Kirian retrocedió al tiempo que Tabitha se giraba para enfrentarlo. Su rostro todavía mostraba las magulladuras de la paliza que le habían dado los secuaces de Desiderio y llevaba un apósito en la mejilla para tapar los puntos de sutura. La chica adoptó una inestable postura de ataque.
La angustia se adueñó de él al recordar que no había sido capaz de proteger a una de las personas que Amanda más quería.
Juró que jamás volvería a suceder.
—¿Quién eres? —exigió saber Tabitha—. ¿Dónde está Esmeralda?
Kirian se percató de que su imagen no se reflejaba en el espejo y retrocedió otro paso antes de que ella también lo notara.
—Se le estropeó el coche cuando regresaba y Amanda fue a recogerla.
En cuanto vio la chispa de reconocimiento en la mirada de Tabitha, se dio cuenta demasiado tarde de que debería haber mantenido la boca cerrada antes de que su inconfundible acento lo delatara.
—¡Tú! —chilló—. ¿Qué les has hecho a mis hermanas?
—Están a salvo.
—¡Y una mierda! —exclamó antes de abalanzarse sobre él.
Como no quería hacerle daño, Kirian se dio la vuelta y se alejó corriendo por el pasillo.
—¡Vampiro! —gritó Tabitha.
Kirian escuchó ruidos en la planta baja y se dio cuenta de que la chica no estaba sola en la casa.
—¡Descorred las cortinas! —Y mientras gritaba la orden, agarró el cordón de las cortinas del pasillo y tiró con fuerza.
Kirian siseó cuando la luz del sol lo rozó. Saltó sobre la barandilla y aterrizó en la sala de estar del primer piso.
Dos pares de ojos atónitos lo miraron cuando repararon en su tamaño. El hombre de pelo oscuro se quedó muy pálido, pero la chica rubia reaccionó con rapidez y se acercó a la ventana para subir las persianas sin perder tiempo.
Antes de que pudiera moverse, Tabitha se le echó encima. Le lanzó una patada que lo golpeó justo sobre el costado herido.
—¡Muere, vampiro de mierda!
Kirian siseó, enseñándole los colmillos, y dio una vuelta hacia atrás en el aire para escapar hacia la cocina. Tuvo que detenerse al llegar a la puerta y ver que la luz del sol entraba a raudales en la estancia. No había ni un solo sitio en todo el cuarto que no fuese una trampa mortal.
En ese momento, algo duro y afilado lo golpeó en el hombro. Con un gruñido, se dio la vuelta y vio que Tabitha empuñaba una daga alargada. La joven la levantó para clavársela de nuevo.
Kirian le sujetó la muñeca en el mismo instante que sus dos amigos se abalanzaban sobre él. Los cuatro se tambalearon. Kirian se deshizo de uno de ellos de un empujón y logró liberarse. Intentó regresar a la sala de estar, pero de algún modo, Tabitha se las arregló para ponerse delante de él.
El odio brillaba en los ojos de la hermana de Amanda cuando blandió la daga como si pretendiera abrirlo en canal.
Kirian retrocedió de un salto y fue a parar bajo un rayo de sol. El dolor le atravesó la espalda. Con un nuevo siseo, esquivó a la joven y corrió de vuelta a la sala, intentando permanecer en las sombras.
Tabitha y sus dos amigos se arrojaron sobre él y lo empotraron contra la puerta. Cuando lo derribaron al suelo, las palabras de Desiderio resonaron en sus oídos:
«Se echarán sobre ti como una jauría.»
Tabitha se sentó sobre su pecho y le rodeó el cuello con una mano, mientras sus dos amigos le agarraban los brazos y se los sujetaban contra el suelo. Si lo hubieran atacado de ese modo el día anterior, el pánico lo habría vuelto loco. Sin embargo, en esos momentos no sentía más que una extraña lucidez al recordar cómo lo había atado Amanda la noche anterior.
—¿Qué has hecho con mi hermana? —preguntó Tabitha.
—Nada.
—¡No me mientas! He visto las manchas de sangre en la papelera.
Tratando de hacerle el menor daño posible, Kirian alzó las piernas y atrapó con ellas la parte superior del cuerpo de Tabitha para lanzarla hacia atrás en el instante en que la daga descendía. No le acertó en la garganta de milagro.
Le dio un puñetazo en el estómago al tipo que estaba a su derecha y arrojó a la chica rubia sobre el sofá. Soltó un juramento cuando Tabitha le mordió el muslo.
Kirian le arrancó la daga de la mano a Tabitha y la clavó en uno de los listones del parquet.
—Escúchame.
—¡No! —gritó ella mientras se retorcía y trataba de golpearlo con los puños.
Kirian se colocó sobre ella para inmovilizarla. Todos sus instintos le exigían que la dejara inconsciente; no obstante, al observar ese rostro tan parecido al de Amanda se dio cuenta de que jamás podría hacerle daño.
Ese momento de indecisión le costó muy caro, ya que sus amigos volvieron a atraparlo. Los cuatro rodaron por el suelo y Kirian consiguió ponerse en pie justo en el instante en que la puerta de la calle se abría e inundaba de luz la habitación.
Soltando otro taco, llegó como pudo hasta un rincón oscuro.
El grito agudo de Amanda resonó por toda la casa.
—¡Ya basta!
Los humanos se quedaron inmóviles al escuchar la voz de Amanda y Kirian aprovechó el momento para tratar de recuperar el aliento. Sentía un dolor punzante en las nuevas heridas y la sangre se deslizaba por su espalda. Amanda se acercó él tan rápido como pudo y lo recorrió con las manos para evaluar los daños.
Su hermana arrancó la daga del suelo. Se acercó a ellos con paso seguro, sin dejar de mirar a Kirian a lo ojos.
—Apártate de mi camino, Mandy. Estoy a punto de matar a un vampiro.
—Te equivocas —intervino Esmeralda, que cerró la puerta de la entrada y se colocó entre Tabitha y Kirian—. Estás a punto de matar al novio de tu hermana gemela.
Tabitha la miró con la boca abierta y se detuvo al instante. Su mirada no dejaba de pasearse de Amanda a Kirian.
—¿Cómo has dicho?
Amanda hizo caso omiso de su hermana.
—¿Estás bien?
Kirian se pasó la mano por la herida abierta del brazo.
—Nunca he estado mejor.
—¿Y le preguntas a él? —masculló Tabitha con incredulidad—. Y los chicos y yo, ¿qué? No veo que estés muy preocupada por nosotros. Casi nos arranca la cabeza.
Amanda lanzó una mirada furiosa a su gemela.
—Me parece que ninguno de vosotros sangra. Créeme, si hubiera querido haceros daño, ninguno de vosotros estaría en pie ahora mismo.
Tabitha los observó con una mirada indignada.
—¿Estás defendiendo a un vampiro?
—Estoy defendiendo a Kirian —replicó Amanda con énfasis.
Apretando los labios aún más, Tabitha miró al uno y al otro.
—¿Qué pasa contigo? ¿Te has vuelto loca? ¿Quieres un novio que bebe sangre, que va a vivir eternamente, que mata para divertirse y que no puede salir a la luz del día? Vaya, Mandy, veo que al final has encontrado al Rey de los Perdedores. Felicidades. Jamás me imaginé que existiera alguien peor que Cliff.
La parrafada de Tabitha fue un torrente de chillidos e insultos.
—¿Y tú hablas de perdedores? La que sale con un hombre que no ha trabajado más de dos semanas seguidas en los últimos tres años…
—Por lo menos, Eric tiene alma.
—Kirian tiene corazón.
—¡Venga ya! ¿Y tú crees que con eso se soluciona todo? Dime una cosa, Mandy, ¿estás dispuesta a renunciar a todo por él? ¿A tu vida, a tu futuro? ¿Qué puede ofrecerle un vampiro a una contable? Siempre has querido niños, ¿puede dártelos él?
El corazón de Kirian se encogía cada vez más a medida que las escuchaba discutir. Con cada palabra que salía de la boca de Tabitha se convencía más y más de que la chica tenía toda la razón.
Echó un vistazo a la luz del sol que entraba por las ventanas.
El sol era letal para él y vital para Amanda. Para los humanos resultaba tan necesario como el aire que respiraban. Mientras Amanda permaneciera a su lado, no encontraría la paz. Tendría que sacrificar todos sus sueños.
Y eso era algo que jamás dejaría que ocurriera.
Con el corazón en un puño, se escabulló entre las sombras para llegar a la escalera.
—¡Basta ya de discusiones! —gritó Esmeralda.
Kirian dejó de prestarles atención cuando comenzó a subir los peldaños.
Transcurrieron varios minutos y una nueva andanada de insultos antes de que Amanda se percatara de la ausencia de Kirian.
—¿Kirian?
—Está arriba —le contestó Esmeralda.
Amanda hizo ademán de marcharse, pero Tabitha la detuvo.
—No puedes hacerte esto.
—No sabes nada de él, Tabby. Es un Cazador Oscuro, no un vampiro.
—Sí, claro. Julian Alexander me explicó que, en realidad, no hay ninguna diferencia entre ellos. Los dos tienen instintos animales y son asesinos.
—No puedo creer que Julian te dijera eso.
—Me da igual que lo creas o no, es la verdad. Y mientras le das vueltas a eso, déjame decirte otra cosa que me contó Julian: Artemisa preferiría matar a tu novio antes que dejarlo libre.
Con el corazón destrozado ante semejantes noticias, Amanda se alejó de su hermana y se encaminó hacia la planta superior. Encontró a Kirian en la habitación, recogiendo sus cosas.
—¿Qué estás haciendo?
—Me voy.
—No puedes salir. Es mediodía.
Su rostro tenía una expresión adusta y fría.
—He llamado a Tate.
—Kirian… —Se acercó para tocarlo.
—No me toques —masculló él, enseñándole los colmillos—. Ya has oído lo que te ha dicho tu hermana. Soy un animal, no soy humano.
—Anoche no dormí con ningún animal.
—¿De verdad?
—Sí —respondió ella al tiempo que le ponía la mano en la mejilla.
Lo vio saborear su contacto apenas un instante antes de que su rostro se quedara en blanco y le apartara la mano de la mejilla.
—Eso es lo que tú crees, Amanda. ¿Sabes cuántas veces he tenido que controlarme para no hundirte los dientes en el cuello? ¿Cuántas veces he sentido el flujo de tu sangre bajo la lengua y he deseado probarla?
El miedo la hizo tragar saliva con fuerza. Pero se negaba a rendirse. Solo estaba tratando de asustarla.
—Nunca me has hecho daño y sé muy bien que morirías antes de hacérmelo.
Kirian cogió la maleta sin decir nada y se marchó.
Ella lo siguió por el pasillo y se detuvo al llegar a la escalera.
—No puedes marcharte así.
—Claro que puedo.
Tiró de él para detenerlo antes de que llegara al recibidor.
—No quiero que me dejes.
Kirian se paró en seco al escuchar esas palabras. Palabras que lo estaban destrozando. Él tampoco quería dejarla. Lo que quería era echársela sobre el hombro, llevarla de vuelta a la habitación y hacerle el amor durante toda la eternidad.
Quería tener derecho a reclamarla. Tener derecho a poseerla.
Pero eso era imposible. Él era un sirviente de Artemisa. Su vida no le pertenecía.
—Vuelve a tu mundo, Amanda. Allí estarás a salvo.
Ella le tomó el rostro entre las manos. Esos brillantes ojos azules lo miraban con un anhelo y un dolor tan grandes que lo desgarraban aún más.
—No quiero estar a salvo, Kirian. Te quiero a ti.
Él se apartó de sus tiernas caricias y bajó lo que quedaba de la escalera.
—No digas eso.
—¿Por qué no? —le preguntó Amanda, bajando tras él—. Es la verdad.
—No puedes tenerme —le dijo entre dientes mientras giraba en mitad de la escalera para mirarla a los ojos—. Ya tengo dueña.
—En ese caso, déjame amarte.
Su resolución se vino abajo al escuchar el ruego de Amanda. Por los dioses, qué sencillo sería confiar en ella. Tomarla entre sus brazos y…
Verla envejecer mientras él permanecía igual. Abrazarla cuando muriera, ya anciana, y lo abandonara para toda la eternidad. Solo.
La mera idea fue suficiente para dejarlo paralizado. La vida sin ella no merecía la pena. Y si dejarla tras un par de días dolía tanto, ¿qué se sentiría al perderla después de unas cuantas décadas?
Era mucho más de lo que su maltrecho corazón podía soportar.
—No puedes.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Algunas cosas son imposibles.
Amanda le tocó el brazo, suplicándole con la mirada que viera las cosas desde su punto de vista. Pero él no podía hacerlo. No se atrevía.
—Quizá esto sí sea posible.
—Te equivocas.
En ese momento, llamaron a la puerta.
Amanda vio cómo Essie abría y Tate entraba con la camilla.
La expresión resignada y atormentada de Kirian al ver la bolsa negra se quedaría grabada para siempre en su memoria.
—No te vayas, Kirian —le pidió una vez más, rezando para que la escuchara.
—No tengo elección.
—Sí que la tienes. ¡Maldito seas, Kirian, por ser tan terco! Sí que puedes elegir. No me dejes.
Él se frotó los ojos como si le doliera la cabeza.
—¿Por qué quieres que me quede?
—Porque te amo.
Se escuchó una furiosa maldición de Tabitha desde la cocina, seguida por un silencio tan absoluto que resultó ensordecedor.
Kirian cerró los ojos mientras la agonía lo consumía. Había esperado una eternidad para escuchar a una mujer decirle esas palabras de corazón.
Pero ya era demasiado tarde.
—La última vez que creí que una mujer me amaba, renuncié a un imperio por ella y tuve que ver cómo se reía de mí mientras me crucificaban. No seas tonta, Amanda. El amor no existe. Es una ilusión. Tú no me amas. No puedes amarme.
Antes de que ella pudiera protestar, saltó a la camilla y se metió en la bolsa, cerrando la cremallera desde dentro.
—¡No me dejes! —le gritó Amanda, agarrándolo por el brazo a través del plástico.
—Llévame a casa, Tate.
Tate le sonrió con tristeza mientras sacaba la camilla de la casa.
Amanda soltó un gemido de frustración.
—Maldito seas, Kirian Hunter. Maldito seas.
Kirian escuchó sus apagadas palabras. Lo estaban matando. Se estaba comportando como un completo imbécil.
No la dejes, le suplicaba su corazón.
Pero no tenía otra opción.
Ese era el camino que había elegido. Había tomado esa decisión teniendo en cuenta las consecuencias y todos los sacrificios que tendría que hacer.
Amanda era un ser de luz y él pertenecía a las tinieblas. De algún modo, hallaría la forma de recuperar su alma sin implicarla y una vez que lo hiciera mataría a Desiderio.
Amanda y Tabitha serían libres y él podría retomar su vida. La vida a la que se había consagrado.
Sin embargo, en lo más profundo de su corazón sabía la verdad: él también la amaba. Más de lo que jamás había amado a nadie.
Y tenía que dejarla marchar.