Kirian se despertó con las manos atadas por encima de la cabeza. Estaba de pie, apoyado contra un muro oscuro y húmedo en una casa desconocida. La anticuada habitación estaba iluminada por velas cuya luz proyectaba sombras danzarinas a su alrededor. Se escuchaban murmullos de voces. Por el aspecto del lugar, suponía que se trataba de una vieja mansión, probablemente no muy lejos de su propia casa en el Garden District.
Al observar con más atención la estancia, se dio cuenta de que Amanda y Desiderio estaban muy cerca de él y de que uno de los brazos del daimon la rodeaba por los hombros.
No podía creer lo que estaba viendo.
Otra vez no. Dioses del Olimpo, otra vez no.
¿Cómo podía haber sido tan imbécil?
Su mente había tratado de advertirle que algo iba mal. Había sabido desde un principio que Desiderio sería capaz de atraparla. Pero no había hecho caso de sus instintos. Había dejado que el amor y la necesidad que despertaba en él lo cegaran.
Cerró los ojos con fuerza.
Lo que más dolía era saber lo que el daimon haría con ella una vez que hubiese acabado con él. Sin su protección, Amanda estaba a merced de Desiderio.
Le ocurriría lo mismo que a Zeone. Después de que Valerio lo ejecutó, arrojó a su esposa a la calle diciéndole que no quería en su cama a una puta que bien podría entregarlo sin miramientos a sus enemigos algún día.
Puesto que Zeone había traicionado al líder del ejército macedonio y había sido la causante de su derrota, le resultó imposible regresar a casa. La villa que tanto había amado quedó reducida a la nada. Todas sus posesiones fueron confiscadas.
Perseguida por sus compatriotas, huyó desde Grecia a Roma y acabó como prostituta en un burdel de mala muerte.
Murió a causa de una enfermedad venérea apenas dos años después que él.
Al final, ella misma se había causado la ruina que tanto había tratado de evitar.
Al abrir los ojos, Kirian descubrió que Amanda se encontraba a escasos metros de él. Llevaba unos vaqueros y un jersey negro de cuello vuelto. Como llevaba el pelo peinado hacia atrás, podía ver su perfil a la perfección mientras ella apretaba con fuerza una muñeca contra su pecho.
¿Cómo había sido capaz de hacerle eso?
Fue entonces cuando supo la verdad. Los poderes de Desiderio habían sido demasiado para ella. A pesar de los esfuerzos de D’Alerian, el daimon había logrado invadir sus sueños de alguna forma y ahora controlaba su mente.
La ira le ensombreció la visión. No iba a permitir que la matara. Así no. Sin hacer caso de la debilidad que lo invadía, agarró las cuerdas y tiró con toda la fuerza de la que fue capaz.
—Vaya, así que ya estás despierto.
Desiderio y Amanda se acercaron hasta quedar frente a él. Con una mirada burlona, el daimon colocó una mano sobre el hombro de Amanda.
—Duele, ¿no es cierto? Saber que voy a acostarme con ella antes de matarla y que no podrás hacer nada para detenerme.
—Vete a la mierda.
Desiderio rió.
—Tú primero, comandante; tú primero. —Pasó un dedo ahusado y de aspecto diabólico por el mentón de Amanda. Ella no reaccionó. Parecía estar sumida en una especie de trance—. La poseería delante de ti, pero la verdad es que nunca me ha gustado tener espectadores. Jamás he sido tan retorcido. —Rió su propia broma.
Kirian sintió que la cuerda cedía un tanto y decidió concentrar toda su atención en recuperar la libertad.
Las ataduras volvieron a tensarse al instante.
Desiderio se echó a reír.
—¿De verdad crees que soy tan estúpido como para dejar que te sueltes? —Dio un paso adelante y se colocó delante de él hasta quedar nariz con nariz—. Esta vez no correré el riesgo de que sobrevivas.
Kirian lo miró con una sonrisa satisfecha, como si el daimon no fuera más que un mosquito que zumbara alrededor de su cabeza.
—¡Ooooh! Si no fuera una porquería, me mearía en los pantalones…
Desiderio lo observó con incredulidad.
—¿Es que no hay modo de asustarte?
Kirian le lanzó una escueta mirada.
—Me he enfrentado a una legión romana con solo una espada para protegerme. ¿Por qué iba a asustarme un daimon de tres al cuarto que no pasa de ser un semidiós con complejo de inferioridad?
Desiderio siseó antes de enseñarle los colmillos. Agarró una ballesta que había en la mesa y la cargó con una flecha de acero.
—Aprenderás a no burlarte de mí. Soy un enemigo demasiado poderoso.
—¿Y por qué? ¿Qué te hace tan especial?
—Mi padre es Baco. ¡Soy un dios!
Kirian resopló. La primera regla de la guerra: haz que el enemigo pierda la paciencia. Las emociones nublan la razón y hacen que uno cometa estupideces. De ese modo, tendría la oportunidad de liberarse y salvarlos a los dos.
Además, le gustaba el modo en que palpitaba esa vena en la sien de Desiderio. Era una forma de saber que no había perdido su toque a la hora de provocar al enemigo.
—Eres patético. No eres más que un psicópata y un matón. No me extraña que papaíto no quiera ni verte.
Desiderio chilló de furia y golpeó el rostro de Kirian con la ballesta. El golpe le provocó un terrible dolor. Sentía el sabor de la sangre en los labios. Se lamió el corte y chasqueó la lengua.
—No sabes nada de mi vida, Cazador Oscuro. No sabes lo que se siente cuando estás destinado a morir desde el día que naces.
—Todos nacemos para morir.
—Sí, claro. Los humanos y sus vidas mortales, que son tres veces más largas que las nuestras. Qué penita me dan. —Agarró a Kirian por la garganta y le empujó la cabeza contra la pared—. ¿Sabes lo que se siente cuando ves a la mujer que amas desintegrarse delante de tus narices? Eleanor solo tenía veintisiete años. ¡Veintisiete! Hice todo lo que estuvo en mis manos para salvarla. Incluso le llevé un humano, pero se negó a quedarse con el alma que la hubiese salvado. Fue un ser puro hasta el final.
La mirada de Desiderio se ensombreció por los recuerdos.
—Era tan hermosa… tan dulce. Le supliqué a mi padre que me ayudara y él me dio la espalda. Así que vi cómo mi bella esposa se convertía en una anciana en unas cuantas horas. Vi cómo su cuerpo envejecía hasta que se desintegró entre mis brazos.
—Lo siento por ti —le dijo Kirian en voz baja—. Pero eso no sirve de excusa para lo que has hecho.
Desiderio gritó de furia.
—¿Y qué es lo que he hecho? No he hecho otra cosa que nacer dentro de una raza maldita y ver cómo los humanos malgastan el regalo que les ha sido concedido. Les hago un favor al matarlos. Los libero de sus insípidas y aburridas vidas. —El daimon hizo una mueca de asco y sus ojos azules se oscurecieron peligrosamente—. Por si no lo sabías, conseguí una copia de vuestro manual cuando maté a uno de tus compañeros hace noventa años. Lo que más me sorprendió fue la recomendación de ir siempre a por el corazón de un daimon; golpearlo en el lugar más vulnerable. —Apuntó a Amanda con la ballesta—. Tu corazón es ella, ¿verdad?
Kirian enmascaró el terror que sentía. El miedo. Aunque estaba muy débil, se aferró a las cuerdas y alzó las piernas para golpear a Desiderio con las pocas fuerzas que le quedaban antes de que pudiera hacer daño a Amanda. El daimon se tambaleó y la ballesta dejó de apuntarla.
—¡Corre, Amanda! —le gritó.
Ella no se movió.
Kirian cayó contra la pared.
—Joder, Amanda. Por favor, corre. Hazlo por mí.
Ella ni siquiera parecía oírlo. Se limitaba a permanecer de pie, mirando al infinito mientras sostenía la muñeca y le tarareaba una canción.
Desiderio soltó una carcajada y se enderezó. Lamió la sangre que le corría por el labio y miró socarronamente a Kirian.
—Es mía, Cazador. Puedes morir sabiendo que haré un buen uso de su cuerpo antes de quedarme con su alma y con sus poderes.
Compuso una diabólica sonrisa segundos antes de disparar la flecha directa al corazón de Kirian.
La fuerza del golpe hizo que su cuerpo se aplastara contra el muro. Jadeó al sentir el dolor del acero que le desgarraba la carne.
El daimon se acercó hasta que estuvo de nuevo delante de él. Con una mirada alegre, pasó el dedo sobre la sangre que rodeaba la herida.
—Una pena que la sangre de los Cazadores resulte venenosa. Estoy seguro de que es más sabrosa y espesa que la que tomo de forma habitual.
Kirian apenas oía sus palabras mientras su corazón se esforzaba por seguir latiendo. Le zumbaban los oídos. Era el dolor más intenso que había sufrido jamás. Con la mirada borrosa, giró la cabeza para contemplar a Amanda por última vez.
Parecía muy pálida mientras lo miraba y por un momento, Kirian imaginó que lo recordaba. Que sabía que estaba muriendo y que le importaba.
De haber sido ella misma, habría corrido para estar a su lado. Al contrario que su esposa, habría llorado al saber que iba a morir. Y por extraño que fuera, saber eso lo reconfortaba.
Desiderio se apartó de él y se acercó a Amanda para darle unos golpecitos en el hombro.
—Ve, Amanda. Dale un beso de despedida a tu amante.
Al ver que se aproximaba, Kirian luchó por seguir respirando. Había tantas cosas que quería decirle… tantas cosas que deseaba haberle dicho mientras ella podía escucharlo…
Al menos, no moriría solo.
—Te quiero, Amanda —le susurró, deseando que lo recordara más tarde de algún modo y supiera que había sido sincero.
Ella se inclinó hacia delante con la mirada perdida y lo besó en los labios mientras presionaba una mano sobre su hombro. En ese momento, Kirian sintió la proximidad de la muerte, la negrura que se cernía sobre él y mientras moría, escuchó el murmullo de Amanda:
—Te amaré eternamente, mi oscuro guerrero.
Y en ese instante, todo se desvaneció.
Amanda contuvo el aliento al sentir que el medallón se enfriaba en su mano, bajo el vestido de la muñeca, y que su calor pasaba al cuerpo inerte de Kirian. Le temblaba la mano mientras esperaba a que él despertara, y con cada segundo que pasaba ese temblor se intensificaba.
No estaba funcionando…
¡Dios, no! ¡Aquerón le había mentido después de todo!
Las lágrimas se le agolparon en los ojos cuando el medallón se quedó helado en su mano antes de caer al suelo.
Kirian seguía sin moverse.
Seguía inmóvil contra la pared, con el rostro ceniciento y el cuerpo frío.
¡No!
Todo había acabado. Kirian estaba muerto.
¡No!
La perversa carcajada de Desiderio resonó en las paredes de la oscura habitación e hizo que el alma de Amanda sollozara de angustia.
Ella quiso morirse también en ese mismo instante. Era la culpable de todo lo que había sucedido. Se había limitado a permanecer allí quieta, viendo cómo Kirian moría sin hacer nada para salvarlo. El dolor creció en su interior y se quedó atascado en su garganta en forma de un grito que jamás podría liberar.
«Te quiero, Amanda.» Las últimas palabras de Kirian la perseguirían durante toda la vida.
Sollozando, pasó los brazos alrededor del cuerpo de Kirian y lo abrazó con fuerza, deseando que despertara y le hablara.
Por favor, Dios mío, llévame a mí pero deja que él viva, suplicó.
—¿Amanda? —la voz de Desiderio restalló con dureza, ordenándole que regresara a su lado.
Ella se aferró con más fuerza a Kirian y apoyó la cabeza sobre su pecho, junto a la flecha, deseando poder darle su propia vida.
Se quedó helada al escuchar algo. Un sonido muy débil que la hizo flotar.
Acababa de escuchar los latidos del corazón de Kirian.
Amanda se echó hacia atrás y lo vio parpadear.
Kirian contempló los ojos azul oscuro de Amanda, brillantes por las lágrimas. Ya no tenían una mirada vacía, al contrario, lo miraban fijamente con una expresión decidida. Y con amor.
Esa expresión se suavizó cuando pasó una mano por encima de su pecho y la flecha salió disparada.
Y entonces, Kirian supo que no lo había traicionado. Lo había liberado.
—Has recuperado tu alma, Kirian de Tracia —susurró ella al tiempo que las cuerdas que le aprisionaban las muñecas se desataban—. Ahora, vamos a hacer que este cabrón pague por lo que ha hecho.
Desiderio gritó de furia al darse cuenta de lo que sucedía. Kirian ya no tenía sus poderes de Cazador Oscuro, pero eso no tenía la menor importancia.
Por primera vez en dos mil años, tenía su alma y esa sensación, sumada a la certeza de que Amanda no lo había traicionado, le daba fuerzas.
Desiderio podía darse por muerto.
El daimon corrió hacia la salida.
La puerta se cerró de golpe.
—No quiero que te vayas tan pronto de la fiesta —le dijo Amanda—. Al menos después de todas las molestias que te has tomado para que nos sintiéramos cómodos.
—¿Amanda? —tanteó Kirian, inseguro.
Ella lo miró. Sus ojos lanzaban unos tenues destellos que le recordaban a los de Aquerón.
—Desiderio ha liberado mis poderes —le dijo en voz baja—. Pensó en reservarse la telequinesia y la telepatía para sí mismo. —Miró al daimon y le sonrió—. ¡Sorpresa! Al liberarlos, perdiste el control de mi mente.
Desiderio forcejeó para abrir la puerta.
Kirian comenzó a acecharlo del mismo modo que haría una pantera hambrienta tras su presa.
—¿Qué te pasa, Desiderio? ¿Te asusta una simple mortal?
El daimon se dio la vuelta con un gruñido.
—Puedo vencerte. Soy un dios.
—Entonces, hazlo.
Desiderio lanzó una maldición y se abalanzó sobre él. Lo cogió por la cintura y lo lanzó contra la pared antes de abrir la boca para morderle el cuello.
—¡Y una mierda! —masculló Kirian—. No creas ni por un segundo que he recuperado mi alma para que ahora te quedes con ella. —Y acto seguido, le dio una patada en la ingle.
El daimon se alejó de él, tambaleándose.
—¡Kirian!
Al girarse, vio que Amanda tenía su espada y se la lanzaba.
Tras extender la hoja, fue a por Desiderio. El daimon esquivó el ataque y alzó la mano para lanzarle una descarga astral. Kirian soltó una maldición cuando la descarga lo hirió en el pecho, justo en el mismo lugar por el que lo había atravesado la flecha. Se tambaleó hacia atrás.
Por los dioses, cómo dolía.
Atontado por la descarga, no pudo defenderse cuando Desiderio se abalanzó contra él y se limitó a encogerse a la espera del golpe.
Un golpe que nunca llegó…
Porque Amanda hirió al daimon con una descarga de su propia cosecha.
Kirian la miró con el ceño fruncido.
—Nena, ¿me dejas que me encargue de esto, por favor?
Ella hizo un mohín.
—Solo trataba de ayudar. Además, ¿no te parece que ya estás bastante magullado?
Antes de que pudiera contestarle, Desiderio volvió a la carga.
Amanda contuvo el aliento mientras los veía luchar. Aun débil, Kirian era sorprendente. Saltó sobre Desiderio y volvió a coger la espada. El daimon cogió una que había sobre la mesa y la blandió contra él.
El sonido del acero reverberaba en la estancia cada vez que las espadas entrechocaban.
—Vamos, cariño —susurró Amanda sin dejar de apretar la muñeca con fuerza.
Kirian ganaría. Tenía que ganar. Ella no había pasado por semejante infierno solo para verlo morir ahora.
Mientras los observaba luchar, se dio cuenta de que estaba saliendo el sol. La luz comenzaba a filtrarse a través de las ventanas cerradas.
Desiderio también se percató y soltó una maldición antes de desarmar a Kirian con un movimiento ascendente de la espada.
Amanda contuvo el aliento.
El daimon sonrió y comenzó a alejar muy despacio a Kirian del lugar donde había caído su espada.
—Solo te diré una cosa —le dijo con entonación perversa—, ¿por qué no le das recuerdos a Hades de mi parte?
—¡Kirian!
Él se dio la vuelta y vio que Amanda le lanzaba la muñeca. La cogió instintivamente y soltó un taco cuando las cuchillas ocultas en los pies de la Barbie se le clavaron en la mano.
En su rostro se dibujó una sonrisa.
Con una carcajada, se agachó para esquivar el golpe de Desiderio y hundió las hojas de la muñeca justo en el corazón del daimon.
—Dáselos tú mismo —le contestó al tiempo que Desiderio lo miraba boquiabierto.
El tiempo se detuvo sin que ninguno de los dos desviara la mirada. Por el rostro del daimon desfilaron multitud de emociones: incredulidad, miedo, ira… y dolor.
Y después, en un abrir y cerrar de ojos, Desiderio se desintegró.
Kirian y Amanda se quedaron petrificados al comprender la enormidad de lo sucedido.
Todo había acabado. Desiderio estaba muerto. Tabitha y Amanda estaban a salvo.
Kirian tenía su alma.
Y la mujer que amaba le había salvado la vida.
Con el corazón en la garganta, Kirian dejó caer la muñeca al suelo y se acercó a Amanda.
—Eres una actriz consumada.
—No. Estaba aterrorizada. —Le pasó la mano por el pecho sin poder evitar que temblara—. Estuve a punto de gritar cuando disparó la flecha. No puedes imaginarte lo duro que fue. Aquerón me dijo que tenías que morir para poder ser libre y sabía que yo no sería capaz de matarte. Sabía que la única oportunidad que teníamos era dejar que Desiderio lo hiciera por mí.
Kirian la tomó de la mano y notó la quemadura cuando sus dedos le acariciaron la palma. Le giró la mano y vio que tenía los símbolos del medallón grabados a fuego en la piel.
—Ha debido de ser espantoso.
—Estoy bien.
A Kirian se le hizo un nudo en la garganta al escuchar el tono indiferente con el que lo había dicho. ¿Por qué le restaba importancia a lo que había hecho por él? Arqueó una ceja con incredulidad. Se había destrozado la mano por salvarlo.
—Tendrás una cicatriz para toda la vida.
—No —le contestó con una sonrisa—. Creo que es lo más hermoso que he visto en la vida. —Se inclinó hacia delante y le susurró al oído—: Después de ti, claro.
Él le sujetó el rostro con las manos y la besó.
—Gracias, Amanda.
Mientras lo miraba, la alegría se desvaneció de su semblante y en su lugar apareció una expresión temerosa.
—Julian y Aquerón me dijeron que podías convocar a Artemisa y devolverle tu alma si querías.
—¿Y por qué querría hacer eso?
Ella se encogió de hombros.
—Eres un Cazador Oscuro.
Él le dio un ligero beso en los labios.
—Lo que soy es un hombre enamorado de una mujer. Te quiero, Amanda. Para el resto de mi dichosamente corta vida como mortal. Quiero despertarme al amanecer contigo en los brazos y ver cómo nuestros hijos juegan y se pelean. Joder, hasta quiero ver cómo me replican.
Ella le sonrió.
—¿Estás seguro?
—Nunca he estado tan seguro de nada.
Ella lo cogió de la mano y lo guió hasta salir de la habitación.
Kirian se detuvo en seco al contemplar los primeros rayos del sol que iluminaban la sala de estar. Por costumbre, retrocedió nada más verlos.
Sin embargo, la brillante luz no le hacía daño en los ojos. Tampoco le quemaba la piel.
Apretando con más fuerza la mano de Amanda, se obligó a seguir caminando para atravesar la puerta.
Y por primera vez en dos mil años, caminó bajo la luz del día. Era increíble sentir la luz del sol sobre la piel. La calidez; la fresca brisa del amanecer. Con el corazón en un puño, alzó la vista para contemplar el cielo azul claro surcado por nubes blancas.
Era un día glorioso.
Y se lo debía a Amanda.
Tiró de ella para estrecharla entre sus brazos y la apretó con fuerza.
—Salve, Apolo —susurró.
Amanda sonrió mientras lo abrazaba con ternura.
—No. ¡Salve, Afrodita!