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EL GUSANO VENCEDOR

Y mucha locura, y más pecado,

y el horror, el alma de la trama.

EDGARD ALLAN POE, El gusano vencedor

Mientras el carruaje del Instituto atravesaba la verja de la casa Lightwood en Chiswick, Tessa pudo ver el lugar como no había podido hacerlo la primera vez que había estado allí, en plena noche. Un largo camino de gravilla flanqueado de árboles conducía a una inmensa mansión blanca con una especie de placita delante. Ésta se parecía mucho a los dibujos que había visto de los templos clásicos de Grecia y Roma, con sus líneas rotundas y simétricas, y lisas columnas. Había un carruaje parado ante la escalera, y senderos de gravilla serpenteaban a través de una red de jardines.

Eran unos jardines muy bonitos. Incluso en octubre, estaban inundados de flores: rosas de tardía floración y crisantemos de color bronce anaranjado, amarillo y dorado oscuro bordeaban los despejados caminos que se deslizaban entre los árboles. Cuando Henry detuvo el carruaje, Tessa bajó, ayudada por Jem, y oyó el sonido del agua: un arroyo, supuso, con el curso desviado para atravesar los jardines. Era un paraje tan encantador que le costaba asociarlo con el lugar donde Benedict había ofrecido su baile demoníaco, aunque veía el sendero que torcía por el costado de la casa que ella había tomado aquella noche. Llevaba a una ala de la casa que parecía un añadido reciente…

El carruaje de los Lightwood llegó tras ellos, conducido por Gideon. Gabriel, Will y Cecily se apearon de él. Los hermanos Herondale seguían discutiendo entre ellos cuando Gideon abandonó el vehículo; Will acompañaba sus argumentos con secos movimientos de los brazos; Cecily lo miraba ceñuda, y la expresión de furia de su rostro la hacía parecerse tanto a su hermano que, en otras circunstancias, habría resultado divertido.

Gideon, más pálido incluso que antes, se volvió en redondo, con la espada desenfundada.

—El carruaje de Tatiana —informó secamente cuando Jem y Tessa se unieron a él. Señaló el vehículo detenido al pie de la escalera. Ambas portezuelas estaban abiertas—. Debe de haber decidido hacer una visita.

—Justo ahora… —Gabriel parecía furioso, pero sus ojos verdes estaban nublados de miedo.

Tatiana era su hermana, recién casada. El escudo de armas del carruaje, una corona de espinas, debía de ser el símbolo de la familia de su marido. El grupo permaneció inmóvil, observando a Gabriel ir al carruaje mientras desenfundaba un largo sable. Se inclinó en la puerta y soltó una maldición.

Se apartó y miró a Gideon.

—Hay sangre en los asientos —informó—. Y… esta cosa. —Pasó la punta del sable por una rueda; cuando lo retiró, un largo hilo de baba apestosa colgaba de él.

Will sacó un cuchillo serafín de su chaqueta.

—¡Eremiel! —dijo en voz alta. Cuando el cuchillo comenzó a brillar, una pálida estrella blanca bajo la luz de otoño, Will apuntó con él primero al norte y luego al sur—. Los jardines rodean la casa, hasta el río —explicó—. Lo sé bien; me pasé una noche persiguiendo al demonio Marbas por todo esto. Esté donde esté, dudo que Benedict salga de estas tierras. Es demasiado probable que lo vean.

—Nosotros iremos al lado oeste de la casa. Vosotros al este —dispuso Gabriel—. Gritad si veis algo y nos reuniremos.

Gabriel limpió su sable en la gravilla del camino, se incorporó y siguió a su hermano hacia el lado de la casa. Will se dirigió al otro lado, seguido de Jem, y con Tessa y Cecily justo detrás. Will se detuvo en la esquina de la casa, y recorrió los jardines con la mirada, en busca de cualquier ruido o cosa extraña. Un momento después, hizo un gesto a los demás para que lo siguieran.

Mientras avanzaban, a Tessa se le enganchó el tacón con uno de los guijarros de los bordes del camino. Se tambaleó, aunque inmediatamente recuperó el equilibrio, pero Will la miró y frunció el cejo.

—Tessa —dijo. Hubo un tiempo en que la llamaba Tess, pero ya no—. No deberías venir con nosotros. No estás preparada. Al menos, espéranos en el carruaje.

—No —replicó ésta, rebelde.

Él se volvió hacia Jem, que parecía estar disimulando una sonrisa.

—Tessa es tu prometida. Haz que entre en razón.

Jem, con su espada bastón en una mano, se acercó a ella.

—Tessa, hazlo como un favor para mí. ¿Quieres?

—No crees que pueda luchar —repuso ella, deteniéndose y devolviéndole la mirada— porque soy una chica.

—No creo que puedas luchar porque llevas un vestido de novia —replicó su prometido—. A decir verdad, no creo ni que Will pudiera luchar con ese vestido.

—Quizá no —intervino éste, que tenía el oído de un murciélago—. Pero sería una novia radiante.

Cecily alzó la mano y señaló hacia la distancia.

—¿Qué es eso?

Los cuatro se volvieron y vieron algo corriendo hacia ellos. Tenían el sol justo delante, y por un momento, mientras los ojos de Tessa se adaptaban a la luz, lo vio todo como una mancha. En seguida, la mancha se convirtió en una chica que corría. Había perdido el sombrero y su cabello castaño claro volaba al viento. Era alta y huesuda, vestida con un brillante vestido fucsia que seguramente habría sido elegante, pero que estaba roto y manchado de sangre. Continuó gritando mientras se lanzaba hacia ellos y se echaba a los brazos de Will.

Éste se tambaleó y a punto estuvo de dejar caer a Eremiel.

—Tatiana…

Tessa no pudo ver si Will la apartó o lo hizo ella, pero de cualquier modo Tatiana se separó unos centímetros del chico, y Tessa pudo ver su rostro por primera vez. Era una chica esbelta y angulosa. Tenía el cabello castaño claro de Gabriel, los ojos verdes de Gideon y habría sido bonita si en su rostro no estuviera dibujada una mueca de desagrado. Aunque lo tenía surcado de lágrimas y jadeaba, había algo teatral en todo ello, como si fuera consciente de que todos los ojos la miraban, especialmente los de Will.

—Un monstruo enorme —gimió—. Una criatura… ¡ha cogido al querido Rupert del carruaje y ha escapado con él!

Will la apartó un poco más.

—¿Qué quieres decir con «ha escapado con él»?

Tatiana señaló con el dedo.

—A… allí —sollozó—. Se lo ha llevado a rastras hasta el jardín italiano. Al principio, Rupert ha conseguido esquivar sus fauces, pero lo ha arrastrado por los caminos. Por mucho que he gritado, ¡no ha querido soltarlo! —Rompió a llorar de nuevo.

—Has gritado —repitió Will—. ¿Eso es todo lo que has hecho?

—He gritado mucho. —Tatiana parecía herida. Se apartó del todo de Will y le clavó la mirada—. Ya veo que eres tan poco amable como siempre. —Sus ojos pasaron a Tessa, a Cecily y a Jem—. Señor Carstairs —dijo con remilgo, como si estuvieran en una fiesta. Entrecerró los ojos al mirar a Cecily—. Y tú…

—¡Oh, en nombre del Ángel! —Will la apartó para seguir adelante; Jem sonrió a Tessa y lo siguió.

—No puedes ser otra que la hermana de Will —comentó Tatiana a Cecily mientras los chicos desaparecían en la distancia. A Tessa no le hizo caso deliberadamente.

Cecily la miró incrédula.

—Lo soy, aunque no puedo imaginar qué importa eso. Tessa, ¿vienes?

—Sí —contestó ésta, y se fue con ella; con independencia de lo que quisieran su hermano y su prometido, no podía quedarse viendo cómo los dos avanzaban hacia el peligro sin ir con ellos. Pasado un instante, oyó los indecisos pasos de Tatiana sobre la gravilla.

Estaban alejándose de la casa, hacia los jardines medio escondidos tras altos setos. En la distancia, el sol relucía sobre un invernadero de madera y cristal con una cúpula en el techo. Era un agradable día de otoño; soplaba un viento fresco y el aire olía a hierba. Tessa oyó un ruido y miró hacia la casa a su espalda. Unos balcones en forma de arco recortaban la uniformidad de la blanca fachada.

—«Will —susurró ella mientras él le cogía las manos y se las apartaba de su cuello. Le quitó los guantes, que se unieron a la máscara y a las horquillas de Jessie en el suelo de piedra del balcón. Luego, Will se desprendió de su propia máscara y la tiró a un lado; se pasó las manos por el húmedo cabello negro para retirárselo de la frente. El borde inferior de la máscara le había dejado marcas en sus altos pómulos, como ligeras cicatrices, pero cuando ella fue a tocárselas, él le tomó las manos con suavidad y se las hizo bajar.

»No —repuso él—. Déjame que te toque primero. He querido…»

Tessa se sonrojó profundamente y apartó la mirada de la casa y de los recuerdos que le evocaba. El grupo había llegado a una abertura entre los setos de la derecha. A través de ella se veía lo que, sin duda, era el jardín italiano, rodeado de follaje. El jardín contenía una serie de estatuas de héroes clásicos y mitológicos. Venus vertía el agua de una jarra en la fuente central, mientras que las estatuas de grandes historiadores y estadistas, como César, Herodoto y Tucídides, se miraban entre sí con ojos vacíos a través de los senderos que, cual radios, surgían del punto central. También había poetas y dramaturgos. Tessa, apresurándose, pasó ante Aristóteles; Ovidio; Homero, con los ojos cubiertos con una máscara de piedra para indicar su ceguera; Virgilio, y Sófocles, antes de que un grito desgarrador cortara el aire.

Se volvió en redondo. A varios pasos por detrás, Tatiana estaba paralizada, con los ojos desorbitados. Tessa corrió hacia ella, seguida de los demás; ésta llegó primero junto a la chica, y Tatiana se agarró a ella ciegamente, olvidando por un momento quién era Tessa.

—Rupert —gimió Tatiana, mirando hacia el frente.

Tessa siguió su mirada y vio la bota de un hombre saliendo por debajo de un seto. Por un momento pensó que debía de estar desmayado sobre el suelo, con el resto del cuerpo cubierto por la vegetación, pero al inclinarse hacia adelante se dio cuenta de que la bota, junto con varios centímetros de carne masticada y ensangrentada que salían de ella, era todo lo que había.

—¿Un gusano de doce metros? —masculló Will dirigiéndose a Jem mientras avanzaban por el jardín italiano, sin hacer ningún ruido al pisar la gravilla, gracias a un par de runas de Silencio—. Imagínate el tamaño del pez que podríamos pescar con él.

Jem no llegó a sonreír.

—No tiene ninguna gracia, ¿sabes?

—Un poco sí.

—No puedes reducir esta situación a un par de chistes de gusanos, Will. Estamos hablando del padre de Gabriel y de Gideon.

—No estamos hablando de él; estamos persiguiéndole por un jardín con estatuas ornamentales porque se ha convertido en un gusano.

—Un gusano demoníaco —puntualizó Jem, mientras se detenía para mirar cautelosamente desde el borde de un seto—. Una gran serpiente. ¿Contiene eso tu inadecuado humor?

—Hubo un tiempo en que mi inadecuado humor te reportaba cierto grado de diversión —suspiró Will—. Como ha acabado el gusano.

—Will…

Jem se interrumpió al oír un grito ensordecedor. Ambos chicos se volvieron en redondo a tiempo de ver a Tatiana Blackthorn caer hacia atrás en brazos de Tessa. Ésta sujetó a la otra chica mientras Cecily se acercaba a una abertura entre los setos y sacaba del cinturón un cuchillo serafín con la facilidad de un cazador de sombras experimentado. Will no la oyó decir nada, pero el cuchillo resplandeció en su mano, le iluminó el rostro y encendió una llamarada de temor en el estómago de Will.

Éste comenzó a correr, y Jem lo siguió. Tatiana estaba caída desmadejada en brazos de Tessa, con el rostro retorcido en una mueca de dolor.

—¡Rupert! ¡Rupert!

Tessa trataba de soportar el peso de la otra chica, y Will quería pararse a ayudarla, pero Jem ya lo había hecho, poniendo la mano en el brazo de la chica. Era lo razonable. Era su lugar, como su prometido.

Will apartó bruscamente la mirada y centró su atención en su hermana, que avanzaba por la abertura entre los setos, cuchillo en alto, mientras bordeaba los macabros restos de Rupert Blackthorn.

—¡Cecily! —la llamó, exasperado, y ella comenzó a volverse…

Y el mundo estalló. Un chorro de tierra y lodo surtió ante ellos, como un géiser hacia el cielo. Terrones de grava y barro cayeron como granizo. En el centro del géiser, una enorme serpiente ciega, de un color gris blanquecino. «El color de la carne muerta», pensó Will. El gusano emanaba el hedor de las tumbas. Tatiana gimió y se dejó caer sin fuerzas, arrastrando consigo a Tessa.

El gusano comenzó a agitarse de un lado al otro para sacudirse la tierra. Abrió la boca, aunque, más que una boca era un enorme corte que le biseccionaba la cabeza rodeado de dientes de tiburón. Emitió un agudo siseo.

—¡Detente! —gritó Cecily. Alzó el cuchillo serafín ante ella; parecía no tener el más mínimo miedo—. ¡Retrocede, criatura maldita!

El gusano se lanzó contra ella. La chica permaneció quieta, con el cuchillo en la mano, mientras las grandes fauces se cerraban… Y Will saltó sobre ella y la apartó del camino. Ambos rodaron por el suelo hasta un seto; las fauces del monstruo dieron contra el suelo, justo donde Cecily había estado, y formaron un considerable hoyo.

—¡Will! —Cecily se soltó de él, pero no a tiempo. El cuchillo serafín que sujetaba cortó a su hermano en el antebrazo y le dejó una roja quemadura—. Eso no era necesario.

—¡No tienes entrenamiento! —gritó Will, medio enloquecido de furia y terror—. ¡Harás que te maten! ¡Quédate aquí! —Fue a quitarle el cuchillo, pero ella se apartó de él y se puso en pie. Al cabo de un instante, el gusano volvía a atacar con la boca abierta. Will había dejado caer el arma al abalanzarse sobre su hermana; se hallaba a unos pasos. Saltó hacia un lado y esquivó las fauces de la criatura sólo por centímetros, y entonces Jem ya estaba allí, enarbolando su espada bastón. La clavó con fuerza, en el costado del gusano. Éste profirió un grito infernal y se tiró hacia atrás, salpicando sangre negra. Con un fuerte siseo, desapareció detrás de un seto.

Will se volvió en redondo. Casi no veía a Cecily; Jem se había puesto entre ella y Benedict, y estaba regado de sangre negra y lodo. A su espalda, Tessa había arrastrado a Tatiana hasta su regazo, la tela de sus ropas hecha una maraña: la vistosa falda rosa de Tatiana se enredaba con el estropeado dorado del vestido de novia de Tessa. Ésta estaba inclinada sobre la otra para evitar que viera a su padre, y tenía el cabello y la ropa cubiertos de sangre de demonio. Muy pálida, alzó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de Will.

Durante unos segundos, el jardín, el ruido, el hedor a sangre y a demonios desaparecieron, y él estuvo sólo con Tessa en un lugar silencioso. Quería correr hacia ella, rodearla con los brazos. Protegerla.

Pero le correspondía a Jem hacer esas cosas, no a él. No a él.

El instante pasó, y Tessa ya estaba en pie. Levantó a Tatiana, medio inconsciente, e hizo que le pasara un brazo por encima de sus propios hombros.

—Tienes que llevártela de aquí. La matará —dijo Will, mientras paseaba la mirada por el jardín—. No está entrenada.

La boca de Tessa comenzó a cerrarse en esa línea de obstinación que Will ya conocía.

—No quiero dejaros.

Cecily parecía horrorizada.

—No crees… ¿Esa criatura no se contendría? Es su hija. Si a esa… si a él… le queda algún sentimiento…

—Se ha comido a su yerno, Cecy —soltó Will—. Tessa, vete con Tatiana si quieres salvarle la vida. Y quédate con ella junto a la casa. Sería un desastre si volviera aquí corriendo.

—Gracias, Will —murmuró Jem mientras su prometida se llevaba a la aturdida joven todo lo rápido que podía. Will sintió que esas palabras se le clavaban como agujas en el corazón. Siempre que Will protegía a Tessa, Jem pensaba que era por él y no por sí mismo. Y siempre, Will deseaba que Jem estuviera en lo cierto. Cada aguja que se le clavaba tenía un sentimiento: culpa, vergüenza, amor.

Cecily gritó. Una sombra cubrió el sol, y el seto que había ante Will saltó por los aires. Se encontró mirando el esófago del enorme gusano. Hilos de baba colgaban de los enormes dientes. Will fue a sacar la espada del cinturón, pero la criatura ya estaba retrocediendo, con el mango de una daga visible en el costado del cuello. Will la reconoció sin volverse. Era la de Jem. Oyó a su parabatai gritar advirtiéndole, y luego el gusano volvió a ir contra Will, que le atravesó la mandíbula inferior con la espada. De entre los dientes del monstruo se escaparon chorros de sangre que salpicaron, silbando, el uniforme de Will. De repente, el chico sintió un impacto y, al no esperárselo, se fue al suelo y se golpeó con fuerza los hombros.

Se quedó sin aliento. Tenía la fina cola anillada del gusano enrollada en las rodillas. Pateó, viendo las estrellas, el rostro ansioso de Jem, el cielo azul en lo alto…

Tunc. Una flecha se clavó en la cola del gusano, justo bajo las rodillas de Will. Benedict lo soltó, y Will rodó sobre el suelo y se medio incorporó como pudo, justo a tiempo de ver a Gideon y a Gabriel Lightwood corriendo hacia ellos por el camino. Este último sujetaba un arco. Estaba colocando otra flecha mientras corría, y Will fue consciente al momento, con una vaga sensación de sorpresa, que Gabriel Lightwood había disparado a su padre para salvarle la vida.

El gusano se arqueó hacia atrás, y unas manos cogieron a Will por las axilas y lo pusieron en pie. Jem. Éste soltó a Will, que se volvió y vio a su parabatai que blandía la espada bastón y miraba hacia adelante fijamente. El gusano demonio parecía estar retorciéndose de agonía; se ondeaba mientras sacudía la enorme cabeza ciega, arrancando los arbustos con sus movimientos. Las hojas llenaban el aire, y el grupo de cazadores de sombras se atragantó con el polvo. Will oyó toser a Cecily y quiso decirle que corriera de vuelta a la casa, pero sabía que ella no le haría caso.

De alguna manera, moviendo con violencia la mandíbula, el gusano había conseguido que se soltara la espada; el arma cayó ruidosamente al suelo entre los rosales, manchada de secreciones negras. El gusano comenzó a retroceder arrastrándose, dejando un rastro de espumarajos y sangre. Gideon hizo una mueca de asco y corrió a recoger la espada caída con una mano enguantada.

De repente, Benedict se alzó como una cobra, con las fauces abiertas y babeantes. Gideon alzó la espada, que parecía minúscula ante el gigantesco tamaño de la criatura.

—¡Gideon! —Gabriel, pálido, estaba alzando el arco; Will se apartó hacia un lado mientras la flecha pasaba junto a él y se hundía en el cuerpo del gusano. Éste soltó un gañido y se alejó a una velocidad increíble, arqueando el cuerpo. Mientras se deslizaba, una sacudida de la cola impactó contra una estatua, cuyos añicos cayeron en la fuente ornamental.

—Por el Ángel, ha chafado a Sófocles —señaló irónico Will mientras el gusano desaparecía tras una estructura grande con la forma de un templo de griego—. Hoy en día, nadie respeta a los clásicos.

Gabriel, jadeando, bajó el arco.

—Estúpido —le soltó furioso a su hermano—. ¿En qué estabas pensando para correr así hacia él?

Gideon se volvió en redondo y apuntó a Gabriel con la espada ensangrentada.

—No es «él». Eso ya no es nuestro padre, Gabriel. Si no puedes aceptarlo…

—¡Le he disparado una flecha! —gritó Gabriel—. ¿Qué más quieres de mí, Gideon?

Gideon meneó la cabeza como si estuviera disgustado con su hermano; incluso Will, a quien no le caía bien Gabriel, sintió una punzada de compasión por él. Sí que había disparado a la bestia.

—Debemos perseguirlo —propuso Gideon—. Se ha ido detrás del cenador…

—¿Del qué? —preguntó Will.

—Un cenador, Will —explicó Jem—. Es una estructura decorativa. Supongo que no hay nada dentro.

Gideon negó con la cabeza.

—Sólo es yeso. Si nosotros vamos por un lado, y Jem y tú por el otro…

—Cecily, ¿qué estás haciendo? —quiso saber Will, interrumpiendo al mayor de los Lightwood; sabía que sonaba como un padre preocupado, pero no le importaba. Cecily se había metido el cuchillo en el cinturón y parecía estar tratando de trepar uno de los pequeños tejos que había en la primera fila de setos—. ¡No es momento de subirse a los árboles!

Ella lo miró enfadada, con el negro cabello sobre el rostro por el viento. Abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera hablar, se oyó algo parecido a un terremoto, y el cenador estalló en añicos de yeso. El gusano se lanzó hacia adelante, directamente contra ellos, con la terrible velocidad de un tren descarrilado.

Cuando llegaron al patio delantero de la mansión Lightwood, a Tessa ya le dolía el cuello y la espalda. Bajo el pesado vestido de novia, llevaba el apretado corsé, y el peso de la sollozante Tatiana le tiraba dolorosamente del hombro izquierdo.

Sintió un gran alivio al ver el carruaje, alivio pero también sorpresa. El panorama del patio era tan tranquilo… los carruajes donde los habían dejado, los caballos pastando hierba, la fachada de la casa intacta. Después de medio cargar, medio arrastrar a Tatiana al primer carruaje, Tessa abrió la puerta y la ayudó a entrar; hizo una mueca de dolor cuando las afiladas uñas de la desfallecida chica se le clavaron en la espalda mientras subían, ellas y sus faldas, al espacio interior.

—¡Oh, Dios! —gimió Tatiana—. ¡Qué vergüenza, qué terrible vergüenza! Que la Clave llegue a saber lo que le ha ocurrido a mi padre. Por el amor de Dios, ¿es que no podría haber pensado en mí, aunque fuera sólo un momento?

Tessa parpadeó sorprendida.

—Esa cosa —repuso—. No creo que fuera capaz de pensar en nadie, señora Blackthorn.

Tatiana la miró como atontada y, por un momento, Tessa se avergonzó de la tirria que le tenía. No le había gustado que la hicieran irse de los jardines, donde quizá pudiera haber ayudado, pero Tatiana acababa de ver a su marido despedazado ante sus ojos por su propio padre. Merecía un poco más de compasión de la que Tessa había estado sintiendo.

—Sé que ha sufrido una impresión muy fuerte —le dijo con voz más amable—. Si se tumbara…

—Eres muy alta —observó Tatiana—. ¿Se te quejan los caballeros de eso?

Tessa se la quedó mirando.

—Y vas vestida de novia —continuó—. ¿No es raro? ¿No te habría ido mejor un traje de combate? Ya sé que no sienta nada bien, y hay que hacer lo que hay que hacer, pero…

Se oyó un golpe estruendoso. Tessa se apartó del carruaje y miró alrededor; el ruido procedía del interior de la casa. «Henry», pensó Tessa. Henry había entrado en la casa, solo. Claro que la criatura estaba en el jardín pero, de todas formas, era la casa de Benedict. Recordó el baile, lleno de demonios, la última vez que había estado allí. Se alzó las faldas con ambas manos.

—Permanezca aquí, señora Blackthorn —dijo—. Debo averiguar la causa de ese ruido.

—¡No! —Tatiana se incorporó de golpe—. ¡No me dejes!

—Lo siento. —Tessa se fue alejando, negando con la cabeza—. Debo hacerlo. ¡Por favor, quédese dentro del carruaje!

Tatiana le gritó algo, pero ella ya se había vuelto y corría hacia la escalera de entrada. Empujó la puerta principal y entró en el gran vestíbulo pavimentado como un tablero de ajedrez, con losas de mármol blancas y negras. Una enorme araña de luz colgaba del techo, aunque ninguna de sus velas estaba encendida; la única iluminación procedía del sol que entraba a raudales por los altos ventanales. Una señorial escalera curvada ascendía al piso siguiente.

—¡Henry! —gritó Tessa—. Henry, ¿dónde estás?

Un grito de respuesta y otro fuerte golpe llegaron del piso de arriba. Tessa subió corriendo por la escalera; tropezó al pisarse el bajo del vestido y lo desgarró. Se apartó la falda con un gesto impaciente y siguió corriendo por un largo pasillo con paredes pintadas de estuco azul, de donde colgaban docenas de grabados en marcos dorados; atravesó una puerta doble y entró en otra sala.

Sin duda era la habitación de un hombre, una biblioteca o una oficina; las cortinas de pesada tela, óleos de grandes navíos de guerra colgados de las paredes. Un papel de un verde intenso cubría los muros, aunque parecía salpicado de extrañas manchas negras. Se notaba un extraño olor, un olor semejante al de las orillas del Támesis, donde cosas raras se pudrían bajo la tenue luz del día. Y por encima de éste, el penetrante olor de la sangre. Había una estantería volcada, una mezcolanza de vidrio roto y madera astillada, y sobre la alfombra persa, junto a ella, se hallaba Henry, forcejeando contra una criatura informe de piel gris y un inquietante número de brazos. Henry gritaba y daba patadas con sus largas piernas, y el engendro, sin duda un demonio, le estaba rasgando el traje con las garras, mientras le intentaba alcanzar con sus fauces de lobo.

Tessa miró alrededor desesperada, agarró el atizador que se hallaba junto a la apagada chimenea y cargó. Trató de recordar su adiestramiento, todas esas horas de detalladas explicaciones por parte de Gideon sobre calibrado, velocidad y sujeción, pero al final, pareció puro instinto clavar el largo palo de acero en el torso de la criatura, donde habría habido una caja torácica de haber sido un animal real y terrenal.

Oyó algo crujir cuando el arma entró. El demonio lanzó un aullido como el de un perro herido y rodó apartándose de Henry; el atizador cayó ruidosamente sobre el suelo. Un icor negro salió a chorro y llenó la sala del hedor a humo y podredumbre. Tessa retrocedió tambaleante y se pisó el bajo roto del vestido. Cayó al suelo justo cuando Henry, con una callada maldición, se lanzaba sobre el demonio y le cortaba el cuello con una hoja semejante a una daga donde brillaban runas. El demonio soltó un grito borboteante y se plegó como un papel.

Henry se puso en pie, su cabello de color jengibre estaba pegado por la sangre y el icor. Tenía el traje rasgado en el hombro, y un fluido rojo le manaba de la herida.

—Tessa —exclamó, y al instante estuvo junto a ella, ayudándola a levantarse—. Por el Ángel, vaya par que estamos hechos —dijo de esa triste forma tan suya, mientras la miraba preocupado—. No estás herida, ¿verdad?

Ella se miró y vio lo que él quería decir: tenía el vestido empapado por la rociada de icor, y también un feo corte en el brazo, por haber caído sobre un vidrio roto. No le dolía mucho, pero sangraba.

—Estoy perfectamente —respondió—. ¿Qué ha pasado, Henry? ¿Qué era esa cosa y por qué estaba aquí?

—Un demonio guardián. Estaba buscando en el escritorio de Benedict, y debo de haber movido o tocado algo que lo ha despertado. Ha salido un humo negro del cajón, y se ha convertido en eso. Se ha lanzado sobre mí…

—Y te ha arañado —concluyó Tessa, preocupada—. Estás sangrando.

—No, eso me lo he hecho yo. He caído sobre mi daga —reconoció Henry avergonzado, mientras sacaba la estela del cinturón—. No se lo digas a Charlotte.

Tessa casi sonrió; luego, al recordar, atravesó la estancia corriendo y abrió las cortinas de uno de los altos ventanales. Podía ver los jardines, pero no, lamentablemente, el jardín italiano; estaban en el otro lado de la casa. Ante ella sólo vio setos verdes y césped, que comenzaba a oscurecerse por el invierno.

—Debo irme —le anunció a Henry—. Will, Jem y Cecily están combatiendo contra la criatura. Ha matado al marido de Tatiana, Blackthorn. He tenido que acompañarla al carruaje porque estaba a punto de desmayarse.

Hubo un silencio.

—Tessa —dijo Henry después con una voz rara; ella se volvió para mirarlo, y lo encontró suspendido en el acto de dibujarse un iratze en la parte interior del brazo. Estaba mirando hacia la pared que tenía enfrente, en la que Tessa había reparado antes, la que estaba extrañamente salpicada de manchas. En ese momento vio que no era tales: eran letras de casi dos palmos que se extendían sobre el papel pintado, dibujadas con lo que parecía sangre negra seca.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES CARECEN DE PIEDAD.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES CARECEN DE REMORDIMIENTOS.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES CARECEN DE NÚMERO.

LOS ARTEFACTOS INFERNALES NUNCA DEJARÁN DE LLEGAR.

Y allí, bajo las letras, una última frase, casi ilegible, como si quien la hubiera escrito estuviera perdiendo el uso de las manos. Se imaginó a Benedict encerrado en esa sala, enloqueciendo lentamente mientras se transformaba, y trazando las palabras en la pared con su propia sangre cargada de icor.

QUE DIOS TENGA PIEDAD DE NUESTRA ALMA.

El gusano atacó. Will se tiró haciendo una voltereta hacia adelante y escapó por poco de las fauces que se cerraban. Se quedó agachado, luego se incorporó y corrió toda la longitud de la criatura hasta llegar a la cola. Se volvió y vio al demonio cerniéndose como una cobra sobre Gideon y Gabriel, aunque, para su sorpresa, parecía haberse quedado paralizado, siseando, pero sin atacar. ¿Acaso reconocía a sus hijos? ¿Sentía algo por ellos? Era imposible decirlo.

Cecily estaba a mitad del tejo, colgada de una rama. Will esperó que fuera razonable y se quedara ahí; así que se volvió hacia Jem y alzó una mano para que su parabatai pudiera verlo. Hacía tiempo que habían ideado una serie de gestos que empleaban para comunicarse en plena batalla, en caso de que no pudieran oírse. Los ojos de Jem mostraron que lo había entendido, y le lanzó su espada bastón con tanta perfección que fue rodando hasta que Will la cogió con una mano y apretó el resorte del mango. La hoja salió al instante, y el chico la bajó con fuerza para atravesar la gruesa piel de la criatura. El gusano se echó hacia atrás y aulló mientras él lo golpeaba de nuevo y le seccionaba la cola. Benedict se sacudió salvajemente por ambos extremos, y el icor salió disparado en un pegajoso chorro, que cubrió a Will. Éste se apartó gritando, con la piel ardiéndole.

—¡Will! —Jem corrió hacia él. Gideon y Gabriel estaban acuchillando al gusano en la cabeza, haciendo todo lo posible por concentrar en ellos su atención. Mientras Will se limpiaba el ardiente icor de los ojos con la mano libre, Cecily se dejó caer desde el tejo y aterrizó limpiamente sobre el lomo del gusano.

Will dejó caer la espada bastón del susto. Nunca había hecho eso antes: dejar caer una arma en plena batalla, pero era su hermana pequeña la que se aferraba con una torva determinación al lomo de un enorme gusano demonio, igual que una pulga pegada al pelo de un perro. Mientras la miraba horrorizado, Cecily sacó una daga del cinturón y la clavó con saña en la carne del demonio.

«¿Qué cree que está haciendo? ¡Como si ese cuchillito pudiera matar a una cosa de ese tamaño!», pensó Will.

—Will, Will —le decía Jem al oído, con voz urgente, y Will se dio cuenta de que había hablado en voz alta, y que, en nombre del Ángel, el gusano estaba volviendo la cabeza hacia Cecily, con la boca abierta y llena de dientes…

Cecily soltó el mango del cuchillo y rodó de lado, saltando del cuerpo del gusano. Las fauces no la atraparon por los pelos, y se cerraron con fuerza sobre su propio cuerpo. Saltó icor negro, y el monstruo echó la cabeza hacia atrás, con un aullido que parecía el grito de una banshee. Tenía una enorme herida en el costado, y trozos de su propia piel le colgaban de los dientes. Mientras Will lo miraba boquiabierto, Gabriel alzó el arco y lanzó una flecha.

Ésta dio en su blanco y se clavó profundamente en uno de los ojos sin párpados del gusano, que se alzó hacia atrás; luego, la cabeza se le cayó hacia adelante y se plegó sobre sí misma, deshaciéndose, desapareciendo como les pasaba a los demonios cuando perdían la vida.

El arco de Gabriel cayó al suelo con un ruido que Will casi ni oyó. El pisoteado suelo estaba empapado en la sangre que había manado del cuerpo mutilado del gusano. En medio de todo, Cecily se ponía lentamente en pie, con una mueca de dolor y la muñeca derecha torcida en un ángulo raro.

Will ni siquiera notó que echaba a correr hacia ella; sólo se percató de que Jem le había cogido y se lo impedía. Se volvió furioso hacia su parabatai.

—Mi hermana…

—Tu rostro —replicó Jem, con una calma encomiable, considerando la situación—. Estás cubierto de sangre de demonio, William, y te está quemando. Debo ponerte un iratze antes de que el daño sea irreversible.

—Suéltame —insistió Will, y trató de apartarse, pero la fría mano de Jem lo tenía agarrado por la nuca, y luego Will notó el ardor de una estela en la muñeca, y el dolor que ni siquiera había notado que sentía comenzó a aliviarse. Jem lo soltó con un pequeño gemido de dolor por su parte; le había caído un poco de icor en los dedos. Will se detuvo, indeciso, pero Jem le indicó que se marchara con un gesto, mientras se colocaba la estela sobre su propia mano.

Sólo fue un momento de retraso, pero cuando Will llegó junto a Cecily, Gabriel ya estaba allí. Le había puesto la mano bajo la barbilla y le recorría el rostro con sus ojos verdes. Ella lo miraba atónita, cuando su hermano llegó y la cogió del hombro.

—Aléjate de ella —ladró, y Gabriel se apartó mientras apretaba los labios.

Gideon lo seguía de cerca, y ambos se inclinaron sobre Cecily, mientras Will la inmovilizaba con una mano y desenfundaba la estela con la otra. Ella lo miró con ojos que destellaban mientras él le grababa un negro iratze en un lado del cuello y luego un mendelin en el otro. El negro cabello se le escapó de la trenza, y le pareció la niña traviesa que él recordaba, feroz y sin miedo a nada.

—¿Estás herida, cariad? —La palabra salió de los labios del chico antes de que se diera cuenta; una palabra cariñosa de su infancia, que casi había olvidado.

—¿Cariad? —repitió ella, con los ojos cargados de incredulidad—. No estoy casi herida.

—Casi —indicó Will, y le señaló la muñeca torcida y los cortes que tenía en la cara y las manos, que habían comenzado a cerrarse gracias al iratze. Notó que la furia crecía en su interior, tanto que no oyó a Jem, a su espalda, comenzar a toser; por lo general era un sonido que lo hacía reaccionar como una chispa cayendo sobre yesca seca—. Cecily, ¿en qué estabas…?

—Eso ha sido una de las cosas más valientes que he visto hacer a un cazador de sombras —lo interrumpió Gabriel. No miraba a Will, sino a Cecily, con una mezcla de sorpresa y algo más en su expresión. Tenía barro y sangre en el cabello, igual que todos, lo que hacía que sus ojos verdes relucieran más aún.

Ella se sonrojó.

—Sólo ha sido…

Se calló de golpe, con la mirada alarmada, mirando más allá de Will. Jem volvió a toser, y esa vez Will le oyó; se volvió justo a tiempo de ver a su parabatai caer de rodillas sobre el suelo.