Amanda gimió al sentir que una mano cálida y fuerte se deslizaba sobre su vientre desnudo en dirección a la cadera. De forma instintiva, se giró hacia la caricia con el cuerpo enfebrecido por la necesidad.
Kirian le dio la vuelta hasta dejarla tumbada de espaldas y se apoderó de sus labios. La cabeza de Amanda comenzó a dar vueltas ante ese contacto, ante el impacto de su fuerza y su poder. Jamás en su vida había experimentado algo tan maravilloso como el roce de esa lengua contra la suya. Ni como la sensación de ese cuerpo deliciosamente duro moviéndose de forma sinuosa contra ella.
El deseo se acrecentó.
El beso de Kirian era salvaje y ardiente, sin embargo resultaba extrañamente tierno. Tras cerrar los ojos, Amanda se permitió disfrutar del agradable olor de su piel y saborear el calor de su boca.
Enterró las manos en su sedoso cabello dorado y se deleitó con la forma en que los mechones se le enroscaban alrededor de los dedos.
Él se apartó un poco y la contempló con una avidez tan evidente que Amanda comenzó a arder aún más mientras sentía bajo las manos cómo se contraían y se relajaban los maravillosos músculos de sus hombros.
—Serás mía —afirmó él con fiereza y con un deje posesivo en la voz.
—Y tú serás mío —replicó ella, sonriendo al tiempo que le rodeaba las estrechas caderas con las piernas.
La diabólica sonrisa de Kirian, que dejó a la vista sus colmillos, la dejó sin aliento. Sin dejar de abrazarla, rodó hasta quedar tendido de espaldas y la colocó encima de él. Amanda se mordió el labio y observó su apuesto rostro mientras sentía ese cuerpo, duro y viril, entre los muslos.
Con una necesidad abrumadora, comenzó a frotarse contra el largo y endurecido miembro de Kirian. Él gimió en respuesta a sus caricias.
La recorrió de arriba abajo con una mirada hambrienta y alzó los brazos para cubrir los pechos de Amanda con sus cálidas manos. Cuando Kirian comenzó a apretarle los senos con suavidad, ella cubrió las manos del hombre con las suyas.
—Podría estar toda la noche mirándote —susurró él.
Amanda no encontró objeción alguna al comentario, puesto que nada habría podido complacerla más que contemplarlo mientras se paseaba desnudo durante el resto de la eternidad.
Esa forma de andar… ese cuerpo…
Eran demasiado para una simple mortal.
Kirian alzó las caderas, haciéndola caer hacia delante.
Amanda se apoyó sobre los brazos y se inclinó hacia él, con lo que su pelo se deslizó a ambos lados de su rostro y les proporcionó un oscuro dosel.
—Ahora te tengo donde quería. —Kirian encerró su rostro entre las manos y buscó sus labios.
Comenzó a incitarla con la boca, apretando con delicadeza el labio inferior de Amanda entre los dientes.
Un gemido escapó de los labios cuando una de las manos de Kirian se apartó del pecho para recorrerle el costado y llegar hasta el centro de su cuerpo.
—Y esto es lo que más deseo —dijo antes de penetrarla con dos dedos.
Amanda siseó de placer mientras esos dos dedos la torturaban sin piedad. La acariciaron en círculos, penetrándola una y otra vez, avivando el fuego que amenazaba con consumirla.
Él abandonó sus labios un instante.
—Dime qué es lo que deseas.
—A ti —jadeó ella.
—En ese caso, me tendrás. —Kirian la sujetó por las caderas y la acercó hasta su erección.
Amanda, que anhelaba sentirlo en su interior, se mordió el labio con impaciencia. Deseaba con todas sus fuerzas tenerlo dentro y compartir con él la más íntima de las experiencias.
Sintió que el extremo del miembro de Kirian presionaba sobre el núcleo de su necesidad.
Y justo cuando pensaba que se deslizaría en su interior, la alarma del despertador comenzó a sonar.
Amanda se despertó sobresaltada.
Aturdida, observó la desconocida habitación en la que se encontraba y le llevó casi un minuto recordar que estaba en la habitación de los mellizos, en casa de Grace. ¿Todo había sido un sueño?
Sin embargo, había resultado tan real… Podría jurar que aún sentía las manos de Kirian sobre su cuerpo y que su aliento le rozaba el cuello.
—Vamos, esto no es justo… —gimoteó mientras salía de la cama y apagaba el despertador.
Justo cuando la cosa se estaba poniendo de lo más interesante…
¿Cómo era posible que hubiese sido solo un sueño? ¿Tan solo un sueño sobre un misterioso desconocido que ocultaba su sufrimiento tras el sarcasmo y que poseía unos ojos tan oscuros y letales que la habían cautivado por completo?
Mientras trataba por todos los medios de olvidar la fuerza de su subconsciente, se envolvió en el grueso albornoz de Grace y se encaminó al baño.
—¿Quién los envía? —preguntó Grace.
Se detuvo en medio del pasillo al escuchar a Grace y Julian, que hablaban en la planta baja.
—Supongo que son de Kirian —le contestó su marido.
Bostezando, Amanda bajó la escalera y los encontró a ambos en la sala de estar, rodeados de bolsas y paquetes. Julian ya estaba vestido para ir a trabajar, con unos chinos y un jersey. Grace llevaba un camisón premamá de color azul y junto a ella se encontraba Niklos, que hacía trizas un trozo de papel que sobresalía de una bolsa.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Amanda.
Julian se encogió de hombros.
—Tienes razón —dijo Grace al encontrar una nota en una de las bolsas—. Son de Kirian. —Se detuvo para leer la nota y soltó una carcajada—. Lo único que dice es: «Gracias por la tirita.» —Le pasó la nota a su marido.
Julian dejó escapar un exagerado suspiro mientras la leía.
—En nuestra época teníamos la costumbre de llevar regalos cada vez que se visitaba a un amigo. Pero… joder, no tantos. —Se pasó una mano por el pelo mientras observaba la montaña de paquetes—. Kirian siempre ha sido un hombre generoso, pero… joder —repitió una vez más—. Supongo que anoche regresó y dejó todo esto aquí mientras dormíamos.
Amanda estaba atónita. Parecía el día de Navidad… en casa de los Rockefeller. Observó cómo Grace sacaba docenas de juguetes para los mellizos: muñecas para Vanessa, un juego de construcción para Niklos. Un tren y un caballito.
Grace sacó una caja pequeña de una de las bolsas.
—Este es para ti —le dijo a su marido, ofreciéndole el regalo.
Julian abrió la caja y su rostro perdió todo el color.
Grace miró el contenido y jadeó.
—Es tu anillo de general.
La pareja intercambió una mirada de perplejidad.
—¿Cómo lo habrá conseguido? —preguntó Grace.
Amanda se acercó para echarle un vistazo al anillo. Al igual que el de Kirian, tenía una espada de diamantes y una corona de laurel formada por esmeraldas engarzadas sobre un fondo de color rojo oscuro.
—Se parece al que lleva Kirian. Salvo que el suyo tiene una corona.
Julian asintió.
—El suyo lleva el sello de la realeza, mientras que el mío es estrictamente militar.
Confundida, Amanda alzó la vista y miró a Julian.
—¿Realeza?
—Kirian era un príncipe —fue su escueta contestación—. El único heredero al trono de Tracia.
Amanda se quedó boquiabierta.
—¿Los romanos crucificaron a un príncipe heredero? No creí que pudieran hacer algo así.
Un músculo comenzó a palpitar en la mandíbula de Julian.
—En teoría no podían, pero el padre de Kirian lo desheredó el día que se casó con Zeone.
—¿Por qué? —preguntó Amanda.
—Porque era una hetaira. —Julian observó que Amanda fruncía el ceño con desconcierto, de modo que añadió—: Eran mujeres de clase baja, entrenadas para complacer a los hombres ricos y hacerles compañía.
—Ah —exclamó ella, al entender el motivo de la ira de la familia—. ¿Kirian estaba buscando compañía cuando la conoció?
Julian negó con la cabeza.
—La conoció en la fiesta de un amigo y quedó cautivado por ella. Juraba que fue amor a primera vista. Todos intentamos hacerle entender que Zeone solo iba tras su dinero, pero él se negó a escucharnos.
Soltó una carcajada teñida de amargura antes de continuar.
—En aquella época no escuchaba a nadie, era algo típico en él. Su padre, Alkis, lo adoraba, pero cuando descubrió que Kirian había roto el compromiso con la princesa macedonia a la que estaba prometido para casarse con Zeone, se puso muy furioso. Alkis le dijo que un rey no podía gobernar con una puta a su lado. Discutieron y al final, Kirian se marchó a caballo del palacio de su padre, directo a casa de Zeone, y se casó con ella ese mismo día. Cuando su padre lo descubrió, le dijo a Kirian que estaba muerto para él.
Amanda sintió una opresión en el pecho al escuchar a Julian; compartía su sufrimiento y notó que el corazón se le desgarraba de dolor.
—Entonces, ¿lo dejó todo por ella?
Julian asintió con gravedad.
—Lo peor de todo es que Kirian jamás le fue infiel. Vosotras no podéis entender lo que eso significaba. En nuestros días no existía la monogamia. Era algo completamente insólito que un hombre le fuese fiel a su esposa, sobre todo si gozaba de la posición y riqueza de Kirian. Pero una vez que se casó con ella, jamás deseó estar con nadie más. Ni siquiera miró a otra mujer. —Los ojos de Julian llamearon de furia—. En realidad, vivió y murió por ella.
El corazón de Amanda sufría por Kirian. El dolor que aún debía de padecer…
Grace le ofreció tres bolsas que contenían unas cajas envueltas en papel de regalo.
—Estos son para ti.
Amanda abrió la caja más grande y encontró un vestido camisero de diseño, de tejido grueso. Deslizó la mano por la suave seda color azul marino. Jamás había tocado algo parecido. Al mirar en las restantes bolsas encontró unos zapatos y unas cuantas cajas con el nombre de Victoria’s Secret. Ruborizada, no se atrevió a abrirlas delante de Julian y de Grace, a menos que quisiera morir de vergüenza.
—¿Cómo ha averiguado mi talla? —preguntó mientras comprobaba la etiqueta del vestido.
Julian se encogió de hombros.
Amanda se detuvo al encontrar una nota dirigida a ella. La letra era de trazo elegante y resuelto.
Siento mucho lo de tu jersey. Gracias por haberlo soportado todo tan bien.
HUNTER
Amanda sonrió, aunque se sintió un poco dolida por el hecho de que aún se negara a usar su verdadero nombre con ella. Sin duda esa era su forma de mantener las distancias entre ellos.
Que así fuera. Kirian tenía derecho a mantener su intimidad. Tenía derecho a vivir su peligrosa vida inmortal sin tener ningún tipo de relación con los humanos. Si quería seguir siendo «Hunter» para ella, lo respetaría.
Pero aun así, después de todo lo que habían compartido la noche anterior…
En su corazón, le daba igual el nombre que usara. Ella conocía la verdad.
Recogió los regalos y regresó a la planta superior para arreglarse antes de ir a trabajar. No obstante, lo que en realidad deseaba era darle las gracias a Hunter por su amabilidad.
Después de la ducha, abrió los regalos y encontró un tesoro de lencería atrevida. Hunter le había comprado unas medias de color azul marino a juego con un liguero. Puesto que jamás había tenido uno, le llevó unos minutos descubrir cómo se abrochaba. El conjunto se completaba con un sujetador de seda y un tanga.
—Mmm…
Para ser un hombre que quería mantener las distancias, había elegido un regalo muy personal. Pero claro, ¿qué era él sino un enigma?
Amanda se mordió el labio al tiempo que alargaba el brazo para coger el vestido. Se sentía de lo más femenina con la suave lencería nueva y notó un escalofrío en la espalda al pensar que las manos de Hunter habían tocado su ropa interior.
Resultaba muy erótico saber que, con toda probabilidad, él había deslizado sus dedos por el delicado encaje del tanga que ahora descansaba de forma tan íntima entre sus muslos. Que su mano había tocado la parte interior del sujetador que ahora encerraba sus pechos.
Cómo deseaba tenerlo al lado para que la desvistiera… Para que la tocara del mismo modo que había tocado la lencería.
Al imaginar la expresión velada y sombría de su rostro mientras la tomaba entre sus brazos y le hacía el amor, comenzó a respirar de forma entrecortada y apretó los dientes con fuerza. La idea le provocó un hormigueo en los senos y sus pezones se endurecieron.
Cogió el vestido, que estaba sobre la cama, y lo sostuvo sobre su cuerpo. Por un instante creyó reconocer en él el exótico aroma de Hunter. El deseo la atravesó como una daga.
Al ponérselo, la seda del vestido se deslizó sobre su piel y le hizo recordar el sueño. Volvió a sentir las manos de Hunter recorriendo su cuerpo.
Dios, cómo deseaba que estuviese allí… Cómo deseaba poder observarlo mientras le desabrochaba el vestido y descubría a la mujer que había debajo… Pero eso jamás sucedería. Kirian había regresado a su arriesgada existencia para siempre.
Las punzadas de deseo se desvanecieron al instante y fueron reemplazadas por un dolor agudo. Un dolor para el que no encontraba explicación, pero que estaba allí. Profundo. Anhelante. Voraz.
Con un suspiro, se calzó los zapatos y se dirigió a la planta baja, donde Julian la esperaba para llevarla al trabajo.
—Siento mucho lo de Cliff.
Amanda apartó la mirada del escritorio, alzó la cabeza y contó hasta diez. Si una sola persona más volvía a decirle esa frase, se dejaría arrastrar por la locura, iría al despacho de Cliff y lo descuartizaría en trocitos pequeños y sangrientos.
Su ex le había contado a todo el personal de la empresa que habían roto y, con total arrogancia, había esparcido el rumor de que estaba tan destrozada que no había podido ir a trabajar el día anterior.
¡Le daban ganas de matarlo!
—Estoy bien, Tammy —le dijo a la encargada de su sección con una sonrisa forzada.
—Así me gusta —contestó la mujer—. Mantén bien alto ese ánimo.
Amanda hizo una mueca de exasperación cuando Tammy se marchó. Al menos, el día tocaba a su fin. Podría irse a casa y…
Y soñar con un hombre alto y apuesto al que nunca volvería a ver.
¿Por qué le afectaba eso más que el hecho que de Cliff hubiera cortado con ella?
¿Qué tenía Hunter que hacía que lo echara tanto de menos?
En el fondo lo tenía muy claro: era guapísimo, inteligente y heroico. Era misterioso y letal. Aun más, hacía que se le acelerara el corazón cada vez que la miraba con esa deslumbrante sonrisa.
Y se había ido para siempre.
Deprimida, se preparó para marcharse.
Tras meter los documentos en su maletín, salió del despacho y se dirigió al ascensor. Pulsó el botón del vestíbulo. No quería hacer esperar a Grace y a los mellizos. Además, estaba harta de la oficina.
Ese había resultado ser el día más largo de su vida.
En cualquier caso, ¿por qué se habría empeñado en ser contable? Selena tenía razón, su vida era desquiciantemente aburrida.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron al llegar al vestíbulo acristalado, salió y echó un vistazo a su alrededor. Aunque en el exterior ya había anochecido, las luces del aparcamiento eran lo bastante potentes como para comprobar que Grace aún no había llegado. ¡Joder! Estaba deseando irse a casa.
Irritada, se acercó hasta la puerta para esperar allí.
Mientras se cambiaba el maletín de mano, Cliff salió de uno de los ascensores, rodeado por sus amigos.
Genial, sencillamente genial. El día iba mejorando a pasos agigantados.
Al verla sola, Cliff se acercó a ella exhibiéndose como un pavo real.
—¿Ocurre algo? —le preguntó cuando se detuvo a su lado.
—No. Aún no han venido a recogerme —le contestó ella de forma sucinta.
—Bueno, si necesitas que te lleve a casa…
—No necesito nada de ti, ¿vale?
Se encaminó hacia el exterior con la intención de esperar a la fría y oscura intemperie. Mejor congelarse bajo el gélido viento de invierno que pasar un solo minuto más al lado del último hombre al que le apetecía ver.
Cliff la detuvo una vez fuera del edificio. La luz de las farolas arrancaba suaves destellos a su cabello rubio.
—Mira, Mandy, no hay ningún motivo por el que no podamos ser amigos.
—No te atrevas a comportarte de forma caballerosa conmigo después de toda la basura que has ido soltando hoy. ¿Quién te crees que eres para hablarle a todo el mundo de mi familia?
—Vamos, Mandy, venga ya…
—¡Deja de llamarme Mandy cuando sabes que lo odio!
Cliff echó un vistazo por encima de su hombro y Amanda se dio cuenta de que la mitad del personal de la empresa estaba allí, escuchándolos.
—Mira, yo no fui el que se quedó ayer en casa porque estaba emocionalmente indispuesto a causa de lo sucedido el sábado por la noche.
La furia de Amanda creció por momentos. ¿Emocionalmente indispuesta? ¿Ella?
¿Por él?
Lo miró de arriba abajo. Y, por primera vez, fue consciente de la comadreja que tenía delante.
—Disculpa, pero yo tampoco estuve ayer en casa. De hecho, ¿quieres saber dónde estuve? Me pasé todo el día en los brazos de un magnífico dios rubio. He terminado contigo.
Cliff soltó un resoplido.
—Ya veo. Sabía que era solo cuestión de tiempo que tu familia acabara influyendo en tu comportamiento. Estás tan loca como todos ellos. Apuesto a que no tardarás mucho en venir a trabajar vestida de cuero negro y hablando de desintegrar vampiros a estacazos.
Amanda nunca había sentido un deseo tan fuerte de abofetear a alguien como el que bullía en esos momentos en su interior.
¿Cómo había podido pensar que eran compatibles? Cliff era grosero y cruel. Peor aún, ¡juzgaba a la gente por las apariencias! Cierto que Tabitha estaba como una cabra, pero era su hermana ¡y nadie ajeno a la familia tenía derecho a insultarla!
De repente, salieron a la luz todos los defectos que había pasado por alto en Cliff. Y pensar que había pasado todo un año de su vida tratando de complacer a ese cretino…
¡Era una idiota! Y una imbécil y una boba…
En ese momento, Amanda notó que se le erizaba el vello de la nuca segundos antes de escuchar a lo lejos el rugido de un motor bien afinado.
Cliff giró la cabeza, miró a la calzada y se quedó boquiabierto.
Amanda se giró para descubrir qué había llamado tanto su atención y se quedó petrificada al ver que un impecable Lamborghini negro giraba para entrar en el aparcamiento y se detenía junto a la acera, justo delante de ellos.
Sus labios dibujaron una sonrisa.
No podía ser…
Le dio un vuelco el corazón cuando se alzó la puerta y Hunter se apeó del coche. Vestido con unos vaqueros desgastados, un jersey gris y negro de cuello de pico y una chaqueta negra de cuero, estaba tan imponente que quitaba el hipo.
Esa forma de caminar, arrogante y letal, le estaba aflojando las rodillas.
—¡Madre mía! —escuchó susurrar a Tammy mientras Hunter rodeaba el coche.
Se detuvo delante de Amanda y recorrió su cuerpo con una mirada hambrienta.
—Hola, preciosa —le dijo con esa voz profunda y seductora—. Siento llegar tarde.
Antes de que ella supiera lo que se disponía a hacer, Hunter la encerró entre sus brazos y le dio un beso abrasador. El cuerpo de Amanda ardió en respuesta al roce de su lengua mientras él le presionaba la espalda con los puños. Al momento, se agachó y la cogió en brazos.
—¡Hunter! —jadeó ella mientras la llevaba hasta el coche sin esfuerzo alguno.
Él le sonrió con malicia sin despegar los labios. El deseo y el humor conferían un tinte cálido y alegre a sus ojos azabache.
Abrió la puerta del asiento del acompañante con la punta del pie y dejó a Amanda en el interior. Recogió el maletín y el bolso que ella había dejado caer en la acera y se los dio. Acto seguido, se dio la vuelta para mirar a Cliff con una sonrisa de complicidad.
—Es imposible no amar a una mujer cuyo único fin en la vida es verte desnudo.
La expresión que reflejó el rostro de Cliff mientras observaba a Hunter cerrar la puerta del coche y rodearlo con elegancia para ocupar su asiento no tuvo desperdicio. Hunter se metió en el Lamborghini con agilidad y al instante abandonaron el aparcamiento.
En el interior de Amanda bullían un millar de emociones: gratitud, felicidad y, sobre todo, alegría por verlo de nuevo; especialmente después de que tanto Julian como su propia mente hubieran intentado convencerla de que jamás volvería a encontrarse con él.
No podía creer lo que Hunter acababa de hacer por ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó mientras salían del aparcamiento.
—Me has estado volviendo loco durante todo el día —susurró él—. Sentía tu confusión y tu dolor, pero no sabía el motivo. Así que llamé a Grace y me enteré de que al parecer tenía que recogerte a la salida del trabajo.
—Aún no me has explicado qué haces aquí.
—Tenía que asegurarme de que estabas bien.
—¿Por qué?
—No lo sé. Tenía que saberlo.
Reconfortada por sus palabras, Amanda comenzó a juguetear con el cinturón de seguridad.
—Gracias por la ropa. Y por lo que acabas de hacer con Cliff.
—Ha sido un placer.
En ese momento, Amanda tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre él y acariciarlo. Para no besar a su espléndido héroe.
Hunter cambió de marcha y se alejó de la zona comercial.
—Hay una cosa que no entiendo, ¿por qué iba a querer una mujer como tú casarse con alguien como él?
Amanda arqueó una ceja.
—¿Cómo sabes que…?
—Tengo ciertas habilidades psíquicas, ¿recuerdas? Tu mente no deja de analizar tus verdaderos sentimientos por ese «cretino estúpido».
Avergonzada, Amanda se encogió y deseó poder ser capaz de bloquear sus pensamientos.
—Eso también lo he oído —bromeó Hunter, consiguiendo que ella se preguntara si lo habría dicho en serio.
—¿No puedes hacer algo para dejar de fisgonear en mi cabeza todo el tiempo? Me resulta muy incómodo.
—Si quieres, puedo renunciar a ese poder en lo que a ti se refiere.
—¿En serio? ¿Puedes prescindir de un poder cuando te venga en gana?
Él resopló.
—No exactamente. El único poder del que puedo prescindir es de la habilidad de leer los pensamientos de otra persona.
—¿Y una vez que renuncias a él puedes recuperarlo?
—Sí, pero no es fácil.
—En ese caso deshazte de él, colega.
Kirian soltó una carcajada y trató de concentrarse en la carretera, pero solo era consciente de la abertura del vestido de Amanda, que dejaba a la vista una buena porción del muslo cubierto de seda. Y por si eso fuera poco, sabía lo que había debajo del vestido. Esa era otra de las imágenes que lo habían torturado durante todo el día mientras intentaba dormir.
Solo con pensar en las lujuriosas curvas de Amanda cubiertas por el liguero y el tanga… se le hacía la boca agua. Lo único que quería era deslizar la mano bajo el exquisito dobladillo hasta encontrar el diminuto trozo de seda que protegía la parte más íntima de su cuerpo. Sí… Ya se imaginaba apartándolo hacia un lado con los dedos para tener el camino despejado.
O desgarrando esa frágil y minúscula barrera antes de arrancársela de las caderas y enterrarse en su cuerpo hasta el fondo mientras ella lo rodeaba con las piernas enfundadas en las medias de seda.
Hunter se removió en su asiento y recordó, demasiado tarde, que debería haberse comprado unos pantalones anchos.
Acariciarla sería como llegar al paraíso.
Si el paraíso pudiera estar al alcance de una criatura como él…
Aferró con más fuerza la palanca de cambios mientras esa idea se abría paso en su interior.
«Ninguna mujer te amará por otro motivo que no sea tu dinero. Acuérdate de lo que te digo, muchacho. Los hombres de nuestra clase jamás conseguimos cubrir una necesidad tan básica. A lo máximo que puedes aspirar es a tener un hijo que te ame.»
Hunter emitió un pequeño jadeo cuando esos recuerdos tanto tiempo reprimidos volvieron a su mente con total claridad. Y al hilo de lo anterior, rememoró las últimas palabras que le dijo a su padre:
«¿Cómo podría amar a un hombre sin corazón como tú? No eres nada para mí, anciano. Y no lo serás jamás.»
El dolor lo dejó sin aliento. Eran palabras que había pronunciado movido por la ira y de las que jamás se podría retractar.
¿Cómo pudo hablarle así a la persona que más había amado y respetado?
—Entonces —dijo Amanda, distrayéndolo—, ¿qué pasó anoche con Desiderio? ¿Lo atrapaste?
Él sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos y concentrarse en el presente.
—Se metió en una madriguera después de nuestro enfrentamiento.
—¿En una qué?
—En una madriguera; el santuario de un daimon —le explicó—. Son aberturas astrales entre dimensiones. Los daimons pueden quedarse en ellas durante un par de días, pero cuando la puerta vuelve a abrirse, se ven obligados a salir de nuevo.
Amanda se quedó horrorizada al escucharlo. ¿Cómo era posible algo así?
—No puedo creer que haya algún tipo de poder que permita utilizar a los daimons un refugio semejante para eludir la justicia.
—Y no lo hay. Los daimons descubrieron las madrigueras por su cuenta. —La miró con una sonrisa pícara—. Pero no me quejo. Eso hace que mi trabajo sea infinitamente más interesante.
—Bueno, mientras no te aburras… —le dijo ella con sarcasmo—. No me gustaría que tu trabajo llegara a resultarte pesado algún día.
Hunter le lanzó una mirada que encendió el deseo de Amanda.
—Chère, tengo la sensación de que sería imposible aburrirse teniéndote cerca.
Esas palabras tocaron una fibra sensible.
—Eres el único que opina de ese modo —replicó mientras recordaba la conversación con Selena—. Siempre me han dicho que soy la primera de la fila para entrar en la Ciudad del Aburrimiento.
Hunter se detuvo en un semáforo y clavó los ojos en ella.
—No entiendo el motivo de ese comentario; a mí no has dejado de sorprenderme desde el momento en que me despertaste y me llamaste «tío bueno».
Con el rostro encendido por el rubor, Amanda rió al recordarlo.
—Además —prosiguió él—, no puedes culpar a la gente por decir eso cuando eres tú la que levanta la barrera protectora.
—¿Cómo dices?
Hunter metió primera y avanzó calle abajo.
—Es cierto. Entierras esa parte de ti misma que ansía emociones fuertes bajo una profesión tan aburrida que algún día sustituirá a los tranquilizantes. Te vistes con colores apagados y con jerséis de cuello vuelto que ocultan la pasión que mantienes firmemente controlada.
—No es verdad —le contestó ella, temblando de indignación—. No me conoces lo suficiente para afirmar algo así. Y solo me has visto vestida una vez con un atuendo que yo misma haya elegido.
—Cierto, pero conozco a la gente como tú.
—Sí, claro —murmuró Amanda con tono despectivo.
—Y he comprobado tu naturaleza apasionada de primera mano.
El rostro de Amanda se ruborizó aún más después de semejante comentario. No podía negar la verdad. No obstante, eso no significaba que tuviera que gustarle el modo en que Hunter parecía descifrar sus sentimientos, como si se tratara de un libro abierto.
—Creo que tienes miedo de tu otra mitad —continuó él—. Me recuerdas a la ninfa griega Lita, un ser formado por dos mitades separadas. Las dos partes luchaban entre sí, haciendo que tanto ella como todos los que la conocían se sintiesen miserables. Hasta que un día un soldado griego se encontró con las dos mitades y las reunió. Desde aquel momento, Lita vivió en armonía consigo misma y con los demás.
—¿Qué? ¿Estás insinuando que te hago infeliz?
Él dejó escapar una carcajada.
—No. Me resultas muy divertida, pero creo que serías mucho más feliz si te aceptaras tal y como eres, en vez de luchar con tanto empeño contra ti misma.
—¿Y eso me lo dice un vampiro que no bebe sangre humana? Dime, ¿no luchas tú también contra tu verdadera naturaleza?
El comentario arrancó una sonrisa a Hunter.
—Tal vez estés en lo cierto. Tal vez yo también sería más feliz si liberara la bestia salvaje que hay en mi interior. —La miró de soslayo—. Me pregunto si serías capaz de manejar esa parte de mí.
—¿A qué te refieres?
Él no contestó.
—¿Dónde te llevo? ¿A casa de Julian, a la de tu madre o a la tuya?
—Bueno, ya que vas de camino a mi casa, supongo que puedes dejarme allí. Vivo cerca de Tulane.
Kirian hizo todo lo que estaba en su mano para permanecer atento al tráfico, pero una y otra vez su mente se veía invadida por las imágenes del sueño. Joder, no recordaba la última vez que había tenido un sueño tan real. Se había despertado muy temprano, con una dolorosa erección. Y habría jurado que el aroma de Amanda estaba impregnado en su almohada.
En su piel.
Había pasado el resto del día intentando descansar todo lo posible, pero solo había dormido a ratos. Deseaba a esa mujer de un modo tan intenso que su simple proximidad lo hacía estremecerse.
Nunca había anhelado algo con tanta fuerza como lo que ella misma había sugerido: liberarse y devorarla.
Ojalá se atreviera a hacerlo…
Había salido a cazar en cuanto se hizo de noche… a la caza de Amanda.
Era la primera vez en su existencia como Cazador Oscuro que había perseguido a un humano.
—¿Sabes una cosa? —preguntó ella con ese peculiar acento suave y cadencioso, lo que provocó que una descarga eléctrica descendiera por la espalda de Hunter, directa a su entrepierna—. No tenías por qué recogerme. Podrías haberme llamado a la oficina para saber si estaba bien.
Kirian se aclaró la garganta al sentir que se ruborizaba. ¡Joder! ¿Es que también iba a sacarle los colores? No se había sonrojado desde que era un jovenzuelo imberbe, hacía ya dos mil ciento sesenta años.
—No tenía tu número.
—Podrías haberlo buscado en la guía telefónica o pedirlo en información. Y por supuesto, Grace lo tiene. —Kirian percibió la sonrisa de Amanda—. Vaya, si hasta podrías haberlo sacado de mi cerebro. —Su semblante adquirió una expresión maliciosa y desconfiada—. Apuesto a que querías verme otra vez, ¿no es eso?
—No —contestó él demasiado rápido.
—Mmm… —La incredulidad teñía la voz de Amanda—. ¿Por qué será que no acabo de creérmelo?
—Seguramente porque nunca supe mentir, ni aunque mi vida dependiera de ello.
Ambos se echaron a reír.
Amanda observó a Kirian mientras este conducía. Se había vuelto a poner las gafas de sol de montura redonda y tenía un aspecto más elegante de lo que ningún hombre tenía derecho a poseer.
—¿Puedo preguntarte una cosa? —inquirió.
Él arqueó una ceja con expectación, pero guardó silencio y siguió mirando al frente.
—¿De verdad te gusta ser un Cazador Oscuro?
Hunter la miró y sonrió de modo que sus colmillos quedaran a la vista.
—Dime, ¿cuántos trabajos hay por ahí que te permitan ser un héroe todas las noches? Mi sueldo es astronómico y vivo eternamente. ¿Hay algo que no resulte atractivo en este empleo?
—Pero ¿no te sientes solo a veces? —insistió ella.
—Puedes sentirte solo en medio de una multitud.
—Supongo que sí, pero…
Hunter la miró de reojo.
—¿Por qué no me preguntas lo que en realidad quieres saber?
—Teniendo en cuenta que puedes leer mis pensamientos, ¿por qué no me respondes directamente?
Él esbozó una ávida sonrisa y su rostro adquirió la misma expresión que la de un lobo que acabara de encontrar su próximo almuerzo.
—Sí, cielo, me pareces increíblemente sensual. Lo que más deseo en estos momentos es llevarte a mi casa y hacerte gritar de placer.
El rubor cubrió de nuevo el rostro de Amanda.
—Odio cuando haces eso. Eres peor que Tabitha. ¡Dios santo! ¿Todos los Cazadores Oscuros compartís esta habilidad?
—No, nena, solo la tengo yo. —Y después añadió—: Cada uno de nosotros tiene sus propias habilidades.
—Si te soy sincera, me encantaría que la tuya fuese una muy distinta.
—Muy bien, cariño. En tu caso, se acabó. Ya no volveré a leerte la mente.
Mientras lo observaba, Amanda se dio cuenta de que debajo de esa coraza de chulo y fanfarrón latía un corazón decente.
—Eres un buen hombre, Hunter.
—Querrás decir que soy un buen vampiro.
—Sí, pero no bebes sangre.
Los labios de Hunter se curvaron en una sonrisa casi imperceptible.
—Julian te lo dijo, ¿verdad?
—Sí. Me dijo que los Cazadores Oscuros, al contrario que los apolitas, se libraron de esa parte de la maldición de Apolo.
—Para tu información —dijo Hunter de forma inquietante—, no necesitamos sangre para vivir, pero un cierto número de Cazadores Oscuros a los que llaman Bebedores sí la toman. —Cambió de marcha—. Me parece que Julian y tú pasasteis demasiado tiempo hablando anoche.
—Es posible.
Pero claro, Hunter se había convertido en su tema de conversación favorito. Había tenido al pobre Julian despierto hasta bien entrada la madrugada, preguntándole cosas sobre Kirian y los Cazadores Oscuros.
—¿Es verdad que los apolitas solo viven veintisiete años?
Él asintió.
—Eso es lo que los hace tan peligrosos. La mayoría de ellos daría cualquier cosa por vivir un día más.
Y según Julian, esa era la razón por la que los Cazadores Oscuros no tenían alma. Así se evitaba que los daimons se hicieran con las almas más poderosas de todas. Cuanto más fuertes fuesen las almas robadas, más tiempo podrían sobrevivir los daimons gracias a ellas.
—Alguien como tú —le dijo Kirian— es un objetivo de primera clase para los daimons. Cuando roban un alma como la tuya, obtienen todos los poderes psíquicos que la acompañan.
Amanda resopló.
—Yo no tengo poderes.
—Si esa mentira te hace feliz…
—No es ninguna mentira —protestó ella, a la defensiva—. No tengo ninguna habilidad provechosa. Al menos, ninguna que no esté relacionada con devorar números.
—Vale, devoradora de números, te creo.
No obstante, el tono de voz con el que lo dijo desmentía sus palabras. Amanda miró con ojos entornados al cabezota que tenía al lado y le dio las indicaciones precisas para llegar a su casa.
A medida que se acercaban al lugar, comenzó a ver algunas nubes de humo grisáceo que ascendían hacia el cielo.
—¿Eso es un incendio?
—Sí, y parece que es grande.
—¡Oh, no! —exclamó cuando se aproximaron y descubrió que era su casa la que ardía.
Sin embargo, Hunter no se detuvo allí; continuó calle abajo hacia la casa de Tabitha, que también estaba siendo pasto de las llamas.
Con los ojos cargados de lágrimas, Amanda se abalanzó sobre la puerta para abrirla.
—¡Tabitha! —chilló, aterrorizada ante la idea de que su hermana pudiera estar dentro del edificio.
En un abrir y cerrar de ojos, Hunter salió del coche y entró corriendo en la casa.
Con el corazón desbocado, Amanda salió del Lamborghini a trompicones. Se quitó los zapatos de tacón de una patada y se dirigió a toda prisa hacia el porche, pero no se atrevió a entrar en la casa descalza.
—¿Hunter? —lo llamó, tratando de distinguir algo entre las llamas—. ¡Tabitha!
Por favor, que esté bien. Por favor, ¡que Tabby esté todavía en el trabajo!, pensó.
Mientras esperaba allí, intentando vislumbrar a Kirian o escuchar su voz, una moto entró en el jardín y se detuvo con un chirrido de frenos junto al camino de entrada.
A la velocidad del rayo, el motorista se quitó el casco negro, lo tiró al suelo y corrió hacia la casa tan rápido que Amanda fue incapaz de distinguir su rostro. El recién llegado se dio la vuelta en el mismo instante en que Hunter salía de la casa llevando en brazos a la compañera de piso de Tabitha.
Amanda lo siguió hasta el jardín, donde dejó a Allison tumbada sobre el césped.
—Tabitha no está ahí dentro —le dijo él mientras inclinaba la cabeza hacia el cuerpo inconsciente de la chica—. Ha inhalado mucho humo. —Escudriñó las calles adyacentes; había varios vecinos por los alrededores, pero ninguno hacía ademán de acercarse—. ¿Dónde está la puta ambulancia? —masculló.
Terminator se acercó corriendo a ellos. Lamió la cara de Allison y después la de Amanda.
Mientras saludaba al animal con unas palmaditas, alzó la mirada para observar al tipo que había llegado en la moto. Era tan apuesto como Hunter, pero parecía estar envuelto en un aura etérea, casi mística.
Tenía el pelo rubio y corto, a excepción de dos largas trenzas que le caían desde la sien izquierda hasta la mitad del pecho. Iba ataviado con una chaqueta de cuero de motorista, adornada con inscripciones celtas en tonos rojos y dorados. De su cuello pendía un grueso colgante de oro, también celta.
El hombre se arrodilló junto a Hunter y pasó la mano enguantada por encima del cuerpo de Allison sin llegar a rozarla.
—Tiene los pulmones abrasados —dijo en voz baja.
—¿Puedes ayudarla, Talon? —le preguntó Hunter.
El recién llegado asintió. Se quitó los guantes y colocó las manos sobre las costillas de Allison.
Instantes después, la respiración de la chica se hizo más tranquila y estable.
Talon buscó a Amanda con la mirada y ella se estremeció al darse cuenta de que sus ojos eran idénticos a los de Kirian.
Había algo muy inquietante, algo muy extraño, en este nuevo Cazador Oscuro.
Era el sosiego personificado, decidió. Como un remanso de aguas profundas. La calma serena que lo rodeaba resultaba seductora y escalofriante a la vez.
De repente, Amanda cayó en la cuenta de que debía de estar sucediendo algo horrible. ¿Por qué si no iba a aparecer otro Cazador Oscuro en ese mismo lugar?
—Desiderio es el responsable de los incendios, ¿verdad? —les preguntó ella.
Ambos negaron con la cabeza. Hunter miró a Talon.
—¿Crees que ha sido tu objetivo?
—En mi opinión, se han aliado. Mi objetivo está tratando de quitarte de en medio mientras el tuyo se esconde.
Fue entonces cuando llegaron los bomberos. Un equipo de médicos de urgencias se hizo cargo de Allison, por lo que Amanda y los dos Cazadores se hicieron a un lado.
—Joder, Talon, esto es nuevo —dijo Hunter al tiempo que se pasaba una mano por el cabello—. Y nos deja completamente expuestos.
Talon señaló con la cabeza la casa de Tabitha.
—Sí, lo sé. Es una mierda que puedan unir sus fuerzas cuando nosotros no podemos hacerlo.
—¿Y por qué no? —preguntó Amanda.
Talon miró a Hunter.
—¿Qué es lo que sabe?
—Más de la cuenta.
—¿Podemos confiar en ella?
Hunter la miró de soslayo. La incertidumbre que mostraban sus ojos la hirió. Jamás haría nada que pudiera perjudicar al hombre que le había salvado la vida.
—Esta tarde encontré un mensaje de Aquerón en el buzón de voz diciéndome que podía darle a Amanda toda la información que necesitara.
Talon frunció el ceño.
—Eso no es propio del T-Rex.
—¿Sabes? A decir verdad, odia que lo llames así.
—Y esa es exactamente la razón de que lo haga. Me resulta difícil creer que T-Rex le haya dado carta blanca.
—Sí, pero ya conoces a Aquerón. Debe de haber un motivo y a su debido tiempo, cuando menos lo esperemos, aparecerá para iluminarnos.
—Entonces decidme —los apremió Amanda—, ¿por qué no podéis unir vuestras fuerzas?
—Para evitar luchas territoriales e impedir que nos aliemos en contra de los humanos o de los dioses —le explicó Hunter—. Como resultado, nuestros poderes comienzan a disminuir en cuanto estamos cerca. Cuanto más tiempo estamos juntos, más nos debilitamos.
Amanda los miró boquiabierta.
—Eso no es justo.
—La vida rara vez lo es —le contestó Talon.
—¿Tienes idea de dónde puede estar tu objetivo? —preguntó Hunter a Talon.
—Perdí la señal justo aquí, así que supongo que debe de haber una madriguera cerca.
—Genial —masculló Hunter.
—Sí, de puta madre —convino Talon—. Estaba pensando que deberíamos llamar a Kattalakis para que los sacara de sus escondrijos.
—No —replicó Hunter con rapidez—. No es como los daimons a los que estamos acostumbrados; algo me dice que poner a un Cazador Katagario al alcance de Desiderio sería como arrojar una granada a un barril de dinamita. Lo último que nos hace falta es que consiga una de sus almas. ¿Te imaginas el daño que podría ocasionar?
—¿Cazador Katagario? —preguntó Amanda—. ¿Es como vosotros?
Talon se aclaró la garganta.
—No exactamente.
—Nosotros perseguimos a las criaturas nocturnas —le explicó Hunter—, de ahí lo de Cazadores Oscuros. Y ellos… —Hizo una pausa y miró a Talon en busca de ayuda.
Talon continuó con la explicación.
—Los Cazadores Katagarios son… —Miró a Hunter como si también a él le costara trabajo encontrar la palabra adecuada.
Hunter se encogió de hombros.
—¿Hechiceros? —sugirió.
—A mí me vale —le dijo Talon.
Sin embargo, a Amanda no le valía, ya que no sabía de qué estaban hablando.
—¿Hechiceros? ¿Como Merlín?
—Mierda —masculló Talon, mirando de nuevo a Hunter—. ¿Estás seguro de que T-Rex te dijo eso?
Hunter cogió el teléfono móvil del cinturón, buscó entre los mensajes y se lo pasó a Talon.
—Escúchalo tú mismo.
Y Talon así lo hizo. Tras una breve pausa, le devolvió el teléfono a Hunter y miró a Amanda.
—Muy bien, digamos que existen cuatro tipos de daimons o vampiros: los que beben sangre, los que roban almas, los que se alimentan de energía y de sueños, y los asesinos.
Amanda asintió. Hasta ahí lo entendía.
—Vosotros sois los asesinos.
Hunter soltó un bufido.
—¡Qué! ¿Es que naciste con el mando a distancia en la mano?
—No —la corrigió Talon, que hizo caso omiso del sarcasmo de Hunter—. Los asesinos son los vampiros más peligrosos, ya que no quieren nada de sus víctimas. Destruyen simplemente por el mero placer de hacerlo. Por no mencionar que son los más fuertes.
Amanda sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
—¿Desiderio es uno de ellos?
Hunter negó con la cabeza mientras Talon proseguía con la explicación.
—Para proteger el mundo que conocemos, se crearon tres razas de Cazadores con el fin de perseguir y acabar con los daimons. Es la llamada «Pirámide de Protección». Los Cazadores Oscuros perseguimos a los vampiros que se alimentan de sangre y de almas humanas. Los Cazadores Oníricos persiguen a los que se alimentan de energía y de sueños y los Cazadores Arcadios y Katagarios persiguen a los asesinos.
Amanda frunció el ceño.
—Supongo que lo que no acabo de entender es por qué no existe un grupo que se ocupe de todos ellos.
—Porque no es posible —le respondió Hunter—. Si una persona, o un solo grupo, fuera lo bastante fuerte como para caminar por los cuatro reinos de la existencia, sería capaz de dominar el mundo. Nada ni nadie podría detenerlo. Y los dioses se cabrearían mucho.
—¿A qué cuatro reinos te refieres?
—El tiempo, el espacio, la tierra y los sueños —le contestó Talon.
Amanda dejó que el aire saliera lentamente de sus pulmones.
—Vale, eso sí es aterrador. ¿Algunos de vosotros viajáis a través del tiempo?
—Y del espacio y de los sueños.
—Ah. —Amanda asintió—. ¿Rod Serling, el del programa de televisión La dimensión desconocida, era un Cazador de los que viajan?
A ninguno de los dos pareció hacerle mucha gracia.
—Vale —dijo Amanda—. Ha sido un mal chiste. Tan solo trato de comprenderlo todo.
Talon se echó a reír.
—No lo hagas. Yo llevo intentándolo mil quinientos años y todavía descubro cosas nuevas.
Hunter hizo una mueca.
—¿Solo tú? Cada vez que creo que lo he pillado, aparece alguien como Desiderio y lo pone todo patas arriba.
—Eso es cierto —convino Talon con una carcajada antes de comenzar a rotar los hombros—. Y hablando de cosas terroríficas, tengo que irme. Mis guías se desvanecen mientras hablamos.
Hunter simuló un estremecimiento.
—Odio cuando hablas con los muertos delante de mí.
Talon lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Has sido tú el imbécil que me ha mandado la camiseta con la frasecita «En ocasiones veo muertos»?
Hunter soltó una carcajada.
—Lo más probable es que haya sido Wulf. Creía que lo decía de broma.
—Pues hablaba en serio. Me llegó hace tres días. Ya me las pagará. —Talon miró a Amanda—. No la pierdas de vista.
Hunter asintió.
Talon echó un vistazo a uno de los bomberos por encima del hombro.
—¿Es cosa mía o el bombero apolita que está detrás de mí nos mira demasiado?
—Sí, ya me he dado cuenta. Creo que debería hacerle unas cuantas preguntas.
—Esta noche no. Asegúrate primero de que Amanda está a salvo. Yo interrogaré al apolita.
Hunter alzó una ceja con diversión y lo miró.
—¿No confías en mí?
—Joder, griego, claro que no. Te conozco demasiado bien. —Talon se acercó a su Harley-Davidson y recogió el casco del suelo—. Te mandaré un correo electrónico más tarde con lo que averigüe.
—¿Un correo electrónico? —preguntó Amanda—. ¿Puedo preguntar?
Hunter se encogió de hombros.
—Hemos avanzado mucho. Antes solíamos contratar mensajeros para que entregaran los correos.
—Ah —dijo Amanda un instante antes de ver a un hombre solitario que se ocultaba entre las sombras, al otro lado de la calle. En lugar de observar el incendio, parecía más interesado en Hunter y Talon.
Talon se acercó de nuevo a ellos.
—Una pregunta —susurró Amanda sin quitar la vista de encima al impresionante hombre rubio de enfrente—. ¿Todos los daimons son rubios?
—Sí —respondió Hunter—. Al igual que todos los apolitas.
—¿Y cómo distinguís a un apolita de un daimon?
—A menos que consigan bloquearnos, podemos percibirlos —dijo Talon—. Pero para un humano, la única pista visible es el símbolo negro parecido a un tatuaje que los daimons tienen en mitad del pecho, justo sobre el lugar donde se almacenan las almas que roba.
—Ah —dijo de nuevo sin dejar de observar al hombre que, a su vez, los observaba a ellos—. Una cosa, ¿creéis que vuestros objetivos os han reunido a propósito para debilitar vuestros poderes antes de atacar?
Ambos Cazadores la miraron con perplejidad.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Talon.
—Bueno, no soy ninguna experta, pero me parece que el chico que está detrás de ti tiene toda la pinta de ser un daimon.
Apenas había acabado de hablar cuando un rayo impactó en la espalda de Talon, enviándolo al suelo.
Hunter lanzó una maldición y la empujó hacia el coche. Acto seguido, saltó sobre el Lamborghini y corrió hacia el daimon que acababa de atacar a Talon. Los dos cayeron al suelo en medio de una violenta refriega.
Amanda se acercó a Talon. Estaba cubierto de sangre. Con el corazón desbocado, trató de ayudarlo a incorporarse, pero antes de que pudiera lograrlo otro daimon los atacó.
Reaccionando de forma instintiva, agarró la daga celta que Talon llevaba en el cinturón e hirió al daimon en el pecho. El tipo siseó de dolor y retrocedió.
Talon se puso en pie, le arrebató la daga a Amanda y la arrojó a la espalda del daimon que huía. El vampiro desapareció con un destello de luz.
Hunter salió de improviso de entre las sombras, respirando con dificultad mientras recogía la daga del suelo para devolvérsela a Talon.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Talon hizo una mueca de dolor al doblar el brazo.
—Las he tenido peores. ¿Tú qué tal?
—Las he tenido peores.
Talon miró a Amanda e inclinó la cabeza en un cortés gesto de agradecimiento.
—Gracias por la ayuda —le dijo mientras se frotaba el hombro con la mano—. Pon a salvo a tu mujer. Hablamos luego.
—Vale.
Amanda hizo una mueca de dolor al ver cómo Talon pasaba su larga pierna sobre la moto para sentarse. Se movía despacio y con mucho cuidado, señal del dolor que debía de estar sufriendo.
—¿De verdad está bien?
—Nuestras heridas se curan rápido; la mayoría desaparecen en menos de veinticuatro horas.
Se escuchó una sirena a lo lejos. Kirian echó un vistazo calle abajo, donde ya se distinguían las luces.
—La policía. Tenemos que irnos antes de que lleguen.
—¿Y qué pasa con Allison?
—Cuando recobre el conocimiento estará perfectamente. Talon es capaz de curar cualquier cosa excepto la muerte.
—¿Y Terminator?
Hunter dio un silbido y abrió la puerta del coche para permitir que el perro se colocara en el asiento de Amanda.
—Estaremos un poco apretados, pero nos las arreglaremos.
Amanda entró en el coche y acomodó a Terminator en su regazo lo mejor que pudo. No vio la sangre que cubría el brazo y la mano de Hunter hasta que este se sentó frente al volante.
—¿Estás herido?
—Tengo una herida superficial en el antebrazo. Se curará.
—¡Dios santo, Hunter! ¿Cómo puedes seguir dedicándote a esto?
Él se echó a reír.
—Para serte franco, hace tanto tiempo que lo hago que ya no recuerdo cómo era mi vida antes de que muriera.
Amanda se estremeció al escuchar el comentario.
—Pero en realidad no estás muerto, ¿verdad? Todo esto me resulta un poco confuso. A ver: sangras, te late el corazón y tu piel es cálida al tacto. Eso significa que estás vivo, ¿no?
Hunter puso en marcha el coche y bajó la calle, alejándose de la policía.
—Sí y no. Cuando un humano muere, Artemisa utiliza sus poderes para capturar su alma. Una vez que tiene atrapadas nuestras almas, nos devuelve a la vida.
—¿De qué forma?
—Puesto que en ese momento estaba muerto, no tengo ni la menor idea. Lo único que recuerdo es que todo se volvió negro y que cuando me desperté, era más fuerte que nunca y poseía habilidades desconocidas.
Amanda meditó acerca de lo que Hunter había dicho mientras acariciaba las orejas de Terminator y le sujetaba la cabeza para mantenerlo tranquilo.
—¿Eso significa que podrías morir otra vez?
—Sí.
—¿Y qué sucedería entonces?
Hunter respiró hondo.
—Cuando uno de nosotros muere antes de reclamar su alma, vaga eternamente por la tierra sin ningún tipo de poder. Se convierte en una Sombra atrapada en un cuerpo sin sustancia, lo que significa que no puede tocar nada, nadie le escucha a excepción de los Oráculos y pasa hambre y sed pero no puede comer ni beber. Es un pequeño salto que nos lleva de un estado maldito a otro peor.
Amanda se quedó boquiabierta ante semejante destino. No podía soportar la idea de que algo semejante le sucediera a Hunter.
—¿Y eso sucede incluso si un daimon te mata?
Él asintió.
—Pero es injusto.
Él le echó un vistazo.
—Pequeña, ¿en qué mundo has vivido que todo te parece una cuestión de justicia? La vida y la muerte son como son. La justicia no tiene nada que ver.
El comentario resultó de lo más revelador. ¿Cuántas injusticias habría sufrido Hunter para pensar así?
A esa idea le siguió otra con extrema rapidez.
—Julian dijo que podrías recuperar tu alma.
—En teoría sí.
—¿Cómo que en teoría? —preguntó ella mientras Terminator alzaba la cabeza para mirar a Hunter.
Él alargó el brazo y le dio unas palmaditas hasta que el perro volvió a tranquilizarse.
—Se nos concede una vía de escape, pero en los últimos dos mil años solo unos cuantos han tenido éxito. Casi todos los que lo han intentando han acabado como Sombras.
Amanda frunció el ceño. Era horrible. A juzgar por su tono, parecía que Hunter se había resignado y que jamás intentaría recuperar su alma. ¿Por qué?
—¿Qué tendrías que hacer para recuperar tu alma?
Él se encogió de hombros.
—No lo sé. Nadie lo sabe, ya que es distinto para cada Cazador Oscuro. Lo único que tengo claro es que, llegado el momento de la verdad, el Cazador Oscuro es liberado o maldecido para toda la eternidad.
Lo que Kirian no quiso contarle era que para poder conseguir su libertad, los Cazadores Oscuros tenían que depositar sus almas en manos de alguien que los amara. Tras la cruel herida que le había infligido su esposa, jamás volvería a confiarle a nadie su cuerpo ni su corazón, y mucho menos su alma inmortal.
Había visto demasiados hermanos atrapados como Sombras porque las personas que debían llevar a cabo la prueba no la habían superado.
Y en el fondo de su mente albergaba la certeza de que ninguna mujer podría amarlo jamás. Ni siquiera un poquito. Y muchísimo menos amarlo lo suficiente para liberarlo.
—¿Por qué estuviste de acuerdo en vivir así? —le preguntó Amanda.
Él enarcó una ceja.
—Ya te lo he dicho, los ingresos son ilimitados y además soy inmortal. ¿Por qué no iba a gustarme?
Aun así, ella no se lo tragaba. Era una respuesta demasiado simple y él no parecía ser un hombre tan superficial.
—No creo que seas avaricioso.
—¿Eso crees?
—Sí. Pareces tener los pies bien plantados en el suelo. Eres generoso. Alguien avaricioso no habría escogido con tanto cuidado los regalos que les dejaste a Julian y a su familia. —Observó cómo Hunter tensaba la mandíbula y supo que había dado en el blanco—. Por cierto, ¿cómo conseguiste su anillo? Dijo que lo había vendido hacía unos cuantos años.
Hunter tardó tanto en responder que Amanda no creyó que fuera a hacerlo. Al final, habló:
—Hace un par de años salvé al hombre que lo llevaba del ataque de un daimon. Cuando lo vi, apenas podía creerlo. Le dije que se lo compraba, pero me lo regaló por haberle salvado la vida.
Amanda lo observó con los ojos entrecerrados, deseando ser capaz de ver en su interior del mismo modo que él hacía con ella.
—¿Por qué querías quedarte con él?
Hunter desterró toda emoción de su rostro y ella comprendió que se trataba de un tema espinoso.
—¿Y bien? —insistió Amanda cuando fue evidente que él no tenía intención alguna de contestar.
—¿Qué quieres que diga? —replicó él, con voz irritada y brusca—. ¿Que tuve un momento de debilidad? ¿Que por un instante sentí una punzada de añoranza? Pues sí, es cierto. Ahora ya sabes que el Cazador Oscuro tiene corazón, aunque carezca de alma. ¿Estás contenta?
—Ya sabía que tenías corazón.
Él se detuvo ante un semáforo en rojo y la miró. Fruncía el ceño con ferocidad y la observaba como si tratara de comprenderla.
—Lo creas o no —prosiguió Amanda—, se refleja en todo lo que haces.
Kirian sacudió la cabeza, como si no pudiese creerle, y volvió a mirar el semáforo.
—No sabes nada de mí.
Eso era cierto, sin embargo…
La intrigaba. La cautivaba. Ese hombre, que no era un hombre, la atraía y la seducía. Lo único que Amanda siempre había deseado en la vida era ser normal. Tener un hogar acogedor, lleno de amor y de niños. Una vida tranquila.
Kirian no podía ofrecerle nada de eso.
Sin embargo, cada vez que lo miraba, cada vez que pensaba en él, le sucedía algo de lo más extraño. Y no se trataba solo de lujuria.
Era algo más.
Algo indefinible que hacía que sintiera un poco más de felicidad, un poco más de ternura. Estar cerca de él la hacía flotar.
Y se preguntaba si a Kirian le sucedería lo mismo.
En caso de que así fuera, lo ocultaba bastante bien bajo esa dura fachada suya.
—¿Puedo hacerte otra pregunta?
Él suspiró, malhumorado.
—¿Y qué coño quieres saber ahora? Ya no te quedan preguntas.
Haciendo caso omiso de sus cáusticas palabras, Amanda formuló la pregunta:
—¿Por qué te convertiste en un Cazador Oscuro?
—Quería vengarme a cualquier precio.
—¿De Zeone?
En esa ocasión, el dolor que reflejó el rostro de Kirian fue evidente, así como el ligero resoplido que dejó escapar por la nariz. Agarraba el volante con tanta fuerza que los nudillos se distinguían claramente bajo la piel.
Amanda respiró hondo y comenzó a acariciar de nuevo las orejas de Terminator. No podía culparlo por querer vengarse de una mujer que había sido tan desalmada como para entregarlo a sus enemigos.
—Julian me contó que los dioses te concedieron veinticuatro horas para que llevaras a cabo tu venganza. ¿Qué le hiciste?
En la mandíbula de Kirian comenzó a palpitar un músculo y cuando habló, la furia teñía su voz.
—Di la espalda a mi familia por ella. Di la espalda a todo un reino y a la gente que de verdad me amaba. Por Zeone, las últimas palabras que dirigí a mis padres fueron hirientes y crueles. Y cuando le comunicaron a mi padre la noticia de mi muerte, el dolor lo volvió loco.
»Se arrojó desde la ventana de la habitación que yo había ocupado cuando era niño y murió aplastado contra las piedras del suelo con mi nombre en los labios. Mi madre no volvió a pronunciar ni una sola palabra más hasta el día de su muerte y mi hermana pequeña se rapó el pelo para hacer saber al mundo lo mucho que sufría.
»Sin mi guía, los romanos vencieron a nuestros ejércitos e invadieron mi patria. Mi gente perdió la dignidad, la identidad y sufrió durante siglos bajo la ocupación romana.
Hunter la miró por un breve instante.
—Dime, ¿qué le habrías hecho tú a mi esposa?
Amanda tenía los ojos llenos de lágrimas debidas al dolor que traslucía su voz. Cómo sufría por él… Dios santo, nadie se merecía un castigo semejante por haber cometido el error de creer que alguien lo amaba.
No obstante, lo más sorprendente era el hecho de que él no hubiera mencionado nada de lo que Zeone le había hecho. Tan solo lo sentía por lo que habían padecido su familia y su país.
El deseo de acariciarlo era tan fuerte que Amanda no sabía muy bien cómo lograba contenerlo. Se obligó a concentrarse en Terminador en su lugar. Abrazó al perro del mismo modo en que le habría gustado abrazar a Hunter.
—No lo sé —le susurró a través del doloroso nudo que sentía en la garganta—. Supongo que yo también la habría matado.
—Eso es lo que todo el mundo supone.
Amanda sintió que un escalofrío le subía por la espalda.
—No lo hiciste, ¿verdad?
—No. Tenía su cuello entre mis manos y estaba a punto de acabar con su vida cuando me miró con esos ojos asustados y cuajados de lágrimas. Aunque poco antes quería matarla, me sorprendí enjugando sus lágrimas y besando sus temblorosos labios antes de alejarme de ella sin hacerle daño alguno. —Apretó los dientes al acabar—. Así que ya ves, estás sentada junto al imbécil más grande que jamás haya pisado la Tierra. Un hombre que vendió su alma a cambio de una venganza que jamás llevó a cabo.
Amanda se sintió abrumada por todo el horror del pasado de Hunter. Pese a todo lo que había sufrido por culpa de su esposa, pese a todo lo que había perdido, había seguido amándola. Profundamente.
Sin importar lo que Zeone le había hecho, al final la había perdonado.
¿Cómo podía nadie traicionar a un hombre capaz de demostrar tanto amor y fidelidad?
A ella le resultaba imposible de entender.
—Lo siento.
—No lo hagas. Como dice el refrán, yo mismo me hice la cama. Fui un estúpido, un ciego. Me di cuenta demasiado tarde de que ella jamás, ni una sola vez, me había dicho que me amaba.
El pesar y el dolor que reflejaba su voz la estaban desgarrando.
—Tú no tuviste la culpa —le dijo mientras enfilaban el Garden District—. Ella no tenía derecho a traicionarte.
—Zeone no me traicionó. Yo mismo lo hice.
¡Por el amor de Dios! Sí que era obstinado. Jamás había conocido a nadie que estuviese tan dispuesto a cargar con semejante responsabilidad. Ojalá pudiese encontrar el modo de penetrar el muro de hierro que había erigido a su alrededor.
Con el corazón en un puño, vio que pasaban frente a las mansiones de estilo neoclásico donde los enormes pinos y los robles estaban cubiertos de musgo español.
Hunter se desvió al llegar a un camino al final de la calle. Los árboles impedían que Amanda viera la casa con claridad; dos grandes pedestales de piedra flanqueaban una pesada puerta de hierro forjado de más de tres metros y medio de altura. Un muro alto de ladrillo rojo que parecía extenderse hasta el infinito rodeaba la propiedad.
El lugar se asemejaba a una fortaleza.
Hunter sacó un mando a distancia de la guantera, apretó el botón y las pesadas puertas comenzaron a abrirse.
Amanda se quedó sin aliento cuando avanzaron por el largo y sinuoso camino y pudo ver por fin la casa donde él vivía.
La sorpresa la dejó boquiabierta. ¡Era enorme! La arquitectura neoclásica era una de las mejores que ella había visto en su vida. La casa estaba rodeada en toda su longitud por altas columnas y los balcones estaban adornados con rejas de hierro forjado pintadas de blanco.
Hunter siguió conduciendo hasta la parte trasera del edificio y entró en un garaje con capacidad para seis vehículos, donde Amanda comprobó que también tenía un Mercedes, un Porsche, un Jaguar Vintage y un Buick último modelo que parecía estar fuera de lugar.
El Lamborghini la había hecho suponer que Hunter tenía mucho dinero, pero jamás habría sido capaz de imaginarse que viviera de esa manera.
Como si perteneciera a la realeza.
Se estremeció al pensarlo. Desde luego que vivía como la realeza, ese era su lugar. Era un príncipe. Un príncipe de la antigua Grecia.
Mientras la puerta del garaje se cerraba tras ellos, Hunter la ayudó a bajar del coche y dejó a Terminator en el patio posterior antes de guiarla hacia el interior de la casa. Amanda trataba de mirarlo todo a medida que avanzaban por el pequeño pasillo que llevaba hasta la cocina, en la que una mujer delgada, entrada en años y de apariencia latina, estaba sacando del horno algo de aspecto delicioso.
La cocina era una estancia descomunal, equipada con electrodomésticos de acero inoxidable y antiguas vasijas, que adornaban las paredes pintadas de verde oscuro y la encimera de mármol.
—Rosa —dijo Hunter con tono de reproche mientras dejaba las llaves en la encimera, cerca de la puerta—. ¿Qué haces aquí?
Rosa dio un respingo y se llevó la mano al pecho.
—¡Por el amor de Dios! Acabas de quitarme diez años de vida, m’ijo.
—Y voy asustarte mucho más si no haces caso al médico. Tú y yo tenemos un trato. ¿Tengo que llamar otra vez a Miguel?
La mujer lo miró con los grandes ojos castaños entrecerrados mientras dejaba la cazuela de pollo sobre el fogón.
—No me vengas con amenazas. Yo di a luz a ese chico y no voy a permitir que me diga lo que tengo que hacer. Y eso también va por ti. Yo ya me encargaba de cuidar mi hogar mucho antes de que tú hubieras nacido. ¿Me oyes?
—Sí, señora.
Rosa se detuvo al ver a Amanda y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.
—Me alegra verte con una chica, m’ijo.
Hunter miró con timidez a Amanda y se acercó a la cocina para inspeccionar la comida.
—Esto huele de maravilla, Rosa, gracias.
La mujer sonrió encantada mientras le observaba probar el pollo.
—Ya lo sé; por eso lo hice. Estoy cansada de ver bolsas de comida rápida y paquetes de platos precocinados en la basura. Necesitas comer algo de verdad, para variar. Esas porquerías industriales van a matarte.
Hunter le dedicó una sonrisa afable sin despegar los labios.
—No creo que deba preocuparme.
Rosa resopló.
—Eso decimos todos y mira cómo estoy yo ahora: tomando medicinas para el corazón.
—A propósito —prosiguió Hunter, que se dio la vuelta para dirigirle a Rosa una mirada amonestadora—, se supone que deberías estar en casa a estas horas. Me lo prometiste.
—Ya me voy. He dejado una ensalada en el frigorífico. Habrá suficiente para los dos.
Hunter cogió el abrigo de Rosa del respaldo de una silla y la ayudó a ponérselo.
—Mañana vas a tomarte el día de descanso.
—Pero ¿y el jardinero?
—Nick se encargará de abrirle.
—Pero…
—Nick se ocupará de todo, Rosa.
La mujer le dio unas cariñosas palmaditas en la mano.
—Eres un buen chico, m’ijo. Hasta el miércoles.
—No aparezcas antes del mediodía.
Ella sonrió.
—De acuerdo. Buenas noches.
—Adiós.
—Vaya —dijo Amanda tan pronto estuvieron solos—, después de todo eres capaz de ser agradable con alguien.
Se dio cuenta de que las comisuras de los labios de Hunter se curvaban un poco a pesar de los esfuerzos que hacía por reprimir la sonrisa.
—Solo cuando estoy de humor.
Tras sacar de un cajón un tenedor y un cuchillo, cortó un pedacito de pollo.
—Mmm… esto está muy bueno —dijo antes de cortar otro trozo—. Toma, tienes que probarlo.
Sin pensar en lo que hacía, Amanda dejó que Hunter le acercara el tenedor a los labios y le diera de comer. Los sabores de las especias inundaron su paladar en el mismo instante en que caía en la cuenta de lo íntimo del momento que estaban compartiendo.
Por la expresión de sus ojos, Amanda supo que Hunter había pensado lo mismo segundos antes.
—Está muy bueno —le contestó ella al tiempo que se echaba un poco hacia atrás.
Sin una palabra más, Hunter se dio la vuelta y sacó un par de platos. Mientras lo observaba, el horror de todo lo que había sucedido esa noche cayó sobre ella como una losa.
—Mi casa ha desaparecido —murmuró—. No queda nada de ella.
Kirian dejó los platos a un lado cuando percibió su dolor. Una asombrosa sensación de pérdida.
Ella lo miró con los ojos cargados de sufrimiento.
—¿Por qué quemó mi casa? ¿Por qué?
—Al menos no estabas dentro.
—Pero podría haber estado allí. ¡Dios mío, Hunter! ¡Tabitha suele estar en casa a esa hora! ¿Qué habría ocurrido si no hubieras estado allí? Allison estaría muerta y podrían haber asesinado a mi hermana —dijo entre sollozos y mirando a su alrededor, presa del pánico—. No va a detenerse hasta matarnos a todos, ¿verdad?
Hunter tiró de ella y la abrazó con fuerza, sin ser apenas consciente de lo que hacía.
—No pasa nada, Amanda, estoy aquí. —Y se quedó helado de repente al darse cuenta de lo que había dicho.
La había llamado por su nombre. Y al hacerlo, una de sus barreras internas se había venido abajo.
Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Amanda.
—Sé que solo se trata de una casa, pero todas mis cosas estaban allí. Mis libros preferidos, la colcha de ganchillo que mi abuela me hizo antes de morir… todo lo que soy estaba en esa casa.
—No todo. Tú todavía estás aquí.
Lloró apoyada contra su pecho. Kirian cerró los ojos y acercó la mejilla a su cabeza mientras ella se aferraba a él. Habían pasado siglos desde la última vez que consoló a una mujer.
Siglos desde que sintiera lo que sentía en esos momentos. Y eso lo desconcertaba profundamente.
—¿Crees que Desiderio podrá atrapar a Tabitha?
—No —le contestó, susurrando sobre su pelo mientras trataba de no inhalar su dulce olor a rosas; sin embargo, no pudo evitarlo y su cuerpo reaccionó con una repentina erección, enfebrecido por el deseo—. Mientras permanezca en casa de un humano, Desiderio no podrá atraparla. Es una de las limitaciones que Apolo estableció cuando lanzó su maldición, para que los mortales tuvieran algún tipo de protección.
Amanda se alejó de él con un tembloroso suspiro.
—Lo siento —le dijo al tiempo que se enjugaba las lágrimas.
Él apretó los dientes al percibir el temblor de su mano. Mataría a Desiderio por haberla herido de ese modo.
—No suelo llorar delante de la gente.
—No tienes que disculparte —murmuró él, entrecerrando su rostro entre las manos—. A decir verdad, lo estás soportando mucho mejor de lo que cabría esperar dadas las circunstancias.
Ella lo miró con las pestañas aún humedecidas por las lágrimas. Kirian no pudo evitar que el corazón se le acelerara al contemplar la vulnerabilidad que reflejaban esos ojos. Una vulnerabilidad que lo afectaba de un modo que no quería analizar.
La deseaba. Con desesperación.
Hacía tanto que no sentía un deseo semejante… No, se corrigió, jamás había sentido algo así por una mujer, ni siquiera por Zeone. No se trataba tan solo de lujuria o de amor. Entre ellos había un vínculo. Eran como dos mitades de un mismo corazón.
Sin embargo, no podía ser cierto. Era imposible. Ya no creía en el amor. No creía en nada.
Y aun así…
Amanda había conseguido que tuviese fe de nuevo. Había despertado anhelos olvidados hacía mucho tiempo: las suaves caricias de una mano enredada en el cabello al despertar, la sensación de dormir junto a un cuerpo cálido…
Se sentía casi indefenso ante todo aquello.
El teléfono móvil sonó en ese momento. Kirian lo sacó del cinturón y respondió.
Era Talon.
—¿La mujer está contigo? —le preguntó.
—Sí, ¿por qué?
—Porque tienes un enorme problema. El apolita me ha dicho que los incendios fueron iniciados por dos temporizadores escondidos en el interior de las casas.
Kirian frunció el ceño y se sobresaltó al recordar algo que Amanda había dicho el día anterior.
—Amanda, ¿no me dijiste que Desiderio te había atrapado cuando estabas en casa de tu hermana? —le preguntó.
Ella asintió.
—En la sala de estar.
Kirian notó que el miedo le provocaba un nudo en el estómago.
—¿Has oído eso? —le dijo a Talon.
El otro Cazador Oscuro lanzó una maldición.
—¿Cómo es posible? —preguntó el celta.
—Alguien debe de haber invitado a Desiderio a entrar. Lo que significa que hay un humano trabajando con él… o para él. Mi intuición me dice que Tabitha no sería tan estúpida.
—Allison tampoco —los interrumpió Amanda—. Sabe cuidarse de la gente con apariencia sospechosa.
Kirian lo meditó un instante.
—¿Se te ocurre algo? —le preguntó a Talon.
—No.
—¿Qué dice tu guía?
—Ceara no sabe nada. Y además, hay otro pequeño contratiempo: mi espalda no se está curando.
Si se le hacía otro nudo más en el estómago acabaría teniendo un rosario.
—¿Cómo que no se está curando?
—Me hirieron con una descarga astral exactamente igual a la de los dioses.
Kirian se quedó petrificado.
—No maté a ningún dios, era un daimon.
—Ya lo sé.
Kirian maldijo en voz baja.
—¿En qué nos hemos metido?
—No tengo ni idea, pero hasta que tengamos más información te sugiero que no te alejes de la chica. Con los poderes reprimidos que tiene, Desiderio irá tras ella con todo su arsenal. Estoy seguro de que a estas alturas prefiere tenerla a ella que a su hermana.
Kirian se cambió el teléfono al otro lado mientras observaba a Amanda, que acababa de sentarse a la mesa. ¡Por todos los dioses! No podía soportar la idea de que resultase herida. El simple hecho de imaginárselo resultaba devastador.
—¿Necesitas ayuda con la espalda?
—No, pero duele horrores.
Kirian lo sabía por experiencia. El hombro aún le daba pinchazos tras el ataque de Afrodita.
—Empiezo a comprender cómo mató Desiderio a los últimos ocho Cazadores Oscuros que se enfrentaron a él.
—Sí —asintió Talon—. Y no quiero que nosotros seamos el noveno y el décimo.
—Yo tampoco. Vale, mantendré a Amanda a salvo a mi lado, pero aún nos queda el problema de que su hermana ande suelta por ahí.
—Haré que Eric la ate en corto de momento. Tú asegúrate de que Amanda se mantenga en contacto con ella o nos complicará la vida todavía más.
—De acuerdo. —Y colgó antes de dejar el teléfono sobre la encimera.
—¿Algo va mal? —le preguntó Amanda.
Rió de mala gana.
—Creo que la pregunta correcta sería: ¿algo va bien?
—¿Y eso qué significa?
—Significa que tu aburrida vida acaba de llegar a su fin y que durante los próximos días vas a descubrir de primera mano lo peligrosa que es la mía.