Cuando Amanda consiguió dormirse, sus sueños se convirtieron en un caleidoscopio de imágenes confusas sin orden ni concierto. Rostros y lugares giraban y desaparecían en su mente hasta que sintió que el torbellino la arrastraba.
Después de un rato, las cosas se volvieron algo más concretas y consiguió ver las imágenes con claridad. Unas personas desconocidas la saludaban al pasar junto a ella.
Todo era increíblemente real; más que un simple sueño, parecía un recuerdo olvidado. Incluso conocía los nombres de todas esas personas a las que jamás había visto. Sabía cosas sobre ellos que solo un amigo habría conocido.
Escuchó las risas de los hombres entregados a la celebración de la victoria y sintió una curiosa mezcla de alegría y tristeza cuando reconoció una tienda de color rojo desvaído, donde se había reunido un buen número de soldados pertrechados con sus antiguas armaduras.
—Has estado brillante —le dijo un soldado veterano, dándole unas palmaditas en la espalda.
Ella lo reconoció como su lugarteniente. Un hombre en el que podía confiar y que la idolatraba. Dimitri siempre había buscado su consejo y su fuerza.
Tenía una herida abierta en la parte izquierda de la cara, pero sus cansados ojos grises la miraban resplandecientes. Pese a tener la armadura cubierta de sangre, no parecía estar herido de gravedad.
—Es una lástima que Julian no esté aquí para disfrutar esta victoria. Habría estado muy orgulloso de ti, comandante. Te puedo garantizar que toda Roma está llorando esta noche.
En ese momento, Amanda se dio cuenta de que la protagonista del sueño no era ella.
Se trataba de un sueño de Kirian…
El rostro de Kirian estaba manchado de sangre, sudor y polvo; el cabello, largo y sujeto con una tira de cuero, estaba desgreñado. De la sien izquierda partían tres finas trenzas que caían hasta la mitad del pecho. El hombre desbordaba un atractivo devastador y era completamente humano.
Sus oscuros ojos verdes resplandecían por la victoria y su porte era el de un hombre que no tenía rival. El de un hombre cuyo destino era la gloria.
Kirian alzó la copa de vino y se dirigió a los hombres que se habían congregado en su tienda.
—Dedico esta victoria a Julian de Macedonia. Sé muy bien que, se encuentre donde se encuentre en estos momentos, estará disfrutando de la derrota de Escipión.
Los hombres le respondieron con un clamoroso rugido.
Kirian dio un sorbo al vino y miró al veterano soldado que estaba a su lado.
—Es una lástima que Valerio no estuviese con Escipión. Estaba deseando enfrentarme a él. Pero no importa. —Alzó la voz para que todos los presentes pudieran escucharlo y añadió—: Mañana marcharemos sobre Roma y pondremos a esa puta de rodillas.
Todos gritaron su aprobación.
—En el campo de batalla, con la espada en la mano, eres invencible —le dijo su lugarteniente con un tono de voz que delataba su admiración—. Mañana a esta hora serás el gobernador del mundo conocido.
Kirian hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Andrisco será mañana el gobernador de Roma, no yo.
El hombre pareció horrorizado; se inclinó hacia Kirian y le habló en voz baja, de modo que nadie más lo escuchara.
—Hay quienes piensan que es un hombre débil; los mismos que te apoyarían si…
—No, Dimitri —intervino Kirian con educación—. Aprecio el gesto, pero he jurado poner mi ejército a disposición de Andrisco y así será hasta el día que muera. Jamás lo traicionaré.
La expresión del rostro de Dimitri dejó clara la confusión que sentía. No estaba muy seguro de si debía aplaudir la lealtad de su comandante o maldecirlo por ella.
—Eres el único hombre que conozco que dejaría pasar la oportunidad de gobernar el mundo.
Kirian soltó una carcajada.
—Los reinos y los imperios no dan la felicidad, Dimitri. Es el amor de una buena mujer y de unos hijos lo que hacen a un hombre feliz.
—Y la victoria —añadió Dimitri.
La sonrisa de Kirian se ensanchó.
—Esta noche, al menos, parece que eso es cierto.
—¿Comandante?
Kirian se giró al escuchar que alguien lo llamaba y vio a un hombre que se abría camino entre los congregados en la tienda.
El soldado le tendió un pergamino sellado.
—Un mensajero trajo esto. Lo llevaba un emisario romano que fue apresado esta mañana.
Al cogerlo, Kirian observó el sello de Valerio el Joven. Lo abrió con curiosidad y lo leyó. Con cada nueva palabra, sentía que su pánico aumentaba. El corazón comenzó a latirle con más fuerza.
—¡Mi caballo! —gritó antes de salir a la carrera de la atestada tienda—. Traed mi caballo.
—¿Comandante?
Kirian se dio la vuelta para mirar a su lugarteniente, que había salido tras él. El hombre fruncía el ceño, visiblemente preocupado.
—Dimitri, quédate al mando hasta que regrese. Que el ejército se repliegue de nuevo hacia las colinas, lejos de los romanos, hasta nueva orden. Si no estoy de regreso en una semana, dirígete con todo el grueso de la tropa a Punjara y únete a Jasón.
—¿Estás seguro?
—Sí.
En ese momento, llegó un muchacho tirando de las riendas de su semental negro. Con el corazón desbocado, Kirian lo montó de un salto.
—¿Adónde te diriges? —le preguntó Dimitri.
—Valerio cabalga hacia mi villa. Tengo que llegar antes que él.
El hombre agarró las riendas, horrorizado.
—No puedes enfrentarte a él tú solo.
—No puedo perder tiempo esperando a que alguien me acompañe. Mi esposa está en peligro. No vacilaré. —Kirian hizo girar a su montura y atravesó el campamento a todo galope.
Amanda se agitaba en la cama al sentir el creciente pánico de Kirian. Necesitaba proteger a su esposa a toda costa. Los días pasaban uno tras otro y él seguía cabalgando a toda velocidad, cambiando de montura cada vez que llegaba a un pueblo. No se detuvo ni a comer ni a dormir. Parecía que un demonio lo hubiese poseído y un solo pensamiento ocupaba su mente: Zeone. Zeone. Zeone.
Llegó a su casa en medio de la noche. Exhausto y aterrorizado, bajó de un salto del caballo y golpeó con fuerza las puertas de la villa para que lo dejaran entrar.
Un hombre mayor abrió las pesadas puertas de madera.
—¿Alteza? —preguntó el sirviente, incrédulo.
Kirian le dio un empujón al hombre para abrirse paso y recorrió el vestíbulo con la mirada en busca de alguna señal del enemigo. Sus preocupados ojos no encontraron nada fuera de lo normal. Sin embargo, seguía intranquilo. Aún no podía relajarse. No se calmaría hasta que viera a su mujer con sus propios ojos.
—¿Dónde está mi esposa?
El viejo sirviente pareció confundido por la pregunta. Abrió y cerró la boca, como un pez fuera del agua, antes de hablar.
—En su lecho, Alteza.
Exhausto, débil y muerto de hambre, Kirian se apresuró a cruzar el largo pasillo porticado que conducía a la parte trasera de la villa.
—¿Zeone? —gritó mientras corría, desesperado por verla.
Una puerta se abrió al final del pasillo. Una mujer rubia, menuda e increíblemente hermosa salió de la habitación. Cerró la puerta a sus espaldas y le dedicó una mirada de reproche a Kirian al observar su desaliño.
Estaba sana y salva. Y era la imagen más hermosa que sus ojos habían contemplado jamás.
Sus mejillas brillaban con un rubor sonrosado y sus largos mechones rubios caían desordenados a ambos lados del rostro. Había envuelto su cuerpo desnudo con una fina sábana blanca que sujetaba con las manos.
—¿Kirian? —preguntó con voz airada.
El alivio lo inundó y notó que se le llenaban los ojos de lágrimas. ¡Estaba viva! Gracias a los dioses. Parpadeando para evitar el llanto, la estrechó entre sus brazos y la sujetó con fuerza. Jamás había estado más agradecido a las Moiras por su misericordia.
—Kirian —masculló ella al tiempo que forcejeaba para librarse de su abrazo—. Suéltame. Hueles tan mal que apenas puedo respirar. ¿Tienes una idea de lo tarde que es?
—Sí —respondió a través del nudo que le oprimía la garganta antes de permitir que la alegría se apoderara de él. La dejó en el suelo y tomó su rostro entre las manos. Estaba tan cansado que apenas podía pensar o mantenerse en pie, pero no tenía intención alguna de dormir. No hasta que ella estuviese a salvo—. Y debo llevarte lejos de aquí. Vístete.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—¿Llevarme adónde?
—A Tracia.
—¿A Tracia? —repitió ella con incredulidad—. ¿Te has vuelto loco?
—No. Me he enterado de que los romanos se dirigen hacia aquí. Voy a llevarte a casa de mi padre para ponerte a salvo. ¡Apresúrate!
Sin embargo, ella no se movió. En su lugar, su rostro se ensombreció y los ojos grises chispearon de furia.
—¿Con tu padre? Hace siete años que no hablas con él. ¿Qué te hace pensar que va a acogerme ahora?
—Mi padre me perdonará si se lo pido.
—Tu padre nos echará de su casa a los dos. Lo dijo de un modo bastante público. Ya me han avergonzado demasiadas veces en mi vida; no quiero oír cómo me llaman puta en mi propia cara. Además, no deseo abandonar mi villa. Me gusta vivir aquí.
Kirian hizo oído sordos a sus palabras.
—Mi padre me quiere y hará lo que yo le pida. Ya lo verás. Ahora, vístete.
Ella miró al hombre que aguardaba tras Kirian.
—¿Polido? —llamó al anciano sirviente que había estado esperando tras Kirian todo el tiempo—. Haz que preparen un baño para el señor y tráele comida y vino.
—Zeone…
La mujer interrumpió las palabras de Kirian colocando una mano sobre sus labios.
—Ni una palabra, mi señor. Es más de medianoche. Tienes un aspecto espantoso y hueles aún peor. Déjame lavarte, alimentarte y prepararlo todo para que duermas. Por la mañana discutiremos lo que es preciso hacer para protegerme.
—Pero los romanos…
—¿Te has cruzado con alguno de camino hacia aquí?
—Bueno… no.
—En ese caso, no corremos peligro inmediato, ¿verdad?
Demasiado cansado para discutir, le dio la razón.
—Supongo que no.
—Ven, acompáñame. —Le dio la mano y lo llevó hasta una pequeña estancia situada a un lado del pasillo principal.
A continuación, Amanda vio una habitación iluminada por una pequeña chimenea y la luz de las velas. Kirian estaba recostado en una bañera dorada mientras su esposa lo bañaba.
Atrapó una de las manos de Zeone y la acercó a su mejilla, ensombrecida por la barba.
—No sabes cuánto te he echado de menos. Nada me reconforta más que tus caricias.
Ella le ofreció una copa de vino con una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—He oído que has arrebatado Tesalia a los romanos.
—Sí. Valerio estaba furioso. Estoy impaciente por marchar sobre Roma. La tomaré a pesar de todo, recuerda lo que te digo.
Vació la copa de un trago y la dejó a un lado. Con el cuerpo enfebrecido, atrapó a su mujer y la metió en la bañera con él.
—¡Kirian! —jadeó ella.
—Tranquila… —susurró sobre sus labios—. ¿No vas a darme un beso?
Ella consintió, pero sin mostrarse muy receptiva. Kirian lo notó de inmediato.
—¿Qué ocurre, amor mío? —le preguntó, apartándose un poco—. Esta noche pareces muy distante, como si tus pensamientos estuvieran en otro lugar.
El rostro de Zeone se suavizó cuando se colocó a horcajadas sobre él y dejó que su miembro la penetrara.
—No estoy distante. Estoy cansada.
Él sonrió y gimió cuando ella comenzó a moverse.
—Perdóname por haberte despertado. Solo quería asegurarme de que estabas bien. No podría seguir viviendo si algo te sucediera —le dijo tomándole el rostro con ambas manos y acariciándole las mejillas con los pulgares—. Siempre te amaré, Zeone. Eres el aire que respiro.
La besó para saborearla por completo.
Ella pareció relajarse un poco entre sus brazos mientras seguía moviéndose sobre él. Su mirada jamás se apartó de los ojos de Kirian, como si estuviera esperando algo…
Tan pronto como alcanzó el clímax, Kirian se recostó para observarla. Se sentía tan débil como un recién nacido, pero estaba en casa y su esposa le daba fuerzas. Estaba a salvo.
En cuanto ese pensamiento cruzó su mente, comenzó a escuchar un extraño zumbido y todo empezó a darle vueltas.
Comprendió al instante lo que su esposa había hecho.
—¿Veneno? —masculló.
Zeone se apartó de él y salió de la bañera. Se envolvió con rapidez en una toalla antes de contestar.
—No.
Kirian intentó salir de la bañera, pero estaba demasiado mareado y volvió a caer al agua. Le costaba trabajo respirar y apenas si podía hilar dos pensamientos seguidos con la mente tan embotada.
Lo único que tenía claro era que la mujer que amaba lo había traicionado. La misma mujer a cuyos pies había puesto el mundo.
—Zeone, ¿qué me has hecho?
Ella alzó la barbilla y lo contempló con frialdad.
—Lo que tú no eres capaz de hacer. Asegurar mi porvenir. Roma es el futuro, Kirian, no Andrisco. Jamás sobrevivirás para ascender al trono.
Se hizo la oscuridad.
Amanda gimió al sentir un lacerante dolor en la cabeza. Cuando la luz regresó, encontró a Kirian tumbado desnudo sobre una fría losa de piedra que estaba inclinada en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Tenía los brazos y las piernas atados con cuerdas a unos tornos.
Estaba observando una vieja mesa dispuesta al otro lado de la habitación, sobre la que se habían desplegado toda clase de instrumentos de tortura. De espaldas a Kirian, había un hombre alto y moreno que estudiaba con atención los artefactos dispuestos sobre la mesa.
Kirian se sentía tan solo… tan traicionado… Completamente indefenso.
Sentimientos aterradores para alguien que jamás había conocido el significado de la vulnerabilidad.
La temperatura de la habitación era sofocante debido al fuego que crepitaba en la chimenea. De algún modo, Amanda supo que estaban a principios de verano. Las ventanas estaban abiertas y la suave brisa del Mediterráneo refrescaba la habitación y traía el aroma del mar y de las flores. Kirian escuchó las risas en el exterior y se le hizo un nudo en el estómago.
Era un día demasiado hermoso para morir.
El hombre que estaba junto a la mesa ladeó la cabeza. De repente, se giró y clavó en él una mirada amenazadora. Pese a ser increíblemente apuesto, su rostro mostraba una fría mueca de desprecio que le robaba parte de su atractivo. Tenía unos ojos crueles y brillantes que se asemejaban a los de una víbora. Vacíos, calculadores y carentes de compasión.
—Kirian de Tracia —dijo con una perversa sonrisa—. Por fin nos conocemos. Aunque supongo que esto no cuadra exactamente con tus planes, ¿no es cierto?
—Valerio —dijo Kirian con voz airada tan pronto como vio el emblema que colgaba de la pared, sobre el hombro de su captor. Reconocería el águila en cualquier parte.
La sonrisa del romano se ensanchó mientras cruzaba la habitación. Su rostro no mostraba el más mínimo asomo de respeto. Tan solo una presumida satisfacción.
Sin pronunciar una sola palabra más, comenzó a girar la manivela de los tornos a los que estaban unidas las cuerdas. Cuando estas se estiraron, los músculos de Kirian se tensaron también y los tendones comenzaron a desgarrarse, al tiempo que las articulaciones se desencajaban.
Kirian cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes para soportar la agonía a la que se veía sometido su cuerpo.
Valerio soltó una carcajada y volvió a girar la manivela.
—Eso está bien, eres fuerte. Detesto torturar a esos jovenzuelos que no cesan de llorar y de gritar desde el principio. Le quita toda la gracia al asunto.
Kirian no dijo nada.
Tras asegurar la manivela de modo que el cuerpo de Kirian se mantuviera dolorosamente estirado, Valerio se acercó a la mesa donde se encontraban las armas y los artefactos y cogió una pesada maza de hierro.
—Puesto que no conoces nuestros métodos, permite que te muestre cómo tratamos los romanos a nuestros enemigos… —Regresó junto a él con una insultante sonrisa de satisfacción en el rostro—. En primer lugar, os rompemos las rodillas. De este modo, sé que no cederéis a la tentación de escapar a mi hospitalidad hasta que sea yo quien decida si estáis preparados para hacerlo.
Tras esas palabras, Valerio descargó la maza sobre la rodilla izquierda de Kirian, destrozando la articulación al instante. Lo recorrió una oleada de dolor inimaginable. Mordiéndose los labios para no gritar, se sujetó con fuerza a las cuerdas que le rodeaban las muñecas. La sangre se deslizaba en un cálido reguero por sus antebrazos.
Una vez hubo hecho añicos la otra rodilla, Valerio cogió un hierro candente del fuego y se lo acercó.
—Solo tengo una pregunta que hacerte: ¿dónde está tu ejército?
Kirian lo miró con los ojos entrecerrados, pero no dijo nada.
El romano le colocó el hierro sobre la cara interna del muslo.
Amanda perdió la cuenta de todas las heridas que Kirian sufrió a manos del tal Valerio. Hora tras hora, día tras día, la tortura continuaba con renovado vigor.
Resultaba increíble que una persona pudiera continuar viviendo después de tanto sufrimiento.
Jadeó al sentir que arrojaban agua fría al rostro de Kirian.
—No creas que voy a permitir que pierdas el conocimiento para escapar de mí. Y tampoco voy a dejarte morir de hambre hasta que me venga en gana.
Valerio lo agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás con crueldad para meterle un poco de sopa en la boca. Kirian siseó cuando el caldo salado hizo arder las heridas que tenía en las mejillas y en los labios. Estuvo a punto de ahogarse, pero su captor continuó obligándolo a tragar.
—Bebe, maldito seas —masculló Valerio—. ¡Bebe!
Kirian volvió a desmayarse y de nuevo el agua fría lo despertó.
Días y noches se mezclaban mientras el romano continuaba con la tortura sin la más mínima compasión. Y siempre la misma pregunta:
—¿Dónde está tu ejército?
Kirian jamás pronunció una sola palabra. Tampoco gritó. Mantenía las mandíbulas tan apretadas que Valerio tenía que abrirle la boca a la fuerza para darle de comer.
—Comandante Valerio —lo llamó un soldado, entrando a la estancia mientras el general tensaba de nuevo las cuerdas que sujetaban los brazos y las piernas de Kirian—. Le pido disculpas por la interrupción, señor, pero ha llegado un emisario de Tracia que pide audiencia.
El corazón de Kirian estuvo a punto de detenerse. Por primera vez desde hacía semanas sintió un rayo de esperanza y la alegría lo embargó.
Su padre…
Valerio arqueó una ceja y miró con curiosidad a su subordinado.
—Esto va a ser muy entretenido. Lo atenderé, faltaría más.
El soldado se esfumó.
Unos minutos después, un hombre mayor muy bien vestido entró en la habitación tras dos soldados romanos. El recién llegado se parecía tanto a Kirian que, por un momento, Amanda creyó que se trataba de su padre.
En cuanto el hombre estuvo lo bastante cerca como para reconocer a un sangriento y destrozado Kirian, se quedó con la boca abierta.
Olvidando toda dignidad, el hermano de su padre corrió a su lado.
—¿Kirian? —balbució, aún incrédulo, tocando con precaución el brazo roto de su sobrino. Los ojos azules mostraban su dolor y su preocupación—. ¡Por Zeus! ¿Qué te han hecho?
Amanda sintió la tremenda vergüenza de Kirian y el dolor que le producía ser testigo del sufrimiento de Zetes. La joven percibió la necesidad de Kirian de aliviar la culpa que reflejaban los ojos del anciano y el impulso de suplicarle el perdón de su padre.
Pero cuando abrió la boca, tan solo salió un gemido ronco. Estaba tan malherido que los maltrechos dientes le castañeteaban debido a la intensidad del sufrimiento que padecía.
Tenía la garganta tan ulcerada y seca que le costaba trabajo respirar, pero por pura fuerza de voluntad, consiguió pronunciar con voz trémula:
—Tío.
—Vaya, ¿será posible que realmente pueda hablar? —preguntó Valerio acercándose a ellos—. No ha dicho nada en cuatro semanas. Nada más que esto…
Y acercó de nuevo el hierro candente al muslo.
Apretando los dientes, Kirian siseó y dio un respingo.
—¡Basta! —gritó Zetes, apartando al romano de un empujón.
Acunó con ternura el magullado rostro de su sobrino entre sus manos. Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Zetes mientras trataba de retirar la sangre de los labios hinchados de Kirian.
Alzó la mirada hacia Valerio.
—Tengo diez carros de oro y joyas. Su padre promete aún más si lo liberas. Estoy autorizado a presentarte la rendición de Tracia. Y su hermana, la princesa Altea, se ofrece como tu esclava personal. Lo único que tienes que hacer es dejar que me lo lleve a casa.
¡No!
Amanda escuchó el grito interior de Kirian, pero la palabra se quedó atascada en su dolorida garganta.
—Es posible que permita que te lo lleves a casa… una vez lo ejecute.
—¡No! —exclamó Zetes—. Es un príncipe y tú…
—No es ningún príncipe. Todo el mundo sabe que fue desheredado. Su padre hizo pública su decisión.
—Se ha retractado —insistió Zetes, antes de volver a mirar a Kirian con ternura—. Quiere que sepas que nada de lo que te dijo era cierto; que se comportó como un ciego y un estúpido cuando debería haber confiado en ti y haberte escuchado. Tu padre te quiere, Kirian. Lo único que espera es que regreses a casa para poder acogeros a ti y a Zeone con los brazos abiertos. Te ruega que lo perdones.
Esas últimas palabras le quemaron más que los hierros candentes de Valerio. No era su padre quien debía implorar perdón. No era su padre el que se había comportado como un estúpido.
Había sido él quien se había mostrado cruel con un hombre que nunca había hecho otra cosa que quererlo. Y la agonía de saberlo lo embargó de nuevo.
Que los dioses se apiadaran de ambos, porque su padre había estado en lo cierto desde el principio.
Zetes echó un vistazo a Valerio.
—Te dará cualquier cosa a cambio de la vida de su hijo. ¡Cualquier cosa!
—Cualquier cosa… —repitió el romano—. Una oferta muy tentadora, pero ¿no sería muy estúpido de mi parte liberar al hombre que ha estado a punto de derrotarnos? —preguntó mirando con furia a Zetes—. Jamás.
Sacó la daga de su cinturón, agarró con rudeza las tres largas y finas trenzas que proclamaban que Kirian era general y las cortó.
—Aquí tienes —dijo, ofreciéndoselas a Zetes—. Llévaselas a su padre y dile que eso es lo único que le devolveré de su hijo.
—¡No!
—Guardias, aseguraos de que… Su Alteza se marcha.
Kirian observó cómo agarraban a su tío y lo sacaban a la fuerza de la habitación.
—¡Kirian!
Kirian forcejeó contra las cuerdas, pero estaba tan malherido y mutilado que lo único que consiguió fue hacerse aún más daño.
Quería decirle a Zetes que regresara. Quería decirle lo mucho que se arrepentía de todo lo que les había dicho a sus padres.
«No permitáis que muera sin que lo sepan», rogó Kirian.
—¡No puedes hacer esto! —gritó Zetes un momento antes de que las puertas se cerraran con un golpe seco, sofocando su voz.
Valerio llamó a su sirviente.
—Trae a mi concubina.
Tan pronto como el criado se marchó, el romano se acercó a Kirian y suspiró como si estuviese enormemente decepcionado.
—Parece que nuestro tiempo de estar juntos llega a su fin. Si tu padre está tan desesperado por tu regreso, es tan solo cuestión de tiempo que reúna su ejército para marchar contra mí. Como es natural, no puedo permitir que tenga oportunidad de rescatarte, ¿no crees?
Kirian cerró los ojos y apartó la cabeza para no ver la expresión triunfal de Valerio. En su mente, volvió a contemplar a su padre aquel último y aciago día, cuando ambos se enfrentaron en la sala del trono. Julian había bautizado aquel momento como el día del «Duelo de los Titanes». Ninguno de los dos, ni él ni su padre, había estado dispuesto a escuchar al otro, como tampoco a ceder.
Escuchó de nuevo las palabras que le había dirigido a su padre. Palabras que ningún hijo debía decirle a un padre.
El sufrimiento era mil veces más intenso que el provocado por cualquiera de las torturas de Valerio.
Mientras recordaba con pesar sus pasadas acciones, las puertas de la estancia se abrieron y entró Zeone. Cruzó la habitación con la cabeza bien alta, como una reina ante su corte, y se detuvo junto a Valerio para dedicarle una sonrisa cálida e incitante.
Kirian no dejó de observarla mientras la magnitud de la traición de la mujer se abría camino en su mente.
«Que sea una pesadilla. Por favor, Zeus, no permitas que esto sea real.»
Era más de lo que su alma y su mutilado cuerpo podían soportar.
—¿Sabes, Kirian? —le dijo el romano mientras colocaba un brazo sobre los hombros de Zeone y le mordisqueaba el cuello—. Alabo tu gusto para elegir esposa. Es excepcional en la cama, ¿verdad?
Era el peor golpe que le había infligido hasta ese momento.
Zeone lo miró a los ojos sin asomo de pudor y permitió que Valerio se colocara a su espalda, le cubriera los pechos con las manos y comenzara a acariciárselos. No había rastro de amor en el rostro de su esposa. Ni remordimiento. Nada. Lo miraba como si fuera un extraño.
Aquello desgarró los escasos jirones que quedaban del alma de Kirian.
—Vamos, Zeone, mostrémosle a tu marido lo que interrumpió la noche que llegó a casa.
El romano desprendió el broche del peplo de Zeone y dejó que la prenda cayera al suelo. Tomando su cuerpo desnudo en brazos, la besó.
El corazón de Kirian se hizo pedazos al ver cómo su esposa despojaba a Valerio de la armadura. Al ser testigo del ávido entusiasmo con el que aceptaba sus caricias.
Incapaz de soportarlo, cerró los ojos y giró la cabeza. No obstante, siguió escuchándolos. Escuchó cómo su mujer suplicaba a Valerio que la poseyera. La escuchó gemir de placer. Y cuando la escuchó alcanzar el clímax en brazos de su enemigo, sintió que su corazón se marchitaba y moría.
Al fin, Valerio había acabado con él.
Dejó que el dolor lo inundara. Dejó que lo embargara hasta que no sintió nada. Nada más que una desolación atroz y absoluta.
Una vez hubo acabado, el romano se acercó a él y le restregó la mano, aún húmeda, por el rostro. Kirian maldijo ese olor que le resultaba tan familiar.
—¿Tienes alguna idea de lo mucho que me gusta el olor de tu mujer sobre mi cuerpo?
Kirian le escupió en la cara.
Enfurecido, Valerio cogió una daga de la mesa y se la clavó con saña en el vientre. Kirian jadeó al sentir cómo el frío metal desgarraba su cuerpo. Con malicia, el romano giró la muñeca e hizo rotar la hoja, introduciéndola aún más profundamente.
—Dime, Zeone —dijo Valerio sin apartar la mirada de Kirian mientras sacaba la daga y lo dejaba tembloroso y débil—. ¿Cómo crees que debería matar a tu esposo? ¿Debería decapitarlo como corresponde a un príncipe?
—No —respondió ella al tiempo que envolvía el peplo alrededor de su cuerpo y lo aseguraba sobre el hombro con el broche que Kirian le había regalado el día de su boda—. Es el espíritu y la columna vertebral de los rebeldes macedonios. No permitas que se convierta en un mártir. Si la decisión estuviera en mis manos, lo crucificaría como a un vulgar ladrón. Deja que sea un ejemplo para los enemigos de Roma; deja que sepan que no hay honor ni gloria para quienes se enfrentan a Roma.
Valerio sonrió con crueldad y se dio la vuelta para mirarla a la cara.
—Me gusta cómo funciona tu mente. —Le dio un casto beso en la mejilla y comenzó a vestirse—. Despídete de tu esposo mientras lo arreglo todo —le dijo antes de marcharse.
Kirian luchaba por seguir respirando entre tanto dolor cuando, por fin, Zeone se acercó. El sufrimiento y la ira lo hacían temblar de la cabeza a los pies. No obstante, la mirada de su esposa seguía siendo vacía. Helada.
—¿Por qué? —le preguntó.
—¿Por qué? —repitió ella—. ¿Tú qué crees? Fui la hija de una prostituta. Crecí entre el hambre y la pobreza, sin otro recurso que dejar que cualquier hombre usara mi cuerpo como le diera la gana.
—Yo te protegí —le recriminó Kirian con aspereza, moviendo apenas los labios partidos y ensangrentados—. Te amé. Te mantuve a salvo de todo aquel que podía hacerte daño.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—No iba a permitir que te fueras a luchar contra Roma mientras yo me quedaba en casa, temiendo que echaran mi villa abajo cualquier día para llegar hasta ti. No quería acabar como la esposa de Julian, asesinada en mi propia cama, o vendida como esclava. He llegado demasiado lejos como para volver a vender mi cuerpo o a suplicar por las sobras. Aprecio mi seguridad y haré todo lo que sea preciso para conservarla.
No podía haber encontrado palabras que lo hirieran más. Jamás lo había considerado otra cosa que un bolsillo adinerado.
No, no podía creerlo. Se negaba a creerlo. Tenía que haber habido un momento, uno solo, en el que ella lo hubiese amado. ¿De verdad había estado tan ciego?
—¿Alguna vez me amaste?
Ella se encogió de hombros.
—Si te sirve de consuelo, has sido el mejor amante que he tenido jamás. Te echaré de menos en la cama, a buen seguro.
Kirian dejó escapar un agónico rugido de rabia.
—Maldición, Zeone —dijo Valerio al regresar—. Debería haber dejado que lo torturaras tú. Yo no he conseguido hacerle tanto daño.
Los soldados llegaron en aquel momento con una cruz enorme. La dejaron en el suelo, junto a la mesa, y cortaron las cuerdas que mantenían sujeto a Kirian.
Al tener las piernas rotas, cayó de bruces al suelo.
Lo levantaron sin muchos miramientos y lo tumbaron sobre el madero.
Kirian no dejó de mirar a Zeone. Ni siquiera la conmiseración arrugaba su frente. Los ojos de su mujer no mostraban más que una fascinación morbosa.
De nuevo, volvió a recordar los rostros abatidos de sus padres el día que abandonó su hogar para casarse. Y escuchó otra vez la oferta que Zetes le había hecho a Valerio.
Los había traicionado a todos por ella. Y Zeone ni siquiera fingía sentirse arrepentida por lo que le había hecho. Lo que les había hecho a su familia y a su país.
Él era la última esperanza de los griegos para librarse del yugo romano. Era lo único que se interponía entre su gente y la esclavitud.
Con un solo acto de traición, Zeone había echado por tierra todos sus sueños de libertad.
Y todo porque él había sido un estúpido…
Las últimas palabras de su padre resonaron en su cabeza: «Ella no te ama, Kirian. Ninguna mujer te amará jamás. ¡Y eres un maldito imbécil si no te das cuenta!».
Uno de los soldados colocó un clavo de hierro sobre su muñeca al tiempo que otro alzaba un pesado mazo.
El soldado romano golpeó con fuerza el clavo…
Amanda despertó con un grito, alarmada al sentir el dolor que le atravesaba el brazo. Se sentó y se agarró la muñeca para asegurarse de que todo había sido un sueño.
Estudió atentamente el brazo mientras lo frotaba. No había ninguna herida pero…
El sueño había sido real. Lo sabía.
Empujada por una fuerza que no acababa de entender, salió de su habitación en busca de Kirian. Estaba a punto de amanecer y todo estaba a oscuras, pero atravesó la casa a la carrera, subió la escalera de caoba y atravesó un largo pasillo. Siguiendo sus instintos, se acercó a unas puertas dobles situadas en el ala oeste.
Sin dudarlo, las abrió y entró en una habitación dos veces más amplia que la suya. Junto a la antigua cama con dosel había una vela encendida que proyectaba sombras extrañas sobre la pared. Las cortinas doradas y marrones estaban retiradas y sujetas a los postes, de modo que tan solo unos diáfanos visillos de color crema protegían el lecho. A través de ellos, veía a Hunter removiéndose entre las sábanas rojizas, como si estuviera atrapado en medio de la misma pesadilla de la que ella había sido testigo.
Con el corazón en un puño, corrió hacia la cama.
Kirian se despertó en el mismo instante en que sintió la mano de Amanda, tibia y suave, sobre el pecho. Abrió los ojos y la encontró sentada a su lado, con los ojos oscurecidos por el horror mientras lo examinaba con el ceño fruncido.
Él también frunció el ceño al sentir que sus manos le recorrían el pecho. Era como si en realidad no pudiese verlo, como si se encontrara en una especie de trance.
Yació en completo silencio, atónito por su presencia.
Amanda apartó la sábana de seda que lo cubría y tocó la cicatriz que tenía en el vientre, justo al lado izquierdo del ombligo.
—Te clavó la daga aquí —susurró al tiempo que le acariciaba la delgada cicatriz.
Al instante, cogió sus muñecas y trazó con ternura las líneas blanquecinas que las cruzaban.
—Te hundieron los clavos aquí y aquí.
Le sujetó las manos y pasó el pulgar sobre la punta de los dedos.
—Te arrancaron las uñas.
Estiró el brazo y le acarició la áspera mejilla con la palma de la mano. En sus ojos se leían miles de emociones y esas profundidades de azul cristalino estaban dejando a Kirian sin aliento.
Ninguna mujer lo había mirado así jamás.
—Mi pobre Hunter —murmuró.
Las lágrimas le bañaban las mejillas y, antes de que Kirian intuyera lo que iba a hacer, apartó la sábana por completo y lo dejó desnudo, expuesto a su escrutinio. Su miembro respondió al instante, endureciéndose y palpitando ante la preocupación que ella demostraba.
Amanda le tocó el muslo que Valerio había marcado con el hierro candente.
—¡Dios mío! —jadeó mientras sus dedos trazaban la piel rugosa—. Era real. Te lo hicieron de verdad… —Lo miró con los ojos bañados en lágrimas—. Te vi. ¡Te sentí!
Kirian la miró con el ceño aún más fruncido. ¿Cómo era posible?
Había estado soñando con su ejecución hasta que ella lo había despertado. ¿Se habrían fusionado los poderes de ambos de tal manera que ahora podía llegar hasta la mente de Amanda incluso cuando estaba dormido?
Era una idea aterradora. Si eso era cierto, la única explicación posible sería que estaban unidos a un nivel mucho más profundo que el simple plano físico.
Y eso significaba que…
No quiso terminar el razonamiento.
No existía esa otra persona a la que llamaban «la otra mitad del alma», sobre todo si uno no tenía alma. No era posible.
Amanda se sentía embargada por un profundo dolor mientras observaba al hombre que tenía delante. ¿Cómo podía haber sobrevivido a una tortura y a una traición semejantes?
Y había cargado con ese fardo durante siglos. Solo. Siempre solo. Sin nada que aliviara su dolor ni su desdicha.
Sin esperanza.
—Tanto dolor… —susurró Amanda.
Deseaba con toda su alma la cabeza de Zeone en una bandeja por lo que le había hecho. Pero sobre todo deseaba consolarlo. Quería aliviar el tormento que habitaba en su corazón. Desvanecer el dolor de su pasado.
Quería darle esperanza.
Quería devolverle su sueño: una mujer y unos hijos que lo amaran.
Y que Dios se apiadara de ella, porque deseaba ser esa mujer.
Sin pararse a pensar, se inclinó y atrapó sus labios. Él gimió ante el contacto y le rodeó la cara con las manos para devolverle el beso.
Amanda lo saboreó como jamás había saboreado a ningún otro hombre. Podía sentir cómo Hunter se abría camino hasta su alma mientras sus lenguas danzaban. Nunca había sido atrevida en la cama, pero la verdad era que nunca había deseado a un hombre como lo deseaba a él en esos momentos.
Con todo su ser.
Se le llenaron los ojos de lágrimas al posar los labios cerca de su garganta, justo sobre la cicatriz provocada por el anillo de Valerio.
Tanto coraje… Tanto amor… Ella daría cualquier cosa por encontrar a un hombre que la amara como él había amado a su esposa.
Para ser más precisos: quería que Hunter la amara a ella. Quería su corazón. Quería a ese hombre que sabía lo que significaba el amor, que sabía lo que eran el compromiso y la compasión.
Tanto si lo admitía como si no, Kirian la necesitaba.
Ningún hombre debería vagar solo eternamente. Nadie tendría que soportar las heridas que él había soportado; no cuando su único crimen había sido amar a alguien más que a sí mismo.
Su aliento se mezcló con el de Hunter mientras se colocaba sobre su cuerpo, a horcajadas sobre su cintura.
Kirian gimió al darse cuenta de que no llevaba nada bajo la camiseta. Sentía la piel caliente y húmeda de los muslos de Amanda mientras ella se deslizaba sobre su vientre desnudo, encendiendo una hoguera en su interior que lo dejó aterrorizado.
Apártala, se dijo.
Pero no podía hacerlo. Esa noche no, con la pesadilla aún tan fresca en su memoria.
Estuviera bien o no, necesitaba consuelo. Quería volver a sentirse amado. Quería sentir la suavidad de unas manos femeninas sobre su cuerpo. Deseaba el aroma de Amanda sobre la piel.
Se estremeció cuando la joven rodeó su miembro con la mano.
—Por todos los dioses —balbució sin abandonar sus labios. Nadie lo había tocado de ese modo en dos mil años.
Todo su cuerpo empezó a estremecerse y a palpitar de deseo cuando ella acarició su ardiente y rígida verga.
Esa noche la haría suya. Ya no había modo de apartarla de él.
Con la respiración entrecortada, se estremeció al sentir los dedos de Amanda rodeándolo mientras deslizaba la palma de la mano a lo largo de su miembro desde la punta hasta la base, donde lo cubrió con delicadeza. Sus dedos le rozaron los testículos, endureciéndolo tanto que pensó que estallaría allí mismo.
Mientras tanto, él recorría lentamente el cuerpo femenino con las manos, disfrutando de cada curva y cada hueco. Disfrutando del tacto suave de su piel bajo la camiseta. Le mordisqueó el cuello y, por primera vez desde que se había convertido en Cazador Oscuro, sintió un sobrecogedor deseo de alimentarse de un humano.
El sonido de la sangre recorriendo las venas de Amanda le rugía en los oídos. La energía de la mujer lo tentaba, logrando que el Cazador Oscuro que había en él ansiara probar su fuerza vital.
Estaba prohibido. Se suponía que ningún Cazador podía morder el cuello de un humano. Aun así, sentía en su interior esa profunda necesidad mientras acariciaba el hueco de la garganta de Amanda con la lengua.
Jugueteó con los colmillos en su cuello y tuvo que recurrir a todo el autocontrol que poseía para no tomar un sorbo de esa sangre que corría bajo sus labios. La piel de Amanda se erizó ante el contacto y el pezón se endureció aún más bajo la mano de Kirian.
Abandonando su cuello con un gruñido, asaltó sus labios y la besó con ansia mientras deslizaba la mano bajo la camiseta para buscar el oscuro triángulo de su entrepierna.
No pudo reprimir un gemido al sentir el roce de ese delicado vello en los dedos mientras la abría para acariciarla allí por primera vez.
Amanda se sobresaltó un poco, pero después dejó escapar un suspiro de satisfacción y aceleró el ritmo de las delicadas caricias que le propinaba al miembro de su compañero.
Kirian no podía creer que estuviese tan mojada. Por los dioses, cómo la deseaba. Quería saborear cada centímetro de su cuerpo. Quería hundirse profundamente en ese calor abrasador.
Sin embargo, se contuvo porque quería recrearse en el momento. Porque deseaba explorarla dulce y lentamente.
Porque deseaba que ese amanecer durara una eternidad.
—Sabes tan bien… —le susurró al tiempo que desgarraba la camiseta de arriba abajo antes de arrancársela y arrojarla al suelo. Al instante, trazó un sendero de pequeños besos desde la garganta hasta el pecho.
Amanda se arqueó hacia delante cuando la lengua y los colmillos de Hunter le acariciaron el pezón. La sensación de esos afilados colmillos rozándole la piel la hacía arder como si fuera lava.
Hunter introdujo una vez más la mano entre sus cuerpos y la acarició donde más lo deseaba. Sus dedos comenzaron a trazar lentos círculos, enardeciéndola y aliviándola; presionando y acariciándola con suavidad; hundiéndose en ella para que el fuego la consumiera aún más mientras él le hacía el amor con la mano.
—Te deseo, Hunter —murmuró sin aliento sobre sus labios—. Como nunca he deseado a nadie.
Él sonrió sin ocultar los colmillos mientras la hacía girar sobre el colchón para colocarla debajo de su cuerpo con una fuerza y una facilidad que la dejaron estupefacta.
Amanda dejó escapar un gemido al sentir ese cuerpo duro y esbelto encima de ella. Su peso le robaba el aliento y le rodeó las caderas con las piernas.
Hunter irradiaba fuerza y poder, y Amanda lo sentía en cada poro de su piel.
Esos músculos fuertes y definidos se contraían a su alrededor con cada pequeño movimiento que él realizaba. No obstante, lo que más la cautivaba era la contención que demostraba. Toda esa fuerza bajo control le recordaba a un león preparado para atacar.
Quería más. Se moría por sentirlo dentro de su cuerpo. Por reclamarlo como ninguna mujer lo había hecho en más de dos mil años. Quería su corazón.
No, sus deseos iban más allá: quería reclamarlo como ninguna mujer lo había hecho jamás. Quería ser todo lo que él necesitaba: su aliento, su corazón y, sobre todo, su alma perdida.
Ansiaba devolverle su alma. Rescatarlo de su sufrimiento. Liberarlo de su pasado.
Arqueó la espalda y lo besó con fuerza para no confesar sin querer lo que sentía. Si Hunter lo descubriera alguna vez, se alejaría de ella sin lugar a dudas.
Y eso era lo último que deseaba. Así pues, invocó los poderes que había reprimido durante más de diez años y los utilizó para ocultar los pensamientos que albergaba en lo más profundo de su mente y de su corazón, por si acaso él aún pudiera leer en su interior.
Esa noche, ella sería su consuelo.
Kirian gruñó al sentir a Amanda bajo su cuerpo. Había pasado una eternidad desde que se permitiera confiar en una mujer de ese modo.
Una capa de sudor le cubrió el cuerpo mientras abandonaba sus pechos para mordisquearle el torso y las caderas antes de volver a ascender.
La deseaba con una intensidad sobrehumana. Deseaba cosas de ella que no se atrevía a nombrar. En su mente no deberían estar presentes pensamientos tales como el deseo de hacerla suya y de quedársela.
Aun así, allí estaban.
Amanda le pasó la mano por el pelo. No permitió que él se alejara mientras trazaba un sendero de pequeños mordiscos desde sus labios hasta su garganta antes de bajar de nuevo hacia sus pechos, donde se entretuvo para saborearla a conciencia. Su lengua se movía en círculos alrededor del endurecido pezón para atormentarla con sus caricias. Parecía devorarla con un ansia insaciable, como un hombre hambriento que festejara un banquete.
Comenzó a descender con lentitud por el cuerpo femenino. Los largos colmillos la arañaban con suavidad, con tanta delicadeza que Amanda se sintió conmovida. El calor de las manos de Hunter la abrasó cuando las colocó debajo de sus caderas. En ese momento, su lengua se deslizó desde la pelvis hasta el muslo.
Le separó las piernas muy despacio para lamerle la cara interna de los muslos. Amanda contuvo el aliento, retorciéndose ante la expectativa de sus caricias.
Al percibir su vacilación, alzó la cabeza y lo descubrió mirándola. La expresión posesiva y visceral del rostro de Hunter la dejó sin aliento.
Esa mirada la mantuvo en una especie de trance mientras él deslizaba hacia abajo el dedo sobre su sexo con delicadeza y lentitud antes de subir de nuevo. Ella reaccionó con un estremecimiento. Hunter le separó los labios y la tomó en la boca sin dejar de mirarla a los ojos.
Amanda gritó al sentir el salvaje éxtasis que la recorrió en oleadas. Ningún hombre le había hecho eso antes.
Kirian cerró los ojos y gimió de tal forma que el sonido reverberó a través del cuerpo de Amanda. Acto seguido, hundió la lengua en su interior y comenzó a moverla en círculos, consiguiendo que ella se estremeciera de los pies a la cabeza con cada húmeda caricia.
Amanda arqueó la espalda y pasó una mano por los enredados cabellos de Hunter al tiempo que separaba las piernas aún más para facilitarle el acceso.
Kirian se estremeció al paladear su sabor. Nunca había deseado nada tanto como deseaba a esa mujer. Había algo en ella que lo volvía loco.
No obstante, sentía que los poderes de Cazador luchaban en su interior por zafarse del control que los mantenía a raya. Sentía que el animal que habitaba dentro de él comenzaba a despertar.
Utilizaba esos poderes cuando luchaba o perseguía a un objetivo. Gracias a ellos, percibía todo lo que ocurría a su alrededor mucho más profundamente. En ese momento, le permitían percibir los frenéticos latidos del corazón de Amanda y los pequeños temblores que sacudían su cuerpo como respuesta a las caricias de sus labios y su lengua.
Kirian sentía el placer que le estaba proporcionando a Amanda y ese placer lo hacía palpitar al ritmo de la sangre que recorría sus muslos y le calentaba la cara. Cerró los ojos mientras luchaba de nuevo contra el impulso de hundir los colmillos en su carne y dejar que el sabor de su sangre se le deslizara por la lengua.
Amanda se aferró a él mientras Hunter seguía dándole placer. Sintió un escalofrío al notar que la arañaba con suavidad con los colmillos. Abrió los ojos para contemplarlo absorto en lo que estaba haciendo, ajeno a cualquier otra cosa que no fuese ella.
Hunter era el sexo personificado, pensó. Todo su ser se había concentrado en ella y en darle placer con una intensidad que Amanda estaba segura de que solo empleaba para perseguir a los daimons.
Y cuando alcanzó el orgasmo, este resultó tan salvaje y sobrecogedor que echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un grito.
Sin embargo, aún no había acabado con ella. Hunter gruñó al sentir su satisfacción, pero no detuvo las caricias de su lengua. Al contrario, aumentó el ritmo y la fricción, como si se estuviera dando un festín con su cuerpo.
Amanda gimió de placer.
No aminoró el ritmo hasta que ella se corrió dos veces más. E incluso entonces, esperó a que el último estremecimiento hubiera abandonado su cuerpo antes de apartarse.
Se incorporó entre las piernas de Amanda y avanzó sobre ella muy despacio, como un animal hambriento y poderoso a punto de zamparse la cena.
Le brillaban los ojos y los colmillos quedaban claramente a la vista con cada respiración entrecortada.
—Mírame, Amanda —le ordenó mientras le pasaba la mano por el muslo—. Quiero mirarte a los ojos cuando te haga mía.
Tragando saliva, ella cedió a sus deseos.
Hunter acunó su rostro entre las manos y le dio un beso profundo al tiempo que la tomaba de la mano y la guiaba hacia su hinchada verga.
Sin más palabras, ella comprendió lo que quería. Alzó las caderas y lo guió hasta su interior, despacio, centímetro a centímetro, hasta que su miembro la llenó por completo. Un gemido escapó de su garganta al sentirlo dentro y observar el deseo voraz que reflejaban los ojos del hombre.
Trató de retirar la mano, pero él la detuvo cubriéndola con la suya. La pasión de su mirada se hizo más patente.
—Quiero que me toques mientras estamos unidos, quiero que lo sientas —le dijo con voz entrecortada.
Amanda tragó saliva cuando Hunter comenzó a moverse entre sus dedos y la penetró aún más. Dentro, fuera. Era la experiencia más erótica e increíble que había sentido jamás.
Ambos gimieron al unísono.
Amanda pudo ver la expresión satisfecha en su rostro mientras la embestía con toda la fuerza de sus caderas.
—¡Dios, Hunter! —murmuró.
Él se detuvo y la miró a los ojos.
—No es el Cazador Oscuro el que está dentro de ti, Amanda. Soy yo, Kirian.
La alegría la inundó al comprender lo que Kirian le estaba ofreciendo. Le había dejado penetrar su coraza del mismo modo que ella le había permitido que penetrara su cuerpo.
Alzó los brazos y le acarició las mejillas.
—Kirian —jadeó.
Él sonrió.
—Estar dentro de ti es mucho mejor de lo que había imaginado —le confesó en el mismo instante que Amanda percibía un estremecimiento que lo recorría de arriba abajo.
Él bajó la cabeza y la besó con ternura mientras la penetraba con envites salvajes, a un ritmo frenético. Con fuerza y hasta el fondo. Cada una de sus embestidas le proporcionaba una oleada de puro placer.
—Dios, Kirian… —gimió bajo sus labios al sentir que otro nuevo orgasmo se acercaba.
Tan pronto como dijo su nombre, empezó a ocurrirle algo extraño. Algo en su interior cambió y, de repente, se sintió sacudida por una descarga erótica.
—¡Dios mío! —jadeó.
¡Podía sentir lo mismo que Kirian!
Como si fueran un solo ser, lo sentía dentro y al mismo tiempo sentía cómo ella lo rodeaba.
Kirian se esforzó por respirar, sobrecogido ante la experiencia y sosteniéndole la mirada.
Amanda le acarició la espalda y sintió el roce de su mano en su propia carne. Era lo más increíble que había experimentado jamás.
Kirian aumentó el rimo de sus caderas mientras ella se aferraba a sus hombros, ambos perdiendo todo rastro de cordura, inmersos en un estallido de deseo.
Se corrieron a la vez en un crítico momento de placer sublime. Kirian echó la cabeza hacia atrás y rugió mientras se hundía en ella una última vez. Ella gritó al tiempo que se estremecía entre sus brazos.
Amanda lo abrazó con fuerza cuando él se derrumbó sobre su cuerpo y le acunó la cabeza contra su cuerpo mientras flotaba de vuelta a la realidad.
Fue entonces cuando notó con pesar que Kirian salía de ella.
—¿Qué ha sucedido? —murmuró él.
—No lo sé, pero ha sido maravilloso. Increíble. Fantástico.
Con una suave carcajada, Kirian alzó la cabeza y Amanda frunció el ceño al ver sus ojos a la tenue luz de las velas. Ya no era negros, sino de un peculiar castaño verdoso.
—¿Kirian?
Él recorrió la habitación con la mirada e hizo una mueca de dolor.
—Mis poderes han desaparecido —susurró.
Y fue en ese momento cuando ella percibió la debilidad que lo embargaba.
Apenas podía moverse.
Y las cosas se ponían cada vez peor, porque Amanda pudo percibir la intensa agonía que invadía el cráneo del hombre cuando este se colocó la mano sobre el ojo derecho y soltó un gemido.
—¡Dios mío! —exclamó Amanda cuando él se tendió a su lado, muerto de dolor—. ¿Qué puedo hacer?
—Llama a Talon —le contestó entre dientes—. Marca el dos y después la almohadilla.
Amanda rodó sobre el colchón y se acercó a la mesita de noche para coger el teléfono y marcar sin perder un instante.
Talon contestó al segundo tono. Por el sonido de su voz, estaba claro que acababa de despertarse.
—¿Qué pasa? —preguntó con tranquilidad una vez que Amanda se identificó.
—No lo sé. Le he hecho algo a Kirian.
—¿Qué quieres decir? —replicó él, dando a entender que le resultaba muy difícil creer que pudiese hacerle algo a su amigo.
—No estoy segura. Sus ojos son de un color diferente y está doblado por el dolor.
—¿De qué color son sus ojos?
—Verdes.
Talon permaneció unos segundos en silencio antes de volver a hablar.
—Pásamelo.
Ella le ofreció el teléfono a Kirian.
Al coger el auricular, una nueva oleada de dolor lo atravesó. Nunca había sentido nada parecido. Era como si sus dos mitades, el Cazador Oscuro y el hombre, estuviesen luchando la una contra la otra.
—Talon —jadeó.
—Hola, colega —lo saludó Talon—. ¿Estás bien?
—Joder, no. ¿Qué me está pasando?
—Así a bote pronto, diría que acabas de encontrar el modo de deshacerte de tus poderes de Cazador Oscuro. Felicidades, tío, acabas de encontrar tu vía de escape.
—Ya, yo también estoy a punto de ponerme a dar saltos de alegría.
—No seas imbécil. Recuerda que es temporal… creo.
Al percibir la duda en la voz de Talon, Kirian le preguntó intranquilo:
—¿Cuánto tiempo?
—Ni idea. Nunca he perdido mis poderes.
Kirian jadeó cuando le sobrevino otra oleada de dolor.
—No luches contra el dolor —masculló Talon—. Estás empeorándolo. Relájate.
—Sí, claro, como si supieras lo que estoy pasando.
Talon resopló.
—Confía en mí; hay ocasiones en las que es necesario luchar, pero esta no es una de ellas. Acéptalo.
—Que lo acepte… y una mierda. No es tan fácil. Da la casualidad de que me siento como si me estuvieran partiendo en dos.
—Ya lo sé —le dijo Talon, con un deje de compasión en la voz—. ¿Qué estabas haciendo cuando perdiste los poderes?
Kirian se aclaró la garganta al tiempo que lanzaba una tímida mirada a Amanda.
—Yo… esto… —Dudó, sin saber muy bien cómo explicarlo. Lo último que quería era avergonzarla.
Sin embargo, no tuvo que explicar nada.
—Diarmuid Ua Duibhne —rugió Talon en gaélico—, te acostaste con ella y te dejó seco, ¿no es cierto?
Kirian carraspeó más rotundamente en esa ocasión y se dio cuenta de lo inútil que era tratar de ocultar algo a un Cazador Oscuro que podía averiguar casi todo lo que se le antojara.
—No ocurrió nada hasta justo el final.
—Aaaah, ya entiendo —le dijo Talon, arrastrando las palabras como si hubiera entendido a la perfección. Cuando volvió a hablar, su voz recordó a los consejos que la doctora Ruth ofrecía en su programa de televisión—: Ha sido en ese momento justo después de correrte, cuando estás exhausto, saciado e indefenso… ¿Me sigues? ¿Te apuestas algo a que fue por eso por lo que desaparecieron tus poderes?
Kirian seguía sin entender nada.
—Todos vosotros os acostáis con mujeres cada dos por tres y no os sucede esto.
—Sí, pero cada uno aguanta la presión de un modo distinto y tú lo sabes. En tu mente, debes haber equiparado ese momento álgido al instante en que te convertiste en Cazador Oscuro. O eso, o fueron los poderes de Amanda. Quizá se mezclaron con los tuyos hasta absorberlos.
—Eso es una locura.
—Sí, claro. Exactamente igual que el dolor de cabeza que tienes y que, de paso, me está afectando a mí también. Pásame a Amanda.
Kirian le hizo caso.
—Quiere hablar contigo.
Ella cogió el teléfono.
—Escucha —comenzó Talon con voz brusca y desabrida—. Tenemos un problema serio. Kirian está perdido hasta que recupere sus poderes.
—¿Cuánto tardará?
—Ni idea. Pero lo más probable es que tarde un buen rato; hasta entonces, será humano. Puesto que hace más de dos mil años que dejó de serlo, se siente débil. Es vulnerable.
Amanda giró la cabeza para observar a Kirian y sintió que la invadía el pánico. Aún tenía una mano sobre los ojos y, a juzgar por la rigidez de su postura, estaba claro que le dolía bastante.
—¿Volverá a la normalidad cuando se ponga el sol?
—Eso espero, porque de lo contrario los daimons lo tendrán muy fácil.
Amanda sintió que el miedo le formaba un nudo en la garganta. Lo último que quería era que Kirian acabara herido por su culpa.
—¿No puedes ayudarlo?
—No. Va en contra del Código. Cazamos solos. No puedo ir tras Desiderio hasta que Kirian esté muerto.
—¿Qué clase de código es ese? —gritó ella.
—Uno que por lo general no me perfora el tímpano —siseó Talon—. Joder, nena, con esos pulmones tendrías un brillante futuro como soprano.
—No tiene gracia.
—Lo sé. Nada de esto la tiene. Ahora, escúchame un segundo. Esto va a ser embarazoso, ¿lo soportarás?
La seriedad de su voz hizo que Amanda se detuviera a pensar un instante. ¿Qué iba a decirle?
—Creo que sí.
—Bien. Mira, creo que nuestro problema empieza en el momento en que Kirian se corre. Es imperativo que no dejes que suceda, porque hay bastantes posibilidades de que vuelva a quedarse sin sus poderes si ocurre otra vez. Tienes que mantenerte alejada de él.
Amanda sintió que el corazón se le encogía al escucharlo. Estiró el brazo para acariciar a Kirian.
—Vale —le contestó en voz baja.
—Estupendo. Son las siete de la mañana. Haznos un favor a los dos y vigílalo hasta que llegue Nick.
—Lo haré.
Talon se despidió y ella colgó antes de colocar de nuevo el teléfono sobre la mesita de noche.
Kirian la miró y el sufrimiento que reflejaban esos ojos verdes la partió en dos.
—Solo quería que te sintieras mejor. No era mi intención hacerte daño.
Él la cogió de la mano y la sostuvo con ternura.
—Lo sé.
Le dio un pequeño tirón para acercarla y la abrazó con fuerza, aunque Amanda todavía podía sentir la rigidez de su cuerpo.
—Me ayudaste, Amanda —le murmuró al oído—. No eches a perder lo que me has entregado por sentirte culpable.
—¿Puedo hacer algo por ti?
—Déjame abrazarte un poco más.
El corazón de Amanda dio un vuelco al escuchar esas palabras. Se quedó tumbada entre sus brazos, sintiendo el cálido aliento de él sobre la garganta.
Kirian enterró el rostro en su pelo y aspiró el dulce aroma que desprendía. Jamás se había sentido tan débil como en esos momentos; sin embargo, había algo en la presencia de Amanda que le daba fuerzas.
«Has encontrado tu vía de escape.»
Las palabras de Talon no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Cuando un Cazador Oscuro encontraba el modo de deshacerse de sus poderes, podía volver a reclamar su alma. Era una opción que nunca antes había considerado. Algo que jamás se había atrevido a soñar.
Podía volver a ser humano.
Para siempre.
Pero ¿para qué? Él era lo que era: un guerrero inmortal. Adoraba su estilo de vida. Adoraba la libertad y el poder que le otorgaba.
Aun así, tumbado allí con Amanda entre sus brazos, piel contra piel, comenzó a recordar otras cosas que había olvidado hacía siglos. Cosas que había enterrado en lo más profundo de su corazón.
Cerró los ojos y rememoró la imagen de Amanda con Niklos en los brazos. Sería una madre estupenda.
Y antes de dejarse vencer por el sueño, una parte de él supo que también sería una esposa maravillosa.
Amanda se despertó al sentir que alguien la acariciaba, dejando un rastro abrasador alrededor de sus pechos. Abrió los ojos y bajó la mirada para descubrir la mano de Kirian tocándola con ternura. Uno de los muslos del hombre descansaba enterrado entre sus piernas.
El corazón comenzó a latirle con rapidez al ver que bajaba la mano hacia su vientre mientras le mordisqueaba el cuello con los afilados colmillos.
—¿Vas a morderme? —le preguntó.
La risa de Kirian reverberó por su garganta.
—No, amor. Voy a devorarte.
Amanda se colocó de espaldas sobre el colchón y lo miró a los ojos para descubrir que su color era aún más intenso que antes. Un verde claro y devastador. Alzó la mano y le acarició la mejilla derecha con un dedo.
—¿Por qué han cambiado de color?
—Cuando perdí los poderes de Cazador Oscuro, mis ojos volvieron a ser humanos.
Lo miró con el ceño fruncido e intentó recordar el color de sus ojos durante el sueño.
—¿Este era su color antes de que perdieras el alma?
Él asintió y bajó la cabeza para recorrer con su lengua el hueco de la garganta.
—Se supone que no deberías estar haciendo esto —lo reprendió mientras le pasaba la mano por la espalda—. Talon dijo que tenías que descansar.
—Estoy descansando.
Amanda contuvo el aliento, sobresaltada al sentir que Kirian separaba los tiernos pliegues de su sexo y la acariciaba con esos dedos largos y fuertes.
—No estás descansando. Estás jugando.
La buscó con la mirada.
—Quiero jugar contigo.
—¿Y si te debilitas más?
—No veo cómo.
—Pero ¿y si…?
La hizo callar con un beso tórrido y abrasador. Todos los pensamientos de Amanda se esfumaron de su cabeza.
Kirian le mordisqueó los labios y tironeó de ellos con suavidad. Esos ojos verdes la miraban y se hundían hasta su corazón.
—Ya no puedo sentir lo que hay en tu interior, Amanda. Dime que no me deseas y te dejaré ir.
—Te deseo, Kirian. —Y esa afirmación se quedaba corta…
Él le sonrió y se hundió en ella.
La joven no pudo reprimir un gemido al sentir cómo la llenaba por completo.
Para Kirian, todo comenzó a dar vueltas en cuanto estuvo inmerso en la calidez de Amanda. ¿Cómo era posible que fuese aún mejor que horas antes?
La observó con atención y se quedó encantado al ver sus ojos nublados por el deseo y las mejillas cubiertas por el rubor. Era realmente hermosa.
Lo asaltó una oleada de posesividad; un sentimiento intenso que había olvidado hacía siglos. No acababa de entender de dónde había salido, pero le estaba retorciendo las entrañas.
En comparación, dejaba a la altura del betún lo que una vez sintiera por Zeone.
No lo comprendía y, si era sincero consigo mismo, no se atrevía a analizarlo. Saber con exactitud cuáles eran sus sentimientos solo le haría más daño.
Amanda entrelazó las piernas con las de Kirian mientras saboreaba cada una de sus profundas y delirantes embestidas. Ni en sus sueños más atrevidos se había imaginado que hacer el amor pudiera ser así. Jamás había soñado con experimentar un placer tan intenso.
Gritó cuando alcanzó el orgasmo.
Kirian cubrió sus labios con los suyos y después de tres poderosos envites se unió a ella. La miró con la respiración agitada.
—Creo que soy un adicto a tu cuerpo.
Ella sonrió y el corazón de Kirian dio un respingo.
—¡Oye, Kirian!
Sin apenas tiempo para alzar las sábanas y cubrirse, la puerta de la habitación se abrió de par en par y un hombre alto y apuesto de unos veinticinco años entró en la estancia.
Amanda se quedó helada al encontrarse con los atónitos ojos azules de Nick. Llevaba el pelo color castaño oscuro recogido en una coleta y cuando sonreía aparecían un par de hoyuelos en sus mejillas.
—Joder, no me digas que te he pillado echando un polvo…
—Nick —rugió Kirian—. Sal de aquí.
—Vale, pero las noticias que tengo sobre Desiderio te van a encantar. ¿Por qué no te pones algo de ropa y te reúnes conmigo en el despacho dentro de unos minutos? —Con actitud desvergonzada, los miró de arriba abajo sin ocultar lo divertida que le resultaba la escena y salió paseando de la habitación.
—Recuérdame luego que tengo que matarlo de una vez por todas.
Amanda rió hasta que se encontró con sus ojos.
—Pareces muy distinto con los ojos verdes —susurró mientras le colocaba la mano sobre la mejilla áspera por la barba.
Como respuesta, Kirian volvió a capturar sus labios para entregarse a otro tórrido beso. Su lengua la atormentaba con caricias juguetonas, pero de una forma tan posesiva que la dejaba débil y casi sin aliento.
—¿Qué es lo que tienes que me resulta imposible resistirme a ti?
—¿Mi encantadora personalidad? —bromeó ella.
Sin dejar de reír, Kirian depositó un ligero beso sobre su nariz. Amanda lo siguió con la mirada cuando salió de la cama y se dio un festín con esa espalda desnuda mientras atravesaba la habitación camino del cuarto de baño.
Se acurrucó en la cama y escuchó cómo caía el agua de la ducha. No dejaba de recordar lo bien que se había sentido entre los brazos de Kirian. Le había dejado su olor impregnado en el cuerpo y la sensación era fascinante. La hacía sentir que pertenecía a ese hombre por completo… aunque sabía que eso jamás podría suceder.
Él era un Cazador Oscuro y ella era una simple contable. Jamás habían nacido dos personas menos compatibles. Aun así, su corazón se negaba a rendirse. Una parte de ella lo deseaba con una intensidad que no había conocido hasta entonces.
Y en algún lugar en el fondo de su mente, no podía dejar de preguntarse qué habría que hacer para liberarlo del juramento que lo había convertido en Cazador Oscuro.