10

Dos días después, mi cuñada Marta llama por teléfono y esa noche quedamos para salir de juerga con ella.

¡Guau, me apetece un montón!

En un principio, habíamos quedado Graciela y yo, pero al final los chicos se apuntan. No quieren que vayamos solas y, cuando llegamos a la puerta del Guantanamera, observo la cara de mi amor y sé que no es un acierto que esté allí.

Cuando entramos, veo que Anita, Marta con Arthur y unos amigos ya están bailando en la pista. Yo sonrío. Mira que le va ese bailoteo a mi cuñada la alemana. Eric la observa. Nunca la ha visto bailar así y, sorprendido al ver cómo se contonea, pregunta:

—¿Por qué pone esas caras mi hermana?

Divertida, la miro en el momento en que Marta nos ve y, soltando una carcajada, corre hacia nosotros con su novio detrás. Nos saludamos.

De pronto, me fijo en un chico que baila en la pista con Anita. ¿De dónde ha salido ese pedazo de bombón? Marta, al ver la dirección de mi mirada, cuchichea:

—Impresionante, ¿verdad?

Asombrada, asiento. Se trata de un morenazo increíblemente sensual.

—Lo hemos bautizado como Don Torso Perfecto.

—Telita cómo está el Don —murmuro.

—Se llama Máximo —susurra Marta.

—¿Y quién es?

—Un amigo de Reinaldo.

—¿Es cubano?

—No, argentino y está buenísimo, ¿verdad?

—Ya te digo.

Asiento. Negarlo sería una de las mayores mentiras del mundo. Bloqueadas, estamos observando cómo Anita baila salsa con el argentino, cuando de pronto Eric dice a mi lado:

—Tu bebida, Jud.

Al coger lo que me ofrece, veo en sus ojos que ha oído nuestra conversación y que está molesto.

Ay, mi niño, que se me pone celosón.

Sonrío. No sonríe.

Me acerco a él y, besándolo, murmuro:

—A mí sólo me gustas tú.

—Y Máximo —se mofa.

Al final, tras besuquearlo con insistencia, consigo que sonría y me bese. Durante el rato que el grupo charla, me doy cuenta de cómo Dexter y Eric se comunican con la mirada cuando pasa una mujer que les resulta atractiva. Me río. No me puedo enfadar. Yo también tengo ojos en la cara.

Eric paga una ronda de mojitos cuando suena una canción y casi todos gritamos:

—¡Cuba!

Sorprendido, Eric me mira. Yo comienzo a contonearme lenta y pausadamente al son de la música y observo cómo mi marido me escanea con su azulada mirada. El vestido corto que llevo le gusta, me lo compró él en nuestra luna de miel, y, tentándolo, digo:

—Ven. Vamos a bailar a la pista.

Mi chico arquea las cejas y niega con la cabeza.

Sólo le falta decirme «¡Ni loco!».

Estamos de regreso en Alemania y la naturalidad de sus actos en nuestra luna de miel parece haber desaparecido. Eso me apena. Me gustaba mucho el Eric desinhibido. Me observa con gesto serio y al ver que yo no paro de moverme, dice:

—Ve tú a la pista.

Deseosa de bailar y cantar la canción del grupo Orishas que suena, salgo a la pista con mis amigos y bailo junto a ellos. Nuestros movimientos son lentos y sensuales. La música entra en nuestros cuerpos y cantamos.

Represent, represent,

Cuba orishas underground de la Habana.

Represent, represent,

Cuba, hey mi música.

La pista se llena.

Todos bailamos la canción, mientras la cantamos a voz en grito y observo que Eric no me quita ojo. Me vigila. No está cómodo.

Llega mi amigo Reinaldo. Ve a Eric y corre a saludarlo. Ambos sonríen. Mi rubio le presenta a Dexter y Graciela y le señala dónde estoy yo. Reinaldo, con su gran sonrisa cubana, corre hacia la pista y, agarrándome por la cintura, comienza a bailar esa calentita canción.

Represent, represent,

Cuba orishas underground de la Habana.

Miro a Eric y me doy cuenta de que ese bailecito que nos estamos marcando no le está gustando un pelo. Rápidamente, me suelto y toda la pista comienza a saltar mientras cantamos.

Aprenderás que en la rumba está la esencia.

Que mi guaguancó es sabroso y tiene buena mezcla.

A mi vieja y linda Habana un sentimiento de mañana.

Todo eso representas,

¡Cuba-a-a!

El local entero jalea la canción y baila y, cuando termina, el Dj cambia de ritmo y yo vuelvo con mi marido, sedienta. Cojo el mojito y le doy un trago considerable.

—¿No bailas, cielo?

Eric me mira… me mira y me mira y al ver cómo sudo, pregunta, retirándome el pelo de la cara:

—¿Desde cuándo me gusta bailar?

Su respuesta es borde a tope, pero como no quiero discutir ni recordarle que en nuestra luna de miel bailó todo lo que quiso y más, se lo paso por alto y, agarrándole del cuello, murmuro:

—Vale, pues entonces, bésame. Eso te gusta, ¿verdad?

¡Sonríe por fin!

Me besa y disfrutamos de nuestro beso, pero de pronto Marta tira de mí, me lleva a la pista y comenzamos a bailar la Bemba colorá. El semblante de Eric vuelve a oscurecerse. Está claro que no le está gustando un pelo el Guantanamera.

Graciela nos mira y le hago una seña para que se nos una. No lo piensa y sale a la pista con nosotras, mientras menea las caderas. Dexter y Eric se miran y ambos resoplan.

¡Vaya dos!

Rápidamente se nos unen Reinaldo, Anita, Arthur, un par de amigos cubanos y Don Torso Perfecto.

Madre mía. De cerca, el argentino todavía está mejor.

Como no es la primera vez que voy a ese local, ya sé cómo bailan. Hacemos un corrillo y, en medio, pareja por pareja demuestran su gracia en el bailoteo calentito y sabrosón. Marta y yo nos movemos como dos locas mientras gritamos «¡Azúcar!».

Cuando la canción acaba, regreso junto a Eric. Vuelvo a estar sedienta y él, con gesto incómodo, me mira y pregunta:

—¿Va a ser así toda la noche?

Observo que Dexter le dice algo a Graciela y que ella pone los ojos en blanco. Vuelvo a mirar a mi chico no latino y pregunto, tras beber un enooooooorme trago de mi rico mojito:

—¿No te gusta el vacilón?

Esa palabra no la entiende y, al ver su cara, insisto:

—¿No te gusta la fiesta y el buen rollito que hay aquí?

Eric, o mejor dicho, Iceman, mira alrededor y, con su sinceridad aplastante, responde:

—No. No me va nada. Pero a ti sí, ¿verdad?

Tras acabarme el mojito, lo miro y, a pesar de que sé que le molesta, contesto:

—Ya tú sabes mi amol.

Las aletas de la nariz se le mueven.

Guauuuu, ¡excitante!

Luego, acercándome a él, murmuro:

—Me pones como a una Ducati cuando eres tan terrenal.

Pego mi cuerpo al suyo. Incluso con tacones le llego a la nariz. Eric no se mueve. Sólo me mira y yo empiezo a mover mi cuerpo lentamente al compás de la música. Noto su erección y, besándolo, pregunto:

—¿Quieres que nos vayamos a casa?

Asiente sin dudarlo y yo sonrío.

Cuando llegamos, son las dos y cuarto de la madrugada, nos despedimos de Dexter y Graciela y, cuando entramos en nuestra habitación, Eric sigue ceñudo.

Yo estoy algo perjudicá con los mojitos y, acercándome, digo:

—Oye, cariño…

Pero no puedo decir más.

Iceman me agarra entre sus brazos y, con una pasión que me deja sin habla, me besa y me devora. Me empotra contra la pared y, arrancándome las bragas, dice cerca de mi boca, mientras se desabrocha los pantalones:

—No me gusta que bailes con otros.

Me penetra de un empellón que me hace jadear.

—No quiero que vuelvas a ir a ese sitio, ¿entendido?

Su pasión me enloquece, pero tonta no soy. Me agarro con fuerza a sus hombros y, mirándolo, respondo sin perder la cordura:

—Mis amigos van allí, ¿dónde está el problema?

El semblante de Eric se torna de nuevo sombrío. Agarra mis caderas, me vuelve a apretar contra él y yo grito. Su profundidad me vuelve loca, ¡me encanta!, y sisea:

—No me gusta ese local.

Lo beso y, cuando separo mis labios de los suyos, contesto:

—A mí sí. Me lo paso bien y no hago mal a nadie.

—Me lo haces a mí —masculla, empalándome de nuevo.

Me falta el aire. Pero nuestro caliente juego me gusta y, deseosa de más, susurro:

—No, cariño. A ti nunca te haría mal.

Tras una nueva penetración, Eric jadea y murmura:

—Demasiados hombres mirándote.

—Pero sólo soy tuya.

Su boca vuelve a tomar la mía. Sus manos bajan a mi trasero. Me sujeta por él y me penetra una y otra vez. No descansa. Está furioso y su furia me encanta. Me abro. Me deleito con ese momento tan terrenal. Tan pasional hasta que mi cuerpo no puede más y, apretándome contra él, un placer intenso y adictivo sale de mí.

Eric, al notarlo, incrementa sus acometidas una y otra y otra. Se hunde en mí sin descanso hasta que un varonil gruñido me hace saber que ha llegado al límite.

Sin soltarnos, seguimos contra la pared. Nos encanta esa clase de sexo. Nuestras respiraciones están agitadas y, mirándolo, digo:

—Vaya, te ha excitado el Guantanamera.

Él me mira y, al ver mi sonrisa, al final sonríe también y dice, abrazándome:

—Me excitas tú, pequeña… sólo tú.

No vuelve a prohibirme nada. Sabe que no debe. Aunque ya me ha quedado claro lo que piensa del Guantanamera.

Esa noche, tras hacer de nuevo el amor como salvajes bajo la ducha, dormimos abrazados y muy… muy enamorados.

Los días pasan y Dexter y Graciela no avanzan.

Me tienen aburrida.

Björn llama para cenar con Graciela, ella acepta y Dexter no dice nada.

Pero ¿este hombre no tiene sangre en las venas?

Al día siguiente le pregunto a Graciela por su cita y, encantada, me comenta que Björn se comportó como un caballero en todo momento. Cero sexo.

Sinceramente, no me sorprende. Si algo tiene Björn, aparte de estar buenísimo, es que es un auténtico gentleman y un buen amigo de sus amigos.

El colegio de Flyn comienza. En su primer día de clase está nervioso. Durante el trayecto, Norbert y yo sonreímos al verlo tan feliz. Lleva en su mochila el regalo que ha hecho para su amiga especial Laura y está deseoso de dárselo.

Pero su expresión ya no es la misma cuando vamos a buscarlo por la tarde. Está triste y compungido.

—¿Qué ocurre? —le pregunto.

Con lágrimas en los ojos, mi pequeño coreano alemán me mira y murmura, con el regalo aún envuelto en sus manos.

—Laura ya no está en el colegio.

—¿Por qué?

—Me ha contado Ariadna que sus padres se han mudado de ciudad.

Ay, mi niño. Su primera decepción en el amor.

Qué pena. ¿Por qué el amor es siempre tan puñetero?

Lo abrazo y se deja abrazar mientras Norbert conduce. Beso su cabecita morena e, intentando buscar las mejores palabras que mi padre diría, consigo decir:

—Escucha, Flyn, entiendo que estés triste por no ver a Laura, pero tienes que ser positivo y pensar que ella, aunque no esté en este colegio, está bien. ¿O preferirías que estuviera mal?

El crío me mira, niega con la cabeza y dice:

—Pero ya no la volveré a ver.

—Eso nunca se sabe. La vida da muchas vueltas y quizá algún día te vuelvas a reencontrar con tu amiga.

Mi pequeño no contesta e, intentando que sonría, propongo:

—¿Qué te parece si vamos a comprarle algunos regalos a Eric? El sábado es su cumpleaños.

Asiente. Rápidamente, le indico a Norbert que se desvíe y nos lleve a una joyería donde sé que hay un reloj que a mi marido le gusta. Cuesta un pastizal, pero oye, ¡nos lo podemos permitir!

Cuando entramos en la joyería, a mí no me conocen, pero a Flyn y a Norbert sí y, cuando digo que soy la señora Zimmerman, sólo les falta ponerme una alfombra roja y tirar pétalos de rosa a mi paso.

¡Qué fuerte! Lo que hace el tener dinero.

Tras comprar el reloj y una pulsera de cuero negro que a Flyn le ha gustado para su tío, dejo que lo envuelvan todo para regalo y me entristezco al ver la carita de mi sobrino. No me gusta verlo tan triste, después de que el último mes haya estado tan feliz. Cuando subimos al coche, intento que sonría.

—¿Sabes que dentro de dos fines de semana participo en una carrera de motocross junto con Jurgen?

—¡Haaaala! ¿Sí?

Asiento y pregunto:

—¿Quieres ser mi ayudante?

El crío asiente, pero no sonríe y yo insisto:

—¿Qué te parece si el próximo fin de semana comenzamos tus clases con la moto?

Su expresión cambia y los ojitos se le iluminan.

Desde antes de nuestra boda, el pequeño quiere aprender a montar en moto y por eso le pedí a mi padre que aprovechara el verano y le enseñara primero a montar en bicicleta. Eso me facilitaría la tarea.

Pienso en Eric y se me abren las carnes. Sé que esas clases me traerán más de un dolor de cabeza, pero también sé que finalmente Eric aceptará. Mi chico prometió cambiar su actitud ante todos y ha de demostrarlo.

Flyn comienza a hacerme preguntas de la moto. Yo le respondo como buenamente puedo, hasta que me mira y dice:

—El tío Eric se enfadará, ¿verdad?

Quitándole importancia, lo beso en la cabeza y contesto, convencida de que tiene razón:

—Tú, tranquilo. Te prometo que lo convenceré.

Pero Flyn y yo acertamos. Esa tarde, cuando Dexter y Graciela se marchan para arreglar unos asuntos de su empresa, le hablo a Eric sobre el tema y se enfada.

—¿Y por qué has tenido que recordárselo? —me dice, desde el otro lado de la mesa de su despacho.

—Escucha, Eric —respondo, mirando la estantería con sus armas—. Flyn estaba destrozado por la pérdida de Laura y yo he pensado que…

—Has decidido que cambiara a Laura por una moto, ¿no?

Lo miro. Me mira.

Nos retamos como siempre con la mirada y añado:

—Antes de la boda le prometiste que aprendería a montar en moto.

—Sé lo que le prometí. Lo que no entiendo es por qué has tenido que recordárselo.

En eso tiene razón. Como siempre, he sido demasiado impulsiva. No pienso las cosas y así me va luego. Pero como no escarmiento, añado:

—Él me lo hubiera pedido igualmente. Dentro de dos fines de semana participo con Jurgen en una carrera y…

—¿Que vas a hacer qué?

Oh… oh… Mal rollito.

Frunce el cejo y noto que se tensa. Pero dispuesta a que cumpla lo que prometió en su día, aclaro:

—Te lo dije. Lo sabes desde hace un mes. Te dije que Jurgen me avisó de esa carrera y tú mismo me dijiste que te parecía bien que participase. ¿Por qué si no ordenaste que trajeran mi moto en tu avión?

Asombrado, me mira y pregunta:

—¿Yo lo ordené?

—Sí. Y si tienes menos memoria que Doris, la amiga de Nemo, ¡no es mi problema! —Y antes de que diga nada más, añado—: Pero bueno, eso ahora no importa, lo que importa es hablar de Flyn.

Eric me mira con el cejo fruncido.

—Comienza el curso escolar y no quiero que se distraiga de los estudios. Deja las clases de moto para la primavera.

—¡¿Cómo?!

—Jud, por el amor de Dios. A Flyn le da igual aprender ahora que dentro de un tiempo.

—Pero yo le he prometido que…

—Lo que tú le hayas prometido no es asunto mío —me corta con voz seca—. Además, la moto de Hannah o la tuya son muy altas para él. Habría que comprar una adecuada para un niño.

—Buenooooo… —resoplo.

Yo aprendí con la moto de mi padre y aquí estoy, ¡enterita!

—Mira, Jud, está claro que aprenderá a montar en moto, pero ahora no es el momento.

—Ahora sí lo es.

Tensión…

Mucha tensión.

—Jud… —sisea.

Sin amilanarme, respondo:

—Eric…

Llevaba un tiempito sin sentir esta sensación. Me mira con sus helados ojos de Iceman y mi estómago se contrae. Dios, ¡cómo me pone! Y cuando voy a decirle que no quiero discutir, suena el teléfono. Eric lo coge, me hace una seña y yo entiendo que es trabajo.

Espero cinco minutos para retomar la conversación, pero al ver que aquello se alarga, decido salir del despacho e ir a la cocina a tomar algo. Cuando entro, me encuentro con Flyn allí sentado. Vuelve a estar cabizbajo. Sostiene todavía el paquetito envuelto para Laura y al verme me mira y dice:

—No quiero que el tío y tú discutáis.

—No pasa nada, cariño.

—Pero he oído que el tío se ha enfadado.

—Se ha molestado porque ha recordado que yo voy a participar en una carrera de motos, no porque tú vayas a aprender —le miento y, al ver su carita, insisto—: No pasa nada, cielo, créeme.

—Sí, sí pasa. Os enfadaréis y tú te volverás a ir.

Al oír eso, sonrío. Mi pitufo gruñón me quiere y eso me llega al corazón. Por eso, sentándome en una silla a su lado, hago que me mire.

—Mira, Flyn, tu tío y yo nos queremos muchísimo, pero aun así somos tan diferentes en tantas cosas que nos va a resultar muy difícil no discutir. Pero aunque discutamos, eso no quiere decir que yo me vaya a ir, porque para que yo me vaya y te deje a ti y a él, tiene que ocurrir algo muy… muy… muy grave y eso no voy a permitir que ocurra, ¿de acuerdo?

El niño asiente. Lo cojo de la mano y hago que se siente sobre mis piernas. Todavía me sorprende haber conseguido esa cercanía y, cuando me abraza y apoya su cabecita en mi hombro, murmuro:

—Me encantan tus abrazos, ¿lo sabías?

Noto que sonríe y, durante más de cinco minutos continuamos así, sin hablar y sin movernos, hasta que él, mirándome de nuevo, dice:

—A mí me encanta que vivas con nosotros.

Ambos reímos y volviéndome a sorprender, añade, cogiendo mi mano:

—Ya que Laura se ha ido, quiero que el regalo sea para ti.

—¿Estás seguro?

Flyn asiente y yo cojo el regalo.

Abro el papel y sonrío al ver una pulserita hecha a mano con las piezas de un juego de las Bratz de mi sobrina, que, curiosamente, es de mi color preferido: ¡Lila!

—Es preciosa, ¡me encanta!

—¿Te gusta?

—Por supuesto que me gusta. —Y, poniéndomela, extiendo la mano y pregunto—: ¿Qué tal la ves?

—Te queda muy bien. Además, la hice de tu color preferido.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo dijo Luz y recuerdo que un día el tío también lo comentó.

Saber eso me hace sonreír y, dándole un beso, murmuro:

—Gracias, cariño. Me encanta el regalo.

—No discutas con el tío por mí.

—Flyn…

—Prométemelo —insiste.

Deseosa de que vuelva a sonreír, pongo mi pulgar junto al suyo y afirmo:

—Te lo prometo.

Me abraza con fuerza. Tan fuerte que hasta me hace daño en los hombros, pero no me quejo y, dispuesta a que ese niño sea feliz sí o sí, digo haciéndole cosquillas:

—Te voy a comer a besos, ¿sabes?

Él suelta una carcajada y yo, encantada, me río también, hasta que de pronto los dos somos conscientes de que Eric está en la puerta. Nos mira. Su mirada, como siempre, me impacta. Se acerca a nosotros y, agachándose para estar a nuestra altura, dice:

—Punto uno —eso me hace sonreír—, Judith no se va a ir de nuestro lado nunca, ¿entendido? —El crío asiente y Eric prosigue—: Punto dos, compraremos una moto para un niño de tu edad, así podrás comenzar las clases con Jud. Y punto tres, ¿qué te parece si ahora nos vamos de compras para que Jud sea la más guapa en la Oktoberfest?

Flyn parpadea, se tira a los brazos de su tío y después sale corriendo de la cocina. Yo todavía no entiendo nada. ¿Qué ha pasado? No me muevo cuando mi loco amor, arrodillado ante mí, murmura:

—Muy… muy… muy… muy grave tiene que ser lo que ocurra entre tú y yo para que te deje marchar, ¿entendido, pequeña?

Al escuchar eso, sonrío y pregunto:

—Has escuchado la conversación, ¿verdad?

Eric asiente y, acercando su boca a la mía, susurra:

—He escuchado lo suficiente como para saber que mi sobrino y yo estamos locos por ti y que ya no sabemos vivir sin nuestra morenita.

Me desarma…

Sus palabras derriban todas mis defensas…

Lo beso y, gustoso, responde. Le deseo desesperadamente y cuando mis manos lo agarran con más pasión, Eric me para y dice:

—Aunque lo que más deseo en el mundo en este momento es desnudarte y hacerte mía mil veces, ahora no puede ser.

Yo protesto.

Él sonríe y dice al ver mi cara:

—Flyn regresará en seguida para que nos vayamos de compras.

—¿De compras, adónde?

Una vez nos levantamos los dos, mi chico me besa… me besa… me besa y, cuando he perdido el sentido común por completo, dice, dándome un empujoncito en el trasero:

—Vamos, debemos ir a comprarte algo bonito para la gran fiesta de Múnich.

Horas después, en una tienda de lo más típica, nos encontramos con Dexter y Graciela. Al vernos, vienen a nuestro encuentro y me divierto comprando los trajes típicos bávaros. ¡Nos vamos de fiesta!