18

Los días pasan y en el colegio de Flyn organizan una fiesta. Él, que este año se ha integrado perfectamente con sus compañeros, quiere asistir y quiere que Eric y yo lo acompañemos. Le prometemos hacerlo.

Trae una circular donde se pide a las madres que preparen algo de comida para el evento. Encantada, acepto el reto y decido currarme varias tortillas de patata. Quiero que coman una verdadera tortilla de patata hecha por una española. Simona se ofrece a hacer un pastel de zanahoria. Acepto. Ella hace el pastel y yo hago las tortillas. ¡Genial equipo!

La fiesta se celebra en sábado por la mañana, para que los padres puedan asistir. Flyn está resfriado. Tiene unas decimillas de fiebre, pero no se quiere perder la fiesta y vamos. Cuando aparcamos el coche en una calle colindante al colegio, Eric murmura:

—Aún no sé qué hago aquí.

Mi chico está guapísimo, con un pantalón vaquero a juego con una camisa también vaquera y, dándole un cómplice azote en su duro trasero, digo:

—Acompañar a tu sobrino a su fiesta, ¿te parece poco?

Flyn, que lleva el pastel de Simona, corre delante de nosotros. Ha visto a uno de sus amigos y, encantado, empieza a hablar con él.

—Míralo —susurro orgullosa—. ¿No te gusta verlo tan integrado?

Eric asiente con su típica seriedad y, tras un silencio, añade:

—Claro que estoy feliz por él, pero no me gusta venir aquí.

—¿Por qué?

—Porque siempre odié este colegio.

—¿Tú estudiaste aquí?

—Sí.

Sorprendida por el descubrimiento, me paro y digo:

—Y si tú estudiaste aquí y lo odias tanto, ¿por qué traes aquí a Flyn?

Él se encoge de hombros y, mirando alrededor, explica:

—Porque Hannah lo apuntó, ella quería que estudiase aquí.

Asiento y lo entiendo. Respeta lo que la madre del niño quería. Entonces, Eric añade:

—En los últimos años, sólo he venido aquí para que me hablen mal del comportamiento de Flyn.

—Pues mira, ya era hora de que lo hicieras por otro motivo.

No está muy convencido de ello y, dándole un golpe de cadera, digo:

—Venga…, alegra esa cara. Al fin y al cabo, Flyn está muy ilusionado con que los dos estemos aquí.

Al final sonríe y yo también.

¡Qué lindo que es cuando sonríe así!

En el colegio, el bullicio es ensordecedor. Flyn nos llama y vamos hacia su clase. Al entrar, varios padres y madres nos miran. No nos conocen y nos observan. Los saludo con una sonrisa y, tras dejar las tortillas junto al pastel, Flyn me coge de la mano y me lleva para que vea unos trabajos suyos. Durante un rato, disfrutamos mirando los trabajos del niño, hasta que veo que Eric resopla y sisea:

—Odio que me miren así.

Con disimulo, escaneo a nuestro alrededor y entiendo lo que dice. Las madres lo miran y sonríen. Suspiro. Comprendo que su presencia les imponga y, en lugar de ponerme celosa, sonrío y, agarrándolo del brazo, digo:

—Cariño, la mayoría de ellas no han visto un tío como tú en su vida. Es normal que te miren. ¡Estás buenísimo! Y si no fueras mi marido, yo también te miraría. Es más, creo que intentaría ligar contigo.

Sorprendido por mi respuesta, Eric sonríe y, cuando me va a besar, lo paro.

—Stop. —Mi amor me mira y aclaro—: Compórtese, señor Zimmerman. Estamos rodeados de niños.

Sonríe. Verle hacerlo me llena el alma. En ese momento, entra una mujer y dice:

—Por favor, los padres de los niños que han traído comida, que la lleven al gimnasio.

Sin pensarlo, cojo las tortillas, Eric el pastel y, acompañados de otros padres, nos dirigimos a donde la mujer nos indica.

Al entrar, miro alrededor.

¡Qué pasote!

El gimnasio de este colegio es impresionante. Nada que ver con los gimnasios de mi barrio.

—¡Eric Zimmerman!

Al oír la voz, Eric y yo nos volvemos y él, soltando una carcajada, exclama:

—Joshua Kaufmann.

Se acercan y se saludan.

Joshua es un antiguo compañero suyo del colegio y éste nos presenta a su mujer, una repija alemana de mucho cuidado. Me mira de arriba abajo mientras nuestros maridos hablan encantados y yo me doy cuenta de que esta cacatúa y yo nunca vamos a ser amigas.

De pronto, Flyn se acerca a nosotros, me mira y yo le pregunto:

—¿Estás bien, cariño?

El pequeño asiente. Le acaricio la cabeza, luego acerco los labios a su frente, como hacía mi madre y hace aún mi padre y, al ver que no está caliente, me tranquilizo.

Con disimulo, miro a la repija con cara de cacatúa y, en cuanto puedo, me escabullo, desaparezco de su lado. No aguanto un segundo más la mirada viperina de esta idiota.

—¿Quieres Coca-Cola, Jud? —pregunta Flyn y yo acepto.

Me llena un vaso con el refresco y, cuando me lo da, un amiguito suyo viene a buscarlo y Flyn se va corriendo dejándome sola. Pero mi soledad dura poco, porque la cacatúa se acerca con dos amigas suyas de la misma especie y pregunta:

—¿El niño chinito es vuestro?

Uy, lo que ha dicho.

Estoy a punto de mirarla con cara de póquer, como hace Flyn, pero me contengo y respondo:

—Sí, es nuestro y es alemán.

—¿Es adoptado?

Opción uno: la mando a freír espárragos.

Opción dos: le doy un guantazo por cotilla.

Opción tres: le aclaro de nuevo, a ella y a sus compañeras cacatúas, que Flyn es alemán y no chino y quedo como una señora.

Definitivamente, me decido por la opción tres. La uno y la dos creo que a Eric le molestarían.

Con una sonrisa made in Raquel, las miro y, tras beber un sorbo de mi Coca-Cola, respondo:

—Flyn no es adoptado. Y, por cierto, no es chino, en todo caso, coreano alemán.

La mujer parpadea, no le cuadra lo que digo. Mira a sus amiguitas y, tras pensar con la única neurona viva que le debe de quedar en ese cerebro despoblado de vida inteligente, insiste:

—Pero ¿es hijo tuyo o de tu marido? Porque está claro que vuestro no puede ser, pues ninguno de los dos sois chinos.

La madre que la parió con los chinos.

Ésta es tonta. Por no decir gilipollas.

Como diría mi padre, ¡si es más tonta, no nace!

La miro con la mirada Iceman y, cuando le voy a decir una de mis lindezas, Flyn se acerca a mí, me coge de la mano y me hace ir tras él.

¡Bien! Me acaba de salvar de un auténtico horror.

Vamos hasta las mesas donde está la comida y una mujer de mi edad, rubia platino, me mira y dice:

—Hola, soy María.

Sin saber de qué va el asunto, respondo en mi perfecto alemán:

—Encantada, soy Judith.

—¿Las tortillas de patata las has hecho tú?

—Sí. —Y, para ampliar la información, añado—: Las que tienen la aceituna negra en el centro llevan cebolla. Las otras dos no.

—¿Eres española?

Bueno… bueno… mucho tiempo llevaba yo sin escuchar la preguntita de rigor.

Cuando asiento y espero escuchar aquello de «¡olé… torero… paella!», la desconocida da un grito y, emocionada como si yo fuera la mismísima Beyoncé, exclama en español:

—Yo también soy española. De Salamanca.

Ahora la que grita como si viera al mismísimo Paul Walker soy yo y me abrazo a ella. Un rubio desvaído que hay a nuestro lado nos mira y sonríe. Cuando dejamos de abrazarnos como si fuéramos hermanas de leche, María dice:

—Te presento a Alger, mi marido.

Cuando voy a darle dos besos, me freno. A los alemanes no les va eso de tanto beso, ni toqueteo latino y le tiendo la mano. El rubio me mira y dice divertido:

—A mí dame dos besos españoles, que me gustan más.

Tras soltar una carcajada, le planto dos besos como dos soles y él añade:

—Me encanta vuestra alegría perpetua.

Sonrío y, de pronto, aparece mi alemán particular a mi lado. Estoy segura de que me ha visto besar al rubio y, rápidamente, ha venido a ver de quién se trata. Ay, mi celosón. Y, agarrándolo por la cintura, digo más feliz que una perdiz:

—Cariño, te presento a María, que es española, y a Alger, su marido.

Mi amorcito, que conoce el carácter latino, le da dos besos a ella y a él le ofrece la mano. Los dos alemanes sonríen y Alger, señalándonos a María y a mí, dice:

—Qué buena elección la nuestra.

Eric sonríe y, divertido, responde:

—La mejor.

Durante un buen rato, hablo con María. Me cuenta que se enamoró de Alger un verano en Salamanca y que el alemán no cesó en su empeño hasta casarse con ella.

¿Serán todos los alemanes tan pasionales?

Quién lo diría, con lo serios que yo siempre los he visto.

En cuestión de minutos, veo que la gente devora mi tortilla. Eso me llena de satisfacción.

¡Les encanta!

De tanto beber Coca-Cola me pasa como siempre, ¡me meo! Busco el baño y corro hacia él. No hay sitio donde no visite los servicios. Al final Eric va a tener razón y soy una meona. Cuando acabo, regreso al gimnasio y veo a las cacatúas junto a Flyn.

¿Qué le preguntarán al niño?

Con disimulo, me acerco sin que nadie me vea y oigo que Flyn dice:

—Las tortillas las ha hecho Judith, que es española.

Vaya, al final le están sacando la información que quieren, pero mi gesto cambia cuando oigo que una pregunta:

—¿Y quién es tu papá o tu mamá, él o ella?

¡¿Cómo?!

La sangre se me calienta.

Me entra el calor latino. Ese que mi padre dice que debo controlar.

Dios mío, dame paciencia y saber estar, ¡o me las como!

¿Cómo pueden preguntarle eso a un niño?

Él se queda callado. No sabe qué responder y yo, dispuesta a zamparme a todas ésas sin dejar ni una miguita, me acerco al grupo como una loba en defensa de su cachorro e, inclinándome hacia Flyn, que me mira con expresión extraña, pregunto:

—¿Qué pasa aquí, cariño?

Las cacatúas se quedan calladas, se cortan, pero la repija se lanza y dice:

—Le preguntábamos al niño quién era su padre biológico, si tú o tu marido.

Opción uno: el guantazo se lo doy sí o sí.

Opción dos: le arranco la cabeza y la encesto en la canasta del fondo.

Opción tres: no hay opción tres.

Flyn, que me va conociendo, al ver mi cara va a responder, cuando yo lo miro y digo:

—Calla, cariño, ya respondo yo. —Y, sin moverme de su lado, le pido—: Corre, ve a llenarme un vaso de Coca-Cola, que la voy a necesitar, ¿vale?

Lo empujo con suavidad y, cuando veo que se aleja, me vuelvo hacia ellas con ganas de asesinarlas y siseo:

—¿No os da vergüenza preguntarle a un niño algo así? ¿Acaso os gustaría que a vuestros hijos los acorralara una pandilla de… de… para preguntarle cosas indiscretas? —Ellas se remueven incómodas. Saben que tengo razón y, dispuesta a todo, gruño—: Para vuestra información, os diré que la mamá de Flyn soy yo y su padre es mi marido, ¿de acuerdo? —Las mujeres asienten con la cabeza y, antes de irme, pregunto—: ¿Alguna pregunta indiscreta más?

Ninguna habla. Ninguna se mueve.

De pronto, siento que una mano coge la mía y me la aprieta.

¡Flyn!

Oh, Dios… ha oído lo que he dicho. Le sonrío. Él no sonríe y me alejo sabiendo que esto traerá más cotilleos.

Cuando llegamos a las mesas donde está la bebida, cojo dos vasos y los lleno de Coca-Cola. Le entrego uno a él y digo:

—Bebe.

El pequeño hace lo que le pido, mientras yo pienso qué decir rápidamente. Tras lo que ha oído, creo que le va a subir la fiebre y cuando se entere Eric, a mí me da un patatús. Pobrecito Flyn. Bebe mientras me mira con expresión extraña.

Vamos, Jud… Vamos… ¡Piensa…, piensa!

Al final, su mirada penetrante me angustia, dejo el vaso sobre la mesa y, apechugando con lo que he hecho, digo:

—Tú y yo sabemos que tu mamá es Hannah y lo será toda la vida, ¿verdad? —Flyn asiente—. Pues una vez aclarado eso, quiero que sepas que, a partir de este momento, y en especial ante las cacatúas esas que nos miran y a las que no les he partido la cara por respeto a ti, tu mamá soy yo y tu papá Eric, ¿entendido?

Él vuelve a asentir cuando el recién nombrado papá se acerca al vernos y pregunta:

—¿Qué ocurre?

Resoplo.

Qué situación tan incómoda. ¡Ya la he liado de nuevo!

Pero dispuesta a asumir la bronca que se avecina, respondo:

—Oficialmente, hoy quedas declarado papá de Flyn y yo su mamá.

Eric mira al niño y luego me mira a mí.

Flyn nos mira alternativamente a uno y otro.

Al sentirme taladrada por sus miradas, levantando las manos, digo:

—No me miréis así, que parece que me vais a desintegrar.

—Jud… —dice el niño—, ¿te tengo que llamar mamá?

Oh, Dios… Oh, Dios… ¿Por qué soy tan bocazas?

El pequeño tiene una madre, en el cielo, pero la tiene, y yo acabo de meter la pataza hasta el fondo.

Eric no reacciona. Sigue mirándome y yo respondo:

—Flyn, tú me puedes llamar como quieras. —Y, señalando a las mujeres, que no nos quitan ojo, digo en perfecto español para que Eric y él me entiendan—. Pero esas brujas zancudas, peludas y con cara de cacatúa, a partir de hoy, si quieren algo de ti, que primero vengan a hablar con tu mamá o tu papá, ¿entendido? Porque si yo me vuelvo a enterar de que te hacen preguntas indiscretas, como dice mi hermana Raquel, juro por la gloria bendita de mi madre que está en el cielo que voy a por el cuchillo jamonero de mi padre y les rebano el pescuezo.

Bebo Coca-Cola. Bebo o me da algo.

—Vale, pero no te enfades, tía Jud mamá.

Eric sonríe. Sorprendiéndome, sonríe. Acaricia la cabeza del pequeño y dice:

—Flyn siempre ha sabido que yo soy su papá para lo que necesite, ¿verdad?

Con una sonrisa, el crío asiente y, abrazándose a mi cintura, murmura:

—Y ahora sé que la tía Jud es mi mamá.

Los ojos se me llenan de lágrimas. Me emociono. ¡Qué blandita estoy!

Eric se acerca a mí y, sin importarle quién nos mire, me abraza, me besa en los labios y dice:

—Reitero una vez más que eres lo mejor que he tenido en mi vida.