Número especial del diario El Oriente (Iquitos, 5 de enero de 1959), dedicado a los graves acontecimientos de Nauta.
Reportaje extraordinario de toda la redacción de El Oriente, movilizada bajo la guía intelectual de su director, Joaquín Andoa, para llevar a los lectores del departamento de Loreto la versión más ágil, pormenorizada y fiel del trágico caso de la hermosa Brasileña, desde el asalto de Nauta hasta el entierro en Iquitos, con los sucesos que han electrizado la atención de la ciudadanía.
Llanto y sorpresas despidieron restos de bella asesinada.
Ayer en la mañana, a las 11 horas aproximadamente, los restos mortales de la que fuera Olga Arellano Rosaura, conocida en el mundo del malvivir por el apodo de Brasileña, debido a sus años de residencia en la ciudad de Manaos (véase su biografía en la página 2, columnas 4 y 5), fueron enterrados en el histórico cementerio general de esta ciudad entre escenas de pesar y aflicción de compañeros de trabajo y amistades, que conmovieron a la numerosa concurrencia. Poco antes rindió honores militares a la finada una escolta de Infantería del campamento militar Vargas Guerra, en gesto insólito que no dejó de provocar considerable sorpresa, aún entre las personas más apenadas por la forma trágica en que perdió la vida esta joven y descarriada belleza loretana, a quien el capitán (sic) Pantaleón Pantoja llamó, en su perorata fúnebre, «desdichada mártir del cumplimiento del deber y víctima de la sociedad y villanía del hombre» (léase la perorata integra en la página 3, columna 1).
Sabedores de que el sepelio de la infortunada joven, iba a celebrarse ayer en la mañana, desde tempranas horas se habían congregado en las inmediaciones del cementerio (calles Alfonso Ugarte y Ramón Castilla), muchos curiosos que pronto bloquearon la entrada principal y el contorno del Monumento a los Caídos por la Patria. A las diez y treinta, más o menos, los presentes pudieron percatarse de la llegada de un camión del campamento militar Vargas Guerra, del que descendió una escolta de doce soldados, con casco, correaje y fusil, al mando del teniente de Infantería Luis Bacacorzo, el mismo que apostó a sus hombres a ambos lados de la puerta de ingreso al cementerio. Esta operación desató la curiosidad de las personas presentes, quienes no podían adivinar la razón de la comparecencia de una escolta del Ejército en esa hora, sitio y circunstancia. El enigma quedaría aclarado momentos después. En vista de que la aglomeración de curiosos y público en general obstruía por completo el acceso al cementerio, el teniente Bacacorzo ordenó a los soldados despejar la puerta, lo que éstos hicieron de inmediato sin contemplaciones.
A las 11 menos 15 minutos, la conocida carroza de lujo de la principal agencia funeraria de Iquitos, la «Modus Vivendi», hizo su aparición, totalmente recubierta de ofrendas florales, por la calle Alfonso Ugarte, seguida de gran número de taxis y vehículos particulares. El cortejo fúnebre, que avanzaba muy lento, había partido minutos antes del local del río Itaya llamado Servicio de Visitadoras, conocido generalmente con el sencillo mote de Pantilandia, donde había sido velada toda la noche anterior la malograda Olga Arellano Rosaura. Un impresionante silencio se extendió de inmediato por el barrio y la gente congregada abrió paso al cortejo por propia iniciativa a fin de que pudiera llegar hasta la misma entrada del camposanto. Gran número de personas —un centenar a juicio de los observadores— acompañaban en su viaje a la última morada a la infeliz Olga vistiendo muchas de ellas de oscuro y dando muestras, sobre todo sus compañeras de trabajo, las visitadoras y «lavanderas» de Iquitos, de congoja en el rostro. Pudo notarse entre los componentes del cortejo fúnebre a la totalidad de mujeres que laboran en la mal afamada institución del río Itaya, siendo ellas, explicablemente, las que denotaban mayor dolor, vertiendo vivas lágrimas bajo los velos y mantillas negras. Puso una nota de emoción y dramatismo el que entre las visitadoras presentes estuvieran, en primera fila, las seis mujeres que vivieron con la extinta Brasileña los graves acontecimientos de Nauta en los que aquélla perdió la vida, e incluso la propia Luisa Cánepa, (a) Pechuga, que, como nuestros lectores saben, recibió heridas y contusiones bastante serias por mano de los asaltantes durante el luctuoso suceso (véase en la página 4 una recapitulación en detalle de la emboscada de Nauta y su sangriento final). Pero la sorpresa mayor de la ciudadanía allí reunida fue ver descender de la carroza funeraria, vestido con uniforme de capitán del Ejército y con anteojos oscuros, al promotor jefe del llamado Servicio de Visitadoras, el muy conocido y poco apreciado señor Pantaleón Pantoja, del que hasta ahora nadie, al menos que este diario sepa, conocía su condición de oficial del Ejército. Lo cual, naturalmente, originó comentarios diversos entre el público.
Al ser bajado de la carroza, se pudo advertir que el ataúd tenía forma de cruz, como es costumbre entre los difuntos que en vida pertenecieron a la Hermandad del Arca, lo que debió parecer asombroso a mucha gente, por existir la sospecha de que la muerte de la Brasileña se debió a cofrades de esa secta religiosa, conjetura que, de otra parte, ha sido enérgicamente desmentida por el profeta máximo del Arca (véase la «Epístola a los buenos sobre los malos» del Hermano Francisco, que publicamos en la página 3, columnas 3 y 4). El ataúd fue bajado de la carroza e ingresado en el camposanto en hombros del propio capitán Pantoja y de sus colaboradores del malquerido Servicio de Visitadoras, todos los cuales vestían riguroso luto, a saber: Porfirio Wong, conocido como el Chino en el barrio de Belén, el suboficial primero AP Carlos Rodríguez Saravia (quien comandaba el barco Eva al registrarse el asalto de Nauta), el suboficial FAP Alonso Pantinaya, (a) Loco, famoso ex-as de la acrobacia aérea, los reclutas Sinforoso Caiguas y Palomino Rioalto y el enfermero Virgilio Pacaya. Llevaron las cintas del ataúd, el mismo que lucía sobre la tapa una elegante y solitaria orquídea, la célebre Leonor Curinchila, (a) Chuchupe, y varias pupilas de ese centro de mal obrar del río Itaya, como ser Sandra, Viruca, Pichuza, Peludita y otras, y el popular Juan Rivera, (a) Chupito, quien exhibía los vendajes y huellas de las numerosas heridas que recibió al pretender rechazar, con típica gallardía loretana, la agresión de Nauta. Cogieron asimismo las cintas del ataúd, dos señoras de cierta edad y de origen humilde, notoriamente condolidas, que se negaron a dar sus nombres y a señalar su relación con la occisa, y a quienes algunos rumores sindicaban como familiares de Olga Arellano Rosaura, que preferían ocultar su identidad debido a las poco recomendables actividades a que se dedicó en vida la joven crucificada. Apenas estuvo alineado el cortejo en la forma que hemos dicho, a una señal del capitán Pantoja el teniente Luis Bacacorzo, con voz marcial, dio a los soldados de su escolta la orden de ¡Presenten! ¡Armas!, lo que aquéllos obedecieron al instante con garbo y elegancia. Así, en hombros de sus colegas y amigos y entre una doble fila de fusiles que le rendían homenaje, entró al cementerio general de Iquitos la desgraciada Brasileña que perdió la vida a poca distancia de donde nace nuestro río-mar. El ataúd fue llevado hasta el pequeño podio, vecino al Monumento a los Caídos por la Patria, donde una placa recibe al visitante con este apóstrofe sombrío: «ENTRA, REZA, MIRA CON CARIÑO ESTA MANSIÓN; PUEDE QUE SEA TU ÚLTIMA MORADA». Allí, dando muestras de inexplicable malhumor y fastidio, que no dejaron de ser reprobados por la concurrencia, se hallaba el ex capellán del Ejército y actual párroco encargado del cementerio de Iquitos, padre Godofredo Beltrán Calila. El religioso ofició con exagerada rapidez los responsos fúnebres, no pronunció sermón alguno, como se esperaba de él, y abandonó el lugar sin esperar el término de la ceremonia. Acabado el acto religioso, el capitán Pantaleón Pantoja, instalándose frente al ataúd de la malograda Olga Arellano Rosaura, pronunció la perorata que reproducimos en otro lugar de este diario (véase página 3, columna 1), la misma que llevó al funeral a su clímax de sensibilidad y patetismo, al verse interrumpido el capitán Pantoja, en varios momentos de su perorata, por sus propios sollozos, los mismos que eran coreados, como tristes ecos, por los de sus colaboradores mencionados y muchas polillas presentes.
Inmediatamente después, el ataúd fue de nuevo levantado en hombros por los mismos que lo habían ingresado al camposanto, en tanto que otras personas, la mayoría visitadoras y «lavanderas», se turnaban en el cogido de las cintas. El cortejo recorrió así el cementerio hasta el extremo sur, donde, en el Pabellón de Santo Tomás, cuartel 17, nicho superior, reposaran los restos de la desaparecida. La colocación del ataúd e instalación de la lápida (en la que sencillamente se lee, en letras doradas: Olga Arellano Rosaura, llamada Brasileña (1936-1959): sus desconsolados compañeros), dio motivo a nuevas efusiones de sentimiento y dolor por su cruenta partida, habiendo prorrumpido muchas mujeres en inconsolable llanto. Luego de un padrenuestro y un avemaría que fueron entonados, a sugerencia de Leonor Curinchila, (a) Chuchupe, por la salud eterna de la fallecida loretana, el cortejo se deshizo. Comenzaban a dispersarse los asistentes hacia sus respectivos domicilios, cuando sobrevino una súbita lluvia, como si el cielo hubiera querido de pronto asociarse al duelo. Eran las doce del día.
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Elegía fúnebre del Capitán Pantaleón Pantoja en el entierro de la hermosa Olga Arellano, la visitadora clavada en el Nauta.
Reproducimos a continuación, por considerarla del interés de nuestros lectores y por su desgarrada sinceridad y asombrosas revelaciones, la perorata fúnebre que pronunció en el sepelio de la victimada Olga Arellano Rosaura, (a) Brasileña, quien fuera su amigo y jefe, el tan mentado don Pantaleón Pantoja, y quien ha resultado desde ayer, ante la sorpresa general, capitán de Intendencia del Ejército Peruano.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada y muy querida Brasileña, como te llamábamos cariñosamente todos los que te conocíamos o frecuentábamos en el diario quehacer:
Hemos vestido nuestro glorioso uniforme de oficial del Ejército del Perú, para venir a acompañarte a éste que será tu último domicilio terrestre, porque era nuestra obligación proclamar ante los ojos del mundo, con la frente alta y pleno sentido de nuestra responsabilidad, que habías caído como un valeroso soldado al servicio de tu Patria, nuestro amado Perú. Hemos venido hasta aquí, para mostrar sin vergüenza y con orgullo, que éramos tus amigos y superiores, que nos sentíamos muy honrados de compartir contigo la tarea que el destino nos había deparado, cual era la de servir, de manera nada fácil y más bien erizada de dificultades y sacrificios (como tú, respetada amiga, has experimentado en carne propia), a nuestros compatriotas y a nuestro país. Eres una desdichada mártir del cumplimiento del deber, una víctima de la soecidad y villanía de ciertos hombres. Los cobardes que, aguijoneados por el demonio del alcohol, los bajos instintos de la lascivia o el fanatismo más satánico, se apostaron en la Quebrada del Cacique Cocama, en las afueras de Nauta, para, mediante el rastrero engaño y la vil mentira, abordar piratescamente nuestro transporte fluvial Eva y luego aplacar con bestial brutalidad sus inclementes deseos, no sabían que esa belleza tuya, que a ellos los acicateaba delictuosamente, la habías consagrado con exclusividad generosa, a los esforzados soldados del Perú.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada Brasileña: Estos soldados, tus soldados, no te olvidan. Ahora mismo, en los rincones más indómitos de nuestra Amazonía, en las quebradas donde es monarca y señorea el anófeles palúdico, en los claros más apartados del bosque, allí donde el Ejército Peruano se ha hecho presente para manifestar y defender nuestra soberanía, y allí donde tú no vacilabas en llegar, sin importarte los insectos, las enfermedades, la incomodidad, llevando el regalo de tu belleza y de tu alegría franca y contagiosa a los centinelas del Perú, hay hombres que te recuerdan con lágrimas en los ojos, y el pecho henchido de cólera hacia tus sádicos asesinos. Ellos no olvidarán nunca tu simpatía, tu graciosa malicia, y ese modo tan tuyo de compartir con ellos las servidumbres de la vida castrense, que, gracias a ti, se les hacían siempre a nuestros clases y soldados más gratas y llevaderas.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada Brasileña, como te apodaban, por haber vivido en el país hermano al que te llevaron tus jóvenes inquietudes, aunque —debemos decirlo— no hubiera en ti ni una sola gota de sangre ni un solo cabello que no fueran peruanos:
Debes saber que, junto con los soldados melancólicos, disgregados a lo ancho y a lo largo de la Amazonía, también te lloran y evocan tus compañeras y tus compañeros de trabajo del Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, en cuyo centro logístico del río Itaya fuiste en todo momento una lujosa flor que lo enriquecía y perfumaba, y quienes siempre te admiramos, respetamos y quisimos por tu sentido del deber, tu infatigable buen humor, tu gran espíritu de camaradería y colaboración y tantas otras virtudes que te adornaban. En nombre de todos ellos quiero decirte, refrenando el llanto, que tu sacrificio no habrá sido vano: tu sangre todavía joven, salvajemente derramada, será el vínculo sagrado que nos una desde ahora con más fuerza y el ejemplo que nos guíe y estimule a diario para cumplir nuestro deber con la perfección y el desinterés con que tú lo hacías. Y, finalmente, en nombre propio, déjame darte las gracias más profundas, poniendo el corazón en la mano, por tantas pruebas de afecto y comprensión, por tantas enseñanzas íntimas que nunca olvidaré.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada Brasileña:
¡DESCANSA EN PAZ!
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Crónica del asalto de Nauta
El crimen de la Quebrada del Cacique Cocama, minuto a minuto: su cortejo de sangre, pasión, sadismo necrofílico e instintos desbocados
N. de la R.: El Oriente quiere hacer público su más efusivo agradecimiento al coronel de la Guardia Civil Juan Amézaga Riofrío, jefe de la V Región de Policía y al Inspector Superior de Loreto de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP), Federico Chumpitaz Fernández, quienes tienen bajo su responsabilidad la investigación de los trágicos sucesos de Nauta, por habernos facilitado con la mayor amabilidad, sacrificándonos muchos minutos de su precioso tiempo toda la información disponible hasta el momento sobre dicho suceso. Queremos destacar la actitud de cooperación hacia la prensa libre y democrática de estos distinguidos jefes de Policía, a quienes otras autoridades del Departamento deberían tomar como ejemplo.
La conspiración de Requena
A medida que progresa la investigación de los sucesos de Nauta, se descubren elementos que rectifican las primeras versiones difundidas por la prensa escrita y radial sobre lo acaecido. Así, a cada instante se debilita la tesis según la cual el asalto de Nauta y la muerte y crucifixión de Olga Arellano Rosaura, (a) Brasileña, fueron un rito de «sacrificio y purificación por la sangre», ordenado por la Hermandad del Arca, secta de la cual los siete sujetos habrían sido meros instrumentos. De este modo, la fogosa campaña de nuestro colega, Germán Láudano Rosales, en su programa La Voz del Siachi, defendiendo a la Hermandad del Arca y rechazando como falsa la confesión de los delincuentes de haber obedecido órdenes del Hermano Francisco, está cobrando visos de verdad. La conjetura del Sinchi de que dicha confesión es una estratagema de los encarcelados para amortiguar su culpa, parece respaldada por los hechos. Asimismo, los primeros interrogatorios a que han sido sometidos en Iquitos los implicados —llegaron ayer a esta ciudad, por vía fluvial, procedentes de Nauta, donde habían permanecido detenidos desde el 2 de enero—, también han permitido a las autoridades de la Guardia Civil y de la PIP descartar la otra especie que circulaba, según la cual el asalto de Nauta fue producto de la inspiración del momento, hijo de los malos consejos del alcohol, y comprobar, sin lugar a dudas, que estuvo planeado con mucha antelación en sus más mínimos y macabros detalles.
Todo comenzó, al parecer, unos quince días antes de la fecha fatídica, en una reunión social —y no religiosa, como se dijo— celebrada con caracteres de la mayor inocencia, entre un grupo de amigos del pujante pueblo de Requena. La fiesta habría tenido lugar el día 14 de diciembre pasado, en casa del ex alcalde del lugar, Teófilo Morey, con motivo de cumplir éste su cincuentaicuatro aniversario. En el curso del ágape, al que asistieron todos los inculpados (es decir: Artidoro Soma, 23 años; Nepomuceno Quilca, 31 años; Caifas Sancho, 28 años; Fabio Tapayuri, 26 años; Fabriciano Pizango, 32 años y Renán Márquez Curichimba, 22 años), se libaron muchas copas de licor, habiendo alcanzado todos los nombrados el estado de embriaguez. Fue en el transcurrir de dicha fiesta que el propio ex alcalde Teófilo Morey, individuo muy conocido en Requena por sus instintos sensuales, su afición a la buena mesa y a las bebidas espirituosas, así como a cosas parecidas, lanzó —según declaración de algunos de sus coacusados— la idea de emboscar a un convoy de visitadoras, cuando éste se hallara de viaje hacia algún campamento militar, para disfrutar a la fuerza de los encantos de las descarriadas. (Como recordarán nuestros lectores, en un primer momento los asaltantes afirmaron que la idea del asalto había surgido durante una misa nocturna del arca de Requena, en la cual se sorteó a siete hermanos para ejecutar la misión decidida por todos los asistentes a la ceremonia, más de un centenar, según dijeron). La idea fue recibida con muestras de aprobación y entusiasmo por los otros inculpados. Todos estos han reconocido que el tema de las visitadoras era frecuente en sus vidas y reuniones, habiendo enviado varias veces protestas escritas a los altos mandos del Ejército, pidiéndoles autorizar a dichas mujeres de malvivir a recibir clientela civil en los pueblos amazónicos que recorrían, y habiéndose dirigido incluso, una vez, en comisión con otros jóvenes de Requena, donde el jefe de la base naval de Santa Isabel, vecina de ese pueblo, para dejar sentada su protesta por el monopolio, a su juicio abusivo, de las Fuerzas Armadas sobre esas expediciones de polillas. Con estos antecedentes se comprende que la sugerencia del ex alcalde Morey, brindándoles la oportunidad de volcar sus contenidas ansias, fuera recibida con júbilo y verdadero frenesí por los detenidos. No se ha podido determinar todavía si los siete conjurados eran seguidores del Hermano Francisco y asistían con frecuencia a los ritos clandestinos del arca de Requena, como han dicho, o si esto es totalmente falso, como han afirmado varios apóstoles de la secta, por medio de comunicados enviados a la prensa desde sus escondites, y lo ha refrendado incluso el propio Hermano Francisco (véase página 3, columnas 3 y 4). En esa misma fiesta, se dice, los siete amigos llegaron a trazar los primeros planes y acordaron perpetrar su torcido designio lejos de Requena, para no comprometer el buen nombre del pueblo y para despistar a las autoridades si había una investigación. Asimismo, decidieron averiguar de manera disimulada las fechas de arribo de los próximos convoyes de visitadoras a Nauta o Bagazán, cuyas inmediaciones consideraron ya, desde esa vez, las más propicias para asestar el golpe. El propio ex alcalde Morey se ofreció a conseguir los datos pertinentes, gracias a la estrecha relación que, debido a su cargo edilicio, había mantenido con los oficiales de la base de Santa Isabel.
Y, sin más, poniéndose manos a la obra, los acusados perfeccionaron su plan en el curso de dos o tres reuniones posteriores. Teófilo Morey consiguió, efectivamente, sonsacar mediante mañas al teniente primero de la Armada, Germán Urioste, que un convoy fluvial de seis visitadoras, procedente de Iquitos, recorrería en los primeros días de enero los puestos de Nauta, Bagazán y Requena, estando fijada la llegada al primero de los puntos nombrados el día 2 a eso del mediodía. Reunidos nuevamente en casa del ex alcalde, los siete individuos ultimaron su criminal proyecto, decidiendo emboscar al convoy en las afueras de Nauta, para hacer pensar a las víctimas y a la policía, que los autores del latrocinio sexual eran vecinos de aquella histórica localidad. Al parecer, en este momento habrían concebido la idea de dejar como pista falsa en las cercanías del lugar de la emboscada, una cruz con un animal clavado, para hacer suponer que la operación era obra de los hermanos del arca de Nauta.
A este fin, se equiparon de los correspondientes clavos y martillos, sin sospechar —así lo afirman ellos— que el azar iba a favorecer terriblemente sus planes, ofreciéndoles no un animal para clavar sino el cuerpo de una joven y bella polilla. Los siete sujetos decidieron dividirse en dos grupos y dar cada cual una explicación distinta a los familiares y conocidos para ausentarse de Requena. Es así como un grupo, integrado por Teófilo Morey, Artidoro Soma, Nepomuceno Quilca y Renán Márquez Curichimba, abandonó el lugar el día 29 de diciembre, en una lancha con motor fuera de borda, propiedad del primero de los nombrados, haciendo creer a todo el mundo que se dirigían hacia el lago de Carahuite, donde pensaban pasar las fiestas de fin de año consagrados al sano deporte de la pesca del sábalo y la gamitana. El otro grupo —Caifás Sancho, Fabio Tapayuri y Fabriciano Pizango— partió sólo el 1 de enero al amanecer, en un deslizador perteneciente a este último, asegurando a los conocidos que iban de cacería en la dirección de Bagazán, donde recientemente se había descubierto, merodeando no lejos del pueblo, una manada de jaguares.
Tal como lo habían programado, los dos grupos se dirigieron río abajo, hacia Nauta, pasando sin detenerse ante este pueblo, igual que lo habían hecho ante Bagazán, pues su objetivo era alcanzar, sin ser vistos, un punto situado unos tres kilómetros aguas abajo del nacimiento del Amazonas, nuestro gran río-mar, es decir la Quebrada del Cacique Cocama, denominada así por la leyenda según la cual en ese lugar, los días de mucha lluvia, se divisa flotando cerca de la orilla el fantasma del célebre cacique cocama don Manuel Pacaya, quien, un 30 de abril de 1840, fundara pioneramente, en la confluencia de los ríos Marañón y Ucayali, el progresista pueblo de Nauta. Los siete inculpados habían elegido este lugar, pese al temor que inspiraba a algunos de ellos la superstición mencionada, porque la abundante vegetación que cubre parte del cauce era muy conveniente para su propósito de pasar desapercibidos. Los dos grupos se encontraron en la Quebrada del Cacique Cocama al atardecer del 1 de enero, acampando allí en un bajío y divirtiéndose esa noche en improvisada fiesta. Pues, muy sabidos, habían viajado provistos no sólo de revólveres, carabinas, clavos y mantas para dormir, sino también de sendas botellas de anisado y cerveza, lo que les permitió embriagarse, mientras, sin duda muy excitados y lenguaraces, se extasiaban pensando en el nuevo día que vería convertirse en realidad sus enfermizas maquinaciones y anhelos.
Piratería en la Quebrada del Cacique Cocama
Desde muy temprano, los siete sujetos estuvieron vigilando, subidos a los árboles, las aguas del Amazonas. Para ello se habían premunido de unos prismáticos que se pasaban de mano en mano a fin de tener una visión más aguzada del río. Estuvieron así buena parte del día, pues sólo a las cuatro de la tarde Fabio Tapayuri divisó a lo lejos los colores verdirrojos del barco Eva, que remontaba las aguas ocres del río mar con su codiciada carga. Inmediatamente, los individuos procedieron a ejecutar sus arteros planes. Mientras que cuatro de ellos —Teófilo Morey, Fabio Tapayuri, Fabriciano Pizango y René Márquez Curichimba— ocultaban la lancha con motor fuera de borda en la vegetación de la orilla y permanecían allí escondidos, Artidoro Soma, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho subían al deslizador y avanzaban hacia el centro de la corriente para interpretar su astuto teatro. Yendo a muy poca velocidad se aproximaron a Eva, a la vez que Soma y Quilca comenzaban a hacer ademanes y a dar grandes gritos pidiendo auxilio para Caifás Sancho, diciendo que necesitaba con urgencia ayuda médica por una picadura de víbora. El suboficial primero Carlos Rodríguez Saravia, al escuchar el clamor de los sujetos, ordenó parar la máquina e hizo que subieran al enfermo a bordo de Eva (pues dispone de un botiquín) con el loable propósito de prestar ayuda al simulador Caifás Sancho.
Apenas los tres sujetos consiguieron mediante dicho ardid hallarse a bordo, se quitaron los pacíficos antifaces, sacaron los revólveres que llevaban escondidos y conminaron al suboficial Rodríguez Saravia y a sus cuatro hombres a prestarles obediencia en lo que ordenaran. En tanto que Artidoro Soma obligaba al grupo de seis visitadoras (Luisa Canepa, Pechuga; Juana Barbichi Lu, Sandra; Eduviges Lauri, Eduviges; Ernesta Sipote, Loreta; María Carrasco Lunchu, Flor, y la infausta Olga Arellano Rosaura, Brasileña) y a Juan Rivero, Chupito, que comandaba el grupo, a permanecer encerrados en un camarote, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho, con insultos soeces y amenazas de muerte, exigían a la tripulación de Eva poner nuevamente en marcha el motor y dirigir el barco hacia la Quebrada, donde se hallaba al acecho el resto de la banda. Fue en estas circunstancias, mientras se ejecutaba la maniobra prescrita por los asaltantes, que el avispado timonel Isidoro Ahuanari Leiva, consiguió mediante una ingeniosa mentira (una necesidad natural del organismo) abandonar un momento la cubierta, entrar al puesto de radio y lanzar un desesperado S. O. S. a la base de Nauta, la que, aunque no entendió cabalmente el mensaje, decidió enviar de inmediato río abajo un deslizador con un práctico y dos soldados para ver qué le ocurría a Eva. La nave, mientras tanto, se había inmovilizado en la Quebrada del Cacique Cocama, sitio estratégicamente elegido, pues gracias a la abundante maleza quedaba medio oculta y no era fácil que pudiera ser reconocida desde el centro de la corriente, por las lanchas y motoras de pescadores que recorren nuestro río-mar.
El cobarde atropello: violaciones y heridos
Con matemática precisión se cumplían, una tras otra, las etapas del maquiavélico plan de los delincuentes. Una vez en la Quebrada del Cacique Cocama, los cuatro hombres que habían quedado en tierra se apresuraron a subir a bordo y, junto con sus tres compañeros de delito, amarraron y amordazaron con la mayor rudeza al suboficial Rodríguez Saravia y a los cuatro tripulantes, a quienes, luego, a empujones y malos tratos, encerraron en la bodega de la nave, diciendo a troche y moche que estaban allí por orden del Arca para hacer un escarmiento en razón de las actividades pecaminosas del Servicio de Visitadoras. De inmediato, los siete piratas —quienes, según el testimonio de sus víctimas, denotaban subido estado etílico y tembloroso nerviosismo— se dirigieron hacia el camarote donde tenían encerradas a las visitadoras para satisfacer sus desaforados deseos. En ese instante se produjo el primer hecho de sangre. En efecto, al descubrir las criminales intenciones de los individuos, las aventureras les opusieron viva resistencia, siguiendo el ejemplo del bravo Juan Rivera, Chupito, quien sin arredrarse ni ponerse a parar mientes en su baja estatura y endeblez física, arremetió contra los piratas a cabezazos y patadas increpándoles su mal proceder, pero, por desgracia, su quijotesca acción no duró mucho, ya que aquéllos lo desmayaron muy pronto, golpeándolo con las cachas de sus revólveres y pateándolo en el suelo hasta destrozarle la cara. Suerte parecida sufrió la visitadora Luisa Cánepa, (a) Pechuga, quien también demostró mucha energía, enfrentándose a los secuestradores como un verdadero varón, arañándolos y mordiéndolos hasta que estos la golpearon con tanta ferocidad que perdió el sentido. Una vez dominada la resistencia de las extraviadas mujeres, los piratas las obligaron, a punta de revolver y carabina, a complacerlos en sus viciosos deseos, para lo cual cada uno de los asaltantes escogió una víctima, habiéndose registrado un amago de pugilato entre ellos al aspirar todos a la posesión de la infortunada Olga Arellano Rosaura, la que finalmente fue cedida a Teófilo Morey en consideración a su mayor edad.
Tiroteo y rescate: muere la bella visitadora
Entretanto, al tiempo que los siete individuos celebraban en medio de la violencia su gran orgía, el deslizador enviado desde la base de Nauta había recorrido un buen tramo del río sin encontrar trazas de Eva y se disponía a regresar, cuando milagrosamente los arreboles del crepúsculo hicieron percibir a lo lejos, brillando entre los árboles de la Quebrada del Cacique Cocama, los colores rojo y verde del barco. El deslizador se dirigió de inmediato a su encuentro, siendo recibido ante la estupefacción del grupo, con una lluvia de balas, una de las cuales hirió en el muslo izquierdo y parte inferior del glúteo, al soldado raso Felicio Tanchiva. Apenas recuperados del asombro, los soldados replicaron al fuego, estallando entonces un tiroteo que se prolongo por espacio de algunos minutos y en el curso de los cuales cayó mortalmente herida —por balas de los soldados, según ha determinado la autopsia— Olga Arellano Rosaura, (a) Brasileña. Viendo que se hallaban en inferioridad de condiciones, los soldados decidieron retornar a Nauta en busca de refuerzos. Al observar que la patrulla se alejaba, los delincuentes, presa del pánico por la muerte ocurrida, mostraron una gran confusión. El primero en reaccionar fue, al parecer, Teófilo Morey quien exhortó a sus compinches a guardar silencio, indicándoles que mientras la patrulla llegaba a Nauta tenían tiempo no sólo para huir sino, incluso, completar su plan. Fue entonces cuando alguien —no se ha podido saber quién: el propio Morey, según unos, Fabián Tapayuri según otros— sugirió que clavaran a la Brasileña en vez de un animal. Los delincuentes procedieron a ejecutar su sangriento designio, arrojando a la orilla el cadáver de Olga Arellano y decidiendo, para ahorrar tiempo, no fabricar una cruz sino utilizar un árbol cualquiera. Estaban entregados a su macabro quehacer cuando cuatro deslizadores con soldados se hicieron visibles en el horizonte. Los delincuentes se dieron de inmediato a la fuga, internándose en la maleza. Sólo dos de ellos —Nepomuceno Quilca y Renán Márquez Curichimba— pudieron ser capturados en ese momento. Al subir a Eva, los soldados se encontraron con un espectáculo escalofriante: mujeres aterrorizadas y semi desnudas que corrían en estado de histeria, algunas con huellas de haber sufrido sevicias en el rostro y en el cuerpo (Pechuga) y un poco más allá, a unos pasos de la orilla, el bello cuerpo de Olga Arellano Rosaura clavado en el tronco de una lupuna. Las balas habían alcanzado a la desdichada al comenzar el tiroteo, interesándole órganos cruciales, como corazón y cerebro, lo que terminó instantáneamente con sus días. La infeliz fue desclavada, cubierta con mantas y subida al barco, en medio del horror y llanto frenético de las otras víctimas.
Apenas liberados, el suboficial primero Rodríguez Saravia y la tripulación alertaron por radio a Nauta Requena e Iquitos sobre lo sucedido, movilizándose de inmediato todos los puestos, bases navales y guarniciones de la región en inmensa cacería de los cinco prófugos. Todos fueron capturados en veinticuatro horas. Tres de ellos —Teófilo Morey, Artidoro Soma y Fabio Tapayuri— cayeron al anochecer, en las afueras de Nauta, adonde pretendían introducirse subrepticiamente, después de haber recorrido, destrozándose las ropas y ensangrentándose el cuerpo, muchos kilómetros de maleza. Los otros dos —Caifás Sancho y Fabriciano Pizango— fueron capturados en las primeras horas de la mañana, cuando remontaban el Ucayali en un deslizador robado en el puerto de Nauta. Uno de ellos, Caifás Sancho, se hallaba herido de cierta gravedad, al haberle arrancado una bala parte de la boca.
Las víctimas de la agresión fueron trasladadas a Nauta, donde Luisa Canepa y Chupito recibieron las curaciones que requerían, demostrando ambos mucho espíritu y ánimo en su afligida situación. Allí mismo se tomaron las primeras declaraciones a las víctimas sobre la terrible experiencia que acababan de pasar. El cadáver de la infeliz Olga Arellano Rosaura, sólo pudo ser traído a Iquitos el día 4, debido a las diligencias Judiciales, lo mismo que se hizo por aire, en el hidroavión Dalila, habiéndose trasladado a Nauta para acompañar los restos y hacer las primeras investigaciones el entonces todavía únicamente señor Pantaleón Pantoja. El resto de las visitadoras retornó a Iquitos por vía fluvial, en el barco Eva, el que no sufrió averías de importancia durante el asalto, en tanto que los siete detenidos permanecían dos días más en Nauta, sometidos a interrogatorios exhaustivos por parte de las autoridades. Ayer, bajo fuerte escolta, llegaron a Iquitos en un hidroavión de la FAP y se hallan actualmente en los calabozos de la cárcel central de la calle Sargento Lores, donde, sin duda, permanecerán todavía bastante tiempo, a causa de su canallesco proceder.
Inquieta y escandalosa fue la vida de la visitadora fallecida
Nació el 17 de abril de 1936, en el entonces retirado caserío de Nanay (todavía no existía la carretera que une el balneario a Iquitos), siendo hija de doña Hermenegilda Arellano Rosaura y de padre desconocido. Fue bautizada el 8 de mayo del mismo año en la iglesia de Punchana, con el nombre de Olga y los dos apellidos de la madre. Ésta ejercía en Nanay, según cuentan personas del barrio que la recuerdan, oficios diversos, como empleada doméstica de la base naval de Punchana y de bares y restaurantes del lugar, trabajos de donde siempre la despedían por su afición a la bebida, al extremo de que, dicen, era usual el espectáculo de la tambaleante figura de Traguito Hermes, como la apodaban, recorriendo el barrio entre las risas de la gente y seguida por su menor hija Olguita. Con un poco de suerte para ésta, cuando la niña tendría unos ocho o nueve años, Traguito Hermes desapareció de Nanay abandonando a la desamparada chiquita, que fue recogida caritativamente por los Adventistas del Séptimo Día en su pequeño orfelinato de la esquina Samanez Ocampo y Napo, donde actualmente queda sólo la iglesia. En dicha institución, esa pobre niña que hasta entonces se había criado como animalito chusco, en la suciedad y en la ignorancia, recibió las primeras enseñanzas, aprendió a leer, escribir y contar, y llevó una vida modesta pero sana y pulcra, regulada por los severos preceptos morales de esa iglesia. («No serán esos preceptos tan sólidos como los pintan, a juzgar por la foja de servicios de la damisela», comentó a uno de nuestros redactores, con su severidad característica, un religioso católico antaño vinculado al Ejército, célebre por las constantes ironías de sus sermones contra las numerosas iglesias protestantes avecindadas en Iquitos, y que nos ha pedido no revelar su nombre).
El drama de un joven misionero
«La recuerdo muy bien» —nos ha dicho, por su parte, el pastor adventista, Reverendo Abraham MacPherson, quien dirigió el orfelinato en los años que permaneció en él la joven Olga Arellano Rosaura—. «Era una morochita alegre, de inteligencia rápida y espíritu vivaz, que seguía dócilmente las prédicas de sus celadores y maestros, y de quien esperábamos muchas cosas buenas. Lo que la perdió fue, sin duda, la gran belleza física con que la dotó la naturaleza a partir de la adolescencia. Pero, en fin, oremos por ella e inspirémonos en su caso para enmendar nuestras propias vidas, en vez de recordar cosas tristes y amargas que a nadie sirven y a nada conducen». El reverendo Abraham MacPherson alude, veladamente, a un suceso que en esa época hizo mucho ruido en Iquitos: la sensacional fuga del orfelinato de los Adventistas del Séptimo Día, de la bella quinceañera que era entonces Olguita Arellano Rosaura, con uno de sus celadores, el joven pastor adventista Richard Jay Pierce Jr., recién llegado por aquellos días a Iquitos desde su lejana tierra, Norteamérica, para hacer aquí sus primeras armas misioneras. El episodio terminó trágicamente, como recordarán muchos lectores de El Oriente, pues fue a este diario, ya entonces el más prestigioso de Iquitos, al que el atormentado misionero dirigió una carta de excusas a la opinión pública loretana, antes de poner fin a sus días, desesperado del remordimiento por haber sucumbido ante la belleza adolescente de Olguita, ahorcándose en una palmera aguaje, en las afueras del caserío de San Juan (El Oriente publicó integra la carta, en su medio inglés medio español, el 20 de septiembre de 1949).
El tobogán de la vida airada
Luego de esta precoz y desdichada aventura sentimental, Olga Arellano Rosaura empezó a rodar por la pendiente de las malas costumbres y la vida airada, para la que incuestionablemente la ayudaban sus encantos físicos y su gran simpatía. Es así que, desde esa época, fue habitual distinguir su bella silueta en los lugares nocturnos de Iquitos, como el «Mao Mao», «La Selva» y el desaparecido antro «El Vergel Florido», que las autoridades debieron cerrar en su día por haberse comprobado que el citado bar, haciendo honor a su nombre, era una casa de citas donde perdían la virtud, de cuatro a siete de la tarde, alumnas de los colegios secundarios de Iquitos. Su propietario, el casi mitológico Humberto Sipa, (a) Moquitos, que pasó unos meses en la cárcel, ha hecho luego una exitosa carrera en ese campo de los negocios, como es de todos conocido. Sería largo, por supuesto, trazar el itinerario sentimental de la agraciada Olguita Arellano Rosaura, a quien en esos años la murmuración y las habladurías atribuían incontables protectores y amigos pudientes, muchos de ellos casados, con quienes la muchacha no vacilaba en lucirse en público. Uno de esos rumores inverificables, asegura que Olguita fue expulsada de Iquitos, discretamente, a fines de 1952, por el entonces prefecto del departamento, don Miguel Torres Salamino, debido a los apasionados amores que mantenía con la traviesa Olguita, un hijo del prefecto, el estudiante de ingeniería Miguelito Torres Saavedra, cuya muerte, en las espesas aguas de la laguna de Quistococha muchas mentes calificaron de suicidio, por las repetidas muestras de desolación que daba el joven desde la partida de su amada, aunque la familia desmintió enérgicamente ese rumor. En todo caso, la inquieta Olguita partió a la brasileña ciudad de Manaos, donde lo único que se supo de ella fue que, en los años que permaneció allí, en vez de corregir su conducta la empeoró, dedicándose al mal vivir a plena luz, pues empezó a ejercer de lleno, en lugares aparentes —lupanares y casas de cita—, el milenario oficio de la prostitución.
Regreso a la Patria
Avezada en esos indecentes menesteres y más bella que nunca, Olga Arellano Rosaura, a quien la inventiva loretana motejó de inmediato con el seudónimo de Brasileña, regresó hace un par de años a su nativa Iquitos, ingresando casi inmediatamente, a través del conocido enganchador de mujeres de ese lugar, el Chino Porfirio del barrio de Belén, al Servicio de Visitadoras, esa institución que acarrea mujeres de mal vivir, como si fueran piezas de ganado o artículos de primera necesidad, a las guarniciones de la frontera. Pero, poco antes, la incorregible Olguita protagonizó otro ruidoso escándalo, al haber sido sorprendida en la última fila del cine Bolognesi, en función de noche, efectuando malos tocamientos y acciones indecorosas, con un teniente de la Guardia Civil, quien debió ser mutado de Loreto a causa de lo ocurrido. Hubo incluso —recordarán nuestros lectores— un intento de agresión por parte de la esposa del oficial, que arremetió contra la Brasileña, un jueves de retreta, cruzando ambas golpes e insultos sobre el césped de nuestra Plaza de Armas.
Olga Arellano Rosaura se convertiría muy pronto, gracias a sus atractivos físicos, en la visitadora estrella del mal afamado recinto del río Itaya, y en la amiga dilecta del administrador gerente del establecimiento, el quien hasta ayer, ingenuamente, suponíamos paisano común y corriente, don Pantaleón Pantoja, y quien había resultado ser, para perplejidad y confusión de muchos, nada menos que capitán de nuestro Ejército. Para nadie es un secreto, en esta ciudad, la estrecha e intima relación que existió entre la hermosa finada y el señor (perdón), el capitán en activo Pantoja, pareja a la que no era raro ver, paseándose muy acarameladita en la Plaza 28 de Julio o abrazándose con furor, a la caída de la tarde, en el Malecón Tarapacá. Involuntaria sembradora de tragedias, se dice que Alguita Arellano Rosaura, la seductora Brasileña, fue la razón de la partida de Iquitos de la desatendida esposa del capitán Pantoja, sentido drama familiar que fuera revelado por un colega nuestro, destacado comentarista radial de esta ciudad.
Fin trágico
Y así llegamos al desenlace de esta vida, que, todavía en plena juventud, encontró en el atardecer del segundo día del año 1959, en la Quebrada del Cacique Cocama, de las afueras de Nauta, prematuro y espantoso final, debido a balas traicioneras que, acaso hechizadas por su belleza como tantos hombres, la prefirieron a ella en su mortífera trayectoria, y a los clavos de unos degenerados o fanáticos. Las muchas personas que acudieron al mal afamado local del río Itaya, donde la Funeraria «Modus Vivendi» había instalado una capilla ardiente de primera clase, para asistir al velorio de Olga Arellano Rosaura, al acercarse al ataúd admiraban intacta, a través del transparente vidrio, resplandeciendo bajo los cirios fúnebres, ¡la hermosura morenita de la BRASILEÑA!
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Primicia exclusiva de El Oriente
Epístola a los buenos sobre los malos del hermano Francisco
Publicamos a continuación, como primicia exclusiva, un texto llegado a nuestra Redacción anoche, y escrito de puño y letra por el celebérrimo Hermano Francisco, profeta y jefe máximo de la Hermandad del Arca, a quien busca la policía de cuatro países como cerebro pensante agazapado detrás de las crucifixiones que, de un tiempo a esta parte, vienen ensangrentando nuestra querida Amazonía. El Oriente está en condiciones de garantizar la autenticidad de, este sensacional documento.
En el nombre del Padre, del Espíritu Santo y del HIJO QUE MURIÓ EN LA CRUZ, me vierto a la opinión pública de todo el Perú y el mundo, para, con el permiso y la inspiración de las voces del cielo que espera a los BUENOS, desmentir y negar como malvadas, calumniosas y adolescentes de toda verdad, las acusaciones de los MALOS que pretenden desposar a las HERMANAS y HERMANOS DEL ARCA con la violación, muerte y posterior CRUSIFIXIÓN de la señorita Olga Arellano Rosaura, tristemente ocurridas en la Quebrada del Cacique Cocama de las vecindades de Nauta. Desde mi apartado refugio donde sobrellevo la CRUZ que el Señor ha querido destinarme, en su generosa e infinita sabiduría, manteniéndome lejos de las manos impías que no pueden ni podrán nunca atraparme ni alejarme del pueblo creyente, santo, BUENO, de las Hermanas y los Hermanos, unidos en cópula divina en el amor a Dios y en el odio al MALO, levanto mi mano y, moviéndola enérgicamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, digo, acompañando el grito al gesto, ¡NO! No es verdad que las Hermanas y los Hermanos del Arca, cuyo objetivo es hacer el BIEN y prepararse para subir al cielo cuando el Padre, el Espíritu Santo el Hijo MURIÓ EN LA CRUZ decidan que este mundo lleno de MALDAD y de impiedad se termine por el fuego y por el agua como está anunciado en el libro BUENO de la Biblia, lo que ocurrirá muy pronto porque así me lo han dicho las voces que escucho y que no vienen de este mundo, hayan tenido algo que ver con el crimen que cometieron los MALOS y que quieren atribuirnos para desviar sus culpas y hacer más gruesos y puntiagudos nuestros CLAVOS y más áspera la MADERA de nuestras CRUCES. Ninguno de los acusados de la muerte de la señorita Arellano ha pertenecido nunca a nuestra HERMANDAD de gentes BUENAS, y ni siquiera ha asistido ninguno de ellos, en calidad de simple espectador o curioso a las reuniones que han celebrado las ARCAS de la región donde han vivido, o sea las de Nauta, Bagazán y Requena, como me lo han confirmado los BUENOS Apóstoles de esas Arcas. Nunca se vio a ninguno de esos acusados presente en cuerpo en las reuniones celebradas para rendir alabanza al Padre, al Espíritu Santo y al HIJO QUE MURIÓ EN LA CRUZ y pedirles perdón por sus pecados para estar con el alma lavada cuando llegue el MOMENTO FINAL. Las Hermanas, los Hermanos no matan, no violan, no asaltan, no roban y sólo odian la violencia del MAL, como les ha enseñado el cielo por mi boca. Nunca se nos podrá echar en cara un sólo acto contrario al BIEN y no es cierto que prediquemos el crimen como nos imputan los que nos persiguen y nos obligan a escondernos y a vivir como fieras dañinas en el fondo de las espesuras. Pero nosotros los perdonamos porque ellos son simples esclavos obedientes en manos del cielo, que los usa como CRUCES que a nosotros nos ganarán la inmortalidad de la gloria eterna. Y a la pobre Olga Arellano, aunque no había escuchado todavía la palabra, desde ya la incorporamos a nuestras oraciones y desde ahora la recordaremos junto con nuestros mártires y santos que nos ven, nos oyen, nos hablan, nos protegen y gozan merecidamente allá arriba de la paz celestial junto al Padre, al Espíritu Santo y al HIJO QUE MURIÓ EN LA CRUZ.
HERMANO FRANCISCO
Nota de la Redacción. Efectivamente, durante el entierro se vieron circular en el cementerio general de Iquitos estampas con la imagen de Olga Arellano Rosaura, semejantes a las que existen con las de otros crucificados del Arca, como el célebre niño-mártir de Moronacocha y la Santa Ignacia.
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Atropello contra diarista loretano
(Editorial de El Oriente, 6 de enero de 1959)
La publicación, como primicia exclusiva, en nuestra edición de ayer, de la «Epístola a los buenos sobre los malos», enviada a nuestra redacción desde su escondite secreto en algún lugar de la selva, por el Hermano Francisco, líder y conductor espiritual máximo de los cruces o hermanos del Arca, ha sido motivo para que nuestro director, el conocido periodista de prestigio internacional Joaquín Andoa, fuera objeto de un incalificable atropello por parte de las autoridades policiales del departamento de Loreto y viniera a engrosar la adiposa lista de víctimas de la libertad de prensa. En efecto, nuestro director fue convocado ayer en la mañana por el coronel de la Guardia Civil Juan Amézaga RiofrÍo, jefe de la V Región de Policía (Loreto) y por el inspector superior de Loreto de la policía de investigaciones del Perú (PIP), Federico Chumpitaz Fernández. Dichas autoridades le exigieron que revelara la manera por la cual el diario El Oriente había obtenido la misiva del Hermano Francisco, sujeto perseguido por la justicia como eminencia gris de los varios casos de crucifixiones ocurridos en la Amazonía. Al responder nuestro director, respetuosa pero firmemente, que las fuentes de información de un periodista constituyen secreto profesional y son por lo mismo tan sagradas e inviolables como las revelaciones habidas en confesión por el sacerdote, los dos jefes policiales se desataron en improperios de una vulgaridad sin precedentes contra el señor Joaquín Andoa, amenazándolo, incluso, con castigos corporales («Te daremos una pateadura» fueron sus palabras textuales) si no respondía a sus preguntas. Como nuestro Director se negara dignamente a faltar a la ética profesional fue encerrado en un calabozo de la comisaría por espacio de ocho horas, es decir hasta las siete de la tarde, en que se le excarceló por gestión del propio prefecto del departamento. La redacción en pleno de El Oriente, unida como un solo hombre en la defensa de la libertad de prensa, del secreto profesional y la ética informativa, protesta por este abuso cometido contra un destacado intelectual y periodista loretano y comunica que ha enviado telegramas denunciando el hecho a la Federación Nacional de Periodistas del Perú y a la Asociación Nacional de Periodistas del Perú, nuestros máximos organismos gremiales en el país.
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Asesinos de la Quebrada Cacique Cocama no irán tribunal militar
Iquitos, 6 de enero.- Una fuente bien informada y muy próxima a la Comandancia General de la V Región Militar (Amazonía) desmintió esta mañana los tenaces rumores que circulaban en Iquitos en el sentido de que los siete asaltantes de Nauta serían transferidos al fuero castrense para ser juzgados por un tribunal militar, mediante procedimiento sumario. Según dicha fuente, las Fuerzas Armadas no han reclamado en ningún momento que se les confiara la tarea de enjuiciar y sancionar a los delincuentes, de manera que éstos permanecerán sometidos al fuero regular de la justicia civil.
Al parecer, el origen del desmentido rumor, fue una solicitud elevada a las instancias superiores del Ejército por el capitán de Intendencia Pantaleón Pantoja —cuyas funciones son de sobra conocidas en esta ciudad— para que el fuero jurídico castrense exigiera la instrucción procesal y castigo de los responsables del asalto de Nauta, con el argumento de que el barco Eva y sus tripulantes pertenecían a la Marina Nacional y de que el convoy de polillas formaba parte de un organismo militarizado cual sería el caso del desprestigiado Servicio de Visitadoras que ese oficial dirige. Las Fuerzas Armadas habrían desestimado como «peregrina» —es el calificativo empleado por nuestro informante— la solicitud del capitán Pantoja, indicando que el transporte Eva y sus tripulantes, al ser víctimas del asalto, no efectuaban servicio militar alguno sino tareas estrictamente civiles, y que el llamado Servicio de Visitadoras no es ni podría ser en ningún caso una institución militarizada, sino una empresa comercial civil, que ha tenido eventuales y meramente toleradas, pero nunca auspiciadas ni oficializadas, relaciones con el Ejército. A este respecto, añadió la misma fuente, se lleva a cabo actualmente, con la discreción necesaria, una investigación que habría ordenado el propio Estado Mayor del Ejército sobre dicho Servicio de Visitadoras, a fin de poner en descubierto su origen, composición, funciones y beneficios, determinar su licitud y, si fuera el caso, las responsabilidades y sanciones pertinentes.