Después de que Kirian se hubo marchado, Amanda llamó a Tabitha para asegurarle que se encontraba a salvo. Se dio una ducha rápida y se puso una sudadera y unos pantalones deportivos de Grace. Cuando esta y los niños se retiraron a dormir, ella se sentó en el sofá con un plato de espaguetis.
Julian salió de la cocina y le ofreció una Coca-Cola antes de sentarse en uno de los sillones.
—Está bien —dijo—, ¿por dónde empiezo?
Amanda ni siquiera tuvo que pensarlo.
—Por el principio. Quiero saber exactamente qué es un Cazador Oscuro y qué son los daimons. ¿De dónde vienen los apolitas? ¿Y cuál es la relación que hay entre todos ellos?
Julian soltó una carcajada.
—No te andas por las ramas, ¿verdad? —Mientras giraba el vaso de té helado entre las manos pareció sopesar la mejor forma de contestar sus preguntas—. En momentos como este me gustaría que la Kinigostaia de Homero hubiera sobrevivido al paso del tiempo.
—Kyni… como se diga esa palabra, ¿qué es?
Él se echó a reír de nuevo y tomó un sorbo de té.
—Una obra que recogía el nacimiento de los Kinigstosi, los Cazadores Oscuros, y podría haber respondido a la mayoría de las dudas que tienes sobre ellos. Narraba con detalle el nacimiento de las dos razas que una vez dominaron la tierra: los humanos y los apolitas.
Amanda asintió con la cabeza.
—De acuerdo. Sé de dónde vienen los humanos, pero no sé nada de los apolitas.
—Hace eones, Apolo y Zeus caminaban por Tebas cuando de repente Zeus declaró la grandeza de la raza humana. Dijo que los humanos eran «el pináculo de la perfección terrenal». Apolo soltó un bufido y dijo que podían mejorarse en muchos aspectos. Se jactó de poder crear fácilmente una raza superior y Zeus lo retó a que lo hiciera. Así que Apolo buscó una ninfa que estuviese de acuerdo en dar a luz a sus hijos.
»En tres días nacieron los primeros cuatro apolitas. Tres días después, esos niños habían alcanzado la madurez y tan solo tres días más tarde estaban preparados para ser los regentes de la tierra.
Amanda se limpió los labios con la servilleta.
—Entonces, los apolitas son los hijos de Apolo. Lo he pillado. ¿Y por qué algunos de ellos se convierten en daimons?
—Espera un poco. Soy yo el que está contando la historia —dijo Julian pacientemente, con la misma voz que Amanda suponía que usaba con sus alumnos de la facultad—. Puesto que los apolitas nacieron con un intelecto, una belleza y una fuerza superiores a los de los humanos, Zeus los envió a vivir a la isla de la Atlántida, donde esperaba que vivieran en paz. No sé si has leído los Diálogos de Platón…
—No te ofendas, pero me pasé toda la carrera evitando las asignaturas de letras…
Julian sonrió.
—Da igual. De cualquier modo, la mayoría de lo que Platón escribió acerca de la Atlántida es cierto. Eran una raza agresiva que quería dominar la tierra y a la postre también el Olimpo. A Apolo no le importaba, ya que una vez cumplidos sus propósitos, él se convertiría en el dios supremo.
Amanda supo adónde llevaba todo aquello.
—Apuesto a que el viejo Zeus estaba contentísimo con esa idea.
—Estaba encantado —le contestó Julian con ironía—. Pero no tanto como los pobres griegos, que estaban siendo derrotados por los apolitas. Cuando se hartaron de aquello, los humanos comprendieron que estaban luchando por una causa perdida, así que idearon un plan para que Apolo se pusiera de su lado. Eligieron a la mujer más hermosa nacida entre la raza humana, Rissa, y se la entregaron a Apolo como amante.
—¿Más hermosa que Helena de Troya?
—Todo esto sucedió muchísimo antes de que Helena naciera y sí, según las crónicas, ella era la mujer más hermosa que el mundo ha visto jamás. De cualquier forma, Apolo, al ser como es, no pudo resistirse a Rissa. Se enamoró de ella y, finalmente, la mujer quedó embarazada. Cuando la reina de los apolitas se enteró de aquello, se enfureció tanto que envió a un grupo de asesinos para que acabaran con la vida de la madre y del niño. La reina dio instrucciones a sus hombres para que el crimen pareciera ser el ataque de un animal salvaje, con el fin de que Apolo no se vengara de los apolitas.
Amanda soltó un silbido por lo bajo al imaginarse lo que ocurrió después.
—Apolo lo descubrió.
—Exacto, y no le sentó muy bien. Por si no lo sabías, Apolo es también el dios de las plagas. Destruyó la Atlántida y hubiese destruido a todos y cada uno de sus habitantes si Artemisa no lo hubiera detenido.
—¿Y por qué lo hizo?
—Porque los apolitas eran carne y sangre de Apolo. Destruirlos hubiese significado acabar con el propio dios y eso habría supuesto el fin del mundo tal y como lo conocemos.
—¡Vaya! —exclamó Amanda con los ojos abiertos de par en par—. Qué desastre. Me alegro de que lo detuviera.
—Al igual que el resto del panteón griego. A pesar de eso, Apolo quería vengarse. Y así lo hizo. Prohibió a los apolitas caminar bajo la luz del sol para no tener que verlos nunca más y recordar su traición. Puesto que habían intentado hacerle creer que a Rissa la había asesinado un animal salvaje, les dio características animales: colmillos, sentidos muy desarrollados…
—¿Y la velocidad y la fuerza?
—Ya la tenían; junto con las habilidades psíquicas que Apolo no pudo quitarles.
Amanda frunció el ceño al oír aquello.
—Pensaba que los dioses podían hacer cualquier cosa que se les antojase. ¿No consiste en eso lo de ser dios?
—No siempre. Deben atenerse a ciertas leyes, al igual que nosotros. Sin embargo, en el caso de los poderes psíquicos es diferente; una vez que ese canal se abre, no puede volver a cerrarse. Por eso Apolo no pudo quitarle a Casandra el don de la clarividencia cuando ella lo rechazó. Lo que hizo fue enmarañarlo todo, de modo que nadie creyera en sus profecías.
—Claro, eso tiene sentido —dijo Amanda antes de beber un sorbo de Coca-Cola—. Vale, entonces los apolitas tienen poderes psíquicos, son muy fuertes y no pueden entrar en contacto con la luz del sol. ¿Y lo de beber sangre? ¿Lo hacen o no?
—Sí. Beben sangre, pero solo si proviene de otro apolita. De hecho, a causa de la maldición de Apolo, están condenados a alimentarse los unos de los otros cada pocos días para no morir.
—¡Puaj! —exclamó ella, arrugando la nariz—. Eso es asqueroso. —Se echó a temblar ante la mera idea de tener que vivir de ese modo—. Algunos de ellos beben sangre humana, ¿no es cierto?
Julian vaciló antes de contestar.
—No exactamente. Si se convierten en daimons, beberán de los humanos; pero no es la sangre lo que buscan… es el alma.
Amanda arqueó una ceja y sintió un escalofrío en la espalda. Kirian no había bromeado sobre ese aspecto. Genial.
—¿Y por qué necesitan robar nuestras almas?
—Los apolitas solo viven tres veces nueve años. El día de su vigésimo séptimo aniversario mueren de forma lenta y dolorosa; sus cuerpos se desintegran literalmente y se convierten en polvo en un plazo de veinticuatro horas.
En esa ocasión, Amanda compuso un gesto de dolor.
—Qué cosa más horrible. Supongo que la moraleja de la historia es que no hay que cabrear al dios de las plagas.
—Sí —contestó Julian con sequedad—. Para evitar su destino, la mayoría de los apolitas se suicidan el día anterior a su cumpleaños. Otros deciden convertirse en daimons. Como tales, burlan su sentencia de muerte apropiándose de almas humanas y manteniéndolas en el interior de sus cuerpos. Siempre que las almas humanas vivan en su interior, pueden seguir existiendo. Pero el problema reside en que el alma de un humano no puede vivir mucho tiempo en el cuerpo de un apolita, ya que comienza a morir casi en el mismo instante en que es robada. Como resultado, los daimons se ven obligados a perseguir y matar humanos cada pocas semanas para poder seguir viviendo.
Amanda era incapaz de imaginarse el tormento que debía suponer ser asesinado por un apolita y perder no solo la vida, sino también el alma.
—¿Qué sucede con las almas que mueren?
—Se pierden para siempre. Por eso existen los Cazadores Oscuros. Su trabajo consiste en buscar a los daimons y liberar las almas antes de que expiren.
—¿Y lo hacen de forma voluntaria?
—No, más bien los reclutan.
Amanda lo miró, ceñuda.
—¿Cómo que los reclutan?
Julian bebió otro sorbo de té. Bajó la mirada al suelo y ella pudo percibir un brillo extraño en sus ojos, como si recordara algo de su propio pasado. Algo doloroso.
—Cuando alguien sufre una horrible injusticia —explicó el hombre en voz baja—, su alma grita con tanta fuerza que el sonido llega hasta el Olimpo. Si Artemisa lo escucha, se acerca a la persona que acaba de gritar y le ofrece un trato: a cambio de un único Acto de Venganza contra aquellos que lo agraviaron, tendrá que jurarle lealtad y luchar en su ejército contra los depredadores daimons.
Amanda respiró hondo mientras trataba de asimilar toda la información.
—¿Y tú cómo sabes todo esto?
Julian alzó la cabeza y la abrasó con la intensidad de su mirada.
—Porque mi alma gritó así el día en que mis hijos murieron.
Ella tragó saliva al observar el odio y el dolor que reflejaban los ojos de Julian. Eran tan evidentes que hasta ella se sentía embargada por el sufrimiento.
—¿Fue Artemisa hasta ti para ofrecerte el trato?
—Sí, pero lo rechacé.
—¿Y por qué?
Julian apartó la mirada.
—Yo necesitaba vengarme de otro dios y sabía que ella no podía permitirlo.
Amanda conocía muy bien la historia de que Julian había estado atrapado en un pergamino; aunque en esos momentos le interesaba más Kirian.
—Kirian vendió su alma a cambio de poder vengarse de su esposa, ¿verdad?
Él asintió.
—Pero no lo juzgues con demasiada dureza.
—No lo hago —le dijo ella con honestidad. No sabía qué le había ocurrido a Kirian y hasta que no lo averiguara, no podía echarle en cara ninguna de sus decisiones—. Dime una cosa, Julian, ¿hay algún modo de que un Cazador Oscuro recupere su alma?
—Sí, pero casi nadie lo ha conseguido. La prueba es diferente para cada uno de ellos.
—Lo que significa que no puedes decirme el modo de liberar a Kirian.
—Lo que significa que no tengo la más remota idea de cómo liberar a Kirian.
Amanda asintió y cambió el rumbo de sus pensamientos.
—¿Los Cazadores Oscuros también tienen que beber sangre?
—No. Puesto que en un principio eran humanos, no tienen necesidad de hacerlo. Además, si tuviesen que preocuparse de alimentarse de ese modo, sus habilidades para detectar a los daimons se verían afectadas.
—Y entonces, ¿por qué tienen colmillos?
—Con el fin de poder detectar a los daimons y darles muerte, se les otorgaron las mismas características animales que a estos. Los colmillos van en el paquete.
Amanda no tuvo problemas en entenderlo.
—¿Por eso también les resulta mortal la luz del sol?
—Más o menos. Pero en el caso de los Cazadores Oscuros es más una consecuencia de servir a Artemisa, que es la diosa de la luna, y de resultar abominables para Apolo.
—Pero eso no parece muy justo.
—Los dioses rara vez lo son.
Horas más tarde, Kirian permanecía sentado en su coche, maldiciendo el traicionero rumbo de sus pensamientos.
Todavía podía ver a Amanda. Escuchar el sonido de su dulce y suave voz. Sentir su cuerpo apretado contra él y la suavidad de su pecho en la palma de la mano.
Habían pasado siglos desde que deseó a una mujer de esa forma. Creía que había desterrado esa parte de sí mismo el día que se convirtió en un Cazador Oscuro.
Con el paso de los siglos, había sentido en ocasiones un ligero interés por alguna mujer, pero había aprendido a controlarlo. A enterrarlo.
En ese momento, aquellas necesidades largo tiempo olvidadas habían despertado gracias a las caricias de una hechicera que resultaba letal para su cordura. Pensar en ella lo distraía. Lo atormentaba.
La deseaba de un modo que rayaba en la desesperación.
¿Por qué? ¿Qué tenía Amanda que él anhelaba tanto? No sabía nada de ella, excepto que poseía un gran sentido del humor y que bajo su fuego se ocultaba una dulzura increíble.
Y aun así la deseaba como jamás había deseado a ninguna otra mujer. Ni siquiera a su esposa.
No tenía sentido.
Apagó el motor, salió del coche y entró en la casa. Arrojó las llaves sobre la encimera de la cocina y se detuvo un momento. La casa estaba en completo silencio, salvo por unos leves chasquidos que llegaban del piso superior.
Kirian atravesó las habitaciones a oscuras y subió la recargada escalera de caoba hasta llegar a la planta superior, donde se detuvo ante la puerta de su despacho. Un haz de luz se derramaba sobre la alfombra persa por debajo de la puerta cerrada.
Sin hacer ruido, giró el picaporte y abrió la puerta.
—Nick, ¿qué coño estás haciendo aquí?
Lanzando una sonora maldición, su escudero se levantó de la silla giratoria de un salto.
Kirian tuvo que reprimir una carcajada al ver a ese hombre de un metro y noventa y cinco centímetros dispuesto a matarlo. Los ojos azules de Nick lanzaban fuego y un músculo palpitaba en su mandíbula, firmemente apretada. El joven se mesó la melena castaña que le caía hasta los hombros.
—¡Coño, Kirian! ¿Es que nunca vas a aprender a hacer ruido cuando te mueves? Me has dado un susto de muerte.
Kirian se encogió de hombros con indiferencia.
—Creí que ibas a irte a casa temprano.
Nick enderezó la silla, se sentó y se deslizó de nuevo hasta el escritorio.
—Eso tenía pensado, pero quise terminar primero la investigación sobre Desiderio.
Kirian sonrió. Quizá Nick Gautier fuera un listillo impetuoso y un coñazo la mayor parte del tiempo, pero se podía confiar en él. Por eso lo había elegido como escudero y lo había introducido en el reino de los Cazadores Oscuros.
—¿Algo nuevo?
—Podría decirse que sí. He descubierto que tiene doscientos cincuenta años.
Sorprendido, Kirian alzó una ceja. Que él supiera, ningún daimon había vivido tanto.
—¿Cómo es posible?
—No lo sé. Los Cazadores Oscuros van detrás de él y él los mata. Parece que a tu amiguito daimon le gusta haceros sufrir. —Volvió a mirar el monitor—. No hay nada en la base de datos de Aquerón sobre su modus operandi y cuando hablé con Ash antes me dijo que no tenía ni idea de la procedencia de Desiderio ni de qué buscaba. Pero lo estamos investigando.
Kirian asintió.
—¡Ah, por cierto! —dijo Nick mirándolo por encima del hombro—. Estás hecho un desastre.
—Debe de ser obvio, porque todas las personas que he visto esta noche me han dicho lo mismo.
Nick sonrió hasta que se fijó en la ropa de Kirian.
—¿Por qué no llevas tu uniforme de tipo-malo-mata-daimons?
Kirian no estaba de humor para explicárselo.
—Hablando de eso, necesito que me compres un abrigo de cuero hoy.
La sospecha oscureció los ojos azules de Nick.
—¿Por qué?
—El viejo tiene un agujero en el hombro.
—¿Y eso?
—Me atacaron. ¿Por qué si no?
Nick no pareció muy contento con las noticias.
—¿Estás bien?
—¿Es que no parezco estar bien?
—No, tienes un aspecto horrible.
No había modo de esconderse de Nick.
—Estoy bien. ¿Por qué no te vas a una de las habitaciones de invitados a dormir? Ya son las cuatro de la madrugada.
—Dentro de un rato. Primero quiero dejar esto acabado. Además, estoy a punto de descubrir qué hizo Sundown para cabrear a Ash.
Kirian escuchó el sonido que avisaba a Nick de que tenía un nuevo mensaje en el ordenador.
—Dile a Jess que deje de burlarse de Ash si no quiere acabar chamuscado.
Nick frunció el ceño.
—¿Jess?
—El verdadero nombre de Sundown es William Jessup Brady. Creía que lo sabías.
Nick soltó una carcajada.
—Joder, no. Pero conozco a unos cuantos escuderos que pagarían bastante por saberlo —dijo con una mirada especulativa—. «Rogue»[1] tampoco es el verdadero nombre de Rogue, ¿verdad?
—No. Se llama Christopher «Kit» Baughy.
Nick soltó una risilla satisfecha.
—Eso sí que me reportaría pingües beneficios.
—No —le corrigió Kirian—. Eso te reportaría una buena patada en el culo si Rogue descubre que lo sabes.
—Puede que tengas razón. Lo guardaré en el archivador de chantajes, para cuando necesite que un Cazador Oscuro me haga un favor.
Kirian meneó la cabeza. El chico era incorregible.
—Hasta la noche.
—Vale, que descanses.
Kirian cerró la puerta y tomó el largo pasillo que conducía hasta su dormitorio. La enorme y suntuosa habitación lo acogió con sus colores oscuros y relajantes, que no herían los ojos. Nick había encendido las tres velas del pequeño candelabro de pared y el suave resplandor proyectaba sombras sobre el papel color borgoña.
Esa estancia era el santuario donde Kirian se ocultaba de la luz del día.
Había ordenado que sellaran y cubrieran las ventanas tan pronto como compró la antigua casa colonial de estilo neoclásico. Ningún Cazador Oscuro dormiría en un lugar donde el sol pudiera penetrar de forma accidental.
Se quitó la ropa y se tumbó en la enorme cama en la que dormía desde el siglo XIV, pero su mente insistía en seguir dándole vueltas a sus tribulaciones.
Desiderio le había dado esquinazo y durante los próximos días estaría fuera de su alcance.
Joder. No había nada que pudiera hacer. Nada, salvo esperar y estar preparado para el momento en que Desiderio hiciera su aparición. Al menos estaba tranquilo porque sabía que el daimon iría primero a por él.
Eso le daría algo más de tiempo para mantener a salvo a Amanda y a Tabitha.
Amanda.
El nombre flotaba en su mente junto con el recuerdo de sus brillantes ojos azules. La entrepierna se le tensó al instante bajo las frescas sábanas de seda. Gruñó al sentir el dolor del deseo insatisfecho.
—No es mía —susurró.
Y por todos los dioses del Olimpo, jamás lo sería, sin importar lo mucho que lo deseara su maltrecho corazón.