19

YACER Y ARDER

Ahora te quemaré a ti, te quemaré al completo, aunque se me maldiga por ello, ambos yaceremos y arderemos.

CHARLOTTE MEW, «In Nunhead Cemetery»

La oscuridad sólo duró un momento. El agua helada se tragó a Will, y de inmediato empezó a caer; se hizo un ovillo justo cuando el suelo se alzaba para golpearle, dejándolo sin aliento.

Tosió y rodó sobre el estómago, y luego se puso de rodillas, con el cabello y la ropa chorreándole. Fue a sacar la luz mágica, pero en seguida dejó caer la mano; no quería iluminar nada, puesto que eso le haría llamar la atención. La runa de Visión Nocturna tendría que bastarle.

Fue suficiente para mostrarle que se hallaba en una caverna rocosa. Si miraba hacia arriba, podía ver las revueltas aguas del lago, contenidas como con un cristal, y un poco de luz de luna desenfocada. Había túneles que salían de la caverna, sin ninguna señal que indicara adónde podían conducir. Se puso en pie y escogió a ciegas el túnel más a la izquierda; comenzó a avanzar cuidadosamente hacia la sombría oscuridad.

Los túneles eran anchos, con suelos planos que no mostraban ninguna marca del paso de los autómatas. Las paredes eran de roca volcánica. Recordó haber subido a Cadair Idris con su padre, hacía años. Se contaban muchas leyendas sobre esa montaña: que había sido el asiento de un gigante, que sentado sobre él contemplaba las estrellas; que el rey Arturo y sus caballeros dormían bajo ella, esperando el momento en que Gran Bretaña despertara y los necesitara de nuevo; que cualquiera que pasaba la noche en su ladera se despertaría transformado en poeta o en loco.

«Si se supiera… —pensó Will mientras torcía por la curva de un túnel y salía a una cueva más grande—, lo extraña que era la verdad…»

La cueva era grande y se abría hacia un espacio mayor al fondo, donde brillaba una tenue luz. Aquí y allí, Will captó un destello plateado, que pensó sería agua que fluía en torrentes por los negros muros, pero que al examinarlos más de cerca resultaron ser vetas de cuarzo cristalizado.

Will fue hacia la tenue luz. Notó que el corazón le latía muy rápido dentro del pecho, y trató de respirar profundamente para tranquilizarse. Sabía lo que le estaba acelerando el pulso: Tessa. Si Mortmain la tenía, entonces estaría ahí, cerca. En algún lugar de ese laberinto de túneles podría encontrarla.

Oyó la voz de Jem en la cabeza, como si su parabatai estuviera a su lado, aconsejándole. Jem siempre había dicho que Will corría hacia el final de una misión en vez de proceder de un modo mesurado, y que se debía mirar el siguiente paso del camino, en vez de la montaña que había en la distancia, o nunca se lograría alcanzar el objetivo. Cerró los ojos un instante. Sabía que su hermano de sangre tenía razón, pero era difícil recordarlo cuando el objetivo que se buscaba era la mujer amada.

Abrió los ojos y fue hacia la tenue luz al fondo de la caverna. El suelo bajo sus pies era liso, sin rocas ni guijarros, y veteado de mármol. La luz se intensificó, y Will se detuvo de golpe; sólo los años de entrenamiento como cazador de sombras evitaron que se lanzara directo a la muerte.

Porque el suelo rocoso acababa de repente ante un profundo precipicio. Se hallaba en un saliente rocoso, desde el que podía divisarse un anfiteatro. Estaba lleno de autómatas. Éstos estaban en silencio, inmóviles, como juguetes metálicos a los que se les hubiera acabado la cuerda. Iban vestidos, igual que los del pueblo, con restos de uniformes militares, y estaban alineados uno ante otro, como si fueran soldados de plomo de tamaño natural.

En el centro del espacio se hallaba una plataforma de piedra, y sobre la mesa yacía otro autómata, como un cadáver sobre una mesa de autopsias. La cabeza era de metal desnudo, pero había una pálida piel humana extendida tirante sobre el resto del cuerpo, y sobre la piel había runas dibujadas.

Mientras miraba, Will las fue reconociendo, una tras otra: Memoria, Agilidad, Velocidad, Visión Nocturna… Nunca servirían, claro, sobre un artilugio hecho de metal con piel humana. Podría engañar a un cazador de sombras a cierta distancia, pero…

«Pero ¿y si ha usado la piel de un cazador de sombras? —preguntó en un susurro una voz en la cabeza de Will—. Entonces ¿qué podría crear? ¿Cuán loco está y cuándo se detendrá?».

Esa idea, y ver las runas del Cielo inscritas sobre tan monstruosa criatura, le retorció el estómago; se apartó del borde del saliente y retrocedió tambaleándose, sujetándose en la fría pared de piedra, con las manos húmedas de sudor.

Volvió a ver el pueblo, los cadáveres en las calles; oyó de nuevo el mecánico siseo del demonio autómata mientras le hablaba:

«Todos estos años nos habéis expulsado de este mundo con vuestras armas con runas. Ahora tenemos cuerpos en los que no funcionan vuestras armas, y este mundo será nuestro».

La rabia recorrió a Will como fuego en las venas. Se apartó de la pared y se dirigió directo hacia un estrecho túnel, alejándose de la caverna. Mientras avanzaba, creyó oír un ruido a su espalda, un chirrido, como si el mecanismo de un enorme reloj estuviera comenzando a moverse, pero cuando se volvió, no vio nada, sólo las lisas paredes de la gruta y las inmóviles sombras.

El túnel que estaba siguiendo se fue estrechando hasta que, al final, tuvo que pasar de lado por un saliente de roca veteada de cuarzo. Si se estrechaba más, tendría que dar media vuelta y volver a la caverna; esa idea le hizo seguir adelante con renovada energía, y se apretó para pasar; casi cayó cuando el túnel se abrió de golpe en un corredor más amplio.

Era casi como un pasillo del Instituto, sólo que todo él de piedra lisa, con antorchas a intervalos colocadas sobre soportes de metal. Junto a cada antorcha había una puerta acabada en arco, también de piedra. Las dos primeras estaban abiertas mostrando habitaciones oscuras y vacías.

Detrás de la tercera puerta se hallaba Tessa.

Will no la vio de inmediato al entrar en la habitación. La puerta de piedra se cerró parcialmente tras él, pero se dio cuenta de que no estaba a oscuras. Había una lucecita oscilante; las últimas llamas en una chimenea de piedra al fondo de la dependencia. Se sorprendió al ver que estaba amueblada como la habitación de una posada, con una cama y un lavamanos, alfombras en el suelo, incluso cortinas en las paredes, aunque colgaban sobre la piedra desnuda, no de ventanas.

Ante el fuego había una delgada sombra, agachada en el suelo. Automáticamente, Will llevó la mano al mango de la daga que portaba en la cintura; entonces, la sombra se volvió, con el cabello cayéndole sobre los hombros, y él vio su rostro.

Tessa.

Apartó la mano de la daga mientras el corazón le saltaba en el pecho con una fuerza imposible y dolorosa. Vio el cambio en la expresión de Tessa: curiosidad, asombro, incredulidad. Ella se puso en pie y las faldas cayeron a su alrededor mientras se incorporaba, y él la vio tenderle la mano.

—¿Will? —preguntó.

Era como una llave girando en la cerradura de una puerta, liberándolo; Will avanzó. Nunca había habido mayor distancia de la que le separaba de Tessa en ese momento. Era una estancia grande; la distancia entre Londres y Cadair Idris no parecía nada comparada con ésa. Él sintió un estremecimiento, como si atravesara algún tipo de resistencia, mientras cruzaba la habitación. Vio a Tessa tenderle la mano, formando las palabras con la boca, y luego ya estaba entre sus brazos, ambos sin aliento al chocar el uno contra la otra.

Ella estaba de puntillas, rodeándole el cuello con los brazos, susurrando su nombre: «Will, Will, Will…». Él hundió el rostro en su cuello, donde el espeso cabello se rizaba; ella olía a humo y agua de violetas. La estrechó aún con más fuerza mientras ella le cogía por la nuca. Por un momento, el dolor que había estado aferrando a Will como un puño de hierro desde la muerte de Jem pareció amortiguarse, y pudo respirar.

Will pensó en el infierno que había pasado desde que había salido de Londres; los días cabalgando sin parar, las noches en vela. Sangre, pérdida, dolor y lucha. Todo para llevarle hasta ahí. Hasta Tessa.

—Will —repitió la chica, y él le miró el rostro manchado de lágrimas. Tessa tenía un morado en el pómulo. Alguien le había pegado ahí, y el corazón de Will se hinchó de rabia. Encontraría a quien lo hubiera hecho y lo mataría. Si había sido Mortmain, sólo lo mataría después de haber quemado hasta los cimientos de su monstruoso laboratorio, para que ese loco pudiera ver la ruina de toda su creación—. Will —dijo ella de nuevo, interrumpiendo sus pensamientos. Parecía casi sin aliento—. Will, idiota.

Las ideas románticas de Will frenaron en seco como un coche de alquiler en Fleet Street.

—Yo… ¿qué?

—Oh, Will —dijo ella. Le temblaban los labios; parecía no saber si reír o llorar—. ¿Recuerdas cuando me dijiste que el atractivo joven que tratara de rescatarme de un terrible destino nunca se equivocaría, aunque dijera que el cielo era lila y hecho de erizos?

—La primera vez que te vi. Sí.

—Oh, mi Will. —Ella se apartó amablemente de su abrazo, mientras se ponía un mechón de cabello tras la oreja. Sus ojos permanecieron clavados en él—. No puedo imaginarme cómo has conseguido encontrarme, lo difícil que debe de haber sido. Es increíble. Pero… ¿de verdad crees que Mortmain me va a dejar sin vigilancia en una sala con la puerta abierta? —Se dio la vuelta, dio unos cuantos pasos hacia adelante y se detuvo de golpe—. Aquí —dijo, y alzó la mano con los dedos abiertos—. El aire es tan sólido como un muro. Esto es una prisión, Will, y ahora estás dentro conmigo.

Él fue a su lado, sabiendo lo que iba a encontrar. Recordó la resistencia que había notado al cruzar la sala. El aire se ondeó levemente cuando él lo tocó con el dedo, pero era más duro que un lago helado.

—Conozco esta configuración —anunció—. La Clave a veces usa una versión de ella. —Cerró el puño y lo estrelló contra el aire sólido, con fuerza suficiente para magullarse los nudillos—. Uffern gwasdlyn —maldijo en galés—. Cruzar todo el maldito país para llegar hasta ti, y ni siquiera puedo hacer esto bien. En cuanto te he visto, en lo único que he pensado ha sido en correr a tu lado. Por el Ángel, Tessa…

—¡Will! —Lo agarró del brazo—. No te atrevas a disculparte. ¿Sabes lo que significa para mí que estés aquí? Es como un milagro, o la intervención del Cielo, porque he estado rezando por ver los rostros de las personas a las que quiero antes de morir. —Habló con franqueza, sin ambages; era una de las cosas que a él siempre le habían gustado de Tessa, que no se ocultaba o disimulaba, sino que decía lo que pensaba sin embellecerlo—. Cuando estaba en la Casa Oscura, no había nadie a quien yo le importara tanto como para buscarme. Cuando me encontraste, fue por casualidad. Pero ahora…

—Ahora nos he condenado a ambos al mismo destino —se lamentó él en un susurro. Sacó una daga del cinturón y apuñaló el muro invisible. La hoja de plata con runas se destrozó; Will tiró la empuñadura y maldijo, en voz baja.

Tessa le puso la mano en el hombro.

—No estamos condenados —afirmó—. Seguro que no has venido solo, Will. Henry, o Jem, nos encontrarán. Desde el otro lado de la pared, nos pueden alimentar. He visto cómo lo hace Mortmain, y…

Will no supo lo que pasó entonces. Su expresión debió de cambiar al oírla mencionar a Jem, porque vio cómo el color abandonaba el rostro de su amada, y le apretaba más el brazo.

—Tessa —dijo él—. Estoy solo.

La palabra «solo» se le quebró, como si pudiera notar la amargura de la pérdida en la lengua y tratara de hablar esquivándola.

—¿Jem? —preguntó Tessa.

Era más que una pregunta. Will no dijo nada; parecía haberse quedado sin voz. Había pensado en sacarla rápidamente de ese sitio antes de hablarle de Jem; se había propuesto decírselo en algún lugar seguro, donde hubiera espacio y tiempo para consolarla. En ese momento supo que había sido un idiota por pensarlo, por imaginar que lo que había perdido no se le notaría en la cara. El poco color que le quedaba desapareció de la piel de Tessa; era como ver una llama parpadear y apagarse.

—No —susurró ella.

—Tessa…

Ella se apartó de él, negando con la cabeza.

—No, no es posible. Lo habría sabido; no es posible.

Él le tendió la mano.

—Tessa…

Ésta había comenzado a temblar violentamente.

—No —insistió—. No, no lo digas. Si no lo dices, no será cierto. No puede ser cierto. No es justo.

—Lo siento —musitó él.

El rostro de Tessa se descompuso, como un dique sometido a una presión excesiva. Cayó de rodillas, y se dobló sobre sí misma. Se rodeó el cuerpo con los brazos. Se sujetaba con fuerza, como si así pudiera evitar hacerse pedazos. Will sintió una nueva oleada de la agonía impotente que había experimentado en el patio del Green Man. ¿Qué había hecho? Había ido ahí a salvarla, pero en vez de salvarla, sólo había conseguido infligirle un espantoso sufrimiento. Era como si de verdad estuviera maldito, como si sólo fuera capaz de proporcionar sufrimiento a los que amaba.

—Lo siento —repitió, poniendo todo su corazón en las palabras—. Lo siento muchísimo. Habría muerto en su lugar si hubiera podido.

Al oír eso, ella alzó la mirada. Will se preparó para ver una acusación en sus ojos, pero no fue así. En vez de eso, Tessa le tendió la mano en silencio. Asombrado y sorprendido, él se la cogió, y ella tiró de él hasta que se quedó de rodillas frente a ella.

El rostro de Tessa estaba manchado de lágrimas, rodeado del cabello alborotado, recortado en oro contra el fuego de la chimenea.

—Yo también —dijo ella—. Oh, Will. Todo esto es culpa mía. Ha tirado su vida por mí. Si hubiera tomado la droga con más mesura; si se hubiera permitido descansar y estar enfermo en vez de fingir buena salud por mí…

—¡No! —Will la cogió por los hombros y la volvió hacia él—. No es culpa tuya. Nadie podía imaginar que era…

Ella negó con la cabeza.

—¿Cómo soportas tenerme cerca? —preguntó desesperada—. Te he arrebatado a tu parabatai. Y ahora ambos moriremos aquí. Por mi culpa.

—Tessa —susurró Will, anonadado. No podía recordar la última vez que habían estado en esa posición, la última vez que él había tenido que consolar a alguien con el corazón roto, y realmente se había permitido hacerlo, en vez de obligarse a alejarse. Se sentía tan torpe como de niño, cuando se le caían los cuchillos de las manos, antes de que Jem le enseñara a usarlos. Se aclaró la garganta—. Tessa, ven aquí. —La acercó a sí, hasta que él estuvo sentado en el suelo y ella apoyada en él, con la cabeza sobre su hombro y él pasándole los dedos por el cabello. Will notaba el cuerpo de Tessa temblando contra el de él, pero ella no se apartó. En vez de eso, se aferró a él, como si su presencia realmente la consolara.

Y si él pensó en lo agradable que era tenerla entre sus brazos o en la sensación de su aliento sobre la piel, sólo fue un momento, y pudo fingir que no había pasado en absoluto.

El dolor de Tessa, como una tormenta, se fue extinguiendo lentamente a lo largo de las horas. Lloró, y Will la abrazó sin dejarla ir, excepto por una vez que se levantó y echó más leña al fuego. Regresó en seguida y se sentó junto a ella, ambos apoyaron la espalda en el muro invisible. Ella le tocó el lugar en el hombro donde sus lágrimas le habían traspasado la tela.

—Lo siento —se excusó ella. No podía ni contar la cantidad de veces durante las últimas horas que le había dicho que lo sentía, mientras compartían historias de lo que les había pasado desde su separación en el Instituto. Él le contó su despedida de Jem y Cecily, su cabalgada por el campo, el momento en que se había dado cuenta de que Jem había muerto. Ella le habló de lo que Mortmain le había exigido hacer, de que se había Cambiado en su padre y le había dado la última pieza del rompecabezas que convertía a sus autómatas en un ejército de una fuerza imparable.

—No debes sentirte culpable de nada, Tess —le decía Will en ese momento. Él miraba el fuego, la única luz en la sala. Lo iluminaba con sombras doradas y negras. Las sombras bajo los ojos eran violeta, el ángulo de sus pómulos y clavículas bien dibujado—. Has sufrido, igual que yo. Ver aquel pueblo destruido…

—Ambos estábamos allí al mismo tiempo —comentó ella, sorprendida—. Si hubiera sabido que estabas cerca…

—Si yo hubiera sabido que tú estabas cerca, habría hecho cargar a Balios directamente colina arriba hacia ti.

—Y te habrían matado las criaturas de Mortmain. Era mejor que no lo supieras. —Siguió su mirada hasta el fuego—. Al final me has encontrado, y eso es lo que importa.

—Claro que te he encontrado. Le prometí a Jem que te encontraría —recordó él—. Algunas promesas no pueden romperse.

Respiró rápidamente. Ella lo notó contra el costado: estaba acurrucada contra él; sintió que las manos de él temblaban, de un modo casi imperceptible, al cogerla. Sabía vagamente que no debía permitir que la cogiera así ningún chico que no fuera su hermano o su prometido, pero tanto su hermano como su prometido estaban muertos, y al día siguiente, Mortmain los encontraría y los castigaría. Ante todo eso, no conseguía que le importase demasiado la corrección.

—¿Qué sentido tenía todo ese dolor? —planteó—. Lo amaba mucho, y ni siquiera estuve a su lado cuando murió.

Will le acarició la espalda, suave y rápidamente, como si tuviera miedo de que ella se apartara.

—Yo tampoco estaba —dijo él—. Estaba en el patio de una posada, a medio camino de Gales, cuando lo supe. Lo sentí. Noté cómo se sesgaba el lazo que nos unía. Fue como si unas enormes tijeras me cortaran el corazón por la mitad.

—Will… —comentó Tessa. El dolor del joven era tan palpable…, se mezclaba con el de ella para formar una aguda tristeza, más fácil de sobrellevar por ser compartida, aunque resultaba difícil decidir quién estaba consolando a quién—. Tú siempre fuiste también la mitad de su corazón.

—Yo fui quien le pidió que fuera mi parabatai —explicó Will—. Él era reacio. Quería que yo entendiera que me estaba uniendo en lo que debía ser un lazo para toda la vida con alguien que no iba a vivir mucho. Pero yo lo quería, quería ciegamente alguna prueba de que no estaba solo, algún modo de mostrarle que él era mío. Y al final, él me aceptó amablemente, tal como yo quería. Como siempre.

—No digas eso —replicó Tessa—. Jem no era ningún mártir. Ser tu parabatai no era ningún castigo para él. Eras como un hermano para él, mejor que un hermano, porque tú le habías elegido. Cuando hablaba de ti, era siempre con lealtad y amor, sin la menor sombra de duda.

—Me enfrenté a él —continuó Will—. Cuando descubrí que había estado tomando más yin fen del que debía. Me enfadé mucho. Le acusé de desperdiciar su vida. Me dijo: «Puedo elegir ser todo lo que pueda ser por ella, brillar tanto por ella como desee».

Tessa hizo un ruidito gutural.

—Fue su elección, Tessa. No algo que tú le obligaras a hacer. Nunca había sido tan feliz como cuando estaba contigo. —Will no la miraba a ella, sino al fuego—. A pesar de cualquier cosa que yo te haya dicho, sea lo que sea, me alegro de que pudiera pasar tiempo contigo. Tú también deberías alegrarte.

—No suenas muy alegre.

Will seguía mirando el fuego. Había tenido el cabello mojado al entrar en la habitación, y se le había secado formando rizos sueltos por la sien y la frente.

—Le decepcioné —prosiguió él—. Él me confió esta misión: seguirte, encontrarte y llevarte a casa sana y salva. Y ahora, fracaso en el último obstáculo. —Finalmente se volvió para mirarla, pero sus ojos azules no veían—. No le habría dejado. Me habría quedado con él si me lo hubiera pedido, hasta que muriese. Habría cumplido mi juramento. Pero él me pidió que fuera a buscarte…

—Entonces, tú sólo has hecho lo que te pidió. No le has decepcionado.

—Pero también era lo que estaba en mi corazón —repuso Will—. No puedo separar el egoísmo del altruismo ahora. Cuando soñaba con salvarte, con la forma en que me mirarías… —Se calló de golpe—. En cualquier caso, mi soberbia ha recibido castigo.

—Pero yo recibo una recompensa. —Tessa le cogió de la mano. Notó sus callos contra su palma. Vio que el pecho le saltaba por la sorpresa—. Porque no estoy sola; te tengo conmigo. Y no debemos perder la esperanza. Aún puede que tengamos una oportunidad de vencer a Mortmain, o de escaparnos sin que lo note. Si alguien puede encontrar la manera de hacerlo, ése eres tú.

Él la miró.

—Eres una maravilla, Tessa Gray —dijo, y las pestañas le ensombrecían los ojos—. Tener tal fe en mí, aunque no he hecho nada para ganármela.

—¿Nada? —Tessa alzó la voz—. ¿Nada para ganártela? Will, me salvaste de las Hermanas Oscuras, me empujaste para salvarme, me has salvado una y otra vez. Eres un buen hombre, uno de los mejores que he conocido.

Will la miró tan anonadado como si le hubiera dado un empellón. Se lamió los secos labios.

—Me gustaría que no dijeras eso —susurró.

Ella se inclinó hacia él. El rostro de Will era sólo sombras, ángulos y planos; Tessa deseó tocarle, recorrerle la curva de la boca, el arco que formaban las pestañas sobre el pómulo. El fuego se reflejaba en sus ojos, puntitos de luz.

—Will —prosiguió—. La primera vez que te vi, pensé que eras como un héroe de novela. Bromeaste diciendo que eras sir Galahad. ¿Lo recuerdas? Y durante mucho tiempo intenté entenderte de esa manera; como si fueras el señor Darcy, o Lancelot, o el pobre miserable Sydney Carton, y eso fue un desastre. Tardé mucho en entender, pero lo hice y lo hago ahora, que no eres un héroe salido de ningún libro.

Will soltó una corta carcajada de incredulidad.

—Es cierto —admitió—. No soy ningún héroe.

—No —concedió Tessa—. Eres una persona, igual que yo. —Él le escrutó el rostro con la mirada, fascinado; ella le entrelazó los dedos y se los apretó—. ¿No lo ves, Will? Eres una persona como yo. Eres como yo. Dices las cosas que yo pienso, pero nunca digo en voz alta. Lees los libros que yo leo. Amas la poesía que yo amo. Me haces reír con tus canciones ridículas y con el modo en que ves la verdad de todo. Siento que puedes ver dentro de mí, y ver todo lo que tengo de raro o poco corriente y acomodar tu corazón a eso, porque eres raro y poco corriente de la misma manera. —Con la mano que sujetaba la de él, le acarició la mejilla—. Somos lo mismo.

Will cerró los ojos; ella notó sus pestañas sobre los dedos. Cuando él habló, su voz era quebrada, aunque la tenía bajo control.

—No digas esas cosas, Tessa. No las digas.

—¿Por qué no?

—Dices que soy un buen hombre —contestó él—. Pero no soy tan buen hombre. Y estoy… estoy catastróficamente enamorado de ti.

—Will…

—Te amo tanto, tantísimo… —continuó él—, y cuando estás tan cerca de mí, me olvido de quién eres. Me olvido de que eres de Jem. Tengo que ser la peor persona del mundo para pensar lo que estoy pensando en este momento. Pero lo estoy pensando.

—Yo amaba a Jem —repuso ella—. Aún lo amo, y él me amaba, pero no soy de nadie, Will. Mi corazón es mío. No está en tu mano controlarlo. No está en mi mano controlarlo.

Will mantenía los ojos cerrados. El pecho le subía y le bajaba con rapidez, y Tessa podía oír los fuertes latidos de su corazón, acelerados bajo la solidez de la caja torácica. Notaba el calor de su cuerpo contra ella, su vida, y pensó en las frías manos de los autómatas sobre ella, y en los ojos aún más fríos de Mortmain. Pensó en lo que ocurriría si ella vivía, Mortmain conseguía lo que quería y ella quedaba atada a él por el resto de su vida, atada a un hombre que no amaba sino que despreciaba.

Pensó en la sensación de sus frías manos sobre ella, y si ésas serían las únicas manos que volverían a tocarla.

—¿Qué crees que va a pasar mañana, Will? —susurró—. Cuando Mortmain nos encuentre. Dímelo sinceramente.

Will le pasó la mano con cuidado, casi sin querer, por el cabello y la apoyó en su nuca. Tessa se preguntó si podría notarle el pulso, respondiendo al de él.

—Creo que Mortmain me matará. O para ser exactos, hará que esas criaturas me maten. Soy un cazador de sombras decente, pero esos autómatas… es imposible detenerlos. Con ellos, las hojas con runas no son mejor que las armas corrientes, y los cuchillos serafines no sirven en absoluto.

—Pero no tienes miedo.

—Hay muchas cosas peores que la muerte —respondió él—. No ser amado y no ser capaz de amar. Y morir luchando como debe hacer un cazador de sombras no es ningún deshonor. Una muerte honrosa; es lo que siempre he querido.

Tessa sintió un escalofrío.

—Quiero dos cosas —afirmó ella, y le sorprendió la firmeza de su propia voz—. Si crees que Mortmain tratará de matarte mañana, entonces quiero tener una arma. Me quitaré el ángel mecánico y lucharé a tu lado, y si morimos, moriremos juntos. Porque yo también deseo una muerte honrosa, como Boadicea.

—Tess…

—Prefiero morir a ser la herramienta del Magíster. Dame una arma, Will.

Tessa notó que él se estremecía a su lado.

—Eso puedo hacerlo —contestó al final, dándose por vencido—. ¿Qué es la segunda cosa?

Ella tragó saliva.

—Quiero besarte una última vez antes de morir.

Él abrió mucho los ojos. Eran azules, azules como el mar y el cielo del sueño en el que él caía alejándose de ella, azules como las flores que Sophie le había puesto en el cabello.

—No…

—… digas nada que no sientas —acabó ella por él—. Lo sé, y no lo hago. Lo digo en serio, Will. Sé que es totalmente inapropiado pedírtelo. Sé que debo de parecer un poco loca. —Bajó la mirada, y luego la alzó de nuevo, reuniendo valor—. Y si tú me dices que puedes morir mañana sin que nuestros labios vuelvan a tocarse, y que no lo lamentarás, entonces dímelo y no te lo pediré, porque sé que no tengo ningún derecho…

Su frase se quedó a medias, porque él la cogió y la estrechó contra sí, y le aplastó los labios con los suyos. Por una fracción de segundo fue casi doloroso, cargado de desesperación y ansia casi descontrolada, y ella notó el sabor a sal, y el calor en la boca, y su aliento. Y entonces él se suavizó, con una fuerza de contención que ella pudo notar por todo el cuerpo, y el roce de labio sobre labio, el juego de lenguas y dientes, cambió de dolor a placer en una fracción de segundo.

En el balcón de la casa Lightwood, él había sido muy cuidadoso, pero no lo era en esos momentos. Le pasó la mano con brusquedad por la espalda, enredándola en el cabello, agarrando la tela suelta en la parte trasera del vestido. La medio alzó de forma que sus cuerpos colisionaran: él estaba pegado a ella, toda la longitud de su cuerpo, duro y frágil al mismo tiempo. Ella inclinó la cabeza hacia un lado mientras él le separaba los labios con los suyos, y ya no estuvieron tanto besándose como devorándose el uno a la otra. Tessa le agarró con ímpetu el cabello, con tanto ímpetu que debió de dolerle, y con los dientes le arañó el labio inferior. Él gimió y la abrazó con más fuerza; ella casi no pudo respirar.

—Will… —susurró; él se puso en pie y la alzó en brazos, sin dejar de besarla. Ella entrelazó sus hombros con los brazos mientras él la llevaba a la cama y la tendía allí. Ella ya estaba descalza; él se quitó las botas a toda prisa y se estiró junto a ella. El entrenamiento que Tessa había recibido incluía cómo quitar trajes de combate, y movió las manos con ligereza y rapidez sobre él, soltando los cierres y desprendiéndoselo como si fuera un caparazón. Él la empujó a un lado impaciente, y se puso de rodillas para sacarse el cinturón de armas.

Ella lo observó, tragando saliva. Si iba a decirle que parara, ése era el momento. Las marcadas manos de Will eran ágiles, desabrochando las hebillas, y cuando se volvió para dejar el cinturón junto a la cama, la camisa, húmeda de sudor y pegada al cuerpo, se le alzó y le mostró a Tessa la curva del estómago, el hueso de la cadera. Ella siempre había pensado que Will era hermoso, sus ojos, sus labios y su rostro, pero nunca había pensado en su cuerpo de ese modo. Pero su forma era encantadora, como los planos y los ángulos del David de Miguel Ángel. Tendió la mano para acariciarle, para pasarle los dedos, con tanta suavidad como la seda de la araña, sobre la piel plana y dura del estómago.

La respuesta de Will fue inmediata y sorprendente. Tragó aire y cerró los ojos; se quedó muy quieto. Ella le pasó los dedos por la cintura de los pantalones, con el corazón acelerado, sin saber muy bien qué estaba haciendo; la guiaba un instinto que ella no podía ni identificar ni explicar. Cerró la mano sobre la cintura, el pulgar sobre la cadera, haciéndolo bajar.

Él se puso sobre ella, apoyando los codos uno a cada lado de sus hombros. Sus ojos se encontraron, se quedaron mirándose fijamente; sus cuerpos se tocaban, pero ninguno habló. A Tessa le dolía la garganta: adoración y pena en igual medida.

—Bésame —dijo.

Él descendió lentamente sobre ella, hasta que sus labios se tocaron. Ella se arqueó hacia arriba, deseando encontrar su boca con la suya, pero él se apartó, le rozó la mejilla con la nariz, luego le puso los labios en la comisura de la boca, y después por el mentón y el cuello, produciéndole pequeños escalofríos de atónito placer por todo el cuerpo. Ella siempre había pensado en los brazos, las manos, el cuello, el rostro, como elementos separados; no que su piel era la misma delicada envoltura, y que podía sentir hasta en la planta de los pies un beso en el cuello.

—Will. —Tiró de la camisa, y ésta se abrió, rompiendo los botones. Él sacudió la cabeza para quitársela, todo él una oscura melena revuelta. Sus manos fueron menos seguras con el vestido de Tessa, pero también consiguieron sacárselo por la cabeza, y echarlo a un lado, lo que dejó a Tessa en camisola y corsé. Se quedó inmóvil, impresionada de verse desnuda delante de alguien que no fuera Sophie, y Will lanzó una mirada al corsé que sólo era en parte deseo.

—¿Cómo… —preguntó— se quita eso?

Tessa no pudo evitarlo; a pesar de todo, rió.

—Tiene lazos —mustió—, en la espalda…

Y le guió las manos hasta que se las puso sobre las cuerdas de la prenda. Entonces se estremeció, pero no de frío sino de la intimidad del gesto. Will la levantó contra él, con suavidad, y la besó en el cuello de nuevo, y en el hombro que la camisola dejaba al descubierto; su aliento era leve y cálido contra la piel hasta que ella estuvo respirando con la misma intensidad, y le acariciaba los hombros, los brazos, los costados… Le besó las cicatrices blancas que las Marcas le habían dejado en la piel, enredándose en él hasta que fueron un ardiente lío de miembros, y ella tragaba los jadeos que él respiraba en su boca.

—Tess —susurró Will—. Tess… si quieres parar…

Ella negó con la cabeza en silencio. El fuego en la chimenea casi se había apagado de nuevo. Will era todo ángulos, sombras y piel suave y fuerte contra la de ella. «No».

—¿Quieres esto? —preguntó él con voz ronca.

—Sí —contestó ella—. ¿Y tú?

Le trazó el contorno de la boca con el dedo.

—Por esto me condenaría para siempre. Por esto lo daría todo.

Ella notó un ardor en los ojos, la presión de las lágrimas, y parpadeó con las pestañas mojadas.

—Will…

Dw i’n dy garu di am byth —dijo él—. Te amo. Siempre. —Y le cubrió el cuerpo con el suyo.

A altas horas de la noche o por la mañana, Tessa se despertó. El fuego se había extinguido del todo, pero la cueva estaba iluminada por la peculiar luz de antorcha que parecía encenderse y apagarse sin ningún orden ni concierto.

Se alzó apoyada en un codo. Will estaba dormido junto a ella, encerrado en el inmóvil letargo del agotamiento. Pero parecía estar en paz, más de lo que nunca lo había visto. Su respiración era regular, y las pestañas se le movían levemente en sueños.

Ella se había dormido con la cabeza apoyada en él, el ángel mecánico aún al cuello, apoyado en el hombro de él, justo hacia la izquierda de la clavícula. Al apartarse, el colgante se soltó y Tessa vio, sorprendida, que donde había estado apoyado en la piel de Will había dejado una marca, no mayor que la de una moneda, con la forma de una estrella blanca.