19

Tres días después, me vuelvo a encontrar mal.

Debo de estar cogiendo la gripe que Flyn está soltando.

Me duele la cabeza y sólo me apetece dormir, dormir y dormir.

Pero no puedo. Frida llamó ayer para venir a visitarnos. Andrés y ella tienen algo que decirnos y, por su voz, debe de ser algo muy emocionante. Me dijo que había avisado también a Björn. Así pues, me tomo un paracetamol y los espero.

Laila entra en la cocina y, al ver que me tomo la pastilla, pregunta:

—¿Te encuentras mal?

Mi relación con ella no es fría sino congelada y, mirándola, respondo:

—No.

Ella asiente y yo añado:

—Por cierto, esta tarde vendrán unos amigos y…

—¿Ah, sí, quiénes?

Me molesta su interés. ¿Y a ella qué le importa?

Y dispuesta a que entienda mi indirecta muy directa, respondo:

—Unos amigos de Eric y míos. Por lo tanto, te rogaría que no entraras en el salón mientras estemos reunidos con ellos.

Toma ya. ¿Se puede ser más borde?

Laila me mira. No le ha gustado nada lo que ha oído y dice:

—Iré a recoger a Flyn.

—No. No vayas. Ya va Norbert.

—Lo acompañaré.

Una hora más tarde, el primero en llegar es Björn, tan guapo como siempre. Nos damos un abrazo y, agarrándole por el brazo, entro con él en el salón. Con el rabillo del ojo, observo que Laila nos mira desde la cocina.

¡Ea, guapa…, ahí te quedas!

Al entrar en el salón, cierro la puerta corredera y Björn pregunta:

—Te ocurre algo, ¿verdad?

Asiento, me toco la cabeza y contesto:

—Creo que Flyn me ha pegado su resfriado.

Björn sonríe y, al ver mi gesto, dice:

—Deberías estar en la cama, preciosa.

—Lo sé, pero quiero saber qué es eso que quieren comentarnos Frida y Andrés.

Él asiente y contesta:

—Si tardan mucho en venir, yo mismo te meteré en la cama, ¿entendido?

Sonrío y le doy un puñetazo en el hombro.

Diez minutos después, llegan Frida y Andrés con el pequeño Glen, que ya corretea y es un trasto. El último en llegar es Eric, que, al vernos a todos reunidos, sonríe, me besa y pregunta:

—¿Estás bien, cariño?

—Estoy algo congestionada. Creo que Flyn me pegó el trancazo.

Tras negar con la cabeza con preocupación, saluda a sus amigos y coge a Glen en brazos para besuquearle el cuello. El niño se parte de risa y a mí me entran los calores cuando mi maridito me mira y lo entiendo.

Veinte minutos más tarde, Flyn entra en el salón. Björn, al verlo, lo coge en brazos y, como con Glen, durante un rato todos le hacemos caso. Eso al crío le encanta.

Cuando Simona entra con una jarra de limonada y cervezas, se empeña en llevarse a Glen y Flyn para darles de merendar. Cuando la mujer desaparece con los dos niños, todos nos sentamos en los sofás y Björn, al que no paran de llegarle mensajitos al móvil, pregunta:

—Bueno, ¿qué es eso que nos tenéis que contar?

Frida y Andrés se miran, sonríen y yo digo:

—No me digáis que esperáis otro bebé…

—¡Enhorabuena! —aplaude Eric—. Los próximos, nosotros.

—Lo llevas claro, Iceman —me mofo divertida.

Frida y Andrés sueltan una carcajada y niegan con la cabeza. Eso me desconcierta y él dice entonces:

—Nos marchamos a vivir a Suiza.

—¡¿Cómo?!

Frida me mira y, cogiéndome las manos, explica:

—Ha surgido una buena oportunidad laboral para Andrés en un hospital y hemos aceptado.

—¿Es lo que llevas esperando hace tiempo? —pregunta Eric.

Andrés asiente y Björn dice:

—Eso es fantástico. Enhorabuena.

Mientras lo felicitan, Frida me comenta que Andrés y ella están emocionados ante ese nuevo reto en sus vidas y yo asiento como un muñequito, a pesar de la tristeza que siento.

—Gracias, colegas —ríe Andrés—. Ya me había olvidado de todo, cuando, hace una semana, me llamaron y me lo propusieron. Tras sopesarlo con Frida, hemos decidido aceptar.

Todos están felices y contentos.

Y, sin entender por qué, a mí los ojos se me llenan de lágrimas.

Frida es mi gran amiga, no quiero que se vayan. Al verme, ella pregunta:

—¿Estás bien?

Asiento, pero las lágrimas me caen a borbotones, como al payaso de un anuncio español de la tele. No las puedo controlar.

¿Qué me ocurre? ¿Por qué lloro?

Eric, al verme en ese estado, viene hacia mí y, abrazándome, dice:

—Pero, pequeña, ¿qué te ocurre?

No respondo. No puedo hacerlo o sé que mi cara se contraerá como la de un chimpancé y haré todavía más el ridículo. Björn, conmovido por el hipo que me entra, se acerca y comenta:

—Increíble… también sabes llorar.

Esa frase me hace gracia y me río. Pero lo haga con la cara llena de lágrimas que no paran de brotar. Eric me mira y murmura:

—Me alegra que Björn te haga sonreír.

Éste mira a su amigo con gesto divertido y responde:

—Colega, ¡aprende!

Frida viene hacia mí. Eric me suelta y ella me abraza. Entiende lo que me pasa y, arrullándome, dice:

—Nos veremos mucho, tontorrona. Ya lo verás. Además, no nos vamos hasta principios de año. Todavía queda un poquito.

Asiento, pero no puedo hablar. De nuevo alguien que quiero se aleja de mí y sé que la voy a echar mucho de menos.

Los días pasan y llega el tan esperado día de la marcha de Laila, aunque eso significa que Eric también se va.

Que se vaya a Londres no me hace ninguna gracia, pero he decidido dejar los celos a un lado y confiar en él. Eric se lo merece. Me demuestra su amor de tal manera que, sinceramente, ¿por qué voy a desconfiar?

Lo acompaño al aeropuerto. Norbert nos lleva y yo me abrazo a mi marido durante todo el camino. Me encanta su olor, adoro su tacto y, según nos acercamos a nuestro destino, me vuelvo a angustiar. Cuatro días sin verlo para mí es un mundo.

Al llegar, mientras Eric sale del coche, Laila me mira y dice:

—Ha sido un placer conocerte.

—No puedo decir lo mismo —respondo y añado—: Y, a ser posible, evita regresar a mi casa o le tendré que comentar a Eric que no eres ni tan buena, ni tan encantadora.

—Björn es un bocazas.

—Y tú una zorra.

Toma, ¡se lo he dicho!

Qué a gustito me he quedado.

Sin contestar, sale del coche y camina hacia su tío. Qué placer perderla de vista. Se despide de Norbert y veo que se mete en el avión sin mirar atrás. Eric, tras saludar al piloto, se vuelve hacia mí y, abrazándome, dice:

—Dentro de cuatro días como mucho vuelvo a tu lado, ¿entendido?

Asiento. Me convenzo de ello y lo beso. Devoro su boca con ansia, mientras él me aprieta contra su cuerpo. Finalmente, tengo que decir:

—Si sigues besándome así, no te vas.

Eric sonríe. Me suelta y, guiñándome un ojo, camina hacia la escalerilla del avión, pero antes de subir me mira y dice:

—Pórtate bien, pequeña.

—Tú también, grandullón.

Ambos sonreímos y, veinte minutos más tarde, miro junto a Norbert cómo el avión despega y se va. Se aleja de mí.

En el coche de regreso a casa estoy triste. Se acaba de ir mi amor y ya le echo de menos. Al llegar a casa, Norbert dice:

—Señora, el señor me ha dicho que le diera este sobre al llegar a casa.

Sorprendida, lo cojo y rápidamente lo abro y leo.

Pequeña, sólo serán unos días. Sonríe y confía en mí, ¿de acuerdo?

Te quiero,

Eric

En ese instante sonrío. Estos detalles de mi amor me encantan.

Esa noche tras la cena, Flyn se va a la cama y se lleva a Calamar. Yo me quedo en el salón viendo la tele con Susto a mis pies. La melancolía se apodera de mí y, sin poder evitarlo, los ojos se me llenan de lágrimas. Intento sonreír, como él me pide en la carta, pero no puedo. Le echo demasiado de menos.

Al final, cojo el teléfono y lo llamo. Necesito oír su voz. Tras cuatro timbrazos, lo coge.

—Dime, Jud.

—Te echo de menos.

Tras un segundo en el que oigo cómo Eric se disculpa con alguien, me dice:

—Cariño, estoy en una cena de negocios.

—Pero yo te echo de menos.

Su cálida risa al oír mi voz me hace sonreír. Entonces, Eric dice:

—Ve a la cama y lee, o abre el cajón de tu mesilla y piensa en mí.

Divertida, sonrío. Me está pidiendo que me masturbe.

—Te voy a seguir echando de menos —insisto.

Eric vuelve a reír.

—Tengo que colgar, cielo. Pero dentro de una hora, desde mi habitación del hotel, te llamo por Skype y, si quieres…, jugamos.

Guauuu, ¡¿sexo por webcam?!

¡Qué fuerte!

Nunca he experimentado eso.

—Esperaré ansiosa tu llamada. —Río encantada—. Mientras tanto, leeré.

Saber que voy a volver a hablar con él me levanta el ánimo. Al colgar, miro el reloj: las diez menos cuarto.

Feliz, apago el televisor, le doy un beso a Susto en la cabeza y me dispongo a ir a mi cuarto. Paso primero a ver a Flyn. El pequeño está dormido con Calamar a sus pies. ¡Qué lindos son los dos!

Al entrar en mi habitación, cierro la puerta y, con una sonrisita, echo el pestillo.

Espero una llamada caliente, sexy y morbosa. Después, me lavo los dientes, me pongo un sugerente camisón corto y me meto en la enorme cama. Qué grande es cuando Eric no está. De pronto percibo su aroma. Las sábanas huelen a él como nunca. ¡Qué maravilla!

Extasiada, me dejo caer sobre el lado donde duerme mi amor y disfruto de su aroma.

Cuando tengo las fosas nasales inundadas de su olor, abro el portátil y entro en Facebook. Hablo un rato con mis amigas las guerreras hasta que el chirimbolito de Skype me anuncia que tengo una llamada. Me despido de ellas y acepto la llamada. La cámara se conecta y veo a mi amor.

—Hola, cariño.

—Hola, preciosa.

Qué raro se me hace esto: ver a Eric en una pantalla. Le quiero a mi lado.

—¿Cómo estás, pequeña?

—Bien. Ahora que te veo.

Ambos sonreímos y Eric dice:

—Estoy desnudo y dispuesto para jugar contigo. —Y, recostándose en el respaldo de la cama del hotel, dice—: Vamos, desnúdate para mí.

Entre risas, me quito el camisón y, entonces, Eric dice:

—Cierra los ojos. No mires la pantalla e imagina que otros dos hombres y yo te miramos. Estamos de pie alrededor de la cama y deseamos poseerte, aunque antes queremos mirarte. ¿Te gusta la idea?

—Sí.

Él sabe que, con sólo pensarlo, me humedezco y entonces pide:

—Tócate los pezones. Eso nos gusta. Pellízcatelos para nosotros.

Me pellizco como él me ha pedido, mientras mi imaginación vuela y vuela y siento un dolor placentero y extraño al hacerlo. Imaginarme siendo el centro de las miradas de tres hombres me provoca. Quiero que me deseen, quiero que jueguen conmigo. Al oír la respiración de Eric, abro los ojos y digo, mirando la pantalla:

—Tócate, Eric. Acaríciate el pene como si fuera yo quien lo hiciera.

Lo hace. Yo lo observo y me pongo cardiaca. Su pene está duro, terso, como a mí me gusta, y susurro:

—¿Te gusta cómo me miran esos hombres?

—Sí.

—¿Te gusta cómo abro mis piernas para ellos?

Oigo que jadea cuando lo hago y dice:

—Me encanta, cariño… Ábrelas un poco más y flexiónalas.

Lo hago y, excitada al oír los ruidos secos que provienen de la pantalla, me centro en su placer y murmuro:

—Así…, cariño…, mastúrbate. Cierra los ojos e imagina que me ofreces a uno de esos hombres. ¿Te gusta la idea?

—Sí…, sí…

Excitada, tomo aire mientras mi rubio entra en el juego.

—Me folla… y yo jadeo. Me penetra mientras tú me besas, me muerdes los labios como a ti te gusta y bebes mis gemidos.

—Sí, Jud… Sigue…, sigue.

—El hombre me levanta, se tumba en la cama y me pone sobre él. Tú miras y él toma mis pezones en su boca, mientras me da un azote en el trasero para que me apriete contra él y luego tú me das otro. —Ambos jadeamos y prosigo—: Ahora, sus dedos juegan dentro de mi vagina. Tú metes los tuyos también y soy vuestra.

—Sí, pequeña…, sí.

—Saca sus dedos, me abre las piernas con urgencia y me penetra. Yo chillo. Tú te pones detrás de mí, me agarras por la cintura y me mueves… pidiendo que no pare de follarle y no deje de chillar.

Durante un rato nos dedicamos a calentarnos como mejor sabemos y, con mis palabras, consigo llevarlo hasta el clímax. Oír su bronco gemido me vuelve loca. Quiero besarlo, tocarlo, pero frustrada por no poder hacerlo, pregunto.

—Cariño…, ¿todo bien?

Eric sonríe, se mueve en la cama y murmura, mientras se limpia con un kleenex.

—Sí, pequeña. —Y, mirándome, pregunta—: ¿Habías hecho esto alguna vez?

Ahora la que se ríe soy yo y respondo:

—Es mi primera vez. Creo que te estás llevando la exclusiva en muchas cosas.

Ambos reímos y nuestro juego continúa.

—Abre el cajón, saca nuestros juguetitos y ponlos sobre la cama.

Hago lo que pide y me indica:

—Coge el pene de gel verde que tiene chupón y pégalo sobre la mesita pequeña que hay frente a la chimenea. Después regresa a la cama.

Excitada, hago lo que pide. Me levanto, chupo la ventosa del pene y lo clavo en un lateral de la mesita. Queda tieso ante mí y regreso a la cama. Cuando le digo que ya está, dice:

—Ahora quiero que cojas el dildo violeta para el clítoris.

—Lo tengo.

—Bien… Ahora abre las piernas. —Y en un tono íntimo y bajito, susurra—: Más…, más…, un poquito más… Así.

Ardiente por lo que me dice, obedezco y me humedezco. Ese tono de voz me vuelve loca.

—Cierra los ojos y mastúrbate para mí. Dame tus jadeos, cariño. Ponlo al uno y deja que te roce con delicadeza el clítoris para que se hinche como a mí me gusta.

Lo hago y, con las piernas abiertas como él quiere, coloco el aparato con delicadeza sobre mi clítoris. Mi cuerpo reacciona y Eric dice:

—Disfruta… Así…, así… Ahora súbelo al dos…, al tres…

La intensidad crece y crece y, con ello, mis jadeos.

Mi amor, mi alemán, mi marido, aun a cientos de kilómetros de distancia sabe lo que me gusta, lo que necesito. Entonces pide:

—Al cuatro, Jud…

Lo hago y grito. Estoy empapada. Mi clítoris está hinchado y quiero más.

—No cierres las piernas… No…, no, pequeña —murmura excitado—. Aprieta el dildo contra ti y disfruta… Quiero ver tu humedad… Vamos, déjame ver cómo te corres.

Mi cuerpo se tensa. Quiero cerrar las piernas, pero obedezco. Deseo que vea cómo me corro y que note mi humedad. El dildo violeta al cuatro es fantástico y mi clítoris empapado florece segundo a segundo. Un calor enorme recorre mi cuerpo, sube hasta mi cabeza y, cuando Eric oye mi jadeo, dice:

—Así, pequeña… No cierres las piernas. Bien…, bien… Aguanta un poco más.

Me convulsiono y mis piernas se cierran solas, mientras el placer me recorre el cuerpo. En ese momento, mi amor exige sin descanso.

—Ahora quiero que me folles, Jud. Levántate y fóllame.

Sé a lo que se refiere. Me levanto con urgencia, con los ojos vidriosos por la lujuria, cojo el portátil y voy hacia donde me espera el pene de gel verde. Dejo el portátil sobre la mesita y veo en la ventanita la perspectiva que le ofrezco. Después me empalo en el pene y murmuro extasiada:

—Estoy sobre ti.

—Sí, cariño… Sí…

—¿Así…, así te gusta? —susurro, mientras el pene de gel entra en mí.

—Sí —responde mientras se masturba—. Te siento cariño… ¿Me sientes tú?

Miro la pantalla, lo veo y murmuro:

—Sí…

—Apriétate más y agárrate al borde de la mesa.

Un gemido sale de mi boca al introducirme más el pene y mi amor me anima:

—Vamos, cariño. Fóllame y disfruta.

Agarrada a la mesa con fuerza, me muerdo el labio inferior mientras mis caderas suben y bajan sobre el miembro de gel verde. Cierro los ojos y siento la mirada de Iceman. Sus manos rodean mi cintura y me ayudan a subir y bajar sobre él. Una y otra vez me empalo, mientras la voz de Eric me dice cuánto le gusta… cuánto disfruta.

—Oh, sí…, sí…

Mis fluidos empapan el pene de gel. Mi vagina lo succiona y mi respiración es una locomotora. Chorreo. Estoy empapada, mientras una y otra vez me muevo y loca de placer jadeo hasta que ya no puedo más. Tras una última penetración que llega hasta mi útero, alcanzo el clímax.

Sentada sobre la mesa y totalmente empalada por ese pene, convulsiono, mientras oigo la voz de mi amor que me dice cientos de cosas maravillosas y siento su aliento en mi boca. Le quiero. Le amo. Adoro todo lo que hago con él y quiero seguir aprendiendo.

Pasados unos minutos en los que nuestras respiraciones se relajan, Eric dice:

—¿Todo bien, preciosa?

—Sí.

Se me escapa una carcajada y mi chico murmura:

—Vamos, pequeña, ve a la cama.

Levantándome, saco el pene de mí y, aún húmeda, cojo el portátil y me tiro en la cama. Ambos nos miramos y digo:

—Gracias, amor.

Eric ríe y responde:

—No hay nada que agradecer, cariño. Esto es algo entre tú y yo. Ambos hemos disfrutado y es lo que cuenta, ¿verdad?

Asiento y, cuando voy a responder, él dice:

—Descansa, cariño. Es tarde.

—Vale.

—Mañana hablamos, ¿de acuerdo?

—Te quiero.

—Más te quiero yo a ti, morenita.

—No… yo más.

—Yo más —insiste divertido.

—Venga, desconecta el Skype.

—No, desconecta tú primero —ríe gustoso.

Tras cinco minutos en los que, entre risas, nos comportamos como dos adolescente con el «¡desconecta tú!», lo hacemos los dos a la vez.

Estoy agotada, satisfecha y humedecida. A mi alrededor, en la cama, todos nuestros juguetitos desparramados parece que me miran y decido dar por terminada la orgía. Me río. Me levanto y guardo lo que no he utilizado. Voy hasta la pequeña mesita y tiro del pene. Madre mía, lo que me ha hecho disfrutar. Éste se desengancha y, junto al dildo violeta, lo lavo. Cuando todo está limpio, lo guardo.

Agotada, abro el pestillo, me tumbo en la cama y, con una sonrisa, me duermo agarrada a la almohada de Eric. Huele a él.