La llegada al aeropuerto Franz Josef Strauss Internacional de Múnich se hace en el tiempo previsto y sin complicaciones. Cuando bajamos del avión, Eric se entretiene hablando con el piloto y veo a Norbert con el coche. Flyn corre hacia él al verle y se tira a sus brazos. Me encanta ver cómo el hombre sonríe de felicidad al ver al muchachito.
Una vez que el pequeño se mete en el coche con Graciela y Dexter, yo miro a Norbert con complicidad y le doy un abrazo. Como siempre, se queda más tieso que un palo, pero no me importa, yo lo abrazo igualmente y lo oigo decir emocionado:
—Qué alegría tenerla de nuevo en casa, señora.
Sonrío. He pasado de ser la señorita Judith a ¡la señora!
—Norbert, ¿no quedamos en que me llamarías por mi nombre?
El hombre asiente con la cabeza y, tras saludar a Eric con un apretón de manos, añade:
—Eso es cosa de mi mujer, señora. Que, por cierto, está como loca por tenerla de nuevo en casa.
Cuando tenemos ya el equipaje, Norbert lo mete en el maletero del coche mientras Eric me agarra de la cintura con actitud posesiva, me da un beso y murmura:
—De nuevo estás en mi terreno, pequeña.
Su gesto es divertido y, pellizcándole la cintura, aclaro:
—Perdona, bonito, pero éste es mi terreno ahora también.
Divertidos, nos subimos al coche para dirigirnos a nuestra casa. Nuestro hogar. En el camino, Graciela mira por la ventanilla con curiosidad y, mientras los hombres bromean con el pequeño Flyn, yo le explico por dónde pasamos.
Eric sonríe satisfecho al ver que sé manejarme tan bien por Múnich y yo le guiño un ojo.
Al llegar a la casa, Norbert le da al mando a distancia del coche y la verja color acero se abre. Una vez cruzamos el bonito jardín, veo en la puerta principal a Simona, junto a Susto y Calamar.
La mujer sonríe radiante y corre hacia el coche junto con los perros.
Emocionada, antes de que el coche pare, abro la puerta y me bajo como una loca. Susto y Calamar se abalanzan sobre mí y yo los besuqueo mientras ellos saltan y ladran de felicidad. Segundos después, mi mirada se cruza con la de Simona, ¡mi Simona!, y me fundo en un caluroso abrazo con ella.
Pero de pronto, noto que alguien me coge por el brazo y tira de mí. Al mirar, me encuentro con el gesto ofuscado de Eric. ¿Qué le pasa?
—¿Te has vuelto loca?
Sorprendida por su seriedad y, en especial, por el tono de su voz, pregunto:
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
Flyn, que se tira en tromba para abrazar a Simona, dice desde sus brazos:
—Tía Jud, no puedes abrir la puerta con el coche en marcha. Eso es peligroso.
En ese momento soy consciente de que lo que dicen es verdad. Mi impulsividad me ha vuelto a jugar una mala pasada. Horrorizada, parpadeo. Eric ni se mueve. Qué mal ejemplo soy para Flyn y, mirando a mi enfadado alemán, murmuro mientras Susto le pide que lo salude:
—Lo siento, Eric. No me he dado cuenta. He visto a Simona y…
El gesto de mi chico se relaja y, pasándome la mano por la cara, susurra:
—Lo sé, cariño. Pero por favor, ten más cuidado, ¿vale?
Sonrío y, abrazándome a él, suspiro.
—Te lo prometo, pero ahora, sonríe, por favor.
No duda en hacerlo. Su expresión vuelve a ser risueña y, dándome un beso en los labios, murmura:
—Te lo haré pagar en cuanto estemos a solas.
Con gesto pícaro, lo miro y cuchicheo antes de que Graciela llegue a nuestra altura:
—Guauuu… esto se pone interesante.
Después de soltar una carcajada, Eric saluda a unos enloquecidos Susto y Calamar.
¡Qué emocionados están mis perretes de vernos de nuevo!
Cuando Eric, junto con Flyn, se agacha y los abraza, mi corazoncito late desbordado. Si les llegan a decir eso hace un año, ninguno de estos dos duros alemanes se lo hubieran creído. Pero ahí están, tío y sobrino prodigando mil cariños a nuestras dos mascotas.
Cuando Flyn corre hacia un lateral del jardín, los perros se van tras él y, mientras Norbert saca las maletas, Eric hace lo mismo con la silla de ruedas de Dexter y, una vez abierta, el mexicano se sienta en ella.
—Judith, ¡qué contenta estoy de verte!
—Y yo de verte a ti, Simona. Lo creas o no, te he echado de menos.
La mujer sonríe y, al ver que Graciela está a nuestro lado, se la presento:
—Simona, te presento a Graciela.
—Encantada, señorita Graciela.
—Por favor, Simona —dice la joven en alemán—, me sentiría más cómoda si me tutearas, como a Judith.
La historia se repite.
Está visto que a las chicas criadas en familias de clase media, eso de «señorita» nos incomoda y, mirando con complicidad a Simona, digo:
—Ya sabes, el señorita lo podemos obviar.
—Ahorita mismo evítalo, ¿vale, Simona? —insiste Graciela.
La mujer sonríe y, de pronto, exclama sorprendida:
—¡Hablas como la protagonista de Locura Esmeralda!
Al oír ese nombre, Graciela nos mira.
—¿Veis Locura Esmeralda en Alemania?
Simona y yo asentimos y ella insiste:
—¿En serio?
—Totalmente en serio, Graciela —respondo.
Me río por no llorar.
Todavía no entiendo cómo me he podido enganchar a un culebrón así y añado:
—No veas el enganche que tenemos con Esmeralda Mendoza y Luis Alfredo Quiñones. Qué disgusto cuando le disparan en el último capítulo. No morirá, ¿verdad?
Graciela niega con la cabeza y Simona y yo suspiramos agradecidas. ¡Menos mal!
—Es la telenovela más exitosa de México. Allí ya finalizó la segunda temporada.
—Aquí anuncian que el 23 de septiembre comienza de nuevo.
—Pero ¿qué me dices? —exclamo emocionada.
Simona asiente feliz y Graciela añade:
—En México la han repetido un par de veces. Esmeralda Mendoza se ganó el corazoncito de todas las mexicanas por su carácter combativo.
Simona y yo asentimos. Ese mismo efecto está ocasionando en las alemanas.
—Simona, ¿cómo estás, bella mujer? —pregunta Dexter.
Encantada por nuestro regreso, la mujer lo mira y responde:
—Estupendamente bien, señor Ramírez. ¡Bienvenido! —Y, señalando a Graciela, añade—: Déjeme decirle que su prometida, o su mujer, es preciosa.
Juas… y rejuás, ¡lo que ha dicho Simona!
Al oír eso, Dexter se paraliza. Graciela se pone roja como un tomate y yo, como soy una bruja, no desmiento nada cuando Simona, guiñándole con complicidad un ojo a Dexter, afirma convencida:
—Ha sabido usted elegir muy bien, señor.
Eric sonríe ante mi silencio. Cómo me conoce mi alemán. Pero Dexter, dispuesto a aclarar lo que yo no he querido aclarar, dice:
—Gracias, pero tengo que decirle que Graciela sólo es mi asistente personal.
Simona lo mira, después mira a la muchacha y, al ver su cara de apuro, junta las manos y ruega perdón.
—Disculpe, señor, mi indiscreción.
—No pasa nada, Simona —sonríe Dexter.
Todos entramos en la casa y, cuando llegamos al salón, oigo que Simona le pregunta a Graciela:
—¿Estás soltera?
—Sí.
La mujer la mira. Luego me guiña un ojo y dice:
—Te aseguro que en Alemania te saldrán mil pretendientes. Las morenas gustáis mucho por estos lugares.
La cara de Dexter al oír eso es todo un poema y yo, sin poderlo remediar, miro hacia otro lado para que no me vea reír. Está claro que se va a tener que aclarar con esa chilena de una vez por todas.
Por la tarde aparecen Sonia, la madre de Eric, y Marta, su hermana, con su novio Arthur. Al verlos, Flyn corre hacia ellos y los abraza. Observo la cara de Sonia, que disfruta de ese contacto tan cercano con su nieto, mientras Marta, divertida, lo coge en brazos y da vueltas con él. Nunca han estado tanto tiempo separadas del niño y su reencuentro las emociona.
Como es de suponer, al ver a Graciela las dos piensan lo mismo que ha pensado Simona y Dexter vuelve a aclarar que la joven no es ni su prometida, ni su mujer.
Le pregunto a Sonia por Trevor y ella, acercándose a mí, murmura:
—Hemos roto. —Y antes de que yo diga nada, añade—: Yo no quiero ataduras a mi edad. ¡Será por hombres!
Asiento y me río. Mi suegra nunca para de sorprenderme. ¡Es la bomba!
Durante horas, todos hablamos con familiaridad alrededor de la mesa, mientras tomamos algo y Eric y yo enseñamos nuestras fotos de la luna de miel.
Bueno, todas no. Hay unas que nos reservamos sólo para él y para mí. Son demasiado íntimas.
Al saber que Graciela está soltera, Marta rápidamente la invita a salir una noche de juerga y yo me apunto. Estoy deseando ir al Guantanamera para ver a mis amigos, bailar salsa y gritar «¡Azúcar!».
Eric me mira y en sus ojos veo que eso no le hace ninguna gracia, pero no pienso dejar de salir con los amigos por el simple hecho de ser la señora Zimmerman. ¡Ni de coña!
Regresar de nuevo a la rutina significa volver a aclararlo todo. Una cosa ha sido toda la vorágine de la boda y la luna de miel y otra muy diferente el día a día. Y aunque adoro a mi marido y él me adora a mí, sé que vamos a chocar. Y lo sé ya sólo con esa simple miradita.