Kirian atravesó el pasillo, abrió la puerta de su despacho y se encontró a Nick sentado tras el antiguo escritorio de caoba, de espaldas a la puerta. El sillón reclinable de cuero negro crujió cuando se movió su escudero, cuyos dedos volaban sobre el teclado del ordenador.
Era una imagen cotidiana.
Nick era un semidiós en Internet, lo que en terminología hacker significaba que era capaz de colarse en cualquier sitio, sin importar lo seguro que fuese el servidor. Por ese motivo, Nick, junto a Chris Eriksson y Daphne Addams, habían sido los encargados del diseño y mantenimiento de la web de los Cazadores Oscuros, un lugar utilizado tanto por los Cazadores como por los Escuderos para guardar todos sus archivos y comunicarse unos con otros.
Era bueno saber que la universidad le servía a Nick para algo más que para conocer a mujeres de dudosa moral.
—Dime, ¿por qué has entrado a mi habitación sin permiso?
Nick giró la cabeza para mirarlo con una sonrisa maliciosa.
—Tío, acabas de echar un polvo. Ya era hora…
—Ya vale.
Con un bufido, Nick volvió a prestar atención al ordenador, ya que acababa de recibir un mensaje.
—Eres el único hombre que conozco que puede tener un humor tan desagradable diez minutos después de haber echado un polvo con una mujer tan estupenda. Joder, ¿es que no te has enterado de que se supone que el sexo hace que te sientas mejor?
Kirian puso los ojos en blanco al escuchar los comentarios de su insolente escudero. Las leyes y las reglas no estaban hechas para Nick Gautier. Y jamás había logrado intimidarlo. Ni siquiera la noche que le confesó qué clase de criatura era en realidad.
—Nick… —lo increpó a modo de advertencia.
El escudero abrió una pequeña ventana en la pantalla del ordenador y leyó el mensaje.
—Vale, vale. Aquí está el mensaje de los Oráculos:
De apolita y daimon nacido será el que os mantenga en vilo.
Sangre de dioses corre por sus venas y la ira es su mejor compañera.
Si queréis a este ser controlar, un Cazador Oscuro con alma debéis encontrar.
Kirian frunció el ceño al escuchar el acertijo. La típica basura de los Oráculos. Por los dioses, cómo los odiaba. ¿Es que no podían decir lo que tuvieran que decir hablando de forma clara por una sola vez?
Claro que no. No quisiera Zeus que los Oráculos los ayudaran de verdad a proteger a los humanos…
—¿Qué coño significa eso? —le preguntó a Nick.
Su escudero giró el sillón para mirarlo a la cara.
—Según Aquerón, lo que quiere decir es que solo un Cazador Oscuro con alma puede acabar con Desiderio. Por eso ninguno de vosotros ha logrado matarlo antes. Es una simple profecía, ya sabes cómo funciona esto.
—No existe ningún Cazador Oscuro con alma. Al menos, no con el alma en el cuerpo.
—En ese caso, y de acuerdo con los Oráculos y con Aquerón, Desiderio es invencible.
Kirian dejó escapar un profundo suspiro.
—No es eso lo que quería oír esta mañana.
—Ya… Lo único que tengo que decir es que me alegro de no estar en tu pellejo. —Nick frunció el ceño—. Tienes los ojos verdes. ¿Qué te ha pasado?
—Nada.
Nick ladeó la cabeza y lo miró con suspicacia.
—Algo sucede —dijo antes de coger el móvil—. ¿Tengo que llamar otra vez a Ash?
Kirian le quitó el teléfono de las manos y lo miró con una furia asesina.
—No metas a Aquerón en esto. Puedo arreglármelas solo.
—Más te vale. Eres un coñazo, pero no me gustaría nada tener que empezar a trabajar para otro Cazador Oscuro.
Kirian soltó un bufido.
—¿Y eso qué significa? ¿Es una declaración de amor?
—No, de lealtad. No quiero verte caer como le sucedió a Streigar.
La idea hizo que Kirian dejara las bromas a un lado. Streigar había sido un implacable Cazador Oscuro atrapado por unos humanos fanáticos de la caza de vampiros que lo expusieron a la luz del sol. Su muerte había sobrecogido a Cazadores Oscuros y a escuderos por igual.
—No te preocupes —le dijo a Nick para tranquilizarlo—, no voy a acabar dándole los buenos días al sol. Puedo apañármelas solo.
—¿Qué te apuestas a que eso fue lo mismo que dijo Streigar?
Kirian dejó escapar un gruñido.
—¿No tienes clase hoy?
Nick se echó a reír al oír aquello.
—Tío, soy un cajún de los pantanos, no necesito ir a clase, cher. —Se aclaró la garganta y abandonó el acento cajún—. Y no, hoy toca hacer la matrícula. Tengo que pensar las asignaturas que voy a hacer el próximo semestre.
—Genial, porque hoy necesito que hagas unas cuantas cosas.
—¿Y qué tiene eso de nuevo?
Sarcasmo, tu nombre es Nick Gautier, pensó Kirian.
—Quiero que lleves de compras a Amanda; necesita ropa. Los daimons quemaron su casa y no tiene nada más que lo puesto.
Nick arqueó una ceja.
—En ese caso, sus pertenencias son escasas porque me ha parecido que puesto, lo que se dice puesto… llevaba más bien poco.
Kirian miró a su escudero con los ojos entrecerrados.
—A ver si te va a dar un ataque —dijo Nick, alzando las manos en señal de fingida rendición—. Ya sé que es tuya y jamás se me ocurriría invadir tu terreno; pero tío, tampoco soy ciego.
—Un día de estos te convertiré en aperitivo de caimanes…
—Ya, ya. La amenaza tendría más peso si no supiera lo mucho que te gusta darme órdenes. Si no pudieras mangonearme a cualquier hora de la noche, te volverías loco.
No podía negarlo. Las noches se hacían especialmente tediosas y largas cuando no había daimons que perseguir. Y fastidiar a Nick a las tres de la madrugada hacía que fuesen algo más entretenidas.
El escudero sacó su Palm Pilot y comenzó a tomar notas.
—Vale. Misión secreta: llevar a la chica de compras. —Cuando acabó de escribir alzó la cabeza y miró a Kirian—. Por cierto, quiero un plus por peligrosidad este mes. Odio los centros comerciales.
Kirian rió.
—Solo hay que mirarte para darse cuenta.
Nick lo miró con una fingida expresión de ofensa.
—Perdóneme, señor Armani. Da la casualidad de que me gusta la moda grunge.
—Lo siento, siempre se me olvida que ahora está de moda vestirse como si acabaras de salir de debajo de un contenedor de basura.
Nick continuó haciéndose el ofendido y farfulló con indignación:
—¿Por qué no te vuelves a la cama de una puñetera vez y utilizas todo ese encanto con tu mujer? Porque si sigues fastidiándome, voy a acabar clavándote una estaca… —Y en voz muy baja añadió— mientras duermes.
Kirian cruzó los brazos delante del pecho.
—Vale, te daré una paga extra, pero no te pases con Amanda. Guárdate el sarcasmo todo lo posible.
—Claro, ¡oh, gran amo y señor! —dijo al tiempo que añadía otra nota—: Ser agradable con la chica; mantener la boca cerrada. —Y volvió a mirarlo—. Por cierto, ¿algún límite de dinero para las compras?
—No. Todo lo que ella quiera gastar.
—Visitar tiendas pijas. Muy bien, ¿algo más?
—Tráela de vuelta antes de que oscurezca o usaré tu pellejo cajún para dar de comer a los caimanes de Talon.
El miedo brilló en los ojos de Nick. El muchacho odiaba a los caimanes, aunque Kirian no sabía por qué.
—Vale, eso sí me ha asustado.
—También quiero que vayas a casa de Talon y recojas un srad. Desiderio no se imagina la sorpresa que vamos a darle.
Nick se estremeció de forma evidente ante la mención de las dagas circulares de Talon. Eran armas muy antiguas y a su lado, un Ginsu parecía un simple cuchillo para untar mantequilla.
—¿Sabes usar esas cosas?
—Sí, sé utilizarlas. —Kirian respiró hondo—. Ahora necesito dormir un poco. Lo más importante hoy es que cuides de Amanda.
Nick apagó la Palm Pilot y la colocó en la funda del cinturón.
—Te gusta esa chica, ¿verdad?
Kirian no contestó. No se atrevía. Ninguno de los dos necesitaba saber la respuesta. Le dio la espalda a su escudero y salió del despacho para dirigirse al dormitorio.
Tras darse una ducha rápida, Amanda regresó en silencio a la habitación para vestirse mientras Kirian dormía en la enorme cama con dosel.
El lugar estaba completamente a oscuras, salvo por la luz del baño. Resultaba imposible saber si era de día o de noche, aunque Kirian siempre parecía saber el momento exacto en que salía el sol.
Se acercó a la cama para observarlo; la sábana le tapaba hasta la cintura, ocultando su desnudez. Vaya pedazo de cuerpo que tenía ese hombre…
Podría pasarse todo el día mirándolo sin cansarse de observar esa piel bronceada y exquisita que ansiaba explorar un poco más con los labios y las manos. ¿Qué había en él que le resultaba tan adictivo?
Estaba deseando volver a besar esos labios exuberantes y enterrar las manos en ese pelo rubio, pero no quería perturbar su sueño. Kirian necesitaba recuperar fuerzas.
Salió de puntillas de la habitación y bajó la escalera para dirigirse a la cocina.
La luz del día se reflejaba sobre las superficies de mármol blanco, lo que le daba a la estancia un aspecto alegre y luminoso. Rosa estaba friendo beicon y Nick, que estaba sentado en un taburete, ojeaba unos folletos informativos de la universidad.
De cuerpo esbelto y muy apuesto, el muchacho no aparentaba tener más de veinticuatro años. No le vendría nada mal un corte de pelo, pero había que reconocer que la melena a la altura de los hombros le sentaba muy bien a ese rostro de rasgos cincelados. Llevaba un suéter holgado que había conocido mejores días y unos vaqueros desgastados con un agujero en la rodilla.
—Oye, Rosa —le dijo a la mujer sin levantar la vista del folleto—, si me apunto a español el próximo semestre, ¿me ayudarás a estudiar?
—Sí, y supongo que Kirian también te echará una mano.
—Genial —dijo con ironía—. Entre eso y la Historia de la Antigua Grecia me lo voy a pasar de puta madre.
—¡Nick! —lo reprendió Rosa—. Ese lenguaje no es propio de un caballero.
—Lo siento.
La mujer puso un plato con beicon, huevos y tostadas delante de Nick y al darse la vuelta, vio a Amanda de pie en la puerta.
—Aquí está usted, señorita. ¿Tiene hambre?
—Un poco.
—Venga —le dijo al tiempo que le señalaba el taburete vacío que había junto a Nick—. Siéntese y le prepararé el desayuno.
—Gracias, Rosa.
La mujer le respondió con una sonrisa.
Amanda se sentó junto al escudero, que se limpió la mano en los pantalones y se la ofreció.
—Nick Gautier —se presentó, con una sonrisa encantadora y llena de hoyuelos—. Más conocido como «Nick, mueve el culo, necesito que hagas…» y ahí es donde la cosa varía.
Amanda soltó una carcajada.
—Es un poco mandón, ¿verdad?
—No lo sabes muy bien. —Nick cogió el móvil, que llevaba en una funda sujeta al cinturón, y se lo ofreció—. Y hablando de él, me ha dicho que tienes que llamar al trabajo.
—Gracias.
Mientras Rosa le preparaba el desayuno, Amanda llamó a su jefe y le explicó lo ocurrido. Por fortuna, el director se mostró muy comprensivo y le dio dos semanas libres para que se hiciera cargo de la situación.
Tan pronto como colgó, comenzó a sentirse mal por la pérdida de su hogar.
—No puedo creer que incendiaran mi casa.
—¿Su casa? —preguntó Rosa—. ¿Quién ha hecho eso?
—Las autoridades lo están investigando —contestó Kirian desde el salón.
Amanda se giró y lo vio de pie en la puerta. Estaba muy pálido y parecía incómodo.
Rosa le sonrió.
—M’ijo, estás en casa. Nick me dijo que ibas a salir.
—No me encuentro muy bien. —A pesar de que su rostro expresaba el cariño que sentía por la mujer, miró a Rosa con los ojos entrecerrados—. Esta mañana llegaste a tu hora, ¿no es cierto?
Rosa hizo caso omiso de su pregunta.
—Ven y siéntate. Te prepararé algo de comer.
Con una mirada cautelosa, Kirian observó la luz que entraba a través de las ventanas abiertas y retrocedió para internarse en la oscuridad del salón.
—Gracias, Rosa, pero no tengo hambre. Nick, necesito hablar contigo. Solo será un minuto.
El muchacho miró a Amanda con una sonrisa de complicidad.
—Al menos no me ha dicho que mueva el culo.
—Nick —lo llamó Kirian—. Mueve el culo, chico.
Mientras Nick salía de la cocina para hablar con Kirian, Rosa colocó un plato delante de Amanda.
—Pobrecita, ¿qué va a hacer sin su casa?
—No lo sé. Supongo que tendré que llamar a la compañía aseguradora; encontrar un lugar donde vivir… —Su voz se apagó al pensar en todas las cosas que tenía que hacer.
Tendría que reemplazar toda su vida. Todo: el cepillo de dientes, los zapatos, los libros… hasta los teléfonos. ¡Ni siquiera tenía ropa interior!
Abrumada, perdió el apetito.
¿Qué iba a hacer?
Nick regresó y cogió el folleto informativo para mostrárselo a Kirian, que esperaba junto a la puerta.
—Necesito que me hagas un favor. Tengo que matricularme a la una; si no estamos de regreso para esa hora, ¿podrías rellenar el formulario en la página web? Sé que necesitas dormir, pero tengo muchas ganas de apuntarme a Historia Griega el próximo semestre.
—¿Por qué?
—Las clases las dará el profesor Alexander y, según dicen, es muy bueno.
—¿Julian Alexander? —le preguntó Amanda.
—Sí —le contestó Nick, mirándola por encima del hombro—. ¿Lo conoces?
Ella intercambió una mirada con Kirian.
—Ni la mitad de bien que Kirian.
Nick fingió un escalofrío.
—Venga, tío, otro de los vuestros no… Genial. Mátame ahora mismo y así me ahorrarás el sufrimiento.
—No me tientes —le dijo Kirian al tiempo que cogía el folleto—. A la una en punto. ¿Algo más?
—Sí; haz algo con esos ojos, me ponen la carne de gallina.
Kirian enarcó una ceja en señal de advertencia ante el tono altanero de su escudero.
—Pasadlo bien.
—¿Que lo pasemos bien? ¿A qué se refiere? —le preguntó Amanda a Nick en cuanto Kirian se hubo marchado.
El joven se sentó de nuevo en el taburete antes de contestar.
—Vamos a ir de compras —le informó, haciendo un mohín y temblando teatralmente al pronunciar la palabra.
—¿Qué tenemos que comprar?
Nick tomó un sorbo de zumo de naranja.
—Cualquier cosa que usted necesite, señora. Abrigos de piel, diamantes… lo que sea.
—¿Diamantes? —repitió Amanda, que se echó a reír ante la escandalosa idea.
—Paga Kirian, así es que te aconsejo que vayas a por todas. Literalmente hablando.
Ella sonrió.
—No puedo permitir eso. Tengo mi propio dinero.
—No me cabe la menor duda, pero ¿para qué vas a gastarlo? No tienes ni idea de lo forrado que está. Te aseguro que si compras todo el centro comercial, ni siquiera lo notará.
Amanda no tenía la intención de seguir los consejos del escudero, pero de cualquier forma necesitaba algo de ropa.
—De acuerdo, ¿podemos parar un momento en casa de mi madre?
—Claro. Mi misión de hoy es complacer todos tus deseos.
Ella sacudió la cabeza al ver la pícara sonrisa en el rostro de Nick.
Tras hacer una llamada a la compañía aseguradora para informar acerca del incendio, Amanda dejó que Nick la llevase de compras. Lo que más frustrante le resultó fue la aparente incapacidad del joven para dejar que ella pagara algo, cualquier cosa.
—Cumplo órdenes —le recordó el escudero por quinta vez—. Tú compras, yo pago.
Ella le contestó con un gruñido amistoso.
—¿Siempre obedeces sus órdenes?
—Siempre… pero sin dejar de quejarme.
Amanda se echó a reír de nuevo mientras salían de la tienda y volvían a internarse en los pasillos del centro comercial. Nick cargaba con todas las bolsas.
—¿Cuánto hace que trabajas para Kirian? —le preguntó cuando llegaron a las escaleras mecánicas.
—Ocho años.
Ella lo miró boquiabierta.
—Pues no pareces tan mayor.
—Sí, bueno. Es que tenía solo dieciséis años cuando empecé.
—¿Se puede ser un escudero a esa edad?
Nick volvió la cabeza para echar un vistazo a una joven muy atractiva con una estrecha minifalda que bajaba junto a ellos y le dedicó su típica sonrisa plagada de hoyuelos antes de contestar a Amanda.
—No me enteré de lo que era Kirian hasta mucho después. Al principio, creía que no era más que un tío podrido de dinero con el complejo de «vamos a ayudar al chico pobre».
Amanda lo miró con el ceño fruncido al tiempo que llegaban a la planta baja y se encaminaban por el pasillo.
—¿Y por qué te dio esa impresión?
Nick acomodó las bolsas que sujetaba.
—Señora, tiene junto a usted al hijo de un criminal reincidente. Mi padre murió en el penal de Angola, hace ya once años, durante un motín.
Amanda hizo una mueca al pensar en lo doloroso que debía de ser perder a un padre de esa manera.
—¿Y tu madre?
—Era una bailarina exótica en uno de los garitos de Bourbon Street. Crecí en la parte trasera del club en el que ella trabajaba, donde ayudaba a los gorilas a echar a los clientes.
Amanda sintió una punzada de dolor ante el panorama que Nick describía.
—Lo siento.
Él se encogió de hombros con un gesto indiferente.
—No te preocupes. Puede que mi madre haya cometido errores, pero es una madre estupenda; una señora de armas tomar. Hizo todo lo que pudo con lo poco que teníamos. Mi padre la dejó embarazada cuando solo tenía quince años y mi abuelo la echó de casa. De modo que nos quedamos ella y yo solos mientras mi padre se dedicaba a entrar y salir de la prisión. Nunca tuvimos gran cosa, pero siempre me ha querido mucho.
Amanda sonrió al percibir el cariño que destilaba la voz de Nick. Era obvio que adoraba a su madre.
—¿Y cómo conociste a Kirian?
Nick se detuvo unos instantes para poner en orden sus recuerdos.
—Cuando llegué a la adolescencia, estaba ya harto de ver a mi madre agachar la cabeza por la vergüenza; de ver cómo se quedaba sin comer para que yo tuviese un poco más. Recuerdo que la acompañaba al trabajo y veía el hambre que se reflejaba en su rostro cada vez que miraba los escaparates de las tiendas. —Y tras un suspiro, prosiguió—: Esa mirada hambrienta nunca la abandonaba.
Su rostro adoptó una expresión dura antes de continuar.
—Mi madre es la mujer con mejor corazón que Dios ha puesto en este mundo y no podía soportar ver cómo se degradaba para que yo tuviese un plato de comida; ni cómo los hombres la buscaban a todas horas; ni la expresión de sus ojos cada vez que deseaba algo que jamás podría tener. A los trece años, decidí que no podía más y comencé a robar.
Amanda sintió un nudo en la garganta. No podía felicitarlo por lo que había hecho, pero tampoco podía condenarlo.
—Una noche, los chicos de la pandilla con la que me movía decidieron asaltar a una pareja de turistas y me negué. Una cosa era robar en las tiendas y entrar en las casas de los ricos y otra muy diferente hacer daño a la gente. No estaba dispuesto a hacerlo.
Así que, incluso como ladrón, Nick había conservado su honor.
—¿Qué sucedió? —le preguntó.
—Los chicos se cabrearon y decidieron practicar un poco y sacarme la mojigatería de la cabeza a fuerza de golpes. En un momento, estaba bajo sus pies recibiendo una paliza de muerte y lo único que recuerdo después es que había un tipo tendiéndome la mano y preguntándome si me encontraba bien.
—¿Era Kirian?
Nick asintió.
—Me llevó al hospital y pagó la factura. Me cosieron las heridas de los navajazos y las brechas de la cabeza. Se quedó conmigo hasta que llegó mi madre y mientras la esperábamos, me preguntó si quería trabajar para él haciendo encargos después de las clases.
A Amanda le resultaba muy fácil imaginarse a Nick como un adolescente bocazas y malencarado. El hecho de que Kirian hubiera sido capaz de penetrar en esa personalidad tan cáustica y de ver lo bueno que había debajo decía mucho a su favor.
—¿Y accediste?
—Al principio no. No estaba muy seguro de querer estar cerca de un tío que era más rico que Craso. Además, mi madre no se fiaba de él. De hecho, todavía no se fía. No acaba de entender por qué me paga tanto dinero por no hacer prácticamente nada. —Soltó una carcajada—. Todavía cree que nos dedicamos al tráfico de drogas.
Amanda resopló al pensarlo. Pobre mujer.
—¿Y qué le has dicho?
—Que Kirian es un Howard Hughes con complejo de Dios. —Al instante se puso serio y la miró con gravedad—. Le debo la vida. No sé dónde estaría ahora mismo si no me hubiera encontrado aquella noche. Bueno, seguro que no sería un estudiante de Derecho de la Universidad de Loyola ni conduciría un Jaguar. Puede que Kirian sea un capullo de primera, pero debajo de esa fachada hay un tío decente de verdad.
Amanda reflexionó sobre las palabras de Nick mientras salían del centro comercial y colocaban las bolsas en el maletero de su Jaguar negro metalizado. Acto seguido, subieron al coche y se abrocharon los cinturones de seguridad.
—¿Cuándo te dijo Kirian la verdad?
Nick puso en marcha el coche y salió del aparcamiento.
—Cuando me gradué en el instituto y me hizo la oferta de ser su escudero de forma permanente.
—¿Qué es con exactitud un escudero?
Nick se incorporó al tráfico y, al cambiar de marcha, Amanda vio en su mano derecha un curioso tatuaje que se asemejaba a una telaraña. Era un extraño diseño griego, así que comenzó a preguntarse si todos los escuderos tendrían la misma marca.
—Nuestro trabajo consiste en proteger a los Cazadores Oscuros durante el día y en proporcionarles cualquier cosa que necesiten: comida, ropa, coches, mantenimiento de sus hogares… lo que sea. En un principio montábamos guardia, literalmente hablando, delante de las criptas donde dormían; y de ahí proviene el mito de que los vampiros duermen en ataúdes. Puesto que la luz del sol les resulta mortal, solían dormir en cuevas o en cámaras ocultas que no tuvieran el más mínimo resquicio por donde pudiera pasar la luz. Como recompensa por nuestros servicios, ellos nos proporcionan apoyo financiero.
—Entonces, ¿cada Cazador Oscuro tiene un escudero?
—No. Algunos prefieren estar solos. Yo soy el primero que Kirian ha tenido en los últimos trescientos años.
Amanda se encogió al pensar en la soledad que debía de haber sufrido Kirian durante todo ese tiempo. Se lo imaginaba vagando por su mansión como un espíritu desasosegado en busca de un consuelo que nunca llegaba.
—¿Y si quisieras dejar el trabajo? —le preguntó ella.
Nick tomó una profunda bocanada de aire y apretó con fuerza la mandíbula.
—No es tan sencillo. Hay una organización muy compleja alrededor de los escuderos; algo así como lo que ocurre en el Hotel California: puedes entrar cuando quieras, pero no puedes marcharte jamás. Si alguien abandona su puesto, se lo somete a vigilancia durante toda su vida. Si traiciona a los Cazadores Oscuros o a los mismos escuderos, no vivirá mucho para arrepentirse.
La funesta declaración consiguió que a Amanda se le pusiera la carne de gallina.
—¿En serio?
—Sí. Algunos de mis compañeros provienen de familias cuya antigüedad como escuderos se remonta a miles de años.
—¿No es una especie de esclavitud? —preguntó Amanda.
—No. Puedo dejarlo en el momento que quiera, pero no puedo romper el juramento que he hecho como escudero. Una vez se hace, es inquebrantable y eterno. El día que me case, mi esposa no sabrá nada de la verdadera naturaleza de Kirian ni de lo que hago para él, a menos que ella también haga el juramento. Cuando mis hijos se conviertan en adultos, tendré que decidir si entran a formar parte de esto o no. Si elijo contarles todo, tendrán que presentarse ante Aquerón y Artemisa; ellos estudiarán las solicitudes y decidirán si sirven o no.
Eso sí que resultaba aterrador ya que, mientras escuchaba sus palabras, a Amanda se le ocurrió algo espantoso.
—¿Y qué pasa conmigo? No irán a pensar que soy una amenaza, ¿verdad?
El rostro de Nick adoptó una expresión mortalmente seria cuando se detuvo en un semáforo en rojo y giró la cabeza para mirarla.
—Si fueras una amenaza, uno de los escuderos acabaría contigo.
Amanda tragó saliva.
—Eso no resulta muy reconfortante.
—No se pretende que lo sea. Nos tomamos nuestras obligaciones muy en serio. Los Cazadores Oscuros son lo único que se interpone entre la raza humana y la esclavitud o la extinción. Sin ellos, los apolitas o los daimons acabarían dominándonos.
Kirian estaba tumbado en la cama, haciendo todo lo posible para conciliar el sueño; sin embargo, no dejaba de percibir a Amanda en su interior. Estaba viendo los restos de su casa. Lo sabía. Sentía sus lágrimas, su ira. Su desesperación.
Cómo la echaba de menos.
Cómo deseaba poder estar junto a ella en esos momentos para consolarla. Nunca antes le había molestado el hecho de no poder salir a la luz del día, pero en esos momentos lo fastidiaba. Si no fuera un Cazador Oscuro, podría estar con ella y ofrecerle su fuerza. Su apoyo.
Cerró los ojos y respiró hondo para tratar de alejar el dolor. Había elegido su destino en un momento en que se encontraba cegado por la ira y la angustia. Y ya no había forma de escapar de él. Artemisa guardaba celosamente su ejército y había colocado el listón tan alto que solo se sabía de tres Cazadores Oscuros que hubieran recuperado su alma en todos esos años.
El resto había muerto en el intento.
—¿Para qué necesito el alma, de cualquier modo? —se preguntó en voz baja al tiempo que abría los ojos y clavaba la mirada en el dosel de tonos dorados y marrones que cubría la cama—. Para lo único que sirve es para debilitar a un hombre.
Su vida tenía una razón de ser. Un propósito.
Siendo así, ¿por qué había algo dentro de él que necesitaba a Amanda con tanta desesperación?
Era un sentimiento que no había experimentado desde hacía siglos; un sentimiento que en una ocasión lo había obligado a traicionar a todos aquellos que lo amaban.
—No volveré a ser débil —susurró.
No es que pensara que Amanda pudiera hacerle daño de forma intencionada, no. Lo que temía era su propia reacción, porque una vez que entregaba su corazón y su lealtad, jamás se retractaba.
El asunto era bien simple: tenía miedo de sí mismo y de lo que estaba dispuesto a hacer para mantenerla a salvo.
Después de visitar los restos de la casa de Amanda y de detenerse unos momentos en casa de los Devereaux, Nick condujo hasta el corazón del Barrio Francés y aparcó en una calle lateral con el fin de poder ir hasta Chartres a pie. El escudero guió a Amanda a través de la concurrida zona comercial y se detuvo frente a una tiendecita llamada «Muñecas de Ensueño y Accesorios».
Amanda lo miró con el ceño fruncido. ¿Por qué se detenían en una tienda de muñecas? ¿No era un poco extraño?
—¿Qué hacemos aquí? —le preguntó cuando él le abrió la puerta para que pasara.
—Vamos a ver a la señora que hace las muñecas.
Normal, si haces una pregunta estúpida…, pensó Amanda.
Miró a Nick con escepticismo.
—¿Sabes una cosa? No creo que haga Barbies de tamaño real.
Nick soltó un bufido antes de entrar tras ella en el establecimiento.
—No estoy buscando ninguna Barbie y este encargo no es para mí. Es para Kirian.
Eso era más preocupante.
—¿Por qué?
Antes de que el escudero contestara, a Amanda le llamó la atención una señora mayor que estaba sentada en un banco de trabajo situado junto a la puerta. Sostenía una Barbie a la que estaba retocando el rostro.
La mujer llevaba un extraño artefacto anaranjado en la cabeza, con un pequeño reflector y una lente bifocal. El artilugio le cubría el abundante cabello blanco, que llevaba recogido en un apretado moño. Sus cansados ojos castaños eran alegres y brillantes.
—El pequeño Nicky —dijo con tono maternal—. ¿Qué te trae por aquí en una tarde como esta y con una acompañante tan hermosa? Espera, creo que es la primera vez que te veo con una chica. —Le apuntó con el diminuto pincel que tenía en la mano—. Una chica que bien merece la pena llevar al lado, todo hay que decirlo. Es todo un bomboncito, y no lo digo por su aspecto; tú ya me entiendes.
Nick se pasó una mano por el cabello y le dirigió una mirada avergonzada a Amanda.
—Liza, amor mío —le dijo casi a gritos, dedicándole su pícara y encantadora sonrisa—. ¿Es que necesito una razón para venir a ver tu deslumbrante rostro?
La anciana se echó a reír ante el comentario.
—Puede que sea vieja, Nicholas Gautier, pero todavía no soy estúpida. —Se propinó unos golpecitos en la cabeza que hicieron que el artefacto se agitara—. Mi vieja antena aún funciona y, si mal no recuerdo, ha pasado toda una eternidad desde que un hombre como tú vino a hacerme una visita por gusto. Ahora, acércate y dime al oído lo que necesitas.
Nick obedeció y Amanda comprendió que la señora estaba un poco sorda. De hecho, el escudero le hablaba tan alto que podía escuchar todas y cada una de las palabras que decía.
Hasta escuchó cómo le pedía explosivos plásticos.
—Recuerda —le dijo él—. Kirian quiere uno exactamente igual que el de Talon.
—Ya te he oído, Nicky —le contestó Liza con amabilidad—. ¿Acaso crees que estoy sorda? —le preguntó mientras miraba a Amanda y le guiñaba un ojo.
—¿Cuándo paso a recogerlo? —le preguntó Nick.
Liza hizo un mohín con los labios.
—Dame un día o dos, ¿vale? —Alzó la muñeca que tenía en las manos y lo amonestó—: Una Barbie no espera, ni siquiera por un Cazador Oscuro.
Nick soltó una carcajada.
—Claro, Liza, gracias.
Cuando se encaminaron de nuevo hacia la puerta, la mujer los detuvo.
—¿Sabes, querida? —le dijo a Amanda cuando se detuvo ante ella. La anciana apenas medía metro y medio. Le dio unas palmaditas en el brazo y continuó—: Tienes un aura muy especial. Como la de un angelito.
Amanda sonrió, agradecida.
—Gracias.
Liza se alzó las lentes y se acercó a una estantería que había junto a la puerta. Se puso de puntillas y cogió una Barbie que había restaurado ella misma. La muñeca, que tenía el pelo negro largo y rizado, venía equipada con unas diáfanas alitas de ángel e iba vestida con un hermoso vestido blanco bordado con perlas.
Amanda jamás había visto nada tan hermoso y delicado.
Liza se la ofreció.
—Se llama Starla. Le pinté el rostro para que se pareciera a una dama que viene por aquí muy a menudo. —Se acercó la muñeca al oído, como si la Barbie le estuviera hablando; asintió y se la dio a Amanda—. Dice que quiere irse a casa contigo.
Amanda la miró boquiabierta. Sobre todo cuando vio el precio en la etiqueta que colgaba de la muñeca: cuatrocientos dólares.
—Gracias, Liza, pero no puedo aceptarla —le dijo, intentando devolvérsela.
Liza hizo un gesto con la mano, negándose a aceptar la muñeca de nuevo.
—Es tuya, cariño. Necesitas un ángel que cuide de ti.
—Pero…
—Está bien… —le dijo Nick al tiempo que le indicaba con un gesto que saliera de la tienda. En voz baja añadió—: Si la rechazas, herirás sus sentimientos. Le encanta regalarlas.
Amanda le dio un abrazo a la anciana.
—Gracias, Liza. La guardaré como un tesoro.
Casi había llegado a la puerta cuando Liza los detuvo de nuevo y cogió a Starla de los brazos de Amanda.
—Se me olvidaba una cosa —afirmó—. Starla es muy especial. —La mujer sujetó a la muñeca por las piernas y presionó la cabeza hacia abajo.
De los pies de la Barbie surgieron dos finas hojas metálicas de unos ocho centímetros de largo.
—Está especialmente diseñada para los daimons —anunció Lisa, que presionó la cabeza de la muñeca hasta que las hojas volvieron a ocultarse—. Una belleza letal a veces resulta mucho más práctica.
Estupendo, pensó Amanda. No estaba muy segura de cómo tomarse aquello.
La anciana le devolvió la muñeca y le dio unas palmaditas en el brazo.
—Tened mucho cuidado.
—Lo tendremos —respondió Nick y, en esa ocasión, sí salieron a la calle.
Amanda no podía dejar de mirar la muñeca, sin saber muy bien qué pensar.
Nick se estuvo riendo de ella todo el camino de regreso al coche.
—Liza es una escudera, ¿verdad? —le preguntó Amanda antes de entrar en el Jaguar y colocar a Starla con mucho cuidado en su regazo.
—Está retirada, pero sí. Fue escudera y Oráculo durante treinta y cinco años, hasta que dejó el cuidado de Xander en manos de Brynna.
—¿Liza es quien fabrica las botas de Kirian?
El joven negó con la cabeza mientras ponía en marcha el motor.
—Las armas más grandes las fabrica otro Cazador Oscuro; las espadas, las botas y ese tipo de material. Liza hace armas pequeñas, como colgantes con explosivos. Es una artista consumada a la que le encanta transformar joyas y otros objetos de aspecto inofensivo en armas letales.
Amanda soltó el aire muy despacio.
—En serio, dais mucho miedo.
El comentario hizo que Nick soltara una carcajada antes de mirar el reloj.
—Son casi las tres. Aún tenemos que ir a casa de Talon y tengo que llevarte de vuelta antes de que oscurezca, así que hay que darse prisa.
—Vale.
Salieron de la ciudad y tardaron unos cuarenta minutos en llegar al corazón de los pantanos.
Descendieron por un largo y sinuoso camino sin asfaltar y llegaron a una enorme y vieja construcción que se asemejaba a un cobertizo. De no ser por las cerraduras modernas que aseguraban las puertas, Amanda habría creído que el lugar llevaba al menos un siglo sin utilizar. Bueno, por eso y por el extraño buzón que había enfrente: una caja negra atravesada tanto diagonal como horizontalmente por lo que parecían ser unos gigantescos clavos plateados.
—Talon es raro —le aseguró Nick al ver cómo ella miraba fijamente el buzón—. Cree que tener un buzón atravesado con clavos es divertido.
Abrió la puerta del garaje con el mando a distancia que tenía en el coche. Amanda se quedó boquiabierta cuando entraron y Nick aparcó el Jaguar.
El interior del cobertizo, construido a base de ladrillos y vigas de acero, albergaba un Viper, una colección de cinco Harley Davidson y un pequeño catamarán, amarrado en el muelle que había en la parte trasera del edificio.
—¡Guau! —balbució al fijarse en una Harley que estaba apartada del resto, negra y reluciente bajo la tenue luz. Resultaba evidente que era una posesión muy preciada y recordó que era la moto que Talon montaba la noche anterior.
Nick no prestó atención ni al descapotable ni a las motos y se fue directo al catamarán.
—¿Es que vive en el interior del pantano? —le preguntó Amanda al acercarse al pequeño embarcadero, limpio y despejado, con espacio de sobra como para albergar otra embarcación más.
Nick la ayudó a subir al catamarán y fue a abrir la puerta que daba al pantano.
—Claro. Como antiguo celta que es, le encanta la naturaleza. Aunque sea espantosa.
Amanda arqueó una ceja.
—¿De verdad es un antiguo celta?
—Desde luego. Del siglo V o VI d.C. Era jefe de un clan. Su padre era un sumo sacerdote druida y su madre dirigió el clan antes que él.
—¿En serio?
Nick asintió al tiempo que soltaba las amarras del bote y saltaba a su interior. En cuanto Amanda se acomodó, el escudero arrancó la embarcación.
—¿Cómo se convirtió en Cazador Oscuro? —le preguntó ella a voz en grito para hacerse oír sobre el ruido del motor.
—Los miembros del clan lo traicionaron —le contó Nick al tiempo que salían del cobertizo y se internaban en el pantano—. Le dijeron que necesitaban sacrificar a alguien de su sangre. La elección estaba entre él o su hermana. Él se ofreció, pero tan pronto como lo tuvieron atado, mataron a su hermana delante de sus narices. Se volvió loco de furia, pero no pudo hacer nada porque estaba atado. Cuando se acercaron a él para matarlo, juró vengarse de todos ellos.
Dios santo, ¿es que ninguno de ellos había tenido una vida feliz?
—¿Mató a todos los miembros del clan? —le preguntó.
—Supongo que sí.
Amanda permaneció en silencio, meditando sobre lo que acababa de escuchar. Pobre Talon. No quería ni imaginarse lo que sería ver cómo asesinaban a una de sus queridas hermanas delante de sus ojos. Puede que se pasaran todo el día fastidiándola, pero lo eran todo para ella y mataría a cualquiera que les hiciera daño.
El horror que ese hombre debía de haber presenciado aquel día… Seguro que aún lo torturaba.
Nick siguió adentrándose en el pantano hasta que llegaron a una cabaña increíblemente pequeña. Amanda dudaba que llegara a los setenta y cinco metros cuadrados. El exterior parecía aún más destartalado que el cobertizo donde habían dejado el coche de Nick. Los toscos tablones de madera eran de un color grisáceo y daba la sensación de que podrían venirse abajo con la más mínima brisa.
Cuando se aproximaron, Amanda vio que detrás de la cabaña había un embarcadero con dos generadores enormes y otro catamarán.
—¿Cómo se las apaña en la época de los huracanes? —preguntó Amanda a Nick mientras este apagaba el motor.
—Pues muy bien. Como uno de sus poderes es el de controlar el clima, no corre peligro alguno. Pero siempre existe la posibilidad de que el lugar se desplome a la luz del día, mientras él duerme desprevenido… y acabe frito.
—Les gusta vivir la vida al límite, ¿no es cierto?
Nick soltó una carcajada.
—Sí, hay que tener bastante coraje para hacer lo que ellos hacen. Y coquetear con la muerte es un requisito básico.
El escudero salió del catamarán y le advirtió que no se moviera. Caminó con mucha precaución a lo largo de un viejo y estrecho sendero que comunicaba el embarcadero con la puerta de la cabaña y una vez allí le hizo un gesto para que se reuniera con él.
—Atrás, Beth —le espetó el joven a un caimán que había comenzado a acercarse a Amanda.
Ella regresó al bote de un salto.
—No pasa nada —le aseguró Nick—. Protegen a Talon durante el día. Mientras estés conmigo, no te harán nada.
—Yo no lo tengo tan claro —le dijo al tiempo que volvía a bajar de la embarcación con cierta renuencia.
Cuatro gigantescos caimanes la contemplaron con ojos malévolos y empezaron a seguirla de camino a la puerta. Amanda sintió que el miedo le impedía respirar cuando el más grande de los cuatro reptiles subió al porche tras ella y comenzó a agitar la cola con fuerza.
El animal lanzó un temible siseo.
—Cállate, Beth —masculló Nick—, o te juro que me haré unas preciosas maletas contigo. —Se dio la vuelta y llamó a la deslustrada puerta.
—Todavía no ha oscurecido, Nick —replicó Talon con su marcado acento desde el otro lado. Amanda no pudo evitar preguntarse cómo sabía que eran ellos—. ¿Qué quieres?
—Necesito tu srad para Kirian antes de que se ponga el sol.
Amanda escuchó unos soplidos extraños en el interior de la cabaña. Segundos después, sonó la cerradura y la puerta se movió para dejar una estrecha abertura. Nick la abrió del todo e invitó a Amanda a entrar.
Ella intentó ver algo más allá de la oscuridad que reinaba en la estancia, pero no lo consiguió hasta que Nick encendió un flexo. Cuando vio la habitación, se quedó helada. Las paredes estaban pintadas de negro y el lugar parecía el centro de control de una instalación militar. Había ordenadores y equipos electrónicos por todos lados. Aunque la ubicación y el aspecto externo del edificio no dieran muestras de ello, ese tipo era un adicto a la tecnología.
Cuando posó la mirada en Talon, su mandíbula estuvo a punto de desencajarse. ¡El tío estaba completamente desnudo!
Y estaba buenísimo.
Se quedó mirando fijamente ese cuerpo perfecto, que tenía tatuada toda la parte izquierda del torso —por delante y por detrás— y todo el brazo con unos extraños símbolos celtas de color rojo y negro. El enorme colgante de cabeza de dragón que llevaba al cuello resplandecía bajo la tenue luz. Y aunque el hombre era pecaminosamente guapo, de algún modo extraño, no se sentía atraída por él.
Disfrutaba del fantástico espectáculo que tenía delante, pero se dio cuenta de que no lograba acelerarle el corazón como Kirian. Ni siquiera le despertaba el más leve deseo sexual.
Y Talon no parecía sentirse avergonzado en lo más mínimo por su desnudez.
Nick la miró con una sonrisa burlona.
—Tendría que haberte advertido que los guerreros de la antigüedad ven el nudismo como algo natural. El hecho de llevar ropa es una costumbre moderna que ninguno de ellos parece haber adoptado del todo. —Echó una mirada a Talon—. Celta, ponte algo encima antes de que le dé un pasmo.
La respuesta de Talon consistió en un gruñido.
—¿Para qué? Me vuelvo a la cama. Coge lo que necesites y cierra con llave cuando os marchéis. —Se detuvo junto al futón que había junto a la pared del fondo de la estancia y echó una mirada hambrienta a Amanda—. Claro que, si quieres dejar aquí a Amanda, tal vez me deje persuadir para quedarme despierto durante un rato y mostrarme sociable.
Nick resopló.
—Joder, Talon, ¿es que no puedes estar una hora sin una mujer?
—Una hora no es problema, pero cuando pasan dos o tres empiezo a ponerme nervioso. —Se recostó en el futón negro, se dio la vuelta hasta quedar de costado y cerró los ojos.
Por lo menos hasta que sonó el teléfono. Lanzando una maldición, Talon salió de la cama y contestó mientras Nick se acercaba al enorme armario donde se encontraban las armas para coger dos dagas de forma circular y aspecto letal.
—Wulf, ni siquiera estoy despierto todavía —masculló Talon—. Me da igual. Y además, ¿por qué me preguntas a mí sobre la antigua Grecia? ¿Viví yo allí, acaso? Coño, la respuesta es no… Ni lo sé ni me importa… Cuelga. —Se dio la vuelta y miró a Nick—. Nick, ¿sabes algo del culto de Pólux?
Nick lo miró por encima del hombro.
—Deberías llamar a Kirian o a alguno de los griegos.
—¿Lo has oído? —Talon escuchó a su interlocutor un segundo antes de volver a hablar con Nick—. Ash está de paseo; Brax, Jayce y Kiros están desaparecidos en combate y Kirian no responde al teléfono. Wulf dice que es muy importante.
Ambos comprendieron a la vez la relevancia de lo que Talon acababa de decir.
El celta volvió a dirigirse a Wulf:
—¿Cuándo trataste de ponerte en contacto con Kirian por última vez?
Entretanto, Nick cogió el móvil y marcó el número de Kirian.
—Puede que esté en la ducha —sugirió Amanda.
Nick negó con la cabeza.
—Aunque lo estuviera, Rosa contestaría al teléfono.
Tras un minuto de espera, Nick soltó el móvil.
—Algo va muy mal.