Dos días después comienza la Oktoberfest, la fiesta de la cerveza más importante del mundo. Eric ha quedado allí con los amigos y la familia.
Cuando termino de vestirme, me miro al espejo. Parezco una campesina alemana con el dirndl, que es el traje típico, compuesto por falda larga, delantal, corpiño y blusa blanca. Divertida, empiezo a hacerme unas trenzas y, al mirarme al espejo, sonrío. Estoy convencida de que mi apariencia lozana a Eric le encantará.
Suena una llamada en la puerta de mi habitación y entra Flyn. Está guapísimo con sus pantalones cortos de cuero marrón, sus tirantes, el gorrito verde y la chaqueta de paño grisácea.
—¿Estás preparada?
—Pero qué guapo estás, Flyn.
El pequeño sonríe y yo, dándome una vuelta ante él, pregunto:
—¿Parezco una alemana así vestida?
—Estás muy guapa, pero te pasa como a mí, no tenemos cara de alemán.
Ambos nos reímos y, divertida por lo que ha dicho, me hago la otra trenza.
—Dile a tu tío que bajo en cinco minutos.
El crío sale despepitado de la habitación y, cuando termino de peinarme y me doy la vuelta, me sorprendo al ver a Eric apoyado en el quicio de la puerta.
Me mira… y luego dice con una sonrisa torcida:
—No sé cómo lo haces, pero siempre estás preciosa.
Se me reseca la boca.
Madre mía, qué pedazo de marido tengo.
Aquí el guapo, el precioso, el impresionante, el alucinante ¡es él!
Vestido con unos pantalones largos de cuero marrón oscuro, una camisa beige y unas botas marrones de caña alta está impresionante. Nunca imaginé que vestido de bávaro Eric pudiera estar tan sexy.
Por cierto, me gusta cómo le queda el cuero. Debo exigirle que se compre algo de ese material.
Cuando consigo reaccionar, repito la misma operación que segundos antes de hecho con Flyn. Me doy una vueltecita y, cuando vuelvo a mirar a Eric, sus manos ya están en mi cintura y me besa con aire posesivo.
Oh, sí… adoro esta intensidad.
Sin cortarme un pelo, me agarro a su cuello, salto y, rodeándole la cintura con las piernas, digo:
—Si sigues besándome así, creo voy a cerrar la puerta, echar el cerrojo y la fiestecita la vamos a organizar tú y yo en la habitación.
—Me gusta la idea, pequeña.
Nuevos besos…
Mayor intensidad…
—Pero ¿qué hacéis? —pregunta Flyn, sorprendiéndonos—. Dejad de besaros y vámonos de fiesta. Todos nos esperan.
Nos miramos y sonreímos.
Y al ver que el pequeño, con los brazos en jarras, no se mueve de la puerta esperando que nosotros salgamos, Eric me deja en el suelo y murmura:
—Esto no acaba aquí.
Divertida, asiento y corro tras Flyn, mientras sé que Eric sonríe y camina detrás de mí.
Dexter y Graciela nos esperan y están monísimos con sus trajes bávaros. Una vez estamos todos, nos despedimos de Simona, que se niega a acompañarnos, y subimos al coche.
Norbert nos deja lo más cerca posible de la explanada Theresienwiese, lugar donde se celebra la multitudinaria fiesta.
El tumulto es increíble y, sorprendida, le digo a Eric:
—¿Te puedes creer que esto me recuerda a la Feria de Abril de Sevilla? Estoy por gritar «¡Olé… torero…!».
Eric suelta una carcajada y yo añado:
—Eso sí, aquí vais vestidos de bávaros y bebéis cerveza y allí vamos de flamencos y bebemos rebujito.
Mi chico, feliz, me da un beso en la cabeza, mientras cientos de alemanes y extranjeros vestidos de todas las maneras posibles se disponen a divertirse entre música y litros y litros de cerveza.
Eric agarra mi mano con fuerza y con la otra sujeta a Flyn. No quiere perdernos a ninguno de los dos y, mirando a Dexter y Graciela, dice:
—Seguidme.
Caminamos entre la gente y me fijo en que las casetas llevan los nombres de las marcas de cerveza. Al llegar a una de ellas, el grandullón que hay en la puerta, al ver a Eric, nos deja pasar. Suena música. La gente canta, baila y bebe. Se lo pasan bien, ¡qué guay! Eric se para, mira a su alrededor y, cuando localiza lo que busca, seguimos andando.
—Esto está a reventar de gente —grito.
Él asiente y dice:
—Tranquila, nosotros tenemos nuestro sitio reservado todos los años.
Al fondo, entre el tumulto, de pronto veo a Frida y Sonia con el pequeño Glen en brazos, mientras Marta y Andrés bailan.
—Pero ¿quién ha venido? —grita Sonia al ver a su nieto.
Tras abrazarla, Flyn comienza a hacerle monerías a Glen, que le sonríe.
Frida, contenta de verme, me mira y exclama:
—Chicaaaaaaaa…, te pongas lo que te pongas te queda bien.
Yo sonrío con picardía y, acercándome a ella, respondo:
—Eso, más que a mí díselo a mi marido. ¿Has visto qué guapo está?
Mi buena amiga lo mira de arriba abajo y dice:
—La verdad es que sí, tu maridito tiene muy buena planta, pero mi Andrés también está muy guapo y… bueno… bueno… para guapo el que viene, y lo bien acompañado que va.
Sigo la dirección de su dedo y veo que Björn, en todo su esplendor, llega del brazo del caniche Fosqui y de otra rubia más. La gente los mira. La tal Agneta es muy conocida por salir en la televisión y pronto la rodean para pedirle autógrafos.
Al acercarse puedo ver que la otra rubia es Diana. Björn consigue arrancar a su chica de las garras de sus fans y cuando llegan hasta nosotros, tras darle un beso a él, intento ser amable con la presentadora.
—Hola, Agneta.
Ella me mira y, tras repasarme de arriba abajo, dice:
—Perdona, no recuerdo tu nombre, ¿cómo te llamabas?
—Judith.
—Ah sí, es cierto. —Y, volviéndose hacia su amiga, añade—: Ésta es Judith.
Diana asiente. Ya nos conocemos y, acercándose a mí, dice:
—Encantada de volver a verte, Judith.
Mi estómago se contrae al recordar lo que esta mujer sacó de mí aquella noche en el local de intercambio de parejas y, acalorada, respondo:
—Yo también estoy encantada.
De pronto, oigo que el caniche estreñido exclama:
—¡Eric! Qué alegría volver a verte. Ven, quiero presentarte a Diana.
La madre que parió a Fosqui.
¿Se acuerda del nombre de él y no del mío?
Esta tía si me gustaba poco, ahora menos.
Como si me leyera la mente, mi guapo marido las saluda a ella y a Diana, pero luego, inmediatamente se acerca a mí. Sabe lo que pienso. Por ello, me coge en brazos y, levantándome delante de todos, dice:
—Amigos, es el primer Oktoberfest de mi preciosa mujer en Alemania y me gustaría que brindarais por ella.
En ese momento, todos los alemanes, conocidos y desconocidos, que hay a nuestro alrededor levantan sus enormes jarras de cerveza y, tras dar un grito de guerra, brindan por mí. Yo sonrío y Eric me besa.
¡Se acabó mi mala leche!
Flyn quiere ir a montar en las atracciones y Marta y yo nos ofrecemos voluntarias para acompañarlo. Necesito que me dé el aire.
Cuando salimos de la carpa, la muchedumbre nos absorbe. Marta me mira y yo le indico que no se preocupe que voy tras ella. Cuando llegamos a una de las atracciones para niños, Flyn se monta encantado. Marta y yo lo esperamos.
—Madre mía, qué melopea llevan ésos. —Señalo a unos que van borrachos hasta las trancas.
Marta sonríe y responde:
—Tienen pinta de ingleses. ¿Sabes cuál habrá sido su problema? —Yo niego con la cabeza y Marta me aclara divertida—: Seguro que han intentado seguir el ritmo cervecero de algún alemán y lo que no saben es que la cerveza que se sirve en esta fiesta es mucho más fuerte de lo habitual. —Yo me río a carcajadas—. Pero si la jarra más pequeña es del tamaño de un libro, ¿qué te puedes esperar?
Entre risas, esperamos a que Flyn acabe y, cuando lo hace, corremos a un par de atracciones más. Cuando regresamos de nuevo a la carpa, Eric me guiña un ojo y Frida me coge de la mano y me hace subir a una de las mesas para cantar una canción típicamente alemana. Divertida, los sigo. Curiosamente, me la sé y Eric sonríe junto a su madre.
Cuando voy a bajar de la mesa, un hombre se acerca a mí y me ayuda. Me coge por la cintura y, cuando estoy en el suelo, dice sin soltarme:
—¿Sabes que eres una joven muy bonita?
Yo sonrío, se lo agradezco y me voy con mi grupo, pero al acercarme me paro y siento que la furia sube por todo mi cuerpo a borbotones al ver a Amanda frente a Eric.
¿Qué hace aquí Amanda?
¡Odio a esa maldita mujerrrrrrrrrrrrrr!
Me pica el cuello. Me rasco y maldigo en español, para que nadie me entienda.
De repente, ella me ve. Eric, al ver su gesto incómodo, mira y me ve también. Molesta, me doy la vuelta y me encuentro de frente con el hombre que segundos antes me piropeaba y que pronto me doy cuenta de que está como una cuba.
—Hola de nuevo, preciosa.
No le respondo y él insiste:
—Déjame invitarte a una cerveza.
—No, gracias.
Me doy la vuelta. Estoy cabreada, muy cabreada, cuando siento que alguien me coge de la cintura. Maldito borracho. Me inclino y lanzo un codazo hacia atrás para alejarlo de mí con todas mis fuerzas. Oigo una protesta y, al darme la vuelta, mi corazón se desboca al ver a Eric, que, encogido, me mira y gruñe:
—Pero ¿qué te ocurre?
Su reacción me indica que le he hecho daño.
¡Madre mía, qué bruta soy!
Me paralizo. Él se recupera, me coge con fuerza de la mano y, sin soltarme, me lleva hasta un lateral de la carpa. Cuando llegamos, dice enfadado:
—¿A qué ha venido darme ese codazo?
Voy a responder, pero no me deja e, inmediatamente, continúa:
—Si es por Amanda, es alemana y está en su derecho de venir a la fiesta. Y antes de que sigas echando humo por las orejas, o propinando salvajes codazos, déjame decirte que no se me ha insinuado, no ha intentado ligar conmigo y no ha hecho nada de lo que se tenga que avergonzar, porque valora su trabajo y sabe que no quiero que nos ocasione problemas. Ella en su momento lo entendió, ¿lo has entendido por fin tú?
No pienso decir nada.
¡Me niego!
No voy a contestar. Sigo molesta por haberla visto.
Eric espera… espera… espera y cuando veo que desespera, suelto:
—Vale. Entendido.
Su gesto se relaja. Me toca el pelo y murmura:
—Pequeña…, sólo me importas tú.
Me va a besar, pero yo me retiro.
—¿Me acabas de hacer la cobra, señora Zimmerman?
Su gesto, su voz y su risa, consiguen que finalmente yo sonría y responda:
—Ten cuidado, o la próxima vez te haré la víbora, ¿entendido?
Eric suelta una carcajada, me abraza y regresamos junto al resto de los amigos, donde me quedo sin habla al ver a Graciela sentada sobre las piernas de Dexter mientras él la sujeta y la besa. Vaya… creo que estos dos han vuelvo a beber cerveza de Los Leones.
Al verlos, Eric me mira y murmura:
—Aquí besa todo el mundo menos yo.
Su ironía me hace gracia y, volviéndome hacia él, me agarro a su cuello con actitud posesiva y, mirándolo a los ojos, le pido:
—Bésame, tonto.
No se hace de rogar. Me besa ante todo el mundo y su madre es la primera en brindar y beber un trago de cerveza.
No vuelvo a ver más a Amanda. Se ha escabullido.
Entrada la noche, la fiesta continúa. Björn se marcha con sus amigas y Marta con Arthur. Frida y Andrés se van con el pequeño Glen, que ya está cansado, y Dexter y Graciela se quieren ir a casa. Tienen prisa y yo sonrío al ver la cara de la chilena.
Eric, sin preguntar, llama a Norbert con el móvil y quedan en el mismo lugar donde nos dejó. Cinco minutos más tarde, Dexter y Graciela, acompañados por Sonia y Flyn, desaparecen y Eric murmura en mi oído:
—Creo que esta noche alguien lo va a pasar muy bien en nuestra casa.
Eso me hace sonreír.
Por fin, los dos le van a dar un gustazo al cuerpo y, si todo funciona bien, quizá se den una oportunidad.
Durante una hora, Eric y yo lo pasamos bien divirtiéndonos, hasta que le vibra el móvil y, tras leer el mensaje, me dice:
—Es Björn.
Nuestros ojos se encuentran. Nos miramos durante unos segundos y él añade:
—Está en un local de intercambio llamado «Sensations» y nos pregunta si nos apetece ir.
Mi cuerpo se calienta. Sexo. Y veo cómo mi chico no latino curva la comisura derecha de la boca y dice:
—Sólo iremos si tú quieres.
¡Uf, qué calor!
Acalorada como estoy ya por tanta bebida, esto directamente me abrasa.
Bebo de mi cerveza mientras Eric me observa. Me pongo nerviosa y, finalmente, pregunto:
—¿Estarán las dos mujeres que lo acompañaban?
Eric me mira. Ha intuido que el caniche y yo somos dos razas incompatibles y responde:
—Sólo Diana.
Saber que el caniche no estará me hace sonreír y entonces experimento un morbo increíble al ser consciente de que tres depredadores quieren jugar conmigo. Eric, Björn y Diana. Me gusta la idea.
El corazón se me acelera y Eric, al intuir lo que pienso, murmura elevando más mi calentón:
—Quiero ofrecerte. Quiero follarte y quiero mirar.
Asiento…
Asiento…
Asiento…
Y finalmente respondo con un hilillo de voz, mirándolo a los ojos.
—Lo deseo, Eric. Lo deseo mucho.
Mi chico sonríe. Teclea algo en el móvil y, segundos después, dice levantándose:
—Vámonos.
Lo sigo al fin del mundo, mientras mi cuerpo se revoluciona y mi mente piensa, ¡sexo!