Lo sucedido con Amanda seguía atormentando a Kirian la noche siguiente.
Había estado muy cerca de estropearlo todo. Había estado tan cerca de…
Se obligó a desechar la idea de su mente y siguió paseando sobre los tejados del Barrio Francés. Era casi medianoche. Las ráfagas de aire helado agitaban su abrigo de cuero mientras caminaba por el borde del tejado, con la vista clavada en los callejones adyacentes al edificio.
Solía encaramarse a los lugares más altos, como un gato; de ese modo, nadie advertía su llegada hasta que era demasiado tarde.
Se detuvo al escuchar algo.
—No me hagáis daño.
El viento trajo el débil sonido de aquella voz asustada procedente de unos edificios cercanos al lugar donde se encontraba.
Se deslizó sobre los tejados, más ágil y rápido que un guepardo hasta que encontró a la persona que acababa de hablar. La mayoría de la gente no habría visto más que a un pobre hombre que estaba siendo atracado en un callejón oscuro, pero los cuatro daimons rubios destacaban gracias a la visión de Cazador Oscuro de Kirian.
Arqueó una ceja. Era la misma imagen de siempre. Por alguna razón, a los daimons les gustaba moverse en grupos de cuatro o seis.
Habían acorralado al humano en un rincón, junto a un viejo edificio en ruinas.
Había algo en la víctima que le resultaba extrañamente familiar.
Rodeado por el insoportable hedor de la basura, el hombre trató de ofrecerles su cartera a los daimons.
—Quedaos con ella —les dijo con voz insegura—, pero no me hagáis daño.
El más alto de los daimons soltó una carcajada.
—Vaya, pero si no vamos a hacerte daño, hombrecito… vamos a matarte.
Kirian saltó desde el tejado con los brazos extendidos para guardar el equilibrio. Empujado por el viento, el abrigo flotaba a su alrededor a medida que descendía los tres pisos que le separaban del suelo del callejón.
Aterrizó sin hacer ningún ruido, agazapado tras los daimons.
—¿Habéis oído eso? —preguntó uno de los daimons, mirando a uno y otro lado.
—Lo único que oigo son los latidos de un corazón humano. —Tras esas palabras, el más alto de los daimons agarró al hombre.
—O… —dijo Kirian, que se incorporó muy despacio hasta alcanzar toda su altura. Apartó el abrigo y colocó la mano sobre la empuñadura del srad de Talon— el sonido de cuatro daimons a punto de morir.
Cuando los tipos se apartaron de su víctima, Kirian reconoció al humano. Era Cliff.
El hombre lo reconoció en el mismo instante.
—¿Tú? —rugió—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Malditas sean las Moiras, pensó Kirian. Lo último que deseaba hacer era prestarle ayuda al hombre que había hecho daño a Amanda. Ella le había contado toda la historia, junto con las duras críticas que su ex prometido le había dedicado a la familia Devereaux. Aquel tío no merecía que lo ayudara.
Maldito sea el Código.
Kirian le respondió en voz alta:
—Al parecer, te estoy salvando la vida.
—No necesito tu ayuda.
Los cuatro daimons se dieron la vuelta para mirar a Cliff y estallaron en carcajadas.
—Ya lo has oído, Cazador Oscuro —dijo el jefe del grupo—. No necesita tu ayuda. Así que, venga, ya puedes largarte.
Kirian dejó escapar un lento suspiro, más que tentado por la idea de marcharse.
—Ya, pero ¿sabes una cosa? A veces hay que salvarlos aunque no quieran.
En ese momento, el más alto de los cuatro daimons atacó. Kirian arrojó el srad pero, antes de que pudiera golpear al daimon, Cliff agarró a su atacante y tiró de él hasta hacerlo tambalearse y perder el equilibrio.
—Ahora vas a saber quién es el malo aquí. —Acto seguido, le dio un puñetazo al daimon, que se limitó a permanecer en pie y a reírse de él.
El srad se estrelló contra la pared y se rompió en dos. ¡Estúpido!, pensó Kirian. De no ser por la bravata de Cliff, el daimon ya estaría muerto.
Haciendo un esfuerzo supremo, Kirian corrió para interponerse entre el humano y su asaltante antes de que este atacara. Lo logró a duras penas. Al final, acabó recibiendo una patada que lo envió sobre el blandengue cuerpo de Cliff.
Los dos cayeron al suelo. Aprovechando la inercia de la caída, Kirian rodó sobre sí mismo y se puso en pie en un único y rápido movimiento mientras el ex novio de Amanda forcejeaba para levantarse.
Le costó no poner los ojos en blanco ante la inutilidad del tipo.
—¿Te importaría salir corriendo?
En cuanto consiguió ponerse en pie, Cliff volvió a adoptar una actitud arrogante.
—Soy tan capaz de luchar contra ellos como tú.
El Cazador Oscuro dejó escapar un gruñido de exasperación al escuchar semejante estupidez. En primer lugar, Cliff apenas llegaba al metro ochenta, mientras que los daimons igualaban la altura de Kirian e incluso la superaban. En segundo lugar, el cuerpo del humano era el de un experto del sillonball… muy diferente de la constitución musculosa y letal de los daimons.
Menuda amenaza era Cliff…
Antes de que pudiera moverse, dos de los daimons fueron a por él. Kirian golpeó al primero con la bota y lo convirtió en polvo. El otro lo atacó con una espada.
Kirian saltó y dio una vuelta hacia atrás en el aire para aterrizar sobre la escalera de incendios, justo encima del daimon.
—¡Oye! —exclamó Cliff—. ¿Cómo has hecho eso?
No hubo tiempo de responder, ya que los tres daimons restantes se abalanzaron sobre la escalera, tras él. Kirian volvió a saltar al callejón.
Como era lógico, los daimons lo siguieron.
Kirian se preparó para el ataque. Tan pronto como el jefe se acercó, Cliff llegó corriendo y se colocó a su lado, empuñando un palo de madera. Se dispuso a golpear a los daimons al mismo tiempo que estos se acercaban a Kirian.
Atrapado entre Cliff y los daimons, a Kirian le resultó imposible maniobrar. Como resultado, el humano acabó golpeándole en la cabeza con el palo.
El dolor estalló de repente en el cráneo del Cazador y lo hizo tambalearse hacia atrás.
Sacudió la cabeza para despejarse y se recuperó un instante antes de que dos de los daimons lo agarraran por la cintura y lo enviaran de un golpe al suelo. Tras sujetarle las muñecas, extendieron sus brazos a los lados y lo inmovilizaron. El pánico se adueñó de él al instante, tan pronto como los viejos recuerdos lo asaltaron.
—Hemos encontrado su punto débil —dijo uno de los daimons—. Decidle a Desiderio que con los brazos extendidos pierde la cabeza.
Tal vez lo hubieran descubierto, pero ninguno de ellos iba a vivir lo suficiente para revelarlo.
Con un rugido de furia, Kirian alzó las piernas por encima de la cabeza y dio un salto en el aire para caer en medio de sus captores. Con los colmillos bien visibles, apuñaló a un daimon y luego al otro.
El que quedaba comenzó a alejarse camino de la calle principal. Kirian le lanzó el otro srad a la espalda y el daimon se desintegró.
Cuando se dio la vuelta, vio a Cliff mirándolo con la boca abierta y el rostro ceniciento. Se le pusieron los ojos en blanco y cayó al suelo, desmayado.
Exasperado, Kirian se acercó para comprobar cómo se encontraba. Tenía el pulso acelerado, pero estable.
—¿Qué vería Amanda en ti? —se preguntó mientras cogía el teléfono móvil y llamaba a una ambulancia.
Horas después, una vez que estuvo seguro de que Cliff sobreviviría, Kirian volvió a casa.
Todavía no había localizado a Desiderio. No aparecía por ningún sitio.
Joder.
Se detuvo en la puerta de la cocina y observó a Amanda con curiosidad. Eran casi las cinco de la mañana y según parecía, estaba haciendo sopa y unos sándwiches.
¿Y esto?, pensó.
Se movía por la cocina con la elegancia de una ninfa, totalmente ajena a su presencia. Estaba tarareando una melodía, «En la cueva del rey de la Montaña» de Grieg, si no estaba equivocado. Extraña elección.
No había conocido a una mujer más fascinante en toda su vida. Llevaba un camisón de seda ligeramente transparente, pero que ocultaba por completo sus curvas. El suave color azul le sentaba de maravilla a su piel pálida y al pelo cobrizo.
Su miembro reaccionó al instante al verla y se endureció.
Cuanto más la miraba, más la deseaba.
Amanda sirvió la sopa en dos cuencos y cuando acabó, metió un dedo para comprobar la temperatura.
Eso era más de lo que un inmortal podía soportar.
Kirian se movió como una sombra y se colocó a su espalda para atraparle la mano.
Ella alzó la vista con miedo hasta que se dio cuenta de que era él. Sin dejar de sonreírle, Kirian se llevó su dedo a la boca y lo lamió, saboreando tanto la sopa como la piel de Amanda.
—Delicioso —susurró.
Las mejillas de la joven se sonrojaron.
—Hola, cielo, ¿qué tal te ha ido en el trabajo?
Kirian soltó una carcajada ante semejante imitación de Donna Reed.
—¿Otra vez has estado viendo Nick at Nite?
Amanda se encogió de hombros con timidez.
—Pensé que te gustaría un poco de comida caliente para variar cuando llegaras a casa. Debes de sentirte muy solo cuando llegas a una casa vacía y oscura, sin nadie que te dé la bienvenida.
Más de lo que ella podía imaginarse. Bajó la mirada para contemplar esos labios abiertos que parecían reclamar su atención a gritos. Habían pasado muchos siglos desde la última vez que alguien le dio la bienvenida al volver a casa. Siglos de inenarrable soledad y abandono.
Soledad y abandono que se habían desvanecido en el instante en que despertó en aquella fábrica abandonada y contempló esos enormes, perspicaces y tórridos ojos azules.
A Amanda la pilló completamente desprevenida lo que Kirian hizo a continuación. La besó como un poseso. Indagaba con la lengua en el interior de su boca mientras le recorría la espalda con las manos hasta llegar a su trasero.
A decir verdad, Amanda se había sorprendido a sí misma al permitir a Kirian que se tomara semejantes libertades, pero la verdad es que no le importaba en lo más mínimo. No había creído ser una mujer particularmente atractiva, hasta que lo conoció a él.
Con Kirian parecía no poder saciarse.
Quería estar con él a todas horas; quería abrazarlo, tocarlo… estar a su lado.
Si pudiera, volvería a encadenarse a él con los grilletes para siempre.
Sin interrumpir el beso, Kirian deslizó las manos por debajo del borde del camisón en busca de ese lugar cálido y húmedo que palpitaba de deseo. Amanda gimió cuando la tocó; cuando sus dedos se deslizaron en su interior y comenzaron a atormentarla sin piedad. Dios, qué facilidad tenía ese hombre para ponerla a cien.
—Kirian, la sopa —le dijo sin aliento.
Él se retiró un poco, con la respiración alterada y los labios hinchados por el beso.
—Que espere.
Esa noche lo rodeaba un aura un poco más indómita; algo salvaje y perverso. La llevó hasta la mesa y la tumbó encima.
Con una mirada hambrienta y apasionada, se puso en pie entre sus piernas y la observó.
—Esto sí que es un banquete digno de un rey.
Y, acto seguido, se echó sobre ella. Amanda emitió un jadeo al sentir la violencia de esas manos inquisitivas, que parecían estar en todos los sitios a la vez. Sus caricias la electrizaban. La dejaban saciada y la hacían ansiar mucho más.
Mientras él la besaba de esa forma que la volvía loca, ella estiró un brazo en busca de la cremallera de los pantalones y la bajó para poder tocarlo. Ya estaba duro como una roca y palpitante de deseo; cuando lo cubrió con la mano, Kirian soltó un gemido sobre sus labios.
Su actitud no dejaba de sorprenderla. Un guerrero inmortal que no necesitaba a nadie y que, a pesar de eso, se comportaba con exquisita ternura entre sus brazos. Un hombre que se estremecía cuando ella acariciaba su miembro y lo acunaba con cuidado en la palma.
Kirian no podía pensar cuando ella le ponía las manos encima. Solo podía inhalar su aroma y saborearla.
La deseaba con toda el alma.
Salvaje por el deseo e incapaz de pensar en otra cosa que en lo que estaba sucediendo, Kirian le apartó las manos y se hundió en ella.
Amanda dejó escapar un gemido ante la increíble sensación de tenerlo enterrado hasta el fondo en su cuerpo. Era tan grande y estaba tan duro… que se sentía maravillosamente llena. Le envolvió la cintura con las piernas cuando él comenzó a mover las caderas con embestidas lentas y profundas.
—Dios, sí, así, Kirian —gimió al tiempo que arqueaba la espalda.
Sin dejar de penetrarla una y otra vez, Kirian pasó las manos sobre la diáfana seda que cubría el cuerpo de Amanda hasta llegar a sus pechos.
Se amaron sin prisas. Amanda se retorcía bajo los poderosos envites de Kirian mientras este le mordisqueaba el cuello, arañándola con los colmillos. Al cerrar los ojos, ella volvió a sentir el increíble vínculo que los unía. Eran un solo ser.
En ese instante, Kirian se estremeció y susurró su nombre sobre sus labios, haciéndola temblar de deseo.
Y cuando el mundo se desintegró, Amanda habría jurado que podía ver un millar de colores girando a su alrededor.
Kirian la observó mientras llegaba al orgasmo y sintió cómo los músculos internos de la mujer rodeaban su miembro con más fuerza. Por los dioses, cómo anhelaba satisfacerse, pero no se atrevía. Sentía que sus poderes ya se estaban debilitando y los necesitaba para mantenerla a salvo.
Apretó la mandíbula y salió de ella de mala gana.
Se adecentó la ropa sin decir una sola palabra, aunque por dentro se moría de dolor. Apretó la palma de la mano contra los vaqueros con el fin de aliviar la incomodidad que le producía la presión de la tela sobre la erección.
Resultó inútil.
Amanda sintió pena por él al percibir su incomodidad y la rigidez de sus movimientos. ¿Cómo podía llevarla al orgasmo y no buscar su propia satisfacción? Debía de estar sufriendo una agonía.
Y pese a todo, no dijo una palabra al respecto.
Amanda lloró por dentro mientras comían en silencio. Por su pobre guerrero.
En el fondo de su mente, una vocecilla le decía que sin importar lo mucho que lo quisiera, entre ellos nunca habría lugar para una relación.
Amanda se despertó pasadas las tres de la tarde. Salió de la cama, se dio una ducha y se vistió mientras Kirian seguía durmiendo.
Dios, era tan guapo… Tenía un brazo alzado sobre la cabeza y, en esa posición, se asemejaba más a un niño dormido que a un siniestro guerrero inmortal. Siguiendo un impulso, se inclinó y lo besó en los labios. Él se incorporó y la aferró por el cuello; la apretaba con tanta fuerza que apenas podía respirar.
—¿Kirian? —jadeó al tiempo que forcejeaba para soltarse—. Cariño, me estás ahogando.
Él no le hizo el más mínimo caso. Le costó más de tres minutos librarse de sus manos.
—Muy bien —dijo sin aliento mientras observaba cómo él se daba la vuelta y se quedaba de costado—. Recuérdame que no se me ocurra volver a hacerlo.
Lo tapó con las sábanas y salió de puntillas de la habitación.
Encontró a Nick en el salón de la planta baja; se había calzado unos patines y se deslizaba de un lado a otro de la estancia, sorteando montañas de papeles.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
Él se detuvo y se encogió de hombros.
—Kirian se cabrea si uso el monopatín dentro de la casa.
Amanda soltó una carcajada.
—Vale; aunque supongo que tampoco le harán mucha gracia los patines.
—Es muy probable que no, pero joder, este lugar es enorme y necesito poder desplazarme del sitio A al sitio B sin que me acaben temblando las piernas.
Ella se echó a reír de nuevo. El humor del escudero era contagioso, una vez que te acostumbrabas a él.
Nick describió una pequeña circunferencia y entró patinando en la cocina. Antes de que ella pudiese llegar a mitad de la sala, el joven regresó con un vaso de zumo de naranja para ella.
—Gracias —le dijo mientras lo cogía—. ¿Qué se sabe de Rosa?
—Miguel dice que está mejor. Cuando llamé se había despertado y estaba viendo La ruleta de la fortuna.
—Estupendo.
—Sí, Kirian se alegrará mucho.
De súbito, se escuchó tras ella un estruendo horrible. Aterrorizada por la idea de que fuese Desiderio irrumpiendo de forma repentina, se dio la vuelta y vio en el suelo un enorme montón de oro y diamantes; exactamente en el mismo lugar en el que hasta entonces se encontraba una mesita del siglo XII tallada a mano.
—¡Mierda! —exclamó el escudero con una mirada de fastidio—. A Kirian le encantaba esa mesa. Ahora sí que va a cabrearse.
—¿Qué es eso? —preguntó Amanda, que se acercó para ver mejor lo que bien podría haber sido el rescate de un rey en lingotes de oro y diamantes.
Nick suspiró.
—Día de cobro.
—¿Cómo dices?
El escudero se encogió de hombros.
—Artemisa no acaba de entender que es más sencillo hacer una transferencia bancaria a las cuentas de sus Cazadores Oscuros. Así pues, una vez al mes nos encontramos una montaña de oro y diamantes donde menos lo esperamos. En una ocasión, todo cayó a la piscina. Imagínate la putada.
—No te lo tomes a broma —contestó Amanda, maravillada por la cantidad—. Alguien podría acabar herido.
—Eso es cierto. El tercer escudero de Kirian murió así.
Amanda se dio la vuelta para mirarlo a la cara y se dio cuenta al instante de que Nick no estaba bromeando.
—¿Y qué hacéis con todo eso? —preguntó.
Él sonrió.
—Ejerzo de San Nick. Hay un escudero en la ciudad que se encarga de hacerlo efectivo. Desde allí, la mayoría del dinero se destina a obras de caridad. El dos por ciento va a una fundación que se dedica a cuidar de las familias de los escuderos que murieron cumpliendo con su deber y a los escuderos que se han retirado; otro dos por ciento se destina a una empresa de investigación, encargada de hacer juguetitos electrónicos para los Cazadores Oscuros.
—¿Con cuánto se queda Kirian?
—Con nada. Vive de los intereses del dinero que tenía cuando era humano.
—¿En serio?
Nick le contestó con un gesto afirmativo de la cabeza.
¡Guau! Debía de haber estado forrado en aquella época.
—Vale, ¿puedo hacerte una pregunta de lo más impertinente?
Nick sonrió.
—¿Quieres saber cuánto gano?
—Sí.
—Lo suficiente para hacer de mí un hombre muy feliz.
En ese momento sonó el teléfono.
El escudero se alejó patinando mientras Amanda se tomaba el zumo y leía el periódico sentada en el sofá. Cuando acabó, dejó el vaso en la mesita de café… o ataúd.
Unos minutos después, Nick volvió con muchas prisas; tenía una expresión ceñuda y ni siquiera le habló mientras se acercaba al armario situado en la pared del fondo. Abrió la puerta para dejar al descubierto un impresionante arsenal de armas.
Amanda sintió que el terror se apoderaba de ella.
—¿Qué ocurre? ¿Quién ha llamado?
—Aquerón, para avisar de que estamos en alerta roja.
Amanda frunció el ceño. A juzgar por los movimientos frenéticos del escudero, algo debía de ir muy mal.
—¿Y eso qué significa?
La expresión de Nick le puso la piel de gallina.
—¿Conoces el dicho «El infierno acaba de desatarse»?
—Sí.
—Se inventó para designar una situación de alerta máxima. Por alguna razón, hay una alta concentración de daimons saliendo de sus madrigueras en esta zona, y cuando eso ocurre, los daimons recuperan todas sus fuerzas y se alimentan tanto si lo necesitan como si no. Lo único peor que una alerta roja es un eclipse solar. Las cosas se van a poner muy feas esta noche.
A las siete en punto, Amanda pudo comprobar de primera mano que Nick no mentía. Estaba limpiando los restos del «desayuno» de Kirian mientras Nick le hacía un breve resumen de la conversación que había mantenido con Aquerón.
Kirian había cogido el doble de armas que de costumbre e iba caminando hacia la puerta cuando sonó el teléfono. Amanda contestó.
—¿Mamá? —preguntó al reconocer la voz llorosa. El corazón dejó de latirle un instante—. ¿Qué pasa?
Kirian se detuvo junto a la entrada y, sin perder un minuto, se apresuró a regresar a su lado.
—Mandy —continuó la señora Devereaux entre sollozos—. Se trata de Tabby…
Amanda no quiso escuchar nada más. A punto de ahogarse por las lágrimas, dejó caer el teléfono al suelo. Solo era consciente de los brazos de Kirian a su alrededor, sosteniéndola, y de que Nick hablaba con su madre.
Kirian comenzó a verlo todo rojo al escuchar las palabras histéricas de la señora Devereaux mientras le explicaba a Nick lo sucedido y al sentir a Amanda temblando entre sus brazos. Sus lágrimas le estaban mojando la camiseta y en ese momento juró que mataría a Desiderio por haber provocado esta situación.
—No pasa nada —le susurró al oído—. Solo está herida.
Ella se echó hacia atrás y lo miró a los ojos.
—¿Qué?
Kirian le limpió las lágrimas con la mano.
—No la ha matado, cariño. —Aunque su estado era grave, según había dicho su madre, Tabitha sobreviviría.
Desiderio, por el contrario, no.
—Tabitha está en el hospital —dijo Nick después de colgar el teléfono—. Por suerte, solo había dos daimons y su grupo fue capaz de acabar con ellos. —Miró a Kirian—. ¿Sabes? Me da la sensación de que Desi solo estaba jugando con ella, lo justo para cabrearte y hacer que pierdas la cabeza en una pelea. No hay otra explicación posible. Si no, no habría enviado solo a dos de sus amiguitos.
—¡Cierra la boca, Nick! —le gritó Kirian. Lo último que quería era que Amanda se preocupara aún más. La besó con suavidad en los labios—. Nick te llevará al hospital.
Cogió el teléfono móvil y llamó a Talon, que ya estaba de camino. Le dijo al celta que se pasara por su casa para proteger a Amanda en caso de que Desiderio estuviera esperándolos en el hospital.
—Kirian —lo increpó Amanda cuando acabó de hablar—, no quiero que salgas esta noche. Tengo un mal presentimiento.
Y él también.
—Tengo que irme.
—Por favor, escúchame…
—Tranquila… —murmuró al tiempo que le colocaba un dedo sobre los labios—. Este es mi trabajo, Amanda. Esto es lo que soy.
No tardó mucho en dejarla en el coche de Nick, seguidos muy de cerca por Talon en la Harley. En cuanto se alejaron, se encaminó al centro de la ciudad para encontrar a ese cerdo chupasangre y devoraalmas y hacer lo que debía haber hecho la noche que se conocieron.
Las horas fueron pasando mientras recorría el Barrio Francés en busca de Desiderio. Los daimons recuperarían fuerzas esa noche y sabía que tarde o temprano harían su aparición en busca de sangre. Y Desiderio, igual que sus congéneres, prefería salir de caza en el Barrio Francés, donde resultaba muy fácil encontrar a turistas descuidados y a menudo borrachos.
Sin embargo, de momento no había ni rastro de ellos.
—Oye, nene —dijo una prostituta cuando Kirian pasó a su lado—. ¿Quieres compañía?
Kirian se giró para mirarla, sacó todo el dinero que tenía en la cartera, unos quinientos dólares, y se los ofreció.
—¿Por qué no te tomas la noche libre y te vas a cenar a un buen restaurante?
Con expresión atónita, la chica cogió el dinero y salió pitando.
Kirian suspiró cuando la vio escabullirse entre la multitud. Pobre mujer. Ojalá le diera buen uso al dinero. De cualquier forma, estaba claro que a ella le hacía mucha más falta que a él.
En ese momento vio un destello metálico por el rabillo del ojo. Al girar la cabeza distinguió a dos muchachos entre la multitud. Definitivamente, eran humanos.
Al principio, su apariencia le recordó a la de los chicos de la pandilla callejera a la que Nick había pertenecido en su día: tipos duros con chaquetas negras. Hasta que se dio cuenta de que lo estaban observando.
Como si supieran lo que él era en realidad.
Con todos los instintos en estado de alerta, Kirian les devolvió la mirada. El más alto de los dos, que aparentaba tener poco más de veinte años, arrojó el cigarro al suelo, lo pisó y cruzó la calle sin quitarle los ojos de encima.
Al tiempo que se acercaba, estudió a Kirian de arriba abajo con total frialdad.
—¿Eres el Cazador Oscuro?
Kirian alzó una ceja.
—¿Eres el chico de los recados?
—No me gusta tu tono de voz.
—Y a mí no me gustas tú. Ahora que hemos acabado con las presentaciones y nos hemos declarado nuestro mutuo desagrado, ¿por qué no me llevas hasta el tipo que sujeta tu correa?
El chico lo miró con los ojos entrecerrados.
—Sí, claro, ¿por qué no?
Era una trampa. Kirian lo sabía. Que así fuera. Estaba deseando enfrentarse a Desiderio. Estaba más que preparado.
Los siguió de buena gana.
Lo condujeron a través de varios callejones traseros hasta llegar a un pequeño patio rodeado por una verja. La maleza oscurecía la mayor parte de los muros y los altos arbustos bloqueaban la luz de las farolas de la zona.
Kirian no conocía el lugar. Aunque tampoco importaba mucho.
Al rodear un seto muy alto, vio a Desiderio a la espera. Con una sonrisa diabólica, el daimon sostenía entre los brazos a una aterrorizada embarazada y la amenazaba con un cuchillo sobre la garganta.
—Bienvenido, Cazador Oscuro —lo saludó mientras acariciaba con la mano libre el abultado vientre de la mujer—. ¿Sabes lo que he tenido la fortuna de encontrar? Dos vidas por el precio de una. —Agachó la cabeza y frotó la nariz contra el cuello de la embarazada—. Mmm… se huele el poder…
—Por favor —suplicó la mujer, histérica—. Por favor, ayúdeme. No deje que haga daño a mi bebé.
Kirian respiró hondo mientras luchaba contra la furia de su interior, que le exigía derramar la sangre de Desiderio y sentirla correr entre los dedos.
—Déjame adivinar… ¿su vida a cambio de la mía?
—Exacto.
Con la intención de poner nervioso a su oponente, Kirian dejó escapar un suspiro de cansancio mientras examinaba a los seis daimons y a los dos delincuentes humanos que lo rodeaban. De no ser por la mujer, podría encargarse de todos ellos sin problemas, pero no le cabía la más mínima duda de que el más leve movimiento por su parte haría que Desiderio le cortara la garganta a la chica. De hecho, había pocas cosas que los daimons valoraran más que el alma de una embarazada.
—¿No podías haber planeado algo un poco más original que esto? —se burló Kirian, a sabiendas de que Desiderio era lo bastante pomposo como para sentirse insultado—. La verdad, deberías esforzarte un poco. Se supone que tienes una mente privilegiada y ¿esto es todo lo que se te ocurre?
—Bueno, ya que no te veo muy impresionado, permíteme acabar con ella. —Y dicho esto, apretó el cuchillo contra la garganta de la mujer.
La chica gritó.
—¡Espera! —exclamó Kirian antes de que Desiderio le hiciera un corte—. Sabes que no puedo permitir que le hagas daño.
El daimon sonrió.
—En ese caso, tira los srads y acércate a la valla.
¿Cómo sabe lo de los srads?, pensó Kirian.
—Vale —respondió muy despacio—. Y, ¿por qué tengo que hacerlo?
—¡Porque lo digo yo!
Mientras trataba de imaginar qué estaba tramando el daimon, Kirian se sacó las armas de Talon del abrigo y se acercó con lentitud a la valla. Una vez estuvo delante de ella, los dos humanos le sujetaron las muñecas y comenzaron a enrollarle unas cuerdas alrededor.
De pronto, sintió que tiraban de él hacia atrás, con los brazos extendidos a los lados para atarlo contra la cerca. Luchó como si fuera un salvaje. Con el corazón desbocado, tiró de las cuerdas que lo mantenían sujeto. La mente fría y racional propia de un Cazador Oscuro lo abandonó, dejándolo al borde del pánico. Luchó contra las cuerdas como un animal atrapado en un cepo.
Tenía que salir de allí. No iba a permitir que lo ataran para dejarlo indefenso. Así no. Nunca más.
Los continuos tirones le estaban desgarrando la piel de las muñecas, pero no le importaba. Estaba concentrado en recuperar la libertad.
—Ya te dije que conocía tu debilidad —le dijo Desiderio—. Además de saber con total certeza que jamás permitirías que hiciese daño a una embarazada. —Se inclinó y besó a la chica en la mejilla—. Melissa, sé una buena chica y agradécele al Cazador Oscuro su sacrificio.
Kirian se quedó petrificado cuando la mujer se apartó de Desiderio y se acercó al mayor de los humanos.
Había formado parte del engaño todo el tiempo.
Hijo de puta, ¿cuándo iba a aprender la lección?
—¿Listo para morir? —le preguntó Desiderio.
Kirian le enseñó los colmillos.
—Yo no sería tan arrogante. Aún no me has matado.
—Eso es cierto, pero la noche es joven, ¿no te parece? Tengo mucho tiempo para jugar con el chico de los recados de Artemisa.
Kirian agarró las cuerdas y tiró de ellas con todas sus fuerzas, asaltado por una nueva oleada de pánico. Tenía que calmarse. Lo sabía. No obstante, el recuerdo de las torturas a las que se vio sometido a manos de los romanos lo atormentaba.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el daimon al tiempo que se acercaba a él—. Estás un poco pálido, comandante. ¿Acaso estás recordando la humillación de tu derrota? ¿O las manos de los soldados romanos mientras te preparaban?
—¡Vete a la mierda! —Kirian liberó la hoja retráctil de su bota con un dedo del pie y atacó a Desiderio.
De un salto, el daimon se puso fuera de su alcance.
—Vaya, había olvidado esas botas. En cuanto acabe contigo, el siguiente Cazador Oscuro de mi lista será el bueno de Kell. Una vez que me libre del viejo, ¿qué será de todos vosotros sin vuestro experto en armas? —Inclinó la cabeza hacia la chica—. Melissa, pórtate como una buena chica y quítale las botas al comandante.
Kirian apretó los dientes al ver cómo la mujer se acercaba. El Código le permitía protegerse de los humanos que quisieran hacerle daño, pero se sentía incapaz de atacar a una mujer, y mucho menos si estaba embarazada. No era más que una niña, aunque ella quisiera aparentar otra cosa.
—¿Qué estás haciendo con esta gente? —le preguntó a la chica mientras le quitaba las botas.
—Cuando nazca mi bebé, él me hará inmortal.
—No puede hacerlo. No tiene ese poder.
—Estás mintiendo. Todo el mundo sabe que los vampiros pueden quitarte la vida o hacer que vivas eternamente. Quiero ser uno de los vuestros.
De modo que así era como Desiderio conseguía a sus secuaces humanos.
—No podrás ser uno de nosotros jamás. Te matará cuando todo esto acabe.
La chica se rió de él.
Desiderio chasqueó la lengua.
—Eres capaz de seguir protegiéndola aun cuando te está preparando para que seas sacrificado. Qué enternecedor. Dime, ¿también fuiste tan considerado con tus hermanos romanos?
Kirian trató de abalanzarse contra Desiderio.
En ese momento, un daimon surgió de entre las sombras con una enorme maza en las manos. Kirian se quedó paralizado al reconocer el instrumento. Hacía dos mil años que no veía una igual.
—Sí —le dijo Desiderio, que se acercó un poco más—. Sabes lo que es, ¿verdad? Dime, ¿recuerdas el dolor que sentiste cuando Valerio la usó para romperte las piernas? —El daimon ladeó la cabeza—. ¿No lo recuerdas? Permíteme que te refresque la memoria.
Kirian apretó los dientes cuando Desiderio le golpeó la rodilla izquierda con la maza, destrozándole la articulación al instante. Solo cuando la rodilla derecha recibió el mismo tratamiento, el daimon se atrevió a plantarse delante de él.
Kirian se mantuvo en pie aferrándose con las manos a los barrotes. Trató de descargar algo de peso en sus piernas, pero el dolor hizo que resultara imposible.
Desiderio le sonrió mientras le devolvía la maza al otro daimon. A continuación, sacó algo del bolsillo.
La furia se apoderó de Kirian cuando reconoció los antiguos clavos romanos que habían utilizado para crucificarlo.
—Dime, Cazador Oscuro —le dijo Desiderio sin dejar de sonreír—, ¿quieres que te ayude a pasar en pie el resto de la noche?