Amanda se despertó sobresaltada. Le llevó más de un minuto darse cuenta de que se había quedado dormida, apoyada sobre Nick en la habitación del hospital donde se encontraba Tabitha. Su madre dormía en la cama plegable que habían extendido poco rato antes, mientras que el escudero y ella lo hacían en las dos incómodas sillas cercanas a la puerta.
Tabitha seguía durmiendo en la cama donde los médicos querían tenerla en observación hasta el día siguiente. Uno de los daimons le había hecho un corte en la mejilla que le dejaría una fea cicatriz. Tenía todo el cuerpo lleno de heridas y moratones, aunque el médico les había asegurado que se recuperaría.
Sus hermanas se habían marchado a casa por orden de su madre, pero ella se había quedado por si necesitaban algo. Con el corazón desbocado, levantó la vista justo cuando su padre regresaba con dos tazas de café en las manos. Le tendió una a Nick.
—¿Quieres la mía, gatita? —le preguntó a ella, ofreciéndole su taza.
Amanda sonrió por la muestra de amabilidad de su padre hasta que recordó la visión que había tenido.
—¿Estás bien? —le dijo el señor Devereaux.
Ella miró a Nick con el pulso disparado.
—Kirian está en apuros.
El escudero soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de café.
—No fue más que un sueño.
—No, Nick. Está en peligro. Lo he visto.
—Tranquilízate, Amanda. Has tenido un mal día y estás preocupada por Tabitha. Es comprensible, pero Kirian nunca se mete en camisas de once varas. Está bien. Confía en mí.
—No —insistió ella—, escúchame, Nick. Soy la primera en admitir que odio mis poderes, pero sé que no me engañan. Puedo percibir su dolor y su miedo. Tenemos que encontrarlo.
—No puedes salir, Amanda —le recordó su padre—. ¿Qué ocurrirá si Desiderio te está esperando? ¿Y si envía a alguien para que te haga daño, como hizo con Tabby?
Amanda miró los ojos azules de su padre y le ofreció una débil sonrisa.
—Papá, tengo que ir. No puedo dejar que muera.
Nick suspiró.
—Vamos, Amanda. No va a morirse.
Ella cogió el abrigo del escudero y comenzó a hurgar en los bolsillos.
—En ese caso, dame las llaves de tu coche y voy yo sola.
Nick le quitó las llaves de las manos con un gesto juguetón.
—Kirian pedirá mi cabeza por esto.
—No podrá hacerlo si lo matan.
Amanda captó la incertidumbre en el rostro del escudero. Nick dejó la taza en el suelo, cogió el móvil y marcó.
—¿Lo ves? —preguntó ella—. No contesta.
—Eso no significa nada a estas horas. Puede estar en medio de una pelea.
—O gravemente herido.
Nick sacó la PDA de la funda del cinturón y la encendió. Tras unos segundos de espera, su rostro perdió el color.
—¿Qué pasa?
—Tiene el dispositivo de rastreo apagado.
—¿Y eso qué significa?
—Que no sé dónde está. Ningún Cazador Oscuro desconecta el transmisor. Es su salvavidas. —Se puso de pie de un salto y cogió el abrigo—. Muy bien, vámonos.
El señor Devereaux se interpuso entre ellos y la puerta. Era igual de alto que Nick y todo su cuerpo estaba preparado para pelear.
—No vas a llevarte a mi niña ahí fuera para que le hagan daño. Antes te mato.
Amanda rodeó a Nick y le dio un beso a su padre en la mejilla.
—No pasa nada, papá. Sé lo que hago.
La mirada del señor Devereaux le indicó a Amanda las dudas que tenía al respecto.
—Deja que se vaya, Tom —dijo su madre desde la cama—. Esta noche no corre ningún peligro. Su aura es pura.
—¿Estás segura? —le preguntó su marido.
La señora Devereaux asintió.
Su padre dejó escapar un suspiro de resignación, aunque seguía sin estar convencido del todo. Le dirigió una mirada furiosa a Nick.
—No permitas que le ocurra nada.
—Puede estar tranquilo —le aseguró él—. Respondo de su seguridad ante una persona mucho más peligrosa que usted.
De mala gana, el señor Devereaux dejó que se marcharan.
Amanda atravesó el hospital a toda prisa y cruzó el aparcamiento para llegar hasta el Jaguar de Nick. Una vez en el coche, hizo todo lo que pudo para recordar el lugar donde había visto a Kirian en la visión.
—Estaba en un patio sombrío y pequeño.
Nick resopló.
—Estamos en Nueva Orleans, chère. Eso no me sirve de nada.
—Ya lo sé. Creo que tenemos que ir al Barrio Francés, pero no estoy segura. Joder, no lo sé. —Observaba con atención las calles oscuras por las que pasaban—. ¿No hay algún Cazador Oscuro al que podamos llamar para que nos ayude a encontrarlo? ¿Y si le pedimos a Talon que vuelva?
—No, el celta está persiguiendo su propia presa. —Le pasó el móvil—. Pulsa el botón de rellamada e intenta localizar a Kirian.
Lo hizo, repetidas veces, pero no consiguió respuesta alguna.
Amanda comenzó a desesperarse a medida que el amanecer se iba acercando. Si no lo encontraban pronto, Kirian moriría.
Aterrorizada, hizo lo que nunca se había atrevido a hacer: reclinó la cabeza en el asiento y buscó de forma intencionada en su interior para alcanzar todo el potencial de esos poderes que nunca habían sido puestos a prueba. La recorrió una terrorífica descarga que la inundó de calor y la dejó temblorosa.
Su mente se vio asaltada por multitud de imágenes, algunas antiguas y otras imprecisas. Justo cuando estaba segura de que así no conseguiría nada, vio algo con total claridad.
—St. Philip Street —susurró—. Lo encontraremos allí.
Aparcaron en esa calle y salieron del coche.
Sin saber muy bien cómo, Amanda guió a Nick por ciertos callejones traseros que los llevaron directamente a un patio muy oscuro. Rodearon los edificios sin ver nada.
—Joder, Amanda, no está aquí.
Ella apenas lo escuchaba. Haciendo caso a su instinto, rodeó un seto muy alto y se detuvo de golpe.
Kirian estaba colgado en una valla, tan maltrecho que su cuerpo no se sostenía.
—¡Dios mío! —exclamó al tiempo que corría hacia él.
Con mucho cuidado, le alzó la cabeza y jadeó al ver su rostro ensangrentado. Le habían golpeado tanto que casi no podía abrir los ojos.
—¿Amanda? —susurró él—. ¿De verdad eres tú o estoy soñando?
A Amanda se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Sí, Kirian. Soy yo.
Nick soltó una maldición al llegar junto a ellos y extendió un brazo para tocar uno de los clavos que atravesaban el brazo de Kirian. Apartó la mano sin llegar a tocarlo, puesto que no quería provocarle más dolor. Amanda vio la furia en los ojos del escudero cuando soltó otra maldición.
—¡Por amor de Dios! Lo han clavado a una tabla.
Amanda sintió náuseas solo de pensarlo. La mera visión de las heridas le dijo con exactitud lo que Desiderio había hecho: había recreado la ejecución de Kirian.
—Tenemos que sacarte de aquí —le dijo.
Kirian tosió y escupió sangre.
—No queda tiempo.
—Tiene razón —confirmó Nick—. Amanecerá en cinco minutos, como mucho diez. No podremos llevarlo a casa antes de que salga el sol.
—Pues llama a Tate.
—No llegará a tiempo. —Un músculo comenzó a palpitar en la mandíbula del escudero mientras tocaba la mano de Kirian, en cuyo centro alguien había incrustado un clavo—. Ni siquiera estoy seguro de cómo podríamos liberarlo aunque Tate llegara a tiempo.
—No pasa nada —dijo Kirian, haciendo un enorme esfuerzo para hablar. Tragó saliva y buscó la atormentada mirada de Nick—. Lleva a Amanda con Talon y dile que las proteja a ella y a su hermana.
Nick se alejó corriendo.
Sin hacer caso del escudero, Amanda se concentró en Kirian.
—No voy a dejarte morir —insistió con voz chillona y brusca—. Joder, Kirian. No puedes morir así y convertirte en una Sombra. No voy a permitirlo.
La ternura de su mirada dejó a Amanda sin aliento.
—Siento mucho haberte fallado. Ojalá hubiera podido ser el héroe que mereces.
Amanda le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a mirarla a los ojos. Le temblaron las manos cuando le limpió la sangre que le manchaba los labios y la nariz.
—No te atrevas a darte por vencido, ¿me oyes? Si te mueres, ¿quién te asegura que Desiderio no acabará también con Talon? Lucha por mí, Kirian, ¡por favor!
Kirian compuso una mueca.
—No pasa nada, Amanda. Me alegro mucho de que me hayas encontrado. No quería morir solo… otra vez.
Al escuchar sus palabras, Amanda comenzó a llorar y el corazón se le subió a la garganta. ¡No! El gritó le atravesó el alma.
No podía dejarlo morir. Así no. No después de que la hubiera protegido y cuidado. No después de que se hubiera convertido en algo tan importante para ella.
Su mente no dejaba de imaginarse a su adorado Cazador Oscuro vagando por la tierra, atrapado entre dos mundos. Siempre hambriento. Siempre solo.
No podía permitir que sucediera algo así.
Nick regresó con una barra de hierro.
—¿Qué haces?
El escudero le dirigió una mirada dura.
—No voy a dejar que muera de esta manera. Voy a liberarlo. —Intentó arrancar el clavo que inmovilizaba la mano de Kirian.
El dolor hizo que Kirian se pusiera rígido.
—¡No! —gritó Amanda.
Nick salió despedido.
—¿Qué coño…?
Antes de que Amanda fuese consciente de lo que hacía, sintió que sus poderes comenzaban avivarse en su interior. Surgieron en cascada, escapando a su control.
En ese momento, los clavos salieron disparados de los brazos de Kirian, que cayó sobre ella.
—Ayúdame, Nick —jadeó al tiempo que intentaba mantenerse en pie y sostener a Kirian.
Nick estaba pasmado.
Tras sobreponerse al estupor, el escudero sujetó a Kirian con los brazos. El peso lo hizo tambalearse, aunque recorrió el camino que los separaba del coche tan rápido como pudo.
—Seguimos sin poder llegar a su casa antes de que amanezca —dijo de forma entrecortada, jadeante por el esfuerzo.
—Podemos llevarlo a casa de mi hermana. Vive a una manzana de aquí.
—¿Cuál de ellas?
—Esmeralda. La conociste hace un rato; la del pelo largo y negro.
—¿La Suma Sacerdotisa de vudú?
—No, la comadrona.
Sin pronunciar una palabra más, el escudero condujo hasta casa de Essie en un tiempo récord. Les costó bastante trabajo, pero al final consiguieron llevar a Kirian hasta el porche en el mismo instante en que el sol se alzaba sobre el tejado del edificio de enfrente.
Amanda golpeó con fuerza la puerta de la casita victoriana de su hermana.
—¿Esmeralda? ¡Date prisa! ¡Abre la puerta!
Vio la sombra de su hermana a través de las cortinas de encaje victoriano un momento antes de que el pomo de la puerta girara. Amanda la abrió de un empujón y Nick metió a Kirian en el recibidor sin perder un segundo.
—Baja las persianas —le ordenó el escudero a Esmeralda mientras dejaba a Kirian en el sofá verde de estilo moderno.
—¿Cómo dices? —le preguntó Essie—. ¿Qué está pasando aquí?
—Limítate a hacerlo, Essie. Te lo explicaré todo dentro de un minuto.
A regañadientes, Esmeralda siguió las órdenes de Nick.
Amanda acarició el rostro de Kirian.
—Te han dejado hecho un desastre.
—¿Cómo está Tabitha? —le preguntó él con voz débil.
A Amanda le enterneció que demostrara esa preocupación por su hermana estando él tan malherido.
—Voy a llamar a una ambulancia —anunció Esmeralda al tiempo que cogía el teléfono.
Nick se lo quitó.
—No.
La expresión del rostro de Essie habría hecho retroceder a la mayoría de los hombres, pero Nick se limitó a devolverle la mirada sin parpadear.
—No pasa nada, Essie —la tranquilizó Amanda—. No podemos llevarlo a un hospital.
—Morirá si no lo hacéis.
—No —le aseguró Nick—. No morirá.
Esmeralda alzó una ceja en un gesto de incredulidad.
—No es humano —le explicó Amanda.
Essie la miró con los párpados entornados.
—¿Y qué es, entonces?
—Un vampiro.
La ira desfiguró el rostro de Esmeralda cuando se abalanzó sobre ellos.
—¿Has traído a un vampiro a mi casa? ¿Después de lo que le ha sucedido a Tabitha? ¡Por el amor de Dios, Amanda! ¿Es que no tienes sentido común?
—No va a hacerte daño —insistió Amanda.
—Y tanto que no va a hacerlo. Pienso llamar a…
Nick se interpuso entre Esmeralda y el teléfono.
—Si intentas marcar cualquier número, arranco el teléfono de la pared.
—Chaval —lo increpó Essie a modo de advertencia—, no te creas ni por un momento que…
—¡Ya basta! —gritó Amanda—. Kirian necesita tu ayuda, Esmeralda, y como tu hermana pequeña, te suplico que se la prestes.
—¿Quieres…?
—Essie, por favor…
Amanda vio cómo la indecisión se reflejaba en los ojos de su hermana y supo lo que le pasaba por la cabeza. Por una parte, Esmeralda no quería ayudar a uno de esos infames no muertos; por otra parte, era incapaz de negarle algo a su hermana.
—Por favor, Es; nunca en la vida te he pedido un favor.
—Eso no es cierto. Cuando estábamos en el instituto, me pediste prestado mi jersey favorito para ponértelo el día que Bobby Daniels jugaba aquel partido.
—¡Essie!
—De acuerdo —se rindió—, pero si muerde a alguno de los habitantes de esta casa, le clavo una estaca.
Kirian permaneció inmóvil mientras Esmeralda y Amanda lo despojaban de las ensangrentadas ropas. Le dolía tanto que apenas podía respirar. Una y otra vez, revivía el ataque de los daimons y ansiaba vengarse.
«Dejemos que el sol acabe con él», resonaba la voz de Desiderio en sus oídos.
Ese cabrón iba a pagarlo con creces. Ya se encargaría él de que así fuera.
A Amanda se le encogió el estómago al ver las heridas del cuerpo de Kirian.
Los clavos le habían dejado los antebrazos y las manos llenos de agujeros.
Nunca había odiado a nadie, pero en ese momento odiaba a Desiderio con tanta intensidad que habría podido destrozarlo de haberlo tenido delante.
Se apartó de Kirian un minuto para llamar a sus padres y preguntar por el estado de Tabitha.
Mientras Essie vendaba las heridas, Nick no dejaba de pasearse de un lado a otro.
—¿Qué quieres que haga con Desiderio? —le preguntó el escudero a Kirian.
—Que te mantengas alejado de él.
—Pero mírate…
—Soy inmortal; sobreviviré. Tú no podrías.
—Ya, lo que tú digas. Pero si hubiéramos llegado tres minutos más tarde, tú tampoco habrías sobrevivido.
—Nick —lo reprendió Amanda—, así no sirves de ayuda. Necesita descansar.
—Lo siento —se disculpó él al tiempo que se pasaba una mano por el pelo alborotado en un gesto nervioso—. Suelo atacar cuando estoy preocupado. Es un mecanismo de defensa.
—No importa, Nick —lo tranquilizó Kirian—. Vete a casa y duerme un rato.
El escudero asintió con una expresión tensa. Antes de marcharse, miró a Amanda.
—Llámame si necesitas cualquier cosa.
—De acuerdo.
En cuanto se marchó, Esmeralda acabó de atender las heridas de Kirian.
—Eso debe de doler. ¿Qué ha pasado?
—Fui un imbécil.
—Muy bien, Imbécil —continuó Esmeralda con mordacidad—, vamos a tener que entablillar esas piernas y aquí no tengo lo necesario.
—¿Puedo usar el teléfono? —preguntó Kirian.
Esmeralda se lo tendió con gesto ceñudo.
Mientras él marcaba, Amanda continuó limpiándole la sangre del rostro.
—¿Cómo puedes pensar con tanta claridad? —le preguntó—. Debes de estar sufriendo una agonía.
—Los romanos me torturaron durante un mes, Amanda. Créeme, esto no es nada.
A pesar de todo, ella sufría por él. ¿Cómo era capaz de soportarlo?
Escuchó la conversación de Kirian con la persona a la que había llamado.
—Sí, lo sé. Nos vemos dentro de un rato.
Amanda se hizo con el teléfono.
Kirian cerró los ojos para descansar mientras que Esmeralda se llevaba a su hermana a la cocina.
—Quiero que me lo expliques todo. Ahora. ¿Por qué hay un vampiro herido en mi sofá?
—Me salvó la vida. Solo le estoy devolviendo el favor.
Esmeralda la miró con cara de pocos amigos.
—¿Te has parado a pensar lo que haría Tabitha si lo descubriera?
—Lo sé, pero no podía dejar que muriera. Es un buen hombre, Essie.
Esmeralda se quedó con la boca abierta y sus mejillas perdieron todo rastro de color.
—No, Amanda. Esa cara no.
—¿Qué cara?
—La misma carita emocionada que pones cuando ves a Brendan Fraser en la pantalla.
—¿Cómo dices? —preguntó Amanda, ofendida.
—Estás loca por él.
Amanda sintió que se sonrojaba.
—¡Mandy! ¿Dónde te has dejado el cerebro?
Ella evitó la mirada inquisitiva de su hermana volviendo la vista hacia el sofá donde yacía Kirian.
—Mira, Essie, no soy ninguna estúpida y tampoco soy una niña. Sé que nunca podrá haber nada entre nosotros.
—¿Pero…?
—¿Qué quieres decir con «pero»?
—Me da la sensación de que hay un «pero» al final de esa frase.
—Pues no lo hay. —Amanda le dio un ligero empujón hacia la escalera—. Y ahora vuelve a la cama y duerme un poco.
—Sí, claro. ¿Vas a asegurarte de que el señor Vampiro no nos utiliza de aperitivo mientras duermo?
—No bebe sangre.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque me lo ha dicho él.
Essie cruzó los brazos delante del pecho y le dirigió una mirada cargada de irritación.
—Bueno, entonces tenemos que creerlo a pies juntillas, ¿no?
—¿Quieres dejarlo ya, Essie?
—Vamos, Mandy —dijo antes de señalar con la mano el sofá—. Ese hombre es un asesino.
—No lo conoces.
—Tampoco conozco a ningún caimán y tengo muy claro que no dejaría entrar a ninguno en mi casa. No se puede cambiar la naturaleza de un monstruo.
—No es un monstruo.
—¿Estás segura?
—Sí.
Sin embargo, aún podía leer el escepticismo en los ojos de su hermana.
—Ya puedes estar en lo cierto, mocosa, o vamos a acabar todos bien jodidos.
Horas después, mientras Esmeralda se vestía para ir a trabajar, Amanda le preparó a Kirian un ligero desayuno.
—Te agradezco el detalle, pero no tengo hambre —lo rechazó él con amabilidad.
Ella dejó el plato sobre la mesita. Deslizó un dedo con mucho cuidado sobre el vendaje del brazo, que ya mostraba manchas de sangre.
—Ojalá me hubieses hecho caso y te hubieras quedado en casa.
—No puedo hacer eso, Amanda. Hice un juramento y tengo obligaciones.
Su trabajo. Eso era todo lo que le importaba y Amanda comenzaba a preguntarse si la protegía porque su preocupación era genuina o porque formaba parte de su deber como Cazador Oscuro.
—Aun así, me dijiste que confiabas en mis poderes y cuando te dije que…
—Amanda, por favor. No tenía alternativa.
Ella asintió.
—Espero que lo mates.
—Lo haré.
Amanda le apretó la mano.
—No pareces tan seguro como antes.
—Eso es porque he pasado la noche clavado a una tabla y esta mañana no estoy en mi mejor momento.
—No tiene gracia.
—Ya lo sé —contestó él—. Es que me molesta que supiese exactamente dónde golpear para hacer más daño. Directo a…
Ella esperó unos minutos, pero Kirian no añadió nada más.
—¿Directo adónde? —lo instó ella.
—A ningún sitio.
—Kirian, cuéntamelo. Quiero saber cómo consiguió hacerte esto.
—No quiero hablar de eso.
Antes de que pudiera presionarlo más, alguien llamó a la puerta.
—Por favor —le dijo en voz baja—, deja entrar a D’Alerian.
—¿El Cazador Onírico?
Kirian asintió.
Muerta de curiosidad, Amanda se puso en pie, abrió la puerta principal y después retrocedió. El hombre que estaba en el porche no se parecía en nada a como lo había imaginado. Mucho más alto que ella, el Cazador Onírico tenía el pelo negro como la noche y unos ojos tan pálidos que parecían resplandecer. Vestido por completo de color negro al igual que un Cazador Oscuro, lo habría devorado con la mirada de no ser por la extraña tendencia que tenían sus ojos a querer apartarse de él. Era muy extraño. Muy, muy extraño. Tenía que esforzarse para mirar a un hombre por quien cualquier mujer babearía de lujuria.
Sin pronunciar una sola palabra, pasó junto a ella y se acercó a Kirian. La puerta se escapó de la mano de Amanda y se cerró con un sonoro portazo, impidiendo la entrada a la luz del sol.
D’Alerian se movía con elegancia y agilidad. Al acercarse al sofá, se quitó la chaqueta de cuero y se alzó las mangas de la camisa negra.
—¿Desde cuándo llamas a la puerta? —le preguntó Kirian.
—Desde que no quiero asustar a los humanos. —El Cazador Onírico paseó la mirada por el cuerpo de Kirian—. Estás hecho un desastre.
—Todo el mundo se empeña en decirme lo mismo.
No había rastro de humor en el rostro de D’Alerian. Nada. Parecía incluso más sereno e imperturbable que Talon. Parecía carecer de emociones.
El Cazador Onírico extendió la mano y uno de los sillones se movió hasta quedar justo al lado del sofá.
Sin prestar atención a Amanda, colocó la mano sobre el hombro de Kirian.
—Duerme, Cazador Oscuro. —Y antes de que acabara de hablar, Kirian ya estaba dormido como un tronco.
Amanda observó la escena. D’Alerian mantuvo la mano sobre el hombro de Kirian y cerró los ojos. Esa fue la única vez que Amanda pudo ver cómo las emociones cruzaban su rostro. El Cazador Onírico jadeaba y se tensaba como si lo estuvieran torturando. De hecho, manifestaba todo el dolor que habría esperado ver en Kirian.
Tras unos minutos, D’Alerian apartó la mano y se reclinó en el sillón con la respiración entrecortada. Se cubrió la cara con las manos, como si intentara borrar una pesadilla.
Cuando la miró, la intensidad de sus ojos hizo que Amanda diera un respingo.
—Nunca, en toda la eternidad, había contemplado algo así —le susurró con voz ronca.
—¿El qué?
Suspirando de forma entrecortada, D’Alerian continuó.
—¿Quieres saber cómo logró capturarlo Desiderio?
Ella asintió.
—A través de sus recuerdos. Jamás he experimentado tanto dolor en otra persona. Cuando esos recuerdos lo inundan, lo debilitan. Y mientras lo poseen, es incapaz de actuar con cordura.
—¿Puedo hacer algo?
—Nada, a menos que se te ocurra el modo de erradicar esos recuerdos. Si continúan torturándolo de este modo, está perdido. —Desvió la vista hacia Kirian—. Dormirá hasta que caiga la noche. No lo molestes. Cuando se despierte podrá volver a andar, pero aún estará débil. Haz lo posible por impedir que vaya tras Desiderio durante un par de días. Hablaré con Artemisa y veremos qué se puede hacer.
—Gracias.
D’Alerian le respondió con un leve gesto de la cabeza y desapareció con un destello de luz dorada. Unos segundos después, su chaqueta también se evaporó.
Amanda se sentó en el sillón que el Cazador Onírico acababa de dejar libre y elevó la vista al techo antes de lanzar una carcajada histérica. Lo único que siempre había deseado era una vida normal. Y ahora tenía un vampiro por amante; un Cazador Onírico, fuera eso lo que fuese, que aparecía y desaparecía como por arte de magia de la casa de su hermana; y otro vampiro que seguía empeñado en matarla.
La vida era pura ironía.
Giró la cabeza para observar a Kirian. Se le había normalizado la respiración y el ceño de dolor que le arrugaba la frente había desaparecido. Las heridas seguían siendo espantosas, aunque parecía que algunas de ellas ya empezaban a curarse.
¿Qué le habría hecho Desiderio?
Kirian despertó bajo la luz de la luna que se filtraba por las ventanas abiertas. Al principio, le resultó imposible recordar dónde se encontraba, hasta que intentó moverse y el dolor lo atravesó.
Apretando los dientes, se incorporó con lentitud y descubrió que Esmeralda estaba de pie delante de él con una enorme cruz en una mano y una ristra de ajos colgada del cuello.
—Ni se te ocurra moverte de ahí, colega. Y no vayas a tratar de hacerme alguna de esas mierdas de control mental.
Kirian no pudo evitar que se le escapara una carcajada.
—¿Sabes una cosa? Ni las cruces ni los ajos tienen efecto alguno sobre nosotros.
—Ya, claro —le contestó ella, acercándose un poco más a él—. ¿Dirías lo mismo si te toco con ella?
Cuando estuvo lo bastante cerca, Kirian extendió un brazo y le quitó la cruz.
—¡Ay, ay, ay! —gritó, fingiendo que le dolía para después llevársela al pecho—. En serio —le dijo al tiempo que se la devolvía—, no tiene ningún efecto. Y en cuanto al ajo, bueno, es ajo y apesta, pero si a ti no te molesta el olor, a mí tampoco.
Esmeralda se quitó la ristra de ajos.
—Entonces, ¿a qué eres vulnerable?
—A ti te lo voy a decir…
Essie ladeó la cabeza.
—Mandy tiene razón: eres exasperante.
—Tendrías que haber tenido una charla con mi padre antes de que me lo comiera.
Esmeralda palideció y retrocedió un par de pasos.
—Te está tomando el pelo, Essie. No se ha comido a su padre.
Kirian se dio la vuelta y vio a Amanda de pie en el vano de la puerta que había a sus espaldas.
—¿Estás completamente segura de eso?
Ella sonrió.
—Sí, completamente. Y supongo que debes sentirte mejor si tienes ganas de bromear. —Se acercó y apartó las vendas que le cubrían los brazos para ver las heridas—. ¡Dios santo! Están casi curadas.
Kirian asintió, cogió una de las camisas que Nick había dejado allí esa misma tarde mientras descansaba y se la puso al tiempo que les explicaba lo de las heridas.
—Gracias a D’Alerian. En un par de horas más ya habrán desaparecido por completo.
Amanda lo observó mientras se levantaba del sofá. El único indicio de que aún no estaba en forma era la lentitud de sus movimientos.
—¿Crees que es bueno que te levantes?
—Es que necesito moverme, me ayudará a aliviar la rigidez. —Mientras pasaba a su lado, murmuró de forma casi inaudible—: Al menos, parte de ella.
Amanda lo ayudó a llegar hasta la cocina.
—Essie, ¿quedan espaguetis?
—¿Es que come espaguetis?
Amanda alzó la cabeza para mirarlo.
—¿Los comes?
Kirian le lanzó una mirada amenazadora a Esmeralda.
—No resulta tan satisfactorio como chupar el cuello de un par de italianas, pero no están mal.
Amanda soltó una carcajada al ver la expresión espantada de su hermana.
—No le tomes más el pelo o te clavará una estaca mientras duermes.
Kirian se sentó y la miró de arriba abajo con los ojos cargados de deseo.
—A mí sí que me gustaría clavártela mientras estamos los dos despiertos.
Ella sonrió al escuchar el comentario mientras le servía el plato de espaguetis.
—Me alegra muchísimo ver que tienes ganas de bromear. Me aterrorizaba la idea de perderte cuando te encontramos esta mañana.
—¿Cómo está Tabitha?
—Está bien. Deben de estar dándole el alta en este momento.
—Me alegro.
Por la expresión del rostro de Kirian, Amanda supo que estaba preocupado.
—¿Qué te pasa? —le preguntó mientras colocaba el plato en el microondas.
—Desiderio está ahí fuera y volverá a matar. No puedo quedarme aquí acostado y esper…
Amanda impidió que siguiera hablando tapándole la boca con la mano.
—¿Y qué conseguirías dejándote matar?
—Ayudar a Nick, que sería quien heredara todos mis bienes.
—No tiene gracia.
—Siempre me dices lo mismo.
Ella le dedicó una débil sonrisa.
—Antes de que vuelvas a salir en busca de Desiderio, tenemos que trazar un plan. En estos momentos te da por muerto, así que contamos con el factor sorpresa.
—¿Contamos?
—No voy a dejar que vuelvas a luchar solo con él. Me ha amenazado a mí y también a los míos; no pienso quedarme de brazos cruzados a la espera de que vuelva a atacar.
Él estiró un brazo y le acarició la mejilla.
—No quiero que te haga daño.
—En ese caso, enséñame lo necesario para que pueda ayudarte a darle una buena patada en el culo.
El comentario hizo sonreír a Kirian.
—Hace dos mil años que lucho solo.
—Bueno, nunca se es demasiado viejo para aprender.
Kirian resopló.
—No puedes enseñarle trucos nuevos a un perro viejo.
—No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
—El tiempo es oro.
—Dios ayuda a los que se ayudan.
Él soltó una carcajada.
—No vas a dejarme ganar, ¿verdad?
—No. Primero permitirás que te dé de comer y después te contaré todo lo que he averiguado mientras dormías.
Kirian observó cómo echaba queso sobre la pasta. Nunca había conocido a una mujer como ella.
Después de que Desiderio se marchó y lo dejó esperando la muerte, había pasado los últimos minutos con los ojos cerrados recordando la imagen de Amanda en su cama. Recordando la sensación de tenerla en sus brazos.
Pensar en ella le había reportado más consuelo del que tenía derecho a pedir.
¿Y si fallo de nuevo y no mato a Desiderio?
La idea lo horrorizaba. Amanda se quedaría sola. Cerró los ojos y la vio en una cama del hospital, como Tabitha. O aún peor.
No. Ella tenía razón. Necesitaba enseñarle unas cuantas cosas para que pudiera defenderse.
Desiderio era demasiado peligroso. Demasiado ladino. Lo que era peor, el cabrón había cumplido su promesa: sabía muy bien dónde dirigir el golpe.
—¿Kirian?
Levantó la vista para mirarla.
Amanda pasó el plato de pasta y la ensalada por delante de él y los dejó sobre la mesa; después, le colocó la mano en la frente.
—No le des más vueltas.
—¿A qué?
—A lo de Desiderio. Estabas tan concentrado que casi podía oír tus pensamientos.
En ese momento, Esmeralda se asomó a la cocina.
—Cara está de parto y tengo que marcharme. ¿Estás segura de que quieres quedarte sola con él?
—Claro que sí, Essie. Vete; fuera de aquí. ¡Largo!
—Está bien, pero te llamo luego.
Amanda le contestó con un gruñido y miró a Kirian.
—¿Has intentando alguna vez vivir con nueve madres?
—La verdad es que no.
En cuanto acabó de comer y llamó a Nick, Amanda lo acompañó al aseo del segundo piso para que se bañara.
Kirian permaneció inmóvil mientras ella le desabrochaba la camisa, se la quitaba y hacía lo propio con los pantalones. Su miembro se endureció con el roce de sus dedos.
—¿Sabes?, hace siglos que no tomo un baño de verdad. Siempre me ducho.
—Bueno, bañarse es mucho más divertido… te lo prometo. —Se puso de puntillas para darle un ligero beso en los labios.
Kirian la dejó hacer mientras ella lo ayudaba a meterse en la bañera. La sensación del agua caliente deslizándose sobre su piel mientras ella echaba jabón en la manopla le resultó maravillosa. Recorrió el mentón de Amanda con un dedo.
Ella se quitó la ropa y se metió en la bañera con él.
Kirian la rodeó con los brazos, pero en cuanto Amanda comenzó a moverse sobre su cuerpo los viejos recuerdos se apoderaron de él.
De repente, volvió a estar en su antiguo hogar y era Zeone la que se apretaba contra él. Era su frío rostro el que veía.
Amanda notó que se quedaba rígido.
—¿Te he hecho daño?
—Deja que me levante —le dijo al tiempo que la apartaba a un lado.
Algo no marchaba bien. Le pasaba algo malo.
—¿Kirian?
Estaba evitando mirarla a los ojos y de pronto recordó lo que D’Alerian le había dicho.
Decidida a librarlo de sus demonios, le cogió el rostro con firmeza y lo obligó a mirarla.
—Kirian, yo no soy Zeone y jamás te traicionaré.
—Déjame…
—¡Mírame! —insistió—. Mírame a los ojos.
Él obedeció.
—Te he preparado la comida y no te he drogado. Jamás te haría daño. Jamás.
Kirian frunció el ceño.
Ella se deslizó hacia su abdomen, frotando su cuerpo contra el de él.
—Ámame, Kirian —lo instó antes de cogerle las manos para colocarlas sobre sus pechos—. Déjame borrar esos recuerdos.
Kirian no sabía si eso era posible, pero al sentir el roce de la piel desnuda y húmeda de Amanda y su cálido aliento contra el cuello, comprendió que no quería apartarla. Había estado mucho tiempo privado del consuelo de una mujer, de la ternura de sus caricias.
Amanda se deslizó sobre él, desvaneciendo sus pensamientos.
—Confía en mí, Kirian —le susurró al oído, justo antes de trazar con la lengua el lóbulo de su oreja.
El fuego se extendió por el cuerpo del hombre.
—Amanda —jadeó.
El nombre salió de sus magullados labios como una súplica de salvación.
Había tratado de liberarse del pasado con todas sus fuerzas, de hacerlo desaparecer, pero no lo había logrado. Estaba allí, bajo la superficie, esperando el momento más inesperado para abalanzarse sobre él.
Pero no en ese instante, con Amanda en sus brazos.
Ella percibió cómo caía el velo que ocultaba sus emociones. Por primera vez, vio en sus ojos el alma de ese hombre que no tenía alma. Y mucho más, vio la pasión y el anhelo. La necesidad que tenía de ella.
Sonriendo, se inclinó para besarlo con mucha ternura, poniendo mucho cuidado de no causarle más dolor.
Para su sorpresa, él profundizó el beso y la rodeó con los brazos. Enterró una mano en su cabello y la sostuvo con tanta fuerza contra su cuerpo que a Amanda le costaba respirar. La lengua de Kirian acariciaba la suya con tal ansia que la hacía arder.
Ella estiró el brazo entre ambos para tomar su verga en la mano y después, muy despacio, comenzó a introducirla en su cuerpo centímetro a centímetro.
Lo montó lenta y suavemente, teniendo en cuenta sus heridas.
Kirian echó la cabeza hacia atrás y contempló la expresión satisfecha de Amanda mientras lo acariciaba con todo su cuerpo. Alargó una mano y la sujetó por la barbilla.
—Eres mucho más de lo que me merezco.
Amanda se apoderó de su boca y lo besó con ferocidad, mordisqueándole los labios. Dios santo, ese hombre sí que sabía besar. Le pasó la lengua por los colmillos mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos. El gemido del hombre reverberó por todo su cuerpo.
Kirian alzó las manos y le sujetó la cabeza para profundizar aún más el beso. Abrumada por todas las emociones que la asaltaban, Amanda tuvo un orgasmo salvaje en sus brazos. Él la besó aún con más pasión.
—Eso es, Amanda —murmuró, cogiéndole un pecho y pellizcándole un pezón con suavidad—. Córrete por los dos.
Ella abrió los ojos y vio el deseo voraz en esos abismos negros.
—Es tan injusto…
Él sonrió.
—No me importa, de verdad. Con estar dentro de ti tengo suficiente.
Sin dejarse engañar, lo ayudó a salir de la bañera y lo secó con una toalla. Lo acompañó hasta la cama de la habitación de invitados y cerró las ventanas, asegurándose de que no quedara ni un resquicio por donde pudiera pasar la luz del sol cuando llegara la mañana.
Lo observó mientras dormía. Su maltrecho cuerpo se curaba a ojos vista.
Si pudiese curar su corazón con la misma facilidad…
¡Maldita fuese su esposa por la crueldad con que lo había tratado!
En ese momento, escuchó que alguien llamaba a la puerta.
Tras echarle un último vistazo a Kirian, salió de la habitación sin hacer ruido y bajó para abrir. Nick estaba en el porche con una maleta pequeña.
—Pensé que necesitaría ropa y otras cuantas cosas.
Amanda sonrió ante la preocupación que demostraba el escudero y lo dejó pasar.
—Gracias. Estoy segura de que Kirian apreciará el gesto.
Nick dejó la maleta junto al sofá.
—¿Dónde está?
—Arriba, durmiendo; o eso espero.
—Escúchame —le dijo él con brusquedad—. Talon va con Tabitha de regreso a casa de tu madre para asegurarse de que llega sana y salva. He puesto a un par de escuderos tras Esmeralda y el resto de tu familia. Ahora que Desiderio da por muerto a Kirian, no hay forma de saber qué va a hacer ni a quién va a atacar. Dile a toda tu familia que mantenga los ojos bien abiertos.
Kirian los escuchaba desde la cama. Percibía el miedo en la voz de Amanda; la ansiedad. Y sabía cuál era el modo de que todos sus temores se desvanecieran.
Si Desiderio se enteraba de que estaba vivo, iría tras él y dejaría en paz a Amanda y a sus hermanas. Él era el objetivo primordial en la lista del daimon. El resto, meros aperitivos.
Muy despacio y con mucho trabajo, salió de la cama y se vistió.