ESCENA II

Entran OTELO y EMILIA.

OTELO

¿Así que no has visto nada?

EMILIA

Ni visto ni oído y nunca he sospechado.

OTELO

Sí, los has visto juntos a Casio y a ella.

EMILIA

Pero no vi nada malo, y oí

cada palabra que salió de sus bocas.

OTELO

¡Cómo! ¿No secreteaban?

EMILIA

Nunca, señor.

OTELO

¿Ni te mandaban que te fueras?

EMILIA

Nunca.

OTELO

¿Ni a traerle el abanico, los guantes,

el antifaz, ni nada?

EMILIA

Jamás, señor.

OTELO

¡Qué raro!

EMILIA

Señor, me apuesto el alma a que ella

es honesta. Si pensáis otra cosa,

desechad esa idea: os está engañando.

Si algún infame os lo ha metido en la cabeza,

¡caiga sobre él la maldición de la serpiente!

Si ella no es honesta, pura y fiel,

no hay hombre dichoso: la esposa mejor

es más vil que la calumnia.

OTELO

Dile que venga. Vamos.

Sale EMILIA.

Esta habla bien, pero boba sería la alcahueta

que no hablara así. Y, ¡qué puta más lista!

Llave y candado de viles secretos;

aunque se arrodilla y reza. Se lo he visto hacer.

Entran DESDÉMONA y EMILIA.

DESDÉMONA

Señor, ¿qué deseas?

OTELO

Ven aquí, paloma.

DESDÉMONA

¿Cuál es tu deseo?

OTELO

Deja que te vea los ojos.

Mírame a la cara.

DESDÉMONA

¿Qué horrible capricho es este?

OTELO [a EMILIA]

Tú, mujer, a lo tuyo. Deja en paz

a los que van a procrear. Cierra la puerta

y tose o carraspea si viene alguien.

¡Tu oficio, tu oficio! ¡A cumplir!

Sale EMILIA.

DESDÉMONA

Te lo pido de rodillas: ¿Qué significa

lo que dices? Entiendo el furor de tus palabras,

[[mas no las palabras]].

OTELO

Pues, ¿quién eres tú?

DESDÉMONA

Tu esposa, señor. Tu esposa fiel y leal.

OTELO

Vamos, júralo y condénate, no sea

que, siendo angelical, los propios demonios

teman apresarte. Conque doble condena:

jura que eres honesta.

DESDÉMONA

Bien lo sabe el cielo.

OTELO

El cielo bien sabe

que eres más falsa que el diablo.

DESDÉMONA

¿Cómo soy falsa, señor? ¿Con quién, para quién?

OTELO

¡Ah, Desdémona, vete, vete, vete!

DESDÉMONA

¡Dios bendito! ¿Por qué lloras?

¿Soy yo la causa de tus lágrimas, señor?

Si acaso sospechas que mi padre

intervino en tu orden de regreso,

a mí no me culpes. Si tú le perdiste,

yo también le perdí.

OTELO

Si los cielos me hubieran puesto a prueba

con padecimientos, vertiendo sobre mí

toda suerte de angustias y deshonras,

sumiéndome hasta el labio en la miseria,

cautivos mis afanes y mi ser,

habría hallado una gota de paciencia

en alguna parte de mi alma. Pero, ¡ay, convertirme

en el número inmóvil que la aguja

del escarnio señala en su curso imperceptible!

Aun eso podría soportar, aun eso.

Mas del ser en que he depositado el corazón,

que me da vida y, si no, sería mi muerte,

del manantial de donde brota o se seca

mi corriente, ¡verme separado

o tenerlo como ciénaga de sapos inmundos

que se juntan y aparean…! Palidece de verlo,

paciencia, tierno querubín de labios rosados.

¡Sí, ponte más sañudo que el infierno!

DESDÉMONA

Señor, supongo que me crees honesta.

OTELO

¡Oh, sí! Como moscas de verano en matadero,

que nacen criando. ¡Ah, flor silvestre,

tan hermosa y tan fragante que lastimas

el sentido! ¡Ojalá no hubieras nacido!

DESDÉMONA

Pero, ¿qué pecado inconsciente cometí?

OTELO

¿Se hizo este bello papel, este hermoso libro,

para escribir en él «puta»? ¿Qué pecado?

¿Pecado? ¡Ah, mujerzuela! Si nombrase

tus acciones, mis mejillas serían fraguas

que el pudor reducirían a cenizas.

¿Qué pecado? Al cielo le hiede, la luna cierra

los ojos; el viento lascivo, que todo lo besa,

enmudece en la cóncava tierra y no quiere oírlo.

¿Qué pecado? [[¡Impúdica ramera!]]

DESDÉMONA

Por Dios, me estás injuriando.

OTELO

¿No eres una ramera?

DESDÉMONA

No, o no soy cristiana. Si, para honra

de mi esposo, preservar este cuerpo

de contactos ilícitos e impuros

es no ser una ramera, no lo soy.

OTELO

¿Qué no eres una puta?

DESDÉMONA

¡No, por mi salvación!

OTELO

¿Es posible?

DESDÉMONA

¡Ah, que Dios nos perdone!

OTELO

Entonces disculpad. Os tomé

por la astuta ramera de Venecia

que se casó con Otelo.— ¡Tú, mujer,

que, al revés que San Pedro, custodias

la puerta del infierno!

Entra EMILIA.

Tú, tú, ¡sí, tú! Nuestro asunto

ha terminado. Aquí está tu paga.

Ahora echa la llave, y silencio.

Sale.

EMILIA

Pero este hombre, ¿qué imagina?

¿Cómo estáis, señora? ¿Cómo estáis?

DESDÉMONA

Aturdida.

EMILIA

Decidme, ¿qué le pasa a mi señor?

DESDÉMONA

¿A quién?

EMILIA

Pues a mi señor.

DESDÉMONA

¿Quién es tu señor?

EMILIA

El vuestro, mi querida señora.

DESDÉMONA

Ya no tengo. No hablemos, Emilia.

No puedo llorar, y no tendría más palabras

que las lágrimas. Esta noche ponme

en la cama mis sábanas de boda[35],

acuérdate. Y dile a tu esposo que venga.

EMILIA

¡Vaya cambio!

Sale.

DESDÉMONA

Está bien que me trate así, ¡muy bien!

¿Qué habré hecho yo para que tenga

la mínima queja de mi más leve falta?

Entran YAGO y EMILIA.

YAGO

¿Qué deseáis, señora? ¿Estáis bien?

DESDÉMONA

No sé. Los que educan a los niños

les hablan con dulzura y corrigen con bondad.

Debió hacerlo así, pues soy como niña

que ignora el reproche.

YAGO

¿Qué ocurre, señora?

EMILIA

¡Ah, Yago! El señor la ha tratado de puta,

la ha cubierto de insultos y de ofensas

que la honra no puede soportar.

DESDÉMONA

¿Acaso lo soy, Yago?

YAGO

Sois, ¿qué, mi bella señora?

DESDÉMONA

Lo que dice que mi esposo me llamó.

EMILIA

La llamó puta. Ni un mendigo borracho

le habría dicho eso a su golfa.

YAGO

¿Por qué lo hizo?

DESDÉMONA

No lo sé. Juro que no lo soy.

YAGO

No lloréis, no lloréis. ¡Válgame!

EMILIA

¿Renunció a tan nobles pretendientes,

a su padre, su tierra y su familia,

para ser llamada puta? ¿No es para llorar?

DESDÉMONA

Es mi desventura.

YAGO

¡Maldito sea!

¿Cómo se le habrá ocurrido?

DESDÉMONA

Sabe Dios.

EMILIA

Que me cuelguen si no es una calumnia

de algún canalla redomado, algún

bribón entrometido, algún embaucador

mentiroso y retorcido que va

buscando un puesto. ¡Que me cuelguen!

YAGO

¡Bah! Ese hombre no existe. Es imposible.

DESDÉMONA

Si existe, que Dios le perdone.

EMILIA

Que le perdone la horca y se pudra

en el infierno. ¿Por qué la llamó puta?

¿Quién va con ella? ¿Dónde, cuándo, cómo,

por qué motivo? Algún mal nacido engaña

a Otelo, algún granuja ruin y despreciable.

¡Quiera Dios descubrir a estos sujetos

y poner un látigo en toda mano honrada

que desnudos los azote por el mundo

desde el este hasta el oeste!

YAGO

Habla más bajo.

EMILIA

¡Mala peste…! Alguno de esos fue

quien te puso el juicio del revés, haciéndote

creer que yo te engañaba con Otelo.

YAGO

Tú eres tonta. Calla.

DESDÉMONA

¡Ah, Yago! ¿Qué puedo hacer por recobrar

el cariño de mi esposo? Buen amigo,

ve con él, pues, por la luz del cielo,

no sé cómo le perdí. Lo digo de rodillas:

si alguna vez pequé contra su amor

por vía de pensamiento o de obra;

si mis ojos, oídos o sentidos

gozaron con algún otro semblante;

si no le quiero con toda mi alma, como siempre

le quise y le querré, aunque me eche

de su lado como a una pordiosera,

¡que el sosiego me abandone! Mucho puede

el desamor, mas aunque el suyo acabe

con mi vida, con mi amor nunca podrá.

No puedo decir «puta»; me repugna la palabra.

Ni por todas las glorias de este mundo

haría nada que me diera un nombre así.

YAGO

Calmaos, os lo ruego. Es el mal humor.

Le enojan los asuntos de gobierno

[[y por eso os riñe]].

DESDÉMONA

Si solo fuera eso…

YAGO

Solo es eso, os lo aseguro.

Escuchad: los clarines llaman a la cena.

Aguardan los emisarios de Venecia.

Entrad y no lloréis. Todo irá bien.

Salen DESDÉMONA y EMILIA.

Entra RODRIGO[36].

¿Qué hay, Rodrigo?

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

Salen.