¡Resulta que el señor Tío Bueno es un vampiro!, gritó Amanda para sus adentros.
—¡No, no, no y no! —El cuerpo de Amanda se estremecía de terror y le estaba costando un esfuerzo supremo contener los chillidos—. ¿Vas a chuparme la sangre?
Él arqueó una ceja en un gesto burlón.
—¿Es que tengo pinta de abogado?
Amanda pasó por alto el sarcasmo.
—¿Vas a matarme?
Con cara de pocos amigos, Hunter soltó un suspiro de exasperación.
—Si esa fuera mi intención, ¿no crees que ya estarías muerta?
Se acercó a ella para dedicarle una breve y malévola sonrisa que Amanda reconoció como un intento de intimidación. Y funcionó a las mil maravillas.
Hunter alzó la mano que tenía libre para acariciarle la piel del cuello bajo la que latía la yugular. El roce, ligero como una pluma, hizo que la piel de Amanda se erizara.
—Puestos a pensarlo, podría dejarte seca y después arrancarte la mano de un mordisco para librarme de ti.
Aterrada, Amanda abrió los ojos de par en par.
—Pero… estás de suerte, tampoco tengo intención de hacer eso.
—Deja el sarcasmo, ¿vale? —murmuró Amanda con el corazón desbocado, puesto que no estaba muy segura de si solo bromeaba o, por el contrario, iba a abalanzarse sobre ella en el momento menos pensado para chuparle la sangre—. Me resulta difícil hacer frente a esta situación. Ponte en mi lugar. Lo único que hice fue ir a casa de Tabitha para sacar a su perro, que iba a hacerse pis en la cama. De ahí pasé a ser golpeada en la cabeza y he acabado encadenada a un vampiro. ¡Perdóname si parezco un poco trastornada en este momento!
Para su sorpresa, Hunter alejó la mano y dio un paso hacia atrás.
—Tienes razón. Supongo que no estás acostumbrada a que la gente te ataque sin motivo aparente.
Por su tono, Amanda supo que él, por el contrario, tenía una amplia experiencia en encontrarse en medio de ese tipo de situaciones.
Hunter le sonrió sin despegar los labios, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
—Si te sirve de consuelo, no me alimento de humanos.
Por alguna razón, la confesión sirvió para mejorar el ánimo de Amanda. No es que acabara de creérselo, pero aun así se sentía más tranquila.
—Entonces, ¿eres como Ángel?
Él puso los ojos en blanco.
—Ves demasiada televisión —murmuró antes de añadir en voz más alta—: Ángel tiene alma. Yo no.
—Me estás asustando de nuevo.
La expresión del rostro de Hunter hizo que Amanda recordara el comentario anterior: «Nena, todavía no has visto nada escalofriante».
El hombre echó un nuevo vistazo al pasillo.
—De acuerdo. Vamos a tener que salir corriendo antes de que el sol avance. —Hunter le dedicó una mirada penetrante—. El problema clave es que no sé adónde lleva este pasillo. En el caso de que nos condujera a un lugar al aire libre y sufriera una rápida muerte por combustión espontánea, necesitaría que me hicieras un favor.
—¿Un favor? —preguntó ella con incredulidad. Desde luego qué cojones tenía el tío. La intimidaba, la amenazaba ¿y encima se atrevía a pedirle un favor?—. Claro, ¿por qué no? —replicó.
Hunter se quitó el anillo que llevaba en la mano derecha y se lo ofreció.
—Necesito que lo guardes y que busques un árbol.
Amanda miró el anillo con el ceño fruncido. El oro estaba rayado y tenía unas cuantas abolladuras, lo que indicaba que había sufrido bastante maltrato. O quizá que la mano que adornaba había sufrido muchas vicisitudes.
Unos cuantos rubíes se engarzaban en la parte superior y formaban un lecho que sostenía una espada de diamantes, rodeada por diminutas esmeraldas dispuestas en forma de hojas de laurel y rematada por un zafiro a modo de corona. Estaba claro que era una joya antigua y muy valiosa.
¿Por qué se lo confiaba a ella? Sin saber muy bien qué hacer con él, se lo metió en el bolsillo de los vaqueros.
—¿Sirve cualquier árbol? —le preguntó.
—Cualquiera. Cuando estés debajo del árbol, pronuncia las siguientes palabras: «Artemisa, yo te invoco en tu forma humana».
—Artem…
Hunter le colocó la mano sobre los labios.
—Por Zeus, no lo digas hasta que yo haya desaparecido. Cuando pronuncies las palabras, espera hasta que aparezca una mujer pelirroja, muy alta, y le dices que necesitas protección frente a Desiderio.
Amanda arqueó una ceja.
—¿Quieres que invoque a una diosa para que me proteja?
—Si no lo haces, Desiderio os atrapará a ti y a tu hermana.
—¿Y a ti qué más te da?
—Mi trabajo consiste en proteger a los humanos de los daimons; eso es lo que hace un Cazador Oscuro. —Aunque había adoptado una expresión dura, el brillo de sus ojos le decía a Amanda que tras aquella historia se ocultaba mucho más.
—¿Qué son los daimons? —le preguntó.
—Son vampiros con sobredosis de esteroides y complejo de dioses. Prométeme que lo harás.
¿Por qué no? Era una petición muy extraña, pero teniendo en cuenta que estaba encadenada a un vampiro por medio de unos grilletes, ¿quién era ella para decidir lo que era extraño y lo que no?
—Vale.
—Bien. Ahora, salgamos de aquí echando leches.
Antes de que pudiera contestar, Hunter agarró el grillete que rodeaba su muñeca y corrió hacia la derecha, a lo largo del pasillo. Mientras corrían sobre el suelo oxidado, Amanda se dio cuenta de que estaban en una especie de fábrica abandonada.
Al final del pasillo encontraron una escalera que conducía al piso inferior. Hunter tiró de ella hasta abajo, donde se abría una habitación enorme con suelo de cemento. Las antiguas paredes metálicas estaban abolladas y los rayos del sol se filtraban a través de las grietas.
El Cazador Oscuro retrocedió hasta las sombras, lejos de la luz. Su rostro parecía un poco quemado por el sol, pero en conjunto no se veía muy mal tras su loca carrera.
—Y ahora ¿qué? —le preguntó ella mientras se esforzaba por recobrar el aliento.
Hunter ni siquiera tenía la respiración alterada. No obstante, había clavado los ojos en sus pechos con sumo interés y la miraba de forma un tanto… ardiente.
Amanda cruzó los brazos por delante del pecho.
Esa era la primera vez que lo veía esbozar una verdadera sonrisa, pero entonces cayó en la cuenta de que la mano de Hunter estaba peligrosamente cerca de su pecho. Tan cerca que las puntas de sus dedos le rozaban el pezón y hacían que un torrente de fuego le recorriera las venas.
Sin pérdida de tiempo, bajó los brazos hasta los costados mientras él la contemplaba con una sonrisa burlona. Una sonrisa que seguía siendo devastadora, aunque no separase los labios y tuviera un cierto toque diabólico. El brillo de diversión que iluminaba esos ojos negros quitaba el aliento y su rostro se había suavizado hasta mostrar un encanto juvenil que podría derretir el corazón de cualquier mujer.
Hunter echó un vistazo alrededor de la fábrica vacía.
—En este momento desearía tener un móvil o una línea de metro. Sabía que debería haber aceptado la plaza de Nueva York.
Confundida, Amanda alzó la mirada.
—¿Plaza? ¿A qué te refieres? ¿Es que lo de cazar es un empleo regularizado?
—Sí, incluso me pagan.
—¿Quién te paga?
En lugar de contestar, el Cazador alzó una mano para indicarle que guardara silencio. Un gesto que estaba comenzando a cabrearla… sobre todo porque siempre presagiaba algún tipo de problema. Y ya estaba cansada de enfrentarse a los problemas de Tabitha.
Dos segundos después se escucharon los pasos de alguien que rodeaba el edificio desde el exterior. Hunter la ocultó entre las sombras junto a él mientras escuchaban con atención. Le había rodeado los hombros con el brazo libre para poder mantenerla pegada a su cuerpo.
Amanda se quedó petrificada cuando su espalda se apoyó por completo en el pecho masculino y la asaltó una oleada de inoportuno deseo. La tibieza que emanaba el cuerpo de Hunter la ayudaba a entrar en calor, y esa aura de virilidad y poder masculino la subyugaban. Sin embargo, el agradable aroma a cuero y sándalo que comenzaba a invadir sus sentidos resultaba incluso más perturbador.
Deseaba a ese hombre.
«¿Estás loca? ¡Este tipo es un vampiro!», le dijo su parte racional.
Vale, pero un vampiro que está como un tren.
Kirian no podía respirar con Amanda tan cerca. Sus agudizados sentidos la percibían por completo. Escuchaba el ritmo alocado de su corazón, la sequedad de su boca y lo que era peor: podía paladear su deseo.
Eso lo estimulaba todavía más. Y le recordaba por qué había establecido el hábito de evitar a las mujeres tanto como le fuera posible.
Maldito seas, Desiderio, pensó.
Porque, en esos instantes, le resultaba muy difícil recordar que no podía poseerla. Y aún más difícil olvidar lo bien que olía o la forma en que se movía… como una bailarina segura de sus pasos. Su cuerpo esbelto era la personificación de la elegancia y le resultaba muy fácil imaginarla sentada a horcajadas sobre él mientras le proporcionaba un placer sexual que, estaba completamente seguro, ningún otro hombre le había dado antes.
Su entrepierna se tensó hasta un punto rayano en el dolor. Ni siquiera podía recordar la última vez que se había puesto tan duro por una mujer. Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no besarla; para no enterrar los labios en su garganta e inhalar ese aroma dulce y cálido mientras… Flexionó los dedos, aumentando la presión que ejercía sobre los hombros de Amanda, al darse cuenta de que solo tenía que bajar la mano unos centímetros para acariciar su pecho. Tan solo unos centímetros…
De repente, el sonido de un walkie-talkie rompió el silencio.
—Es un albañil —susurró Amanda, que echó a correr hacia una ventana.
Kirian siseó cuando ella lo arrastró hacia la luz del sol. Dando un tirón, la obligó a regresar a la sombra.
—Lo siento —murmuró ella. Se acercó con cuidado a la ventana, asegurándose de no exponer a Hunter a los rayos del sol—. ¡Oiga! —exclamó para llamar la atención del trabajador que se encontraba a unos metros de distancia, hurgando en un viejo tractor.
El albañil la miró perplejo. Se acercó a la ventana con el ceño fruncido y echó un vistazo hacia el interior. Acto seguido, los miró con los ojos entrecerrados.
—¿Qué están haciendo aquí? Esta zona está cerrada al público.
—Es una larga historia —contestó Amanda—. La versión resumida es que me dejaron tirada aquí. No tendrá un teléfono móvil que pudiera prestarme, ¿verdad?
Sin dejar de fruncir el ceño, el tipo le pasó el teléfono a través de la ventana.
Hunter se lo quitó de inmediato.
—¡Oye! —exclamó ella al tiempo que alargaba el brazo para recuperarlo.
Tras poner el móvil fuera de su alcance, Hunter dejó de prestar atención a Amanda y se dispuso a marcar un número.
—¿Dónde estamos? —le preguntó al trabajador mientras se colocaba el teléfono en la oreja.
—En la antigua planta Olson.
—¿En Slidell?
Amanda arqueó una ceja por el asombro de saber que el Cazador Oscuro reconocía el lugar. Ella llevaba toda la vida viviendo en Nueva Orleans y no tenía ni idea de que existiese ese sitio.
—Sí —contestó el hombre.
Hunter asintió con la cabeza.
—Oye —le dijo a su interlocutor—, soy yo. Estoy en la antigua planta Olson, en Slidell. ¿Sabes dónde está?
Hizo una pausa para escuchar lo que tuviese que decirle la persona que se encontraba al otro lado de la línea.
Amanda lo observó con atención. Resultaba sorprendente que fuese capaz de hablar sin enseñar los colmillos, pero los disimulaba muy bien.
Al hilo de ese pensamiento se le ocurrieron unos cuantos más: ¿cómo podía un vampiro estar tan bronceado y su piel ser cálida al tacto? ¿Cómo era posible que tuviera pulso y que su corazón siguiera latiendo?
¿No se suponía que los vampiros eran criaturas no muertas, pálidas y frías?
—Sí —dijo Hunter—. Necesito que me saques de aquí, preferiblemente antes de que el día avance todavía más.
El Cazador cortó la llamada y le arrojó el teléfono al trabajador que esperaba al otro lado de la ventana.
—¡Eh! —gritó Amanda al tiempo que sacaba el brazo por la ventana para reclamar el teléfono—. Lo necesito.
—¿A quién vas a llamar? —preguntó Hunter de modo amenazador.
—No es asunto tuyo.
Él le quitó el teléfono de nuevo.
—Mientras estemos encadenados, es asunto mío.
Amanda lo miró con los ojos entrecerrados y cogió el teléfono.
—Tócame las narices, tío, y doy dos pasos a la derecha.
La vehemente mirada que le dedicó el Cazador Oscuro hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.
—No te atrevas a llamar a tu hermana.
La furia que reflejaba su rostro consiguió que Amanda reconsiderara la idea de tentar a la suerte. Le entregó el teléfono al hombre.
—Gracias —le dijo.
El tipo se colocó el móvil en el cinturón y le dedicó una mirada desabrida.
—Tienen que marcharse, ya saben que esto es…
Hunter alzó la mano y los ojos del hombre perdieron toda expresión.
—No hay nadie en el edificio. Ve a hacer tu trabajo.
El tipo se alejó sin decir una palabra más.
¿Control mental? Amanda miró boquiabierta al cazador.
¡Por supuesto que tenía poderes mentales! Era un vampiro.
—Será mejor que no uses ese truco conmigo —le advirtió Amanda.
—No te preocupes. Eres demasiado obstinada para que funcione.
—Bien.
—No, desde mi punto de vista no es nada bueno.
Pese al tono cortante de su voz, había una luz en la profundidad de sus ojos que indicaba que no estaba tan molesto como pretendía aparentar.
Amanda lo miró de soslayo. Estaba apoyado contra una columna con un aire despreocupado y los ojos cerrados, pero aun así, ella tenía la impresión de que estaba muy atento a todo lo que los rodeaba, tanto en el interior como en el exterior del edificio.
—¿Por qué te convertiste en un vampiro? —le preguntó antes de darse cuenta de lo que hacía—. ¿Has convertido a alguien en contra de su voluntad?
Él abrió los ojos y alzó una ceja.
—Nadie se convierte en Cazador Oscuro a menos que lo desee.
—Y tú estuviste de acuerdo porque deseabas… —Su voz se desvaneció mientras esperaba que él le explicara.
—… acabar con las humanas entrometidas que no dejan de darme la lata con sus preguntas.
Amanda hubiera debido tenerle miedo; sin embargo, aún resonaban en sus oídos las palabras de Desiderio de que Hunter jamás haría daño a un humano.
¿Sería cierto?
Recorrió con la mirada ese increíble cuerpo, deseando poder estar segura al cien por cien.
Se quedaron callados durante unos instantes hasta que ella fue incapaz de soportarlo por más tiempo.
—Dime —dijo, intentando romper el incómodo silencio—, ¿cuánto crees que tendremos que esperar?
—No lo sé.
—¿A quién llamaste? —Un nuevo intento de conversación.
—A nadie.
Amanda respiró hondo y luchó por controlar el súbito impulso de estrangularlo.
—No te gusta que te hagan preguntas, ¿verdad?
—¿Quieres que te sea sincero? Ni siquiera me gusta hablar. Prefiero esperar en silencio.
—¿Ensimismado?
—Sí.
Amanda resopló.
—Bueno, pues resulta que estoy aburrida y si tengo que estar aquí esperando a que vengan a por nosotros, me gustaría entretenerme con algo.
La mirada de Hunter descendió hasta sus labios y bajó muy despacio hasta sus pechos y sus caderas. Cuando llegó a ese punto cerró los ojos; sin embargo, Amanda tuvo tiempo de percibir un deseo voraz en esas profundidades oscuras. Un deseo arrollador y exigente.
—Se me ocurre un modo de entretenerte…
Ella abrió los ojos de par en par.
—No irás a morderme, ¿verdad?
Hunter le respondió con una pícara sonrisa.
—No quiero morderte, agapimeni. Quiero desnudarte y mordisquear cada centímetro de tu piel, sobre todo tus pec…
Amanda alargó un brazo y le tapó la boca con la mano para hacerlo callar. El contraste entre la suavidad de esos labios y la aspereza de su barba la dejó aturdida. Y sentir su piel bajo la mano le provocó una especie de descarga eléctrica. Tragó saliva con fuerza y se apartó de él.
—Creía que los vampiros no podían tener relaciones sexuales.
Hunter enarcó una ceja y la miró con expresión burlona.
—¿Qué tal si tú y yo hacemos un pequeño experimento, solo para probar?
Amanda sabía muy bien que debería sentirse molesta. Cabreada. Esas palabras deberían haberle hecho sentir cualquier cosa, salvo excitación.
No obstante, mientras recorría con la mirada ese cuerpo esbelto y perfecto, la idea comenzó a resultarle cada vez más atractiva.
Kirian percibió su confusión. La chica estaba considerando la oferta. Si el ardor en su entrepierna no hubiera sido tan insoportable, incluso se habría reído. Pero tal y como estaban las cosas, ni él mismo estaba muy seguro de sus intenciones: ya no sabía si estaba bromeando con ella o había hecho en serio la proposición.
Lo único que sabía con certeza era que la visión de esos labios semiabiertos lo tentaba como ninguna otra cosa lo había tentado jamás.
En realidad, no debería haberse sorprendido por el modo en que su cuerpo reaccionaba ante ella. Era justo el tipo de mujer que siempre le había atraído. Inteligente. Valiente.
Fascinante, sin más.
Echó un vistazo a la pared que se alzaba tras ella e imaginó lo que sentiría al apoyarla allí mientras la penetraba fuerte, rápida y salvajemente.
Habría jurado que podía sentirse ya dentro de ella. Podía escucharla gemir en su oído mientras él…
Kirian sacudió la cabeza para alejar las imágenes. Había ocasiones en las que odiaba sus habilidades psíquicas. Y esa era, por descontado, una de ellas.
Al pasarse la lengua por los labios resecos, recordó una época de su vida en la que no habría dudado en llevarse a una mujer como ella a la cama. Una época en la que le habría quitado esa ropa conservadora y anodina, y habría besado cada centímetro de su piel desnuda hasta verla presa de un salvaje desenfreno. Una época en que la habría acariciado hasta llevarla al borde de la locura una y otra vez, mientras ella se aferraba a él suplicándole más.
Apretó los dientes al sentir que su sangre comenzaba a hervir a borbotones. Cómo le gustaría volver a vivir aquellos días…
El problema era que había pasado mucho tiempo desde entonces. Y por mucho que la deseara, ella no le pertenecía.
Jamás conocería su cuerpo.
Jamás la conocería a ella. Punto. Por eso no le había preguntado el nombre ni le había dicho el suyo. No tenía ninguna intención de usarlo. Ella no era más que otra persona anónima a la que había jurado proteger. Y así se quedarían las cosas.
Él era un Cazador Oscuro, y ella, una humana no iniciada. Y ambas cosas no combinaban bien.
Alzó la vista al escuchar el lejano aullido de una sirena que se aproximaba y dio las gracias en silencio a Tate por su don de la oportunidad.
Amanda echó un vistazo por la ventana cuando escuchó una ambulancia. Y por raro que pudiese parecer, se detuvo frente a la fábrica.
Tras un breve instante, las puertas del edificio se abrieron para dejar paso al vehículo.
—¿Nuestro taxi? —preguntó.
El Cazador Oscuro asintió.
En cuanto la ambulancia se hubo adentrado lo suficiente en el interior de la fábrica para que la luz del sol no la alcanzara, un hombre afroamericano muy alto salió de ella y se acercó. El desconocido dejó escapar un largo silbido al ver el rostro de Hunter quemado por el sol.
—Tío, estás hecho un desastre. ¿Puedo preguntar por los grilletes?
Hunter tiró de Amanda hacia el conductor.
—No, a menos que quieras morir.
—Vale —dijo el hombre con amabilidad—. He captado la indirecta, pero tenemos otro problema: no vais a pasar inadvertidos en una bolsa para cadáveres con eso puesto. La gente va a notarlo, está claro.
—Ya lo he pensado —replicó Hunter—. Si alguien pregunta, diles que morí de un infarto durante una salvaje sexcapada con ella.
Una escalofriante sensación descendió por la espalda de Amanda al recordar esa misma palabra en boca de Selena el día anterior.
—¿Cómo has dicho?
Hunter la contempló con un ostensible brillo de diversión en los ojos y le hizo saber que estaba disfrutando muchísimo con su tormento.
—Y que la dama no encuentra la llave por ningún lado.
Tate soltó una carcajada.
—De eso nada —replicó Amanda con indignación.
El Cazador le dedicó esa sonrisa tan pícara que la derretía por completo. La forma en que sus ojos la recorrieron de arriba abajo le provocó un estremecimiento.
—Mira el lado bueno: tendrás una fila de hombres interesados en pedirte una cita.
—No tiene gracia.
Hunter se encogió de hombros.
—Es la única manera de salir de aquí.
—Lo será para ti —contestó ella—. Yo puedo salir caminando ahora mismo y hacer que te desintegres.
Él arqueó una ceja.
—Inténtalo.
Lo intentó, pero se dio cuenta al instante de que los vampiros altos y peligrosos no se mueven ni un milímetro a no ser que quieran hacerlo.
—Vale —dijo ella, frotándose la muñeca que el grillete acababa de marcar—. En ese caso, nos vamos en la ambulancia.
Hunter abrió la marcha.
Cuando llegaron a la parte trasera del vehículo, la alzó con tanta facilidad que la dejó perpleja. Amanda se colocó en el lado izquierdo para dejarle sitio, pero Hunter era tan alto que tuvo que encogerse. Con una agilidad sorprendente, se tumbó en la camilla, en el interior de la bolsa negra que estaba abierta sobre ella.
Sin decir una sola palabra, Tate cerró la cremallera.
—¿Hacéis esto con mucha frecuencia? —preguntó Amanda.
Tate sonrió de forma indolente a su amigo.
—De vez en cuando.
Amanda frunció el ceño cuando Tate ajustó la cremallera de modo que su mano quedara en el exterior y la de Hunter acabara cubierta por el plástico negro. Le parecía muy extraño que el hombre estuviese tan dispuesto a ayudar a un vampiro.
—¿Cómo os conocisteis vosotros dos? —le preguntó a Tate.
—Me estaba alimentando de un cadáver cuando él llegó —contestó Hunter desde el interior de la bolsa.
Tate rió mientras se ponía en pie.
—Una noche, tras recibir una llamada, fui a recoger un cadáver que resultó estar vivo. De no ser por Hunter, habría sido yo el que acabara en una bolsa.
—Cierra la boca, Tate —masculló Hunter—, y conduce.
—Ya voy —le contestó el hombre, en absoluto ofendido por el tono dictatorial con el que Hunter lo trataba.
—¿Sabes una cosa? —comenzó a decirle Amanda a Hunter en cuanto Tate arrancó el motor—. Podrías intentar ser más amable con la gente. Sobre todo cuando te está ayudando.
El suspiro exasperado que dejó escapar el Cazador se escuchó a través del plástico.
—¿No deberías aplicarte el mismo consejo?
Amanda abrió la boca para responder, pero la cerró acto seguido. Hunter estaba en lo cierto. Se había comportado de un modo bastante desagradable con él desde el comienzo.
—Supongo que tienes razón. Ambos deberíamos hacer un esfuerzo para no empeorar las cosas.
Amanda no supo si él llegó a contestar, ya que la sirena comenzó a aullar de nuevo. Tate los llevó hasta el hospital en un tiempo récord, pero el viaje no fue ni mucho menos placentero.
Para cuando llegaron, Amanda tenía la sensación de haber pasado por el centrifugado de una lavadora.
Tate llevó la ambulancia hasta la parte trasera del hospital y aparcó bajo un toldo que los protegería de los rayos del sol. Con la advertencia de que permaneciera callada, sacó la camilla con mucho cuidado para no hacerle daño en el brazo y descendieron al unísono de la ambulancia.
Una vez cruzaron las puertas del edificio, Amanda mantuvo cerrado el polar con el fin de ocultar las manchas de sangre de su jersey.
Hunter permaneció inmóvil y en silencio mientras Tate empujaba la camilla por las zonas más concurridas. Amanda caminaba junto a ellos pero, a decir verdad, sentía que se moría de vergüenza, dado lo obvios que resultaban los grilletes.
¿Tenían que brillar tanto bajo la luz de los tubos fluorescentes? ¿No podía haber elegido Desiderio un modelo pequeñito y coquetón, como las esposas de la policía?
Por supuesto que no; tenían que medir doce centímetros y llevar una inscripción en griego a su alrededor. Y tener colgando una cadena que medía sus buenos diez centímetros. Cualquiera que las viera pensaría sin lugar a dudas que las había conseguido en uno de los catálogos de juguetitos sexuales de Tabitha.
¡Qué horror! Ella ni siquiera había entrado en un Frederick’s of Hollywood, esa cadena de tiendas que vendía lencería de lo más atrevida. Incluso se ponía roja como un tomate cada vez que entraba en un Victoria’s Secret…
Todo aquel que pasaba por su lado se giraba boquiabierto para mirarlos.
—No había visto algo así desde hace por lo menos seis meses —dijo uno de los celadores cuando pasaron junto al mostrador de admisiones.
—Ya me lo contaron —contestó un compañero—. ¿Cuántos años tendría el desafortunado?
—No lo sé; pero por el aspecto de la chica, yo habría firmado sin pensarlo dos veces.
Sus carcajadas hicieron que a Amanda le ardiera la cara. A juzgar por las miradas interesadas que los hombres lanzaban a su cuerpo, daba la impresión de que la predicción de Hunter acerca de sus posibles citas no iba muy desencaminada.
—¿Tate? —lo llamó un joven médico cuando se aproximaron a los ascensores—. ¿Puedo preguntar?
Tate negó con la cabeza.
—Ya sabes que todo este tipo de mierda siempre acaba en mi oficina.
El médico soltó una carcajada mientras Amanda se tapaba la cara con la mano.
Tan pronto como las puertas del ascensor se cerraron tras ellos, murmuró:
—Hunter, te juro que voy a matarte por esto.
—Querida —le dijo una anciana que ayudaba como voluntaria en el hospital y que estaba justo a su lado—. Me parece que ya lo has hecho. —Y le dio unas palmaditas a Amanda en el brazo—. A mi Harvey y a mí nos ocurrió lo mismo. ¡Pobre! Yo también lo echo de menos.
Tate estuvo a punto de ahogarse de risa.
Amanda soltó un gemido y rezó para que el horrible suplicio llegase a su fin.
Una vez en el depósito de cadáveres, Tate los llevó a un laboratorio de paredes metálicas poco iluminado y cerró la puerta con llave. Hunter abrió la cremallera desde dentro.
—Gracias —le dijo a Tate mientras se incorporaba y comenzaba a salir de la bolsa. La dobló y la colocó sobre una mesa.
Tate abrió uno de los cajones del armarito situado junto a la puerta.
—De nada. Ahora, quítate el jersey y déjame que vea lo que te ha pasado.
—Se curará.
Tate apretó la mandíbula en un gesto obstinado.
—Y la infección ¿qué?
Kirian lanzó una carcajada.
—Los inmortales no mueren de una infección. Ninguna enfermedad puede afectarme.
—Tal vez no mueras, pero eso no quiere decir que no te duela y que no se cure más rápido si la tratamos. —Miró a Kirian con una expresión que decía bien a las claras que no se dejaría intimidar—. No aceptaré un no por respuesta. Déjame curar esa herida.
Kirian abrió la boca para seguir discutiendo, pero si algo tenía claro era que Tate podía llegar a ser muy testarudo. Decidido a no malgastar su tiempo, se apresuró a obedecer… y entonces se dio cuenta de que no podría quitarse el abrigo y el jersey a causa de los grilletes.
Con un suspiro de exasperación, dejó que la ropa le colgara del brazo y se acercó de nuevo a la camilla para tumbarse y esperar a Tate apoyado sobre los codos.
Mientras observaba cómo este reunía el material necesario, percibió que el corazón de Amanda comenzaba a latir más rápido y que su respiración se aceleraba. Sintió el agudo interés que despertaba en ella la visión de su cuerpo. La chica lo deseaba; y ese ávido deseo estaba causando estragos en él.
Kirian se movió un poco, deseando que sus vaqueros fueran un par de tallas más grandes; el tejido negro estaba empezando a causarle bastantes molestias debido a su erección.
Joder, había olvidado el dolor, tanto literal como alegórico, que sufría su cuerpo cuando estaba cerca de una mujer atractiva.
Y ella era atractiva. Cómo no iba a serlo, con ese fascinante rostro élfico, esos enormes ojos azules y…
Los ojos azules siempre habían sido su debilidad.
No tuvo necesidad de mirarla para saber que se estaba humedeciendo esos labios exuberantes del color de las ciruelas; al imaginar su sabor, se le secó la garganta. Al imaginar lo que sería sentir su aliento sobre el rostro y su lengua en la boca mientras la besaba.
Por los dioses, y él creía que los romanos lo habían torturado… El trabajo del peor de sus inquisidores había sido una minucia comparado con la agonía física y mental que la cercanía de la chica le estaba causando en esos momentos.
No obstante, la serenidad con la que se había enfrentado a la situación resultaba mucho más perturbadora que su apariencia física. La mayoría de las mujeres habrían chillado de terror o se habrían echado a llorar al descubrir su naturaleza.
Quizá ambas cosas a la vez.
Sin embargo, ella había sobrellevado la experiencia con una valentía y un ánimo que hacía mucho que no veía.
La chica le gustaba de verdad y eso era lo que más lo sorprendía.
Amanda dio un respingo cuando la mirada de Hunter se cruzó con la suya. Esos profundos ojos negros se clavaron en ella y la dejaron acalorada y sin aliento.
Estaba tumbado en la camilla con una pierna doblada y la otra colgando sobre el borde. Los estrechos vaqueros negros se pegaban a ese cuerpo grande y poderoso.
Y esos brazos tan musculosos…
Era un modelo de belleza masculina, todo fibra y músculos. Tenía los bíceps flexionados, ya que estaba apoyado sobre los codos, y el deseo de acercarse para acariciarlos era tan fuerte que resultaba casi doloroso. No tenía la más mínima duda de que serían duros como una roca y tan suaves como el satén.
Sus hombros eran increíblemente anchos y los músculos que sobresalían dejaban bien claras su fuerza, rapidez y agilidad. Sus pectorales y sus brazos estaban igual de desarrollados y definidos.
Y su abdomen… ¡Madre de Dios! Esos abdominales habían sido creados para mordisquearlos.
De forma inconsciente, Amanda deslizó la mirada por la delgada línea de vello de color castaño que comenzaba bajo el ombligo y descendía hasta desaparecer bajo los vaqueros. Por el tamaño del bulto que se apreciaba en los pantalones, podía afirmar que estaba muy bien dotado y que su interés hacia ella era mucho más que somero.
Eso la puso a cien.
El profundo color dorado de su piel desafiaba las ideas que tenía acerca de los de su especie. ¿Cómo era posible que un vampiro tuviera una piel tan bronceada e incitante?
Sin embargo, más torturante aún que la visión de esos prominentes músculos que pedían a gritos ser acariciados, era la multitud de cicatrices que lo cubría. Daba la sensación de que lo hubiera atacado un tigre enorme o de que lo hubieran azotado con un látigo en algún momento de su vida.
O ambas cosas.
Hunter se echó hacia atrás cuando Tate se acercó, y Amanda vio un pequeño símbolo que parecía haber sido grabado a fuego sobre su hombro izquierdo: un arco doble con una flecha. Hizo una mueca de dolor al imaginar el mal trago que habría pasado y se preguntó si él lo habría consentido o si alguien lo había marcado en contra de su voluntad.
—A juzgar por todas esas cicatrices, da la impresión de que tus amiguitos vampiros no te tienen en mucha estima —le dijo.
—¿Tú crees? —replicó él.
—¿Siempre es así de sarcástico? —le preguntó a Tate.
—A decir verdad, creo que contigo estaba siendo bastante agradable. —Tate estaba limpiando la horrible herida con alcohol. Había preparado una dosis de anestesia local.
Hunter lo cogió por la muñeca antes de que pudiera clavarle la aguja.
—No te molestes.
—¿Por qué? —le preguntó Tate con el ceño fruncido.
—No me hace efecto.
Amanda se quedó boquiabierta.
Tate se limitó a estirar el brazo para coger el material de sutura.
—No puedes hacer eso —le dijo Amanda, interrumpiéndolo—. Lo va a sentir todo.
—Es necesario que le cierre la herida —insistió Tate—. ¡Por el amor de Dios! ¡Se le ven las costillas por el agujero!
—Adelante —le dijo Hunter con una tranquilidad que la dejó pasmada.
Estupefacta, Amanda observó cómo Tate comenzaba a coser y no pudo evitar hacer una mueca de dolor.
Hunter mantuvo la mandíbula firmemente apretada y no dijo nada.
Ella siguió observando el proceso. Se le encogía el corazón al pensar en el dolor que debía de estar padeciendo.
—¿No te duele? —preguntó.
—No —contestó Hunter con los dientes apretados.
Amanda sabía que estaba mintiendo por el modo en que las venas se marcaban en su cuello y por cómo apretaba los puños.
—Toma —dijo, al tiempo que le tendía la mano—. Aprieta fuerte.
Kirian se quedó perplejo al sentir la suavidad de la mano de Amanda bajo la suya. No recordaba la última vez que alguien lo había tocado de ese modo. Llevaba tanto tiempo siendo un Cazador Oscuro que había olvidado lo que era la delicadeza.
Tate actuaba movido por la gratitud y un cierto sentido de la obligación.
Pero ella…
No había ningún motivo para que le diera la mano. Él apenas le había dicho dos palabras civilizadas y sin embargo allí estaba ella, a su lado, cuando nadie más se habría molestado en acercarse. La situación empezaba a despertar extraños sentimientos en él. Sentimientos protectores. Tiernos.
Lo que era aún peor: la simple caricia de esa mujer abría un camino de fuego hasta su protegido corazón. Tragó saliva y tensó la espalda. No podía dejar que se acercara demasiado. Ella era una criatura de luz y él procedía de las sombras.
Eran incompatibles.
—Dime, ¿cuánto tiempo hace que eres un vampiro? —preguntó ella.
—Ya te lo he dicho —replicó él con la mandíbula apretada—, no soy un vampiro. Soy un Cazador Oscuro.
—¿Y cuál es la diferencia?
Kirian la miró con severidad.
—La diferencia es que por lo general no suelo matar humanos, pero si no dejas de interrogarme, es posible que haga una excepción.
—Eres una Criatura de la Noche de lo más insoportable, que lo sepas —dijo ella.
—Yo también te quiero.
Amanda le soltó la mano.
—¡Vaya, con que de eso se trata! —exclamó—. Solo estaba tratando de consolarte. No quiera Dios que permitas que alguien se muestre amable contigo de vez en cuando.
Irritada, se dio cuenta de que Tate la miraba sorprendido.
—Ya que estamos aquí, ¿no podrías cortarle el brazo para librarme de él?
Tate soltó un bufido.
—Podría hacerlo, pero creo que él lo necesita más. Antes te lo cortaría a ti.
—¡Genial! Pero ¿qué eres tú, su Igor?
—Te has equivocado de película —la corrigió Tate—. Igor era el lacayo de Frankenstein. Te refieres a Rendfield. Y no, no soy Rendfield. Me llamo Tate Bennett; forense del distrito.
—Ya había imaginado lo de tu trabajo. Es bastante obvio, ya que estamos en un laboratorio muy frío y lleno de muertos.
Tate alzó una ceja.
—¿Y te quejas de que él es sarcástico?
Hunter dio un respingo al sentir que Tate tiraba del hilo con demasiada fuerza.
—Lo siento —se disculpó Amanda—. No lo distraeré más.
—Eso sería todo un detalle por tu parte —replicó Hunter.
Una vez que Tate hubo finalizado, Hunter volvió a colocarse el jersey y el abrigo. Se bajó de la camilla y dejó escapar un imperceptible siseo, el único indicio de que le dolía el costado.
El busca de Tate comenzó a sonar.
—No tardaré. ¿Necesitáis algo, chicos?
—Estoy bien —contestó Hunter—. Pero ella debería desayunar algo y hacer una llamada telefónica.
Amanda arqueó una ceja al escuchar sus palabras. ¿Por qué ahora le permitía utilizar el teléfono?
Tate limpió todo el desorden con rapidez.
—El teléfono está en la pared del fondo. Marca el nueve para conseguir línea con el exterior. Pillaré algo en la cafetería y regresaré tan rápido como pueda. Quedaos aquí y cerrad la puerta con llave.
En cuanto se quedaron solos, Hunter se movió para que ella pudiera sentarse en el banquillo que había junto al teléfono. Parpadeó varias veces y se frotó los ojos, como si fueran demasiado sensibles a la luz de los fluorescentes.
—Necesitamos un plan —dijo en voz baja—. ¿No conocerás a alguien en la ciudad que sepa el modo de romper unos grilletes forjados por un dios griego?
Amanda, que ya empezaba a acostumbrarse a su sarcasmo, sonrió.
—En realidad, creo que conozco a alguien.
El rostro de Hunter se animó de inmediato. ¡Dios bendito! El tipo tenía un aspecto increíble cuando no ladraba ni fruncía el ceño.
—¿Una de tus hermanas?
—Uno de sus amigos.
Él asintió con la cabeza.
—Bien. Tendremos que hacerlo antes de la puesta de sol a ser posible, o al menos no mucho después. También tendrías que llamar a Tabitha y decirle que no se deje ver durante unos cuantos días.
—Te recuerdo, por si se te ha olvidado, que odio que me den órdenes. Pero… —señaló, alzando la voz, antes de que él pudiese interrumpirla—, soy consciente de que todo esto me supera. No te haces una idea de lo mucho que detesto toda esta basura sobrenatural. De modo que estoy dispuesta a escucharte, pero será mejor que comiences a comportarte como si te dirigieras a una persona y no a una muñeca hinchable sin cerebro. —Sacó el anillo de Hunter del bolsillo y se lo devolvió—. Y otra cosa, necesito ir al baño ya.
Hunter soltó una carcajada.
—A mí no me hace gracia —masculló ella mientras lo observaba colocarse de nuevo el anillo en el dedo—. ¿Alguna idea acerca de cómo podemos hacerlo sin que me muera de vergüenza?
—Eso no es lo peor, ¿qué propones para que no me arresten por estar en el aseo de señoras?
Ella le lanzó una mirada feroz.
—Si crees que voy a entrar en el aseo de caballeros, olvídalo.
—En ese caso, espero que seas capaz de aguantar las ganas.
—¡No pienso entrar en el aseo de caballeros!
Cinco minutos más tarde, Amanda se encontraba en el aseo de caballeros maldiciendo a Hunter en voz baja.
—Lo de comportarte como un tirano te sale de forma natural, ¿verdad?
—Es lo que da sentido a mi vida —respondió de espaldas a Amanda con un tono de voz que denotaba su aburrimiento.
Había doblado el brazo esposado hasta colocarlo tras su espalda para permitir de ese modo que ella tuviese más libertad de movimientos.
Amanda lo miró furiosa. Sentía la vejiga a punto de estallar, pero le resultaba muy difícil aliviarse, embutida entre él y la puerta del servicio.
¡Y todo porque Tabitha no se había acordado de sacar a su maldito perro! Si salía de esa, iba a asesinar a su hermana. A matarla. ¡A descuartizarla!
—¿Por qué tardas tanto? —preguntó él con impaciencia.
—No puedo hacerlo contigo ahí plantado.
—¿Quieres que nos vayamos?
—¡Espérate! Antes o después te tocará a ti y voy a disfrutar mucho viendo cómo te retuerces.
Hunter se tensó ante sus palabras.
—Nena, nunca conseguirías que me retorciera.
La frialdad de su voz la asustó.
Le llevó unos minutos más, pero al final Amanda lo consiguió. Sentía el rostro más acalorado que si estuviera en los trópicos durante una tarde de verano. Se lavó las manos e intentó no mirar a Hunter.
—Tienes papel higiénico pegado al zapato —dijo Hunter echándole un vistazo a los pies.
—¡Vaya, cómo no! —exclamó ella—. ¿No se te ocurre ninguna otra cosa que pueda hacer esto aún más embarazoso para mí? ¿Qué te parece si pasas a un terreno más íntimo?
Un destello de malicia resplandeció en los ojos de Hunter antes de que esa mirada oscura y penetrante descendiera hasta sus labios. Amanda habría jurado que podía sentir su avidez, la profunda necesidad de tocarla.
Antes de que ella adivinara sus intenciones, Hunter le sujetó la cabeza con la mano libre, le acarició el labio inferior con el pulgar y se inclinó para atrapar su boca.
Atónita, Amanda fue incapaz de pensar o de moverse mientras los cálidos labios de Hunter la besaban.
El olor del cuero y el sabor del vampiro invadieron sus sentidos. Jamás en su vida había sentido algo parecido a lo que esos labios le estaban provocando. La encerró en un abrazo brutal y le dio un beso feroz y abrasador.
Todas y cada una de las hormonas del cuerpo de Amanda respondieron al instante. Un gemido gutural escapó de sus labios. Madre mía, cómo besaba ese tío. Además, la sensación de ese sólido cuerpo contra el suyo era tan increíble que no pudo evitar aferrarse a sus hombros, ansiosa y desesperada por seguir saboreándolo.
Hunter jugueteaba con su lengua al tiempo que sus firmes músculos se contraían bajo las manos de Amanda. Y cuando ella le rozó accidentalmente los colmillos con la lengua, una descarga de placer la recorrió de arriba abajo. Por primera vez desde que se había enterado del tipo de criatura que era, empezaba a resultarle atractiva la perspectiva de que le mordiera el cuello.
Pero no tanto como la idea de tenerlo tendido en el duro y frío suelo y hacer lo que le diera la gana con todos esos poderosos músculos y ese cuerpo esbelto, hasta que ambos estuvieran sofocados, sudorosos y extenuados.
Kirian se tensó al probar el primer bocado de ambrosía que se permitía en dos mil años. En solo un instante fue consciente de todas esas curvas suaves y femeninas que se apoyaban contra su masculinidad; del aroma a flores y sol que desprendía. Cosas que le habían sido arrebatadas hacía siglos.
Había magia en el beso de Amanda. Una pasión descontrolada y básica. Tal vez la hubieran besado antes, pero estaba seguro de que ningún hombre la había hecho sentirse así jamás.
Con el cuerpo en llamas, le recorrió la espalda con la mano y la apretó aún más contra él. La deseaba como no había deseado a una mujer desde sus días como mortal. Se moría por acariciarla de los pies a la cabeza y pasar con suavidad los colmillos por su cuello y sus pechos.
Por notar cómo se retorcía entre sus brazos…
Mientras su cuerpo palpitaba de deseo con una necesidad que casi rayaba en el dolor, cerró los ojos e inhaló ese aroma dulce y femenino.
Amanda jadeó cuando él deslizó la mano desde la parte lateral de su pecho hasta la cintura y después más abajo, hasta su trasero. Nunca había sido de ese tipo de mujeres que permite a un hombre tomarse semejantes libertades, pero Hunter tenía algo a lo que era incapaz de resistirse.
Cuando tiró de ella hasta la pared y la aprisionó contra el muro, Amanda creyó que se derretiría, literalmente.
La presión de ese torso contra su pecho le hacía ser aún más conciente de lo fuerte y poderosos que eran sus músculos. Hunter le separó las piernas con uno de sus muslos y lo alzó para presionarlo contra ella de un modo que hizo que se estremeciera. Amanda jadeó de placer cuando él profundizó el apasionado beso.
Ella le rodeó el cuello con el brazo libre para tenerlo más cerca al notar que la cabeza comenzaba a darle vueltas.
¿Cómo sería hacer el amor con un indómito depredador como Hunter? ¿Qué se sentiría al recorrer con las manos todos esos músculos que se contraían con cada uno de sus movimientos?
Hunter abandonó sus labios y trazó una húmeda senda con la lengua desde la boca hasta la oreja. La joven pudo percibir el tenue roce de sus colmillos sobre la piel del cuello.
Amanda reaccionó con un estremecimiento que la recorrió de arriba abajo y sus pechos se hincharon todavía más, anhelando sus caricias. Mientras tanto, él no dejaba de acariciarla entre las piernas con el muslo, haciendo que el fuego ardiera con más fuerza. Sintió que se le aflojaban las rodillas y tuvo que apoyarse por completo en él.
De pronto, alguien llamó a la puerta.
—Eh, vosotros dos —dijo Tate antes de abrir la puerta—. Viene alguien.
El Cazador Oscuro se apartó de ella con un gruñido. Y en ese momento, Amanda fue consciente de lo que había hecho.
—¡Por Dios! —jadeó—. ¡Acabo de besar a un vampiro!
—¡Por los dioses, acabo de besar a una humana!
Amanda lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Te estás burlando de mí?
—¡Chicos! —los llamó Tate de nuevo.
Hunter la tomó del brazo y tiró de ella para salir de los aseos. El empleado de mantenimiento los miró de un modo raro, pero no dijo nada al entrar al baño una vez que ellos salieron.
Tate los guió hasta su pequeño despacho, situado fuera del depósito.
Había un viejo escritorio de madera colocado junto a la pared del fondo y dos sillas dispuestas frente a él. Un sofá con un cojín y una manta pulcramente doblada encima ocupaba la pared de la derecha y a la izquierda había unos cuantos archivadores metálicos. Tate le señaló a Amanda el teléfono del escritorio y los dejó para ir a atender sus asuntos.
Haciendo un esfuerzo para dejar de pensar en lo que acababa de suceder en los aseos y en lo bien que se había sentido con Hunter entre los brazos, Amanda llamó a Tabitha mientras él permanecía de pie a su lado.
Por supuesto, su hermana comenzó a echarle la bronca por no haber sacado al perro.
—Vale —contestó Amanda, irritada—. Siento mucho que Terminator se meara en tu colcha nueva.
—Seguro —dijo Tabitha—. ¿Se puede saber qué te pasó anoche?
—¿Cómo? ¿Es que tus habilidades psíquicas te fallan? Fui atacada en tu casa por uno de tus colegas vampiros.
—¿Qué? —gritó Tabitha—. ¿Te encuentras bien?
Amanda alzó la vista hasta Hunter y no supo muy bien qué decir. Físicamente estaba bien, pero él le había hecho algo extraño que no podía definir con palabras.
—Sobreviví. Pero te están buscando, así que tienes que ocultarte en un lugar seguro durante un par de días.
—Ni lo pienses.
Hunter le quitó el teléfono de las manos.
—Escúchame, niñata. Tengo a tu hermana en mi poder y si no sales de tu casa y desapareces durante los próximos tres días, me encargaré de que tu gemela desee que me hubieras obedecido.
—Si la tocas, te atravesaré con una estaca.
Él soltó una carcajada mordaz.
—La advertencia llega un poco tarde. Ahora, sal de tu casa y deja que yo me encargue de esto.
—¿Y Amanda?
—Estará a salvo siempre que tú me obedezcas.
Le pasó el teléfono a Amanda.
—Tabby —dijo a su hermana con timidez.
—¿Qué te ha hecho? —exigió saber Tabitha.
—Nada —respondió Amanda con el rostro cada vez más ruborizado al pensar en el beso que habían compartido. No le había hecho nada… salvo ponerla increíblemente cachonda.
—Vale, escúchame —prosiguió su hermana—. Voy a casa de Eric; reuniremos a los chicos y saldremos en tu busca.
—¡No! —exclamó Amanda cuando vio que la mirada oscura y furiosa de Hunter descendía hasta su rostro.
Su corazón estuvo a punto de detenerse al recordar que el Cazador podía escuchar a su hermana.
«¿Puedes escucharla?», le dijo articulando las palabras con labios.
Él asintió.
Amanda sintió un escalofrío.
—Escúchame, Tabby. Estoy bien. Haz lo que te dice, ¿vale?
—No estoy segura.
—Por favor, confía en mí.
—Confío en ti, pero ¿y él? Joder, ni siquiera sé quién es.
—Yo sí lo sé —le dijo—. Vete a casa de mamá; me mantendré en contacto, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —accedió Tabitha de mala gana—, pero si no escucho tu voz antes de esta noche a las ocho, saldré de caza.
—Muy bien, luego hablamos. Te quiero.
—Yo también. —Amanda colgó el auricular—. ¿Lo has oído?
Hunter se inclinó sobre ella; se acercó tanto que Amanda podía percibir el calor que emanaba de su cuerpo. La penetrante mirada del Cazador la atravesó.
—Todos mis sentidos están extremadamente desarrollados. —Sus ojos descendieron hasta el pecho de Amanda. Observó cómo se le endurecían los pezones por la intensidad de su mirada—. Puedo escuchar cómo se acelera tu corazón, sentir cómo la sangre corre con más rapidez por tus venas mientras estás ahí sentada, preguntándote si voy a hacerte daño o no.
El tipo era de lo más aterrador.
—¿Lo harías? —susurró.
Él volvió a mirarla a los ojos.
—¿Tú qué crees?
Amanda mantuvo la vista fija en él, tratando de averiguar sus intenciones a través de sus gestos o de su comportamiento. Pero el tío era como un muro.
—Si te soy sincera, no lo sé.
—Eres más lista de lo que pensaba —concluyó él al tiempo que retrocedía un paso.
Amanda no supo qué responderle. De modo que llamó al trabajo y les contó que estaba enferma y que se tomaba el día libre.
Hunter volvió a restregarse los ojos.
—¿Te molestan las luces? —le preguntó ella.
Él bajó la mano.
—Sí.
Amanda recordó el comentario acerca de sus agudizados sentidos. Antes de que pudiera preguntarle cualquier otra cosa, él cogió el teléfono y marcó un número.
—Hola, Rosa. ¿Cómo estás?
¿Español?, pensó perpleja. ¿Hunter hablaba un español impecable?
Sin embargo, lo que resultaba más inquietante era escuchar el maravilloso sonido de su voz con aquel extraño acento.
—Sí, bien. Necesito hablar con Nick, por favor.
Hunter sostuvo el teléfono apoyándolo entre el hombro y la mejilla mientras se masajeaba la muñeca allí donde el grillete le estaba dejando una marca rojiza. Amanda se preguntó si se daría cuenta de la ferocidad que reflejaban sus ojos cada vez que miraba los grilletes.
—Oye, Nick —continuó hablando tras la pausa—. Necesito que recojas mi coche, que está en la esquina de Iberville y Clay, y lo traigas a St. Claude. Puedes dejarlo en el aparcamiento reservado para los médicos. —Dejó el grillete y volvió a coger el teléfono—. Sí, sé que es un asco trabajar para un imbécil como yo, pero no te olvides del sueldo y del resto de compensaciones. Ven a las tres y una vez que dejes aquí el coche, puedes irte a casa.
Hizo una breve pausa y después continuó:
—Coge el maletín del armario… Sí, ese. Necesito que lo traigas y que lo dejes en el hospital, junto con mi juego de llaves de emergencia, a nombre de Tate Bennett. —Se tensó, como si el tal Nick hubiera dicho algo que lo molestase—. Sí, puedes tomarte el día libre mañana, pero mantén el busca encendido y el móvil también, por si necesito algo.
Hunter soltó un gruñido.
—Chico, no me cabrees. No olvides que sé dónde duermes. —Aunque las palabras fueron cortantes, su voz denotaba cierto humor—. Vale, pero no se te ocurra volver a quemar el embrague. Nos vemos luego.
Amanda lo miró y alzó una ceja cuando colgó el teléfono.
—¿Quién es Nick?
—El chico de los recados.
Ella lo miró boquiabierta.
—¡Dios mío! ¿Acabas de responder a una pregunta? Por todos los santos, será mejor que llamemos a Tate de inmediato antes de que te desplomes muerto, o no muerto, o lo que sea que os pase a los vampiros.
—Ja, ja —le contestó Hunter con una sonrisa.
Joder, cuando sonríe es un vampiro muy sensual, se dijo para sus adentros.
—¿Nick sabe lo que eres? —le preguntó.
—Solo las personas que necesitan saber lo que soy tienen esa información.
Amanda sopesó su respuesta durante un instante.
—Supongo que en ese caso, me encuentro entre los privilegiados.
—«Malditos» sería más apropiado.
—No —dijo ella al analizarlo más a fondo—. Cuando dejas el sarcasmo de lado y no tratas de aterrorizarme o de mostrarte dominante, no resulta tan insoportable estar a tu lado. —Y añadió con malicia—: Claro que, desde que te conozco, esas han sido tus actitudes más habituales, exceptuando quizá un par de ocasiones, de modo que… ¿quién soy yo para juzgarte?
La expresión de Hunter se suavizó.
—No sé tú, pero yo necesito dormir. Ha sido una noche muy larga y estoy exhausto.
Amanda también se encontraba bastante cansada, pero al observar el sofá de piel sintética, se dio cuenta de que no podrían dormir allí los dos juntos.
Hunter le dedicó una sonrisa.
—Para ti el sofá. Yo duermo en el suelo.
—¿Podrás?
—He dormido en sitios peores.
—Ya, pero ¿no necesitas un ataúd?
Hunter la miró con una chispa de diversión en los ojos, pero no hizo ningún comentario mientras la llevaba hasta el sofá.
Tan pronto como se hubo tumbado, Amanda se dio cuenta de que no iba a dar resultado.
—Esto es muy incómodo. No puedo dormir con el brazo colgando y además necesito un sofá el doble de largo que este.
—¿Y qué propones?
Agarró la manta y la almohada y se echó en el suelo, a su lado.
Kirian se encogió cuando ella se tumbó tan cerca que podía sentir la calidez de su cuerpo. Lo peor era que para poder dormir con comodidad tendría que pasarle el brazo por la cintura.
Como si fueran amantes.
La idea lo atravesó y se clavó en su corazón tan profundamente que durante un minuto se olvidó de respirar. Recordaba muy bien la última vez que había cometido el error de acercarse a una mujer y bajar la guardia.
De forma involuntaria acudieron a él las imágenes de la sangre y los recuerdos de un dolor brutal e interminable. La sensación fue tan real que hizo que se encogiera.
Eso es el pasado, se dijo a sí mismo. Agua pasada. Sin embargo, siempre había cosas imposibles de olvidar. Y ni siquiera un hombre con superpoderes psíquicos podía enterrarlas.
No pienses en lo que sucedió, decidió.
No era un momento apropiado para recordar. Era el momento de ser práctico.
Desiderio iría tras él en cuanto cayera la noche; y si quería salvar a Amanda y a su hermana, tendría que estar despierto y alerta.
Cerró los ojos y se obligó a relajarse.
Hasta que Amanda se movió y su trasero le rozó la entrepierna.
Kirian apretó los dientes. Se sentía a punto de estallar en llamas tan solo por el aroma a rosas que desprendía. Hacía tanto tiempo que no se acostaba con una mujer… Tanto tiempo que no se atrevía a cerrar los ojos con una mujer a su lado…
La necesidad era una puta traicionera. Pero ya había aprendido la lección mientras luchaba contra los romanos.
Tragó saliva y se obligó a dejar la mente en blanco. No había nada en su pasado que fuese digno de recordar. Nada, salvo un sufrimiento tan hondo que aún, después de dos mil años, lo dejaba postrado de rodillas.
Concéntrate, se dijo, echando mano de su férreo entrenamiento militar. Es hora de descansar.
Amanda se puso rígida cuando Hunter se movió para acomodarse tras ella. Cuando le pasó el brazo por encima, se le aceleró el corazón.
Ese cuerpo fuerte y esbelto presionaba su espalda de un modo muy inquietante.
Miró fijamente la mano masculina que tenía delante de la cara. Hunter tenía dedos largos y elegantes; dedos que bien podrían haber pertenecido a un artista o a un músico. Dios, resultaba muy duro recordar que en realidad no era un hombre.
¡Estás acostada con un vampiro!, exclamó su mente.
No. Es un Cazador Oscuro, se corrigió. Aunque todavía no comprendía muy bien la diferencia.
Pero ya lo comprendería. Encontraría el modo de hacerlo.
Amanda permaneció tendida durante varias horas escuchando la respiración de Hunter. Supo el momento exacto en el que por fin se quedó dormido, ya que sintió que su brazo se relajaba y que la respiración sobre su cuello se hacía más pausada.
Fuera del despacho de Tate, escuchaba los ruidos de la gente que iba y venía por el pasillo y las voces que daban información o llamaban a los doctores a través del sistema de megafonía.
Poco después del mediodía, Tate le trajo el almuerzo, pero ella no quiso que despertara a Hunter. Se comió la mitad del sándwich y continuó echada en el suelo, preguntándose cómo podría sentirse tan segura junto a un vampiro al que apenas conocía.
Se giró con mucho cuidado para poder observarlo. Tenía que reconocerlo: estaba buenísimo. El pelo le caía sobre los ojos mientras dormía y sus facciones tenían un encanto muy juvenil.
Observó su boca y recordó el sabor de sus labios; las intensas sensaciones que habían despertado en ella cuando se posaron en su cuello.
Al recordar ese beso, sintió un estremecimiento y un cosquilleo en los labios.
La habían besado en más ocasiones de las que podía recordar, pero ningún hombre había conseguido que sintiera aquello. El roce de la boca de Hunter había incendiado su cuerpo.
¿Cómo lo hacía? ¿Qué tenía Hunter que despertaba su deseo hasta extremos casi dolorosos incluso en contra de su voluntad?
¿Tendría algo que ver con sus poderes de inmortal?
Ella no era ninguna ninfómana. Llevaba una vida sexual saludable y muy normal, no demasiado esporádica pero tampoco excesiva. Aun así, cada vez que lo miraba deseaba tocar su piel, sus labios, su pelo…
¿Qué le estaba pasando?
Destiérralo de tu mente, se dijo mientras cerraba los ojos y comenzaba una cuenta atrás a partir de cien.
Cuando llegó a menos sesenta, se dio cuenta de que era inútil.
Con un suspiro, alargó el brazo de modo inconsciente y comenzó a juguetear con el anillo que él llevaba en la mano. Antes de darse cuenta, sus dedos estaban entrelazados.
Hunter murmuró en sueños y se acurrucó más contra ella. Amanda abrió los ojos de par en par cuando sintió su cálido aliento en el cuello y su erección presionándole la cadera de una forma perturbadora. El hombre le apretó la mano con fuerza un momento antes de abrazarla y rodearla por completo con su cuerpo.
Susurró algo en una lengua extraña y se quedó quieto, aún profundamente dormido.
El corazón de Amanda latía desbocado. Nadie la había abrazado nunca de ese modo. De una forma tan posesiva, tan completa. Se sentía protegida, rodeada por su fuerza. Lo más extraño de todo era que, en el fondo, le gustaba la situación mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Al final, se quedó dormida acurrucada entre sus brazos.
Amanda despertó con el muslo de Hunter entre sus piernas y una cálida mano que le acariciaba el abdomen bajo su suéter. La estaba abrazando con tanta fuerza que le costaba trabajo respirar.
—Te he echado de menos —susurró él con ternura, segundos antes de deslizar la mano bajo el sujetador y rodearle el pecho.
Amanda dejó escapar un gemido de placer cuando esos cálidos dedos comenzaron a acariciarle la piel en lentos y abrasadores círculos. Esas caricias la hicieron arder de deseo y tuvo que echar mano de toda su voluntad para no girar la cabeza y besarlo.
—Zeone —murmuró Kirian con ternura.
—¡Oye! —exclamó ella. Se sentía ofendida hasta el alma por el hecho de que él se hubiera atrevido a pronunciar el nombre de otra persona. Si quería meterle mano, joder, podría recordar con quién estaba—. ¿Qué estás haciendo?
Kirian se tensó al despertarse por completo y abrió los ojos. Fue consciente del pecho suave y cálido que estaba acariciando y, justo después, de un dolor punzante que le exigía buscar un alivio inmediato.
¡Mierda! Apartó la mano como si se hubiera quemado.
¿Qué coño estaba haciendo?
Su trabajo era protegerla, no tocarla. Y menos aún cuando parecía encajar a la perfección entre sus brazos. La última vez que había cometido ese error con una mujer le había costado el alma.
Amanda vio la confusión en el rostro de Hunter cuando se separó de ella y se sentó.
—¿Quién es Zeone? —preguntó.
El odio llameó en sus ojos.
—Nadie.
Vale, no le gustaba mucho la tal Zeone cuando estaba despierto, pero un momento antes…
Hunter se puso en pie despacio y la ayudó a levantarse.
—No tenía intención de dormir tanto. Casi está anocheciendo.
—¿Lo tuyo con el sol es algún tipo de conexión psíquica extraña?
—Puesto que mi vida se rige por su presencia o su ausencia, sí. —Tiró de ella mientras se dirigía hacia la puerta—. A ver, antes dijiste que conocías a alguien que podría ayudarnos a librarnos de esto, ¿verdad?
—Sí. Lo más seguro es que estén en casa, ¿quieres que llame para comprobarlo?
—Sí.
Amanda se acercó al escritorio, cogió el teléfono y llamó a Grace Alexander.
—Hola, Gracie —saludó tan pronto como Grace cogió el auricular—. Soy Amanda. ¿Vais a estar en casa esta noche? Necesito pediros un favor.
—Claro. Mis suegros estarán aquí un rato, pero así los niños estarán entretenidos. ¿Te importaría decirme…?
—Por teléfono no. Llegaremos tan pronto como sea posible.
—¿Llegaremos? ¿Quiénes? —preguntó Grace.
—Iré con un amigo, si no te importa.
—No, en absoluto.
—Gracias. Hasta ahora. —Amanda colgó el teléfono—. Podemos ir —le dijo a Hunter—. Viven pasando St. Charles. ¿Conoces el lugar?
Antes de que pudiera responder, Tate entró en el despacho con un maletín negro en la mano.
—Hola —le dijo a Hunter—. Me imaginé que ya estarías despierto. Un chico llamado Nick vino hace un par de horas y dejó esto para ti.
—Gracias —contestó Hunter mientras cogía el maletín.
Lo dejó sobre el escritorio y lo abrió.
Los ojos de Amanda estuvieron a punto de salirse de sus órbitas al ver el contenido: dos pistolas pequeñas, una repetidora, un par de pistoleras, un móvil, tres navajas de aspecto peligroso y unas gafas de sol pequeñas, redondeadas y de cristales muy oscuros.
—Tate —dijo Hunter, con un tono tan amistoso que extrañó a Amanda—, tú sí que vales.
—Espero que Nick no haya olvidado nada.
—No, no. Lo ha pillado todo.
Amanda alzó una ceja al escuchar ese lenguaje tan informal en un hombre con una voz tan profunda y seductora.
Tate se despidió de ellos con un movimiento de cabeza y se marchó.
Amanda observó cómo se colocaba las pistoleras alrededor de las caderas y después accionó el cerrojo de las armas para introducir una bala en la recámara. Acto seguido les puso el seguro, las hizo girar en ambas manos y las metió en las fundas con el fin de que el abrigo las mantuviera ocultas.
A continuación, cogió una navaja mariposa y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Las otras dos fueron a parar a los bolsillos del abrigo; después aseguró el móvil y la PDA en el cinturón.
Amanda volvió a arquear una ceja ante semejante arsenal.
—Pensaba que una estaca de madera era suficiente para matar a un vampiro.
—Una estaca de madera en el corazón acabaría con cualquiera. Y si no lo hace, sal corriendo como alma que lleva el diablo —dijo Hunter con un deje de aburrimiento en la voz—. Vuelvo a decirle, señora, que ve usted demasiada televisión. ¿Es que no tienes vida propia?
—Sí. Al contrario que tú, tengo una vida felizmente aburrida en la que nadie intenta matarme. ¿Y sabes? Me gusta mucho, y la verdad es que quiero que siga siendo igual cuando salga de esta.
El humor chispeó en los ojos de Hunter.
—Muy bien, en ese caso vamos a ver a tu amigo para que nos separe; tú recuperarás tu aburrida vida y yo podré volver a tomar las riendas de mi peligrosa existencia.
Recorriéndola de arriba abajo con una mirada ardiente y lujuriosa, se pasó la lengua por los colmillos y se colocó las gafas de sol.
El pulso de Amanda se aceleró. Con esas gafas de sol tan oscuras, su apariencia de poeta romántico resultaba más evidente que nunca. Le costó la misma vida no regresar a sus brazos y exigirle que la besara de nuevo.
Hunter cogió la mano de Amanda y la metió en el bolsillo de su abrigo junto con la suya con el fin de ocultar los grilletes. Acto seguido, salió con ella del despacho de Tate y la guió a través de los pasillos del hospital.
Amanda se dio cuenta de que Hunter caminaba como un depredador: de forma ágil, con suavidad. Con un inconfundible aire de refinamiento. Ese hombre poseía una elegancia innata y había desarrollado unos andares arrogantes y peligrosos que llamaban la atención de todas las mujeres que dejaban atrás.
Sin embargo, él no parecía ser consciente de ello mientras caminaban hacia la salida posterior.
Una vez en el oscuro aparcamiento, Amanda dejó escapar un silbido al ver un Lamborghini Diablo estacionado en una de las plazas para empleados. La luz de la farola se reflejaba sobre la chapa negra y lo rodeaba con una especie de halo. Por regla general, pasaba por completo de los coches, pero el Lamborghini siempre había sido una excepción.
Debía de pertenecer a uno de los cirujanos.
O eso pensaba hasta que Hunter se acercó a él.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Abrir mi coche.
Amanda lo miró boquiabierta.
—¿Este coche es tuyo?
—No —contestó con ironía—. He sacado la llave para robarlo.
—¡Por Dios! —jadeó—. ¡Debes de estar forrado!
Hunter se bajó las gafas de sol y la miró furioso por encima de los cristales.
—Es sorprendente lo mucho que puedes ahorrar en dos mil años.
Amanda parpadeó mientras su cerebro registraba la información. ¿En serio tenía…?
—¿De verdad eres tan viejo? —le preguntó con escepticismo.
Él asintió.
—En julio cumplí dos mil ciento ochenta y dos años, para ser exactos.
Amanda se mordió el labio inferior mientras recorría con la mirada el fantástico cuerpo de Hunter.
—Tienes una pinta estupenda para ser tan viejo. Yo no te habría echado más de trescientos.
Con una carcajada, Hunter introdujo la llave en la cerradura.
Mientras esperaba a que abriera la puerta, Amanda no pudo evitar que el diablillo que llevaba dentro saliera a la luz para tomarle el pelo.
—¿Sabes una cosa? Dicen que los tíos que compran estos coches lo hacen para compensar una equipación… —dejó que su mirada recorriera la parte delantera de su cuerpo y se detuviera en la protuberancia que se apreciaba bajo los vaqueros— pequeña.
Él arqueó una ceja y la miró con una sonrisilla cálida y traviesa al tiempo que abría la puerta.
Antes de que Amanda sospechara lo que iba a hacer, dio un paso hacia delante, abrumándola con su poder y aroma masculinos, le cogió la mano apresada por el grillete y la apretó contra su hinchado miembro.
No. Allí no había que compensar nada.
Hunter bajó la cabeza y le susurró al oído:
—Si aún no lo tienes muy claro…
Amanda se quedó sin respiración al sentirlo bajo la mano. Eso no era un calcetín.
Hunter se quedó mirando sus labios y atrapó su rostro con la mano que tenía libre. Amanda supo al instante que iba a besarla de nuevo.
¡Sí, por favor!, suplicó en su interior.
—Toc, toc —se escuchó la voz de Desiderio desde las sombras.