XI
El corazón de la serpiente

Victoria había regresado al piso de Christian porque estaba cansada de la noche de Limbhad, y porque sabía que sus ojos agradecerían trabajar a la luz del día. Había cogido algunos libros de la biblioteca, aquellos que le habían parecido más interesantes, y los había cargado en una mochila, dispuesta a proseguir con su investigación en un ambiente más agradable.

Sin embargo, el ático seguía estando vacío y frío… y, cuando Victoria comprobó que Christian seguía sin aparecer por su propia casa, un soplo helado hizo estremecer su corazón.

Procuró no pensar en ello. Depositó sobre una mesita los libros y el diario que él le había regalado; descubrió que había olvidado coger un bolígrafo, y entró en el estudio en busca de uno. Se detuvo junto al escritorio. Se preguntó si no sería mejor trabajar en aquella habitación, pero descartó la idea. Por alguna razón, sentía que aquel estudio, el lugar donde Christian había compuesto sus canciones, pero también donde había reunido información sobre todas sus víctimas, era un espacio privado, casi sagrado, aún más que su propia habitación.

Inspiró hondo. A pesar de la intimidad que habían compartido días atrás, el shek se mostraba tan frío y distante como si apenas la conociera… como si ya no sintiese nada por ella. Victoria sacudió la cabeza. Sabía que había algo secreto y misterioso que unía a Christian y a la mujer de Tokio, y lo conocía lo bastante como para comprender que se sentía fascinado por ella. No era eso lo que le preocupaba, en realidad, sino la posibilidad de que él hubiese decidido abandonarla… y, sobre todo, que hubiese estado jugando con ella. Sabía que los sentimientos de él habían sido sinceros tiempo atrás, pero… ¿qué debía pensar ahora? ¿Qué podía esperar de alguien que la llevaba hasta su cama e inmediatamente después se olvidaba de ella? En el fondo, Victoria temía que, tras su larga enfermedad, Christian hubiese perdido el interés por ella, tratándola como a una humana más… como lo que, durante un tiempo, había pensado que era. Y Victoria podía asumir que los sentimientos de él pudieran haberse enfriado, podía aceptar que estuviese con otra mujer… pero no soportaba la idea de que lo que habían compartido noches atrás pudiese haber sido un simple juego para él, un entretenimiento, algo que se utiliza para pasar el rato y después se olvida en un rincón.

Decidió no pensar más en ello. Cogió el bolígrafo y se dispuso a salir de la habitación, cuando su mirada se posó en una imagen familiar.

Todos los discos de Christian estaban perfectamente catalogados en una estantería que cubría casi media pared. Sólo había uno fuera de su sitio, y la imagen de la carátula evocó en la mente de Victoria los recuerdos de tiempos pasados: tiempos que, descubrió en aquel instante, añoraba profundamente.

No pudo evitar coger el disco de Chris Tara con delicadeza, casi como si se tratase de una reliquia. Respiró hondo y sintió que necesitaba volver a oír aquellas canciones que le habían hecho sintonizar con el alma de Christian de forma tan perfecta, incluso sin conocer su identidad. Necesitaba volver a vibrar con Beyond y volver a creer que existía una conexión milagrosa entre dos extraños, un puente entre dos islas distantes. Sacó el disco y lo insertó en el equipo de música.

Pronto, las notas sugestivas y envolventes de la primera canción inundaron la habitación. Victoria no tardó en rememorarla, pese a que hacía tiempo que no la escuchaba.

Aquel tema era Cold, el que había dado a conocer a Chris Tara, el primero que había sonado en las emisoras de radio y el primero que Victoria había escuchado. En aquel entonces la letra, lejos de parecerle arrogante o provocativa, había inspirado en ella una intensa curiosidad hacia la persona que la había compuesto, una fascinación que la había llevado a escuchar aquella canción una y otra vez, buscando leer entre líneas, tratando de alcanzar algo que parecía tan frío y lejano como la misma luna. En aquel tiempo se había permitido soñar con la luna, suspirar por algo inalcanzable. Pero ahora, escuchando de nuevo la letra de Cold, le pareció tan dolorosamente real, tan íntimo y a la vez tan intangible, que cerró los ojos y lloró, mientras aquellas notas, aquellas letras, se clavaban más y más profundamente en su corazón, recordándole, una vez más, la verdadera esencia de la persona a la que amaba.

You think we’re not

so different at all

Human body, human souls

but under your skin

your heart’s beating warm

and under my skin

there’s nothing more than something cold.

So don’t follow me,

don’t reach me,

don’t trust me,

don’t,

unless you have a dark soul

unless you want to be alone.

You think we’re not

so distant at all

I read your mind, you listen to my words

but within your eyes

there’s a spark of emotion

and within my eyes

there’s a breath of cold

So don’t follow me

don’t reach me,

don’t trust me,

don’t,

unless you have a dark soul

unless you want to be alone.

'Cause you’re so human

so obviously human…

you can feel love, anger or pain

but emotion flames won’t light

in a kingdom of ice

in the heart of a snake[1].

Victoria se apoyó en la pared y se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Sabía que aquella letra correspondía a una etapa anterior, a una época en la que Christian aún no sentía nada por ella o, si lo hacía, no lo había asumido aún. Pero, a su vez, reflejaba con tanta perfección la actitud de Christian aquellos días, que Victoria no pudo menos que preguntarse, una vez más, si era cierto que los sheks no podían amar a nadie; si Christian, ahora que había obtenido todo lo que ella podía entregarle, le daría la espalda y la abandonaría; si todo aquello no había sido más que una ilusión.

No, se dijo. Ni siquiera él podía ser tan ruin como para utilizarla de aquel modo. Dejó que las notas del siguiente tema fluyeran por la casa, respiró hondo y regresó al salón: debía seguir trabajando.

«¿En serio te gusta este lugar?», preguntó ella. «Yo lo encuentro feo y deprimente».

«Sólo en apariencia», respondió él. «También tiene cosas hermosas».

«Las cosas que los humanos todavía no han logrado corromper. No deben de ser muchas».

«También saben crear belleza, aunque te cueste creerlo. Aun así, con humanos o sin ellos, este mundo es enorme y está lleno de cosas nuevas y extrañas. Cosas que quiero aprender y entender».

«Pero no tiene magia».

«Pronto, Idhún tampoco la tendrá. Entonces todos echaremos de menos a los unicornios».

«Los unicornios…, qué traidores. Se volvieron contra nosotros cuando se suponía que no debían intervenir. También a mí me gustaría que las cosas hubieran sido de otra manera, en lo que respecta a ellos».

«La profecía los obligó a tomar parte en todo esto».

«No debería haber sido así. No se nos puede reprochar todo lo que pasó el día de la conjunción astral. Los sangrecaliente no juegan limpio, sus dioses son unos tramposos».

Christian no respondió.

Estaban, de nuevo, en el apartamento de Shizuko en Takanawa. Se habían sentado en la terraza y contemplaban el extraño mundo que se abría ante ellos, la noche tokiota que lanzaba al firmamento un desenfreno de luces de colores. Ninguno de los dos hablaba, no con sus cuerdas vocales. Hacía tiempo que habían dejado de comunicarse como los humanos. Habían establecido un estrecho vínculo mental, privado, y solían pasarse horas y horas conversando. Tenían tantas cosas en común.

«No sé si quiero volver», dijo entonces Shizuko.

«¿Por qué razón? Pensaba que odiabas esto».

«No quiero volver a Idhún con este cuerpo. Tal y como soy ahora, este mundo es el único lugar en el que podría estar».

«No es tan malo una vez que te acostumbras», opinó Christian. «Este mundo, el cuerpo humano… los sheks somos criaturas adaptables, hemos sobrevivido donde otras especies no podrían. En eso reside gran parte de nuestra fuerza».

«Aun así no podría acostumbrarme. Soy demasiado shek para sentirme cómoda aquí».

«Sé lo que quieres decir. Yo también soy demasiado shek para sentirme a gusto entre los humanos, para poder apreciar el mundo desde su punto de vista. Pero, por otro lado, también soy demasiado humano para ser plenamente aceptado por los sheks».

«No te lamentes. Si hubieses cumplido con tu deber, seguirías formando parte de nuestro mundo», le reprochó ella.

Christian esbozó una media sonrisa.

«No me lamento. Así son las cosas; yo sabía cuáles eran las consecuencias, y asumí el riesgo. No me arrepiento de nada de lo que hice».

«No puedo creer que no nos eches de menos. Si a mí ya se me hace angustiosa la red telepática que hemos formado aquí, tan reducida comparada con la red que hay en Idhún… ¿cómo debe de ser haber roto los lazos con toda la raza shek? No quiero ni imaginarlo».

«Fue muy duro», reconoció Christian. «Sobre todo al principio. Mi parte shek se debilitó tanto que me volví mucho más humano».

«Qué horror», comentó Shizuko con sinceridad. «No creo que los sangrecaliente con los que te has aliado sean plenamente conscientes del sacrificio que llevaste a cabo por ellos… por ella».

Christian no contestó. No respondía cuando Shizuko mencionaba a Victoria, por lo que la shek cambió de tema.

«Contempla todo esto», dijo, paseando su mirada por el paisaje de la gran ciudad. «Cuando regresaste de tu primer viaje a la Tierra e informaste a Ashran de lo que habías encontrado, no quise creerlo. ¡Un mundo dominado por humanos! Me parecía demasiado insólito como para ser cierto».

«Es porque apenas han tenido competencia. Pero ¿sabías que, en un pasado remoto, este mundo también estuvo gobernado por grandes seres de sangre fría?».

«Ah, sí, he leído algo al respecto. Se extinguieron».

«Una vez, en un museo, vi el esqueleto de uno de ellos. Me recordó a un dragón… en ciertos aspectos».

«En más de los que crees. También ellos se han extinguido», respondió ella, con una nota de humor siniestro.

Christian sonrió.

«Algo mató a los grandes saurios de la Tierra. Pero, si siguiesen con vida, tal vez habrían evolucionado… quizá serían inteligentes, más que los humanos. Y más poderosos. Los humanos no saben la suerte que tuvieron».

«Ya es hora de que este planeta vuelva a pertenecer a los sangre-fría», opinó Shizuko. «Está claro que los humanos no son la raza más adecuada para gobernar un mundo. No son lo bastante listos, ni saben cuidarlo bien. Se nutren de su planeta, pero no dan nada a cambio. Son una plaga».

«Esa es otra de las claves de su éxito en este mundo».

«Debe de serlo. Su inteligencia es superior a la del resto de seres de su planeta, pero aun así siguen siendo demasiado estúpidos. Ni siquiera tienen magia, ni ningún poder especial, salvo esa manía suya de querer cambiarlo todo, de querer transformarlo todo. Y están sus cuerpos», añadió, tras una pausa. «Que tampoco son aptos para la supervivencia».

«No», coincidió Christian. «Son pequeños…».

«… blandos…», añadió Shizuko. «Tan…».

«Frágiles», pensaron los dos a la vez.

Sus mentes se armonizaron un instante, centradas en un mismo concepto. Se miraron. Fue una mirada larga, intensa, en la que sus pensamientos estuvieron entrelazados, hasta que él rompió el contacto, y cada uno volvió a refugiarse en su propia mente. El pecho de Shizuko se estremeció de forma imperceptible.

«Eres interesante», le dijo a Christian.

Desde el punto de vista de un shek, aquello era un cumplido.

Cuando Christian regresó a casa, Victoria estaba sentada en el sofá, y escribía en el cuaderno que él le había regalado. Una música familiar sonaba desde el estudio, y Christian ladeó la cabeza para escucharla.

—Hacía mucho tiempo que no oía esta canción —comentó.

—Es Beyond —sonrió ella—. Mi canción favorita.

Christian no respondió. Dio media vuelta para dirigirse a su habitación, pero Victoria lo detuvo.

—Espera, Christian —le dijo, muy seria—. Creo que tenemos que hablar.

Christian titubeó un instante, pero después asintió.

—Sí —dijo con suavidad—. Tenemos que hablar.

Momentos después estaban sentados en el sofá, Victoria mirando al suelo, Christian con la vista fija en la chimenea, pero ninguno de los dos se animaba a comenzar la conversación.

—Quiero hablarte —empezó por fin Victoria, rompiendo el silencio— de lo que pasó la otra noche.

Christian alzó una ceja.

—¿Por qué? Me pareció que te gustó.

Victoria entrecerró los ojos.

—¿Cómo puedes ser así? —le reprochó, herida—. Sabes muy bien que no es eso lo que tengo que decirte. Hace unos meses, en la Torre de Kazlunn… dijiste que estabas esperando que te invitara a pasar la noche conmigo. Me dijiste… —le tembló la voz, pero se sobrepuso—, me dijiste que no me romperías el corazón después. Que yo no te era indiferente.

—Sí, lo recuerdo.

—¿Me mentiste, acaso?

—No. Te dije la verdad, Victoria. No me eres indiferente.

—Entonces, ¿por qué te comportas como si lo fuera? ¿Cuál es la excusa esta vez?

Christian no dijo nada.

—¿Tanto han cambiado las cosas? —prosiguió ella en voz baja—. ¿Tanto se ha enfriado lo nuestro después de mi… enfermedad? Mira… puedo entender que ya no me quieras como antes, pero… no sé… podrías haber tenido el detalle de hacérmelo saber antes de lo de la otra noche. Sobre todo si tenías intención de romper conmigo después.

Christian la miró, muy serio.

—¿Qué te hace pensar que quiero romper contigo?

—Todo, Christian. Tu forma de tratarme, tu forma de ignorarme. Sabía que mi regreso a la Tierra iba a ser extraño y que no ibas a estar pendiente de mí a todas horas, y tampoco lo pretendía. Pero es que esto… esto… esto es demasiado. Volví a la Tierra para estar contigo. He dejado atrás a Jack para estar contigo. Pero si tú no quieres estar conmigo, entonces dímelo claramente, y me volveré a Idhún, con Jack… quien seguramente sí me echará de menos.

—Esto ya lo hemos hablado. Si no quisiera estar contigo…

—… no me dejarías estar en tu casa, ya lo sé. Pero también se que, si quisieras estar conmigo… estarías conmigo. Y no es el caso. No te pido que te quedes a mi lado todo el tiempo, ni que dejes de lado lo que sea que estés haciendo, pero dime… dime qué está sucediendo. Necesito saber qué te pasa por la cabeza, aunque solo sea para saber a qué atenerme, qué puedo esperar de ti.

Christian clavó en ella una mirada gélida.

—Está bien, ¿qué quieres saber?

Victoria, cogida por sorpresa, tardó unos segundos en reaccionar. Quiso preguntarle lo que de verdad le corroía el alma, es decir, si él aún sentía algo por ella; pero temía la respuesta, y se oyó a sí misma murmurando:

—Dices que siempre has sido sincero conmigo. Yo también he sido sincera contigo; nunca te he ocultado lo que siento por Jack. Comprendo que tu vida privada es privada, pero si existe otra persona… especial en tu vida… más allá de algo esporádico, quiero decir… algo que pueda afectar a tu relación conmigo…

Calló, confundida.

—¿Me estás preguntando por Shizuko, si mantengo una relación con ella? ¿Para qué necesitas que te lo diga? Ya sabes que sí.

Victoria tragó saliva, temiendo lo que podía venir a continuación.

—Bien —dijo, sobreponiéndose—. Vale. Sí, supongo que lo sabía.

Respiró hondo varias veces, y después se atrevió a hacerle aquella pregunta cuya respuesta era tan vital para ella:

—¿Y qué hay de nosotros? ¿Significa eso que todo va a seguir igual… o que ya no quieres seguir conmigo?

Hubo un largo, largo silencio, que oprimió el corazón de Victoria hasta hacerlo sangrar, y que fue para ella mucho más elocuente que cualquier palabra que él pudiera haber pronunciado.

—Bueno —dijo al fin, desolada—. No hace falta que contestes. Ya veo que no. No te preocupes, me volveré a Limbhad esta noche, y mañana regresaré a Idhún. No tiene sentido que siga aquí.

—Victoria, no es necesario…

—Sí que lo es —alzó la cabeza para mirarlo—. Hace ya tiempo que he notado que no me tratas igual, y no tiene nada que ver con Shizuko. Puedo entender y aceptar que ya no quieras seguir conmigo, y no voy a retenerte a mi lado a la fuerza… pero, si tenías intención de acabar con esta relación… podrías haberlo hecho de otra manera… antes de lo de la otra noche. Porque fue importante para mí, pero, si para ti no significó nada, entonces preferiría que me lo hubieras ahorrado. Después de eso no has vuelto a tocarme, así que, ¿cómo quieres que me sienta? Si ya no me quieres y además estás con Shizuko, no necesitabas…

—Espera —cortó él; la cogió por las muñecas y la obligó a mirarle a los ojos—. Espera, ¿qué has dicho?

—¿Vas a obligarme a repetirlo? —respondió ella, tensa.

—Me ha parecido entender —dijo Christian, despacio—, que piensas que he llegado con Shizuko al mismo grado de intimidad física que contigo. ¿Es eso lo que crees?

—¿Es que no es así?

—No, no lo es. —Parecía incluso molesto—. Victoria, no la he tocado. Por la sombra del Séptimo, si ni siquiera la he besado.

Victoria lo miró fijamente; había rabia en su mirada. No le dolía tanto la relación de Christian con Shizuko como el hecho de que él le mintiera al respecto.

—Entonces, ¿por qué te sientes tan culpable que te cuesta mirarme a la cara?

Aquella pregunta fue como un jarro de agua fría para Christian. Soltó a Victoria y se dejó caer contra el respaldo del sofá, anonadado.

—Estamos hablando de cosas distintas —comprendió—. Estamos hablando en idiomas diferentes. Pero tienes razón en una cosa —añadió, dirigiéndole una intensa mirada—. Te debo una explicación.

Victoria le devolvió la mirada e inspiró hondo para calmarse. Se acomodó en el sofá, indicando que estaba dispuesta a escuchar.

—Aunque parezca humana —empezó él—, Shizuko es una shek. Es Ziessel, la reina de los sheks. —Victoria abrió mucho los ojos, sorprendida, pero no dijo nada; Christian prosiguió—. Se vio atrapada en un cuerpo humano cuando cruzó la Puerta… un cuerpo que acababa de morir. Shizuko, o Ziessel, como queramos llamarla, parece humana, pero no lo es. No tiene un alma humana, como nosotros dos, o como Jack. Su espíritu, su conciencia… son los de una shek.

Victoria abrió la boca para decir, algo, pero se lo pensó mejor y se mantuvo en silencio.

—Odia su cuerpo humano —siguió Christian—. La simple idea de tener intimidad física con otro cuerpo humano le resulta repugnante.

Puede que con el tiempo se acostumbre a su nuevo aspecto y cambie de idea… o puede que no.

»En cualquier caso, no es ese el principal motivo de que no la haya tocado. La encuentro atractiva, es verdad, pero hay cosas de ella que me llaman más la atención. Mucho más que su cuerpo. Como, por ejemplo, su mente.

—¿Su mente? —repitió Victoria.

—Para un shek, lo mental es mucho más importante que lo físico. Si dos sheks sienten atracción el uno por el otro, no pierden el tiempo con esas cosas, primero exploran sus mentes. Y hablan. Hablan mucho, durante horas, y todo esto sin necesidad de tocarse. Porque es otro tipo de intimidad lo que buscan. Así, el vínculo telepático se va haciendo cada vez más estrecho, cada uno se va introduciendo en la mente del otro, poco a poco…

—Entiendo —asintió Victoria—. Y es eso lo que estás haciendo con Shizuko.

—Nunca antes había mantenido una relación con una shek —confesó él—. Es… diferente. Y una parte de mí anhelaba ese tipo de comunión con alguien. ¿Entiendes?

—Sí —susurró ella—. Porque mi mente no es la de un shek y no puedes establecer ese vínculo telepático conmigo.

Christian sonrió.

—No podía, pero me las arreglé para hacer algo parecido. ¿Adivinas cómo?

Victoria lo sabía. Alzó la mano para contemplar el anillo que llevaba.

—Exacto —asintió el shek—. Te he dicho muchas veces que no me importa que estés con Jack, y es verdad. Porque estoy unido a ti incluso en la distancia.

Victoria bajó la cabeza. Estaba confusa, y Christian lo notó.

—Creo que no me conoces tanto como piensas —le dijo con suavidad—. Las relaciones físicas no me interesan mucho, lo confieso; normalmente tengo cosas más importantes qué hacer, cosas más interesantes en qué pensar. En eso no he dejado de ser un shek, supongo. Aunque tenga un cuerpo humano, no soy tan apasionado como la mayoría de los jóvenes humanos de mi edad. Esa necesidad de contacto físico con otra persona… la siento a veces, pero no muy a menudo. Es verdad que tú y yo pasamos mucho tiempo separados; pero ahora estamos juntos, por lo que, si quisiera pasar la noche con alguien, ¿por qué razón necesitaría buscar a otra persona?

—No sería tan extraño si yo hubiese dejado de interesarte…, como me has dado a entender. Y ya te he dicho que lo comprendo, y que puedo aceptarlo. Pero que necesito saber a qué atenerme.

Y qué es lo que esperas de mí. Por la forma en que me has tratado estos días, se diría que ya no me quieres a tu lado.

Christian reflexionó sobre sus palabras.

—Se debe a que yo mismo no sabía cómo tratarte. Porque tienes razón, me siento culpable cuando te miro. Como apenas concedo importancia a las relaciones físicas, no podría sentirme así por estar con una mujer que no fueras tú. Pero sí me sentiría culpable si sintiera algo especial por ella. Sentiría que te estoy traicionando.

Y creo que es eso lo que me está pasando.

Victoria entendió.

—Christian, ¡te estás enamorando! ¡Otra vez!

El shek movió la cabeza, perplejo.

—Puede ser. O puede que sea, simplemente, que mi alma de shek anhelaba desde hace mucho poder intimar con otro shek. Puede que solo sea añoranza ante aquello que he perdido, o que tal vez nunca tuve. A lo mejor me atrae Shizuko porque es muy parecida a mí. Todavía es pronto para saberlo. Además, el hecho de que me sienta culpable por ti implica, supongo, que todavía me importas, así que aún no estoy preparado para dejarte marchar. No sé lo que quiero de verdad, Victoria, y eso no es algo que me pase a menudo. Por eso estoy bastante confuso y no sé cómo actuar contigo. Te pido disculpas.

Victoria respiró hondo. Ahora comprendía la perspectiva de Christian. No había tocado a Shizuko, no había compartido su cuerpo con ella, pero, desde su punto de vista, estaba haciendo algo peor: estaba compartiendo su mente con la shek y, de alguna manera, también su corazón.

—Bueno…, tengo que reconocer que de esto sí que sé un poco —sonrió Victoria—. Puede ser que termines decidiéndote por una de las dos, o puede que te pase como a mí: que la quieras a ella sin dejar de sentir algo especial por mí. Entonces… —vaciló—. En fin, mientras me sigas queriendo yo estaré aquí para ti, pero consideraría justo que me dedicaras a mí el mismo tiempo que a ella. Por lo menos —concluyó, con una sonrisa.

Christian sonrió a su vez.

—En cualquier caso —prosiguió Victoria—, cuando lo sepas, no dejes de decírmelo.

—¿Cuando sepa qué?

—Si todavía soy importante para ti. Si lo que te ha alejado de mí es ese sentimiento de culpabilidad, o es que realmente lo nuestro se ha enfriado. Por mi parte, sabes que no. Ahora te toca hablar a ti. Pero si necesitas tiempo…

—Puede que necesite un poco más de tiempo —dijo Christian tras una pausa.

—Lo tendrás —le prometió ella, conciliadora—. Esperaré a que tomes una decisión, y la aceptaré, sea cual sea. Pero, por favor, sé siempre sincero conmigo. Y si algún día dejo de ser especial para ti, simplemente dímelo… pero no me utilices —le rogó, con cierta amargura.

Christian le dedicó una larga mirada.

—Por si te interesa saberlo —dijo en voz baja—, sí que fue diferente.

Victoria alzó la cabeza.

—¿Cómo dices?

—Es lo que te estabas preguntando, ¿no? Si para mí no eres más que una mujer humana con la que mantener una relación física, puesto que no puedo establecer un vínculo telepático contigo, de la misma manera que podría hacerlo con una shek.

—Ah…

—Y he de decirte que no. Para mí también fue especial lo de la otra noche. Y quería que lo supieras.

Victoria no pudo más. Se lanzó a sus brazos, enterró la cara en su hombro y se echó a llorar suavemente. Christian la abrazó.

—Eso era lo que necesitaba oír —sollozó ella.

—No lo he dicho porque necesitaras escucharlo. Lo he dicho porque es la verdad.

Poco a poco, ella se fue calmando. Christian le acarició el pelo, pensativo, pero de pronto se incorporó, alerta.

—¿Qué? —dijo Victoria, inquieta.

Christian no respondió. Se separó de ella con suavidad, se levantó y salió a la terraza. Victoria se quedó en el sofá, esperándolo, hasta que él regresó, muy serio.

—Tengo que volver a Japón. Parece que hay cambios en nuestro proyecto.

—¿Proyecto?

—Gerde quiere establecer una comunicación entre Idhún y la Tierra. Para poder hablar con Ziessel sin necesidad de cruzar la Puerta interdimensional constantemente. Eso era lo que estábamos haciendo.

Victoria inclinó la cabeza.

—Comprendo.

—He de irme, pero ya sabes que volveré. Sabes… que siempre vuelvo.

Victoria sonrió, pero no dijo nada. Apenas un momento después, el shek se había ido.

El agua temblaba y se estremecía, y su superficie adquiría, por momentos, un curioso brillo azulado, metálico. Shizuko la contempló, pensativa.

«No se ha estabilizado todavía», dijo Akshass.

«Puede que necesite un poco más de tiempo», repuso Shizuko. «O un poco más de la magia de Kirtash».

«¿Por qué tenemos que depender de la magia de un medio shek?».

Shizuko tardó un poco en responder. Akshass era un shek joven, pero prometedor. Había estado a su lado desde el principio, durante la guerra en Dingra contra los caballeros de Nurgon. Habían peleado juntos en el bosque de Awa. La shek sabía que Akshass se había hecho ilusiones con respecto a ella, y que no había perdido la esperanza de volver a verla en el cuerpo de Ziessel, la bella. Quizá por eso no soportaba a Kirtash. El hijo de Ashran no solo había dado al traste con aquellas esperanzas, con su explicación sobre lo que le había sucedido a la reina de los sheks sino que, además, ambos pasaban cada vez más tiempo juntos, a solas. Y Akshass tampoco podía olvidar que se sabía que el shek que habitaba en Kirtash era hijo de Zeshak, el predecesor de Ziessel. Zeshak, que, según decían, también había sentido interés por Ziessel en el pasado.

Shizuko sonrió para sus adentros. Sí, era cierto que Zeshak la había pretendido. Pero entonces ella no había estado interesada en establecer un vínculo tan fuerte con nadie. Era joven y tenía muchas otras cosas en qué pensar. Zeshak lo había entendido y no había insistido.

En cierta manera, resultaba irónico que ahora estuviese dando con Kirtash pasos que no había iniciado con su padre.

Pero las cosas habían cambiado mucho. Si alguna vez se había sentido tentada de aceptar a Zeshak, o a Akshass, desde luego aquellos proyectos se habían desvanecido. No porque no siguiera poseyendo la poderosa mente de una shek, sino porque, después de todo, había quedado atrapada en un cuerpo humano para siempre.

«La técnica de comunicación interdimensional pertenece al terreno de la magia», le recordó. «El es el único mago que hay entre nosotros, y posee el poder de abrir portales. De momento, le necesitamos».

«Por lo visto, pronto ya no lo necesitaremos más», señaló Akshass.

Shizuko no respondió. Había percibido la llegada del híbrido, antes que ningún otro de los sheks. Su vínculo telepático había llegado a ese grado de intimidad. No se movió, sin embargo, ni dio a entender que lo había detectado, hasta que él se situó a su lado.

«¿Me habéis llamado?», dijo, y su pregunta llegó a la mente de todos los sheks.

«Fíjate», respondió Shizuko, volviendo hacia el manantial la mirada de sus hermosos ojos orientales.

«El tejido entre dimensiones se está debilitando», dijo Christian tras un breve vistazo.

«¿Podrás estabilizarlo?».

«Puedo intentarlo».

Se acuclilló junto al manantial y pasó la mano sobre la superficie del agua, sin llegar a tocarla. Un brillo plateado reverberó en las ondas, se apagó y después volvió a iluminar las aguas. Christian lo intentó de nuevo, concentrándose intensamente.

Apenas unos instantes más tarde, la superficie del onsen tembló un segundo, y enseguida se solidificó.

Shizuko y los sheks se inclinaron hacia delante, con curiosidad. La capa superficial del manantial se había convertido en un espejo de hielo.

Christian se levantó con la agilidad felina que era propia de él. Miró a Shizuko.

«Llámala», la invitó, hablándole en privado. «Está deseando volver a contactar contigo».

Ella movió la cabeza.

«Nunca ha contactado conmigo».

«Sí que lo hizo. Pero entonces no se llamaba Gerde. Entonces ni siquiera tenía nombre. Ahora, son dos conciencias unidas en una sola, bajo una misma identidad».

«Trataré de recordarlo. Aunque me resulta difícil imaginarlo. Supongo que tendrá los recuerdos de Gerde, la feérica, sumados a los de la Voz… que debe de haber vivido muchas vidas, tal vez docenas, y conservará recuerdos de todas ellas. No sé cómo puede conjugarse todo ese conocimiento en una sola persona. Quizá eso la haya vuelto inestable».

«O tal vez le haya dado una visión más amplia del mundo. Lo que sí te puedo asegurar es que, en muchos aspectos, sigue siendo Gerde».

Shizuko rió interiormente al percibir el disgusto de Christian, pero su rostro continuó impasible, igual que lo había estado durante toda la conversación.

Se inclinó junto al manantial y se asomó a su lisa superficie. La capa de hielo, pura como el cristal, le devolvió su propio reflejo. Su alma de shek se estremeció de dolor al ver su rostro humano una vez más, pero se sobrepuso y se concentró profundamente. Lanzó los tentáculos de su percepción a través del espejo y aguardó a que hubiese alguien al otro lado.

Lenta, muy lentamente, su imagen reflejada se fue transformando. Y, cuando quiso darse cuenta, la superficie helada del onsen le mostraba el rostro de un hada que le sonreía alentadoramente.

—Saludos, Gerde —dijo Shizuko; si estaba sorprendida, no lo demostró.

—Saludos, Ziessel —respondió ella. En esta ocasión, Shizuko sí que frunció levemente el ceño, desconcertada. Nada en su apariencia externa delataba el alma de shek que latía en ella, y Christian no había tenido ocasión de decírselo a Gerde. ¿Cómo lo había sabido?

—Has cambiado mucho desde la última vez que te vi; qué sorpresa —prosiguió Gerde; reparó entonces en Christian, que se erguía a su lado—. Y Kirtash —lo saludó; los miró a ambos—. Qué encantadora pareja —comentó.

Uno de los sheks siseó por lo bajo con cierta irritación. Shizuko no necesitaba mirarlo para saber que se trataba de Akshass.

—Kirtash nos ha dicho que tenías información importante que transmitirnos —dijo la reina de los sheks—. Hemos perdido muchas jornadas con la creación de esta ventana interdimensional para comunicarnos con Idhún… contigo, así que espero que lo que tengas que decir sea realmente importante. Y que después nos pongas en contacto con Eissesh, o con Sussh, para volver a unir a todos los sheks en la misma red telepática.

Gerde rió, con un gesto despreocupado.

—No necesitas a Eissesh ni a Sussh, Ziessel. Tú eres la señora de todos los sheks.

—Y por esta razón debo comunicarles a todos que sigo viva —replicó ella, gélida.

—También yo tengo cosas que comunicarte. Pero solo hablaré contigo. Nadie más debe estar presente.

Shizuko iba a responder que no tenía por qué echar a su gente de allí: si lo que tenía que contarle era tan importante, todos los sheks debían saberlo. No obstante, había algo en la mirada de Gerde, la mirada que le dirigía desde una dimensión lejana, que le inspiró un súbito terror y la estremeció hasta la más íntima fibra de su ser.

Y no se atrevió a contradecirla.

Brevemente, pidió a los demás que la dejaran a solas con Gerde. Un poco de mala gana, las serpientes, una por una, dieron media vuelta y reptaron sobre la nieve, hacia la espesura, para perderse en el bosque. Christian se dirigió al refugio, sin una palabra. Sabía lo que Gerde iba a contarle a la reina de los sheks. En el pasado, sólo Zeshak, su antecesor, había sabido que Ashran era el Séptimo dios.

Percibió la llamada de Shizuko a nivel privado.

«¿A dónde vas?», le dijo.

«He cumplido la misión que se me encargó», repuso él, sin volverse ni detenerse. «Ya no tengo nada más que hacer aquí».

«Tal vez sí», contestó ella.

«Si es así, llámame», respondió Christian. «Y acudiré a tu lado».

Cuando regresó a su apartamento, Victoria no estaba.

Era de noche, y el piso estaba silencioso, frío y oscuro. Christian se encontró a sí mismo echando de menos la luminosa presencia de la muchacha, y por un momento temió que ella se hubiese marchado a Idhún. Luego recordó que no podría hacerlo sin él, y supuso que estaría en Limbhad. Se encogió de hombros y decidió que más tarde iría a verla.

Acababa de encender la chimenea cuando se abrió la puerta de la calle. Christian se incorporó de un salto, alerta, antes de detectar la presencia de Victoria. La joven iba a cruzar la puerta del salón cuando lo vio, y se quedó allí, en la entrada, sin decidirse a pasar. Los dos cruzaron una larga mirada.

—He ido a dar un paseo —dijo ella, rompiendo el silencio—. Encontré las llaves en un cajón. Creo que no sueles usarlas mucho, así que espero que no te importe que las haya…

—No —cortó él con suavidad—. No me importa.

—Iba a marcharme a Limbhad —prosiguió Victoria—, pero habías dicho que había cambios en el proyecto, y… en fin, estaba un poco preocupada, de modo que me quedé aquí, a esperarte. Pero no dejaba de darle vueltas a muchas cosas, así que… salí para despejarme.

—No tienes que darme explicaciones, Victoria. Está bien.

—¿Y tú? ¿Estás bien?

—Sí —se sentó en el sofá y contempló las llamas, pensativo—. Por fin hemos contactado con Idhún. Así que Gerde ya tiene el enlace que quería con los sheks de la Tierra.

—Suponía que habría pasado algo así —asintió Victoria; tras un breve titubeo, se sentó a su lado—. Por eso estaba preocupada. Si ya has hecho lo que Gerde quería que hicieras, puede que no te necesite más, y entonces…

—Lo sé. Pero aquí, en la Tierra, estoy lejos de su alcance, y Shizuko no me haría daño sin una buena razón. Y, aunque a los otros sheks no les caigo bien, ahora es ella la que manda.

—¿Hasta qué punto? Quiero decir, que si ella tomara una decisión que a ellos no les gustase, ¿la aceptarían, sin más, si no hubiese una razón lógica? Al fin y al cabo, ella es reina: no puede tomar decisiones importantes basándose solo en motivos personales.

Christian la miró, sonriendo.

—Es curioso —dijo—. Ayer mismo te hablaba de las diferencias entre el pensamiento humano y el pensamiento shek… y, no obstante, por lo que parece nos conoces mucho mejor de lo que crees.

Victoria calló, sin saber si aquello era un reproche o un cumplido.

—He estado pensando —prosiguió él—, en todo lo que ha ocurrido entre nosotros últimamente. Sé que he estado frío contigo. En parte se debía a Shizuko, pero no solo a ella. Es que, después de todo lo que hemos pasado juntos, aún sentía que había algo que quería compartir contigo, un grado de intimidad que tú y yo no podríamos alcanzar nunca. Y eso me frustraba. Con Shizuko sí que tengo esa posibilidad, y supongo que eso me ha hecho replantearme muchas cosas. Como, por ejemplo, hasta qué punto sentía algo por ti, o estaba simplemente hechizado por la luz del unicornio. Sabes de qué estoy hablando, ¿verdad?

Victoria asintió, recordando a Yaren, el semimago que había buscado al unicornio toda su vida, y cuando al fin había obtenido de ella lo que quería, no había resultado ser lo que esperaba.

—¿Te sentías así después de lo de la otra noche? —murmuró.

—En parte. No, no pongas esa cara, ya te dije que fue especial para mí, y no te he mentido. Pero no pude evitar preguntarme qué pasaría ahora, si esto era todo, si no podíamos llegar más allá. Tanto el vínculo físico como el sentimental son importantes, Victoria, pero yo soy un shek: necesito un vínculo mental para fortalecer una relación, algo que la mera intimidad física no puede darme.

»Sin embargo, después de hablar contigo ayer, de poner las cartas sobre la mesa… se me ocurrió que tal vez no fuera del todo imposible. Porque, a fin de cuentas, no eres simplemente humana. Eres un unicornio.

—¿De qué me estás hablando, Christian? Me he perdido.

—Estoy hablando, otra vez, de las diferencias entre una relación física y una relación mental. ¿Sabes cuál es el máximo grado de intimidad al que puede llegar una pareja de sheks? Los humanos comparten sus cuerpos. Los sheks… fusionan sus mentes.

Victoria se quedó de piedra.

—¿Te refieres a entrar en la mente de otro? Pero eso ya lo haces a menudo, ¿no? Cuando lees sus pensamientos, por ejemplo.

—Voy a explicártelo de otra manera. La mente de una persona es como su casa. Hay casas más grandes y más pequeñas, casas acogedoras y casas siniestras, casas sencillas y casas laberínticas. La diferencia entre la mente de un humano y la de un shek es la que podría haber entre una choza y un castillo.

—Entiendo —asintió Victoria.

—Cuando miro a alguien a los ojos para leer su mente, en realidad es como si mirara el interior de su casa a través de las ventanas. Cuando quiero destruir una mente, envío parte de mi percepción a atacar las columnas que sostienen su casa. Pero fusionar dos mentes es algo distinto. Supone que abandonaría mi casa para recorrer la tuya, y que tú saldrías de la tuya para visitar la mía. Durante ese rato, cada uno de nosotros no sería él mismo. Dejaría atrás su propia mente, abandonada y vulnerable. Y por eso es algo peligroso, pero también una muestra de la confianza más absoluta. Porque cuando recorres la casa de otra persona, has de hacerlo con el convencimiento de que la tuya propia está en buenas manos. No es algo que pueda hacerse a la ligera. Los sheks llegan a ese grado de intimidad con alguien muy pocas veces en su vida. A veces, una sola, y a veces, ninguna.

Victoria respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.

—Y eso es lo que no puedes hacer conmigo —resumió.

—Eso es lo que pensaba que no podía hacer contigo —rectificó Christian—. Pero lo cierto es que no lo hemos intentado.

La miraba con seriedad, y con una intensidad que a Victoria le recordó los primeros tiempos de su relación, cuando se veían en secreto, cuando era un amor prohibido. El corazón empezó a palpitarle más deprisa.

—¿Me estás diciendo… que quieres fusionar tu mente con la mía?

—Me gustaría, sí.

Victoria no supo qué decir. De momento, estaba tratando de asimilar las implicaciones de lo que Christian le estaba proponiendo. Por un lado, la idea de entrar en la mente del shek, tan impenetrable y al mismo tiempo tan enigmática, la seducía hasta límites insospechados, igual que saber que él conocería hasta sus más íntimos secretos. Aquello derribaría por fin el muro de hielo que a veces se alzaba entre los dos, ayudaría a Victoria a comprender mejor al joven del que se había enamorado.

Por otra parte, tal y como lo había descrito, el shek tenía razón: la fusión de las mentes era algo muy íntimo…, demasiado, quizá. Porque, ¿qué sería Christian sin su misterio? ¿Y acaso no había cosas que ella quería guardar para sí? ¿Hasta qué punto podía olvidarse de sí misma por amor?

—Antes de que me respondas —prosiguió él—, quiero que tengas en cuenta tres puntos importantes. Primero, que algunas de las cosas que verás en mi mente no serán agradables, y no te van a gustar.

Victoria desvió la vista, turbada. Sabía a qué se refería.

—Debería poder vivir con eso —respondió, tras una pausa—. Sé quién eres y lo que has hecho. Lo sabía desde el primer momento, así que, si es cierto que te quiero tanto como creo, por mucho que me duela lo que vea en tu mente, mis sentimientos por ti no deberían cambiar.

Christian sonrió.

—Segundo —prosiguió—, que se necesita como mínimo una mente shek. Es decir, que es algo que tú podrías hacer conmigo, en teoría, pero nunca podrás hacer con Jack.

Victoria abrió la boca para hablar, pero no dijo nada.

—Sabes por qué lo digo, ¿no? Desde el principio te has esforzado mucho en darnos lo mismo a los dos, pero si fusionamos nuestras mentes, habremos alcanzado un grado de unión que jamás podrás tener con Jack. Debes tenerlo en cuenta.

Victoria reflexionó. Después, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa.

—Pero eso tampoco es un impedimento —dijo—, porque Jack y yo fusionamos nuestros espíritus, hace mucho tiempo.

Ahora fue Christian el que se sorprendió.

—¿Que hicisteis qué?

—El no se acuerda, y no me extraña. Yo solo lo supe hace muy poco. Verás, cuando Yandrak y Lunnaris fueron enviados a la Tierra a través de la Puerta, hubo un momento en que sus espíritus se cruzaron… y por un momento fueron uno. Luego se separaron, y fue entonces cuando se reencarnaron.

»Lo supe cuando creí que Jack había muerto. Fue como si me hubiesen arrebatado una parte de mí, y en ese momento… mi alma supo por qué.

Christian sacudió la cabeza, perplejo.

—¡Por eso tenéis una conexión espiritual tan estrecha! Una conexión que se ha ido haciendo más fuerte a medida que Yandrak y Lunnaris iban despertando en vuestro interior.

Victoria asintió.

—Por eso, si es verdad que la fusión mental proporciona una unión tan íntima, no me importaría hacerlo contigo. Aunque la idea de dejar de ser yo me asusta un poco.

—Nunca dejas de ser tú, en realidad —la tranquilizó él—. Pero sí que es verdad que dejas atrás algo muy importante. Por eso hay que pensarlo muy bien.

—Y tú, ¿lo has pensado bien? —le preguntó ella, con curiosidad—. Ayer me decías que no sabías si querías seguir conmigo, y hoy me propones esto… No te entiendo.

—Lo he pensado bien. Llevo mucho tiempo pensando en ello. Es solo que creía que no era posible, así que ni me había planteado tratar de ponerlo en práctica. ¿Recuerdas lo que te he dicho de la choza y el castillo? Si fusionara mi mente con la de una humana, me sentiría muy estrecho —sonrió—. Pero tú eres algo más. Tu conciencia es, en parte, la de un unicornio. No creo que sea lo mismo. No puede ser lo mismo.

—¿Y qué pasará si no sale bien? —preguntó Victoria—. ¿Qué pasará si luego te sientes decepcionado?

—No lo sé —murmuró Christian—. De verdad que no lo sé.

Permanecieron en silencio un instante, navegando en un mar de incertidumbre.

—Quizá —aventuró ella entonces— lo importante no sea lo que vayas a encontrar en mi mente, sino el hecho de que te importo lo bastante como para querer intentarlo. ¿No crees?

El shek asintió.

—Por si te sirve de algo —dijo en voz baja—, sería la primera vez para mí también. Nunca he fusionado mi mente con la de nadie.

La joven alzó la cabeza, sorprendida. Christian la miraba fijamente, muy serio, y Victoria sostuvo su mirada, mientras el corazón le latía con tanta fuerza que amenazaba con salírsele del pecho.

—Christian —susurró, conmovida; sacudió la cabeza—. ¿Cómo es posible? A veces me dices estas cosas… me traes a tu casa, me propones que una mi mente a la tuya… y otras veces me dejas sola durante días para rondar a una shek y dudar de tus sentimientos por mí. No hay quien te entienda.

—Soy un ser complejo —replicó él, imperturbable—. Pero lo que sí debes de saber, a estas alturas, es que nunca te miento. Y cuando te digo algo, es porque lo siento de verdad. Y eso me lleva al tercer punto.

—¿De qué se trata?

—De lo que te he comentado antes. Fusionar las mentes supone tener una confianza total en la otra persona, así que, dime: ¿confías en mí?

Cruzaron una mirada larga, intensa.

—¿Y tú? —sonrió Victoria, sin contestar a la pregunta—. ¿Confías en mí?

—Ciegamente —respondió Christian sin dudar—. Y a menudo pienso que querría poder darte motivos para que tú sintieras lo mismo. Para que confiases en mí de la misma forma que confías en Jack. Pero sé que yo no te he tratado igual que él. Y sé que…

—Ya sé —cortó ella— que no debería confiar en ti. Pero lo hago, Christian. De verdad.

El sonrió. Le acarició la mejilla suavemente. Era el primer gesto tierno que recibía de él en mucho tiempo, y el corazón de Victoria bebió de aquella sensación con avidez.

—Por este tipo de cosas —murmuró Christian— me cuesta tantísimo imaginar siquiera la posibilidad de dejarte marchar.

—Si no quieres dejarme marchar no lo hagas, Christian. Con Shizuko o sin ella, yo seguiré aquí mientras tú quieras que siga aquí. Lo que no quiero es que me retengas cuando ya no signifique nada para ti.

—Sigues siendo importante para mí —le aseguró Christian—. De lo contrario, no te estaría pidiendo que fusionases tu mente con la mía. De todas formas, no quiero presionarte. Necesitarás tiempo para pensarlo…

—Ya lo he pensado —cortó ella. Lo miró a los ojos—: Sí que quiero hacerlo.

Por una vez, Christian pareció quedarse sin palabras.

—Pero hay algo que me preocupa —señaló Victoria—. Tendrás acceso a todos mis recuerdos y mis sentimientos, y yo… hay una parte que prefiero que no conozcas, porque es privada. No por mí, sino porque esos recuerdos no me pertenecen a mí solamente.

—Jack —adivinó él.

—¿Está mal que ponga restricciones? —preguntó ella, preocupada.

—No. Por lo que sé, es habitual, de hecho. Se suele pedir a la otra persona que respete las habitaciones de la casa que corresponden a una relación anterior. La razón la has explicado tú muy bien: porque esos recuerdos no te pertenecen a ti solamente. No te inquietes por eso; no tengo el menor interés en saber los detalles de tu relación con Jack, eso es algo que solo os incumbe a vosotros dos.

—Bien —asintió Victoria; se acercó un poco más a él, con cierta timidez—. Entonces, no necesito pensarlo más. La respuesta es sí.

Trató de relajarse, pero le resultaba difícil. El corazón seguía palpitándole con fuerza, y su respiración era agitada e irregular, como si hubiese estado corriendo. A pesar de todo, no se movió. No apartó la mirada de los ojos de Christian, los ojos azules de Christian, que se clavaban en lo más hondo de su alma como un puñal de hielo, como la primera vez que él la había mirado.

«Tranquila», susurró él desde un rincón de su mente. «No tengas miedo».

Victoria alargó las manos, buscando las de él. Las encontró, y las estrechó con fuerza, mientras su mirada seguía clavada en la de Christian, sin apartarse de ella ni un solo instante.

«¿Qué he de hacer?», pensó.

«Sigue mirándome a los ojos y trata de ver más allá. Estoy tendiendo un puente. Encuéntralo, y atrévete a cruzarlo».

Victoria tragó saliva. Sentía que los hilos de la conciencia de Christian tejían una red cada vez más tupida en torno a su propia mente, pero ella misma seguía donde estaba. Se concentró en los ojos de Christian, dejó que la mirada de él la estremeciera entera, como había ocurrido en tiempos pasados. Si el shek estaba nervioso, desde luego no lo daba a entender, pues seguía mostrándose frío y sereno, como siempre. Pese a todo, esa era una de las cosas que más le gustaban de él.

Pronto, los iris de hielo de Christian fueron algo más. Victoria empezó a ver en ellos formas que se movían, como fantasmas, al otro lado. Fascinada, siguió mirando. Las figuras siguieron moviéndose, y entonces empezaron a girar, y Victoria sintió que había algo que tiraba de ella, como si la succionara hacia él. Dejó escapar una exclamación de alarma y quiso resistirse, pero entonces recordó por qué estaban haciendo aquello, y las palabras de Christian volvieron a resonar en su mente: «Encuentra el puente, y atrévete a cruzarlo».

Victoria respiró hondo y se dejó llevar. Y todo empezó a dar vueltas a su alrededor.

Se encontró de pronto en un espacio oscuro. Miró a su alrededor, asustada, pero la oscuridad era solo aparente. Pronto, todo se fue aclarando en torno a ella.

Se sintió abrumada ante lo que vio. Se hallaba en un mundo lleno de imágenes, de sonidos, de palabras… amplio y rico, inmenso y, pese a todo, cuidadosamente ordenado. Victoria se quedó donde estaba, maravillada. Centró su atención en la imagen más cercana y tiró de ella, y salió un retazo de recuerdo completo. Se vio a sí misma hablando con Christian, pero lo veía desde el punto de vista de Christian. Eso era extraño.

Ambos estaban en el apartamento de él, sentados en el sillón. Victoria llevaba la misma ropa, por lo que dedujo que era un recuerdo inmediatamente anterior. Le llegó el sonido de su propia voz: «Debería poder vivir con eso. Sé quién eres y lo que has hecho». Sonrió para sí.

Comprendió que estaba en el nivel más superficial de la conciencia de Christian, por lo que trató de moverse en aquel espacio. Lo consiguió con solo desearlo.

Durante un tiempo, no habría sabido decir cuánto, vagó por la mente de Christian, y entendió lo que había querido decir él al compararla con un castillo. No eran solo recuerdos lo que almacenaba allí, sino ideas, pensamientos, razonamientos… algunos tan complejos que a Victoria le costaba seguirlos. Todo estaba tan ordenado que a priori parecía sencillo moverse por allí; y, sin embargo, era tan enorme que daba la sensación de no terminarse nunca.

Topó por casualidad con algunos recuerdos y pensamientos acerca de Shizuko, y decidió no tocarlos; Christian no le había pedido que no lo hiciera, pero prefirió respetar su intimidad, de la misma forma que él iba a respetar la de ella.

Encontró también recuerdos relativos a Ashran. Aquel hombre inspiraba a Victoria un intenso terror, pero descubrió que para Christian había sido importante, y que lo había respetado hasta el final.

Halló pensamientos y recuerdos referentes a la etapa que había pasado en la Tierra. Vio a los idhunitas exiliados morir, uno tras otro, bajo su mirada de shek, y sintió un escalofrío, no tanto por sus muertes, sino por la indiferencia con la que estaban archivadas en la memoria de Christian. Dedicó un pensamiento a cada uno de ellos, víctimas de una guerra absurda, pero no fue capaz de sentir odio ni rencor, ni siquiera rechazo, hacia la persona que los había matado. Se preguntó si, de haber sido completamente humana, habría odiado a Christian por todo aquello. No podía saberlo.

En un nivel más profundo encontró los momentos dedicados a ella.

Revivir aquellas sensaciones desde el punto de vista de él, conocer los pensamientos que le había dedicado, la opinión que tenía Christian de ella, la emocionó y la hizo sentir mucho mejor. Después se vio a sí misma más joven, casi una niña, atrapada entre el filo de Haiass y el tronco de un árbol, aquella vez, la primera vez que se habían mirado a los ojos. Se sorprendió al ver la expresión que su propio rostro había mostrado entonces: sí, reflejaba miedo; pero también una profunda fascinación, y había un brillo de intensa emoción en el fondo de su mirada.

Lo había sospechado, pero nunca lo había sabido con certeza. Ahora, la evidencia la golpeaba con la fuerza de una maza.

Aquella noche, cuando él le había tendido la mano, cuando le había dicho «Ven conmigo»… ella ya estaba enamorada. Podía negárselo a sí misma todas las veces que quisiera, pero la forma en que había mirado al shek traicionaba el sentimiento que anidaba en su corazón.

Y aquel recuerdo era claro y vivido, lo cual indicaba que Christian lo había evocado muy a menudo, y lo guardaba como un tesoro en un rincón de su mente.

De haber estado unida a su cuerpo en aquel preciso instante, se habría ruborizado.

Siguió recorriendo aquella sección, arropada por los pensamientos y sentimientos de Christian con respecto a ella. Era una emoción agradable, pero no tan cálida como Victoria había imaginado. Incluso allí, en un nivel profundo de su conciencia, la implacable lógica del shek tendía a explicar y racionalizar todo lo que sentía. De esta manera, su amor por Victoria no era ardiente ni apasionado, pero, a cambio, poseía unas bases firmes y sólidas. Christian tenía razones para amarla; las había buscado durante años, las había encontrado, y sobre aquella lógica había dejado que crecieran sus sentimientos. Si alguien le preguntaba por qué hacía lo que hacía, podía encontrar una explicación, y eso reforzaba sus actos y lo reafirmaba en sus creencias.

Victoria siguió avanzando y dejó atrás aquella zona, con cierta pena. Inmediatamente después estaba todo lo relacionado con Jack, y era un odio tan oscuro, tan siniestro, que la joven sintió un escalofrío de terror. No obstante, aquel odio estaba rodeado de fuertes razonamientos lógicos que repetían una y otra vez los motivos por los que no debía atacar a Jack. Victoria observó, maravillada, cómo la mente del shek peleaba por mantener prisionero al instinto, por encadenarlo a su conciencia, por tener poder sobre él. Pero el instinto luchaba contra aquellas cadenas y amenazaba con nublar su mente. Victoria se alejó de allí, entristecida.

En un nivel aún más profundo, encontró imágenes de una mujer sin rostro y sin nombre. Supo que era la madre de Christian, y descubrió que no era que él no recordara los detalles; porque todo se queda en la mente, de una manera o de otra, y lo que nos hace olvidar es que no somos capaces de acceder a esos recuerdos. Pero en el caso de Christian, simplemente los recuerdos no estaban. El rostro de su madre había sido borrado. Por más que se esforzase, no lograría recordarlo.

Siguió deambulando por allí, perdida en la compleja red de niveles de conciencia del shek. Aprendió muchísimo sobre él y sobre los sheks en general, a través de los recuerdos del tiempo que Christian había pasado con ellos. Entendió algunas cosas que antes habían sido un misterio, y comprobó, con alegría, que al hacerlo no disminuía la fascinación que sentía hacia Christian; al contrario: seguía admirándolo y amándolo intensamente, y cuanto mejor lo conocía, más lo amaba.

Se preguntó entonces qué estaría encontrando el shek en su mente, y por un momento tuvo miedo de que él no viera nada grande ni hermoso en ella, sino… algo sencillo y pequeño, como una choza, como decía él. Ante aquel pensamiento, algo tiró de ella, y comprendió que, si deseaba regresar, lo haría de inmediato, por lo que se esforzó en pensar en otra cosa, y siguió recorriendo las galerías de la conciencia de Christian, perdiéndose en el inmenso entramado de su mente.

Christian, por su parte, no se estaba moviendo. Se había quedado exactamente en el mismo lugar.

Había examinado otras veces la mente de Victoria, había intuido lo que podía encontrar allí, pero sus suposiciones no tenían nada que ver con la realidad.

Siempre le había parecido que la conciencia de la muchacha era simple, sencilla, porque era fácil ver todo lo que pensaba. Ahora que estaba dentro se daba cuenta de que era mucho más compleja de lo que había supuesto. Lo que ocurría era, sencillamente, que los niveles de su mente eran tan luminosos y transparentes que podía contemplarlos todos a la vez. Así, si la mente humana era una choza y la de un shek, un castillo, la mente de Victoria era como un bellísimo palacio de cristal, muy pequeño en comparación con su propia mente, pero puro y diáfano. Y todos los recovecos de su conciencia mostraban un delicado entramado de pensamientos, sutil como la luz de las lunas, brillante como una gema irisada.

Christian dedicó un largo rato a contemplar la mente de Victoria desde allí. Sin necesidad de desplazarse era capaz de alcanzar a la vez varios niveles de su conciencia, admirando las filigranas que formaban sus ideas, sus recuerdos, sus sueños. Tenía miedo de entrometerse en los niveles más profundos: temía estropear algo. Pero, finalmente, su curiosidad fue más fuerte, y su conciencia recorrió la mente de Victoria con cuidado. Se aproximó a sus pensamientos, a sus anhelos más secretos, a sus recuerdos más preciados. Descubrió a la Victoria oculta, la muchacha que habitaba en un recoveco de su propia conciencia, un lugar no impregnado por el amor que sentía hacia Jack y Christian. Un lugar solo para ella.

Christian encontró allí a Victoria, simple y pura, solamente ella misma; y le gustó.

No se quedó mucho tiempo allí, sin embargo. No quería perturbar con su presencia aquel lugar secreto, que le pertenecía solamente a ella. Evitando cuidadosamente las zonas por donde vagaban pensamientos y sentimientos dedicados a Jack, Christian siguió explorando la mente de la muchacha, admirando los arcos cristalinos que sostenían su conciencia. Y entonces entendió por qué le parecía tan hermoso.

La mente de Victoria era delicada y transparente, como el cristal… como el hielo.

Poco a poco, ambos regresaron a sus propios cuerpos… a sus respectivas mentes. Permanecieron un largo rato en silencio, asimilando todo lo que habían experimentado, acostumbrándose de nuevo a ser ellos mismos. Victoria apoyó la cabeza en el pecho de Christian, con un breve sollozo de emoción. Él la rodeó con los brazos, cerró los ojos y reposó los labios sobre su pelo.

Ninguno de los dos habló. Estaban demasiado extasiados; aquel momento era demasiado mágico como para estropearlo con palabras.

«Si es así, llámame», había dicho el shek. «Y acudiré a tu lado». Shizuko lo había hecho, pero en el fondo de su corazón dudaba que él respondiese a su llamada. Había cumplido con lo que se esperaba de él y debía de saber ya que estaba en peligro. Era lógico que se refugiase en su usshak y no volviera a salir de allí, al menos hasta que estuvieran tan ocupados con otras cosas que se olvidaran de él.

Esa era la conducta más lógica, más racional. Si él actuara así, Shizuko lo entendería.

Y, no obstante, algo en ella se estremecía de angustia ante la posibilidad de no volver a verle.

Por eso, cuando Christian apareció de nuevo en el balcón de su apartamento, Shizuko se sintió aliviada, aunque no lo demostró.

«De nuevo te haces de rogar», comentó con suavidad al verle. Había estado tendida en la cama, tratando de dormir, sin conseguirlo, cuando la presencia del híbrido en la terraza había reclamado su atención. Se había puesto una bata de seda azul, una de las pocas cosas que conservaba de la verdadera Shizuko, porque el tacto suave y ligero de aquella prenda le resultaba agradable, y había salido para encontrarse con él.

Christian no se movió. Estaba apoyado en el antepecho, sereno y frío, como de costumbre.

«He estado ocupado», dijo.

«Y otra vez corres un gran riesgo. Eres consciente de ello, ¿no es así?».

«Sí, lo sé. Pero dije que acudiría a tu llamada, y suelo cumplir mi palabra».

«¿Sientes curiosidad?».

«En parte. Me has citado aquí, lo que significa que no vas a matarme. Doy por supuesto que una ejecución debería llevarse a cabo delante de testigos».

«Todavía no voy a matarte», respondió Shizuko. «Espero no tener que hacerlo, en realidad».

«Eso significa que Gerde aún quiere algo más de mí. También yo espero que lo que vas a pedirme no te obligue a matarme. No solo por mí, sino también por ti. Si yo me negase, te enfrentarías a un dilema interesante».

«¿Tú crees?».

«Elegir entre lo que quieres hacer y lo que debes hacer. Entre los sentimientos y la razón. Oh, sé de qué estoy hablando. Es algo que puede cambiar tu vida puesto que, una vez decides, ya no hay marcha atrás».

«Tal vez. Pero no quiero tener que llegar a eso. Todo depende de ti».

«Puede ser. Aunque el hecho de que admitas esa posibilidad implica que tu voluntad ya no te pertenece solamente a ti. Y eso significa que ya sabes que lo que te conté acerca de Gerde es cierto».

«Sí», respondió Shizuko, y aquel pensamiento estaba más teñido de temor y de respeto reverencial que de afirmación. «Pero ¿cómo es posible?».

Christian inclinó la cabeza.

«Llevo ya tiempo tratando de comprender las razones de los dioses, pero aún no sé a ciencia cierta a qué están jugando, ni qué sentido tiene la guerra que llevan librando desde el principio de los tiempos, y que ha implicado a tantas criaturas a lo largo de los siglos. Lo único que sé es que el Séptimo no es como los otros Seis. Porque el Séptimo adopta identidades mortales, y los Seis, no. No sé qué significa esto».

«Significa que el Séptimo está mucho más cerca de sus criaturas que cualquier otro dios…».

«… para bien o para mal», pensaron ambos a la vez.

Quedaron un momento en silencio, mientras desenredaban sus pensamientos enlazados, con suavidad.

«¿Qué es lo que te ha pedido Gerde?», quiso saber entonces Christian.

«Nada que no puedas cumplir, o al menos, eso creo. Lo cual me hace pensar que no quiere perderte. Y eso significa que puede que tengas una oportunidad de regresar con nosotros. A pesar del desastre que has causado a los sheks, si ella me da motivos para perdonarte, podré hacerlo en nombre de todos los sheks».

Christian dejó que fluyera hasta ella un breve pensamiento de amargo escepticismo.

«Perdimos un mundo por tu culpa», dijo Shizuko. «Pero, si nos ayudas a conquistar otro, tal vez queden perdonadas antiguas ofensas».

«Perdonadas», repitió Christian. «No olvidadas».

«Por algo se empieza. Lo que te ha pedido es poca cosa, no obstante, así que imagino que con el tiempo tendrás que realizar tareas más importantes. Pero, de momento, solo tienes que traerme a la muchacha».

«¿A Victoria? Lo siento, no puedo hacerlo». «Ella dijo que dirías eso», comentó Shizuko; no había rencor ni amargura en sus palabras. «Me pidió que especificara que no quiere hacerle daño. Sólo quiere verla, y me dijo que te prometiera que no le pasará nada. Lo único que has de hacer es conducirla hasta la ventana interdimensional para que Gerde la vea. Desde Idhún no puede tocarla, y yo me ocuparé de que no la dañe ningún shek, puesto que tan importante es para ti. Después, podrás llevártela de vuelta a tu usshak

«Mi respuesta sigue siendo no. Y no es porque no confíe en ti. Es que no me fío de ella».

«Si te niegas, Kirtash, tendremos que matarte. Y no quiero hacerlo».

«Pues no puedo complacerte».

Cruzaron una larga y dolorosa mirada.

«Es una conducta irracional, Kirtash», le reprochó ella. «Sabes perfectamente por qué quiere verla. Si te niegas a mostrársela, estarás confirmando sus sospechas. De modo que de todas formas le estás diciendo a Gerde lo que quiere saber».

«Lo sé. Y precisamente por eso no puedo llevarla ante ella».

Shizuko no contestó. Los dos permanecieron en silencio un largo rato, un silencio oscuro y lleno de incertidumbre, hasta que ella dijo:

«Pasado mañana, al amanecer, nos encontraremos junto a la ventana interdimensional. Trae a la chica. Y, si no vas a traerla… mejor será que no vuelvas. Por tu bien».

Christian no dijo nada.

«Puede que no sea yo la que se encuentre ante un dilema», señaló Shizuko con calma. «Puede que seas tú el que tenga que decidir si desea volver a ser uno de nosotros. Y el shek que habita en ti, y que yo puedo ver debajo de ese frágil disfraz humano, desea regresar a la red, lo desea con toda su alma. Así que deberás decidir a quién prefieres rendir lealtad. Aunque, en el fondo de tu corazón… lo sabes».

Christian le dirigió una larga mirada.

«Nos veremos dentro de dos días», dijo solamente. «En Hok-kaido».

Después, desapareció en la noche, apenas una sombra sutil recortada contra las luces de Tokio; y Shizuko se quedó sola en el balcón, mientras la brisa revolvía su cabello y enfriaba agradablemente su piel humana. Sin embargo, ella se envolvió más en su bata, inquieta. Por una vez, el calor le resultaba reconfortante.

Encontró a Victoria sentada en el sofá, leyendo unos folios, abstraída. Había olvidado sobre la mesita un sandwich a medio comer. Cuando la sombra de Christian le tapó la luz, Victoria alzó la cabeza, sobresaltada.

—No te había oído llegar —sonrió.

Los dos cruzaron una mirada llena de entendimiento y complicidad. Se sentían más unidos que nunca, y les gustaba aquella sensación.

Christian se sentó a su lado y señaló la carpeta que descansaba sobre sus rodillas.

—Veo que por fin te has decidido —comentó.

El rostro de Victoria se ensombreció.

—Después de todo lo que he aprendido sobre ti, no me gustaba pensar en lo poco que sabía acerca de mí misma. Por otra parte, tú ya conocías toda esta información. Podía haber topado con ella en cualquier momento, mientras exploraba tu mente. Si no lo hice, es porque tu mente es demasiado grande como para conocerla por entero en tan poco tiempo —añadió, con una sonrisa y un leve rubor en las mejillas—. Pero podría haberme enterado de todo esto por casualidad, así que no tenía sentido que siguiera dándole la espalda.

—Sé de qué tenías miedo —dijo Christian con cierta dulzura—. Es parte de tu historia como humana. Y hace tiempo que ya no deseas ser humana.

Victoria sacudió la cabeza.

—Estuve débil; lo pasé muy mal. Es demasiado reciente como para que lo haya olvidado, o quiera volver a pasar por ello.

—Y, no obstante, es nuestro cuerpo humano lo que nos permite estar juntos… amarnos. No sé si deberías rechazar esa parte humana tan a la ligera.

—¿De veras? —Victoria sonrió sin alegría—. No hace tanto que todos pensamos que me había vuelto del todo humana. Aún recuerdo la decepción en tus ojos, y en los de Jack. Mi parte humana no te gusta, Christian. De hecho, si fuese completamente humana no habríamos podido compartir anoche lo que compartimos tú y yo. Habríamos mantenido una relación física que, por muy importante que pudiera ser para mí, para ti no habría sido suficiente. ¿Me equivoco?

—No. Pero no eres solo humana, Victoria, y ahí está la clave. De hecho, ni siquiera eras solo humana cuando eras un bebé.

Victoria entendió por qué lo decía. Bajó la mirada hacia las hojas que había estado leyendo.

—¿Fue por eso? —preguntó en voz baja—. ¿Por eso yo sobreviví al accidente, y mis padres, no?

Christian asintió.

Y, lo quisiera o no, Victoria sintió que tenía un nudo en la garganta. Lo cierto era que aquella historia la había conmovido profundamente. Y, aunque aún no sabía cómo se las había arreglado Christian para averiguar todo aquello, de pronto se dio cuenta de que no le importaba.

Allí, en las hojas que contenía aquella carpeta, el shek había anotado tiempo atrás los detalles sobre su origen, detalles que Allegra jamás había llegado a contarle. Así, Victoria se había enterado de que, aunque había nacido en España, sus raíces estaban en otra parte. Sus padres, Germán y Miranda, habían emigrado desde Argentina poco antes de venir ella al mundo. Habían tratado de abrirse paso en el país que los había acogido, un poco a regañadientes, con el trabajo de él como albañil, y de ella como camarera en una cafetería. Al nacer Victoria, Miranda había tenido que abandonar su trabajo, y la familia había pasado estrecheces. Sin embargo, apenas unos meses más tarde, todo había terminado en tragedia, con un brutal accidente de tráfico. Los padres de Victoria habían fallecido en el acto, pero ella no había sufrido ni un rasguño.

—¿Por qué no me llevaron de vuelta a Argentina? —murmuró Victoria—. ¿Mis padres no tenían familia allí?

—También yo me lo pregunté —respondió Christian—. Por lo visto, la familia de tu madre no aprobaba su relación con tu padre. Se marcharon a España, buscando iniciar una nueva vida juntos, y cortaron los lazos con su país. Tal vez los habrían retomado con el tiempo… si hubiesen tenido ocasión. Ni siquiera dijeron que habían tenido un bebé, así que las autoridades correspondientes no supieron muy bien qué hacer contigo. Tus abuelos no sabían ni que existías.

—Y terminé en un orfanato —dijo ella, un poco perpleja.

—Terminaste en casa de Aile Alhenai, una de las más poderosas hechiceras de Idhún. Te encontró en Madrid, pero me temo que te habría encontrado de todas formas, aunque te hubieses ocultado en el lugar más remoto del mundo.

—Me encontró antes que tú —señaló Victoria, alzando sus grandes ojos hacia él—. Y tú sabías quién era ella antes de que yo me enterase. Siempre pareces saberlo todo.

—Todo, no. Pero sí muchas cosas. Supe quién era ella y le perdoné la vida porque te protegía. Y ése fue un grave error por mi parte.

Victoria lo miró, perpleja.

—¿Estás diciendo que deberías haber matado a mi abuela entonces?

—Cuatrocientos veintisiete sheks —dijo Christian solamente.

Victoria enmudeció.

Cuatrocientos veintisiete sheks habían matado Qaydar y Allegra en la batalla de Awa. Con un solo hechizo combinado, aprovechándose del punto débil de las serpientes aladas: el fuego.

—Cumplí con mi deber —añadió Christian—. Con eficacia y exactitud, durante cinco años. Y entonces empecé a fallar. Me juré a mí mismo que te protegería, pero a menudo pienso que debería haber matado a todos los demás. Al dragón que acabó con el imperio de los sheks. Al mago que lideró el ataque a la Torre de Drackwen. Al guerrero que reconquistó Nurgon. A la hechicera que acabó con cuatrocientos veintisiete de los míos. Maté a todos los renegados, menos a cuatro, y cada uno de ellos, a su manera, fue fatal para los sheks.

—Si te hubiese acompañado entonces —murmuró Victoria—, cuando me tendiste la mano… nos habríamos ahorrado todo esto.

Christian guardó silencio durante un rato. Después, dijo:

—No estoy seguro de eso. ¿O es que crees acaso que Jack no habría luchado por recuperarte?

Victoria no dijo nada. Christian la miró intensamente.

—Y, no obstante, me diste la mano aquella noche —dijo con suavidad—. Muchas veces me he preguntado por qué, pero ayer, mientras recorría tu mente, lo supe.

—¿Qué es lo que supiste?

—Que tú y yo estamos hechos de lo mismo, en parte. Los unicornios, Victoria, no son enemigos de los sheks. Nunca lo han sido. Una vez te dije que tú y yo no éramos tan diferentes, pero hasta ayer no supe hasta qué punto tenía razón.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Victoria, cada vez más intrigada.

Pero Christian solo la miró y sonrió, enigmáticamente.

—Hielo y cristal —fue lo único que dijo.