—¡Tú! —gritó Amanda antes de correr hacia la puerta.
Cliff la atrapó.
—No tan rápido.
—¿Cómo has podido? —le preguntó a su ex antes de girarse para lanzar una furiosa mirada a Desiderio—. No entiendo por qué estás aquí. ¿Cómo…?
El daimon suspiró.
—Por favor, no conviertas la situación en un manido cliché. Ya es bastante odioso haber tenido que recurrir a una estrategia tan burda para capturar a Kirian. ¿Qué esperas, que ahora te cuente todo mi plan para que luego escapes y puedas matarme? —Sacudió la cabeza—. Yo también veo películas malas, ¿sabes?
De repente, Amanda sintió a Desiderio en sus pensamientos. Lo sintió hurgar y rebuscar entre sus recuerdos. Cuando aparecieron un centenar de extrañas imágenes en su mente, sintió que le dolía la cabeza y que todo comenzaba a dar vueltas a su alrededor. Eran imágenes de Desiderio abrazándola, acariciándola. Y de su aliento sobre el cuello…
Lo que era peor, sintió que las barreras que protegían su mente caían bajo la presión de su brutal asalto mental.
—Es tal y como me prometiste, Cliff. —Su voz sonaba lejana, como un débil susurro arrastrado por el viento—. Sus poderes son puros, casi inmaculados.
—Lo sé. Eso fue lo que me atrajo de ella la primera vez que la vi. —Cliff sonrió—. Y con la información que reunimos sobre la forma de luchar de Kirian aquella noche en el callejón, no deberíamos tener ningún problema para vencerlo.
Desiderio se detuvo para contemplar a ese ser inferior. Consideraba a los humanos como las bestias más bajas de la creación. Eran, después de todo, alimento para los dioses.
Solo había una cosa peor que un humano y eran los mestizos como Cliff. Medio apolita y medio humano, ese cobarde llorón le había servido para llevar a cabo sus planes.
Con todo, debía estar agradecido al padre apolita de Cliff por haber muerto antes de poder explicarle la verdad sobre el legado que le dejaba al chico.
Y con respecto a la madre de Cliff… Bueno, había resultado ser un delicioso bocado.
Desiderio siempre había sabido que tener un mestizo como mascota resultaría útil algún día. En esos momentos, los años que había tenido que pasar educando a esa asquerosa criatura ya no le parecían tan repulsivos.
Y cuando Cliff había descubierto a esa pequeña hechicera en su oficina, él se había limitado a esperar que su mascota destapara y desarrollara las habilidades psíquicas de la chica antes de tratar de apoderarse de su alma y de los poderes que traía consigo.
No obstante, ella se había resistido.
¿Quién iba a imaginarse las repercusiones de todo aquello? Después de que a Cliff le entrara el pánico y rompiera con Amanda debido al comportamiento de su hermana, Desiderio supo que tenía que actuar con rapidez para reclamar a la bruja antes de que escapara de sus garras.
Tan pronto como Cliff le contó lo unidas que estaban las gemelas y las frecuentes visitas que había hecho a casa de Tabitha, su plan empezó a tomar forma.
Cuando encadenó a Amanda y al Cazador, había fingido confundirla con su gemela con la esperanza de que a ella le entrara el pánico y recurriera a sus poderes para acabar con el Cazador Oscuro y, de ese modo, proteger a su hermana. Jamás se le había pasado por la imaginación que la chica usaría sus poderes para proteger al Cazador.
Tampoco tenía mucha importancia, la verdad.
Una vez destapados por completo esos poderes, la bruja estaba madura para la recolecta.
—¿Lo harás ahora? —le preguntó Cliff—. ¿Me convertirás en inmortal?
—Por supuesto.
Amanda apenas se dio cuenta de que el daimon se acercaba a Cliff y lo abrazaba. Vio el destello de sus colmillos décimas de segundo antes de que Desiderio los hundiera en el expectante cuello de su ex.
La cabeza comenzó a darle aún más vueltas y sintió que caía al suelo. Demasiado tarde, comprendió que sus pensamientos ya no le pertenecían.
Kirian se detuvo en el centro del Barrio Francés y miró a su alrededor mientras el largo abrigo de cuero negro se arremolinaba entre sus piernas. Bourbon Street estaba plagada de turistas que se dedicaban a pasear por allí, totalmente ajenos al peligro. Algunos se detenían al verlo vestido de negro y con las gafas de sol que le protegían los ojos de las potentes luces.
El frío viento invernal arrastró hasta sus oídos la algarabía provocada por la mezcla de jazz, rock y risas.
Cerró la mente a esas distracciones antes de recurrir tanto a sus poderes como a la tecnología para hallar a Desiderio, pero no encontró ni rastro de él.
—¡Joder! —masculló.
Se frotó el hombro, aún dolorido por el ataque de Tabitha.
Mientras se lo masajeaba para aliviar el dolor, la imagen de Amanda reemplazó a la de su hermana. Vio su rostro con una sonrisa en los labios, la misma sonrisa que había lucido la noche anterior, cuando se había echado sobre él para hacerle el amor de esa forma tan tierna. Nunca había sentido por nadie lo que sentía por ella.
«Porque te amo.»
Esas tres palabras abrasaban su corazón. Sabía que eran ciertas porque los sentimientos de Amanda se translucían en su voz. Había sido sincera con él como nadie lo había sido jamás.
Lo amaba.
Y él a ella. La amaba tanto que sentía ganas de morirse al saber que no podría tenerla. Las Moiras eran unas putas retorcidas, lo había aprendido siglos atrás. Pese a todo, en medio de aquella noche helada, ese hecho le quemaba las entrañas.
«Ven por mí, Amanda, te necesito», suplicó para sus adentros.
Compuso una mueca de dolor cuando esa idea cruzó su mente.
—No pienses en eso —se dijo a sí mismo en un murmullo, sabiendo que era inútil.
Ojalá pudiera pedir un deseo…
Se obligó a pensar en otra cosa. Tenía una misión que cumplir. Debía detener a Desiderio.
En ese momento, su móvil comenzó a sonar. Lo cogió de la funda que llevaba asegurada al cinturón y contestó. Era Talon.
—Ash quiere que te diga que se está cociendo algo raro. Los daimons están atacando en grupos grandes esta noche. Yo he pulverizado ya a diez y él va tras cuatro ahora mismo. Quiere que estés alerta.
—Dile al abuelito que no tiene de qué preocuparse. Todo está tranquilo en el Barrio Francés.
—Vale, pero no muevas el culo de ahí.
—No te preocupes. Sé arreglármelas solo.
—Por cierto —le dijo Talon—, Eric está con Tabitha. Dice que ha salido hacia el Barrio Francés también para cazar a Desiderio.
—Me estás tomando el pelo.
—Ojalá. Ash iba tras ella en el Garden District, pero tuvo que dejar de seguirla al ver que un grupo de daimons perseguía a unos turistas.
Kirian colgó en el mismo instante en que su localizador comenzó a sonar. Era la señal que avisaba de la presencia de daimons en los alrededores. Sacó el dispositivo del bolsillo y siguió el rastro de la actividad neuronal de sus enemigos hasta un callejón situado en la calle paralela a la que él se encontraba.
Al llegar a la zona en sombras, descubrió que había seis daimons atacando a cuatro humanos.
—¡Eh! —los llamó, distrayendo su atención de las víctimas. Hizo a un lado el abrigo y sacó la espada retráctil. Presionó el botón de la empuñadura y la hoja se extendió hasta alcanzar un metro y medio de longitud—. Decidme una cosa —siguió hablando mientras blandía la espada a su alrededor—, ¿alguna vez habéis visto a un general de la Antigua Grecia cabreado?
Los daimons intercambiaron una mirada cautelosa.
Kirian se puso en cuclillas y sujetó la espada con ambas manos para examinarlos con atención.
—No es una imagen muy agradable, la verdad.
—¡Cogedlo! —gritó el jefe.
Y todos se abalanzaron a por él.
Desvió al primero con una estocada que acabó convirtiéndolo en una nube de polvo. Al instante, se giró con la habilidad de un felino y lanzó un golpe directo al estómago del segundo. El daimon jadeó y se desintegró.
Antes de que pudiera recuperarse del ataque, uno de los daimons lo cogió por el brazo herido y le quitó la espada. Kirian se giró y lo golpeó con la punta de la bota. También desapareció.
Otro lo agarró por la cintura y lo sujetó contra la pared.
Los otros dos daimons se acercaron más.
Acababa de darle una patada en la cintura al primero cuando vio que los dos que se aproximaban se convertían en polvo… y entonces vio a Tabitha, que se sostenía en pie a duras penas.
—Chupaos esa, asquerosos vampiros —exclamó antes de lanzar un shuriken en dirección a Kirian.
Atónito ante el hecho de que Tabitha se lo hubiera lanzado para protegerlo y no para herirlo, Kirian atrapó la estrella y la utilizó para acabar con el último daimon.
Cuando llegó junto a ella, la encontró arrodillada en el suelo. Tenía una herida en el cuello que sangraba profusamente y su rostro estaba muy pálido. Kirian se desgarró la camisa para hacer una compresa y llamó a una ambulancia.
—¿Eric? —preguntó ella con voz tensa mientras trataba de atisbar en la oscuridad a las demás víctimas—. ¿Está muerto?
—Estoy aquí, nena.
Eric llegó a trompicones a su lado y se dejó caer junto a Tabitha antes de abrazarla.
—No va a morir —le aseguró Kirian.
El muchacho asintió con la cabeza.
—Traté de convencerla de que no saliera esta noche; le dije que las cosas iban a ponerse feas, pero no me escuchó.
—Es cosa de familia.
Tabitha le dio una palmadita a Kirian en el brazo mientras él le daba la dirección al 911. Cuando acabó de hablar, se dio cuenta de que la chica lo miraba con atención. Tenía el ceño arrugado y sus ojos lo observaban con incredulidad.
—¿Por qué me has salvado?
—A eso se dedica Kirian, Tabby —susurró Eric.
Mientras Eric se ocupaba de su novia, Kirian se acercó a los otros dos amigos que aún yacían en el suelo. Eran los mismos que lo habían atacado en casa de Esmeralda. Por desgracia, no habían tenido tanta suerte como Tabitha y Eric.
—Eric —lo increpó al regresar junto a ellos—, ¿qué ha sucedido?
El muchacho se encogió de hombros.
—Parecía que los teníamos atrapados cuando en un abrir y cerrar de ojos, se abalanzaron sobre nosotros.
—¿Dijeron algo?
Eric se puso muy pálido y abrazó a Tabitha con más fuerza.
—«Voy a tragarme tu alma.»
Kirian lo miró con detenimiento un instante y apretó los dientes ante el retorcido sentido del humor de los daimons.
—Los daimons ven demasiadas películas de serie B.
Tabitha estiró un brazo para tocar la mano de Kirian.
—Gracias.
Él asintió.
—Lo mismo digo.
—Kirian, tío —jadeó Eric—. Tenías razón. Nunca he visto a ningún daimon moverse como se movían estos. Tendría que haber escuchado tu advertencia.
Con el ceño fruncido, Tabitha miró primero a uno y después al otro.
—¿Os conocéis?
—Mi padre trabajaba para Talon, el amigo de Kirian. —Eric miró a Kirian a los ojos—. Conozco a Kirian de toda la vida, Tabby. Créeme, es uno de los buenos.
La ambulancia llegó antes de que ella pudiera decir algo.
Kirian aguardó hasta que ambos se encontraron en el interior del vehículo al cuidado de los sanitarios para llamar a Amanda y contarle lo sucedido.
No cogió el móvil.
Llamó a su madre, a su hermana y marcó el teléfono de su propia casa. Nadie respondió.
Con el estómago encogido por el miedo, corrió hacia el coche. Tal vez Amanda estuviera todavía esperándolo en su casa.
O puede que Desiderio la haya atrapado, pensó.
Se la imaginó siendo atacada como Tabitha. La vio muerta en un charco de sangre como los amigos de su hermana. El dolor y el pánico le retorcían las entrañas.
Amanda tenía que estar bien. No podría seguir viviendo si algo le sucedía.
Como si un demonio lo hubiera poseído, condujo hacia su casa tan rápido como el Lamborghini se lo permitió.
Temblando de angustia, atravesó el garaje a la carrera y entró en la casa, atento a cualquier sonido.
Dioses, os lo ruego… no permitáis que le hagan daño.
La escuchó en la planta alta, tarareando la canción de Grieg en su habitación. El alivio y la gratitud que sintió fueron tan intensos que estuvo a punto de dar un traspié. Tenía que verla para asegurarse de que estaba bien. Con un hondo suspiro de alivio, subió los escalones de dos en dos para llegar a la puerta y abrirla.
Se quedó helado.
Amanda había encendido todas las velas de los candelabros y llevaba el camisón blanco más corto y transparente que había visto en su vida. Sus largas piernas estaban cubiertas por unas medias sujetas por un liguero de encaje blanco. Estaba de espaldas a él, inclinada sobre la cama para perfumar las sábanas con el aceite de aroma a rosas que solía usar después del baño.
La luz de las velas delineaba su suave cuerpo a la perfección.
Kirian estalló en llamas al verla. Abrumado por sus emociones, se acercó a la cama y la abrazó por la espalda. La sujetó con fuerza y apoyó la cabeza sobre la de ella, temblando de alivio.
Amanda estaba sana y salva.
Ella gimió de placer y Kirian sintió que ese sonido le sacudía todo el cuerpo, intensificando el deseo.
—Tócame, Kirian —jadeó ella, apartándole las manos de la cintura para llevárselas al pecho—. Esta noche necesito sentirte.
Él también lo necesitaba. Después del miedo que había pasado al pensar que la había perdido, necesitaba sentirla con tanta desesperación que la cabeza le daba vueltas.
Bajó la cabeza para saborear la piel de ese cuello perfumado mientras gruñía de satisfacción al sentir en las manos esos pezones erguidos cubiertos por el camisón de gasa.
Ella se giró entre sus brazos, alzó las manos y le quitó las gafas de sol antes de reclamar sus labios.
—Amanda —susurró él, mientras el aroma a rosas invadía sus sentidos, hechizándolo—. ¿Qué me has hecho?
Ella respondió deslizando la lengua a lo largo de su mandíbula antes de descender hasta el cuello. Un millar de escalofríos recorrieron el cuerpo de Kirian mientras Amanda le apartaba el abrigo de los hombros y lo dejaba caer al suelo.
Acto seguido, sacó la camisa de debajo de la cinturilla del pantalón y metió la mano bajo el tejido para dejar un rastro de fuego sobre la piel de Kirian.
Su instinto le decía que se alejara de ella, pero se sentía incapaz. A decir verdad, jamás podría hacerlo.
Amaba a esa mujer. No había nada más que añadir a ese respecto. Era la otra mitad de su alma. No podía seguir negándolo.
Aunque solo tuviera ese pequeño instante, se deleitaría en el amor que sentía por ella. Se deleitaría con el deseo que despertaba en él.
Con los ojos enfebrecidos por la pasión, Amanda le desabrochó los pantalones y deslizó las manos por su endurecido miembro.
—Me encanta tocarte —murmuró ella sin dejar de acariciarlo—. Dime, Kirian, ¿puedes leerme la mente?
Él cerró los ojos, extasiado ante sus caricias. Cuando ella lo cubrió con la mano, se estremeció de la cabeza a los pies.
—No —jadeó—. Prescindí de ese poder cuando me pediste que no volviera a hacerlo.
La cogió en brazos y la sentó en el borde de la cama mientras él se quedaba de pie entre sus rodillas. Ella le sonrió de un modo que lo dejó flotando y comenzó a desabrocharse la parte delantera del camisón para ofrecerle sus pechos desnudos.
Ardiendo de deseo, Kirian le separó las piernas para poder mirarla. ¡Por los dioses, cómo le gustaba contemplarla! Se puso de rodillas y la tomó con la boca.
Ella dejó escapar un grito ahogado al sentir la boca de Kirian sobre su sexo. Él cerró los ojos, la acarició con la lengua y notó cómo temblaban los muslos que le rodeaban la cabeza mientras la llevaba al orgasmo.
Amanda lo agarró del pelo y comenzó a mover las caderas para frotarse contra él.
—¡Dios, sí! —gimió.
Kirian esperó hasta que el último estremecimiento se hubo desvanecido y solo entonces se puso en pie.
Amanda lo miraba con los ojos cargados de deseo. Se puso de rodillas en la cama y acabó de desvestirlo antes de bajarse del colchón y ponerse delante de él, dándole la espalda.
Sin necesidad de explicaciones, Kirian supo lo que quería. De su garganta escapó un gruñido al tiempo que se introducía en ella desde atrás con una poderosa embestida.
Ella gimió de placer, se puso de puntillas y volvió a descender para recibir su verga hasta el fondo.
Kirian temblaba de la cabeza a los pies.
La besó en el hombro y deslizó la mano por la tersa piel de su vientre antes de buscar los rizos de su entrepierna para acariciar la henchida protuberancia que allí se escondía. Dejó de mover las caderas y comenzó a mover la mano muy despacio. Quería que fuese ella la que tomara el control de la situación.
Y ella se encargó de moverse hasta que volvió a correrse de nuevo, gritando su nombre.
En el momento en que sintió que empezaba a compartir su placer y que sus poderes se desvanecían, salió de ella. El dolor del deseo insatisfecho era tan grande que tuvo que concentrarse en seguir respirando para no doblarse en dos.
Sin embargo, Amanda no parecía estar dispuesta a compadecerse de él en esa ocasión; al contrario, se dio la vuelta y lo besó con avidez.
—Amanda —jadeó él, tratando de alejarse.
—No digas nada, Kirian —murmuró sobre sus labios—. Confía en mí.
En contra de todos sus instintos, así lo hizo. Dejó que lo tumbara sobre la cama y se encaramara encima de él. Kirian volvió a estremecerse cuando Amanda condujo de nuevo el miembro al interior de su cuerpo.
Era tan maravilloso estar dentro de ella… sentir el placer de Amanda mientras lo montaba.
Cuando sintió que su orgasmo era imparable, se dejó guiar por ella y dio la vuelta en el colchón hasta que la tuvo debajo, con sus piernas alrededor de la cintura. Sintiéndose un poco mejor, comenzó a penetrarla con embestidas fuertes y rápidas.
Y esa vez, cuando estaba a punto de retirarse, ella lo envolvió con todo su cuerpo y lo abrazó con fuerza. Kirian frunció el ceño al sentir que Amanda movía las caderas, introduciéndose su miembro hasta el fondo. Ella soltó un gemido cuando sus músculos internos lo estrecharon con fuerza.
—Amanda, para —jadeó sin aliento. Si seguía haciéndole eso, estaría perdido.
Trató de retirarse una vez más y de nuevo ella se lo impidió frotándose contra él. Kirian apretó los dientes mientras luchaba por detener el orgasmo.
Y lo consiguió hasta que sintió que ella se corría de nuevo. Los gritos de Amanda, combinados con los espasmos de su cuerpo, fueron más de lo que pudo soportar y, en contra de su voluntad, alcanzó el clímax.
Echó la cabeza hacia atrás y gritó ante la intensidad del placer. No había nada mejor que estar entre los brazos de Amanda. Enterrado en su cuerpo.
Por primera vez en dos mil años, se sintió en casa.
Mientras esos sentimientos lo embargaban, notó que sus poderes de Cazador Oscuro se desvanecían.
¡No!
Amanda le dio un leve beso en los labios y giró sobre el colchón, arrastrándolo con ella. Kirian estaba demasiado débil para protestar. Lo único que podía hacer era mirarla.
La joven salió de la cama y se puso una bata.
—¿Amanda? —la llamó.
Ella regresó al momento con una copa de vino.
—No pasa nada. Estoy aquí, amor mío —le dijo.
Le acercó la copa a los labios y él bebió, totalmente confiado.
Minutos después, la habitación comenzó a girar a su alrededor.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kirian, consumido por el terror.
Pero lo sabía.
Igual que Zeone hiciera tantos siglos atrás, Amanda lo había drogado.
Lo último que alcanzó a ver fue que ella abría la puerta de la habitación para dejar entrar a Desiderio.