Veinticinco

Los coches de sus amigos están todos aparcados delante del Sicilia. Antes de entrar lo ve allí delante y no se resiste. Sonríe ante la idea. Lo piensa un instante. Al final elige la mejor solución. De todos modos, hoy todo el día ha ido así. Después coge el móvil y escribe rápidamente un mensaje. Enviar. Para eso están los directores creativos, ¿no? A continuación entra en el restaurante. El perfume a comida siciliana, aromas y especias lo envuelve.

—¡Vaya! ¡Ha venido! ¡Es increíble!

Todos sus amigos están en la mesa del fondo. Enrico y Camilla. Pietro y Susanna. Flavio y Cristina. Alessandro los saluda desde lejos y se acerca.

—¡No creíamos que fueses a venir! —Cristina lo mira—. ¿Y Elena?

—En una reunión. Tenía que trabajar hasta tarde. Os manda saludos. —Y sin decir más se sienta en el lugar que está libre, a la cabecera de la mesa.

Cristina mira a Flavio, le hace una señal como diciendo: «¿Has visto? Tenía razón yo».

Alessandro mira la carta.

—Eh, me parece que esto va a estar bien. Todas son recetas de la mejor Sicilia…

Enrico le sonríe.

—¿Te acuerdas cuando hicimos aquel viaje a Palermo?

Camilla pone los ojos en blanco.

—Ya empezamos con los recuerdos, como cuando uno se hace viejo.

Enrico no le hace caso.

—Sí, antes de irnos, a ti aún te quedaba un último examen en la universidad y luego la tesina. Nos fuimos con el Citroën de tu padre y vino también Pietro.

—Claro —confirmó Pietro—. Y luego fundimos el motor…

—¡Sí, y ninguno de vosotros dos quiso compartir los gastos!

—Pues claro, Alex, perdona, pero tú hubieses ido de todos modos ¿verdad? Aunque fuese sin nosotros. ¡Hubieses cogido igual el coche y te habría sucedido lo mismo, aunque no hubiésemos estado él y yo!

—¡Pues entonces mejor que me hubiese ido solo!

—Eso no. Porque gracias a nosotros conociste a aquellas tías alemanas.

—¡No te digo! —exclama Susanna—. No hay una sola historia en la que no aparezcan extranjeras.

—Naturalmente. Son precisamente ellas las que han promocionado la marca de latin lover italiano en el extranjero.

—Ya, pero resulta extraño que eso se considere así tan sólo fuera de Italia. —Cristina parte un bastoncito de pan—. Se ve que las extranjeras llevan la Viagra incorporada.

Susanna y Camilla se echan a reír. Enrico continúa:

—Sea como sea, eran fabulosas de verdad. Altas, rubias, guapísimas, en forma, parecían el anuncio de la cerveza Peroni.

—Ya, ese que hice yo de verdad cinco años más tarde.

—¡Eh, que nosotros ya les habíamos hecho las pruebas entonces!

Enrico y Flavio se ríen. También Alessandro. Después se acuerda de las rusas y, por un instante se pone serio. Pietro se da cuenta y cambia rápidamente de tema.

—Qué lástima que no vinieses, Flavio, te hubieses divertido de lo lindo. ¿Os acordáis de aquella noche en que nos bañamos desnudos en Siracusa?

—¡Sí, con las extranjeras!

—¡Tú nos escondiste la ropa! ¡Pensabas que nos ibas a fastidiar y en cambio la bromita ayudó!

—Fue bonito, podría servir para un anuncio. ¿Por qué no viniste, Flavio? ¿Estabas en la mili?

—No, me tocó al año siguiente.

—Pero ¿Cristina y tú ya estabais juntos? Porque el invierno siguiente, cuando nos fuimos a la montaña… —Parece que Pietro se acuerde de algo—. No, no, nada.

Cristina sonríe y comprende perfectamente el juego.

—Sí, sí, también allí había extranjeras, suecas… Pero aunque fuese verdad… ¡Flavio no habría hecho nada! Siempre me ha sido aburridamente fiel.

—¡No, no, espera… peor! Allí, en una fiesta organizada por el hotel, vino una stripper para un espectáculo porno. Bromas aparte, chicos, ¿os acordáis?

—Cómo no… ¡Cómo se sentaba en las piernas!

—Sí, y luego caminaba entre el público, elegía a un tipo y, totalmente desnuda, se echaba un poco de nata por encima y hacía que él se la lamiese.

—Sí, terrible. Y eso que entre el público también había niños. Yo creo que no se recuperaron nunca. Uno debió de acabar siendo amigo de Pacciani, el asesino.

—¡Pietro! ¡Qué chistes son esos! Eres terrible.

—Pero mi amor, los que son terribles son los padres. A ver, ¿cómo dejaban que los niños asistiesen a un espectáculo de ese tipo? ¿Tú dejarías que los nuestros viesen un show sin saber de qué se trata?

—Yo no. El problema es que, a un espectáculo de ese tipo, los llevarías tú directamente.

—Sí, pero no es lo mismo, yo lo haría con fines educativos.

—Ah sí, claro… Muy propio de ti.

Llega el camarero.

—Buenas noches, ¿han decidido ya lo que van a pedir?

—Sí, gracias.

Susanna vuelve a abrir la carta, indecisa.

—¿Os acordáis de aquella vez que fuimos al Buchetto y el camarero acabó echándonos por la cantidad de veces que cambiamos de opinión?

—¿Otra vez? —Camilla resopla—. ¿Vas a volver a empezar con los recuerdos? ¿Qué pasa, que sólo teníais vida entonces? La vida es ahora.

—… Sí, en el viejo albergue Tierra y cada uno en su habitación…

—Como frase está bien. Sería un buen eslogan.

—Repito —prosigue Camilla—, no miréis tanto atrás, si no, os perderéis el presente. Debéis estar siempre atentos al presente.

El camarero, que ha asistido a toda la escena, pregunta educadamente:

—¿Quieren que vuelva más tarde?

Cristina se hace cargo de la situación.

—No, no, disculpe, pedimos ahora. Bien, para mí una caponata…

Suena el teléfono móvil de Alessandro. Mira la pantalla. Sonríe. Se levanta de la mesa.

—Disculpad… mire, yo tomaré un carpaccio de pez espada y unos involtini al estilo de Messina… —Y se aleja, saliendo del local. Todos lo miran. Alessandro abre su teléfono fuera del restaurante.

—Sí…

—¡No me lo puedo creer! Todo iba de lo más bien y vas tú y la pifias.

—Pero Niki, sólo te he hecho un favor…

—¡Sí, pero hay un pequeño detalle! Yo no te lo había pedido. Todos los chicos lo hacen, se creen que pueden conquistarme con el dinero. Pero se equivocan.

—Pero Niki, en realidad…

—Y la frase… «Hola, te he recargado. Yo te recargo, tú me recargas, él se recarga». Madre mía, es pésima.

—Sólo quería ser amable.

—Pues sólo has sido un gilipollas. Y que te quede claro, no me has recargado a mí, ¡tan sólo has recargado el móvil! Existe una gran diferencia. A lo mejor las rusas aprecian estas cosas, pero yo no.

—Escucha, sólo ha sido un gesto…

—… Excesivo. Cien euros. ¿Qué querías demostrar?

—Me sentía en deuda y por eso…

—Y por eso ya no podemos volver a salir.

—Ahora eres tú la pesada.

Niki se queda en silencio.

—Eh, ¿qué pasa?

—Estoy pensando. ¿Qué pasa?, con la cantidad de saldo que me has puesto supongo que es que tienes ganas de hablar por teléfono.

—Venga, no te lo tomes a mal, sólo quería ser agradable. Hagamos una cosa: me debes cincuenta batidos.

—No, cuarenta y siete y medio.

—¿Por qué?

—Porque cinco euros de la recarga se los quedan los cabrones de la compañía telefónica.

—Está bien, entonces les reclamaré a ellos dos batidos y medio. Venga, bromas aparte… ¿Todo en orden? ¿Hacemos las paces?

—Hummm… Tengo que pensarlo.

—Mira, cuando te pones así, eres más pesada que la Bernardi.

—Ni hablar. Vale. Me has hecho reír. En paz.

Alessandro no tiene tiempo de añadir nada. Niki ha colgado ya. Justo en ese momento, Pietro, Flavio y Enrico salen del restaurante.

—¡Con la excusa de que no se puede fumar dentro, podemos dejarlas y salir! Eh, ¿era Elena? ¿Habéis hecho las paces?

—No, era una amiga mía.

Pietro le da una calada al cigarrillo y pregunta curioso.

—¿Una amiga tuya? ¿Y desde cuando una amiga tuya tiene acceso a tu número de móvil?

—Amiga por decirlo de algún modo, hemos chocado esta mañana.

—¿Edad?

—Diecisiete.

—Problemas a la vista.

—Sí, para ti que estás enfermo. Para mí es sólo un accidente, y como mucho una amiga.

—Exceso de seguridad. Muchos problemas a la vista. —Pietro le da otra calada al cigarrillo. Después lo tira—. Chicos, yo entro. Ya nos acusan de hablar siempre del pasado, no quisiera que sospechasen también del presente. De todos modos… —y mira a Alessandro—, no se sale de un restaurante sólo para hablar de un accidente.

Flavio lo sigue.

—Voy contigo.

Enrico le da una tranquila calada a su cigarrillo.

—¿Es guapa?

—Mucho.

—Hoy te he estado buscando en el despacho. No estabas.

—He ido a dar una vuelta con ella.

—Bien, me alegro de que hayas salido con una chica.

—¿Sabes?, es que estoy pasando por un momento un poco especial con Elena…

—Alessandro…

—¿Sí?

—Todos sabemos que te ha dejado.

—No me ha dejado…

—Alex, hará como un mes que no se la ve, y en tu casa no queda nada suyo.

—¿Te lo ha dicho Pietro? No tenía que haberlo invitado anoche.

—Somos tus amigos, siempre hemos estado contigo, te queremos. Si no nos lo dices a nosotros… ¿a quién se lo vas a decir?

—Tienes razón. ¿Por qué me buscabas?

—Es un asunto delicado, no me apetece hablarlo ahora.

—Vale, pero mañana me lo cuentas.

—Por supuesto. Entremos.

Alessandro y Enrico se dirigen a la mesa.

—Eh, menos mal, acaban de traer los entrantes.

Alessandro se sienta.

—Bien, antes de comer, quisiera deciros una cosa.

Todos se vuelven hacia él.

—¿Qué es, la oración de la última cena?

Susanna le da un codazo a Pietro.

—Chissst.

Alessandro mira a sus amigos. Esboza una pequeña sonrisa para superar el embarazo.

—No… Es que Elena y yo lo hemos dejado.