Amanda despertó con un espantoso dolor de cabeza. Se sentía fatal.
¿Qué había pas…?
Se tensó al recordar al tipo oculto en casa de su hermana.
Al recordar sus palabras.
Aterrada, se incorporó un poco y descubrió al instante que se encontraba tendida en el frío suelo de una habitación diminuta y cubierta de polvo…
Y esposada a un desconocido de pelo rubio.
A pesar de que comenzó a formársele un grito en la garganta, logró contenerlo.
Que no cunda el pánico. Por lo menos hasta que descubras lo que ha sucedido, se dijo.
Según parece, Tabitha ha cumplido la amenaza de arreglar una cita a ciegas… como en aquella ocasión en la que «accidentalmente» la encerró en la despensa con Randy Davis durante tres horas.
O cuando la «secuestró» y la metió en el maletero del coche con aquel músico extraño.
Tabitha siempre utilizaba técnicas muy poco ortodoxas para arreglarle citas. Aunque, para ser justos, su hermana no solía dejar al tipo en cuestión inconsciente antes de obligarle a quedarse a solas con ella.
No obstante, con Tabitha siempre había una primera vez para todo. Y una cita a ciegas extrema era muy de su estilo.
Obligándose a no perder la calma hasta tener más información, Amanda echó un vistazo a su alrededor. Estaban en un cuarto pequeño, sin ventanas y con una puerta de hierro oxidada. Una puerta a la que no podía acercarse sin arrastrar a su amiguito por el suelo.
No había muebles ni ninguna otra cosa. La única luz en la estancia procedía de una bombilla que colgaba en el centro del techo.
Vale, al menos el peligro no era inminente.
Muy lejos de sentirse reconfortada con la idea, contempló el cuerpo que tenía a su lado. Se encontraba tumbado de costado, de espaldas a ella; y una de dos: o estaba muerto o estaba inconsciente.
Tras decidir que prefería la segunda posibilidad, se inclinó un poco hacia él. Parecía bastante alto y, a juzgar por la postura, podía decirse que lo habían arrojado al suelo sin muchos miramientos.
Con las piernas temblorosas, Amanda se puso de rodillas muy despacio y se colocó sobre él para evitar que el brazo del hombre quedara aún más retorcido.
El tipo no se movió.
Amanda lo examinó de arriba abajo. Llevaba un abrigo de cuero negro, vaqueros del mismo color y un jersey de cuello vuelto también negro que le daban un aspecto extremadamente peligroso aun tirado en el suelo. Calzaba botas negras de motorista con unas extrañas incrustaciones plateadas en los talones.
El pelo rubio y ondulado le caía sobre el rostro y le llegaba hasta la solapa del abrigo, ocultando sus rasgos.
—Disculpe —susurró mientras estiraba una mano para tocarle el brazo—. ¿Está vivo?
Tan pronto como tocó el duro y bien formado bíceps, Amanda se quedó sin aliento. Ese cuerpo postrado era como acero al tacto. No había ni un ápice de grasa. Rezumaba fuerza y agilidad.
Madre del amor hermoso…, pensó.
Antes de poder contenerse, deslizó la mano a lo largo del brazo. ¡Qué gustazo!
Dejó escapar el aire de forma lenta y apreciativa.
—¿Oiga? ¿Señor? —lo llamó de nuevo al tiempo que zarandeaba el musculoso hombro—. A ver, don Gótico, ¿te importaría mucho recuperar el conocimiento para que pueda marcharme? No me apetece en absoluto estar encerrada en una habitación con un muerto más tiempo del necesario, ¿vale? Vamos, por favor, no hagas que esto parezca Un fin de semana con Bernie; recuerdas que los protagonistas tienen que cargar con el cadáver de su jefe, ¿verdad? Pues aquí solo estoy yo y tú eres un tipo muy, muy grande.
Ni se movió.
De acuerdo, tendré que intentar otra cosa, decidió.
Mordiéndose el labio, lo hizo rodar hasta dejarlo tumbado de espaldas. El cabello se le apartó del rostro en el mismo instante en que se le abrió el cuello del abrigo.
Amanda se quedó sin aliento. Vale, ahora sí que estaba impresionada de verdad.
Era guapísimo. Tenía un mentón fuerte y cuadrado y los pómulos marcados. Sus rasgos eran aristocráticos, con un minúsculo hoyuelo en la barbilla.
Madre de Dios, aquel tipo poseía esa extraña clase de belleza masculina que solo un puñado de mujeres muy afortunadas tenía la suerte de ver en carne y hueso alguna vez en la vida.
Más aún, tenía los labios más increíbles que ella hubiera visto jamás. Esa boca, llena y expresiva, había sido creada para dar besos largos y abrasadores…
De hecho, el único defecto de su rostro era una finísima cicatriz que recorría el borde inferior de la mandíbula, desde la oreja hasta la barbilla. Sin duda alguna, podía rivalizar en apostura con el marido de Grace, y eso que Julian el Semidiós era un duro competidor.
Para ser sinceros, a Amanda jamás le había impresionado tanto la apariencia de un hombre. Siempre había preferido la mente al cuerpo. Sobre todo porque la mayor parte de los tipos que conocía con la mitad de atractivo del que poseía el que estaba tumbado delante de ella en esos momentos solía tener un coeficiente intelectual menor que la suma del número de sus zapatos.
Al contrario de lo que le ocurría a su hermana Tabitha, se necesitaba algo más que un culo bonito y unos hombros anchos para hacerle girar la cabeza. Aunque…
Paseó la mirada por ese cuerpo esbelto y musculoso. En el caso de aquel hombre estaba más que dispuesta a hacer una excepción. Siempre que no estuviera muerto, por supuesto. Alargó el brazo con vacilación y colocó la mano sobre la atezada piel de su cuello para comprobar el pulso. Sintió un latido fuerte y regular contra la yema de los dedos.
Aliviada por el hecho de que estuviese vivo, intentó despertarlo de nuevo.
—Venga, tío bueno vestido de cuero, ¿puedes oírme?
El tipo lanzó un gemido grave y parpadeó varias veces antes de abrir los ojos. Amanda se sobresaltó al verlos. Eran tan oscuros que parecían negros y se dilataron de forma amenazadora al posarse en ella.
La agarró por los hombros al tiempo que soltaba una maldición.
Antes de que Amanda tuviera oportunidad de moverse, el hombre rodó con ella sobre el suelo y la atrapó bajo su cuerpo, sujetándole las muñecas a ambos lados de la cabeza.
Esos cautivadores ojos negros la estudiaron con suspicacia.
Amanda no podía respirar. Cada centímetro del cuerpo del desconocido estaba íntimamente pegado al suyo y acababa de darse cuenta de que los brazos no eran la única parte de su anatomía que estaba dura como una piedra. El tipo era un saco de músculos fuertes y prominentes.
El desconocido tenía las caderas encajadas entre sus piernas y aquel vientre duro se apoyaba sobre ella, de forma que logró que una oleada de rubor cubriera sus mejillas. Logró que se sintiera sensible y acalorada. Sin aliento.
Por primera vez en su vida, sintió la necesidad de alzar la cabeza y besar a un completo desconocido.
¿Quién era?
Para su total asombro, él inclinó la cabeza hasta colocarla a un lado de su rostro e inspiró con fuerza sobre su pelo.
Amanda se puso rígida.
—¿Me estás olisqueando?
Una profunda y melodiosa carcajada sacudió el cuerpo del hombre de la cabeza a los pies, lo que hizo que una extraña oleada de estremecimientos la recorriera.
—Me limitaba a admirar tu perfume, ma fleur —le susurró suavemente al oído con un acento extraño y provocativo que consiguió derretirla. Tenía una voz tan grave que le recordó el sonido de un trueno… y provocó en su cuerpo un efecto tan devastador como el de una tormenta.
Vale, el tío estaba increíblemente bueno y sentir su aliento en el cuello le erizaba la piel y le provocaba un escalofrío detrás de otro.
—Tú no eres Tabitha Devereaux —dijo en voz tan baja que, a pesar de que tenía los labios pegados a su oreja, ella tuvo que esforzarse por escucharlo.
Amanda tragó saliva.
—Conoces a Ta…
—Silencio —le susurró al oído mientras sus pulgares le acariciaban las muñecas, que todavía mantenía sujetas, con un ritmo que enviaba pequeñas descargas eléctricas a lo largo de los brazos de Amanda.
Se le endurecieron los pezones y sintió que el deseo la abrasaba.
El desconocido frotó su rostro contra el de ella, raspándola suavemente con la barba y consiguiendo que se sintiera consumida por una nueva oleada de escalofríos. Jamás en su vida había sentido algo tan excitante como el peso de ese cuerpo sobre ella, ni había percibido un olor tan embriagador como el aroma especiado y masculino de su piel.
—Nos están escuchando. —El hombre inspiró de forma profunda y apreciativa.
Ahora que estaba seguro de que ella no representaba una amenaza inmediata, sabía que debía apartarse de la mujer que tenía debajo, pero…
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo entre los muslos de una mujer. Una eternidad desde que se atrevió a acercarse tanto a una de ellas. Había olvidado la tibia suavidad de unos pechos aplastados bajo su torso; la sensación de un aliento dulce y cálido contra su cuello.
Pero ahora que la tenía debajo…
Sí… Sí que se acordaba. Recordaba lo que se sentía cuando unas manos femeninas se deslizaban por su espalda desnuda. Lo que se sentía cuando una mujer se retorcía bajo sus expertas caricias.
Por un instante, Kirian se abandonó por completo a las sensaciones mientras imaginaba que se desnudaban allí mismo y que podía explorar todas esas curvas de forma mucho más detenida.
Y mucho más íntima.
Cerró los ojos e imaginó que deslizaba la lengua por uno de sus pechos y jugueteaba con el pezón erguido mientras ella le enterraba las manos en el cabello.
La mujer se retorció bajo él, hecho que se añadió a la fantasía.
Mmm…
Por supuesto, si ella se enteraba alguna vez de quién y qué era él, se desmayaría de terror. Y si se parecía en algo a su hermana, no dejaría de atacarlo hasta que uno de los dos acabase muerto.
Una verdadera lástima, en realidad. Aunque de todos modos, ya estaba acostumbrado a que la gente lo temiera. Esa era la salvación y la maldición de los suyos.
—¿Quién nos escucha? —susurró ella.
Kirian abrió los ojos y saboreó el sonido de esa voz suave y armoniosa. Adoraba el cadencioso acento sureño… y el de esa mujer se deslizaba por su piel como la más exquisita de las sedas.
Pese a su férrea voluntad, su cuerpo reaccionó de forma violenta ante la presencia femenina. Sintió una necesidad abrumadora de probar esos labios llenos y entreabiertos mientras ella abría las piernas para permitirle hundirse en su calor.
Joder, sí que podría perderse en el sabor de esa mujer…
De todo su cuerpo.
Se retiró un poco para estudiar mejor su rostro. Tenía una melena de un castaño profundo veteado con hebras rojizas que atrapaban la luz. Los ojos azul oscuro reflejaban su confusión, su furia y su temple. En su seductor rostro se apreciaba un diminuto lunar bajo el ojo derecho. Esa marca era lo único que la distinguía de su hermana.
Eso y su olor.
Tabitha llevaba perfumes caros que saturaban sus agudizados sentidos, mientras que la mujer que tenía debajo olía a rosas y a delicadeza.
En ese instante, Kirian la deseó con una necesidad tan acuciante que lo dejó petrificado por un momento. Hacía siglos que no deseaba así a una mujer. Siglos desde que sintiera algo, cualquier cosa.
El rostro de Amanda se encendió al notar que su erección le presionaba la cadera. Quizá el tipo no estuviese muerto, pero no había duda de que estaba duro. Y desde luego, aquello no tenía nada que ver con el rígor mortis.
—Mira, tío, creo que necesitas encontrar otro sitio donde descansar.
El hombre fijó su hambrienta mirada sobre los labios de Amanda y ella pudo percibir el fiero deseo que ardía en las profundidades de esos ojos negros como la noche. A continuación, el tipo apretó la mandíbula con fuerza, como si luchara consigo mismo.
Amanda se sentía abrumada por la virilidad y la ostensible sexualidad que derrochaba el hombre.
Mientras yacía debajo de él, se dio cuenta de lo vulnerable que era. Y de lo mucho que deseaba probar esos hermosos labios. La idea la excitaba y la aterrorizaba a la vez.
Él parpadeó y fue como si hubiera corrido un velo sobre su rostro que ocultara todas sus emociones. Entonces la liberó.
Cuando se apartó de ella, Amanda vio una mancha de sangre en su jersey rosa.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó—. ¿Estás sangrando?
El hombre respiró hondo y se sentó a su lado.
—La herida se curará.
Amanda no podía creer que hablara con tanta indiferencia. A juzgar por la cantidad de sangre que manchaba su ropa, habría jurado que la herida era grave; sin embargo, él no mostraba ningún otro síntoma de que así fuera.
—¿Dónde tienes la herida?
No respondió. En cambio, se pasó la mano izquierda por el cabello rubio. Se detuvo para mirar con furia el enorme grillete de plata que le rodeaba la muñeca derecha y, acto seguido, comenzó a tirar airadamente de él.
Por la expresión fría y letal de sus ojos, Amanda supo que los grilletes lo molestaban más que ella.
Ahora que estaba despierto y no encima de ella, se quedó extasiada por la oscura melancolía que reflejaban sus rasgos. Había algo muy romántico y atractivo en su rostro.
Algo heroico.
Podía imaginárselo sin ninguna dificultad vestido como un libertino del siglo XVIII o como un caballero medieval. Sus rasgos clásicos le conferían una cualidad indefinible que parecía estar fuera de lugar en el mundo moderno.
—Vaya, vaya —dijo una voz sin rostro—. El Cazador Oscuro se ha despertado.
Amanda reconoció esa voz diabólica: pertenecía a la misma persona que la había golpeado en casa de Tabitha.
—Desi, bonito —lo reprendió el hombre que se alzaba junto a ella mientras observaba los muros cubiertos de orín—, por lo que veo, aún sigues con tus jueguecitos. Bueno, ¿por qué no te comportas como un buen daimon y te apareces ante mí?
—Todo a su debido tiempo, Cazador Oscuro, todo a su debido tiempo. Verás, no soy como los demás, que se limitan a correr para ocultarse del gran lobo feroz. Soy el leñador malo que se encarga de matar al lobo. —La voz incorpórea hizo una pausa teatral antes de continuar—: Tabitha Devereaux y tú habéis sometido a los míos a una persecución implacable. Ha llegado la hora de que sepáis lo que es el miedo. Cuando haya acabado con vosotros dos, me suplicaréis que os permita morir.
El Cazador Oscuro bajó la cabeza y se echó a reír.
—Desi, querido, no he suplicado nada en toda mi vida; y es bastante posible que el sol se desintegre antes de que le pida clemencia a alguien como tú.
—Hubris—dijo Desi—. Me encanta castigar ese pecado.
El Cazador Oscuro se puso en pie y Amanda vio la herida que tenía en el costado. Tenía un pequeño desgarrón en el jersey y una mancha de sangre en el suelo donde había estado sentado.
Sin embargo, parecía hacer caso omiso de la herida.
—Dime, ¿te gustan tus grilletes? —preguntó Desi—. Son de la fragua de Hefesto. Tan solo un dios o una llave fabricada por el mismo Hefesto podrían abrirlos. Y puesto que los dioses te han abandonado…
El Cazador Oscuro echó un vistazo a la habitación. La ferocidad que reflejaban sus ojos habría espantado al mismísimo diablo.
—Voy a disfrutar muchísimo matándote.
Desiderio soltó una carcajada.
—Dudo mucho que tengas la oportunidad de hacerlo una vez que tu amiguita descubra lo que eres.
El Cazador Oscuro lanzó una rápida mirada a Amanda para advertirle a la chica que no revelara su verdadera identidad.
No tendría ni que haberse molestado. Lo último que Amanda haría sería traicionar a su hermana.
—¿Por eso nos has encadenado? —preguntó el Cazador Oscuro—. ¿Quieres vernos luchar?
—Claro que no —dijo Desiderio—. Nada más lejos de mi intención. Por mí no habría problema en que os mataseis el uno al otro, pero lo que pretendo es liberaros al amanecer. Para entonces, el Cazador Oscuro se convertirá en la presa, y yo voy a disfrutar enormemente con la persecución y la tortura a las que pienso someterte. No hay escondite donde no pueda encontrarte.
El Cazador Oscuro sonrió con arrogancia.
—¿Te crees capaz de darme caza?
—Desde luego. Por supuesto que sí. Por si no lo sabes, conozco tu punto débil mucho mejor que tú.
—No tengo ningún punto débil.
Desiderio soltó una risotada.
—Así habla un verdadero Cazador Oscuro. Pero todos tenemos nuestro talón de Aquiles, especialmente los que servís a Artemisa. Y tú no eres una excepción.
Amanda habría jurado que podía escuchar al tal Desiderio relamiéndose de satisfacción.
—Tu mayor debilidad es tu nobleza. Esa mujer te odia y pese a todo, no la matarás para mantenerte a salvo. Mientras ella trata de matarte, tú la protegerás de mí con tu propia vida. —Desiderio lanzó una siniestra carcajada—. No puedes resistirte a un humano en peligro, ¿no es cierto?
—Desi, Desi, Desi… —rezongó el Cazador Oscuro—. ¿Qué voy a hacer contigo?
—¡No te atrevas a hablarme en ese tono!
—¿Y por qué no?
—Porque no soy uno de esos daimons asustados que huyen de ti con el rabo entre las piernas. Soy tu peor pesadilla.
El Cazador Oscuro resopló con sorna.
—¿Por qué recurres a tantos tópicos? Vamos, Desidesastre, ¿no se te ocurre nada más original que el guión de una película de serie B?
Un furioso gruñido resonó en la estancia.
—Deja de burlarte de mi nombre.
—Lo siento, tienes razón. Lo menos que puedo hacer es mostrar algo de respeto hacia ti antes de acabar contigo.
—¡Ja! No vas a acabar conmigo, Cazador Oscuro. Serás tú quien muera en esta ocasión. ¿Has pensado por un momento en lo mucho que ella va a retrasarte? Por no mencionar a sus amiguitos. Se echarán sobre ti como una jauría. Si estuviera en tu lugar, rezaría para que fuese eso exactamente lo que me sucediera. No puedes hacerte una idea del sufrimiento que voy a infligirte la próxima vez que nos encontremos.
El Cazador Oscuro sonrió sin despegar los labios al escuchar las amenazas de Desiderio.
—Sobrestimas en exceso tus habilidades.
—Ya lo veremos.
Amanda escuchó el clic de un micrófono al apagarse.
El Cazador Oscuro volvió a tirar con fuerza de los grilletes.
—Voy a matar a ese desecho de película de terror.
—¡Oye, oye, oye! —se quejó Amanda al ver que su propia mano era zarandeada mientras él intentaba liberarse—. Ese brazo está unido al mío.
El desconocido se detuvo y la miró. Al instante, sus ojos se suavizaron.
—Gemelas. Jamás se me habría ocurrido. ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar tu hermana?
—Ni siquiera sé dónde estoy yo ni qué hora es. Y ya que estamos, no sé lo que está ocurriendo aquí. ¿Quién eres y quién es ese tipo? —Al instante, bajó la voz y añadió—: ¿Puede oírnos?
Kirian negó con la cabeza.
—No, ha apagado el micrófono. En este momento debe de estar ocupado planeando su venganza al mejor estilo Igor. No sé tú, pero yo lo imagino frotándose las manos y riéndose a carcajadas como Dexter; ya sabes, el de El laboratorio de Dexter.
Kirian la estudió un momento. No parecía estar histérica… todavía, y ojalá siguiera así. Sin embargo, decirle que Desiderio era un demonio chupa-almas que iba tras su hermana no era la mejor manera de mantenerla calmada.
De cualquier forma, dada la inclinación que su gemela demostraba hacia la caza de vampiros, para la chica no supondría ninguna sorpresa saberlo.
Tras cerrar los ojos, se introdujo en la mente de su compañera forzosa y encontró la confirmación de sus sospechas. Había una saludable sensación de miedo en su interior.
No obstante, al contrario que su hermana Tabitha, esta no se apresuraba a sacar conclusiones, aunque era innegable que la situación en la que se encontraban despertaba tanto su curiosidad como su furia. Era muy probable que pudiera contarle toda la verdad sin que ella alucinara, pero el Cazador Oscuro que había en él jamás proporcionaba más información de la imprescindible.
En ese momento, la chica no necesitaba saber más que lo esencial. Con suerte, podría librarlos a ambos de los grilletes sin tener que revelarle nada sobre sí mismo.
—Me llaman Hunter —le dijo con voz solemne—. Y ese tipo es el hombre que quiere hacer daño a tu hermana.
—Gracias, pero eso ya lo había captado. —Amanda frunció el ceño. Todo aquello hubiera debido asustarla, pero no era así. Estaba demasiado furiosa para asustarse. Eso le pasaba por inmiscuirse en la descabellada vida de su hermana.
A decir verdad, se alegraba de que la hubiesen capturado a ella por error, ya que Tabitha no habría dudado en hacer alguna maniobra suicida y habría conseguido que la mataran.
Alzó la mirada para observar al Cazador Oscuro y frunció aún más el ceño. ¿De qué conocía ese hombre a Tabitha? Y pensándolo bien, ¿cómo era capaz de distinguirlas cuando su propia madre tenía problemas para hacerlo?
—¿Eres uno de los amigos de mi hermana?
Él le dedicó una mirada inexpresiva antes de ayudarla a ponerse en pie.
—No —respondió mientras se daba pequeñas palmaditas en el pecho, las caderas, el trasero y las piernas para quitarse el polvo.
Amanda trataba de no fijarse en ese cuerpo tan increíblemente atlético cuando su mano fue arrastrada por el grillete. Y cuando de forma accidental rozó con la mano la parte interna de su muslo, creyó que se le escaparía un gemido.
Aquel hombre había sido creado para disfrutar del sexo y de la velocidad. Una lástima que no fuese su tipo. De hecho, era la antítesis de lo que ella encontraba deseable en un hombre.
¿O no?
El Cazador Oscuro soltó una maldición.
—Por supuesto, me ha quitado el teléfono —murmuró, antes de moverse y arrastrarla con él hasta la puerta.
Después de comprobar el pomo de la cerradura, observó con atención los goznes.
Amanda arqueó una ceja al ver que se desataba la bota izquierda y se la quitaba.
—¿Qué estás haciendo? ¿Preparándote para darte un chapuzón?
Él le dedicó una sonrisilla de suficiencia muy masculina antes de inclinarse para recoger la bota del suelo.
—Trato de salir de aquí. ¿Y tú?
—Trato de no cabrearme contigo.
Una chispa de diversión se reflejó en los ojos del hombre antes de que se concentrara de nuevo en la puerta.
Amanda observó cómo apretaba una de las extrañas incrustaciones plateadas del talón de la bota y una afilada hoja de unos doce centímetros surgió de la puntera. Ese tipo era de los que le gustaban a su hermana, sin duda alguna. No pudo evitar preguntarse si también llevaría shurikens en los bolsillos.
—Ooooh —exclamó ella con sequedad—. ¡Escalofriante!
Él la miró muy serio.
—Nena, aún no has visto nada escalofriante.
Amanda sonrió ante su comportamiento de chico duro al más puro estilo Ford Fairlane y soltó un bufido muy poco femenino.
Él no le hizo el más mínimo caso. Trató de hacer saltar los goznes oxidados con la puntiaguda hoja retráctil.
—Vas a romper la hoja si no tienes cuidado —le advirtió.
Hunter la miró con una ceja alzada.
—No hay nada en este mundo que pueda romper esta hoja. —Apretó los dientes y golpeó la bota con el puño—. Y parece ser que tampoco hay nada en este mundo capaz de mover estos goznes. —Lo intentó durante unos minutos más—. ¡Joder! —masculló cuando la bisagra se negó a desplazarse.
Replegó la hoja y se inclinó para ponerse de nuevo la bota. El movimiento hizo que se abriera la parte de atrás del abrigo y Amanda fue premiada con una encantadora vista de su trasero.
Ay, madre… Qué pedazo de culo.
Se le secó la boca cuando lo vio alzarse de nuevo hasta alcanzar casi dos metros de estatura.
Madre, madre, madre mía…, exclamó mentalmente.
De acuerdo, lo reconocía. El hombre sí que tenía un rasgo que le resultaba irresistible: su altura. Siempre le habían chiflado los hombres más altos que ella. Con ese tipo podría calzarse sin dificultad unos tacones de ocho centímetros y su ego seguiría intacto.
Le sacaba una buena cabeza.
Y a Amanda le encantaba.
—¿De qué conoces a mi hermana? —le preguntó mientras intentaba que sus pensamientos se centraran en esa cuestión y no en lo mucho que deseaba probar esos labios tan apetecibles.
—La conozco porque no deja de cruzarse en mi camino. —Volvió a dar un tirón a los grilletes—. ¿Qué os pasa a los humanos que tenéis una necesidad constante de meteros en asuntos que no os incumben?
—Yo no me meto en asuntos que… —Su voz se desvaneció cuando las palabras que él acababa de pronunciar penetraron en su cerebro—. ¿Qué os pasa «a los humanos»? ¿Por qué has dicho eso?
Hunter no contestó.
—Mira —prosiguió ella, alzando el brazo para mostrarle el grillete—. En estos momentos estoy encadenada a ti y quiero una respuesta.
—No, no la quieres.
Hasta ahí podíamos llegar. Aborrecía a los machos alfa. Esos tíos dominantes del tipo yo-soy-el-tío-nena-así-que-yo-conduzco le daban arcadas.
—Muy bien, machoman —le dijo, irritada—. No soy ninguna de esas descerebradas que se dedican a hacer ojitos a los chulos vestidos de cuero. No utilices tus tácticas de machito conmigo. Por si no lo sabes, en la oficina me llaman la rompepelotas.
Kirian la miró con el ceño fruncido.
—¿Machoman? —repitió él con incredulidad.
Jamás en su vida, y eso que había sido extremadamente larga, se había encontrado con alguien que tuviera la osadía de enfrentarse a él. Como mortal, había conseguido que ejércitos enteros de romanos huyeran aterrorizados ante su llegada. Pocos hombres se habían atrevido a mirarlo a los ojos.
Como Cazador Oscuro, legiones de daimons y apolitas se echaban a temblar ante su mera presencia. Su nombre era susurrado con temor y reverencia, y esa mujer acababa de llamarlo…
—Chulo vestido de cuero… —repitió en voz alta—. Creo que jamás me había sentido tan insultado.
—Entonces seguro que eres hijo único.
Él se echó a reír al escuchar semejante comentario. En realidad, había tenido tres hermanas pequeñas, pero ninguna se había atrevido a insultarlo nunca.
La recorrió de arriba abajo con la mirada. La chica no era una de esas bellezas clásicas, pero había algo exótico en esos ojos almendrados que conseguía que pareciera una hechicera.
La larga melena caoba caía desordenada alrededor de sus hombros. Sin embargo, su rasgo más cautivador eran sin duda sus ojos azules. Cálidos e inteligentes, en esos momentos lo observaban con una mirada maliciosa.
Un ligero rubor le cubría las mejillas, oscureciendo el azul de sus ojos. A pesar del peligro en el que se encontraban, Kirian se preguntó qué aspecto tendría después de toda una noche de sexo salvaje y agotador. Se imaginó esos ojos oscurecidos por la pasión, el pelo enredado, las mejillas enrojecidas por el roce de su barba y los labios húmedos e hinchados por sus besos.
La idea hizo que su cuerpo se incendiase.
Hasta que sintió el familiar cosquilleo en la nuca.
—Pronto amanecerá.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé. —Tiró de ella hasta ponerla en pie y comenzó a examinar los herrumbrosos muros en busca de una salida—. Una vez que nos liberen, tendremos que encontrar el modo de romper los grilletes.
—Es muy amable por tu parte señalar lo obvio. —Amanda le echó una mirada y vio la herida irregular que se atisbaba a través del tejido desgarrado—. De verdad, necesitas que te miren eso.
—No quiera Dios que me desangre hasta morir, ¿no? —preguntó con ironía—. Porque en ese caso tendrías que arrastrar mi cadáver putrefacto.
Ella arrugó la nariz, asqueada.
—¿Podrías ser un poco más morboso? ¡Por el amor de Dios! ¿Quién era el ídolo de tu infancia? ¿Boris Karloff?
—En realidad, era Aníbal.
—Estás tratando de asustarme, ¿no es cierto? —preguntó ella—. Bien, pues que sepas que no te va a salir bien. Crecí en una casa llena de poltergeist furiosos y con dos hermanas que solían invocar demonios por el mero placer de luchar con ellos. Tío, he visto de todo y tu humor negro no funciona conmigo.
Antes de darse cuenta de lo que ella estaba haciendo, Amanda agarró el borde de su jersey y lo levantó.
Se quedó helada al ver su vientre desnudo. Era liso y duro, con unos fantásticos abdominales bien marcados que habrían sido la envidia de cualquier gimnasta. Sin embargo, lo que la dejó estupefacta fueron las cicatrices que le cubrían la piel.
Y aún más, la horrible herida que le recorría el costado hasta la zona que quedaba por debajo de las costillas.
—¡Dios santo!, ¿qué te ha pasado?
Hunter se bajó el jersey de un tirón y se alejó de ella.
—Si te refieres a las cicatrices, tardaría años en contártelo. Si lo dices por el navajazo, me lo hizo un apolita de unos trece años al que confundí con un niño que necesitaba ayuda.
—¿Te tendieron una trampa?
Él se encogió de hombros.
—No es la primera vez.
Amanda tragó saliva y lo miró de la cabeza a los pies. Lo rodeaba un aura de peligro y de muerte. Se movía como un depredador ágil y sigiloso, y esos ojos…
Parecían capaces de ver más allá de lo que se observaba a simple vista. Esos pecaminosos ojos azabache tenían un brillo indescifrable y etéreo.
Y le robaban el aliento cada vez que se posaban en ella.
Nunca había visto a un hombre rubio con unos ojos tan oscuros. Tampoco había visto a un hombre tan increíblemente guapo. Tenía unos rasgos marcados y perfectos.
Exudaba una sexualidad tan masculina que parecía casi sobrenatural. Conocía a muchos hombres que se esforzaban al máximo por proyectar lo que la madre naturaleza le había concedido a ese tipo a manos llenas.
—¿Qué es un Cazador Oscuro? —le preguntó—. ¿Se parece en algo a Buffy, la Cazavampiros?
Hunter se echó a reír.
—Sí. Soy una adolescente bajita y emancipada que se pasea por ahí luchando contra los vampiros llevando unos pendientes que los malos utilizarían para desgarrarme las orejas y tirar de ellos hasta…
—Ya sé que no eres una chica, pero ¿qué es un Cazador Oscuro?
Él dejó escapar un suspiro y tiró de Amanda para continuar examinando las paredes de la habitación en busca de una puerta oculta.
—En pocas palabras: acabo con las criaturas que merodean durante la noche.
Amanda sintió un escalofrío en la espalda al escuchar esas palabras, si bien supo que aquella sencilla explicación se quedaba bastante corta. Parecía un tipo letal, aunque no había en él nada retorcido, ni siquiera cruel.
—¿Por qué quieres matar a Desiderio?
Él la miró durante un instante antes de intentar forzar la puerta de nuevo.
Sacudió con tanta fuerza el pomo que a Amanda le sorprendió que no arrancara la cerradura de cuajo.
—Porque no solo se dedica a matar humanos; también roba sus almas.
Ella se tensó al escucharlo.
—¿Puede hacer eso?
—Acabas de decir que lo has visto todo —se burló él—. Dímelo tú.
Amanda sintió el repentino deseo de estrangularlo. Jamás en su vida se había encontrado con un tipo más engreído y exasperante.
—¿Por qué acabo siempre metida en toda esta basura paranormal? —masculló—. ¿Es demasiado pedir tener un día normal y corriente?
—La vida rara vez es como desearíamos que fuese.
Ella lo miró con el ceño fruncido, confundida por el extraño tono de voz.
Kirian ladeó la cabeza y alzó la mano para indicarle que guardara silencio.
De repente, se escuchó un sonido metálico proveniente del pomo de la puerta.
—Toc, toc —dijo Desiderio—. Tenéis todo el día para buscar refugio. Cuando caiga la noche, saldremos de caza.
—Claro, claro… —contestó Hunter—. Tú y tu perrito, supongo.
A Amanda le sorprendió ese tono jovial. Las inquietantes palabras de Desiderio no habían hecho ni la más mínima mella en él.
—¿No te asustan sus amenazas?
Hunter la miró con severidad.
—Chère, el día que alguien como él consiga asustarme, me pondré de rodillas y le daré mi puñal para que me arranque el corazón. Lo único que temo es el momento en que tengamos que enfrentarnos a tu hermana y convencer a la Reina de la Testarudez de que se mantenga alejada de todo esto hasta que yo sea capaz de localizar a Desiderio y mandar su alma al olvido, que es donde debe estar.
A pesar de sí misma y del peligro en el que se encontraban, Amanda no pudo evitar echarse a reír.
—¿La Reina de la Testarudez? Ya veo que conoces muy bien a Tabitha.
Hunter hizo caso omiso de su comentario mientras utilizaba su cuerpo para protegerla antes de abrir la puerta con precaución. Acto seguido, se detuvo y echó un vistazo.
Al otro lado de la puerta se extendía un estrecho pasillo flanqueado por enormes ventanas cubiertas de una espesa capa de polvo que oscurecía la luz del sol del amanecer.
—Joder —gruñó Hunter en voz baja, mientras volvía a entrar en la habitación.
—¿Qué pasa? —preguntó Amanda con el corazón desbocado a causa del terror—. ¿Hay alguien ahí fuera?
—No.
—Entonces, vámonos. —Comenzó a atravesar la puerta.
Él no se movió ni un milímetro.
Con los dientes apretados, Hunter volvió a mirar el pasillo y dijo algo en un idioma que Amanda desconocía.
—¿Cuál es el problema? —preguntó ella—. Está amaneciendo y no hay nadie ahí fuera. Vámonos de aquí.
El hombre respiró hondo, como si estuviese irritado.
—El problema no es la gente. El problema es el sol.
—¿Y qué problema puedes tener con el sol?
Kirian dudó unos instantes antes de abrir la boca y pasarse la lengua sobre unos colmillos largos y afilados.