Ciento nueve

Pasan los minutos. Pasan las horas. Pasa algún día. Ha leído de todo. Ha hecho de todo. Pero resulta muy difícil escapar al propio silencio. Lo dijo hasta un sabio japonés: puedes escapar al ruido del río y de las hojas al viento, pero el verdadero ruido está dentro de ti. Y además, a Niki le importa un pimiento ir bien en esa materia. Al contrario, le encantaría que la suspendieran en matemática sentimental. De modo que llama a la puerta.

—¡Adelante!

—Hola, Andrea.

—¡Niki! ¡Qué sorpresa! Los carteles todavía no están listos. ¡Te has convertido en una modelo superbien pagada! ¡Serás famosa en todo el mundo!

Niki lo mira y mueve la cabeza. Ya, pero no soy famosa para el hombre que amo. Le gustaría decirlo, pero se queda callada. En lugar de eso, sonríe.

—Tonto, ¿sabes dónde está Alex? Su secretaria me ha dicho que no está en su despacho.

—No. Me parece que ha bajado. A lo mejor está en el bar de ahí enfrente. No lo sé.

—Ok, gracias, hasta pronto.

Andrea Soldini mira a Niki, que coge el ascensor. Pobrecilla, está bajo un tren, mientras Alessandro está precisamente en el bar de abajo. Pero Andrea sabe muchas cosas más. Sólo que en ocasiones conviene hacerse el tonto.

Niki sale del portal, camina por la acera. Al otro lado de la calle ve aparcado el Mercedes. Vaya, el coche está ahí. A lo mejor sí que está en el bar. Niki se acerca a la ventana y mira dentro.

En la última mesa del fondo, frente a su zumo, está Alessandro. Ve que está hablando alegre y le sonríe a la chica que está sentada frente a él. De vez en cuando, le acaricia la mano.

—¿No lo entiendes?, quieren darme en seguida otro proyecto y no puedo renunciar.

—Pero les dijimos a los Merini que haríamos un viaje con ellos.

—Ya lo sé, a lo mejor no la primera semana, pero sí la última de julio. ¡O si no, lo dejamos para agosto! —Justo en ese momento, Alessandro la ve. Reflejada en el espejo de la barra. Se disculpa—. Perdona, pero tengo que salir un momento a controlar una cosa.

—Vete, vete, mientras tanto haré una llamada de teléfono. —Elena no se ha dado cuenta de nada.

Alessandro se levanta y sale del local.

—Hola. —Alessandro se aparta un poco para que no lo vean desde el local—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—He venido a buscarte a la oficina. Y luego te he visto aquí. Mano sobre mano con esa chica. —Niki señala a Elena, que está hablando por su móvil dentro del bar. Luego mira de nuevo a Alessandro y sonríe—. Estaba a punto de emprenderla a patadas con tu coche otra vez.

Alessandro se queda en silencio.

Niki busca temerosa sus ojos.

—Es tu otra hermana, ¿verdad?

—No.

—Y entonces ¿quién es?

Alessandro continúa en silencio.

—¿Es la que quería decorarte la casa?

—Sí.

Niki se ríe con amargura.

—Y me dijiste que no tenías un motivo válido para seguir conmigo… Me has hecho sentir una nulidad, me has hecho creer que no he sabido estar a la altura, que era yo la que no lo sabía llevar. Me has hecho sentir insegura como nunca… Me he pasado días enteros pensando, esperando… Me he dicho a mí misma: a lo mejor acaba aceptando lo que no le ha gustado de mí, lo que sea que haya hecho o dicho equivocado… O peor aún, lo que sea que no hice y que él esperaba que hiciera… Me he sentido sola como nunca. Sin un porqué. Llena de dudas. Y en cambio tú lo sabías todo. ¿Por qué no me dijiste en seguida que había vuelto? ¿Por qué? Lo hubiese entendido. Hubiese podido aceptarlo todo mejor.

—Lo siento.

—No. Alex, fuiste tú quien me hizo ver aquella película… Amor es no tener que decir nunca lo siento. Y me gustaría añadir algo más… También es saber decir lo gilipollas que eres.

Alessandro sigue manteniendo su silencio.

—No dices nada. Claro, en ciertas ocasiones resulta más fácil quedarse callado. Bien, entonces te diré una cosa: dentro de poco haré la Selectividad y entraré en la edad madura. Es verdad que estoy mal, que no consigo estudiar, pero a lo mejor apruebo. Quiero conseguirlo. En cambio, me gustaría saber cuándo vas a madurar tú… ¿Sabes, Alex?, en todos estos meses, tú me has llenado de regalos, pero al final te has quedado el más hermoso. Mi cuento de hadas.

Y se aleja sin más, se monta en su ciclomotor y al final mueve la cabeza y hasta sonríe. Porque Niki es así.