Kirian despertó en el momento en que se abrió la puerta de su habitación.
Adormilado, notó cómo Rosa entraba en el dormitorio y se preguntó por qué lo molestaría. Nunca lo había hecho con anterioridad.
Se dio la vuelta hasta quedar de espaldas sobre el colchón.
—¿Qué pas…?
Su voz se desvaneció al tiempo que una red ligera y brillante caía sobre él y lo inmovilizaba sobre la cama. La furia lo dejó petrificado. No podía soportar que lo mantuvieran sujeto, sobre todo si estaba tumbado de espaldas. La sed de sangre hizo erupción en su interior en medio de un pánico asesino.
Hasta que vio a Rosa.
La mujer estaba junto a la cama, con la frente cubierta de sudor mientras lo miraba con los ojos vacíos e inexpresivos. Murmuraba la misma letanía en español una y otra vez:
—Tienes que matarlo, tienes que matarlo.
Alzó el cuchillo que llevaba en la mano.
—Rosa —dijo Kirian con toda la tranquilidad de la que fue capaz—. Baja el cuchillo.
—Tienes que matarlo…
La anciana dio un paso más en dirección a la cama.
—Rosa, no lo hagas. Deja que me levante, por favor.
La mujer temblaba tanto que Kirian temía que sufriera un infarto en cualquier momento. Ese frágil cuerpo no podría soportar semejante tensión.
—Desiderio dice que eres malo, m’ijo. Debes morir.
Kirian intentó pensar en algún modo de penetrar en la confusa mente de Rosa para traerla de vuelta a la realidad.
—Rosa, tú me conoces y sabes que eso no es cierto.
La anciana alzó el cuchillo aún más.
Totalmente indefenso bajo la red, Kirian clavó los ojos en la brillante hoja metálica a la espera de que se hundiera en él. Quería suplicar a Rosa que se detuviera, gritarle hasta que lo escuchara de una vez, pero no se atrevía por temor a lo que le pudiera suceder. Rosa estaba sometida a una enorme presión y no quería empeorar la situación. Moriría antes de hacerle daño a la anciana.
Fue entonces cuando sonó su móvil.
—Lo sé, Desiderio —susurró ella en español—. Lo sé. Debe morir. —La mujer le colocó una mano sobre el pecho, como si quisiera mantenerlo quieto. No había ninguna necesidad; la red lo había inmovilizado por completo—. Tengo que descuartizarlo.
Kirian tensó la espalda en el instante en que el cuchillo descendió.
Se clavó en el colchón, a escasos centímetros de él.
—M’ijo —susurró Rosa.
Sus ojos volvieron a la vida un segundo antes de quedarse en blanco y cerrarse.
La anciana se desplomó en el suelo.
Preocupado ante la posibilidad de que estuviera herida y aterrorizado por su propia vulnerabilidad, Kirian forcejeó para librarse de la red, pero fue inútil. Se trataba de una de las redes de Artemisa, y ninguna presa escapaba una vez capturada bajo ellas.
¡Por todos lo dioses! ¿Cómo había llegado a manos de Rosa semejante arma? Ni siquiera Desiderio debería haber tenido acceso a ella. Tan solo un dios o un semidiós podían reclamar el uso de un arma inmortal y sacarla del lugar donde se custodiaba. Y Artemisa en particular se encargaba de que sus armas estuvieran a buen recaudo.
¿Y cómo era posible que el daimon hubiera controlado la mente de Rosa desde una madriguera? Ninguno de ellos era tan poderoso.
¿Qué coño estaba pasando?
Aunque sabía que era inútil, siguió forcejeando con el fin de liberarse de su confinamiento. Con cada minuto que pasaba, los recuerdos afloraban a su mente.
«¿Qué se siente, comandante?» La voz de Valerio se burlaba de él desde el pasado. «Estás totalmente sometido a mi voluntad. Indefenso.» Todavía podía ver con nitidez la sonrisa malévola del romano y sentir la agonía de la tortura. «Voy a disfrutar viendo cómo te retuerces de dolor y me pides clemencia.»
La realidad comenzó a difuminarse para Kirian. Luchó para respirar con normalidad. No volverían a atraparlo. No de esa manera.
Comenzó a luchar como un poseso para librarse de la red, utilizando para ello toda la fuerza de la que era capaz.
Una hora después del anochecer, Nick entró en la casa seguido de Amanda y Talon.
—¿Rosa? —gritó mientras atravesaba a la carrera la cocina y el salón, de camino a la escalera—. ¿Kirian?
Nadie respondió. El extraño silencio resonaba en los oídos de Amanda mientras seguía al escudero hasta la habitación de Kirian. Nick abrió las puertas con tanto ímpetu que las cortinas que rodeaban la cama se agitaron.
La habitación estaba vacía.
Amanda vaciló en la puerta mientras echaba un vistazo a su alrededor. No había nada fuera de lo normal, excepto las sábanas.
Sin embargo…
Percibía que algo iba mal. Los poderes que tanto tiempo había mantenido aletargados comenzaron a agitarse en su interior y le permitieron conectar con Kirian sin esfuerzo. Sintió su preocupación. Su ira.
Talon se acercó a la cama y lanzó una maldición al ver una brillante red plateada.
—Esto es increíble —masculló al tiempo que arrugaba la malla hasta reducirla a una bola que cabía perfectamente en un puño.
—¿Qué es eso? —preguntó Amanda.
—Un diktion. Una de las redes de Artemisa.
Amanda no tenía ni idea de qué era eso pero a juzgar por la expresión del celta, no era nada bueno. Como tampoco lo era que estuviese en la cama de Kirian cuando él no aparecía por ningún lado. Una oleada de pánico, más fuerte que la anterior, comenzó a apoderarse de ella.
—¿Y qué hace en la cama de Kirian?
—No lo sé; pero si él estaba debajo, me temo que quienquiera que lo atrapara se lo ha llevado. —Talon se inclinó y recogió un cuchillo del suelo.
Amanda sintió que el pánico aumentaba; en contra de su voluntad, sus poderes se despertaron por completo con el fin de localizar a Kirian. Detestaba permitir que sus habilidades psíquicas tomaran el control de su mente, pero necesitaba saber si él se encontraba bien. Necesitaba saber algo, cualquier cosa.
Cerró los ojos y lo vio en una estancia de aspecto aséptico. Estaba preocupado, pero no se detectaba ninguna amenaza a su alrededor.
—Llámalo al móvil —le dijo a Talon.
Él la miró con una expresión que decía a las claras: «¿Otra vez?».
—Ya lo he hecho una docena de veces.
—Pues que sean doce más una.
Por el semblante de Talon, Amanda supo que no le gustaba ni un pelo ese tono tan autoritario.
—Vale —concedió el Cazador de mala gana—. Qué coño, en ocasiones hasta las cosas más inútiles tienen un propósito en la vida. —Sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y marcó.
—No hay indicios de lucha —dijo Nick, que estaba echando un vistazo por la habitación.
—Kirian —espetó el celta, mirando a Amanda de forma extraña—. ¿Dónde coño estás?
Con el corazón desbocado al comprender que sus poderes no la habían engañado, se acercó a Talon.
—No te muevas hasta que lleguemos. —Talon colgó y miró a Nick—. Está en el hospital. Rosa ha sufrido un infarto.
—¡Dios mío! —jadeó Nick—. ¿Cómo se encuentra?
—No me ha dicho nada más porque no está permitido utilizar el móvil allí dentro. Dice que nos lo contará todo cuando lleguemos.
Kirian se paseaba nervioso por la habitación. La ira y el miedo luchaban en su interior. Quería la cabeza de Desiderio por aquello. De un modo u otro, iba a hacer que el daimon pagara por todo.
—Por favor, que no le pase nada a Rosa —murmuró por enésima vez.
—¿Kirian?
Se dio la vuelta al reconocer la voz de Amanda y se sintió extrañamente feliz y aliviado cuando la vio acercarse.
Antes de ser consciente de lo que hacía, tiró de ella para abrazarla con tanta fuerza que ella protestó. Sin embargo, Kirian no pudo evitarlo. El alivio que había sentido al verla sana y salva era demasiado intenso. Ahora que sabía lo fácil que le resultaba a Desiderio penetrar en cualquier casa, Amanda no estaba segura en ningún sitio.
El daimon podía llegar hasta ella en cualquier parte. Podía usar a cualquier persona para matarla.
La idea lo aterrorizaba y en algún lugar del fondo de su mente escuchaba una vocecilla que le decía que Desiderio también podía usarla contra él.
Si le daban la oportunidad.
Le tomó el rostro entre las manos y la besó con ansia. Iba a matar a ese daimon. En cuanto Desiderio saliera de su madriguera, acabaría con él. Y por primera vez en toda su vida, disfrutaría arrebatando la vida a alguien.
Al levantar la cabeza vio la censura en los ojos de Talon. Sabía con exactitud lo que pasaba por la mente del celta en esos momentos. Los Cazadores Oscuros tenían prohibido comprometerse en una relación sentimental. Era la primera norma del Código, así como la más necesaria. No se podía pensar con claridad cuando el corazón estaba involucrado. Y Kirian lo sabía mejor que nadie.
A pesar de todo, esa norma no cambiaba lo que sentía por Amanda.
—Necesito que la protejas —le dijo al celta.
Talon lo miró con los ojos entrecerrados.
—Dime qué ha sucedido.
—Desiderio utilizó a Rosa para atraparme. La controló por completo. Si ha podido lograrlo con ella, puede hacerlo con cualquiera.
Talon dejó escapar un pequeño silbido.
—Y tú me preguntas que por qué vivo solo…
Kirian pasó por alto la advertencia que yacía tras las palabras de su amigo, así como la elocuente mirada que le lanzó a la mujer que estrechaba entre sus brazos.
Kirian miró a Amanda a los ojos y comenzó a acariciarle la mejilla con el pulgar.
—Amanda, necesito que hables con tu hermana. Dile que tenga mucho cuidado y que no se quede sola. Que una de tus hermanas prepare un hechizo de protección o algo por el estilo para que Desiderio no llegue hasta ella. No tenemos ni idea de los poderes que podría poseer.
Percibía la preocupación y el miedo de Amanda. La fuerza con la que su corazón latía.
—Supongo que no nos enfrentamos a un daimon corriente, ¿verdad? —le preguntó ella.
—No. Jamás nos habíamos encontrado con algo así. —Volvió a mirar a Talon—. He hablado con D’Alerian y me ha dicho que Desiderio se introduce en el subconsciente de los humanos con el fin de debilitar cualquier tipo de resistencia a sus poderes. La ayuda de D’Alerian debería ser suficiente, pero no nos garantiza protección absoluta. Llama a Aquerón y dile que creo que tenemos a un dios granuja suelto por ahí. Alguno de ellos tiene que estar ayudando a Desiderio; no hay otra explicación. Y nos resultaría de gran ayuda si supiéramos quién es y por qué.
Talon asintió con la cabeza.
—¿Qué vas a hacer?
—Todo lo que pueda para poner fin a esto hoy mismo. Si consigo encontrar su madriguera, voy a entrar.
Talon le lanzó una mirada desagradable.
—Kirian, no eres un Cazador Arcadio ni un Katagario. Si entras, no serás capaz de regresar. Morirás en el intento o, aún peor, quedarás atrapado para siempre entre dos dimensiones. Déjame llamar a Kattalakis…
—Ya te he dicho que no podemos poner a un Cazador Katagario cerca de este tío. Ahora estoy más convencido que nunca. Que Zeus nos ayude a todos si Desiderio consigue una de sus almas. No podemos asumir ese riesgo. —Miró a Amanda de soslayo y captó la preocupación que se reflejaba en su rostro. La protegería de cualquier cosa—. Segunda regla del Código: «Haz lo que tengas que hacer». Si muero, tú eres el siguiente. Y si llegamos a ese punto, no falles.
El celta asintió mientras Amanda agarraba a Kirian del brazo.
—Kirian —susurró—. No quiero que salgas solo.
—Lo sé, Amanda. Pero a causa de sus poderes, Desiderio es demasiado peligroso como para dejar que campe a sus anchas. Ha estado a punto de matar a Rosa. —No quiso mencionar que también había estado a punto de matarlo a él. Ninguno de ellos necesitaba saberlo.
Gracias a los dioses que D’Alerian había sentido la confusión del subconsciente de Rosa y había llegado justo a tiempo. De no haber sido por la intervención del Cazador Onírico, aún estaría atrapado en la cama.
Y estar atrapado en la cama sin Amanda no era algo que le apeteciera demasiado.
—Nick —dijo mientras apartaba los ojos de Amanda para mirar a su escudero—. Llámame en cuanto el médico te diga algo.
Cuando se giró para marcharse, Amanda lo detuvo.
Antes de darse cuenta de sus intenciones, tiró de él hasta que sus labios quedaron a la misma altura y lo besó apasionadamente. Le abrió la boca con los labios para poder alcanzar su lengua. Kirian sentía sus manos aferrando las solapas del abrigo. Percibía la preocupación que sentía por él y eso inundó de puro gozo su malherido corazón.
—Ten cuidado —le dijo ella con severidad.
Él le acarició la barbilla con ternura.
—Lo tendré.
Amanda lo vio marcharse con una horrible sensación en el estómago.
—Talon, ¿estás seguro de que no puedes ayudarlo?
—Créeme, odio esa regla de «nada de ayuda» tanto como tú. Pero si trato de echarle una mano, solo conseguiré debilitar sus poderes.
Nick le ofreció el teléfono móvil.
—Llama a Tabitha y avísale.
Al marcar el primer número, la asaltó otra duda.
—¿Quién es el tal D’Alerian y cómo puede proteger nuestro subconsciente?
—Es uno de los Cazadores Oníricos de los que te hablamos —le contestó Talon.
Ella frunció el ceño.
—¿Podéis elegir a qué categoría queréis pertenecer?
Talon negó con la cabeza.
—Los Cazadores Oníricos pertenecen a una raza diferente. Son hijos de los dioses; no tienen nada que ver con los humanos.
—¿Y los Cazadores Arcadios… de dónde vienen?
—Son unos seres mitad humanos, mitad apolitas. Hay Cazadores Arcadios y Cazadores Katagarios. Algunos de ellos utilizan sus poderes para fines no demasiado altruistas.
Amanda intentó tragarse el miedo que le obstruía la garganta en esos momentos. Aquello no sonaba nada bien.
—Pensaba que eran de los buenos.
—Algunos lo son, pero otros son asesinos.
—Con los poderes de un hechicero que puede viajar en el tiempo y en el espacio —concluyó ella, sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago.
—Y en ocasiones, también pueden introducirse en los sueños —añadió Nick.
Amanda dejó escapar una risa nerviosa.
—¿Sabéis una cosa? Era mucho más feliz cuando no sabía nada de todo esto.
—Esa es la razón de que hagamos todo lo posible para que nada de esto salga a la luz —le dijo Talon—. Créeme, los humanos no volveríais a dormir por las noches si supierais lo que os acecha en la oscuridad.
Amanda le dio la razón con un ligero movimiento de cabeza mientras pensaba si sería capaz de volver a dormir algún día.
Aterrorizada, acabó de marcar el número de Tabitha. Ahora que sabía con qué se estaban enfrentando necesitaba que su hermana se cuidara del «Malvado Señor de los Daimons» y vigilara al Cazador Oscuro que se había convertido en su única esperanza.
Kirian se pasó toda la noche rastreando las calles de Nueva Orleans sin encontrar nada. Desiderio aún estaba en su madriguera y no había ni rastro de él ni de ningún otro daimon en las cercanías. Tal vez porque aún no había recuperado del todo sus poderes o porque, de algún modo, el daimon era capaz de ocultar su presencia. Fuera lo que fuese, Kirian no encontró ni rastro de él. Ni siquiera con la ayuda del rastreador electrónico.
Menuda suerte la suya.
Jamás se había sentido tan inseguro desde que se había convertido en Cazador Oscuro.
Y no le gustaba en absoluto esa sensación, cuando la vida de Amanda dependía de que él encontrara a su enemigo y le parara los pies.
Asqueado y exhausto, regresó a casa. Todo estaba oscuro y silencioso. Amanda se encontraba en la planta superior. Sentía su presencia como si fuera una caricia y lo reconfortaba de un modo que no se atrevía a analizar en profundidad.
El simple hecho de saber que estaba allí…
La felicidad lo invadió.
Sin embargo, no fue a buscarla. Tenía demasiadas cosas en mente. Asuntos sobre los que necesitaba meditar. Incógnitas que resolver.
Entró en la sala de billar y cogió el guante y la pelota de béisbol. Acto seguido, salió al atrio para hacer unos lanzamientos. Se concentró en la pelota y dejó que su mente vagara a través del doloroso pasado y de las dudas que aún lo asaltaban.
¿Por qué su esposa fue incapaz de amarlo?
Desde el día en que Zeone lo traicionó, había desconfiado de todo aquel que se acercaba a él. Se había entregado en cuerpo y alma a su esposa, pero aun así no había sido suficiente. Si no había sido capaz de ganarse el amor de su mujer, no podría ganar el de nadie más. Lo tenía muy claro.
A lo largo de los siglos, Kirian se había convencido de que ese hecho no tenía ninguna importancia. De que no necesitaba a nadie.
Hasta que apareció Amanda. La joven había resquebrajado sus defensas y ahora se sentía desnudo frente a ella.
Sin la ayuda de nadie, se había abierto camino hasta su corazón y lo había conmovido hasta lo más hondo. La deseaba. Mente. Cuerpo. Alma. No había una parte de ella que no quisiera reclamar.
Un movimiento a su izquierda llamó su atención.
Giró la cabeza y vio cómo Amanda entraba al atrio vestida con un chándal. Kirian no podía creer lo sexy que la encontraba con la ropa deportiva. Llevaba el pelo recogido en dos trenzas que le caían a ambos lados del rostro. Había algo inocente, casi infantil, en la ropa que llevaba puesta, pero no había nada que recordara a una niña en la mujer que se aproximaba a él en esos momentos.
Y esa mujer lo hacía estremecerse hasta los cimientos.
—¿Hace mucho que has vuelto? —le preguntó.
Estaba a punto de contestar la pregunta cuando ella se acercó y le dio un beso en la mejilla, lo que provocó que una extraña sensación se adueñase de él. Todos sus gestos denotaban un afecto genuino.
—¿Qué haces levantada? —le preguntó él a su vez—. Son más de la cuatro de la madrugada.
—No podía dormir —contestó mientras caminaba hacia el otro extremo del atrio.
Cuando se dio la vuelta y quedó frente a él, Kirian se dio cuenta de que llevaba el guante de Nick. Como si se tratara de una jugadora profesional, Amanda alzó la mano enfundada en el guante para indicar que estaba lista.
Él sonrió y le lanzó la bola con suavidad.
Ella la atrapó y se la devolvió con tanta fuerza que, al chocar con su guante, el golpe resonó en las paredes del atrio y la palma de la mano comenzó a picarle.
—¡Ay! —jadeó, exagerando el dolor. Lanzaba mejor que Nick—. Estoy impresionado.
Ella le guiñó un ojo.
—Soy lo más parecido a un hijo que mi pobre padre ha tenido. Fue él quien me enseñó a jugar.
Kirian le lanzó de nuevo la bola.
—Pues lo hizo bien.
La sonrisa de Amanda se ensanchó. Estuvieron varios minutos lanzándose la pelota en silencio.
Por los dioses, nunca se habría imaginado que pudiese encontrar a una mujer dispuesta a hacer eso con él a las tantas de la madrugada. Nick se quejaba, pero ella parecía estar contenta por el simple hecho de pasar un rato con él.
—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó ella—. ¿Lo has encontrado?
—No —contestó con un suspiro—. No consigo descubrir su escondite.
—Ya lo harás.
La absoluta seguridad que transmitía su voz le resultó extraña.
—¿Tanto confías en mis habilidades?
—No me cabe la menor duda. Sé que no dejarás que nos haga daño.
—No pude ayudar a Rosa.
—Lo siento —le dijo ella mientras cogía la pelota y se la devolvía—. Debe de ser duro para ti aceptar lo ocurrido, pero no fue culpa tuya. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para protegerla.
Kirian apretó la mandíbula.
—Duele. Más de lo que esperaba. Aún no puedo creer que ese daimon llegara hasta ella.
Amanda le dedicó una sonrisa triste; sus ojos tenían una expresión cálida y afectuosa.
—Supongo que eso explica cómo entró en mi casa y en la de mi hermana.
Kirian asintió.
—Lo más probable es que utilizase a Allison. La encontré desmayada en su habitación, igual que le ocurrió a Rosa. Supongo que la mente humana no puede soportar la presión.
—Si te sirve de consuelo, Tabitha me dijo que Allison está muy bien y que pronto estará en casa, así que Rosa se curará y volverá a la normalidad sin ningún tipo de secuelas.
—Es bueno saberlo.
No podía dejar de observarla mientras jugaba con él. Con cada lanzamiento, sentía cómo se hundía más y más.
Sabía que se estaba enamorando de ella y era incapaz de evitarlo.
De hecho, cuanto más jugaban, más la deseaba. Cada vez que Amanda echaba el brazo hacia atrás y cogía impulso para lanzar la pelota, la camiseta se le ceñía al pecho. Le encantaba la forma en que se apartaba de la cara los mechones que habían quedado sueltos con el ejercicio. Tenía los labios entreabiertos y respiraba de forma entrecortada.
De forma intencionada, comenzó a arrojarle la pelota por encima de la cabeza con el fin de que estirara el brazo al recogerla. Cada vez que lo hacía, la sudadera se alzaba y dejaba al aire una pequeña porción de su vientre que él se encargaba de devorar con los ojos. Y cuando no lograba cogerla y tenía que ir corriendo tras ella, el movimiento hacía que sus pechos botaran y que sus caderas se balanceasen de un lado a otro. Pero lo mejor de todo era cuando se agachaba para recoger la bola y dejaba bien a la vista ese proporcionado trasero. ¡Por los dioses! Esa mujer tenía el mejor culo…
Incapaz de soportarlo durante más tiempo, se quitó el guante y lo arrojó al suelo.
Amanda se quedó helada al ver cómo Kirian se acercaba con pasos largos y decididos. Antes de poder imaginarse lo que sucedía, la cogió en brazos y la besó con ferocidad.
Esos maravillosos músculos se flexionaron alrededor de su cuerpo cuando él la levantó del suelo. Debido a su altura, ningún hombre había sido capaz de alzarla antes; no obstante, Kirian parecía hacerlo con una facilidad que la dejaba sin aliento. Junto a él se sentía tan femenina… tan pequeña… y eso le encantaba.
Le rodeó la cintura con las piernas al tiempo que él la devoraba con la lengua. Dios, sentir esos duros abdominales contrayéndose bajo los muslos era como alcanzar el cielo… Ese hombre era la perfección personificada.
Con un gruñido, Kirian le mordisqueó los labios con los colmillos y ahuecó las manos en torno a su trasero.
Se apartó de sus labios y trazó un reguero de pequeños mordiscos desde la barbilla al cuello.
Amanda se derretía cada vez que sentía el cálido aliento de Kirian sobre la piel. Sí… Sí, eso era lo que había estado deseando durante todo el día: estar encerrada entre sus brazos, rodearlo con su cuerpo y demostrarle todo el amor que sentía por él.
La necesidad de sentirlo de nuevo dentro de ella hizo que se estremeciera.
Kirian también temblaba por la intensidad del deseo. Recordaba una y otra vez la sensación de estar hundido en ella. La expresión del rostro de Amanda cuando llegó al orgasmo entre sus brazos.
Ardía por ella, pero no se atrevía a hacerle el amor.
No en ese momento. No cuando más necesitaba de toda su fuerza para acabar con Desiderio.
Sin embargo, su cuerpo no atendía a razones. Tenía que acariciarla, tenía que sentir el roce de su piel.
Antes de poder detenerse, se dejó caer de rodillas y la depositó en el suelo, sobre las frías baldosas.
Amanda tragó saliva al reparar en esa hambrienta mirada. Kirian le estaba quitando la ropa con tanta rapidez que apenas sentía sus manos. No obstante, en cuanto la tuvo totalmente desnuda, la cosa cambió.
Sus caricias se hicieron más lentas.
Completamente vestido, observaba su cuerpo desnudo a la luz de la luna mientras le acariciaba los pechos, trazando su redondeado contorno y atormentando los pezones con las palmas de las manos.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido en mi vida —le dijo en voz baja.
Amanda sabía que no era cierto. Ella había visto la belleza de Zeone; aun así, saber que él opinaba de ese modo le provocó un delicioso escalofrío. Él sí que era el hombre más guapo que había visto en su vida. Punto.
Cuando Kirian se inclinó para besarla, ella alzó los brazos para desabrocharle la camisa.
Él la sujetó por las muñecas e hizo un gesto negativo con la cabeza. Si dejaba que esas delicadas manos lo tocaran, estaba perdido.
En lugar de decir nada, se las llevó a la boca y besó las palmas antes de volver a prestar atención a su garganta y sus pechos. Saboreó todo ese cuerpo con los labios, la lengua y los colmillos.
Y mientras lo hacía, notó cómo despertaban sus poderes. Desesperado y consumido por el deseo, descendió depositando un reguero de besos desde sus pechos hasta la suave piel del vientre y, desde allí, siguió bajando hasta llegar a los muslos. Al instante, escuchó el jadeo de Amanda, que separó las piernas de forma instintiva hasta quedar totalmente expuesta a él.
En ese momento, deseó poseerla con una ferocidad que lo dejó sobrecogido. Era una sensación primitiva y arrolladora. En lo único que podía pensar era en Amanda.
Lo único que escuchaba era el flujo de su sangre en los oídos.
Temblando a causa de la pasión que lo consumía, cerró los ojos y la tomó con la boca, saboreando la dulzura de ese cuerpo que tanto anhelaba.
Amanda gimió al sentir la lengua de Kirian en su interior. Enterró las manos en su cabello y alzó las caderas. Su boca la saboreaba con total desenfreno. Sus caricias eran tan salvajes y minuciosas que jadeó por el placer que Kirian le proporcionaba al hacerle el amor con la boca.
Los ardientes roces de su lengua prosiguieron sin descanso hasta que Amanda se corrió y gritó entre espasmos mientras experimentaba el orgasmo más intenso de su vida.
Kirian continuó saboreándola. Una y otra vez. Su lengua y su boca giraban y la atormentaban con sus caricias, engatusándola hasta que se vio inmersa en otro orgasmo incluso más intenso que el primero. A Amanda comenzó a darle vueltas la cabeza y todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se estremecieron de placer.
En ese momento, Kirian se apartó de ella y gateó sobre su cuerpo como un depredador excitado y jadeante. Sus ojos eran más negros que nunca cuando separó los labios y se quedó mirando fijamente el cuello de Amanda con un deseo tan voraz que ella se quedó perpleja.
—¿Kirian? —lo llamó.
Kirian apenas podía oírla a través de la neblina que le embotaba la mente. Lo único que percibía era su aroma. Ese cuerpo atrapado bajo el suyo, que palpitaba y ansiaba mucho más.
Tómala. Pruébala. Reclámala.
Hazla tuya…
Apretó los dientes mientras contemplaba la vena que latía en el cuello de Amanda.
Prueba su sabor una vez…
Una vez…
Pero ella no se prestaría a ello por voluntad propia.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Amanda.
Luchó contra la parte de sí mismo que le exigía tomarla sin miramientos. La entrepierna le ardía por el deseo. Estaba fuera de control.
Tenía el aroma de Amanda impregnado en la piel. No existía nada que no fuese ella.
Y eso lo convertía en alguien muy peligroso. Letal.
Con un gruñido, echó mano de la poca fuerza de voluntad que le quedaba y se obligó a apartarse de ella.
—Corre, Amanda —gruñó.
Ella no dudó ni un instante. Algo iba muy mal. Tras recoger su ropa, salió corriendo hacia su habitación.
Tendido en el frío suelo, Kirian escuchó cómo los pasos se alejaban. Colocó la mano sobre su ardiente erección mientras se retorcía de dolor.
Nunca había experimentado algo parecido a lo que le estaba sucediendo. Por Zeus, un minuto más y le habría hundido los colmillos en el cuello.
Cerró los ojos y siguió temblando mientras luchaba por calmar a la bestia que moraba en su interior. Esa bestia que le exigía tomar a Amanda una y otra vez, sin importar las consecuencias.
Amanda no dejó de temblar hasta que llegó a su habitación. Nunca podría olvidar la salvaje expresión del rostro de Kirian cuando le ordenó que huyera.
Jamás lo había temido antes, pero ahora que había visto al Cazador Oscuro que había en él comprendía muy bien por qué los daimons se estremecían de miedo.
Trató de calmarse respirando profundamente. Lo único que siempre había deseado era una relación normal.
Pero claro, querer normalidad con un vampiro era pedir demasiado.
Con el corazón desbocado, se detuvo un momento cuando se vio reflejada en el espejo. Tenía los labios hinchados por sus besos y el cuello enrojecido allí donde la barba de Kirian la había rozado.
—¿Amanda?
Se quedó petrificada al oír su voz al otro lado de la puerta.
—¿Qué? —le contestó, insegura.
Él abrió la puerta pero no entró.
—¿Te he asustado?
—¿Quieres que sea sincera?
Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Sí.
Esa mirada ardiente se clavó con más intensidad en ella.
—Lo siento.
Amanda supo que lo decía muy en serio. Podía ver la culpabilidad en sus ojos.
—¿Por qué no me has pedido que te lleve a casa? —indagó Kirian, y su voz grave se abrió paso en el pesado silencio de la habitación.
Ella tensó la espalda al escuchar la pregunta.
—¿Quieres que me vaya?
Kirian tardó tanto en contestar que Amanda creyó que no diría nada. Finalmente, murmuró:
—No.
Había tanta sinceridad en esa simple palabra que ella no se habría sentido más sorprendida si le hubiera declarado su amor.
Dio un paso hacia él y Kirian retrocedió. Amanda se dio cuenta de que aún no había recuperado del todo el control de sí mismo. Pero aun así, lo deseaba.
—Entonces no me iré hasta que me eches.
Kirian se quedó helado al escucharla. En el rincón más recóndito de su mente se encontraba la idea de que el mundo dejaría de existir antes de que él la apartara de su lado. Y junto a esa idea se ubicaba el conocimiento de que cuando el mundo dejase de existir, él aún estaría vivo, mientras que Amanda…
Se estremeció al recordar el significado de la inmortalidad y al darse cuenta de que para ellos dos jamás podría haber un «y vivieron felices para siempre».