual que Will? ¿O es éste uno de tus favoritos?

—No tengo la memoria de Will —respondió Tessa, avanzando un poco más—. O de su runa mnemosyne. Pero me encanta este libro. —Repasó el rostro de Cecily con sus ojos grises—. ¿Por qué no te has quitado aún el traje?

—Estaba pensando en subir a la sala de entrenamiento —contestó ésta—. Allí puedo pensar mejor, y tampoco es que a nadie le importe si lo hago o no.

—¿Más entrenamiento? ¡Cecily, acabas de regresar de una batalla! —protestó Tessa—. Sé que a veces se necesita aplicar las runas más de una vez para sanar por completo… Antes de empezar a entrenar, tendría que llamarte a alguien: Charlotte, o…

—¿O Will? —soltó Cecily—. Si a alguno de los dos le importara, ya habrían venido.

Tessa se detuvo junto a la cama.

—No puedes pensar que a Will no le importas.

—No está aquí, ¿verdad?

—Me ha enviado a mí —repuso Tessa—, porque él está con Jem —dijo como si eso lo explicara todo. Cecily supuso que, en cierto modo, así era. Sabía que Will y Jem eran amigos íntimos, pero también que eran más que eso. Había leído sobre los parabatai en el Códice, y sabía que el vínculo que los unía no existía entre los mundanos; era algo más que ser hermanos y mejor que la sangre—. Jem es su parabatai. Ha jurado estar con él en momentos como éste.

—Estaría con él, juramento o no. Estaría ahí para cualquiera de vosotros. Pero ni siquiera ha venido a ver si necesito un iratze.

—Cecy… —comenzó Tessa—. La maldición de Will…

—¡No era una maldición real!

—¿Sabes? —repuso Tessa pensativa—, en cierto modo lo era. Creía que nadie podía quererle, y que si permitía que alguien lo quisiera, ese alguien moriría. Por eso os abandonó. Os dejó para que estuvierais a salvo, y aquí estás tú ahora; para él, por definición, no a salvo. No soporta venir y ver tus heridas, porque para él es como si te las hubiera infligido él mismo.

—Yo he elegido ser una cazadora de sombras. Y no sólo porque quiera estar con Will.

—Lo sé —repuso Tessa—. Pero también he estado sentada junto a él cuando deliraba por haber estado expuesto a la sangre de un vampiro y se ahogaba con agua bendita; sé qué nombre dijo: el tuyo.

Cecily la miró sorprendida.

—¿Will me llamó?

—Oh, sí. —Una leve sonrisa se dibujó en la boca de Tessa—. No quiso decirme quién eras, claro, cuando se lo pregunté, y me volvió medio loca… —Se interrumpió y apartó la mirada.

—¿Por qué?

—Curiosidad —contestó Tessa, encogiéndose de hombros, aunque se le habían sonrojado las mejillas—. Es mi peor pecado. En cualquier caso, él te quiere. Sé que con Will todo está patas arriba y de medio lado, pero el hecho de que no esté aquí sólo es una prueba más de lo importante que eres para él. Está acostumbrado a castigar a todos los que ama, y cuanto más quiere a alguien, más desesperadamente intenta no mostrarlo.

—Pero no hay ninguna maldición…

—Las costumbres de años no se pierden tan rápido —explicó Tess, y sus ojos la miraron tristes—. No cometas el error de creer que no te quiere porque juega a no hacerlo, Cecily. Enfréntate a él si lo necesitas y exígele la verdad, pero no cometas el error de alejarte porque crees que es una causa perdida. No lo alejes de tu corazón. Porque si lo haces, lo lamentarás.

Para: Miembros del Consejo

De: Cónsul Josiah Wayland

Perdonen el retraso en contestar, caballeros. Quería asegurarme de que no les estaba haciendo partícipes de unas opiniones formadas con precipitación, sino que mis palabras eran el resultado sólido y razonado de una paciente reflexión.

Me temo que no puedo secundar su recomendación de nombrar a Charlotte Branwell mi sucesora. Aunque posee un buen corazón, es demasiado voluble, emocional, pasional y desobediente para tener madera de Cónsul. Como sabemos, el bello sexo tiene sus debilidades, que no comparten los hombres, y tristemente, ella es presa de todas ellas. No, no puedo recomendarla. Les pido que consideren otro candidato: mi propio sobrino, George Penhallow, que cumplirá los veinticinco años este noviembre, y es un excelente cazador de sombras y un joven intachable. Considero que posee la seguridad moral y la fuerza de carácter para liderar a los cazadores de sombras en la nueva década.

En el nombre de Raziel,

Cónsul Josiah Wayland