ESCENA III

Entran OTELO, LUDOVICO, DESDÉMONA, EMILIA y acompañamiento.

LUDOVICO

Os lo ruego, señor. No os molestéis.

OTELO

Permitid. Me hará bien andar.

LUDOVICO

Señora, buenas noches. Os doy humildes gracias.

DESDÉMONA

A vuestro servicio.

OTELO

¿Vamos, señor? Ah, Desdémona.

DESDÉMONA

¿Señor?

OTELO

Acuéstate ya. Vuelvo de inmediato. Que no se quede tu

dama. Haz como te digo.

DESDÉMONA

Sí, señor.

Salen [OTELO, LUDOVICO y acompañamiento].

EMILIA

¿Cómo va todo? Parece más amable que antes.

DESDÉMONA

Dice que vuelve en seguida.

Me ha mandado que me acueste

y ha dicho que no te quedes.

EMILIA

¿Que no me quede?

DESDÉMONA

Es su deseo. Así que, buena Emilia,

me traes la ropa de noche y adiós.

No debemos contrariarle.

EMILIA

¡Ojalá no le hubierais visto nunca!

DESDÉMONA

Eso no. Mi amor por él es tanto

que su enojo, censuras y aspereza

—suéltame esto— tienen su encanto y donaire.

EMILIA

He puesto las sábanas que dijisteis.

DESDÉMONA

Es igual. ¡Ah, qué antojos tenemos!

Si muero antes que tú, amortájame

con una de esas sábanas.

EMILIA

Vamos, vamos, ¡qué decís!

DESDÉMONA

Mi madre tenía una doncella, de nombre Bárbara.

Estaba enamorada, y su amado le fue infiel

y la dejó. Sabía la canción del sauce,

una vieja canción que expresaba su sino,

y murió cantándola. Esta noche

no puedo olvidar la canción. Me cuesta

no hundir la cabeza y cantarla

como hacía la pobre Bárbara. Date prisa.

EMILIA

¿Os traigo la bata?

DESDÉMONA

No, suéltame esto.

Ludovico es bien parecido.

EMILIA

Muy guapo.

DESDÉMONA

Y habla bien.

EMILIA

DESDÉMONA

[canta] «Penaba por él bajo un sicamor[37];

llora, sauce, conmigo;

la frente caída, hundido el corazón;

llora, sauce, llora conmigo;

las aguas corrían llevando el dolor;

llora, sauce, conmigo;

el llanto caía y la piedra ablandó».

Guarda esto.

«Llora, sauce, llora conmigo».

Date prisa; está al llegar.

«Llora, sauce, conmigo; guirnalda te haré.

No le acusarán; le admito el desdén».

No, así no es. ¿Oyes? ¿Quién llama?

EMILIA

Es el viento.

DESDÉMONA

[canta] «Falso fue mi amor, mas, ¿qué dijo él?

Llora, sauce, conmigo;

si yo te he engañado, engáñame también».

Vete ya. Buenas noches. Me escuecen los ojos.

¿Presagia llanto?

EMILIA

No tiene que ver.

DESDÉMONA

Lo he oído decir. ¡Ah, estos hombres, estos hombres!

Dime, Emilia, ¿tú crees en conciencia

que hay mujeres que engañen tan vilmente

a sus maridos?

EMILIA

Algunas sí que hay.

DESDÉMONA

¿Tú lo harías si te dieran el mundo?

EMILIA

¿No lo haríais vos?

DESDÉMONA

No. Que sea mi testigo esa luz celestial[38].

EMILIA

Pues que esa luz no sea mi testigo.

Yo lo haría a oscuras.

DESDÉMONA

¿Tú lo harías si te dieran el mundo?

EMILIA

El mundo es enorme. Y es paga muy alta

por tan poca falta.

DESDÉMONA

La verdad, no creo que lo hicieras.

EMILIA

DESDÉMONA

Que me pierda si cometo esa falta

por nada del mundo.

EMILIA

DESDÉMONA

Yo no creo que haya mujeres así.

EMILIA

Sí, un montón, como para poblar el mundo que les dieran.

Mas creo que si pecan las mujeres

la culpa es de los maridos: o no cumplen

y llenan otras faldas de tesoros que son nuestros,

o les entran unos celos sin sentido

y nos tienen encerradas; o nos pegan,

o nos menguan el dinero por despecho.

Todo esto nos encona y, si nuestro es el perdón,

nuestra es la venganza. Sepan los maridos

que sus mujeres tienen sentidos como ellos;

que ven, huelen y tienen paladar

para lo dulce y lo agrio. ¿Qué hacen

cuando nos dejan por otras? ¿Gozar?

Creo que sí. ¿Los mueve el deseo?

Creo que sí. ¿Pecan por flaqueza?

Creo que también. Y nosotras, ¿no tenemos

deseos, ganas de gozar y flaquezas como ellos?

Pues que aprendan a tratarnos o, si no, que sepan

que todo nuestro mal es el mal que nos enseñan.

DESDÉMONA

Buenas noches, buenas noches. No quiera Dios

que el mal sea mi guía, sino mi lección.

Salen.