56

La madre de Eric resulta ser una señora chispeante y encantadora.

Durante la cena, ríe y bromea continuamente y me hace sentir como si nos conociéramos de toda la vida. Me cuenta anécdotas de Eric cuando era pequeño y él, horrorizado, la reprende pero sonríe. Me encanta ver cómo observa a su madre. Se nota que la quiere mucho y eso me hace inmensamente feliz.

El móvil de Eric suena y éste se levanta para atender la llamada. En ese momento, Sonia me mira y dice:

—Gracias.

—¿Por qué? —pregunto, sorprendida.

—Por hacer a mi hijo sonreír. Llevaba años sin verlo tan feliz y eso, a mí, que soy su madre, me llena el corazón de felicidad. Veo cómo te mira, cómo lo miras tú a él y me dan ganas de saltar de la silla y gritar como una posesa «¡Por fin! ¡Por fin mi hijo se deja querer!».

Emocionada y divertida sonrío y me acerco a ella.

—Ha sido un hueso duro de roer. ¡Te lo aseguro!

—¿En serio?

—Sí

—¿Mi Eric un hueso duro?

—Sí… tu Eric.

Sonia suelta una carcajada ante mis palabras.

—¡Ay, Jud…! Lo que no sé es cómo una chica tan simpática como tú lo aguanta. Eric tiene un humor de mil demonios. Bueno… me imagino que de eso ya te habrás dado cuenta tú. Cuando se le mete algo en la cabeza, no para hasta conseguirlo.

—En eso… te aseguro que ha ido a dar con la horma de su zapato. —Río, divertida.

Miro hacia Eric y veo que nos observa desde el fondo del restaurante y suspiro al recorrer con mis ojos su cuerpo. Está guapísimo con los pantalones oscuros y la camisa azul. Desde donde está me guiña el ojo y yo me siento estremecer. Lo deseo con toda mi alma.

—Jud, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro, Sonia.

La mujer mira rápidamente a su hijo y pregunta:

—¿Qué sabes de Eric?

Entiendo por dónde va y respondo:

—Sí te refieres a Flyn, a Betta y a su enfermedad, lo sé todo. Me lo explicó y lo sigo queriendo.

Sonia me agarra de la mano y siento que hace unos esfuerzos inmensos por no llorar. Veo la emoción en sus ojos pero se contiene. Asiente con la cabeza y bebe un poco de vino.

—Eric merece a alguien como tú. Una persona que lo quiera y lo comprenda.

—Es fácil quererlo. Sólo tiene que dejarse. —Sonrío.

La mujer me hace un gesto de comprensión con la cabeza y se acerca más a mí.

—La maldita Betta lo hizo sufrir mucho. Eric lo pasó muy mal y pensé que nunca lo volvería a ver sonreír por una mujer. Pero tú… tú eres su novia y yo, estoy tan feliz de verlo feliz, que me pasaría toda la noche dándote las gracias por quererlo.

Sonrío. Bebo un poco de vino y Sonia dice:

—Cada vez que recuerdo su agonía, me vuelvo loca. Descubrir al sinvergüenza de su padre y a su novia en la cama ese horroroso día fue terrible… terrible.

—Tranquila, Sonia…, tranquila —murmuro tocándole la mano al ver su emoción.

De pronto, reconozco a la mujer con la que Eric habla. Es la rubia que vi días antes en la oficina y con la que se marchó. Sonia mira también hacia donde yo estoy mirando.

—Madre mía —susurra—. ¿Qué hace ella aquí?

Observo que Eric la agarra del codo y le dice algo. Ella se suelta y comienza a caminar hacia nuestra mesa. La sangre se me espesa. No sé quién es esa mujer. Sólo veo el gesto ofuscado de Eric y me alarmo. De pronto, Sonia se pone de pie y pregunta:

—¿Qué haces tú aquí?

Eric llega al mismo tiempo que la joven y no lo deja hablar.

—Mamá, me da igual que este cabezón me mande a paseo otra vez. He venido a por él y no pienso regresar a Alemania sin él.

Sorprendida, miro a Eric mientras él se acerca a mí y me indica:

—Cariño, ésta es mi hermana Marta.

La joven rubia de cara aniñada me mira y sonríe.

—Hola, Judith… He oído hablar de ti, poco, pero bien. Por cierto, tú y yo tenemos que hablar sobre el cabezón de mi hermanito.

—¡Marta! —regaña Eric.

—¡Oh… Eric, cierra el pico! Que sepas que me tienes muy mosqueada.

—Chicos… chicos… no comencéis —pone paz su madre.

Con una sonrisa saludo a la joven, cuando Sonia me aclara:

—Marta es hija de mi segundo matrimonio. —Y mirando a su hija cuchichea—. Judith es la novia de Eric, ¿lo sabías?

Eric pone los ojos en blanco, yo me río y su hermana pregunta:

—¿Su novia?

—Sí, mi novia —aclara Eric.

—Pero ¿cómo puedes soportar a este gruñón?

—Masoquismo puro —respondo y todos ríen incluido Eric.

Tras unas risas que a todos nos relajan, Marta, sin dar tregua, mira a su madre y después a su hermano.

—Una vez hechas las presentaciones, ¿cuándo regresas a Alemania, Eric? Mamá y yo ya no podemos más con Flyn y la tata cualquier día lo estrangula. Ese crío nos va a matar a disgustos. Y luego está lo de tu operación. Tienes que operarte. Te dije que era necesario bajar la presión intraocular de tus ojos. ¿Qué pasa? ¿Por qué no regresas para poder hacerlo? Estoy segura de que tu novia entenderá que tengas que viajar, ¿verdad?

Hago un gesto afirmativo. Mi cara es un poema. Lo de la operación me pilla por sorpresa. No sabía que él estuviera retrasando esa operación por mí. Eso me enfurece y cuando Eric ve mi gesto murmura:

—¿Por qué eres tan bocazas, hermanita?

—Porque quiero seguir teniendo un hermano gruñón que vea mis caras de mala leche cuando lo regaño, ¿te parece bien?

—¡Dios…! Cuando te pones en plan doctora-habla-a-paciente me pones de los nervios.

—Más nerviosa me pones tú cuando te comportas como un cabezón. Y, por cierto, que sepas que ayer Flyn volvió a hacer una de las suyas en el colegio.

Eric resopla. Está incómodo con esa conversación.

—Hijo —añade su madre—, sigues sin querer meter a Flyn en un colegio interno. Sabes que yo amo a ese pequeño, pero su comportamiento es…

—¡Basta, mamá!

—Eh, tú… listo… a mamá no la hables así —suelta Marta.

Eric furioso mira a su madre y a su hermana.

—Soy mayorcito para decidir por mí y por Flyn.

—Perfecto —dice Marta—. Pues mueve tu culito, ve a Alemania y ocúpate de él. Porque si no, al final, seremos mamá y yo quienes decidamos qué hacer con él.

Eric blasfema. ¡Iceman ha vuelto!

De pronto, el buen rollo que había en la mesa se esfuma. Me quedo alucinada, viendo cómo esos tres se retan con la mirada. Al final, madre e hija se levantan de la mesa y, sin decir nada, se van. Eric, abre su móvil y lo oigo decir:

—Tomás… mi madre y mi hermana van a salir del restaurante. Llévalas al hotel. Nosotros regresaremos en un taxi.

Cuando cierra el móvil, me mira pero esta vez yo me adelanto:

—Estoy muy cabreada contigo.

Eric me mira… me mira… me mira y finalmente susurra:

—Escucha, Jud. Yo, mejor que nadie, sé lo que hago. En referencia a Flyn, sé que tienen razón. He de regresar a Alemania y ocuparme de él, pero no lo voy a meter en un internado. Hannah no me lo perdonaría, ni yo tampoco. Y en referencia a mí, tranquila, soy el primero que no se quiere quedar ciego, ¿entendido?

La palabra «ciego» me hace temblar.

De pronto vuelvo a ser consciente de que Eric, mi amor, el hombre al que adoro, tiene una terrible enfermedad y mis angustias regresan en tromba. Mi gesto se contrae y, cuando resoplo para contener mis lágrimas, él me coge de la mano.

—Tranquila, pequeña… estoy bien.

Asiento, pero no hablo o de mis ojos saldrán las cataratas del Niágara.

Eric me coge de la mano y tira de mí. Me levanto y me siento sobre sus piernas para abrazarlo sin importarme que la gente que hay a nuestro alrededor nos mire. Necesito sentirlo cerca. Necesito oler su aroma. Necesito tenerlo y, sobre todo, necesito hacerle saber que me tiene.

Quince minutos después, cuando yo me tranquilizo, Eric paga y salimos en silencio del restaurante. Cogemos un taxi y regresamos al hotel.

Una vez en la suite sigo en silencio. No tengo fuerzas ni para discutir y, cuando entramos en la habitación, Eric me coge de la mano.

—Escucha, Jud…

De pronto, una rabia incontrolable surge de mí y me suelto de él.

—No, escúchame tú a mí, maldito cabezón. En referencia a Flyn, me parece bien todo lo que elijas, es tu sobrino y tú mejor que nadie sabes qué has de hacer con él. Pero en referencia a tu enfermedad, si me quieres y quieres que lo nuestro continúe, haz el favor de regresar con tu familia a Alemania y hacer lo que tengas que hacer. —Las lágrimas me juegan una mala pasada y comienzan a correrme por las mejillas—. No sé por qué lo estás retrasando pero, si es por mí, te aseguro que yo estaré esperándote cuando regreses, ¿entendido? Tú me has concedido el título de tu novia y como tal te exijo que te cuides porque te quiero y quiero estar contigo muchos años. Si quieres, viajaré contigo. Estaré allí todo el tiempo que haga falta a tu lado. Pero, por favor, necesito saber que estás bien. Porque si a ti te ocurre algo malo… yo… yo…

Eric me abraza y yo me derrumbo.

—Lo siento, pequeña… lo siento.

De un empujón lo alejo de mí y grito, mientras soy testigo de su gesto serio y desesperado.

—¡Vete a la porra, por no decir algo peor! Si me quieres, sé consecuente con tus obligaciones y cuídate. Ésa es tu manera de demostrarme que me quieres.

Durante unos minutos, permanecemos callados mientras yo lloro y él me observa. Veo el dolor inmenso en su mirada, pero no puedo controlar mis puñeteras lágrimas. Finalmente tiende su mano hacia mí.

—Ven aquí, cariño.

—No.

—Por favor… ven.

—No… no quiero ir.

Finalmente se sienta en la cama, dispuesto a esperar a que se me pase la furia. Ya me va conociendo y sabe que es mejor darme un tiempo hasta que me tranquilice. Diez minutos después, me siento ridícula y, sin que él me diga nada, voy hasta él y me siento a horcajadas sobre sus piernas. Lo abrazo y me abraza. Permanecemos así un buen rato hasta que yo intento besarlo y él se retira.

—¿Me acabas de hacer la cobra?

Eric sonríe mientras siento que me agarra con más fuerza.

—Alguna vez tenía que ser yo quien lo hiciera, ¿no?

Al final sonrío y él se acerca a mí para besarme con dulzura, mientras siento que sus brazos me aprietan más y más contra él. Después se levanta conmigo y me posa sobre la cama. Me sube el vestido, me quita las bragas y, sin dejar de mirarme, se desabrocha el pantalón, que cae a sus pies junto a los calzoncillos.

Se tumba sobre mí, pone su pene en mi húmeda vagina y, mientras me coge ambas manos con las suyas, se sumerge lenta y pausadamente en mi interior.

Mi cuerpo se estremece y lo recibe con gusto, mientras yo me arqueo y cierro los ojos.

—Mírame, cariño. Lo necesito.

Su petición me hace abrirlos. Soy consciente de que necesita ver mi cara, mis ojos, mi rostro cuando se hunde de nuevo en mi cuerpo. Mi boca se abre para dar salida a un jadeo que Eric toma con su boca, mientras sale y entra una y otra vez e incrementa su ritmo para darme más y más placer.

—Fuerte… fuerte —exijo.

Eric me suelta las manos y me coge las caderas. Con posesión se hunde fuerte en mí y yo grito, me retuerzo de placer mientras lo miro.

—Sí, Jud… Sí, cariño.

Instantes después, tras varias portentosas embestidas, el orgasmo me llega justo en el mismo momento que a él y se derrumba encima mío. Permanecemos en aquella postura unos minutos, mientras recuperamos el resuello, hasta que Eric levanta el rostro y me mira.

—De acuerdo, Jud. Regresaré pasado mañana y me operaré. Pero necesito que comiences a pensar muy en serio que quiero que vivas conmigo y Flyn en Alemania. ¿Lo pensarás?

Asiento y lo abrazo.