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A la mañana siguiente, después de una noche de dolor inhumano por la maldita regla, cuando abro los ojos el dolor ha desaparecido. ¡Bien! Sé que es una tregua y que volverá a hacer acto de presencia, pero ya estoy acostumbrada.

Me levanto y, tras desayunar con Dexter y Eric y hacerlos partícipes de los planes de Graciela y míos, Dexter se empeña en que alguien nos acompañe. Se niega a que vayamos solas a cualquier lado de la ciudad. Habla por teléfono y, una hora después, un chófer de lo más simpático nos lleva a las dos a las tiendas más exclusivas.

De tienda en tienda, disfruto comprando todo lo que se me antoja para toda mi familia y para Eric. Me encanta llevarle cosas a mi chico. Aunque lo conozco y sé que la camiseta roja que dice «Viva la morenita» nunca se la pondrá, la compro sólo por verlo sonreír.

Horas después, cuando yo llevo de todo y Graciela nada, al llegar a una enorme tienda, me envalentono y digo:

—Vamos a ver, Graciela, ¿qué podemos comprarte?

Ella me mira y, con cara de circunstancias, contesta:

—No lo sé. Algo bonito para lucir durante el viaje y por el precio no hay problema. Llevo ahorrando tanto tiempo que creo que hoy es un buen día para gastármelo en ropa.

Sonrío. Su dulzura me encanta y, mirando alrededor, propongo:

—¿Qué te parece si empezamos buscando unos bonitos pantalones vaqueros que te queden de infarto?

—Llevo sin utilizar tejanos desde que era una adolescente.

—¿En serio? —Y al ver que asiente, añado—: Pues chica, yo no podría vivir sin ellos. Es lo que más uso y te aseguro que pegan con todo.

Graciela sonríe y al ver su buena disposición, añado:

—Podríamos comprar varias cositas para combinar que sean modernas y actuales, algunos vaqueros, algún que otro vestido y algo más elegante por si tenemos que ir a alguna fiesta como la de anoche.

Los ojos se le iluminan y susurra:

—¡Padrísimo!

Dispuesta a ayudarla a conquistar a Dexter, sonrío y busco a mi alrededor. Suena de fondo la canción Money, de Jessie J, y yo la tarareo.

It's not about the money, money, money.

We don't need your money, money, money.

Cojo unos vaqueros de cintura baja, una camiseta de tirantes violeta y unas botas de caña alta negras.

Guauuu, conociendo a Dexter, estas botas le encantarán.

Es más… me voy a comprar unas que he visto rojas y que a mi chico lo volverán loco.

—Pruébate esto. Seguro que te queda genial.

Graciela mira lo que le entrego como quien mira una cápsula espacial. No es de su estilo, pero si quiero que cause efecto en Dexter, la mejor manera es ésta. Al final, como veo que no se mueve, divertida la empujo al probador. Una vez desaparece, cojo las otras botas y me las pruebo.

¡Son la bomba!

Taconazo… taconazo… Suaves, altas hasta la rodilla y rojas. A mi Iceman le encantarán. Con los vaqueros que llevo me quedan de lujo y decido dejármelas puestas. Son preciosas. En ese instante, mi móvil vibra. Un mensaje.

Te echo de menos, pequeña.

Espero que te compres todo lo que quieras.

Te quiero

Ay, mi chicarrón. Si es que es para comérselo a besos. Está pendiente de mí en todo momento y, con una sonrisa tonta, tecleo:

La tarjeta Visa ardeeeeeeee.

Te quiero, cuchufleto

Le doy a Enviar. Me imagino su sonrisa al leer el mensaje y eso me llena el alma. Eric es tan maravilloso que simplemente pensar en él me hace sonreír.

De pronto, el probador se abre y, como era de esperar, Graciela está fantástica.

¡Menudo cuerpazo tiene la chilena!

La miro boquiabierta.

—Si Dexter no se fija en ti con ese tipazo que tienes, es que está más muerto de lo que yo creía.

Graciela sonríe, pero pregunta:

—¿No será exagerado?

Niego con la cabeza y, convencida de que la chica tiene un potencial tremendo, digo:

—Te aseguro que, cuando te vea, Dexter se levanta y anda.

Ambas nos reímos y, con ganas de que se pruebe más cosas, la apremio:

—Venga… vamos a enloquecer a ese mexicano.

Tras el primer conjunto, la hago probarse una falda larga negra recogida en un lateral, acompañada de una sexy camisa color pistacho que se anuda a la cintura y unos bonitos zapatos de tacón del mismo color. El resultado es espectacular. Hasta Graciela se mira sorprendida al espejo.

—Esto lo puedes utilizar para cualquier fiesta y estarás impresionante.

—Me encantaaaaaaaaaa. —Aplaude al mirarse al espejo.

Cuando se desnuda, le paso un sencillo vestido negro sin mangas y escote de pico. Le añado unos bonitos zapatos negros de tacón, y tela marinera lo guapa que está.

La dependienta está feliz. Le estamos haciendo una buena compra y cuando le pregunto por la ropa interior y nos indica su lugar, Graciela murmura al ver que le paso un conjuntito de lo más sexy, color berenjena.

—Oh, Dios… esto me cuesta más comprarlo.

—¿Por qué?

Con una sonrisita picarona, suspira.

—Porque es lencería.

Suelto una carcajada.

Pero qué tontusas somos a veces las mujeres con las vergüenzas. Si un hombre te gusta, lo que quieres es que te vea sexy, pero sexy… muyyyy sexy. ¡La más sexy del mundo!

Cojo un conjunto azul eléctrico de corpiño y tanga, se lo enseño y añado:

—Yo me voy a probar esto. Digamos que estoy comprando un regalito de cumpleaños para Eric.

Ambas soltamos una carcajada y entramos en los probadores. Veinte minutos más tarde, hemos acabado y pregunto:

—¿Te quedaba bien?

Graciela sonríe y, con gesto pícaro, murmura:

—Llegado el momento, podría ser un buen regalito para Dexter.

Cuando salimos de la tienda es tarde. Llevamos toda la mañana allí y decidimos sentarnos en un restaurante a comer. Estamos hambrientas y yo necesito tomarme un calmante. El dolor vuelve, pero lo atajo antes de que se haga insoportable.

Mientras estudiamos la carta, me fijo en que varios hombres nos miran y eso me hace sonreír. Dicen varias veces con voz cantarina eso de «¡Sabrosa!». Y Graciela y yo sonreímos.

Si Eric estuviera aquí, los miraría con su aire de perdonavidas y todos apartarían la vista. Pero no está y disfruto al sentirme admirada. Soy mujer, ¿qué pasa?

Al terminar la comida, veo una peluquería y le propongo a Graciela entrar. Accede encantada. Rápidamente, yo pido que me alisen el pelo. Sé que a Eric le gusta cuando lo llevo así, y ella, tras dejarse aconsejar por el estilista, permite que le hagan un corte de pelo de lo más favorecedor y juvenil.

El resultado es espectacular.

A cada cosa que Graciela se hace, me quedo más perpleja. Esta joven es terriblemente guapa y debe sacarse partido.

Dos horas más tarde, cuando salimos de la peluquería, uno de los hombres que pasan por nuestro lado pregunta con gracia:

—¿Qué hacen dos estrellas volando tan bajito?

¡Nos piropean!

Ambas reímos y, alucinada, Graciela dice:

—Es la primera vez en muchos años que un hombre me dice algo lindo.

De nuevo otro hombre pasa por nuestro lado y exclama:

—Mamacita… ¡qué sabrosas!

Ambas nos reímos y Graciela comenta:

—Estos mexicanos son muy piropeadores.

Sin sorprenderme por lo que dice, hago que se mire en el cristal de una tienda.

—Vamos a ver, Graciela, pero ¿tú te has mirado bien, reina?

Incrédula, contempla su reflejo.

—Gracias, Judith. Muchas gracias por compartir conmigo este bonito día de chicas.

Encantada, le doy uno de mis besazos en la mejilla y, agarrándola del brazo, contesto:

—De nada, preciosa. Con tu nuevo look, más de uno te piropeará. Prepárate, porque cuando lleguemos, Dexter se va a quedar sin palabras.

—¿Eso crees?

—Ajá. —Sonrío divertida—. Te aseguro que su cara será todo un poema. Eso sí, ahora tú debes jugar tus cartas para que se fije en ti. Sigue tu trato correcto con él, pero deja que otros te halaguen. Eres joven, guapa, soltera y este viaje que vas a hacer con nosotros te puede aclarar muchas cosas. Creo que Dexter es muy parecido a Eric en muchas cosas y, si le interesas, ya verás como rápidamente mueve ficha o, como decís aquí, ¡te amarra cortito!

De nuevo reímos, e insisto:

—¿Estás segura de que quieres que te amarre cortito?

—Totalmente segura, Judith.

—Muy bien. —Asiento y, mientras caminamos, pregunto—: ¿Cenas todas las noches con Dexter?

—Sí. Siempre que él no salga, cenamos juntos.

—Pues esta noche no vas a cenar con él, ni con nosotros.

—¡¿No?! —dice con cara de horror.

Yo niego con la cabeza.

—Llama a alguna amiga tuya y queda con ella para cenar o ir al cine, ¿puedes hacerlo?

—No tengo muchas amigas, la verdad. Llevo cuatro años centrada en Dexter y perdí mis amistades por el camino.

De nuevo no me sorprendo por lo que dice, e insisto:

—¿Ni siquiera una con la que quedar a tomar un café?

—Bueno… puedo llamar a una pareja con la que quedo de vez en cuando.

Su gesto pícaro me indica qué tipo de pareja es y, consciente de ello, respondo:

—Mira, reina, disfruta del sexo si se da la ocasión, como lo disfruta Dexter. Además, hoy estás esplendida y seguro que lo pasas doblemente bien.

Colorada como un tomate, asiente mientras yo hago planes.

—Le diremos a Dexter que hemos coincidido con algún amigo tuyo en el centro comercial y que has quedado con él para cenar. Si le joroba, lo veremos. ¿Qué te parece la idea?

Graciela está bloqueada y disfrutando como una quinceañera de lo que tramamos.

—Mañana prometo contarte con todo lujo de detalles si te ha añorado en la cena.

Me río. ¡Qué mala soy! Al final, ella también se ríe.

Llama a la pareja en cuestión y queda con ellos. Después nos encaminamos hacia el parking donde nos espera el coche.

—Prepárate, Graciela, que hoy a Dexter lo descuadras.

Dicho y hecho. A las siete de la tarde, tras un día entero de compras, entramos en la casa de Dexter, subidas las dos en nuestras botas nuevas. Los hombres, que están hablando en el salón, vuelven la cabeza para mirarnos. Mis ojos se encuentran con los de Iceman y sonrío.

Con seguridad, Graciela y yo nos acercamos a Eric, Juan Alberto y Dexter, y casi me da un ataque de risa cuando este último dice:

—Pero qué dos bellas damitas llegan aquí. —Y, mirándola a ella, añade—: Ahorita mismo dime dónde dejaste a Graciela y quién eres tú.

Con gesto indiferente, como le he dicho que haga, ella lo mira y, sonriéndole, contesta:

—Soy la misma de siempre, pero con ropa nueva.

Sorprendido por el cambio tan increíble, Dexter va a decir algo, cuando Juan Alberto pregunta:

—Graciela, ¿tienes planes para cenar?

¡Guauuuu!, ¡esto se pone interesante!

Si ya decía yo que la chica tiene potencial.

La miro y está roja como un tomate.

Vamossssss, Graciela, responde… respondeeeeeeee.

Pero no… no es ella quien lo hace, sino Dexter, que dice:

—Por supuesto que tiene planes. Cenará aquí con nosotros, ¿verdad?

Graciela me mira. Pobrecita, qué mal momento está pasando.

Aún no se me ha olvidado lo mucho que Eric me imponía y, guiñándole un ojo, le hago saber que ha llegado el momento de jugar sus cartas y dice:

—Lo siento, Dexter pero hoy no cenaré aquí. Hice planes con un amigo.

Bien. ¡Biennnnnnnnnnnn!

Tengo que aguantarme para no aplaudir al ver la cara de desconcierto de él y la oigo añadir:

—Como estás acompañado para la cena, no pensé que mi ausencia te importara.

«¡Olé tu madre, Graciela!», estoy a punto de gritar y, dispuesta a meter información, explico:

—En el centro comercial hemos coincidido con un amigo de Graciela. —Y mirándome el reloj, digo—: Es más, creo que deberías marcharte o no llegarás a tu cita.

Ella, nerviosa, mira su reloj.

Está tan bloqueada como Dexter y, para echarle una mano, me suelto de Eric y, dándole dos besos que la hacen volver a la realidad, la animo:

—Vamos… pásalo bien y no llegues tarde. Que mañana nos vamos a España.

—Espérame, Graciela —le pide Juan Alberto—. Yo también me voy.

Dexter, al verlo, acerca su silla a ella y dice:

—Le diré al chófer que te lleve.

—No, gracias. No necesito chófer.

Y, sin más, se da la vuelta y, subida en sus impresionantes botas, desaparece junto a Juan Alberto por el mismo sitio por donde hemos llegado hace unos minutos.

Una vez se van los dos, Dexter sigue ojiplático y Eric me mira. Divertida, le guiño un ojo a mi Iceman y, al abrazarme, susurra, tocándome el pelo:

—Estás preciosa con el pelo así y me encantan tus botas.

—Graciassssssssssss.

Sin dejar de sonreír, cuando Dexter desaparece por la puerta, mi querido y único amor me mira y cuchichea:

—Intuyo que estás planeando algo, morenita.

Me río. Eric también.

Esa noche cenamos los tres. Mientras lo hacemos, el dicharachero Dexter está más callado de lo habitual. Incluso lo veo mirar el reloj en varias ocasiones. Eso me hace sonreír. Vaya… vaya… lo que estoy descubriendo.