A su regreso al palacio real de Vanis, Shail preguntó por Jack, pero nadie sabía nada de él. Sus esperanzas de que hubiera vuelto a la ciudad por su cuenta se desvanecieron.
Su preocupación aumentó cuando le dijeron que Victoria tampoco aparecía por ninguna parte.
—Tal vez se haya ido con Jack —murmuró, pensativo.
Gaedalu negó con la cabeza.
«Desapareció ayer por la mañana, después de desayunar», dijo. «No hemos vuelto a verla. Si hubiese ido con vosotros, la habríais visto».
Alsan frunció el ceño.
«Si esa muchacha está a vuestro cargo», añadió Gaedalu, adivinando lo que pensaba, «no deberíais dejarla tan suelta. Quién sabe si no se reúne en secreto con su amante shek».
Aquel comentario hizo que Alsan se quedase lívido de ira. Shail intentó calmar los ánimos.
—El sentimiento que hay entre ellos dos es sincero, Madre Venerable.
«Hablas igual que los celestes», rezongó ella. «¿Qué importa un sentimiento cuando el futuro de Idhún está en juego?».
—Puede que ese sentimiento haya salvado Idhún en más de una ocasión. En cualquier caso, ella no abandonaría a Jack. Si él está en peligro…
—¿Jack está en peligro? —dijo una voz a sus espaldas.
Victoria acababa de entrar, y los observaba, aparentemente en calma, pero con la preocupación pintada en sus ojos oscuros.
—¿Dónde estabas? —exigió saber Alsan.
Victoria le dirigió una mirada serena.
—No creo que sea asunto tuyo —respondió, con suavidad; se volvió de nuevo hacia Shail—. ¿Qué pasa con Jack? ¿Por qué no ha vuelto con vosotros?
—Si hubieses venido con nosotros, lo sabrías —replicó Alsan, cortante—. A no ser, claro, que lo que haga Jack haya dejado de ser… asunto tuyo.
—Alsan, ya tengo edad para tomar mis propias decisiones —replicó ella—, y no tengo por qué rendirte cuentas. Ya di explicaciones cuando tenía que darlas, y si a estas alturas todavía no confías en mí, entonces no tenemos más que hablar.
Alsan entornó los ojos.
—No —dijo, con frialdad—. No tenemos más que hablar.
Hubo un largo y pesado silencio.
—Luchamos contra los sheks en los confines de Shur-Ikail —informó entonces Alsan, con voz impersonal—. Ellos se retiraron al cabo de un rato, y nosotros fuimos tras ellos. Después, los dragones optaron por detenerse antes de quedarse sin magia, pero Jack continuó persiguiendo a los sheks. Lo perdimos de vista, y lo esperamos hasta bien entrada la noche, pero no volvió.
—¿Y lo dejasteis atrás? —dijo Victoria; su voz seguía siento tranquila, pero vibraba en ella un tono de ira contenida.
—Tampoco yo tengo por qué rendirte cuentas, Victoria —se limitó a responder él.
Ella lo miró un momento, y después dio media vuelta para marcharse.
—¡Vic! —la llamó Shail—. ¿A dónde vas?
—A buscar a Jack —replicó ella, sin volverse.
Shail fue tras ella, pero se topó con Covan en la puerta. Parecía agitado.
—Tenemos problemas, Alsan —dijo, y Shail se detuvo y lo miró, preocupado.
—¿De qué se trata? —preguntó Alsan—. ¿Más sheks?
—No, esto es algo más… insólito, e imprevisible. Que yo sepa, no había sucedido nunca antes. Nos enfrentamos a una invasión, y no precisamente de serpientes. Los gigantes abandonan Nanhai y penetran en nuestro territorio.
Reinó un silencio desconcertado.
—No puede ser —murmuró entonces Alsan—. Nuestras relaciones con Nanhai son buenas. ¿Por qué razón iban a invadirnos?
—No creo que vengan simplemente a saludar, Alsan. Se desplazan en grupos numerosos, y los gigantes son seres solitarios. ¿Para qué iban a reunirse tantos, sino para formar un ejército?
—No nos están invadiendo —dijo entonces Shail, de pronto—. Huyen de su tierra. Los terremotos deben de haberla hecho inhabitable.
Alsan lo miró fijamente. —¿Estás seguro de lo que dices?
—No del todo, pero casi. Estuve en Nanhai hace un par de meses. Ya entonces había gigantes que estaban teniendo problemas por culpa de los movimientos sísmicos, y la cosa se estaba agravando cuando me marché. La misma fuerza que hizo salir a Eissesh de su escondite está mandando al exilio a los gigantes.
Alsan inclinó la cabeza, pensativo.
—Acudiré a su encuentro —se ofreció el mago—. Hablaré con ellos, y comprobaré si tengo razón. Además, durante mi estancia allí hice algunas amistades… Sé cómo tratarlos.
Alsan lo miró un momento, dubitativo. Después, lentamente, asintió.
Jack había optado por cruzar las montañas por el aire. Se había desviado un poco hacia el oeste, para evitar los picos más altos, y ahora penetraba en Drackwen por el valle que se abría entre el monte Lunn y la cordillera. Tenía pensado, no obstante, recuperar su forma humana cuando se internase en Nangal. No quería llamar la atención de los sheks.
Sin embargo, el paisaje que se abría ante sus ojos le hizo dudar de que fuera buena idea.
El bosque de Alis Lithban, visto desde el aire, resultaba imponente y a la vez inquietante. Se había transformado en una inmensa y abigarrada selva que parecía cubrir todo el horizonte. Había extendido sus límites en todas direcciones, y sus lindes llegaban casi hasta el mismo pie del monte Lunn. Por fortuna, parecía que no seguía expandiéndose hacia el norte. Si la diosa seguía allí, tal vez hubiese decidido desplazarse en dirección al sur, hacia los pantanos de Raden. Hacia el este terminaría por topar con las montañas, y hacia el oeste estaba el mar.
Jack, inquieto, sobrevoló aquella enorme masa vegetal, y aún le pareció sentir el cosquilleo del poder de Wina en lo más hondo de su ser. Batió las alas para ganar un poco más de altura y siguió su camino.
Pronto descubrió que parte de Nangal había desaparecido bajo la vegetación, pero que la zona más cercana a las montañas seguía intacta. Descendió por allí, a una prudente distancia del límite del bosque, y se transformó en humano.
Prosiguió su viaje a pie, en busca del escondite de las serpientes. Sabía que el instinto lo guiaría hasta ellas.
Pero, cuanto más avanzaba hacia el este, siguiendo la línea de las montañas, más inquieto se sentía. En aquella dirección estaban los Picos de Fuego, y aquel lugar le traía malos recuerdos. Allí había estado a punto de morir a manos de Christian. Allí se hallaba la Sima, que era en realidad una Puerta interdimensional que conducía a Umadhun, el reino de las serpientes aladas.
¿Y si Gerde y los suyos habían regresado a Umadhun? Descartó aquella posibilidad. Sabía lo mucho que los sheks detestaban aquel mundo, y que solo volverían si no les quedaba otra opción. Y, por otro lado, los bárbaros no habrían podido seguirlos hasta allí.
Con todo, si la base de Gerde estaba cerca de Umadhun, no eran buenas noticias. Todavía quedaban serpientes allí; serpientes que podían acudir en ayuda de Gerde y los suyos si era necesario.
La noche lo sorprendió todavía lejos de su destino, pero no le preocupó. Buscó un lugar para dormir, al abrigo de unas grandes rocas, y montó allí un campamento improvisado. Al filo del tercer atardecer salió en busca de algo que cenar. La caza fue bien: encontró una colonia de washdans trepando por una pared rocosa, y solo tuvo que transformarse en dragón para volar hasta ellos y capturar un ejemplar.
No fue lo que se dice una gran cena, pero sació su hambre.
Cuando las lunas estaban ya altas en el cielo, Jack dejó que la hoguera se apagara, se acurrucó en su refugio y cerró los ojos.
Lo despertó, de madrugada, un extraño sonido, algo parecido a un gemido prolongado. Se incorporó, alerta, y prestó atención. Si no fuera porque parecía imposible, habría jurado que se trataba del llanto de un bebé.
Se puso en pie, en tensión. Llevaba ya bastante tiempo en Idhún, pero no el suficiente como para conocer a todas sus criaturas. Tal vez existiera algún animal que emitiera un sonido semejante.
O tal vez fuera de verdad un bebé. En cualquier caso, tenía que averiguarlo.
Se deslizó como un fantasma por entre los peñascos, bajo la luz de las tres lunas, guiándose por aquel sonido que parecía un llanto.
Por fin alcanzó su objetivo: una grieta en la base de la montaña, que otra persona había estado utilizando como refugio. Se ocultó entre las sombras y observó la escena con atención.
Era un bebé que lloraba, ahora ya estaba seguro. Había alguien con él, una sombra que lo acunaba y trataba de consolarlo, casi con desesperación. No daba la impresión de estar muy preocupado por el estado del bebé, sin embargo. Más bien quería que se callara para que no delatara su presencia.
Demasiado tarde, pensó Jack, frunciendo el ceño. El desconocido le hablaba al bebé, pero en una lengua plagada de siseos y silbidos: la lengua de los szish.
Jack se preguntó qué haría un szish tan lejos de los demás, y por qué cargaba con un bebé. Pensó también, por un momento, que, aunque su idioma resultase incomprensible, puesto que los szish hablaban una lengua propia que no era ninguna variante del idhunaico, sus bebés lloraban igual que los bebés humanos.
De pronto, el szish volvió la cabeza hacia él. Sus ojos relucieron un instante en la penumbra, y Jack supo que lo había detectado. Como seguía bien escondido, y no había hecho ningún ruido, supuso que el calor que emitía su cuerpo lo había delatado.
El hombre-serpiente dejó al bebé en el suelo, sobre unas mantas, y se encaró hacia él, extrayendo una espada corta del cinto.
Jack salió de su escondite y sacó a Domivat de la vaina. Su fuego iluminó la escena, y el joven aprovechó para echar un vistazo al bebé, que seguía llorando. Agitaba en el aire dos manitas sonrosadas… sin escamas.
«Es humano», se dijo.
El szish se había quedado paralizado de miedo al ver el fuego de la espada. Pero, sacando fuerzas de flaqueza, se abalanzó hacia él con un agudo grito. Jack interpuso a Domivat entre ambos y lo desarmó sin muchos problemas. Finalmente, lo hizo caer a sus pies, como un fardo.
—¿Quién eres? —exigió saber—. ¿Qué pretendes hacer con ese niño?
El szish le respondió algo en su propia lengua. Jack se dio cuenta de que probablemente no entendía el idhunaico. Era evidente, no obstante, que estaba aterrorizado. Ningún szish se habría arrojado de forma tan imprudente contra un adversario con una espada de fuego. Intrigado, Jack acercó el filo de Domivat al rostro del szish, que gritó de miedo. No sabía gran cosa acerca de los hombres-serpiente, pero aquel le pareció muy joven.
—¡Pero si eres solo un crío! —exclamó, sorprendido, y lo soltó.
El szish retrocedió un poco, arrastrándose, y masculló algo. Jack aguzó el oído.
—¿Cómo has dicho?
—No… crío —dijo él, mostrando evidentes dificultades para pronunciar cada palabra—. Catorce añosssss.
—¿Tienes catorce años? Pues eres un niño entonces.
Luego recordó que el era aún más joven cuando se unió a la Resistencia, y sacudió la cabeza, perplejo. El tiempo pasaba muy deprisa y, a la vez, tenía la sensación de que habían transcurrido siglos desde entonces.
—¿Cómo te llamas? ¿Qué estabas haciendo con ese bebé?
El szish negó con la cabeza, desconcertado. Jack envainó la espada y lo señaló con un dedo.
—Tu nombre —repitió lentamente—. ¿Cómo… te… llamas?
El otro le dedicó un siseo amenazador. No obstante, Jack vio el miedo en su mirada, un miedo mucho más profundo del que pudiera provocarle una espada de fuego o, incluso, un dragón. Siguió mirándolo fijamente, hasta que el szish claudicó y dejó caer los hombros.
—Assssher —dijo.
—¿Assher? ¿Te llamas así?
El szish se señaló a sí mismo.
—Nombre. Asssssher —siseó.
El bebé seguía llorando desconsoladamente, y Jack no lo soportó más. Dejó de prestar atención al szish y acudió a su lado.
Assher hizo ademán de detenerlo, pero al final no se movió. Contempló, impotente, cómo Jack tomaba al bebé en brazos y lo observaba con preocupación.
—¿Qué le has hecho? ¿Por qué llora?
Assher lo miró sin entender. Jack señaló a la criatura.
—Bebé. Niño pequeño. Crío —dijo—. ¿Qué le pasa?
—Crío llora —dijo Assher—. No sssé.
—¿No sabes por qué?
—Hambre… creo.
Jack escudriñó la carita del bebé, buscando alguna pista. Descubrió entonces las vetas pardas que marcaban su piel.
—Un bebé bárbaro —musitó, sorprendido—. ¿Es esta la niña Shur-Ikaili que secuestró Gerde?
Se volvió hacia Assher, con ojos relampagueantes.
—¿Qué habéis hecho con ella? —exigió saber—. ¿Para qué la quería Gerde? ¡Responde!
—¡Gerde! —repitió Assher, y en su voz había un tono de profunda adoración, pero también un miedo cerval—. Gerde quiere Saissssh. —Dijo, y señaló a la niña.
—¿Saissh? ¿Es así como se llama? ¿Y a dónde la llevabas, Assher? ¿Qué querías hacer con ella?
—Bárbarossss vienen —susurró Assher—. Quieren Saissssh. Yo llevo Saisssh con ellossss.
Jack dejó de acunar a la niña y lo miró, incrédulo.
—¿Quieres devolverla a los bárbaros? ¿Por qué razón? ¿Lo sabe Gerde?
—Gerde no ssssabe —murmuró Assher.
—Comprendo. Eres un traidor.
—¡No traidor! —exclamó el szish, molesto.
Jack lo contempló, desconcertado. Assher no dominaba el idhunaico, y estaba claro que no encontraría palabras para explicar sus motivos, que, de momento, resultaban bastante incomprensibles. Pero él debía de saber por qué quería Gerde a aquel bebé. Convenía mantenerlo con vida, y retenerlo cerca.
—Pero quieres devolver a la niña a Shur-Ikail —dijo, con suavidad—. Te acompañaré a devolverla. Iré contigo —añadió, para asegurarse de que lo entendiera.
Assher lo miró con una desconfianza llena de antipatía.
—Lleva Saisssssh —dijo—. Tú sssssolo. Yo vuelvo.
Jack sacudió la cabeza.
—Ni hablar. Tú vienes conmigo. Eres mi prisionero.
Assher debía de conocer la palabra «prisionero», porque le dirigió una breve mirada, se puso en pie a la velocidad del rayo y echó a correr.
Soltando una maldición por lo bajo, Jack dejó de nuevo al bebé sobre las mantas y salió en su busca.
Lo alcanzó un poco más lejos, cuando estaba a punto de internarse en la espesura. Se arrojó sobre él, y ambos rodaron por el suelo.
—Ah, no, no te vas —le dijo, cuando logró reducirlo—. Me vas a explicar quién es Saissh, y para qué la quiere Gerde.
—No ssssé nada —ladró el szish, enfadado—. Esssstúpido ssssan-grecaliente.
Jack se contuvo para no atizarle. Lo agarró por la ropa y lo levantó con cierta brusquedad.
—Es un bebé, serpiente. Una niña pequeña, indefensa. Si Gerde le ha hecho daño…
—Gerde cuida Saisssh —replicó él—. Gerde quiere Saisssssh.
—¿Que le tiene cariño, quieres decir? —Lo soltó, perplejo—. Esa mujer no tiene sentimientos. ¿Cómo va a querer a un bebé? ¿Me vas a decir que de pronto se le ha despertado el instinto maternal?
Assher no entendió sus palabras, de modo que se limitó a dirigirle una mirada malhumorada.
—Es igual —gruñó Jack—. No sé para qué me molesto, si…
Se interrumpió, porque el szish se había incorporado, tenso como un muelle, y escuchaba con atención y con los ojos muy abiertos.
—¿Qué?…
—Saisssssh no llora —siseó el.
Cruzaron una mirada… y los dos, al mismo tiempo, se levantaron y echaron a correr, de vuelta al campamento de Assher.
Cuando llegaron, se detuvieron de golpe, sorprendidos.
Había alguien más allí, alguien que había tomado al bebé en brazos y lo mecía con suavidad. Assher estuvo a punto de abalanzarse hacia ellas, pero Jack lo retuvo a su lado, con firmeza.
Cuando la joven alzó la cabeza, sintió que el corazón se le derretía, como cada vez que ella le sonreía de aquella manera. No podía ser un espejismo.
—Victoria, ¿qué haces aquí? —le preguntó, con voz ronca.
—He venido a buscarte —respondió la muchacha—. Alsan y Shail regresaron sin ti…, y estaba preocupada.
—¿Y cómo has llegado aquí tan deprisa?
Victoria desvió la mirada hacia un peñasco cercano. En lo alto, hecho un ovillo, descansaba un pájaro haai.
Repuesto ya de la sorpresa, Jack acudió junto a ella, y la abrazó y la besó con ternura.
—Es una niña Shur-Ikaili —explicó—. Gerde la secuestró y luchó por ella cuando los bárbaros quisieron recuperarla.
No mencionó que también Christian había estado involucrado en todo aquello. Victoria asintió, sin apartar la mirada del rostro del bebé. Había una expresión extraña en su rostro, dulce y anhelante a la vez… y algo parecido a una sombra de inquietud.
—¿Se la has arrebatado a Gerde? —preguntó ella.
—No; fue él quien, por lo visto, se la llevó de su lado —explicó Jack, señalando a Assher, que seguía mirándolos con desconfianza, un poco apartado—. Dice que quiere devolverla a los bárbaros, pero no ha querido, o no ha sabido, explicarme por qué, ni cuáles eran los planes de Gerde con respecto a ella.
Fue entonces consciente de que el szish seguía allí. Podría haber escapado, aprovechando la confusión del momento, pero seguía allí.
—Y me temo que ahora no puede volver con los suyos —añadió—. Parece ser que este bebé era muy importante para Gerde. Supongo que se pondría furiosa cuando desapareció, y que los está buscando a ambos.
Victoria asintió de nuevo.
—No paraba de llorar —dijo entonces Jack.
—Normal; tiene hambre, pobrecilla, y no sé qué darle de comer. He usado mi poder para calmarla un poco, pero eso no llenará el vacío de su estómago, me temo.
—¿Tu poder? ¿Cuánto poder, exactamente?
Victoria sonrió.
—Como para una curación leve. No le he concedido la magia, si es eso lo que quieres decir. No es necesario, porque esta chiquilla ya es una maga. Y el chico también —añadió, mirando a Assher.
Jack los miró a ambos, sorprendido.
—¿Cómo lo sabes?
—Gerde usó mi cuerno para ello —respondió Victoria simplemente—. Hay algo de mi esencia en ambos, aunque solo sea un poco.
Jack movió la cabeza, algo preocupado.
—No hay duda de que Gerde le está sacando partido a tu cuerno, Victoria. Entiendo que quiera tener a algunos magos szish entre sus filas, pero ¿por qué robar a una niña bárbara y otorgarle la magia?
Victoria no respondió. Jack se quedó mirándola un rato, pensativo. Había algo de tristeza en los ojos de ella.
—¿Piensas en Christian? —le preguntó, con suavidad—. ¿Crees que él sabe lo que trama Gerde?
—Es posible —asintió Victoria; alzó entonces la cabeza, decidida—. Si vamos a devolver a esta niña, hemos de hacerlo cuanto antes. Gerde no tardará en encontrarnos.
—Ahora ya no estoy seguro de que sea buena idea. Si la llevamos con los suyos, Gerde la encontrará de todos modos. Puede que lo mejor sea que nos la llevemos con nosotros, al menos hasta que averigüemos qué está pasando.
—Pero no puedo alimentarla, Jack. Y Gerde sí podía. Quiero decir, que la niña está sana, mírala. Es el szish el que no le ha dado de comer, seguramente porque no sabía cómo cuidarla, pero Gerde la trataba bien.
—En Vanissar hay mujeres que la cuidarán, Victoria. Y ahora que sé que Gerde se toma tantas molestias por ella, no me atrevo a devolverla. Shur-Ikail será el primer sitio donde la buscará. Cuando la encuentre, los bárbaros lucharán por conservarla, y Gerde los matará a todos. Pero ella no sabe que nosotros la hemos encontrado, así que podemos ocultarla.
Victoria lo miró un momento, dubitativa. Después, asintió.
—Muy bien; llevémosla a Vanissar, pues.
Emprendieron el viaje de regreso casi de inmediato. Jack no se atrevió a transformarse en dragón, por si Gerde o los sheks lo detectaban, y tampoco podían montar todos en el pájaro haai, que solo soportaría a dos personas sobre su lomo. Jack sugirió dejar atrás a Assher, pero Victoria se opuso.
—Si lo encuentran, lo matarán, Jack.
De modo que avanzaron a pie.
La jornada siguiente fue larga y difícil. Avanzaron bordeando las montañas, protegidos por la sombra de los grandes picos de piedra. Era un trayecto duro y complicado, y más cargando con un bebé, pero les pareció más seguro.
Saissh seguía hambrienta, y Jack y Victoria no tenían la menor idea de cómo remediarlo. No tenían leche para darle, ni nada apropiado para su boquita sin dientes, aunque le dieron agua para beber, y eso pareció aliviarla, en parte.
Cuando el tercero de los soles se puso por el horizonte, estaban cansados y desanimados, y les parecía que no habían avanzado demasiado.
—Cuando crucemos las montañas y nos adentremos en Nandelt, me transformaré y regresaremos volando —prometió Jack.
Victoria no dijo nada. Dejó caer la cabeza sobre su hombro, agotada, mientras Saissh tironeaba de uno de sus bucles, tal vez para llamar su atención, tal vez porque se aburría.
Se habían acurrucado en torno a una hoguera que habían encendido a la entrada de una pequeña caverna. A una prudente distancia de ellos estaba Assher, que los miraba con desconfianza. No había hablado en todo el día, aunque Jack sospechaba que los escuchaba con atención y trataba de entender lo que decían.
Estaban ya medio adormilados cuando Saissh se echó a llorar otra vez.
Victoria se despertó de golpe y la acunó entre sus brazos, tratando de calmarla. Y lo consiguió, en parte. La niña dejó de llorar, pero parecía nerviosa, a pesar del cansancio.
—No se dormirá —murmuró Victoria—. Tiene demasiada hambre.
—Déjame a mí.
Jack la cogió en brazos y le hizo muecas hasta que consiguió que sonriera.
—Tal vez deberías cantarle una nana —sugirió Victoria.
—¿Yo? Qué va, canto muy mal.
—Eso no es verdad.
—Sí que lo es, y por eso nunca canto en público, a no ser que alguien me escuche a escondidas —añadió, lanzándole una mirada de reproche; Victoria sonrió—. Le contaría un cuento, pero ahora no se me ocurre ninguno. ¿Y a ti?
Ella se encogió de hombros. Se fijó entonces en Assher, que los observaba con atención.
—¿Conoces algún cuento para niños, Assher? —le preguntó.
—Victoria, si apenas conoce nuestro idioma…
El szish los miraba, desconfiado.
—Cuento para Saissssh —dijo, sorprendiéndolos a ambos—. Madressss sssszish ssssaben cuentossss para niñossss. Yo ssssé.
—¿Lo ves? —le dijo Victoria a Jack.
Aún receloso, Assher se acercó y se sentó junto a ellos. Alargó un dedo para acariciar la barbilla del bebé, pensativo. Probablemente estaba tratando de ordenar sus pensamientos, y de encontrar suficientes palabras para relatar la historia que tenía en mente.
—Cuento para niñossss —dijo—. Cuento de la Sssssombra Ssssin Nombre.
—Extraño título para un cuento infantil —comentó Jack, pero Victoria lo hizo callar.
Assher hizo varios intentos de comenzar a relatar su historia, pero terminó sacudiendo la cabeza, derrotado. Siguiendo un impulso, Jack se quitó su amuleto de comunicación y se lo entregó.
—Toma —le dijo—, póntelo. Con esto, hablarás nuestro idioma.
Assher lo miró, desconfiado, pero la sonrisa de Victoria pareció relajarlo un tanto. Aún vacilante, se puso el colgante.
—¿Qué tal ahora? —preguntó Jack. Assher lo miró, un poco sorprendido, y volvió a contemplar el amuleto, con cierto respeto.
—Puedo hablar como lossss ssssangrecaliente —dijo, con cierta cautela.
—Con un acento atroz, pero sí —asintió Jack—. No sé por qué no se me ha ocurrido antes.
Assher le disparó una mirada llena de antipatía. Pero en aquel momento, el bebé empezó a hacer pucheros otra vez, y Jack lo meció de nuevo.
—No lloressss —dijo el szish—. El cuento essss bonito. Era mi favorito cuando era un niño.
Ni Jack ni Victoria dijeron una palabra. Pensativo, Assher empezó a hablar.
—Hubo una vez una Sssombra Ssssin Nombre. Vagaba por el mundo, sssola y confusssa. No sssabía de dónde venía, ni quién era, ni sssi había otrasss ssssombrasss como ella. Ssse había perdido.
»Había intentado hablar con lasss ssssombrassss que proyectaban lossss objetossss, pero eran sssombrasss muertassss que no resssspondían a sssusss preguntassss. «¿No habrá en el mundo nadie como yo?», sssse preguntaba la ssssombra.
»Por un tiempo, dessseó ssser como aquellassss ssssombrassss mudassss. Cualquier cosssa, con tal de esssscapar de la ssssoledad. Assssí que le preguntó a una roca ssssi podía sssser ssssu ssssombra. «Yo ya tengo mis tressss ssssombrassss», dijo la roca. «No ne-cesssito ninguna mássss». La Ssssombra Ssssin Nombre preguntó: «¿Y por qué?». «Porque hay tresss ssssolesssss», dijo la roca, «y por esssso todassss lasss rocasss hemossss de tener tresss ssssombras». La Ssssombra Sssin Nombre dijo que quizá hubiera otra roca con ssssolo dossss ssssombras, o inclusssso una, y que necesssitasssse una tercera sssombra. La roca le recomendó que preguntasssse al Amo de la Montaña, que conocía todas lasss rocasss del mundo.
»La Sssombra Ssssin Nombre busscó al Amo de la Montaña; pero, cuando por fin lo encontró, essste no fue nada amable con ella. «¿Qué hacesss tú aquí?», le preguntó, con una voz terrible que ssssonaba como cientossss de piedrasss rodando por una ladera. «Eressss ssssolo una sssombra, no puedesss dejarte ver bajo lossss ssssolessss. Tu lugar essss la ossscuridad de la que procedessss».
»El Amo de la Montaña assssussstó tanto a la Ssssombra Ssssin Nombre que essssta sssalió huyendo, y no volvió a acercarsssse a lassss rocassss. Asssí que continuó ssssu camino. Y un día ssse atrevió a acercarsssse a un árbol y preguntarle ssssi podía ssser ssssu ssssombra. «No lo ssssé», dijo el árbol, «puessss yo ya tengo missss tressss ssssombrassss, y no ssssé ssssi el Amo del Bosssque me permitiría tener una cuarta sssssombra». La Ssssombra Ssssin Nombre fue a ver al Amo del Bosssque, pero essste gritó al verla. «¡Vete! ¡Vete! ¡Largo de aquí! ¡No deberíassss exisssstir!». El Amo del Bossssque era terrible y poderossso, y la Ssssombra Ssssin Nombre esssscapó de allí, y no volvió a acercarssse a los árbolesssss.
»Pero el tiempo passsaba, y la Sssombra Sssin Nombre esssstaba cada vez mássss confusssa y perdida. Como tenía miedo de lassss rocasss y de lossss árbolessss, quissso esssscondersse en lassss profundidadessss del mar, y le preguntó a un pez ssssi podía sssser ssssu sssssombra. «No hay muchosss pecessss que tengan ssssombra», dijo el pez. «Ssssolo aquellosss que nadan en aguasss poco profundassss, donde puede llegar la luz de lossss ssolessss. Pero ellosss ya tienen todassss ssusss ssssombrasss». La Sssombra Sssin Nombre fue a ver al Amo del Mar. Y el Amo del Mar ssse sssorprendió mucho cuando la vio. «¡Ah, de modo que essstásss aquí!», dijo, y quisssso encerrar a la Sssombra en una prisssión húmeda y ossscura. La Ssssombra Ssssin Nombre, assussstada, huyó de allí, y no volvió a acercarssse al mar.
»Penssssó entoncesss que podía sssser la ssssombra de un ave. Lassss ssssombrasss de lasss avesss sson cambiantessss y esssquivasss, parecían tener una perssssonalidad propia, como ella. Asssí que le preguntó a un pájaro sssi podía sssser ssssu ssssombra. El pájaro no lo sssabía. Ni sssiquiera se había dado cuenta de que tenía tressss sssssombrassss. Losss pájarossss no ssse fijan mucho en essassss cossassss. De modo que la Sssombra fue a ver al Amo del Viento. Tenía miedo, pero le habían dicho que el Amo del Viento era un tipo ssssimpático. Cuando la vio, el Amo del Viento ssse burló de ella. «¡Eressss tan poca cosssa!», le dijo. «¡Ssssolo una ssssombra, no eressss nada, nada importante! ¡Y te hassss atrevido a presssentarte ante mí! Ah, ssssí, eressss muy graciosssa…». El Amo del Viento ssseguía riéndosssse cuando la Ssssombra ssse fue de allí. Tampoco volvió a hablar con lossss pájarossss.
»Sssse dijo que lossss ssssolesss eran los ressponssablesss de todo aquello. Ellossss creaban lassss ssssombrasss de las cosssasss y habían decidido que sssolo eran tressss. Quizá ellosss pudieran darle nombre o decirle de qué manera podría ssser como lasss otrasss sssombrasss.
»Pero los sssolesss le dijeron que debía hablar con el Amo de los Sssolessss, el máss poderossso y temible de todossss. Y la Ssssombra Ssssin Nombre sssse presssentó ante él.
»Nada mássss verla, el Amo de los Ssssoles montó en cólera. «¡Bassssura, basssura!, ¿qué esssstásssss haciendo aquí?». Trató de aplassstar a la Sssombra con sssu fuego abrassador, pero la Ssssombra esscapó. Y dessssde aquel día, dejó de sssalir a la luz de loss sssolesss.
»Una noche habló con lassss lunasss. Lassss lunassss también producían ssssombrasss, no tan nítidasss como lass sssombrasss diurnasss, pero ssssí másss bonitasss. Lasss lunasss le dijeron que hablara con el Amo de lasss Esstrellasss. La Sssombra Sssin Nombre estaba canssada, pero no ssabía qué otra cossa hacer.
»El Amo de lasss Esstrellassss no le gritó ni le inssultó. Ssse limitó a mirarla y a essscucharla. «Yo no quiero ssser una Sssombra Sssin Nombre», dijo ella. «Sssi sssoy la ssssombra de algo, quiero sssaber de dónde procedo, y por qué no esssstoy unida a essse algo, como todassss lassss demásss ssombrassss». «Ah», dijo el Amo de lassss Esstrellassss, «¿no lo entiendesss? Eresss la Ssssombra del Amo de la Montaña, del Amo del Bossssque, del Amo del Mar; eressss la Ssssombra del Amo del Viento, del Amo de lossss Ssssolesss, y del Amo de lassss Esssstrellasss. Pero losss Amosss no debemosss tener ssombrassss, y por esssso, tú no debesss exissstir».
»Y el Amo de lasss Essstrellasss brilló con tanta fuerza que sssu luz essstuvo a punto de dessshacer a la Sssombra Ssssin Nombre. Pero ella resssissstió, y huyó de allí… y fue a ocultarsse en lo máss profundo del mundo, lejosss de la sssuperficie, en un lugar donde nadie pudiera encontrarla.
»Allí quedó un tiempo, sssumida en la ossscuridad. Hasssta que un día topó con una criatura en uno de losss túnelessss. Era una ssserpiente.
»La Ssssombra Ssin Nombre no había hablado nunca con lassss sssserpientesss. Reptaban demasssiado cerca del ssssuelo como para tener una ssssombra grande, una sssombra en la que valiera la pena fijarsssse. Pero aquella sssserpiente ni ssssiquiera ssssabía lo que era una sssombra, puessss vivía en la ossscuridad, como ella, y nunca había vissssto la luz de losss sssolessss. Asssí, la ssserpiente y la Ssssombra Ssssin Nombre ssse hicieron amigasss. Y un día, la Ssssombra le preguntó a la ssserpiente sssi podía sssser ssssu ssssombra. «Claro que ssssí», resssspondió ella, «puessssto que nunca he tenido una ssssombra».
»Y, a partir de entonces, la Ssssombra Ssssin Nombre dejó de sssser la Ssssombra Ssssin Nombre, para convertirsssse en la Ssssombra de la Sssserpiente. Y dice la hisssstoria que, cuando la ssserpiente murió, la sssombra sssse había hecho tan fuerte a ssssu lado que ssssiguió exissstiendo, y dessssde entonces posssee la forma de una sssserpiente, no importa cuántosss ssssolessss la iluminen, ni a qué cuerpossss y objetossss sssse acerque.
Assher calló. Hacía rato que Saissh se había dormido, arrullada por la susurrante voz del szish. Jack y Victoria, en cambio, se habían cogido de la mano, y tenían el rostro pálido y la mirada perdida.
—¿Dices que es un cuento para niños? —murmuró entonces Jack, rompiendo el silencio—. Te equivocas, Assher. Es vuestro génesis. El origen de vuestra especie… y de vuestro dios.
El szish lo miró un momento, sin comprender.
—La Sombra Sin Nombre es el Séptimo, el dios sin nombre —explicó Jack—. Y los Amos son los otros Seis dioses. Sabíamos que siempre han estado enfrentados, que el Séptimo andaba buscando su lugar en el mundo y que tiene una curiosa afinidad con las serpientes, pero lo que no imaginaba… era que el Séptimo nació de los otros Seis. La Sombra de los Seis. Algo de lo que los dioses quisieron desprenderse, y que cobró vida de alguna manera. Assher le dirigió una mirada llena de odio.
—Essstúpido ssangrecaliente —escupió—. Tan arrogante como todosss los tuyosss. Nuesssstro diosss no esss una ssimple sssombra, ess tan poderossso como todossss vuessstross engreídosss diosssesss juntosss.
—Por supuesto que lo es —asintió Jack—, porque procede de todos ellos. No de uno, ni de dos, sino de los Seis.
—¿Para esssto me pidesss que cuente un cuento? —replicó Assher—. ¿Para insssultar a mi diosss y a nuesstrasss creenciass? No quiero ssseguir hablando contigo.
Se arrancó el colgante, con cierta violencia, y lo arrojó a sus pies. Después, volvió a su lugar, lejos de ellos, y allí se hizo un ovillo y fingió que dormía. Jack lo contempló un momento, pensativo. Le tendió la niña a Victoria, que la sostuvo con cuidado para no despertarla, recogió el amuleto de comunicación y volvió a colgárselo al cuello.
—¿De veras crees que ese cuento infantil es una especie de metáfora del origen del Séptimo, o lo has dicho solo para molestarlo? —preguntó Victoria.
—Lo creo de verdad. ¿Tú no has encontrado nada familiar en esa historia?
Victoria inclinó la cabeza.
—La referencia a la serpiente que vivía en las cavernas me ha recordado a Shaksiss, la serpiente legendaria que veneran los sheks —dijo, y acarició, casi sin darse cuenta, la piedra de Shiskatchegg—. Pero podría ser una coincidencia; no es tan extraño que Shaksiss aparezca en los mitos de los szish. Por otra parte, que esos malvados Amos sean precisamente seis tampoco tiene nada de particular. Para las serpientes, el seis es un número de mal agüero.
Jack rodeó sus rodillas con los brazos y apoyó la cabeza en ellas, pensativo.
—Es posible —admitió—, pero explicaría muchas cosas. ¿Recuerdas lo que te conté que me dijo Domivat, acerca del origen de los Seis? Bien, en un mundo donde solo hay un dios, este no encuentra competencia. Pero donde hay varios, tiene que encontrarse con límites y restricciones, a la fuerza. Mira a Wina; está expandiendo el bosque de Alis Lithban, pero llegará un momento en que tope con el mar, o con la montaña. Los dioses se contienen unos a otros, cada uno marca los límites de los demás. Por eso Um y Erna quisieron destruirse mutuamente; por eso los Seis destruyeron Umadhun con sus disputas.
»Después crearon Idhún, y para evitar que sucediera lo mismo, se alejaron de él… pero dejaron a los unicornios en su lugar para que siguieran moviendo esa energía que mantenía vivo al mundo. Y, sin embargo…
—… Sin embargo, eso no evitó que siguieran peleando, ¿verdad?
—No. Pero imagínate que tuvieran la posibilidad de extraer de sí mismos esa parte destructiva.
—¿Se puede hacer eso?
—Desde que comprendí la naturaleza de mi odio hacia las serpientes no ha habido un solo día que no haya deseado arrancármelo del corazón —replicó Jack, con una cansada sonrisa—. Pero claro, yo soy solo un dragón, y ese tipo de cosas están fuera de mi alcance. Sin embargo… si fuera un dios… si pudiera hacerlo… lo haría.
—«Los Amos no deben tener sombras» —recordó Victoria, con un estremecimiento—. ¿Quisieron ser solamente dioses creadores, y se «liberaron» de su parte destructiva, del odio, la oscuridad y todo eso?
—O al menos lo intentaron. Tal vez creyeron que habían acabado con ello, pero lo cierto es que, de alguna manera, dieron vida a un nuevo dios. Un dios que concentraba todo lo malo que había en ellos. Y desde entonces, por lo visto no han vuelto a pelearse entre ellos, así que supongo que sí tuvieron éxito en cierto modo. Pero ahora tienen que acabar con esa «parte mala» que se les ha rebelado. Por eso crearon a los dragones, y el Séptimo respondió creando a los sheks, o tal vez fuera al revés.
Victoria movió la cabeza, no muy convencida.
—¿Crees que no fue así? —preguntó Jack.
—No sé. Lo cierto es que yo tenía mi propia teoría, ¿sabes? Acerca del meteorito que cayó en Idhún en tiempos remotos. Pensaba que había traído consigo al Séptimo, que era un dios… «extraidhunita», por así decirlo. Por eso no pertenecía a este lugar. Pero tu versión lo hace tan idhunita como los otros Seis.
»Por otro lado, a mí los Seis me siguen pareciendo un tanto destructores. El Séptimo también es un dios creador, a su manera. ¿No creó a los sheks y a los szish, después de todo? Además, yo sigo sin ver que las serpientes sean completamente malvadas. Las cosas no son tan sencillas.
—Los unicornios dijeron que las serpientes eran la encarnación de todo lo malo —le recordó Jack.
—Eso fue hace mucho tiempo —protestó Victoria—, y además, puede que los dragones malinterpretaran sus palabras. ¿En serio crees que son tan malos? ¿Qué me dices de Christian, o de Sheziss, por ejemplo? Incluso Assher… míralo —añadió, señalando el lugar donde el szish dormía, o fingía dormir—. ¿Tan diferente es de cualquier chico humano? Si eres capaz de mirar más allá de su aspecto de serpiente, ¿qué ves en él?
Jack la miró largamente.
—No, no creo que ellos sean tan malos —dijo, con suavidad—, pero tampoco tan buenos como tú pareces creer. ¿No será que en el fondo tratas de justificar a Christian, de disculparlo por habernos dado la espalda para regresar con las serpientes?
—No, no es eso —se enfadó Victoria—. Y no cambies de tema.
De pronto, Jack se incorporó de un salto, sobresaltándola.
—¿Qué…? —empezó ella, pero se calló de pronto.
Había algo en el ambiente, una presencia tan poderosa que la hacía estremecer. Al mismo tiempo percibió otra cosa a través del anillo. «Christian», pensó, inquieta, y se incorporó también, estrechando a Saissh entre sus brazos.
Jack había desenvainado a Domivat y escudriñaba la penumbra. Assher, por su parte, se había despertado y retrocedía, alerta.
De entre las sombras emergieron dos figuras. La primera de ellas era esbelta y sutil como un rayo de luna. La seguía la inconfundible silueta de Christian.
Los músculos de Jack se tensaron al máximo pero, por una vez, no se debía a la presencia del shek. Era Gerde quien le transmitía una embriagadora sensación de peligro.
—Veo que habéis encontrado a mis dos fugitivos —comentó ella, con una sonrisa.
Assher dio un par de pasos atrás, pero la mirada de Gerde había capturado la suya como un imán. El szish temblaba violentamente cuando empezó a avanzar hacia ella, atraído por aquella mirada. Por fin cayó de rodillas ante el hada y le dijo algo en el idioma de los hombres-serpiente. Gerde le respondió en la misma lengua. Titubeando, Assher alzó la cabeza y la miró, como si no acabara de creerse lo que le había dicho. Gerde le tendió la mano y, lentamente, Assher se levantó y acudió a su lado, todavía temblando. El hada le acarició el rostro con una sonrisa.
—Ya he recuperado a uno —dijo—. Supongo que no tendréis la amabilidad de devolverme a la niña, y que tendré que perder el tiempo recobrándola por la fuerza.
Jack no respondió. Se había situado ante Victoria y Saissh, interponiendo a Domivat entre ellos y los recién llegados. Victoria, por su parte, cruzó una larga mirada con Christian. Pero no iniciaron ningún contacto telepático.
—Victoria —dijo Gerde—. Devuélveme a mi Saissh.
—¿Qué vas a hacer con ella? —exigió saber Jack.
Gerde lo miró como si no creyera lo que estaba oyendo.
—¿De veras crees que es asunto tuyo? —le espetó.
—No es tuya —replicó él— y, además, es solo un bebé. Si pretendes que forme parte de uno de tus retorcidos planes…
No terminó la frase, porque, súbitamente, algo tiró de él, una sensación que subió desde su estómago a su garganta y que lo obligó a dar varios pasos hacia adelante, con una sacudida. Luchó por resistirse, pero fue completamente inútil. La fuerza que tiraba de él era tan poderosa que era como tratar de oponerse a un río desbordado.
—¡Jack! —lo llamó Victoria, cuando se apartó de su lado. Pero no tuvo tiempo de retenerlo.
Cuando quiso darse cuenta, Jack había envainado la espada y estaba frente a Gerde, contemplándola, absolutamente embelesado, convencido de que jamás había visto una criatura tan hermosa. El hada sonrió con lentitud y le dirigió una mirada evaluadora.
—Un dragón —dijo—. Qué interesante. Sabes, desde que volví a la vida no he encontrado a nadie que estuviera a mi altura. ¿Crees que tú serías capaz de complacerme?
Por toda respuesta, Jack se abalanzó sobre ella, deseando estrecharla entre sus brazos. Gerde lo detuvo con un solo dedo.
—Calma —lo riñó—. Las cosas hay que hacerlas con un poco más de elegancia, ¿no crees?
Mientras Jack temblaba como un niño ante ella, Gerde deslizó la yema del dedo por su rostro, recorriendo cada uno de sus rasgos. Después, bajó el dedo por su cuello, hasta el pecho. Y, poco a poco, se acercó a él y lo besó.
Jack perdió el control y respondió al beso, apasionadamente. No era capaz de pensar en otra cosa que no fuera Gerde. Se había olvidado por completo de todo lo demás.
Victoria los contempló un momento y luego desvió la mirada hacia Christian. El rostro de él seguía impenetrable. Observaba a la pareja con cierta curiosidad, pero nada más.
Assher, en cambio, miraba hacia cualquier otra parte. No podía soportar ver a Gerde en brazos del dragón.
—No ha estado mal —comentó Gerde, separando a Jack de sí—. ¿Me besarías otra vez? —le preguntó, con cierta coquetería.
—Por supuesto —respondió Jack, con voz ronca, sufriendo en cada fibra de su ser la agonía de no estar ya en contacto con la piel de Verde—. Cada vez que me lo pidas.
—Porque eres mío, ¿verdad?
—Completamente —respondió él, muy convencido; seguía mirándola fascinado, como si no existiera nada más en el mundo.
—Demuéstramelo, dragón. Besa mis pies y jura que eres mío.
Jack se echó de bruces ante ella. La simple idea de contrariarla le parecía inconcebible. Gerde adelantó uno de sus pequeños pies descalzos, y Jack lo tomó entre sus manos, como si fuera un tesoro, y lo besó con devoción.
—Soy tuyo —susurró—. Lo juro.
—Qué encantador —sonrió el hada; miró a Victoria—. ¿Te importa que me lo quede?
Ella le dirigió una mirada llena de frío desprecio.
—No tengo derecho a decidir por él —dijo—. Ni yo, ni nadie. Y mucho menos tú. Jack no es un objeto, así que no vuelvas a tratarlo como a tal. Atrévete a retirar el hechizo y a preguntarle a él mismo si quiere marcharse contigo por propia voluntad. A ver qué te dice.
Gerde alzó una ceja.
—Como quieras.
Jack sintió, de pronto, como si pudiera respirar después de estar mucho rato bajo el agua. Sacudió la cabeza, aturdido y desorientado. Se vio arrodillado ante Gerde y se levantó de un salto. Retrocedió, con la mano en el pomo de la espada.
—¿Qué… qué me has hecho, monstruo? —gritó, con una nota de pánico en su voz.
—¿Lo ves? —dijo el hada—. Quiere matarme. De esta manera, solo conseguirá que lo mate yo a él, mientras que si lo tengo hechizado, por lo menos lo mantendré con vida mientras me resulte interesante.
Jack retrocedió un poco más. Con cada palabra de Gerde recordaba con más claridad lo que había sucedido apenas unos minutos antes, y la vergüenza cubrió su rostro de rubor; pero, al mismo tiempo, la rabia por haber sido utilizado lo ahogaba por dentro. Gerde lo había vencido sin luchar, lo había manejado como a un muñeco sin voluntad, lo había humillado. Sin mirar a Victoria, desenvainó la espada y masculló:
—Sí, quiero matarte, y lo haré, aunque tenga que morir en el intento.
Descargó a Domivat sobre ella, con toda su rabia, pero algo se interpuso. Un filo liso y frío como el hielo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —casi gritó Jack.
—No la toques, Jack —advirtió Christian, con calma—. Por tu propio bien.
Los dos sostuvieron la mirada un momento más. Todavía temblando de ira, Jack retiró la espada, con esfuerzo. Christian bajó la suya.
—Qué interesante —dijo Gerde—. El dragón lucha por su dama, la serpiente protege a la suya. ¿Qué dices, Victoria? ¿Dejamos que peleen hasta que muera uno de los dos?
Victoria volvió a mirar a Christian, pero los ojos de él estaban fijos en Gerde, y su expresión era indescifrable.
—No —dijo—. Sería una lucha cruel y sin sentido. Y no voy a permitirlo.
—¿Y cómo piensas evitarlo? —sonrió Gerde—. Verás… tal y como yo lo veo, el dragón tiene dos opciones: o me resulta útil, y vive, o no me sirve para nada, y muere. Si lo mantengo hechizado, tal vez…
—¡Ni hablar! —gritó Jack, tratando de disimular bajo una fachada de furia el pánico que sentía—. ¡No te atrevas… no te atrevas a volver a hacer nada parecido!, ¿me oyes?
—Entonces puedes entretenerme peleando contra Kirtash. Las luchas entre sheks y dragones son uno de los espectáculos más soberbios de Idhún. ¿Lucharías contra él? Lo estás deseando.
—¿Para entretenerte a ti? Ni lo sueñes.
—Bien; entonces no eres útil. Qué lástima —suspiró Gerde.
—¡No! —gritó Victoria, pero el hada ya había alargado la mano hacia él, y una fuerza invisible lo hizo caer a sus pies, con un grito de agonía—. ¡No! —chilló Victoria otra vez.
Trató de correr hacia Jack, pero un muro invisible la retuvo en el sitio, impidiéndole avanzar.
—¿Qué pasa? —dijo Gerde con frialdad—. ¿No querías que le preguntara a él? Pues entonces, no interfieras. —Se volvió hacia Jack, que se retorcía de dolor a sus pies, como si mil látigos lo estuviesen torturando a la vez—. ¿Qué me dices? ¿Serás útil?
—N… no —jadeó Jack.
Gerde sonrió. Con apenas un gesto, el dolor se intensificó, y el joven dejó escapar un alarido. Sin embargo, lo que más lo torturaba no era tanto el dolor que ella le estaba infligiendo como la certeza de que podía matarlo en cualquier momento, con un solo dedo.
—¡Déjalo en paz! —gritó Victoria—. ¡Tengo a la niña! ¡Si le pasa algo a Jack…!
—¿Qué? ¿La matarás? No tienes agallas, Victoria. ¿Matarías a un bebé para salvar la vida de tu amado?
Victoria la miró con repugnancia.
—Pensaba entregártela —replicó—. Pero, si haces daño a Jack, me la llevaré lejos y no volverás a verla. —La estrella de su frente empezó a brillar con intensidad—. No sé qué quieres de ella, pero la estabas cuidando, ¿verdad? Porque es importante para ti.
—Tal vez. ¿Me estás proponiendo un cambio?
—Si te devuelvo al bebé… ¿dejarías marchar a Jack? ¿Y cómo sé que puedo fiarme de ti?
Jack cerró los ojos un momento, agotado. El dolor había cesado, pero no tenía fuerzas para levantarse. Cuando los abrió de nuevo, dirigió una mirada a Christian, pero él continuaba impasible. «¡Traidor…!», pensó Jack, furioso. El shek le dirigió una breve mirada, pero no estableció contacto telepático con él.
Pese a ello, Jack siguió centrando sus pensamientos en Christian, insultándolo mentalmente, a pesar de que era Gerde quien lo mantenía atado a su poder, en apariencia sin el menor esfuerzo. Jack era consciente de ello y, tal vez por eso, le resultaba más sencillo volcarse en la rabia que sentía hacia el shek; porque no se atrevía a mirar a Gerde, porque el simple recuerdo de su nombre hacía que temblara de terror de los pies a la cabeza.
—No voy a matar al dragón —sonrió Gerde—. No necesitas saber por qué. No obstante, si no quieres que siga torturándolo…
—No quiero —replicó Victoria—. Lo sabes perfectamente.
De pronto, fue capaz de moverse. Respiró hondo y avanzó hasta situarse ante ella, con Saissh entre sus brazos.
—La niña por el dragón —dijo Gerde—. ¿Te parece un trato justo?
—¿Qué? —replicó Victoria, conteniendo la ira que sentía—. ¿Quieres añadir al lote otro cuerno de unicornio?
—Resulta tentador, pero… me temo que tengo otros planes para ti —sonrió.
Alzó la mano y acarició la mejilla de Victoria. La joven sostuvo su mirada sin pestañear, aunque por dentro se estremecía de un terror tan intenso como irracional.
—No te preocupes —ronroneó Gerde—. Conozco tu pequeño secreto, pero está a salvo conmigo. Me interesa conocer el final de esta historia. Tengo… un interés personal —añadió, con una seductora sonrisa—. Tú ya me entiendes.
Victoria retrocedió un paso, pálida.
—No —le advirtió.
Sintió de pronto los brazos extrañamente ligeros, y se dio cuenta entonces de que Saissh había desaparecido. Se le escapó una exclamación de angustia, pero enseguida la vio en brazos de Gerde.
—Gracias —dijo el hada, burlona—. Y dile a tu dragón que no es prudente contrariar los deseos de alguien como yo. Kirtash ya lo aprendió hace tiempo, ¿no es cierto? —añadió, dirigiendo una mirada a Christian—. Volveremos a vernos, Victoria.
La joven no dijo nada. Se había arrodillado junto a Jack y lo estrechaba entre sus brazos. Gerde les dio la espalda y se perdió entre las sombras, llevándose consigo a Saissh. Assher la siguió.
Christian, por el contrario, aguardó un momento.
Los tres cruzaron una mirada, Jack y Victoria en el suelo, el uno, agotado, en brazos de la otra, y el shek contemplándolos de pie, muy serio.
—Eres… un maldito traidor —jadeó Jack.
Christian dio media vuelta y se alejó, en pos de Gerde, pero aún oyeron su voz telepática en cada rincón de su mente:
«Manteneos al margen, o la próxima vez no tendréis tanta suerte».
Jack apretó los puños, furioso.
Cuando se quedaron solos, y el silencio los envolvió, Victoria lo abrazó con todas sus fuerzas y lo cubrió de besos y de caricias, sin acabar de creerse que estuviese vivo todavía. Jack correspondió a su abrazo, pero aún estaba dolorido, por lo que ella, acariciándole el pelo, dejó que su energía curativa fluyese hasta él. Jack cerró los ojos y se dejó llevar.
—Odio a esa mujer —gruñó—. La odio con todas mis fuerzas. Y por mucho que lo intento, no puede caerme bien la Sombra Sin Nombre. Visto lo visto, empiezo a lamentar que el Amo de los Soles no la triturara con su fuego abrasador…
Se calló, al notar que Victoria estaba llorando. Se incorporó un poco, como pudo, y la estrechó entre sus brazos.
—Tranquila —murmuró—. Quiero que sepas… que lo que has visto… con Gerde…
—Ya sé lo que he visto, Jack —sollozó ella—. No es por eso; no le des más vueltas.
Jack respiró hondo.
—Pero yo no quería tocarla —siguió tratando de justificarse—. Ni siquiera me gusta. Ella…
—Sé lo que Gerde es capaz de hacer —cortó Victoria—. En cierta ocasión la vi ejerciendo ese poder sobre Christian… y no fue agradable.
—No lo sabía —murmuró Jack; pero, por alguna razón, se sintió un poco mejor.
—Entonces lo que realmente me dolió fue la idea de que él nos hubiese traicionado a todos —prosiguió ella—. Fue poco después de que me… de que me torturaran en la Torre de Drackwen —admitió con esfuerzo—. Al ver a Christian con Gerde temí que hubiese cambiado de bando otra vez, y eso me hizo tanto daño… no te imaginas cuánto. No me duele que os sintáis atraídos por Gerde en determinados momentos, Jack. Pero odio que os utilice y que anule vuestra voluntad. Y en el caso de Christian, me da pánico la idea de que puedan volver a manipularle para que se vuelva contra mí… como entonces.
Cerró los ojos al rememorar el dolor que había sentido cuando el shek la había secuestrado para entregarla a Ashran.
—¿Por eso justificas a Christian? —dijo Jack—. ¿Crees que Gerde puede estar ejerciendo ese control sobre él?
—No… No lo creo.
—Y tienes miedo de que él te haya traicionado de verdad —adivinó Jack—. No porque esté con otra mujer, sino porque esa mujer es tu enemiga, alguien que te ha hecho mucho daño… y que podría volver a hacértelo.
Victoria se estremeció al recordar cómo Gerde la había torturado en la Torre de Drackwen y por poco había acabado con su vida.
—Sé que no me ha traicionado —dijo sin embargo—. Sé que está con ella por propia voluntad, pero aun así ha seguido protegiéndonos… protegiéndote. Si él no hubiese detenido tu espada, Gerde te habría matado. Y por eso sigo confiando en él. Odia que lo controlen y lo manipulen, y uniéndose a Gerde se arriesga a caer completamente bajo su dominio. Además, la mató para que no fuese un peligro para mí. ¿Entiendes? Si ahora lucha por ella, a pesar de todo, es porque debe de tener un buen motivo. Un motivo de mucho peso.
—Es una forma de verlo —gruñó Jack—. Pero a mí no me basta. Si Christian quiere que confíe en él, tendrá que explicarme cuáles son esos motivos de peso. No puedo confiar en él si él no confía en mí, y lo que es aún más importante: no puedo confiar en él si él no confía en ti.
Victoria no dijo nada. Jack detectó tal gesto de desconsuelo en su rostro que la abrazó para calmarla.
—No llores, por favor —le pidió—. Lo siento mucho.
—No es por ti, Jack, ya te lo he dicho —susurró ella—. Y tampoco es por Christian. Esta vez se trata de mí.
Jack calló, tratando de encontrar un sentido a sus palabras. Al final creyó entenderlo:
—Yo también he pasado mucho miedo —le dijo en voz baja—. Y es verdad, no sirve de nada que vuelque mi ira sobre Christian, o que trate de hacerme el valiente. He pasado mucho miedo.
Victoria enterró el rostro en su hombro, pero no añadió nada más.
Cuando llegaron a Vanissar, un par de días después, estaban agotados y sin ganas de hablar con nadie. Alsan salió a recibirlos, entre inquieto y enfadado.
—¿Dónde os habíais metido?
—Hemos tenido un encuentro con Gerde —murmuró Jack, con un suspiro de cansancio—. Mejor no preguntes.
—Claro que preguntaré —protestó Alsan—. ¿Crees que puedes abandonar el grupo y desaparecer durante días…?
—Alsan, por favor —cortó Jack—. Me duele la cabeza, estoy hecho polvo y a la vez tengo los nervios a flor de piel. Preferiría que hablásemos mañana, ¿te importa? Yo me voy a dormir.
Alsan dirigió una breve mirada a Victoria, que estaba de pie, junto a Jack, y apenas había hablado.
—Antes de eso, hay algo que quiero comentarte —dijo—. Es importante…, y es privado —añadió, volviendo a mirar a Victoria significativamente.
—Estaré en la habitación —dijo ella.
Oprimió la mano de Jack con suavidad antes de marcharse. Alsan esperó hasta que desapareció escaleras arriba, y entonces condujo a Jack hasta un pequeño balcón, para hablar con más intimidad.
—¿Qué tenías que decirme? —preguntó el joven, algo más bruscamente de lo necesario. Todavía no se había repuesto de su encuentro con Gerde, y seguía de mal humor—, ¿Habéis encontrado más serpientes en otra parte?
—Puede que más cerca de lo que pensábamos —replicó Alsan, cortante—. Si no sabes de qué estoy hablando, tal vez Victoria pueda darte más detalles.
—¿Otra vez Kirtash? —Jack empezaba a impacientarse.
—Jack, estoy hablando en serio —cortó Alsan, con severidad—. Victoria está actuando de forma muy extraña últimamente. Se ha encerrado en sí misma y nos oculta cosas. ¿A dónde fue la otra noche?
—¿La otra noche? —repitió Jack; recordó entonces que, antes de ir a la batalla contra Eissesh, se había despertado de madrugada, y ella no estaba.
—Desapareció sin dar ninguna explicación, y lo mismo hizo al día siguiente, mientras estuvimos fuera. Nadie ha sido capaz de averiguar a dónde fue. ¿Lo sabes tú, acaso?
Jack negó con la cabeza, un poco desconcertado.
—Pensaba que vosotros dos no teníais secretos —dijo Alsan, con ironía—. Puede que tú no le concedas importancia, pero el hecho de que se reúna subrepticiamente con Kirtash me parece de todo menos inocente. Victoria ha pasado mucho tiempo con esa serpiente y puede habernos traicionado. ¿Eres consciente de eso?
—Victoria no nos traicionaría —protestó Jack—. Su relación con Kirtash…
—¡…Su relación con Kirtash es en sí misma una traición! —gritó Alsan.
—¿Desde cuándo? —replicó el joven en el mismo tono—. ¡Estamos hablando del mismo Kirtash que luchó junto a la Resistencia, que se enfrentó a Ashran a nuestro lado!
—Todo fue una maniobra para arrebatarnos a Victoria, ¿no lo habías pensado? Entonces yo estaba confuso y fui fácilmente manipulable; lo acepté entre los nuestros, pero eso no volverá a pasar. Jack, ¿no te das cuenta? Kirtash nos ha traicionado, y lo ha hecho ahora porque sabe que la voluntad de Victoria le pertenece. Ese era su plan desde el principio.
Jack sacudió la cabeza, estupefacto.
—Eso es absurdo.
—¿Lo es? Dime, ¿dónde está Kirtash ahora? ¿Qué te oculta Victoria?
Jack retrocedió un paso, confuso. No pudo evitar recordar que Gerde había jugado con él, y que Christian no había movido un solo dedo para evitarlo. Que el shek había demostrado ya en varias ocasiones que estaba de parte de Gerde… en cuyo interior habitaba el Séptimo, aquella Sombra Sin Nombre que había nacido de todo lo malo que había en el mundo.
Y que Victoria aprobaba su actitud o, al menos, la disculpaba.
—Estuvieron juntos en la Tierra, solos —le recordó Alsan—. ¿Por qué Kirtash no regresó con ella… con nosotros?
—Mira, yo confío en Victoria —concluyó Jack, ceñudo—. Hablaré con ella si eso va a hacer que te sientas más tranquilo, pero no creo que nos oculte nada. Si apenas te dirige la palabra es porque te lo has ganado a pulso: he visto cómo la has tratado desde que volvió de la Tierra. Seguro que, si fueras más amable con ella…
—¿Amable? Jack, nuestro mundo está al borde del colapso y tengo responsabilidades en mi reino; no puedo permitirme el lujo de ser amable.
El semblante de Jack se endureció.
—Pues tal vez deberías intentarlo —replicó, con sequedad—. Buenas noches.
Abandonó el balcón, y Alsan no lo retuvo. Sumido en ominosos pensamientos, Jack regresó a su habitación.
Se encontró con que Victoria estaba profundamente dormida. Seguramente había tenido intención de esperarlo, porque no se había cambiado de ropa. Por lo visto, debía de haberse echado en la cama, solo para descansar un momento, y el sueño la había vencido por sorpresa.
Jack no quiso despertarla. La cubrió con una manta, se desvistió y se echó a su lado, con un suspiro de cansancio.
Las palabras de Alsan seguían martilleando en su cabeza, pero trató de no prestarles atención.
Se despertó horas más tarde, sacudido por una pesadilla. En los últimos tiempos, las tenía muy a menudo. La de aquella noche tenía que ver con Gerde.
Lo inquietó comprobar, al despejarse, que Victoria se había marchado otra vez. Se recostó en la cama y se preguntó a dónde habría ido, y si solía hacer aquello a menudo. Ella nunca había mencionado aquellas escapadas nocturnas, por lo que parecía claro que no consideraba necesario comentarlo con él… ¿tal vez porque se trataba de un asunto privado? Jack dio media vuelta sobre la cama, buscando una posición más cómoda. Su relación con Christian era un asunto privado, pero, en cierto modo, Alsan tenía razón. Si el shek los había traicionado, si luchaba de verdad contra ellos, la relación de Victoria con él había dejado de ser un asunto privado. Para Victoria, podía suponer la diferencia entre ser una aliada y ser una enemiga. Y, por mucho que los unicornios fuesen neutrales, el simple hecho de mantener aquella relación, con uno y con otro, ya la hacía implicarse, para bien o para mal.
Jack tardó mucho en volver a dormirse, pero, cuando lo hizo, Victoria aún no había regresado. Y cuando despertó, a la mañana siguiente, ya se había levantado.
Lo supo porque había arreglado su lado de la cama, colocando la manta correctamente. Jack se incorporó, se vistió y fue a buscarla.
Encontró a Covan en la sala donde solían desayunar y, para no transmitirle su preocupación, le preguntó por todo el mundo, en general. Covan le contó que Alsan estaba en una reunión con unos embajadores de Nanetten; que Shail había partido dos días atrás en direccción al norte, para acudir al encuentro de los gigantes que habían invadido Vanissar; que Gaedalu había ido al templo de la ciudad, a visitar a los sacerdotes que lo mantenían, y que los Nuevos Dragones habían regresado a Thalis el día anterior. Y en cuanto a Victoria…
—Estaba terminando de desayunar cuando he llegado yo —le dijo—. Parecía que no se encontraba bien, como si estuviese enferma o hubiese dormido poco. También la he visto triste y preocupada. ¿Qué habéis encontrado en vuestro viaje, muchacho?
Jack inclinó la cabeza con un suspiro.
—Prefiero no hablar de ello.
—Como quieras —dijo Covan, y siguió dando cuenta de su desayuno.
—Alsan cree que Victoria es una traidora —dijo entonces Jack, sin poderse contener.
Covan lo miró.
—¿De veras? Bien, es el deber de Alsan velar por los intereses de su gente. Es normal que desconfíe de alguien que actúa de forma extraña o le oculta cosas. ¿Tú qué opinas?
—Yo creo que Victoria no está de acuerdo con Alsan en muchos aspectos —repuso Jack—, pero dudo que hiciera nada que pudiera perjudicarnos. Al menos, voluntariamente.
Covan sonrió.
—Estoy de acuerdo contigo, chico. No conozco muy bien a esa muchacha, pero sí sé que el otro día, cuando Alsan dijo que te habían dejado atrás, no dudó un momento en ir a buscarte. Alsan actuó como un buen líder, se preocupó de su gente y la llevó de vuelta a casa. Sé que Victoria comprendía su actitud en el fondo. Pero eso no impidió que fuera a buscarte. ¿Entiendes?
—Creo que sí —asintió Jack—. Voy a buscarla —añadió, levantándose.
Se despidió de Covan, salió de la habitación y reemprendió la búsqueda de Victoria.
La encontró en las almenas, contemplando el paisaje, pensativa. Se había cubierto los hombros con una especie de chal, y estaba blanca y con ojeras, como si no hubiese dormido. Detectó la presencia de Jack y le sonrió.
—Buenos días —dijo; su voz sonaba tranquila, pero cansada.
—Hola, Victoria —respondió Jack, situándose junto a ella.
No la besó, ni la abrazó, sino que mantuvo las distancias. Victoria lo notó, pero no hizo ningún comentario.
—Pareces cansada —dijo entonces Jack.
—Un poco.
—Eso te pasa por no dormir lo suficiente —dejó caer Jack.
Victoria se volvió para mirarle, con un brillo de advertencia latiendo en sus ojos oscuros. Pero él siguió hablando:
—Saliste anoche, ¿verdad? —dijo, de forma casual—. ¿A dónde fuiste?
Victoria desvió la mirada.
—A dar un paseo.
—¿De verdad? ¿Te encontraste con alguien?
—No tenía ninguna cita con nadie, si es lo que estás preguntando.
La voz de ella había sonado un tanto seca, y Jack lo notó. Comprendió que no había empezado con buen pie.
—Victoria, hay quien dice que eres una traidora —dijo, sin rodeos—. Si sigues actuando con tanto misterio, te vas a meter en líos, ¿sabes?
—No me asusta Alsan, Jack. Haré lo que tenga que hacer, con su aprobación, o sin ella.
Hubo un largo silencio. Por fin, Jack dijo, un tanto dolido:
—¿Tanto te cuesta confiar en mí? ¿Qué me estás ocultando?
Victoria se volvió hacia él, con los ojos muy abiertos.
—¡Jack! No creerás en serio que os estoy traicionando, ¿verdad?
El sacudió la cabeza.
—No, pero… es verdad que tienes un secreto. ¿Tan personal es que no puedes contármelo? ¡Incluso Gerde lo sabía! ¡Te dijo que conocía tu secreto! ¿Por qué ella puede saberlo, y yo no?
Victoria le dirigió una larga mirada, y Jack detectó que estaba asustada.
—No… no quería gritarte. Perdona.
Ella negó con la cabeza.
—No es por eso. Es que… no se lo he contado a nadie, Jack. A nadie. Gerde no debería saberlo, y es eso lo que me da miedo. Cuando me dijo aquello… —apartó la cabeza bruscamente, pero Jack vio las lágrimas brillando en sus ojos—. ¿Qué voy a hacer ahora?
—¿Contar conmigo, tal vez? —sonrió Jack, atrayéndola hacia sí para abrazarla.
—Sí…, supongo que es lo justo, porque también te incumbe a ti… aunque no sé hasta qué punto.
Jack se separó de ella un momento y la miró a los ojos.
—¿Qué te pasa, Victoria?
Ella se secó las lágrimas y sonrió. Cuando lo miró de nuevo había un nuevo brillo en su mirada, una chispa de alegría contenida. Y su sonrisa era cálida y serena.
—Que estoy embarazada, Jack. Voy a tener un bebé. Aquellas palabras sonaron en la mente de Jack como martillazos sobre un yunque. Se quedó inmóvil, sin ser capaz de reaccionar, y por un momento creyó que hasta su corazón había dejado de latir. Pero enseguida, un aluvión de confusos sentimientos inundaron su pecho.
—Pero, cómo… ¿estás segura, Victoria?
Ella asintió, sin una palabra.
—Pero… ¿no somos muy jóvenes? —pudo decir Jack.
—Haberlo pensado antes —replicó ella, con una sonrisa burlona.
—Esto… esto es… —farfulló Jack, todavía aturdido—. ¿Vas a ser madre?
La sonrisa de ella se hizo más amplia.
—Si todo sale bien, sí.
—Vaya… —sonrió Jack, tratando de asimilar la noticia—. No me extraña que estuvieras asustada. Yo estoy… no sé cómo estoy —confesó.
—No es eso lo que me asusta —dijo Victoria—. Hace tiempo que sabía que esto podía suceder, y estoy preocupada, claro que sí, pero a la vez estoy contenta. Quiero tener este bebé. Quiero que crezca dentro de mí, quiero darlo a luz y cuidarlo. Sé que soy joven, pero también era joven para luchar en una guerra, y, sin embargo, lo hice. Ahora tengo la oportunidad de traer vida al mundo, en lugar de muerte.
Jack la abrazó y la besó, impulsivamente.
—Tardaré un poco en hacerme a la idea —dijo—, pero quiero que sepas que no vas a estar sola. Te lo prometo.
Victoria se separó un poco de él, con un suspiro.
—Hay otra cosa que debes saber. Algo que no cambia las cosas para mí, pero que puede que sí altere… tu punto de vista en todo este asunto.
Jack la miró un momento… y comprendió. Fue como si una garra helada le oprimiese las entrañas, y trató de liberarse de aquella sensación.
—¿Quieres decir… que tu bebé no es hijo mío?
—No lo sé, Jack. Puede que sea tuyo, o puede que no. Pero si tú no eres el padre, solo hay otra posibilidad.
—Christian —murmuró Jack.
Victoria asintió.
—Ya te he dicho que para mí no cambia nada. En cualquier caso será el hijo de alguien a quien quiero con locura, y voy a recibir a este bebé con la misma ilusión y el mismo cariño. Pero…, bueno si resulta que Christian es el padre… no tendrías por qué hacerte cargo de él. Y no voy a pedírtelo.
Jack la contempló en silencio, tratando de ordenar sus ideas.
—¿Lo sabe él?
Victoria negó con la cabeza.
—Todavía no se lo he dicho, pero ahora que te lo he contado, hablaré con él en cuanto se me presente la oportunidad.
—¿Y cómo vas a saber…? —Jack no pudo terminar la pregunta, pero Victoria entendió.
—Creo que lo sabré cuando nazca el bebé y lo mire a los ojos. Sabré reconoceros en él a uno de los dos.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Es solo una intuición, pero creo que es correcta.
Jack no dijo nada. Siguió pensando, asimilando todo aquello.
—Te he dicho antes que para mí no cambia nada —añadió Victoria—, y es verdad. Pero lo que pasó el otro día puede que sí cambie algo.
—¿El hecho de que Christian te ha abandonado por Gerde? —dijo Jack, con cierta sorna.
—No —negó Victoria—. El hecho de que Gerde lo sabe. Y me dejó marchar justamente por eso. Dijo que tenía un interés personal, y sé a qué se refiere. No puedo saber qué clase de criatura nacerá de mí, pero si hereda mis poderes… y también es hijo de Christian, y posee parte del alma de un shek…
—Pertenece a la Séptima diosa, en parte —entendió Jack—. De modo que esperará a que des a luz, y si resulta que es medio shek, o un cuarto de shek, y encima posee algo del poder del unicornio…
—Tratará de quitármelo.
—Es una buena forma de saber quién es el padre —comentó Jack—. Si Gerde no se lo lleva, entonces es que… perdona —se cortó, al ver que ella se había puesto triste de nuevo—. Soy un bruto. No debería haber dicho eso. Es solo que… bueno, todo esto es nuevo para mí, y además…
—Sabía que no encajarías bien la posibilidad de que vaya a dar a luz a un hijo de Christian —dijo Victoria—. Y lo entiendo perfectamente…, es normal.
Jack sacudió la cabeza.
—Bueno, pero en mi caso no debería serlo. He aceptado que le quieres igual que a mí, así que debería estar preparado para afrontar todas las consecuencias. Es solo que…
No fue capaz de continuar. Victoria le dirigió una sonrisa cansada.
—No todos somos capaces de anteponer la racionalidad a las emociones, Jack —le dijo, con suavidad—. No todos somos sheks. Jack suspiró.
—Necesito un poco más de tiempo.
Victoria asintió. Jack le oprimió el brazo, con cariño, y volvió a entrar en el edificio. Ella se abrigó un poco más y dejó resbalar su mirada por los tejados de la ciudad que se extendía a sus pies.
—Supongo que a estas alturas ya sabrás que fue una estupidez —suspiró Gerde.
Assher no dijo nada. No fue capaz. Se había inclinado ante ella, temblando de miedo, y no osaba mirarla a los ojos.
—¿Qué pretendías hacer con la niña, Assher? ¿Por qué la entregaste al dragón y al unicornio?
—No sabía quiénes eran —juró Assher—. Quería devolverla a los bárbaros. Quería devolverla porque…
No pudo continuar. Gerde suspiró de nuevo y se inclinó junto a él. Dejó caer una mano sobre el hombro del muchacho y le acarició suavemente la mejilla con los dedos.
—¿…estabas celoso, acaso? ¿Creías que habías dejado de ser mi elegido?
—Yo… fui un estúpido, mi señora… —empezó Assher; pero Gerde lo interrumpió:
—Pero tenías razón. Los planes que tenía para ti dejaron de tener sentido hace tiempo, y por eso descuidé tu educación. No obstante… Kirtash me ha hecho ver que puede que todavía tenga que recurrir a esos planes. Así que agradéceselo: todavía puedes ser mi elegido. Pero eso no depende de ti, ni tampoco de Saissh, sino de si nuestro gran proyecto llega a buen término… o no.
Assher tragó saliva. No entendía lo que Gerde le estaba diciendo, por lo que no se atrevió a hacer ningún comentario.
—Te escogí porque eres joven y entregado, porque tienes talento como mago —prosiguió Gerde, con una suavidad que dejaba entrever una leve amenaza—. Podrías llegar a ser el mago más grande que hayan visto los szish, y eso me interesa. Pero recuerda que aún eres solo un niño. Puedo seguir haciendo pruebas y puedo encontrar a otro szish prometedor. Puedo entregarle la magia y puedo educarlo y entrenarlo para que sea mi elegido. Aún no eres imprescindible, así que, yo en tu lugar, intentaría no decepcionarme.
Assher temblaba. Tenía la boca seca, por lo que tragó saliva de nuevo y dijo, con esfuerzo.
—No… volveré a decepcionarte, mi señora.
Gerde rió por lo bajo.
—Claro que no —sonrió.
En un gesto rápido y enérgico, abrió la camisa de Assher, descubriendo su pecho. El szish hizo ademán de retroceder, por instinto, pero se dominó, y permaneció donde estaba. Aún sonriendo, Gerde alargó un dedo y rozó con la yema la piel escamosa del joven.
Un dolor insoportable recorrió a Assher de arriba a abajo, como si una violenta corriente eléctrica lo sacudiera. Ahogó un grito, pero no pudo reprimir el espasmo que convulsionó su cuerpo.
—¿No te gusta? —sonrió Gerde—. Pero si apenas hemos empezado.
Deslizó el dedo por el pecho desnudo de Assher. Su simple contacto fundió las escamas de la piel del szish y llegó hasta la carne.
Assher trató de retroceder, de cubrirse el pecho con los brazos, de dejarse caer y rodar por el suelo…, pero no fue posible. Estaba casi completamente paralizado. Lo único que podía hacer era gritar… y eso hizo.
Gritó con toda la fuerza de sus pulmones, mientras Gerde trazaba un símbolo indeleble sobre su piel, infligiéndole un dolor insoportable.
La tortura no duró mucho, pero a Assher se le hizo eterna. Cuando, por fin, volvió a ser el dueño de su cuerpo, no tuvo fuerzas para tenerse en pie, y cayó de rodillas a los pies de Gerde.
—¿Lo ves? —dijo ella, dedicándole una encantadora sonrisa—. Ahora ya no olvidarás nunca que eres mío.
Temblando, Assher bajó la cabeza y vio lo que el hada había hecho.
El nombre de Gerde, grabado en caracteres de la lengua de los szish, aparecía claramente sobre su pecho; se había esmerado en cada trazo, y no cabía duda de que era una auténtica filigrana… pero no dejaba de tratarse, también, de una horrible cicatriz que lo marcaría de por vida.
Assher apretó los dientes, tratando de conjurar así el intenso escozor que le producía la herida. Gerde se inclinó junto a él y le susurró al oído:
—Eres mío…, mi elegido. ¿No era esto lo que deseabas?
Assher deseó gritar, huir…, incluso una parte de él quiso golpearla. Pero tragó saliva, cerró los ojos e inspiró profundamente. El dolor fue remitiendo poco a poco.
El nombre de Gerde grabado sobre su piel… El joven szish sonrió. Fue apenas una mueca, pero Gerde la apreció, porque le devolvió la sonrisa.
—Sí, mi señora —dijo Assher, con auténtica devoción—. Muchas gracias. No soy digno de…
—No, no eres digno —cortó ella—, pero lo serás. Porque la próxima vez, muchacho, no seré tan comprensiva. ¿Ha quedado claro?
Assher asintió, todavía temblando. Gerde sonrió…, pero de pronto, dejó de prestarle atención y alzó la cabeza. A la entrada de su árbol-vivienda estaba Christian.
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó el shek, con suavidad.
—Cómo no —sonrió Gerde—. Ve con el maestro Isskez —le ordenó a Assher, que había vuelto a cubrirse el pecho y miraba a Christian con cierta antipatía—. Pero regresa al caer el primero de los soles. Revisaré lo que has aprendido.
Assher asintió. Le costó un poco ponerse en pie; cuando lo hizo, salió del árbol esforzándose por no tambalearse.
Cuando se quedaron solos, Gerde se volvió hacia Christian.
—¿De qué querías hablar?
Christian inclinó la cabeza.
—Los observadores dicen que Wina se ha desviado hacia el este. Y parece ser que se ha vuelto a detectar la presencia de Yohavir sobre los cielos de Celestia. De momento sigue estable; se limita a… girar y girar como un inmenso torbellino, demasiado alto como para causar daños, pero demasiado cerca de nosotros como para que no me sienta inquieto.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que deberíamos darnos prisa? —Gerde suspiró—. Lo sé, Kirtash…, pero todavía no estamos preparados. He hablado con Ziessel; ha buscado un lugar en la Tierra para nosotros, pero todavía necesita un poco más de tiempo…
—No me refiero a eso, y lo sabes.
Ambos cruzaron una larga mirada. Finalmente, fue Christian el que tuvo que bajar los ojos.
—Resulta que tu magnífico plan tiene un fallo, Kirtash —dijo ella—. Cada vez que abandono mi cuerpo… cada vez que utilizo el plano astral… estoy al descubierto. Así no puedo ir muy lejos. Si los Seis me descubren antes de que haya obtenido resultados, estaremos perdidos.
—Lo sé. Pero hay que correr riesgos si se quieren obtener resultados.
Gerde lo miró de nuevo.
—Tal vez lo intente —dijo por fin—. Tal vez…, cuando haya puesto un poco de orden aquí. Eissesh y los suyos llegaron a los Picos de Fuego cuando yo estaba fuera, buscando a Saissh… La gente está empezando a ponerse nerviosa, y no puedo permitirme más ausencias. Aunque esta valió la pena —rió—. Quién lo habría dicho… la pequeña Victoria, qué callado se lo tenía, ¿verdad?
Christian frunció el ceño.
—¿No lo sabes? —sonrió Gerde—. Entonces puede que no estés tan implicado como yo creía. Lástima; habrá que matarlos a los tres, después de todo.
Christian no preguntó qué había de saber. Inclinó brevemente la cabeza ante Gerde y salió del árbol-vivienda, sigiloso como un fantasma.
Algo estaba abrasando el desierto.
Incluso los más escépticos tuvieron que reconocer que ese algo existía, porque pocas cosas podían quemar algo que no podía arder, y era obvio que la misma arena se derretía bajo el paso de aquella extraña amenaza.
Habían buscado el lugar donde Rando se había estrellado con Ogadrak, y desde allí habían rastreado la bola de fuego. Ya no seguía en el mismo lugar, pero no tardaron en encontrar huellas de su presencia. La arena del suelo estaba completamente quemada, y había cristalizado, formando una extraña capa vidriosa que desconcertaba a los yan, acostumbrados a caminar descalzos sobre las ondulantes dunas.
No formaban un grupo excesivamente numeroso. Los lideraba Goser, que, como de costumbre, no se perdía ni una sola expedición, pero solo dos dragones los vigilaban desde el aire. Uno era el de Rando… y el otro no era el de Kimara.
La semiyan había optado por ir con ellos, pero no desde el aire. Había preferido dejar a Ayakestra en la base para seguir, junto a Goser, el rastro de la esfera de fuego, a ras de suelo.
Desde el aire se veía claramente que se había desplazado. No había más que seguir el amplio camino de arena cristalizada que había dejado a su paso.
Pero aquella no era la única huella de su presencia. Sobrecogidos, los rebeldes contemplaron, a medida que avanzaban, los cadáveres carbonizados de las criaturas que habían tenido la desgracia de cruzarse en el camino de aquella cosa. Lo que más les impresionó fue ver el cuerpo sin vida de un swanit, literalmente calcinado bajo las placas de su caparazón duro, que se habían fundido con el calor como si fuesen de mantequilla. No lejos de la criatura hallaron el cadáver de un explorador yan que había cometido la imprudencia de acercarse demasiado, tal vez llevado por la curiosidad que le producía el cuarto sol, tal vez tentado por la posibilidad de obtener fácilmente un caparazón de swanit.
Cuando los soles ya empezaban a declinar, los rebeldes toparon con otra escena que los conmocionó todavía más.
Una de las tribus nómadas perdidas también se había acercado demasiado a aquel misterioso sol.
El espectáculo era dantesco. Los yan habían ardido como antorchas, junto con sus tiendas, enseres y animales. Los cuerpos estaban irreconocibles. Daba la sensación de que habían tratado de escapar de aquel calor infernal, pero no habían sido lo bastante rápidos. Tal vez les había sorprendido mientras dormían, o tal vez habían esperado al último momento, con el objetivo de ver qué era exactamente aquel corazón de fuego que se acercaba.
Rando no lo sabía. Solo tenía claro que lo que provocaba aquello, fuera lo que fuese, era terrorífico e imparable.
El y el otro piloto habían aterrizado no lejos de la tribu masacrada y se habían reunido allí con los demás rebeldes. Rando llegó a ver a Kimara sollozando en brazos de Goser, y a un par de feroces guerreros yan sentados sobre la arena cristalizada, con el rostro oculto entre las manos, tal vez para ocultar sus lágrimas, tal vez mareados por el hedor a muerte.
—Qué forma tan horrible de morir —murmuró el otro piloto, impresionado.
Rando no dijo nada. Se acercó a Goser y a Kimara y dijo, con suavidad:
—No tiene sentido que sigamos aquí.
El yan y la mestiza cruzaron una mirada. Los habitantes del desierto tenían por costumbre incinerar a sus muertos, pero dudaban que nadie tuviese valor para volver a prender fuego a aquellos cadáveres.
—Laarenaenterrarásusrestos —dijo Goser, y Kimara asintió, aliviada—. Lasserpientespagaránporesto.
Rando suspiró, exasperado.
—Mira a tu alrededor —le espetó—. ¿Crees de veras que esto han podido hacerlo los shoks?
—Ellos atacan con hielo —murmuró Kimara, pensativa—. Como cuando destruyeron nuestra base.
—¿Acasoconocesalgunaotracosaenestemundocapazdehaceralgo-así? —inquirió Goser, y sus ojos de fuego destellaron con más intensidad.
—Lo verás por ti mismo —dijo Rando, sombrío.
Prosiguieron su camino, con el corazón encogido, pero a la vez aliviados por dejar atrás aquella escena macabra.