—Kirian, siento mucho molestarte… —Amanda se interrumpió al abrir la puerta de la habitación y ver la cama vacía.
—¿Dónde está? —preguntó Nick, que entró al dormitorio tras ella.
—No lo sé. Estaba aquí hace un momento.
Nick cogió el móvil, soltó un taco y de repente se detuvo.
—Joder, si no tiene teléfono.
—No creo que se haya marchado.
Amanda se movió para ir a echar un vistazo al baño, pero la expresión del escudero le dejó muy claro que no hacía falta que lo hiciera.
—Claro que se ha largado. —Se acercaron a la ventana y en ese momento, vieron cómo Kirian arrancaba el Jaguar de Nick y se alejaba por la carretera.
La primera parada de Kirian fue la tienda de muñecas. Su intención era encontrar a uno de los secuaces de Desiderio y lo último que necesitaba era ir desarmado cuando lo hiciera.
No eran más de las ocho de la tarde cuando abrió la puerta de la tienda y escuchó el tintineo de las campanillas sobre su cabeza. Liza salió al instante de la trastienda; su arrugado rostro lucía una expresión amistosa y cálida hasta que se percató de los moratones que tenía en la cara.
—General… —dijo con tono admonitorio—. ¿Estás bien?
—Estoy bien, Liza, gracias. Solo he venido a recoger el pedido.
Ella frunció el ceño.
—Se lo di a Nick ayer, ¿no te lo ha dicho?
Kirian maldijo para sus adentros. Tenía que habérselo imaginado: la única ocasión en la que su escudero se acordaba de recoger un encargo era precisamente cuando él quería que hubiera esperado.
En ese momento, se escuchó un tenue susurro en la trastienda, por detrás de las cortinas color borgoña. Kirian percibió una extraña vibración; una que hacía mucho tiempo que no sentía.
Tan pronto como la sensación le recorrió la columna, las cortinas se abrieron por propia voluntad. Incluso envuelta en las sombras, aquella silueta dominaba la pequeña tienda. Con sus casi dos metros diez de altura y vestido por completo de negro, el recién llegado conseguía que todas las criaturas vivientes se echaran a temblar de miedo o se pusieran firmes en señal de respeto.
O en el caso de Kirian, que lo miraran con expresión asesina.
Una amplia sonrisa se instaló en el rostro pícaro de Aquerón. Aunque las Ray-Ban Predator le ocultaban los ojos, era capaz de hacer que las mujeres se desmayaran con tan solo mirarlo. Arrogante y duro, ni hacía prisioneros ni mostraba compasión por nadie.
Era una criatura con muchas peculiaridades; la que más llamaba la atención era su pelo, que no duraba mucho tiempo del mismo color. Se lo cambiaba tan a menudo que la mayoría de los Cazadores Oscuros hacían apuestas sobre qué color llevaría esa semana. Esa noche lo llevaba teñido de verde oscuro, recogido hacia atrás en una coleta y con una pequeña trenza que le caía desde la nuca hasta el pecho.
—Aquerón —lo saludó Kirian sin ocultar su irritación—. ¿Has venido a vigilarme?
—Nunca, hermanito. Estoy aquí de visita turística. ¿Es que no tienes ojos en la cara?
—Sí, claro. Tienes toda la pinta de un turista. Ese pelo verde oscuro pasaría inadvertido en cualquier sitio.
Ash rió ante el sarcasmo.
—Bueno, supuse que ya que Talon está protegiendo a… ¿Cómo se llama…? ¿Tabitha?… y tú vas detrás de Desidesastroso, no os vendría nada mal que os echara una mano.
—La última vez que pedí que alguien me echara una mano, Artemisa me envió una… pero sin el resto del cuerpo.
Ash sonrió.
—Ya sabes que cuando se trata con los dioses hay que ser muy concreto. Además, tengo información.
—Podías haberla mandado por correo electrónico.
Aquerón se encogió de hombros.
—Mi presencia aquí no tiene ninguna importancia. Sabes que no voy a interponerme entre Desiderio y tú.
Vaya, ¿y por qué no acababa de creerlo?
Ah, sí, claro, porque a Aquerón Partenopaeo le encantaba meter las narices siempre que aparecía un daimon interesante.
—Me parece que ya he oído eso antes.
—Muy bien —dijo, encogiéndose de hombros con un gesto indiferente—. Ya que no quieres la información que tengo, la guardo y me…
—Sé lo del mensaje de los Oráculos.
—Pero no conoces el resto de la historia —intervino Liza.
Aquerón la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué historia? —preguntó Kirian.
Ash sacó un chicle de un bolsillo y comenzó a desenvolverlo. Meticulosamente.
—Has dicho que no te interesaba.
—Muy bien, iré tras él sin esa información.
Cuando llegó a la puerta, la voz de Aquerón lo detuvo.
—¿No te parece raro que Desiderio tenga poderes que nunca antes habías visto en un daimon?
—¡Vaya! —exclamó Kirian, dándose la vuelta para mirarlo de frente—. Deja que lo piense… Sí.
Liza se rió por lo bajo hasta que Aquerón le dirigió una mirada furiosa de soslayo. La anciana se enderezó antes de soltar una carcajada; después, se disculpó y regresó corriendo a la trastienda, donde siguió desternillándose de la risa.
Aquerón la siguió con la mirada hasta que desapareció tras las cortinas y después volvió a prestar atención a Kirian. Se puso serio.
—Muy bien. Estos son los hechos: parece ser que al viejo Baco le dio un calentón una noche y se lo montó con una nena apolita. Nueve meses después nació Desiderio.
—Mierda.
—Exacto —comentó Aquerón al tiempo que cogía una de las muñecas que Liza había hecho a imagen de Artemisa. Frunció el ceño ante el sorprendente parecido antes de volver a dejarla en la estantería y proseguir—: Lo bueno es que a papi Baco le importó un comino, ya que desde el comienzo de los tiempos ha ido desperdigando bastardos por el mundo. Lo malo es que Desiderio pilló un pequeño berrinche cuando los familiares de su papaíto no prestaron la más mínima atención a la llegada de su vigésimo séptimo y último cumpleaños. Y dado que es un semidiós, pensó que se merecía una vida un poco más larga. Una que alcanzara, digámoslo así, la inmortalidad.
—Y se convirtió en un daimon.
Ash asintió con la cabeza.
—Con los poderes añadidos de semidiós, nos iguala en velocidad, fuerza y destreza. Y a diferencia de nosotros, no lo ata ningún Código.
—Eso explica un montón de cosas, ¿no? Si no puedes ir detrás de los dioses, persigue a sus servidores.
—Exactamente. Somos el objetivo principal de Desi.
—Una pregunta.
—¿La tengo que contestar?
Kirian no prestó atención al sarcasmo.
—¿Por qué tiene que ser un Cazador Oscuro con alma el que lo derrote?
—Porque lo dice la profecía y ya sabes cómo funcionan esas cosas.
—¿Y tú cómo sabes todo esto?
Aquerón volvió a mirar la muñeca que había cogido momentos antes.
—Anoche estuve hablando con Artemisa. Me costó un poco, pero al final se lo saqué.
Kirian se detuvo a pensar un instante. Ash siempre había sido el Cazador Oscuro favorito de la diosa. Que Artemisa lo demostrara de forma tan abierta despertaba la envidia de algunos Cazadores, pero a él no le importaba. Al contrario, estaba más que agradecido de que el atlante tuviera la habilidad de sonsacarle información a la diosa para poder ayudarlos en su tarea.
—¿Sabes? —le dijo a Aquerón—. Algún día tendrás que explicarme qué tipo de relación tenéis vosotros dos y por qué eres el único Cazador Oscuro que puede estar en presencia de un dios y no acabar frito.
—Puede que algún día te lo cuente, pero no será esta noche. —Cogió una espada retráctil y una daga arrojadiza y se las ofreció—. Ahora mueve el culo y regresa a la cama. Tienes un trabajito que concluir y necesitas recuperar fuerzas.
Kirian se acercó a la puerta.
—Oye, por cierto…
Kirian se dio la vuelta para mirar a Aquerón.
—No se te ocurra volver solo a casa.
—¿Cómo dices?
—Desiderio tiene tu número. Ya no estás seguro allí.
—Me importa una mierda que…
—Escúchame, general —le dijo Aquerón con tono amenazador—. Nadie está poniendo en duda tu capacidad para hacer de Desiderio el próximo aperitivo del Road Kill Diner, pero no olvides que tienes gente a la que proteger, incluyendo a un cajún testarudo igual de dispuesto que tú a seguir órdenes y a una bruja con poderes adormecidos. Así que, por una vez en tu vida, ¿podrías hacer lo que se te ordena sin rechistar?
Kirian esbozó una sonrisa forzada.
—Solo por esta vez, así que no te acostumbres.
Aquerón lo siguió con la mirada mientras salía de la tienda. En cuanto la puerta se cerró, Liza regresó de la parte trasera.
—¿Por qué no le has dicho que conseguiste que Artemisa te diera su alma? —le preguntó.
Aquerón se metió la mano en el bolsillo, donde guardaba el medallón.
—Aún no ha llegado el momento, Liza.
—¿Y cómo sabrás cuándo es el momento indicado?
—Confía en mí; lo sabré.
La anciana hizo un gesto de asentimiento y sostuvo las cortinas para que Aquerón pasara a la trastienda.
—Y hablando de gente que no atiende sus heridas, ven aquí y déjame que te ayude. Por amor de Dios, no he visto en toda mi vida a alguien con la espalda tan destrozada. No entiendo porqué consientes que te hagan algo así. Sé que te prestas a ello, porque un Cazador Oscuro con tus poderes jamás permitiría que lo maltrataran de este modo contra su voluntad.
Aquerón no contestó. Tenía sus razones. Artemisa nunca estaba dispuesta a entregar el alma de uno de sus Cazadores. El precio era muy alto.
Había consentido en sacrificar parte de su carne para poder darle a Kirian la oportunidad de acabar con Desiderio.
Más que otra cosa, los moratones y las cicatrices le habían comprado al general una oportunidad para ser feliz. Un ritual sangriento al que se sometía gustoso cada vez que un Cazador Oscuro quería recuperar su alma.
Un ritual que todos ellos desconocían.
Lo que había entre Artemisa y él era estrictamente privado. Y ya se encargaría él de que siguiera siéndolo.
Kirian se dirigió a Bourbon Street, al mismo lugar donde se había encontrado con los dos secuaces humanos de Desiderio. El dolor del costado empezaba a disminuir, aunque todavía era horroroso. Tardó más de media hora en encontrar lo que estaba buscando.
La expresión que aquel imbécil puso al verlo no tuvo desperdicio.
—¡Coño!
Kirian lo agarró antes de que pudiera salir corriendo.
—Dile a Desiderio que esto aún no ha acabado.
El muchacho asintió y se alejó corriendo calle abajo en cuanto Kirian lo soltó.
Sabía que la primera ley en una guerra era que el factor sorpresa podía considerarse una victoria segura. Acababa de echar por tierra su mejor baza para ganar. Sin embargo, se negaba a reservarse esa ventaja a riesgo de que Amanda o alguien de su familia acabaran heridos. Desiderio no iría tras ellos mientras tuviera un Cazador Oscuro con el que enfrentarse.
Volvió cojeando al coche de Nick y por fin regresó junto a la única persona con la que se sentía en paz.
—¿Dónde has estado? —le preguntó Amanda nada más llegar.
—Tenía cosas que hacer.
Nick soltó una maldición.
—Has ido en busca de Desiderio, ¿verdad? —Y soltó otro taco—. Le has mandado un mensaje para que sepa que estás vivo.
Kirian hizo caso omiso de su escudero y fue hasta el sofá para sentarse.
—¿Estás bien? —le preguntó Amanda.
Kirian asintió y se tendió en el sofá.
Nick lo miró con cara de pocos amigos. Abría y cerraba los puños mientras se paseaba alrededor del sofá.
—Joder, Kirian, ¿por qué…?
—Nick, déjalo. No estoy de humor.
El escudero comenzó a resoplar.
—Muy bien. Sal y deja que te maten. ¿A mí qué me importa? Así me quedo con la casa, con los coches y con todo. Ve a por Desiderio y dile que estás herido y medio muerto. O mejor aún, ¿por qué no dejas la puerta abierta y lo invitas a entrar?
—Nick, así no vamos a ningún sitio —apuntó Amanda con mucha suavidad.
Veía el sufrimiento de Nick; quería a su Cazador Oscuro como si fuese su hermano.
—¿Sabes lo que te digo? —dijo entre dientes—. Que me importa una mierda, porque no necesito a nadie. —Y señalando a Kirian, continuó—: No te necesito y no necesito tu puto dinero ni ninguna otra cosa. Siempre me las he apañado solo. Así que, venga, ve a que te maten, porque a mí me da igual.
Nick se dio la vuelta para marcharse.
Antes de que Amanda tuviera tiempo de parpadear, Kirian estaba de pie delante de Nick, que lo miraba furioso.
—Quítate de en medio.
La expresión de Kirian era la misma que adoptaría un padre infinitamente paciente frente a un adolescente rebelde.
—Nick, no voy a morirme.
—Sí, claro. ¿Cuántas veces crees que Streigar le dijo lo mismo a Sharon antes de que lo convirtieran en un Cazador Oscuro extra crujiente? —Se retorció para librarse de las manos de Kirian y salió de la casa como alma que lleva el diablo.
En la mandíbula de Kirian comenzó a palpitar un músculo al tiempo que cogía el móvil y marcaba.
—Aquerón —dijo tras una breve pausa—, tengo un escudero renegado que creo que se dirige al Barrio Francés en un Jaguar nuevo, modelo XKR descapotable de color antracita. ¿Puedes detenerlo antes de que haga una estupidez?
Con el ceño fruncido por la preocupación, miró a Amanda a los ojos y siguió escuchando a Aquerón.
—Sí, gracias.
Fuera cual fuese el comentario de Aquerón, logró irritarlo bastante.
—Sí, ¡oh, amo y señor!, estoy descansando.
Y al instante, adoptó una expresión de absoluta perplejidad.
—¿Cómo sabes que estoy de pie?
Tras un momento, soltó un bufido.
—Bésame el culo, Ash. Que tengas suerte con Nick. —Y cortó la llamada.
Aunque Amanda no había oído muy bien lo que Aquerón había dicho, pudo imaginárselo sin problemas.
—Tiene razón, deberías acostarte.
Los ojos negros de Kirian la fulminaron.
—No necesito que me mimen.
—Muy bien, Nick. ¿También vas a decirme que no necesitas nada ni a nadie antes de marcharte como una exhalación?
Él la miró con una sonrisa tímida.
—Ahora ya sabes por qué lo soporto. Somos tal para cual.
Amanda soltó una carcajada, aun cuando lamentaba lo que les estaba sucediendo a ambos.
—Deja que adivine… ¿eras igual que él cuando tenías su edad?
—En realidad, Nick es mucho más soportable que yo. Y tampoco es tan testarudo como yo solía serlo.
Amanda se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.
—Ven, vamos arriba.
Para su sorpresa, Kirian permitió que lo llevara de vuelta a la cama a la habitación de invitados.
Mientras lo desvestía, vio las cicatrices rosadas de las heridas ya casi curadas. Le cogió un brazo y acarició las pequeñas incisiones provocadas por los clavos.
—No puedo creer que estés en pie tan pronto después de lo que te ha sucedido.
Él suspiró.
—No puedes mantener a un Cazador Oscuro fuera de juego mucho tiempo.
Amanda apenas escuchaba sus palabras. Mientras le acariciaba las heridas, multitud de imágenes acudieron a su mente. Percibía la rabia de Kirian, su dolor. Y en ese momento vio un esbozo del futuro: Kirian encadenado a un muro, con los brazos extendidos, a merced de Desiderio.
La muerte de Kirian.
Con un jadeo, le soltó el brazo y se alejó de él.
Él la miró con preocupación.
—¿Qué te pasa?
Consumida por el pánico, se dio unos golpecitos en el pecho. Trató de luchar contra el ataque de ansiedad con todas sus fuerzas, pero por dentro el dolor le resultaba insoportable.
No podía dejarlo morir. Así no.
Se obligó a tranquilizarse y clavó la mirada en él.
—Tienes que superar lo que te ocurrió. Si te sigues aferrando al pasado, Desiderio acabará contigo.
Él desvió la mirada.
—Lo sé.
—¿Y qué vas a hacer? Si no dejas de recordarlo, volverá a atraparte.
—Puedo apañármelas, Amanda.
—¿De verdad? —le preguntó y tuvo que luchar contra el nudo de la garganta que le impedía respirar al recordar la visión.
Dios mío, así no… No podría soportar perderlo. La idea de pasar un solo día sin sentir sus brazos rodeándola, sin escuchar su voz…
Su risa.
Era inimaginable. El dolor era insoportable.
—Puedo controlarme —insistió él.
No obstante, ella sabía la verdad. Había vivido su ejecución en carne propia. Y lo que era peor, sabía que jamás lo superaría. Se había limitado a expulsar esa realidad de su mente en lugar de enfrentarse a ella.
Y de repente, supo cómo podía liberarlo de sus demonios.
O al menos intentarlo.
—Vuelvo en un momento.
Kirian observó cómo salía de la habitación dejándolo sumido en un mar de dudas. Sabía mejor que nadie cuál era su punto débil. Lo único que Desiderio tenía que hacer era encadenarlo con los brazos extendidos y el pánico lo dejaría fuera de juego. Perdido entre unos recuerdos tan dolorosos que estaba indefenso ante ellos.
Se restregó los ojos con las manos. Tenía que haber una manera de expulsarlos de su mente. Tenía que haber algún modo de enfrentarse al daimon con serenidad.
Mientras consideraba cuál podría ser la mejor solución, los minutos fueron pasando.
Hasta que se dio cuenta de que alguien lo observaba.
Rodó hacia un lado de la cama y vio a Amanda en la puerta; llevaba una bandeja en las manos e iba vestida con una bata blanca de satén larga y vaporosa. Entró en la habitación sonriéndole con ternura y dejó la bandeja sobre la cómoda.
Kirian frunció el ceño.
Ella se acercó a la cama con elegancia para apoyar una rodilla sobre el colchón. La bata se abrió con el movimiento. Se inclinó hacia delante y lo empujó para tumbarlo de espaldas. Kirian no dejaba de mirarle la pierna cubierta con una media y, un poco más arriba, el trozo de encaje del liguero que la abertura de la bata dejaba a la vista.
La sonrisa de Amanda se ensanchó cuando sacó del bolsillo un largo pañuelo de seda.
Kirian frunció el ceño aún más cuando ella le ató la seda alrededor de la muñeca.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a hacer que mejore.
—¿Que mejore el qué?
—El pasado.
—Amanda —gruñó cuando ella le cogió el brazo y lo acercó al cabecero de la cama. Se apartó de ella de un brinco en cuanto se dio cuenta de sus intenciones—. ¡No!
Ella volvió a sujetar su brazo y se lo acercó al pecho.
—Sí.
Amanda observó cómo el pánico invadía su mirada.
—No —repitió Kirian con firmeza.
Humedeciéndose los labios, se acercó la mano de Kirian a la boca. Separó los labios y comenzó a chuparle con suavidad las yemas de los dedos.
—Por favor, Kirian… Te prometo que no te arrepentirás.
Al contemplarla, el deseo comenzó a abrirse paso en sus entrañas. Vio cómo la lengua de Amanda le lamía la piel y le recorría los dedos hacia abajo. Y cuando le pasó las uñas por la cara interna de la muñeca y ascendió por el brazo, se estremeció de la cabeza a los pies.
Amanda apartó la mano de sus labios y la acercó a la abertura de la bata para dejarla sobre un pecho desnudo.
—Por favor, ¿sí?
Con la respiración entrecortada, Kirian cerró la mano sobre el pecho. Le costaba mucho trabajo recordar lo que le estaba pidiendo.
Le pedía que confiara por completo en ella. Algo que no había sido capaz de hacer con nadie desde hacía dos mil años.
Aterrado al recordar lo que había sucedido la última vez que cometió ese error, la miró a los ojos y sintió que su voluntad comenzaba a resquebrajarse. ¿Sería capaz Amanda de traicionarlo algún día?
¿Se atrevería él a arriesgarse?
En esa ocasión, cuando ella guió su brazo hasta el poste de la cama, apretó los dientes pero no se movió mientras lo ataba al cabecero tallado. No obstante, su corazón empezó a latir más deprisa.
Amanda sabía que acababa de obtener una pequeña victoria. Sin dejar de sonreír, ató el pañuelo con un nudo muy flojo.
—Puedes soltarte en cualquier momento —le dijo—. Solo tienes que decírmelo y desharé el nudo. Pero si lo haces, me detendré al instante.
—¿Te detendrás?
—Ya verás a lo que me refiero…
Ella cogió el otro brazo y le aseguró también esa muñeca. Kirian no dejó de observar el proceso con la respiración agitada. Para sorpresa de Amanda, no dijo una palabra mientras lo ataba, pero tenía la frente cubierta sudor.
Kirian tiró de los pañuelos y el movimiento hizo que los músculos de los brazos se contrajeran y se abultaran.
—Esto no me gusta —le confesó, al tiempo que intentaba liberarse.
Gateando sobre su cuerpo, Amanda le cogió las muñecas con las manos y lo mantuvo sujeto. Bajó la cabeza y lo besó con suavidad en los labios.
Kirian se puso rígido al sentir la lengua de Amanda en la comisura de los labios, buscando la entrada a su boca. Abrió la boca y le dio acceso de buena gana antes de gemir cuando sus lenguas se rozaron y probó su sabor.
Sus besos eran lo más cercano al paraíso que un hombre sin alma podía encontrar. En cuanto el aroma a rosas le invadió los sentidos, le hizo perder la cabeza y lo puso a cien. Lo dejó sin aliento. El tiempo se detuvo cuando las manos de Amanda le acariciaron el torso y sintió la presión de sus pechos contra la piel.
Cuando intentó abrazarla, recordó que lo había atado. Con un gruñido de frustración, tiró de los pañuelos.
Al escuchar cómo la seda se rasgaba, Amanda interrumpió el abrasador beso y se alejó un poco.
—Recuerda —le dijo con voz ronca—, si te sueltas, lo único que conseguirás será una ducha fría.
Kirian se detuvo de inmediato.
Para su disgusto, Amanda se apartó de él, pero acto seguido comenzó a deslizar las manos sobre la bata, desde los pechos hasta el cinturón. Tomándose todo el tiempo del mundo, desató el cinturón y apartó la prenda para dejar sus pechos desnudos a la vista.
Kirian creyó que iba a estallar en llamas cuando el satén cayó a sus pies.
Y para su deleite, no estaba completamente desnuda. Se había puesto el liguero azul marino que él le había regalado.
Se le hizo la boca agua al verla.
Muy despacio y de forma seductora, volvió a la cama y trepó sobre él como una gata mimosa dejando que los pezones le rozaran a medida que ascendía desde la cintura hasta el pecho. Kirian siseó al sentir cómo se estiraba sobre su cuerpo, al sentir las caricias de sus senos.
—¿Cómo vamos, general?
Él tragó saliva antes de contestar:
—Muy bien.
Sin dejar de sonreír, Amanda le acarició el mentón con los labios y la lengua.
—Mucho mejor cuando haces eso —susurró él con el cuerpo enfebrecido por sus caricias.
Ella se alejó con una carcajada.
—¿Qué te parece entonces si te dejo ciego de placer?
Él tiró de las ataduras.
—Me da la sensación de que soy todo tuyo, cariño.
Amanda deseaba con todas sus fuerzas que eso fuera cierto. Bajó de la cama y se acercó a la bandeja. Mientras cogía la jarra de miel templada, recordó el aceite hirviendo que los romanos habían usado para torturarlo.
Recordó la expresión de dolor de su rostro cuando lo vertieron sobre su cuerpo para escaldarlo.
Con el corazón en un puño, regresó a la cama donde Kirian yacía a su merced. Le acercó la jarra al pecho y observó cómo el recuerdo de esa tortura le ensombrecía la mirada.
Kirian se encogió de forma instintiva en cuanto la miel lo rozó. Pero allí no había dolor. No se formaban ampollas ni le quemaba la piel. En realidad, era bastante agradable.
Se relajó y observó cómo Amanda dibujaba pequeños círculos con el espeso líquido dorado sobre sus pezones antes de clavarle allí las uñas, provocándole un millar de escalofríos. Acto seguido, hizo lo mismo con su abdomen.
Una vez dejó la jarra a un lado, comenzó a lamer cada gota de miel que había derramado sobre su cuerpo. Cada lametón le provocaba un estremecimiento de placer. Cuando le introdujo la lengua en el ombligo, su miembro se endureció aún más.
Amanda soltó una risa gutural mientras lo miraba con la barbilla apoyada en su ombligo. En ese momento, se movió hacia arriba deslizando la lengua desde el vientre hasta la nuez. Con un gemido de placer, Kirian echó la cabeza hacia atrás para facilitarle acceso a su cuello y se estremeció de la cabeza a los pies al sentir que lo arañaba con los dientes.
—Amanda —jadeó.
Sin dejar de sonreír, ella volvió a bajar de la cama y cogió un pequeño cuenco.
Amanda no sabía de dónde había salido esa faceta atrevida. Jamás se había comportado de ese modo, pero estaba decidida a salvar a Kirian a cualquier precio. Además, le había sucedido algo extraño mientras hacía todo aquello por él. Era como si una parte de sí misma se estuviera liberando.
Apartó esa idea de su mente antes de hundir los dedos en el cuenco de nata batida y acercarlos a los labios de Kirian. Con el pulgar, trazó el contorno de esa boca perfecta.
Kirian lamió la nata mientras ella se sentaba a horcajadas sobre su cintura. Era una maravilla sentir la humedad de su cuerpo sobre él. Lo estaba volviendo loco. Y cuando se movió hacia abajo y rozó su hinchado miembro, creyó morir de placer.
—Déjame darte de comer, general —le susurró antes de acercarle el dedo a la boca muy despacio, para que saboreara la nata batida.
Kirian tragó saliva al sentir la vorágine de sus emociones. Estaba recreando la crueldad de Valerio. Pero no había dolor con Amanda, sino un placer tan intenso como jamás había conocido.
La miró a los ojos y le dedicó una débil sonrisa.
—¿Por qué estás haciendo esto? —le preguntó.
—Porque me preocupo por ti.
—¿Y por qué?
—Porque eres el hombre más maravilloso que he conocido en toda mi vida. Está claro que eres testarudo y exasperante, pero también amable, generoso y fuerte. Y me haces sentir tan…
Él arqueó una ceja.
Amanda se sentó sobre su cintura y lo miró.
—¿Qué se supone que significa eso?
—¿El qué? —preguntó él con expresión inocente.
—Esa mirada.
—¿Qué mirada? —preguntó Kirian con el ceño fruncido mientras intentaba abrazarla antes de recordar que estaba atado. Qué extraño que lo hubiese olvidado por completo.
Ella bajó la cabeza para besarlo.
Kirian soltó un gemido al sentir los labios de Amanda sobre los suyos, al sentir esa lengua que entraba y salía de su boca llevándole el sabor de la nata.
Ella se apartó un poco y le preguntó:
—¿Te gusta?
—Mucho —contestó él.
—Entonces esto te va a encantar.
Kirian la siguió con la mirada mientras ella descendía por su cuerpo, cogía el cuenco y comenzaba a extenderle la nata por la entrepierna. Sus dedos le acariciaban el miembro mientras lo cubrían por completo con el frescor de la crema.
La sensación lo estaba llevando al límite y no pudo evitar gemir.
Amanda le separó las piernas y se detuvo un instante a contemplar su obra de arte.
Lo miró a los ojos y se agachó entre sus muslos para meterse los testículos en la boca con suavidad.
Kirian gruñó al sentir las caricias de su lengua en la parte más vulnerable de su cuerpo. Ella cerró los labios a su alrededor y lo lamió, succionando primero el de un lado con suavidad antes de pasar al otro y proceder del mismo modo.
Asaltado por continuas oleadas de placer, Kirian comenzó a tirar de las ataduras. Jamás había experimentado nada tan placentero como los besos de Amanda y las caricias de su lengua sobre la piel.
Cuando los testículos estuvieron libres de crema, comenzó con su miembro. Kirian se puso rígido al sentir que se lo metía en la boca, pero no dejó de mirarla mientras ella lo observaba.
Amanda agachó la cabeza para atormentar la punta con la lengua. Kirian se quedó sin respiración cuando ella trazó un círculo con la lengua sobre el glande antes de introducirse el miembro entero en la boca. Comenzó a darle vueltas la cabeza cuando ella unió las caricias de su mano a las de sus labios.
La increíble sensación lo hizo retorcerse de placer. Arqueó la espalda de forma instintiva para hundirse aún más en su boca. Amanda no protestó. Él soltó un gemido cuando notó que su parte animal comenzaba a tomar las riendas. Estaba loco de deseo por ella.
—Amanda —balbució con voz ronca y entrecortada—. Quiero saborearte.
Ella le dio un nuevo lametón y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Cómo? —le preguntó mientras comenzaba a gatear sobre su cuerpo, haciendo que la respiración de Kirian se alterara más.
Se sentó a horcajadas sobre su cintura, le colocó las manos sobre los costados y lo miró.
—Dime qué quieres hacerme —le dijo con las mejillas ruborizadas ante su propio atrevimiento.
Kirian percibía los sentimientos de Amanda mientras la contemplaba. Se sentía asustada e insegura, pero quería ayudarlo a toda costa. Más emocionado de lo que debería, se humedeció los labios antes de hablar.
—Quiero sentir tus pechos —le dijo entre jadeos.
—¿Así? —le preguntó ella, alzándoselos con sus propias manos a modo de ofrenda.
Él gimió al ver cómo Amanda se tocaba.
—Sí —contestó con un gemido—. Y quiero lamerlos.
Con una sonrisa, Amanda le acercó un pecho a los labios.
Kirian dio un tirón a las ataduras mientras se metía el endurecido pezón en la boca para saborearlo. Los murmullos de placer de Amanda resonaban en sus oídos y lo estimulaban aún más.
Volvió a tirar de los pañuelos y la seda se rasgó un poco más.
Ella dejó escapar una carcajada maliciosa.
—Si te sueltas, Kirian, me pongo la bata y aquí se acaba todo. ¿Eso es lo que quieres?
Él sacudió la cabeza a modo de negativa y relajó los brazos.
—¿Qué es lo que quieres, entonces?
—A ti. —La verdad escapó de sus labios antes de poder detenerla.
—¿A mí? —preguntó ella con expresión ilusionada.
Incapaz de darle esperanzas cuando no había un futuro posible para ellos, Kirian añadió:
—Quiero estar dentro de ti.
Lo hirió en lo más hondo percibir la decepción de la joven.
—Amanda…
—Calla —dijo, colocándole la mano sobre los labios—. Soy toda tuya —le susurró a la vez que se introducía su miembro.
Kirian cerró los ojos en cuanto la deliciosa humedad de Amanda se deslizó a lo largo de su miembro.
Ella se inclinó hacia delante y capturó sus labios mientras lo montaba con envites profundos y pausados. Le mordisqueó el cuello y sintió el gemido de Kirian contra la lengua cuando aceleró el ritmo de sus caderas.
Podía sentirlo retorciéndose entre sus muslos mientras giraba la pelvis contra su cuerpo.
Kirian echó la cabeza hacia atrás y gruñó como un animal enjaulado. Clavó los pies en el colchón y tomó impulso para alzar las caderas y hundirse en ella hasta el fondo.
Amanda soltó un grito al alcanzar un increíble y descomunal orgasmo.
No obstante, notó que él se quedaba totalmente rígido.
—No te muevas —le dijo entre dientes.
Ella obedeció sin preguntarle las razones. Kirian tenía los ojos cerrados, los dientes apretados y la frente cubierta por una capa de sudor. Su cuerpo temblaba de forma convulsiva. Tras un minuto, soltó un hondo suspiro, abrió los ojos y la miró.
—¿Ya puedo soltarme?
Amanda asintió con la cabeza y se dio cuenta de que él no había llegado al orgasmo. Había luchado con todas sus fuerzas para no hacerlo.
Y aunque entendía el motivo, una parte de sí misma se sintió herida al ser consciente de que Kirian no confiaba por completo en ella.
¡Déjalo ya!, se dijo. Eres una imbécil además de una egoísta. Necesita sus poderes.
En ese momento más que nunca.
Kirian desgarró los pañuelos con una facilidad que la dejó sorprendida y la abrazó con fuerza en cuanto sus manos estuvieron libres.
—Gracias, cariño —le dijo antes de besarla con ternura.
Ella le respondió con una sonrisa.
—Ha sido un placer.
Él soltó una carcajada por lo acertado de la respuesta y la echó sobre la cama, a su lado. Se tumbó a su espalda y la abrazó como si le aterrara el hecho de estar separados.
No tardó mucho en quedarse dormido. Su cálido aliento rozaba el hombro desnudo de Amanda.
Ella disfrutó del momento y albergó la esperanza de que lo que había hecho esa noche lo ayudara en la próxima confrontación con Desiderio.
Amanda se despertó al escuchar el teléfono. Cuando se incorporó, se dio cuenta de que habían dormido abrazados y al recordar todo lo que le había hecho la noche anterior, se ruborizó intensamente. Jamás se había comportado de un modo tan desvergonzado, pero con él no se había sentido cohibida.
Se apartó de sus brazos y corrió hasta la habitación de Esmeralda para contestar el teléfono.
—¿Sí?
Era Essie.
—Mandy, gracias a Dios que estás todavía ahí. Mi coche se ha estropeado y he tenido que aparcarlo en el arcén. ¿Te importa venir a recogerme?
—Claro que no.
Anotó la dirección, se dio una ducha rápida y regresó a la habitación de invitados para vestirse.
Se inclinó sobre Kirian y le dio un beso en la mejilla. Cuando estaba a punto de alejarse, él la sujetó por la muñeca.
—¿Adónde vas?
—A recoger a Essie.
—No es seguro.
—Es pleno día. No me va a pasar nada.
Amanda vio la renuencia en sus ojos.
—¿Cuánto falta para que anochezca?
—Horas.
—De acuerdo, pero vuelve directamente aquí.
—¡Sí, mi comandante!
—No tiene gracia.
Lo besó en los labios y se marchó.
Kirian despertó poco tiempo después. Al levantarse se dio cuenta de que la mayor parte de las heridas había desaparecido.
Se quitó las vendas manchadas de sangre y las tiró a la papelera que había junto a la puerta.
—¿Amanda? —la llamó, asomándose al pasillo.
Nadie contestó. En la casa no se escuchaba ningún sonido, todo estaba en silencio.
Por lo visto, aún no había regresado.
Cogió su ropa y entró al baño.
No tardó mucho en ducharse, afeitarse y vestirse. Una vez aseado, volvió a la habitación. Se detuvo en la puerta al ver a Amanda. Llevaba unos vaqueros muy ajustados y una sudadera negra que ocultaba esas curvas que él se moría por acariciar.
El pelo suelto le daba una apariencia muy sugerente.
Se acercó en silencio hasta quedar a sus espaldas, mientras ella observaba con atención la papelera. Sin hablar, inclinó la cabeza y le mordisqueó el cuello. En cuanto sus labios la rozaron, captó su aroma.
No era Amanda.
Era Tabitha.